12

OBEDECE A TU CORAZÓN

El sol calentaba con fuerza el rostro de Finn mientras él yacía sobre la arena. Era uno de esos locos días de enero que recordaba de su niñez: un repentino pero breve y cálido encanto de primavera, apretujado en medio del helado invierno. Su padre llegaba en planeador a casa para almorzar y luego organizaban un día de campo en la playa. Se quitaban los calcetines, metían los dedos de los pies al mar y ¡gritaban! El aire estaba caliente pero, oh, el agua estaba taaaaan helada.

Al día siguiente habría un frente frío; fuertes vientos de la costa, incluso nieve, tal vez. Escuchó a las gaviotas graznar y recordó que Lulu solía perseguirlas. Corría detrás de cualquier cosa que tuviera alas solo para verla volar. Recordó cómo gritaba con la mera alegría de solo ser, de solo ser una niña, una niña que corría y aullaba y deseaba poder volar. Qué ironía que muriera en un vuelo, aunque, cuando Finn lo pensó un poco más, el gozo que alguna vez sintió ya se lo habían empezado a arrancar. A partir de los seis años se les enseñaba a los niños a restringirse; se les adoctrinaba para que se imbuyeran en el sosegado pragmatismo de su sociedad. Dicho proceso terminaba a los treinta años, por lo general.

Finn se sentó y giró para mirar hacia al norte, a la bahía. No quería que el sol le llegara de frente.

¿Qué iba a hacer con todo aquello?

Él y Rouge no estuvieron en ningún juego.

Viajaron en el tiempo.

—¿Viajar en el tiempo? —exclamó Finn. Aún tenía en las manos el diario a rayas de la chica.

—Así es, señor —dijo el profesor Grossmann—. En pocas palabras, ustedes viajaron en el tiempo.

—Pero… —interpuso Finn, al tiempo que se dejaba caer en una silla.

—¿Sí?

—Pero…

Grossmann y Rouge se sentaron frente a él.

—Pero… ¿cómo? —preguntó Finn.

—¿Quiere saber cómo funciona? —lo interrumpió el profesor.

—Sí, eso también, pero…

—No es tan sencillo expli…

—No, me refiero a ¿cómo es posible?

—¿Quiere decir que le cuesta trabajo creerlo?

—¡Sí!

—Es física, señor Nordstrom —contestó el profesor Grossmann, visiblemente ofendido—. Física demasiado avanzada. ¿Qué no le enseñaron nada en la escuela? ¿Qué no aprendió acerca del espaciotiempo, la cuarta dimensión, hoyos negros y…

—Sí, pero… —masculló.

—¿Qué no está al tanto de las noticias? ¿Qué demonios cree que hemos estado haciendo en el IOZ todo este tiempo? —preguntó el profesor entre risas.

Finn levantó los brazos en un gesto de rendición.

Rouge solo se quedó ahí sentada, esperando a que Finn analizara los pensamientos que le estaban provocando una revolución en la cabeza. Sabía que no era sencillo para él.

—Señor —dijo Finn finalmente—, es solo que este hombre jamás pensó que durante su tiempo, él mismo…

—¿Él mismo qué?

—Él mismo viajaría.

—Como se podrá dar cuenta, la vida está llena de sorpresas.

—Pero… ¿por qué?

—¿Por qué qué? —preguntó el profesor Grossmann.

—¿Por qué…? —Finn empezó a hablar, pero se dio por vencido. Había demasiados «por qué».

—¿Por qué usted? —preguntó el profesor con amabilidad, al mismo tiempo que trataba de intuir los pensamientos de Finn—. ¿Es eso lo que quiere saber? ¿Por qué lo elegimos?

—¡Sí! —exclamó Finn—. ¡Sí! ¡Precisamente eso! —Su voz se había elevado dos octavas—. ¿Por qué no conseguir a alguien que entendiera física? Como usted o Jaydeep Makhijani; o… —Volteó a ver a Rouge—. Tú lo sabías, ¿verdad? —Finn sintió un ataque de rabia.

Rouge se movió en su asiento y evitó el contacto visual.

—Es su trabajo —dijo el profesor—. Estoy seguro de que usted puede entender eso, ¿no es verdad? A Rouge se le pidió que jurara que no diría nada. —Le sonrió a Finn—. Estaba usted preguntando por qué…

—¿Por qué usted? —se escuchó que preguntaba una voz nasal—. ¿Es lo que quiere saber?

