Finn se relajaba frente al ventanal mirador con un libro en la mano. Estaba leyendo o, en realidad, esperaba que cayera la nieve de las 4:22 p.m.
Salió a esquiar temprano y aquel fue como se suponía que debían ser todos los días de diciembre en los Alpes: perfectos. La nieve que cayó fue de un blanco inmaculado, y la luz, fulgurante, casi cegadora. Y a medida que el día fue pasando, el azul del cielo se hizo cada vez más profundo hasta volverse de un tono tan atrevido que le recordó los cielos pintados de las postales de la Colección Manuscrita del Siglo xx, que se conservaba en el Iceberg. El joven historiador gozó en particular de esquiar a través del bosque de pinos, de la inmovilidad y de que solo se escuchara el zumbido de sus esquís, el crujir de sus bastones, una rama que aquí y allá se quebraba por el peso de la nieve, y el sonido apagado del burbujeante riachuelo bajo la delgadísima veta de hielo que fluía a su lado.
Al terminar el almuerzo, Finn prefirió no salir. Decidió quedarse a leer, por quinta vez, uno de sus libros favoritos, A Bongo Afloat on the Kwango, escrito en 2199 por Arnaud Djateng. El libro contenía una historia épica sobre el proceso de madurar. Libros como ese, impresos especialmente para él, eran uno de los pocos lujos que se permitía (esquiar era otro). Aquel, en particular, era un regalo que recibió de sus padres cuando cumplió dieciséis años. Lo había leído en su BC, y lo disfrutó tanto que quería sentirlo en sus manos y no solamente volver a leerlo en la cuadrícula cerebral. Sus padres le ordenaron el libro a Raoul Aaronson. Raoul, quien en aquel tiempo tenía veinte años, acababa de regresar de un internado de seis semanas en la Boutique de Regalos Forester. Se encontraba justo en medio de su entrenamiento para aprender el oficio de impresión de su padre desde el principio: la actividad como leñador, restauración de libros, ventas en la tienda e impresión de libros.
Finn conocía a Raoul prácticamente desde siempre. Siempre que Artu Nordstrom realizaba su viaje anual a Sternwood Forest, la colonia Forester canadiense, llevaba a Finn y a Mannu con él, y los dejaba con Lilly y Marty Aaronson y su hijo Raoul. Los chicos se volvían inseparables por días enteros. Jugaron de niños y, a medida que fueron creciendo, empezaron a pasear y nadar juntos en uno de los muchos lagos de la región; veían celuloides y coqueteaban con chicas Forester. Raoul, cuyos ancestros venían de Austria, podía leer y hablar alemán como los hermanos Nordstrom. Y fue ahí que Finn y Mannu escucharon a la gente utilizar el anticuado pronombre en primera persona del singular. Los Forester utilizaban yo, mí, mío. Los hermanos se acostumbraron a escuchar esas palabras pero, por supuesto, jamás se sintieron tentados a usarlas.
Finn escuchó al viento silbar afuera del ventanal mirador. El cielo se veía de un salpicado color azul al que atravesaban franjas anaranjadas y rojo seda. El alpenglow comenzaría en cualquier minuto, pensó, y entonces la nieve caería. Lola, su bisabuela materna, solía decir que la nieve que conoció en las Rocallosas de niña era más fina que la que cayó a partir de que los Trabajos Climáticos Mundiales empezaron a planearla. «Hay tres cosas que nunca debes dominar», le dijo en una ocasión a Mannu, «un caballo salvaje, un bebé que aprende a caminar, y el clima». La bisabuela Lola sabía, sin embargo, que no podía detener el progreso. La mayoría de las catástrofes naturales se habían convertido en cosa del pasado, y eso era bueno. Había, por supuesto, muchas regiones donde era totalmente innecesario manipular el clima, pero un centro vacacional como los Alpes siempre estaba bajo control en ciertos meses del año. A los vacacionistas se les consentía con sol en el día y nieve en la noche, a pesar de que en un día como aquel —pleno solsticio de invierno— nevó al atardecer —a las 4:22— como sorpresa especial.
