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FELIZ AÑO NUEVO

Finn eructó con el sabor de la goma de mascar. Fue muy desagradable. El profesor Grossmann le dijo que era de esperarse.

—¿Pero cómo es posible? —preguntó Finn—. Fue solo una visión. Si bebemos una copa de vino en un sueño, no nos despertamos ebrios.

—Se debe tomar en cuenta el poder de sugestión de Proyecto Tiempo —explicó el profesor—. Por eso es tan importante tener cuidado. —Entonces le guiñó un ojo a Finn con ese aire paternal de siempre, y se aflojó la corbata de cordón. La corbata que traía ahora era más elegante. Tenía un broche de topacio pulido, montado sobre una pieza de oro y las cintas de cuero beige terminaban en puntas doradas. Combinaba muy bien con su traje de pana café.

Finn le comentó al profesor Grossmann sus teorías sobre el juego, y sonrió mientras las escuchaba, pero se negó a admitir que las sospechas de Finn tuvieran fundamento. Este, por su parte, estaba demasiado cansado para insistir. Cuando el juego terminó, se dio cuenta de que había sido demasiado extenuante y confuso. La Eliana del juego y la Eliana del diario se mezclaban en sus pensamientos. Por si fuera poco, se quedó dormido en la sala de evaluación mientras lo examinaba la asistente del profesor. Yuka Shihomi era una tímida pre-adulto, tal vez uno o dos años mayor que él. El profesor Grossmann interrumpió la entrevista, envió a Finn de inmediato a que le descargaran los recuerdos en el laboratorio de memoria, y luego lo mandó a casa en un robotaxi.

Finn se acostó y durmió un largo rato. Pero cuando despertó a la mañana siguiente en lugar de sentirse fresco tenía una profunda sensación de incomodidad. Le habría gustado platicar con Rouge para organizar sus pensamientos acerca del juego pero ella no estuvo disponible. Casi inmediatamente después de terminar el Nivel Dos, la enviaron a una misión con Jaydeep Makhijani. A Finn le desagradaba mucho la idea de contactarla. Le preocupaba que hubiera malinterpretado su comportamiento y creyera que estaba tratando de cortejarla. En el juego estuvieron a punto de besarse, lo cual lo perturbó bastante y se sumó a su incomodidad. Qué bueno que no lo hicieron. Había cierta frialdad y distancia en Rouge que… Sí, tal vez esa era la mejor manera de describirla: distante. Pero era precisamente esa misma capacidad de distanciarse, ese genial don que tenía para la observación crítica, lo que podría ayudarle a él a terminar con su ansiedad. Esperaría hasta Año Nuevo para hablar con ella. Rirkrit Sriwanichpoom la había invitado a la fiesta anual del Iceberg.

Finn pasó los siguientes dos días en su DPA leyendo acerca de Buchhandlung Dusenhuber (la librería Dusenhuber de Berlín); buscó información acerca de la literatura «para nenas» y la historia de Kantstraße; y analizó como sabueso los cabos sueltos en el diario de Eliana. También practicó su alemán con celuloides y grabaciones antiguas. Sentía que, durante el juego, su alemán se escuchó un poco forzado, y le habría gustado sonar más natural y relajado.

En medio de toda la actividad continuaba en sus pensamientos. ¿Qué cantidad del juego habría inventado él? ¿Y qué cantidad habría sido generada por los diseñadores del mismo? Entre más lo pensaba, más convencido se sentía de que se trataba de una visión, de algo como un sueño. Era la única conclusión lógica. Pero entonces, ¿cómo lograron extraer todas aquellas imágenes de su subconsciente, moldearlas para que formaran parte de la historia y luego transmitirlas a la visión de Rouge? Porque era evidente que ella había percibido su sueño. Todo indicaba que, además de la «inmersión total» garantizada, este rasgo de la experiencia era, en realidad, la verdadera novedad.

Finn siguió reflexionando sobre todo lo anterior en su camino a Greifswald para la fiesta de Año Nuevo. Era una tarde oscura y de frialdad inclemente. Los pocos minutos que tuvo que caminar de la estación del SwiftShuttle al Iceberg fueron brutales; los dedos le dolían demasiado por el frío. Algo le pasaba a sus guantes… de nuevo. Ahora tendría que llevarlos a la estación de reparación solartérmica. Llegó a la biblioteca con algunos minutos de sobra antes de que comenzara el primer brindis de la festividad, por lo que se le ocurrió entrar en calor con un zing.