Todos voltearon a la puerta, donde ahora se encontraba el Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom. Tenía consigo una botella de champán y cuatro copas de base larga.

—Jovencito —dijo al entrar a la habitación—, seguramente usted no cree ni por un instante que solo se trató de un capricho de nuestra parte, ¿verdad? —Su voz era tan quebradiza y fría que seguramente haría añicos las copas—. Tuvimos nuestras razones. ¿Por qué demonios lo habríamos enviado si no lo hubiéramos necesitado? —El director miró alrededor y frunció la nariz—. Esta oficina es bastante pequeña, ¿no es cierto? ¿Ni siquiera tiene mesa de conferencias?

Finn solo se le quedó viendo.

—Bueno, el escritorio bastará. —Sriwanichpoom colocó las copas en el escritorio de Finn. Este alcanzó a ver, por la ventana que estaba detrás del director, que había empezado a nevar—. ¿Brindamos? —preguntó el director al tiempo que alzaba la botella y les sonreía a todos, mostrando su deslumbrante sonrisa.

—Por favor contenga un momento las burbujas, Rirkrit, si no le molesta —dijo el profesor Grossmann, y luego volteó hacia Finn—. A usted le gustaría saber por qué lo elegimos. —El profesor se aflojó la corbata de cordón, pero batalló un poco para abrir el broche, lo cual hizo a Finn preguntarse si estaría nervioso. Las cintas de la corbata de hoy eran de cuero color turquesa; tal vez era piel de iguana, pensó Finn. Y tenían puntas de plata. El ornamento también era de plata. Se trataba de un objeto nativo norteamericano con un motivo intrincado. Era la silueta de un guerrero que dormía sobre un caballo, grabada en lapislázuli oscuro, y montada sobre un fondo de coral y turquesas que representaban el atardecer marino—. En el IOZ —continuó el profesor— hemos estado trabajando durante bastante rato en un proyecto que se enfoca en viajes por el tiempo al pasado, y en la forma en que se pueden utilizar estos para beneficiarnos en el presente y el futuro. El Doctor Doctor Sriwanichpoom nos ha ayudado en el aspecto histórico y se mantiene al tanto de nuestra investigación. Asimismo, mademoiselle Moreau escribirá una tesis de doctorado con la información de nuestros experimentos. Si accede a colaborar con nosotros, ella se reunirá con usted y juntos realizarán un resumen de la operación cuando esta haya terminado. Naturalmente, al publicar la tesis, su participación permanecerá anónima. —El profesor le sonrió a Rouge e hizo una pausa para ordenar sus pensamientos—. Nuestro trabajo es especulativo —continuó—, y por desgracia, al igual que en todos los experimentos científicos, hemos tenido algunos imprevistos. No obstante, hace poco comenzamos a tener razones para creer que nuestras hipótesis todavía podían ser probadas. Para realizar una investigación más profunda nos vimos obligados a buscar a alguien que realizara las pruebas, pero que poseyera varias características muy específicas. Fue entonces que lo notamos a usted, señor Nordstrom.

—¿Y esas características son…? —preguntó Finn, a quien le seguía incomodando el tono condescendiente de la explicación.

El amable profesor se desabrochó el cuello de la camisa. Definitivamente estaba nervioso, pensó Finn.

—Nuestra zona de estudio es Berlín y el norte de Alemania, en los años que precedieron inmediatamente el estallido del Invierno Negro. La Alemania de principios del siglo XXI es un sujeto fascinante para la investigación histórica, arqueológica, cultural y científica, pero como ya estará usted al tanto, no está de moda. En estos tiempos muy pocos académicos se dedican a estudiar la Alemania de entre siglos. Usted, señor Nordstrom, es uno de los poquísimos que, además de entender la cultura popular alemana de aquel tiempo, también habla el idioma. Y eso era vital para nuestro proyecto.

—¿Y qué hay del doctor Beyer en Stralsund?

—El doctor Beyer es un hombre excelente —interpuso el Doctor Doctor Sriwanichpoom—, pero por desgracia este proyecto exigía juventud. Necesitábamos a alguien que todavía fuera pre-adulto.

—¿Y por qué no llamaron a Rina Stehn o Chrissi Nowman, que están en Hamburgo? —preguntó Finn.