Afuera, en la creciente oscuridad, Finn vio a una familia que regresaba de las colinas; madre, padre y dos niñas. Apenas los escuchaba, pero alcanzó a notar que balbuceaban con felicidad.
—¡Chocolate caliente! —dijo la niña más grande—. ¡Con crema batida! —dijo la pequeña al mismo tiempo que saltaba y aplaudía. Riendo, corrió en círculos alrededor de sus padres y su hermana, hasta que su padre la levantó y la sentó sobre sus hombros.
Finn sintió que la garganta se le cerraba. Ya habían pasado casi cuatro meses, pero otra vez estaba ahí: la herida. Ocultó su dolor —necesitó tragar saliva varias veces—; luego dirigió su atención de vuelta al libro que tenía en las manos.
Pensó que las ilustraciones de Djateng, sus atrevidos trazos anaranjados y turquesa, cobraban vida en el papel, que eran más luminosos que en el BC. Raoul Aaronson y su padre, el impresor Marty Aaronson, habían hecho un trabajo excelente. Le gustaba particularmente la portada. Las letras y el bongo que flotaba sobre el río estaban grabados. Pasó las puntas de los dedos sobre el relieve y este le provocó cosquillas.
Finn volvió a abrir el libro. Le reconfortaba saber que Mannu y Lulu, e incluso Majida —amiga de la infancia y primera pareja sexual— llegaron a pasar aquellas hojas. Ahora eran parte del libro, y gracias a eso este poseía una historia que ningún documento BC podía llegar a tener. Abrió el lugar donde estaba la mancha hecha por una taza de té condimentado, en la página 47. Fue en aquel extraño café Beijing, cerca del DPA de estudiantes, cuando Mannu lo visitó y se emborrachó… También estaban ahí las marcas y subrayados que hizo Lulu. Y ahí. Y allá. Tres años atrás fue a casa y descubrió que Lulu había destacado, con color amarillo fluorescente, sus párrafos preferidos en el libro. El marcador amarillo provenía del estuche de su madre. El enojo de Finn fue desmesurado. «¡Esto es vandalismo!», recordó haberle gritado a su hermanita de trece años en un tono santurrón. La hizo llorar; no debió dejarse llevar por la ira. De cualquier forma, ahora le daba gusto saber que a Lulu le agradó el libro, e incluso creía que las marcas amarillas estaban justamente donde debían.
Finn percibió un repentino cambio del otro lado del ventanal. Fue el silencio, como cuando el director de orquesta levanta la batuta y el público deja de moverse y espera que los músicos empiecen a tocar. Miró hacia arriba y un instante después la cima de la montaña se iluminó con el alpenglow: era una luz rosada tan intensa y hermosa que dolía. Finn se maravilló al ver el color que bañaba la parte superior de la montaña.
Y luego comenzó a caer la nieve. Al principio los menudos copos se dejaron llevar como plumas, pero después se tornaron más densos y cayeron con rapidez y grosor a medida que la tormenta arreciaba. Finn observó el espectáculo del torbellino por un par de minutos, y luego colocó el libro sobre el diario de Eliana y el libro de Jane Austen; se arropó bien con una frazada y cerró los ojos…
…Cuando despertó estaba oscuro afuera. La tormenta de nieve había amainado y al paisaje lo iluminaba un tono aterciopelado de azul. Los árboles y arbustos tenían toscas formas fantasmales y estaban cubiertos de nieve. Finn escuchó el raspar de una pala. Hennig-BAY-Elm-Sch123, el mozo del hotel, estaba marcando un camino entre la nieve.
Entonces levantó la mano para activar la luz, pero se dio cuenta de que había olvidado reportar que no pudo sincronizar la red de su BC con los servicios del hotel. Tuvo que encender la luz manualmente.
Abrió el diario de Eliana.