En cuanto llegó a su oficina sacó el té y el jengibre y elaboró la bebida caliente. La dejó reposar para que se hiciera la infusión, y se preparó para responder algunos correos que le fueron enviados al BC. Estaba por sentarse cuando de pronto su mirada se encontró con lo que había sobre su escritorio. Finn se descontroló tanto que incluso no calculó bien la posición de la silla y cayó al suelo. Se quedó ahí unos instantes. O tal vez fueron minutos. Sabía que estaba hiperventilando y, de hecho, hasta se escuchó jadear y respirar con dificultad. Tenía las manos sudorosas y la oficina le daba vueltas. Cerró los ojos y se quedó ahí, en el piso, luchando contra las náuseas. Estaba seguro de que se trataba de una broma o una mala jugada de la última luz gris de la tarde, que todavía se alcanzaba a colar por la ventana. Esperó a que el corazón dejara de palpitarle con tanta rapidez, y luego se levantó y miró de nuevo.

Pero seguía ahí. El libro de Eliana, el que tenía en la mano en la librería Dusenhuber, en el juego.

Era un libro grueso, tal como lo había notado anteriormente. Estaba forrado con tela, con líneas horizontales de varios grosores y atrevidos colores como turquesa, rosa, amarillo, anaranjado y verde. Sin embargo, ahora lucía descolorido por el paso del tiempo.

¿Qué significaba? ¿Cómo pudo un libro, que fue solo una visión en un juego, llegar hasta ahí? ¿Sería una broma de Rouge? ¿O tal vez del profesor Grossmann? ¿Habrían revisado sus recuerdos? ¡Eso estaba absolutamente prohibido! ¿Qué juego estarían jugando… él, ella, ellos, quien fuera? ¿O habría alguna otra explicación?

A Finn le temblaron las manos al abrirlo. Sí, era su diario, y en él había una pulcra escritura.

Comenzó a leer.

Domingo, abril 25, 2004

Adoro este diario nuevo. Tal vez el papel no es tan fino y suave como el del diario de piel de papá, pero pesa y brilla más. Mi pluma fuente se desliza sobre él como cuando patino temprano por la mañana en el Eisstadion antes de que llegue todo mundo y el hielo de la pista comience a derretirse. La superficie del papel es sumamente suave y pareja. Y me encanta el sonido de las hojas cuando las paso hacia atrás o hacia delante, o cuando las rasguño. Levanté el diario, lo coloqué cerca de mi cabeza y escuché el sonido de las hojas cuando las pasé como abanico. Robert dice que soy una fetichista. Tuve que buscar la palabra en el diccionario, y ahora creo que sí, tal vez el papel es mi fetiche.

Ayer fui a la nueva librería Dusenhuber para comprarle un regalo de cumpleaños a Robert, y ahí fue donde encontré esta libreta. Después subimos al café y bebí un smoothi de fresa. Conocimos a gente extrañísima. Estudiantes de intercambio. Su alemán era muy…

Finn sintió que le subía la temperatura en todo el cuerpo. Y luego se puso a temblar incontrolablemente. Las rodillas le bailaban como si tuvieran vida propia. Trató de detenerlas con las manos pero los espasmos musculares continuaron. Se sentó y vio que sus rodillas siguieron moviéndose hasta que, finalmente, se puso de pie y abrió la ventana de golpe. El viento frío entró y le golpeó el rostro. Finn se quedó ahí parado por unos instantes y respiró el aire helado, luego volteó con prisa y se lanzó sobre el diario.

Conocimos a gente extrañísima. Estudiantes de intercambio. Su alemán era muy gracioso, como demasiado formal y forzado. Ella casi no habló, pero era muy hermosa, aunque algo seria. Tenía un fabuloso cabello rojo; color cobre. Y rizado. Él era…

No era posible. No podía serlo.

Él era raro. Agradable, muy lindo, pero súper intenso. Y se me quedó viendo todo el tiempo. Ok, no todo el tiempo pero sí mucho. Y luego le enseñé cómo hacer bombas con la goma de mascar, ¡y él se la tragó! Mamá dijo…

Finn estaba temblando. Cerró la ventana y recargó la frente en el marco de glazex. Miró hacia abajo y vio que los techos rojos de Greifswald brillaban bajo la luz crepuscular. Estaba despierto. De eso estaba seguro. No era un sueño, y tampoco se encontraba en un juego. Tenía que haber una explicación razonable. Tenía que haberla. Era una broma, una broma demasiado compleja, pero una broma al fin y al cabo.