—¡Son mujeres adorables! —dijo el director de la biblioteca—. Pero este trabajo era para un varón.

—Además, podríamos añadir —interpuso Rouge— que se necesitaba un hombre de buena presencia y cierto savoir faire

Finn se ruborizó; se consideraba a sí mismo demasiado ordinario.

—¿Y por qué no Renko Hoogeveen? —insistió.

—Por desgracia —explicó Sriwanichpoom—, otro de los prerrequisitos era tener salud impecable. Como le mencioné anteriormente, en nuestra primera reunión para Proyecto Tiempo, su amigo tiene serios problemas médicos. —El director levantó la botella de champán—. ¿Brindamos?

El profesor asintió y volteó a ver a Finn.

—En resumidas cuentas, pensamos que usted era «el Elegido».

Ahora hacía más frío al borde del agua. Estaba mucho más fresco. Había nubes, franjas rosadas que se trazaban hasta más allá de la puesta de sol, sobre un cielo violáceo. La arena había perdido el calor del día y a la playa la bañaba una capa de luz púrpura. Al fondo, las crestas de las olas brillaban con un tono lavanda. Era tan hermoso, pensó Finn… tan hermoso, que dolía.

La brisa sopló y Finn se envolvió en el suéter tejido.

Podría volver, ¿no? A Fire Island. Renunciar a su empleo en Greifswald, volver a abrir la tienda de su padre en la costa Rockaway y venderles muebles de madera del siglo XXI hechos a mano a monjes tibetanos y viudas adineradas. O podría conseguir un empleo de maestro de alemán en una escuela de alguno de los pueblos. En Nueva York o Boston. Incluso en Washington. Sería fácil transportarse hasta allá. Pero, ¿quería dar clases?, ¿existían siquiera los empleos para enseñar? El alemán no era el idioma favorito de las masas. Hasta el latín le entusiasmaba más a la gente.

Miró al mar.

¿Qué iba a hacer con todo lo sucedido?

Era de noche en Greifswald. Por la ventana Finn vio hacia abajo, al pueblo espolvoreado de nieve. Escuchó, apagadas, las voces de algunos de los invitados a la fiesta de la Biblioteca de Europa que ya se iban. Cantaban una alegre canción de Año Nuevo.

—Sí, señor Nordstrom —dijo el profesor Grossmann—, pensamos que usted era el Elegido.

—¿El elegido? ¿Para hacer qué?

—Para salvar nuestro proyecto. Ciertamente es un trabajo peligroso, pero el esfuerzo es heroico.

—Qué idea tan absurda —dijo Finn llanamente—. Este hombre no es un héroe y tampoco desea convertirse en uno.

—Se subestima usted —dijo el profesor.

¡Pop! La botella estaba abierta y el champán manó burbujeante de su verde cuello hasta la copa que sostenía el Doctor Doctor Sriwanichpoom.

Rouge volteó a ver a Finn.

—Sabemos que no es fácil para ti, solo te pedimos que confíes en nosotros.

—¿Confiar en ustedes? Eso es demasiado pedir. Enviaron a este amigo a una misión de tontos… a un sanitario público en el año 2003. —Finn notó que la voz se le estaba quebrando—. ¿Y piden que confíe en ustedes?

—No fue una misión de tontos —dijo Grossmann.

—Pero sí fue en un sanitario público.

Rouge, Grossmann y Sriwanichpoom se rieron. De hecho, Grossmann se carcajeó tanto que su corbata de cordón se balanceó hacia atrás y hacia delante.

—Tiene usted sentido del humor —dijo Sriwanichpoom—, de verdad lo tiene. Y alguien así siempre es bienvenido.

—No te traicionamos, Finn —dijo Rouge sin mayor aspaviento, y él volteó a verla.

—Ustedes… pusieron la vida de este amigo en peligro. Lo vistieron como si fuera una muñeca, le pusieron un mohawk falso y además…

—¿Un qué? —preguntó el profesor Grossmann—. ¿Un mosco qué?

Finn ignoró al profesor y continuó hablando.

—Lo copiaron célula por célula, lo transportaron, teletransportaron, reconstruyeron, célula por célula, de nuevo…

—Finn —interrumpió Rouge—. ¿Quieres saber cómo lo hicimos? Porque no es tan…

—¡No! —dijo él, con un salto—. ¡No! ¡Este hombre no quiere saber! Es demasiado confuso y aterrador. —Finn dio vueltas en la oficina.