Una semana después de jugar el Nivel Uno del Proyecto Tiempo, fue a trabajar y encontró un nuevo diario en su escritorio. Recibió también una nota del Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom en la que este le explicaba brevemente que se había programado una prueba del Nivel Dos del juego para la primera semana del año o tal vez antes. Primero necesitaban incorporar al juego la información recibida de la experiencia de Rouge en el Nivel Uno, pero, ¿podría Finn continuar trabajando por favor en el diario del Bodden mientras tanto? A Finn le pareció un poco raro, pero vaya, jamás había probado juegos antes y no estaba familiarizado con el procedimiento de evaluación. Y, naturalmente, le alegraba continuar trabajando en el diario de Eliana.
Tal como la chica lo había deseado, el segundo diario estaba encuadernado en piel. Era piel fina de becerro, color vino tinto, pero estaba ligeramente desgastada. El diario tenía una hebilla para cerrarse y era elegante y sobrio, muy distinto al juvenil primer diario de la niña. El papel era de excelente calidad, libre de ácido, de buen grosor y a prueba de tinta. Se notaba que la chica disfrutó escribir en él. Su caligrafía había adquirido carácter, y lucía más adulta y relajada. Además, a partir de mediados de diciembre de 2003, cada nota escrita la firmó como Eliana, lo cual le transmitió a Finn la idea de que se había convertido en una jovencita más sensata; su firma era sorpresivamente sencilla y no presentaba los extravagantes círculos y florituras que uno podía encontrar a veces en los documentos del mismo periodo. De hecho, había dejado de usar casi todas las caritas felices y corazones. Era una pena, pensó Finn: ya se había acostumbrado a ellos.
Antes de empezar la traducción —que ya casi terminaba, por cierto—, Finn se había dado a la tarea de leer el diario tres veces en busca de indicios sobre el apellido de la chica y su entorno, pero casi no encontró datos que le ayudaran a resolver el misterio. Ni siquiera se mencionaban los nombres de pila de sus padres.
Finn esperaba que Renko encontrara algo acerca del nacimiento de la chica, el 22 de mayo de 1990, en los registros oficiales. El nombre «Eliana» no era muy raro, pero sí lo suficientemente original para aquel tiempo, y para encontrar un registro sin apellido en un día y ciudad específicos. No obstante, la Gran Devastación por Calor destruyó tantas bases de datos que resultaba casi imposible. Finn incluso realizó una búsqueda con los nombres de los compañeros de clase de su hermana: una tal Vivi Lindenberg que molestaba a Madeline. La búsqueda no arrojó nada, pero la nota en el diario era una de las favoritas de Finn, y si alguien lo obligara a señalar en qué momento surgió aquel vínculo con la chica, sería precisamente ahí:
Miércoles, septiembre 17, 2003
Acabo de ir a la habitación de Madeline por mi goma Súper Sheriff porque no la encontraba y estaba segura de que ella la había tomado, y nunca la vuelve a poner en su lugar, y eso realmente me enoja porque es mía, así que entré corriendo a su cuarto sin tocar y ella estaba llorando en la cama. ¡No podía creerlo! Madeline nunca llora, ella es la feliz de las dos, la bonita, la divertida; a la que todo mundo quiere. ¡Hasta yo la quiero! Y me sentí mal al verla llorando así. Es decir, es mi hermana y todo eso, y me dijo que había una niña en su escuela, una niña corpulenta llamada Vivi Lindenberg, que la molestaba en el gimnasio, que la acosaba y que le escondió los tenis en el cesto de la basura y que cuando los encontró (Madeline), Vivi le puso el cesto (a Madeline) en la cabeza y todas las niñas del salón de Vivi se rieron, y luego Vivi dijo que si ella (Madeline) la acusaba, ella y Kevin, su hermano mayor, la golpearían. Ahora bien, conozco a Kevin porque está en mi grupo, y él cree que es muy buena onda, y es más grande que yo, como casi dos metros (!), pero no me importa porque puedo con él y con Vivi, y voy a defender a Madeline, y eso fue lo que le dije (a Madeline). Y definitivamente la hice sentir mejor, pero la cosa es que Madeline tiene que aprender que ella también puede enfrentar a Vivi, así que ahora mi misión es hacerla ruda (a Madeline). Pero no le voy a decir que eso es lo que estoy haciendo porque ella tiene que descubrirlo por sí misma. Así que le prometí que ya nadie la iba a molestar y luego le di un pañuelo para que se limpiara los ojos y se limpiara los mocos que le escurrían de la nariz y entonces todo estuvo mejor. Luego le grité por lo de mi goma Súper Sheriff y le dije que cómo se atrevía a tomarla sin pedírmela primero y le pregunté en dónde diablos estaba y luego ella se levantó y me corrió de su cuarto así nada más. ¿A ti te parece que eso es gratitud?, ¿eh?