Mamá dijo que él era adorable. Odio que use esa palabra. Solo porque trabaja en el negocio del cine, cree que sabe lo que a las chicas les parece adorable. «Adorable», le dijo a papá poco después, «pero como de otro mundo. Había algo etéreo en él. Era como un alma vieja. Muy triste, por alguna razón. Enternecedor. Y su ropa. ¡Vaaaaya!» Luego entró a su estudio y salió con un catálogo de Quelle, primavera/verano de 1992, que está usando para ayudar a diseñar el vestuario para esa película este-oeste que está haciendo, la que empieza en 1989 y termina en 2003. Nos mostró una chamarra de parches de cuero que tenía hombreras de aquí a Reykjavik, y yo no podía creerlo, pero en verdad era la mism que llevaba la mujer pelirroja. Y después, ¡mamá encontró la chamarra de él en el catálogo! Era una chamarra de piloto, también con hombreras. Y su camisa polo a rayas. ¡Qué gracioso!

Después mamá dejó que Madeline y yo revisáramos el catálogo. No creerías todas las cosas que en él aparecen. Nuestra sección preferida fue la de ropa interior para hombre. Nos dio un ataque de risa cuando vimos la trusa bikini para hombres que decía «bésame» por todos lados, sobre un estampado de labios rojos. Vaya, ¡creo que ese sí habría sido el mejor regalo de cumpleaños del mundo para Robert!

Finn cerró el diario y salió de su oficina.

Tal como se lo esperaba, el Salón de Recepción estaba repleto. El Iceberg era muy famoso por su fiesta de Año Nuevo, por lo que la gente codiciaba las invitaciones. Grandes multitudes llegaban temprano y se iban tarde. Finn se perdió las palabras de bienvenida del Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom y de hecho, para cuando llegó, la gente ya estaba abriendo las botellas y el champán burbujeaba sin cesar. Finn recorrió el salón con la mirada. No sería sencillo encontrar a Rouge entre los cientos de personas que se entretejían frente a él, pero como presintió que estaría con Doc-Doc y él siempre vestía de blanco y llamaba mucho la atención, también creyó que tendría suerte en cualquier momento. Por desgracia no vio a ninguno de los dos, así que se fue al siguiente salón, el Salón Internacional de Conferencias, que había sido transformado en una pista de cadencia silenciosa. Los asistentes se balanceaban, giraban y ondulaban más o menos en silencio, al ritmo de un popurrí de Año Nuevo que estaba siendo simultransmitido en todo el globo a través de los BC. Los cuerpos se movían juntos como si fueran un paracaídas enorme de seda ondeando en el viento.

—¡Finnkins! —gritó Gao, quien bailaba con Renko. Este trató de halar a Finn de la parte trasera del saco cuando pasó junto, pero falló; ni siquiera estaba seguro de que su amigo lo hubiera notado. Finn sí se dio cuenta de que Renko estaba ahí pero no podía desviarse, no ahora porque al otro lado, más allá del salón de conferencias, alcanzó a ver una deslumbrante entidad blanca en la terraza con calefacción: el director de la biblioteca. Se acercó y descubrió que conversaba con Rouge, Jaydeep y el profesor Grossmann. Llegó hasta donde estaban.

—Buenas tardes —dijo Finn, asintiendo ligeramente. Luego miró a Rouge—. ¿Podemos hablar un momento?

—Pero es que estamos… —comenzó a explicar, pero se detuvo.

Finn imaginó que Rouge habría visto algo en su rostro o escuchado alguna inflexión peculiar en su voz porque miró a Jaydeep, al director y al profesor, y solo dijo:

—Nos vemos más tarde.

Finn fue por delante y Rouge caminó con prisa para alcanzarlo. Sus botas transparentes de tacón de aguja produjeron un fuerte repiqueteo sobre el duro piso de mármol blanco. La gente volteó y vio a la pareja pasar de prisa. ¿Dónde es el incendio?, parecían preguntar con la mirada.

—¿Qué sucede, Finn? —preguntó Rouge.

Él tenía miedo de hablar, de que la voz se le quebrara. O peor aún, de empezar a llorar.

Pasaron a través de varias habitaciones, tomaron el Sacacorchos, bajaron un par de vueltas y luego se subieron a la Jaula de Cristal, que iba bajando. Se quedaron en el piso de Finn y él abrió la puerta de su oficina.

El lugar estaba oscuro. Finn encendió la luz. El diario seguía precisamente en el mismo lugar en que lo había dejado. Se acercó al escritorio y lo recogió. Le temblaban las manos.

—¿Qué sabes tú acerca de esto? —le preguntó a Rouge.

Ella se quedó inmóvil y Finn vio cómo se elevaba su pecho para luego descender. Rouge inhaló y exhaló. Él tragó saliva mientras esperaba.

—No era un juego —dijo una voz.

Finn y Rouge miraron hacia la puerta. El profesor Grossmann estaba bajo el marco.

—No estaban jugando un juego, señor Nordstrom —agregó el profesor—, estaban viajando en el tiempo.