—No podemos negarlo —dijo el profesor—. Es un poco aterrador, pero el mayor peligro radica en el pasado, no en el proceso de llevarlo allá y traerlo de vuelta. Aunque, claro, eso también tiene su nivel de riesgo.

Sriwanichpoom continuó vertiendo el champán en las copas, pero levantó la mirada un instante.

—¿Dónde está su espíritu de aventura, jovencito? Nosotros nos dejamos convencer por su… ¿cómo le llamaremos? Su «peculiar naturaleza poética»; porque tenía un poco más de espíritu. ¿Acaso no dijo usted mismo, en su primera junta de información para el Proyecto Tiempo: ¿«¿Por qué no correr riesgos?»? ¿Y no preguntó: «¿Acaso no jugamos para poder experimentar el peligro?»? ¿No recuerda haber dicho: «¿No es eso lo que le infunde emoción a todo esto?»?

A Finn no le agradó en absoluto que le echaran en cara sus propias palabras.

—Pero esto no es un juego —dijo—, así que, ¿para qué todo este baloney de que se trataba de un juego cuando en realidad no era así?

—¿Baloney? —preguntó Sriwanichpoom.

—¡Me engañaron! —dijo Finn. ¿Tendría que traducirles lo que significaba baloney? Estaba seguro de que lo intuirían. O de que Rouge se los enviaría en un mensaje por BC—. ¡Este hombre se siente embaucado!

—Lo sentimos —dijo el profesor en un tono bastante sincero, por cierto—. Tal vez debimos ser honestos desde el principio, pero uno nunca sabe. Ya en retrospectiva, la visión siempre es de 20/20. —Hizo una pausa para buscar las palabras adecuadas—. El problema es que algunas personas no responden bien al viaje por el tiempo si saben lo que están haciendo. Se preocupan demasiado y regresan fragmentados, ansiosos. Les dan dolores de cabeza, sufren de problemas estomacales; les duelen las articulaciones… Nada letal, por supuesto, pero son problemas que obstaculizan nuestra investigación y ocasionan retrasos innecesarios. Es por eso que a veces lo mejor es que los viajeros ni siquiera se enteren. —El profesor se enjugó la frente con un pañuelo arrugado que sacó de su bolsillo—. Pensamos que lo mejor era asegurarnos de tomar el camino más adecuado antes de revelar la verdad. Queríamos mantener abiertas nuestras opciones. Y, además, no deseábamos asustarlo.

Sriwanichpoom pasó las copas de champán.

—Ni emocionarlo demasiado —dijo el director—. ¿Para qué dejar que se hiciera ilusiones con algo que podría no llegar a ningún lado al final?

—¿Ilusiones?

—Casi todos los jóvenes de su edad enloquecerían por la oportunidad de viajar en el tiempo —señaló Sriwanichpoom—. Francamente no entendemos por qué a usted no le causa emoción.

Finn, quien no había dejado de dar vueltas en la oficina, se detuvo un momento. Tenían razón, casi a todos los jóvenes les encantaría viajar en el tiempo. Debía admitir, además, que la experiencia fue relativamente indolora, bastante placentera, e incluso educativa. Pero ese no era el punto, ¿verdad? Todo el asunto le había dejado un mal sabor de boca. Estaba lleno de contradicciones y quedaban demasiadas preguntas sin contestar.

—Pero —continuó Rirkrit Sriwanichpoom— hicimos lo correcto al mantener nuestras opciones abiertas. Es evidente que usted no está a la altura de la misión.

Rouge miró a Sriwanichpoom como reprochándole algo.

Sriwanichpoom fingió no verla y levantó su copa para brindar. Algunas gotas de champán se derramaron sobre el diario. Finn se lanzó al escritorio. En el camino tiró una silla, y luego abrió un cajón, sacó un paño y secó el diario. Grossmann, Sriwanichpoom y Rouge se quedaron boquiabiertos, bastante sorprendidos ante la demostración de angustia de Finn. Por algunos minutos hubo silencio y miradas en todas direcciones. Había tanto silencio que se podía escuchar la efervescencia del champán en las copas.

Finn fue quien acabó con la incómoda situación.