Finn sonrió. La chica sabía manejar la ironía. Esperaba que, al terminar aquel diario, hubiera más de Eliana para leer.
Había mucho de lo que quería enterarse, en especial de lo que pasó con ella y aquel chico Teichgräber que, todo indicaba, apareció en su vida en algún momento de 2004. Alexander Landuris, el que le dio el frotón con los nudillos el día que cumplió trece años, había desaparecido desde mucho tiempo atrás. También Ben, aquel que ella creía que también le gustaba. Ahora estaba interesada en Moritz Teichgräber (a quien, por desgracia, también había sido imposible rastrear).
Marzo 23, 2004
El Concierto de Primavera estuvo increíble, todo mundo pensó lo mismo. Herr Petersen dijo que era la mejor orquesta de música de cámara de secundaria que había dirigido —sí, muchas gracias. Cuando nos dio las partituras nadie creyó que lo lograríamos. O sea, es Vivaldi, no «María tenía un corderito». ¡Pero salió bien! Fue emocionante escucharnos tocar juntos, esforzándonos por oírnos unos a otros y, al mismo tiempo, ser parte de algo más grande. Pero lo mejor sucedió después, cuando Moritz Teichgräber se acercó y me dijo que le había gustado mucho cómo toqué. Me quedé un momento sin saber qué decir y estuve a punto de voltear atrás para ver si le hablaba a alguien más. Es un chico muy popular y tiene como un año más que yo, acaba de cumplir quince y yo cumpliré catorce en mayo. De cualquier manera, sentí como que me perdía en sus ojos. Son muy oscuros. Se parece un poco a Robbie Williams pero en más joven. Le pregunté si iba a ir a la fiesta de Joya el sábado porque sabía que lo había invitado, pero me contestó que lo iba a intentar pero no estaba seguro. ¡Oh, por favor! Que vaya a la fiesta de Joya. ¡¡¡¡¡¡¡¡¡Es precioso!!!!!!!!!!
La palabra «precioso» desconcertó a Finn; jamás había escuchado que se usara para describir a un chico o un hombre. Hizo una nota para recordar que debía clopear la palabra para aprender cómo evolucionó su uso a través de los siglos.
Domingo, marzo 28, 2004
Moritz no fue anoche a la fiesta de Joya, pero Victor, su mejor amigo, estuvo ahí y dijo que Moritz estaba en Postdam porque participaría en una competencia de nado, y que por eso no había ido a la fiesta. Johanna dijo que yo debería estar contenta de que estuviera en una competencia, y no en alguna cita con alguien más. Pero ahora no lo veré como en tres semanas y, ¿quién sabe lo que puede pasar en todo ese tiempo? Su grupo irá a Londres el lunes y estará allá una semana, y luego vamos a tener dos semanas de vacaciones de Pascua. (¿Te dije que vamos a ir a casa de Oma Uschi y que luego voy a visitar a mi prima Miriam en Frankfurt?) Johanna está de acuerdo en que tres semanas es mucho tiempo, pero dijo que no debería preocuparme porque me va a invitar a su fiesta el 23 de abril, y ahí voy a tener otra oportunidad. Con la suerte que tengo, seguramente Moritz tendrá que ir a otra competencia de nado. O peor aún, estaré enamorada de alguien más para entonces.