—¿Y qué hay acerca del diario? —preguntó—. ¿De qué se trata? ¿Sabían que ella escribió sobre nuestro encuentro?

—Lo sospechábamos —dijo el profesor—, por su comportamiento. En cuanto supimos que se habían encontrado en aquella librería pensamos que tal vez sucedería. ¿Qué le podemos decir? Fue una coincidencia, el destino. Estas cosas pasan. Puede culpar a la librería Dusenhuber.

—¿Dusenhuber?

—Con un nombre tan rarito como ese —dijo Sriwanichpoom—, se merece que la culpemos.

A Finn le pareció que, de toda la gente del universo, Rirkrit Sriwanichpoom era el menos indicado para burlarse del nombre de algo o alguien más. También creyó que no debían tomar el asunto con tanta ligereza. —¿Cuál es el vínculo entre el diario y su proyecto? —preguntó.

El profesor Grossmann lo miró con intensidad.

—Esperábamos esa pregunta. —El profesor respiró hondo—. Mire, señor Nordstrom, vamos a ser totalmente honestos con usted. Esta es una situación muy intrincada.

La marea estaba subiendo, la noche había llegado. Finn miró al cielo. Era como si cada una de la infinita cantidad de estrellas fuera la respuesta a su pregunta. ¿Y ahora qué?

Tal vez debería unirse a los Forester de Sternwood Forest, en Canadá. Pero tendría que estar muy seguro de la decisión, porque los «convertidos» les hartaban. Si Finn eligiera quedarse con ellos, tendría que renunciar a su vida y comodidades: al Cíclope, a los esterilizadores de manos, a los swuttles, a robotaxis, probablemente al zing, a su BC la ropa, e incluso a su barba de un solo día. No era un hombre superficial, pero le gustaba aquella barba recién formada en sus mejillas, incluso si eso implicaba batallar con aquel solitario, lacio y burdo pelo. ¿Podría acostumbrarse a afeitarse todos los días si descontinuara sus tratamientos? Tendría libros y una cabaña de madera con chimenea, una computadora y algún artefacto manual de comunicación. Sin embargo, estaría más o menos alejado de toda la gente que conocía y de todo aquello con lo que creció, como esa casa donde habitaba el espíritu de su familia, y la isla que tanto amaba. ¿Y estaría preparado para convertirse en leñador? ¿O en vendedor en una boutique de regalos Forester?

Demasiadas preguntas, demasiadas respuestas. Demasiadas estrellas.

Finn se levantó y caminó de regreso a la casa.

—Sí, es una situación muy intrincada —dijo el profesor Grossmann mientras se ponía de pie y se quitaba el saco. En la camisa tenía marcas de sudor debajo de las axilas. Volvió a sentarse y se secó la nuca con el pañuelo.

—¿Abrimos una ventana? —preguntó Finn al tiempo que levantaba la mano. La ventana se entreabrió solo unos centímetros y el aire fresco entró a la oficina. Afuera se veía un planeador que aterrizaba en la pista de aterrizaje de la biblioteca. Más de diez pasajeros desembarcaron de la nave, y todos hablaban conspicuamente en italiano.

—Ah —exclamó el Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom—. Llegaron nuestros invitados de la Biblioteca de Europa en Bolonia. ¿Les importaría si terminamos esta reunión? Este director tiene otros compromisos.

—¿Por qué es una situación muy intrincada? —preguntó Finn—. ¿Porque si vamos al pasado cambiamos el curso de los acontecimientos? ¿O porque…?

Sriwanichpoom resopló con arrogancia.

—¡No sea ridículo, jovencito! ¡Esas son tonterías de la ciencia ficción del siglo XX!

Rouge suspiró. Evidentemente, le parecía que Doc-Doc se estaba extralimitando.

—Señor Nordstrom —dijo el profesor con amabilidad y tratando de explicar el incisivo comentario del director—, ese siempre ha sido un mito común, pero ahora sabemos que existen leyes físicas que protegen al pasado. No podemos cambiarlo, no importa lo que hagamos, siempre nos veremos restringidos para revertir lo que, ciertamente, ya sucedió. Podría parecer que algo se modificó de forma momentánea, pero el planeta siempre lo arreglará. Incluso si fuéramos al pasado para cambiarlo a propósito, las leyes de la física moderna sencillamente no lo permitirían.

—Entonces, cuando vamos al pasado e interactuamos allá, ¿solo nos convertimos en parte de ese pasado?

—Excelente —dijo el profesor— Sí, así es, este profesor no podría haberlo dicho mejor. De eso se trata en…

—¿En pocas palabras? —dijo Finn, quien ya se había dado cuenta de que «en pocas palabras» era una de las frases preferidas del profesor. Tal vez era el resultado de pasar tanto tiempo simplificando fenómenos complejos.

—¿Brindamos por ello? —preguntó Sriwanichpoom, al mismo tiempo que tomaba su copa.

—¿Pero qué tal si, por ejemplo —preguntó Finn, más curioso que sediento—, le hubiéramos dicho a alguien de Berlín, en 2004, que éramos del futuro? Eso habría modificado su visión de las cosas, ¿no es cierto?

—¡Por supuesto! —dijo Sriwanichpoom, y volvió a bajar la copa—. ¡Ahora esa persona pensaría que ustedes eran unos lunáticos! Y si por alguna razón les hubiese creído, entonces alguien más la consideraría una lunática también.

Rouge y Grossmann sonrieron ligeramente ante el intento del director por ser gracioso.

—Pero —continuó Finn, tratando de seguir la lógica— si alguien de nuestro futuro, digamos del año 3000, viajara hacia acá ahora, a Berlín, el primero de enero de 2265, y dijera que él o ella es del futuro, ¿creeríamos que está loco?

—Señor Nordstrom —dijo el profesor con una sonrisa de hartazgo—, apreciamos sus opiniones sobre este fascinante tema. Si le sigue intrigando la teoría de la posibilidad de viajar en el tiempo, le puedo recomendar alguno de los talleres que ofrece el IOZ a principiantes. Pero tratemos de enfocarnos en este momento. Al Doctor Doctor Sriwanichpoom le agradaría volver a la fiesta.

—Es cierto —dijo el director de la biblioteca mientras se apretaba la coleta de caballo.

—Debemos repetirle que este proyecto estudia el pasado para encontrar la forma de beneficiar nuestro futuro. —El profesor miró a Finn—. ¿No comparte usted nuestro interés?

—Sí —dijo Finn.

—Entonces, volviendo a esa situación intrincada —dijo Sriwanichpoom—, la chica…

A Finn no le agradó que el director dijera «la chica». ¡Ella tenía nombre! Y entonces el director le hizo un guiño.

—No le gusta que le llame «la chica», ¿verdad?

Finn se alteró. Maldito hombre, ahí estaba otra vez, escarbando en su cerebro.

—Su reacción es, precisamente, un ejemplo de por qué esta situación es tan intrincada —dijo el profesor Grossmann—. Aquí estamos tratando con seres humanos y sensibilidades. Somos gente extremadamente lógica y pragmática pero, aunque discretos, también tenemos sentimientos. Cuando nosotros, como usted, señor Nordstrom, conocemos a alguien, siempre nos preguntamos respecto a esa persona. En este caso, es evidente que usted siente cierto vínculo con la jovencita, lo cual lo hace protegerla tanto. De la misma manera, ella incluso escribe acerca de usted en su diario. A eso nos referimos con «intrincada».

Sriwanichpoom jugaba con su cola de caballo y, una vez más, se separó las puntas.

Mademoiselle Moreau mencionó que la chiquilla es un caramelito ardiente.

—¡Rirkrit! —exclamó Rouge—. ¿Por qué lo tiene que provocar? —Luego volteó a ver a Finn—. La palabra que usé fue «adorable».

Sriwanichpoom lanzó la cola de caballo hacia atrás y sonrió con sus enormes y carnívoros dientes.

—Por suerte, ella lo olvidará —le explicó el profesor a Finn—. Y usted a ella. En algún tiempo ninguno recordará lo que sucedió, pero lo más importante es que también la Tierra se olvidará del asunto. —El profesor se recargó en su asiento—. Estas cosas pasan todo el tiempo. Son fallas técnicas, pequeñas imperfecciones que se solucionan a sí mismas. No hay de qué preocuparse.

Finn se disgustó al escuchar al profesor hablar de Eliana como si se tratara de un vil hipo cósmico. Por alguna razón le parecía inapropiado.

—Pero —intervino Sriwanichpoom— el hecho de que la situación se haya tornado un poco intrincada o «aterradora», como dijo usted, no significa que no pueda ayudarnos con este proyecto.