Finn se carcajeó. Ahí estaba de nuevo, esa comprensión de la ironía. Era raro encontrar a alguien que la manejara siendo tan joven. De hecho, era extraordinario. Y encantador… ¿O todos los jóvenes se expresarían así en el siglo XXI? ¿Sería, sencillamente, que en la época que él vivía se necesitaba más tiempo para desarrollar ese elemento de la retórica?
Miércoles, abril 21, 2004
Hoy, al fin, vi a Moritz en la escuela, a la hora del recreo, pero solo fue un segundo porque me dijo que tenía que ir al laboratorio de matemáticas porque iba a tener un examen el jueves. Me preguntó si iba a ir a la fiesta de Johanna el sábado… y yo le contesté: «¿Es mi mejor amiga o es mi mejor amiga?» Y él se rio y dijo: «Creo que también puedo ir». Y luego yo dije: «Genial», y él me dijo: «Hueles bien», y entonces yo le dije: «¿En serio?», y él como que se inclinó y olfateó un poco y dijo: «Mmm», y luego yo le dije: «Infinitissimo», y él dijo: «¿Qué?, y yo le dije: «Es mi perfume, se llama Infinitissimo», y él dijo: «tengo que irme», y yo le dije: «Hasta luego».
Creo que estoy enamorada.
Finn cerró el diario. ¿Cree que está enamorada? ¿Qué es esto del amor? ¿Qué tiene que ver con todo lo demás?
Se levantó, se preparó una taza de té fuerte, volvió a sentarse, bebió un sorbo, luego otro, miró afuera un momento, vio que había empezado a nevar otra vez, tomó otro sorbo más, abrió el diario, lo cerró, volvió a levantarse, sacó su neceser de artículos personales de la cómoda y tomó una pequeña y delgada ampolleta. Volvió a sentarse en la silla larga, abrió con cuidado la ampolleta e inhaló el fluido color coñac… Infinitissimo… Ese adolescentito Mortiz Techgräber no sabía nada. Infinitissimo era más que solo «Hueles bien». Era absolutamente… irresistible… era una bocanada de eternidad.
Finn olfateó sobre la ampolleta por uno o dos minutos más, la volvió a guardar en el neceser y se acabó el té. Luego se recargó en la silla larga y abrió el diario en las dos últimas páginas. La escritura era minúscula y se sentía apretada. Era probable que Eliana supiera, desde el principio, que tendría mucho que decir sobre ese día y por eso se hubiera sentido obligada a apretujar todo en las dos últimas páginas en blanco del diario. Finn todavía no traducía ese texto. Lo guardó para el final, pero no solo porque fuera el último o porque le hubiera costado trabajo leerlo, lo hizo porque era el más difícil de traducir en el aspecto emocional. Todo ese entusiasmo, pensó, toda la ilusión.
Sábado, abril 24, 2004
Moritz fue anoche a la fiesta de Johanna. Y esto es lo que sucedió:
Al principio como que nos ignoramos. Él hablaba con los otros chicos, y yo con mis amigas. Pero luego, cuando me senté en el sillón de color rojo oscuro, él fue a sentarse junto a mí. Quedamos apretados, o sea, nuestras piernas se tocaban y toda la cosa porque el sillón en realidad es solo para una persona. Así que hablamos sobre todo, de nada en especial, como de Londres y lo que hicimos en las vacaciones de Pascua y otras cosas, y de repente David, el hermano mayor de Johanna que era el DJ de la fiesta, tocó «A Moment Like This», la canción de Kelly Clarkson. Y a mí me fascina esa canción y dije: «Ay, me fascina esta canción», y entonces Moritz me preguntó si quería bailar y yo me empecé a reír porque no recordaba haber bailado una canción lenta con ningún chico antes. Supongo que él creyó que mi risa significaba que sí aceptaba, porque entonces me tomó de la mano. Yo tenía las manos sudorosas y me sentí incómoda, pero luego pensé que tal vez a él también le estaban sudando las manos y entonces pues no importaba. Luego me tomó de la cintura y yo coloqué mi mano izquierda sobre su hombro para bailar, y antes de que pudiera darme cuenta ya estábamos bailando muy, muy cerca y entonces supe que el corazón me latía rápido, pero el de él también, y fue extraño saber que había dos corazones latiendo a toda velocidad uno tan cerca del otro. Y luego me dijo algo y no pude escuchar, y me acercó a él para murmurarlo en mi oído. Y yo sentí que su aliento ardía cerca de mi oreja, pero ardía de una buena forma, como ardor de emoción. Creo que mi oreja nunca sintió algo tan ardiente y emocionante como sus labios. «¿Infinitissimo, eh?», dijo, y luego deslizó sus labios sobre mi cuello. Y a mí se me puso la piel de gallina de inmediato como en todo el cuerpo, no solo el cuello y dije: «Eh, eh, me lo dio mi Oma Uschi el año pasado en mi cumpleaños», y él dijo: «Tienes una abuela agradable», y yo dije: «Ajá», y Kelly Clarkson cantó: «Oh, no puedo creer que esto me esté pasando a mí», y luego yo tampoco podía creer que me estuviera sucediendo a mí también porque entonces me besó.
En una escala del uno al diez donde diez es «morirse del asombro» y uno «nunca jamás en un millón de años», al beso de Moritz lo calificaría tal vez con un seis punto cinco. En primer lugar, como que se inclinó hacia el frente cuando me besó y me hizo perder el equilibrio, y luego fue un beso algo torpe, como que con mucha saliva, mucha lengua, muchos dientes golpeándose y demasiado sabor a la cerveza que él había bebido. Así que me desilusioné un poco. Bueno, no, me desilusioné mucho. Después le conté a Johanna, y ella me dijo: «Qué lástima, porque de verdad que es precioso», y yo dije: «Debí imaginarlo. ¿Qué puedes esperar de alguien con un nombre como Moritz Teichgräber?
Pero ya basta. Ahora tengo que concentrarme en conseguir un diario nuevo porque este ya casi está lleno, y también tengo que comprar el regalo de cumpleaños de Robert. Saldremos de compras en un rato. Madeline y yo nos encontraremos con mamá en el mercado donde pasea con sus amigas, las Mujeres de Negro que beben café latte todos los sábados. En serio: ¡jamás las veo vestidas de otro color! Negro, negro, negro y, a veces, un poco de gris.
Bueno, el caso es que mamá va a ir conmigo y con Madeline a Dusenhuber para ver si podemos encontrar algo para Robert. Ella dice que deberíamos hacernos clientas de las librerías pequeñas y no de las grandes cadenas que monopolizan el mercado, pero yo le dije que en Dusenhuber hay unos lindos sofás de piel en los que puedes estirarte y leer libros. «¡Y también tienen café latte!», dije. «Genial», dijo mamá y puso los ojos en blanco. «Y», también dije, «tienen una sección de ciencia ficción». Aunque debo decir que no puedo creer que Robert lea todo eso; a mí me dan escalofríos solo de ver las portadas, en especial de los cuentos estadounidenses, y esos son los que Robert siempre lee. En todas las portadas aparecen hombres con los músculos saliéndoseles de la camisa, y siempre están apuntando con la pistola o batiendo espadas y además siempre algo está explotando al fondo. Y si hay una mujer, está medio desnuda y tiene pechos grandes que siempre se le están desparramando de un corsé medieval comprado por correo.
De pronto Finn se descubrió carcajeándose. ¡Tenía razón! Él también había visto esos libros. Había varios en el Iceberg y en la Nueva Biblioteca del Congreso, en Washington. Había que admitir que no tenían nada de artístico y, además, prácticamente nunca acertaron sobre cómo sería el futuro.