—¡Absolutamente! —dijo el profesor con emoción renovada—. La oferta continúa abierta, así que si decide ayudarnos tendrá que estar consciente de que estas cosas suceden, y aprender a desapegarse.

Finn estaba abrumado. Era demasiada información al mismo tiempo.

—¿Qué implica su «ayudarlos»? —preguntó—. Todavía no han explicado con claridad lo que se supone que debe hacer este viajero al llegar allá.

—Una vez más, señor Nordstrom, recuerde que seremos francos con usted —dijo el profesor con mucha seriedad—. Es una misión peligrosa no solo en el aspecto físico, sino también porque va en contra de mucho de lo que usted ha aprendido y lo que representamos en general.

Nervioso, Finn tragó saliva.

—Esa es la misión, en pocas palabras. —El profesor le sostuvo la mirada a Finn—. Obedezca a su corazón.

Finn se le quedó viendo. ¿Qué tipo de misión sería? Era lo más estúpido que había escuchado.

—¿«Obedecer al corazón»? —dijo, y se dio unos golpecitos en el lado izquierdo del pecho—. ¿Y cómo hace uno eso?

—Es precisamente lo que queremos averiguar, señor Nordstrom. Suponemos que significa actuar de manera congruente con los instintos de uno mismo.

—¿Instintos?

—Por ejemplo, la mayoría de los europeos no come carne, pero si usted llega a percibir el aroma de un corte de res y empieza a salivar, entonces deberá, naturalmente, probarlo. Ver adónde lo lleva la experiencia. Pongamos otro ejemplo. Usted camina por una calle y el mapa le indica ir a la derecha, pero usted piensa que sería más interesante ir a la izquierda. Entonces, dé vuelta a la izquierda. —El profesor Grossmann volvió a inclinarse hacia el frente—. Creemos que hay que ser apasionado respecto a las decisiones que se tomen.

—¿Apasionado?

—Muestre su entusiasmo —dijo el Doctor Doctor Sriwanichpoom.

—Entréguese a sus emociones —agregó el profesor, y luego colocó su brazo con una actitud paternal sobre el hombro de Finn—. Nosotros creemos que puede hacerlo, pero la pregunta es: ¿usted lo cree también?

—¿Pero por qué? —preguntó Finn—, ¿cuál es el propósito?

—Confía en nosotros, Finn —intervino Rouge—. Te lo diremos cuando llegue el momento.

—Queremos que lo piense —dijo el profesor—. Tómese un tiempo, unas vacaciones breves. Si quiere, vaya a Norteamérica algunos días —el profesor volteó a ver al director de la biblioteca—; si el Doctor Doctor Sriwanichpoom lo permite.

—Por supuesto —dijo Sriwanichpoom—. El señor Nordstrom ya forma parte de nuestra nómina, podemos reportar su viaje como preparación para trabajo de campo. —Le sonrió a Finn—. Y solo imagínese, estaremos muy contentos de recibir este trabajo de campo como la entrega principal de su investigación para una tesis doctoral sobre historia del siglo XXI.

—Piénselo, señor Nordstrom —dijo Grossmann.

—¿Pero qué pasa si este hombre no se cree capaz de hacerlo? —preguntó Finn, con un gran interés en conocer sus opciones—. ¿O si no desea ser… apasionado?

—Es obvio que no podemos forzarlo a ayudarnos —dijo Grossmann.

—No que no nos gustaría —dijo Sriwanichpoom otra vez con una sonrisa, el demonio aquél.

—Rirkrit —intervino Rouge—. ¡Por favor!

El director de la biblioteca no le prestó atención a Rouge y solo continuó sonriendo al hablar.

—Bueno, si usted no accede a trabajar con nosotros en este proyecto, solo le pediremos que termine de traducir este diario, y ahí terminará el asunto. Y… —señaló el diario a rayas de Eliana que estaba sobre el escritorio de Finn— también será el fin de Eliana. Y luego… —la voz del director se fue perdiendo.

—¿Y luego? —preguntó Finn.

—Y luego volvemos al tema comercial, por supuesto. —El director levantó su copa—. Tenemos muchísimos informes financieros del Deutsche Bank a la mano. —Le sonrió a Finn y se llevó la copa a los labios—. Salud.