Y hay otra cosa más que no entiendo: ¿por qué tienen todas estas imágenes medievales en libros que toman lugar en el futuro? Espadas, armadura y correo. ¿Y por qué tienen que tratarse siempre de la guerra? Una vez se lo pregunté a Robert y me dijo: «Porque la ciencia ficción es para hombres y a los hombres les gusta pelear». Y quizá sea verdad. «Pero no es justo», le dije, «porque a mí no me molestaría leer sobre el futuro y sobre cosas como de ciencia. ¿Pero quién quiere leer sobre guerra y juegos bélicos y naves y monstruos del espacio que raptan a mujeres terrestres?» Y Robert dijo: «Tú piensas así porque eres una chica». «Bueno, creo que sería agradable leer una novela de ciencia ficción sobre gente que se enamora», le dije. Y Robert se rio y me dijo: «A ver, vamos, escríbela, a ver si alguien la lee». Tal vez lo haga. La llamaría Ciencia ficción para enamorados, o algo así.
Pero mientras tanto, tenemos que comprarle un regalo a Robert. Dijo que le gustarían algunos libros o películas de ciencia ficción para su colección; algo como «Terminator» y «2001 Odisea del espacio:», así que se me ocurrió comprarle «El diario de Bridget Jones» y «Notting Hill».
Lo cual me recuerda: finalmente empecé a leer el libro que me regaló mamá cuando cumplí trece, Orgullo y prejuicio. ¡Me sorprendió darme cuenta de que en realidad me gustaba! Adoro a Elizabeth Bennet y al señor Darcy. Solo espero que terminen juntos. Le dije a mamá: «Si no se hacen pareja al final, ¡no quiero leerlo!» Y mamá me dijo: «¡Léelo!». También me contó que la BBC había hecho una serie de seis capítulos sobre el libro y que se podía comprar en DVD. Bueno, ¡tal vez eso es lo que debería comprarle a Robert de cumpleaños!
¡Pum! Algo golpeó en la ventana. Finn miró hacia arriba. ¡Otro pum! Era una bola de nieve.
Se acercó a la ventana. A las cercas bajas las cubría un grueso manto de nieve y detrás de ellas estaban Renko y su nueva amiga, Gao Dongsheng-Johnson. Ambos le hacían señas con los dedos y sacaban la lengua como niños tontos. Finn tomó el control remoto y abrió la ventana.
—¡Noticias de última hora! —dijo Renko—. Hay…
Pero Gao lo interrumpió.
—¡A las nueve sale un rapidito a Múnich!
Finn siempre se reía cuando escuchaba la palabra «rapidito». Los asiáticos, en especial los de la provincia china, insistían en llamarle «rapidito» al SwiftShuttle, en lugar de «swuttle» o transbordarapidor.
—Pensamos que podríamos comer aquí en el hotel —continuó Renko—, y luego ir a conocer ese nuevo club, «Citas y Parejas» en Múnich.
Finn titubeó. Prefería quedarse a leer o traducir, despertar temprano y…
—Ay, Finnkins, ¡no te atrevas a decir que no! —exclamó Gao.
Gao vio el diario de Eliana sobre la silla larga.
—Si no vienes con nosotros, Finn Nordstrom, comprobaremos que una adolescente que lleva por lo menos doscientos años muerta es más importante para ti que…
—¿Que qué? —preguntó Finn desafiante, y con una sonrisa en los labios.
—¡Que emborracharte con nosotros! —añadió Renko.
Finn se rio con ganas.
—Expresado de esa manera, solo puedo responder de una manera —dijo, y se cerró el cárdigan. Con la ventana abierta había entrado el viento helado.
—Vaya, este bibliotecario trae un zapato abierto —dijo Renko, y se agachó detrás de la barda para cerrarlo.
—¿Y esa respuesta es…? —preguntó Gao, al mismo tiempo que inclinaba la cabeza con un toque seductor.
A primera vista Gao parecía europea porque era rubia, pero al mirarla de cerca se podía ver que su cabello era grueso, lacio y brillante como el de muchos chinos. Además, sus pómulos marcados, la nariz recta y los ojos en forma de almendra también le recordaban a uno a la gente asiática.
—¿Y entonces? —preguntó Gao con una gran sonrisa—, ¿vendrás con nosotros?
Finn estaba feliz de que Renko hubiera encontrado una amiga. Gao era dulce y divertida, aunque a veces se pasaba un poco de la raya porque se excedía con el entusiasmo como las coquetas anfitrionas que siempre asistían a sus conferencias anuales como traductor. Pero, naturalmente, a las anfitrionas las entrenaban por años en el arte de animar a otros porque en eso consistía su trabajo. A esta mujer, por otra parte, parecía que se le había pasado la mano con la dosis de JollyBeans, o alguno de los otros fármacos sintéticos que la mayoría de los PA consumían en aquellos días para trabajar más tiempo y con mayor eficiencia. Había, por supuesto, gente con mucha energía, altos niveles de testosterona y otras disfunciones relacionadas con la hostilidad, como sucedía en general con muchos adolescentes y PA varones. A ellos se les prescribían otro tipo de drogas: tranquilizantes y bálsamos sedantes. Finn era una de las pocas personas de su edad que prácticamente no ingerían nada; excepto, claro, por un té condimentado de vez en cuando, sus bebidas energéticas y la ocasional Pastilla de la Diversión que Renko conseguía a través del amigo de un amigo en Colombia, al sur del continente americano.
—¿Y tu respuesta? —insistió Gao con una bonita sonrisa—. ¿Vienes o no?
—Pues… —comenzó a decir.
Renko dio un salto, y ¡zuuum!, le arrojó a Finn una bola de nieve que lo golpeó en el hombro derecho.
—¡Ouch! —gritó Finn, al tiempo que se arrastraba para tomar el control remoto de la ventana. Demasiado tarde. ¡Zuuum! Otra bola de nieve, pero en esta ocasión de Gao, lo golpeó en la nuca—. ¡Ay!
Renko volvió a apuntarle.
Entre risas, Finn levantó los brazos a modo de rendición.
—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Trato hecho! ¡Vamos a Múnich!
Finn se quedó dormido leyendo Orgullo y prejuicio. Eso rara vez le sucedía cuando tenía un libro entre las manos, pero este libro de Jane Austen lo estaba leyendo en su BC. Por alguna razón no pudo agrandar el número de la fuente. La pequeñez de las letras le resultó extenuante y eso, combinado con el embriagante aire alpino, la salvaje forma en que bailó en el Club Citas y Parejas, la bebida en exceso y el ligero aburrimiento en general de la tarde, no ayudaba en nada a mantenerse despierto y alerta. Algunas horas después, sin embargo, cuando despertó a otra excesivamente soleada mañana de cielo azul imposible, pudo terminar la novela.
Ya había leído el libro años atrás en la escuela. Fue para la materia de «Clásicos ingleses», para la que también tuvo que leer a Shakespeare, Charles Dickens, J.K. Rowling y Oscar Wilde. En aquel tiempo le pareció que la novela de Austen era un poco frívola, que se trataba de un cuento de hadas de principios del siglo XIX, sin embargo, esta ocasión le pareció que tal vez se escribió como una sátira del amor romántico y el matrimonio. Dio por hecho que a una chica tan joven y sin experiencia como Eliana no le habría sido posible captar el tono irónico de la novela. Lo más probable era que se hubiera sentido atraída irremediablemente al guapo señor Darcy y, al igual que la señorita Elizabeth Bennet, heroína de la novela, esperara encontrar el amor verdadero y diez mil libras al año. O su equivalente en euros, claro.
Amor verdadero. Qué tontería, y sin embargo… cuán intrigante. ¿De verdad una joven de ágil pensamiento y espíritu fuerte como Elizabeth Bennet pudo haber tenido un efecto tan devastador en un hombre sensato, racional y pragmático como…?
Entre sus pensamientos apareció un parpadeo metálico. Era un mensaje del Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom. El Nivel Dos estaba listo. Era hora de volver a Berlín.