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«EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO»: EL JUEGO

Con una mezcla de incomodidad y emoción, Finn abordó el Sacacorchos a la cafestaff del séptimo piso para tomar el té con el Doctor Doctor Sriwanichpoom. A su llegada lo recibió la Anfitriona Henriette GFW-loe22, una mujer morena de baja estatura con un delantal color pastel de damasco floreado que evocaba recuerdos de Provençe. La anfitriona condujo a Finn al comedor francés privado número 5 y lo sentó a la mesa.

A Finn jamás lo habían invitado a un apartado en el Iceberg, por lo que comenzó a moverse con nerviosismo en su asiento. Mientras esperaba, observó el lugar. La luz del sol todavía entraba y el mobiliario era rústico y agradable. Finn seguía esperando que llegara el director de la Biblioteca de Europa, pero de pronto recibió en su BC un menú de postres y refrigerios. Había de todo, de madalenas a merengues y mousses.

—¿O preferiría pasteles y tartas, monsieur? —preguntó Henriette al percibir su indecisión—. Si se desplaza hacia abajo, verá que también servimos pastelitos, hojaldres y postres helados, así como sorbetes y escarchados. —Aunque tenía cierta intermitencia robótica, el acento de la anfitriona era encantador.

—Tal vez deberíamos esperar a que llegue el director antes de ordenar —dijo Finn.

—Por favor —se escuchó una voz de hombre—, siéntase libre de ordenar.

Finn volteó y vio a Rirkrit Sriwanichpoom vestido impecablemente con un traje de seda blanco y sentado a la mesa frente a él, con una tetera de té recién hecho y una selección de pastelitos en un exhibidor de pisos. O, mejor dicho, no era el director sino su holograma, cuya imagen dejaba bastante que desear, por cierto. El brillo con los colores del arcoíris era lo que delataba lo pobre de la calidad. Finn se levantó para estrechar la mano de su superior.

—No, no —dijo Sriwanichpoom—, siéntese, por favor. Si se mueve mucho, hará que la imagen parpadee aún más.

Finn se sentó.

—Lamentamos este asunto de la holotransmisión —dijo el director—: nos convocaron a una reunión en el subcontinente.

Finn sonrió como un gesto comprensivo.

—Además, algo anda mal hoy con la recepción acá. No podemos recibir su imagen; es por eso que este director está comiendo con usted en Greifswald. ¡Vaya! Ya es hora de que comercialicen la teletransportación, ¿no cree? Pero hasta que eso suceda, esta será la única tecnología que tendremos. —El director se inclinó hacia el frente—. Luce pálido. ¿Es usted o la transmisión? —dijo, y luego le gritó a alguien que estaba a su izquierda pero no se alcanzaba a ver—. ¿Podrías revisar el color de esto? El interlocutor de este director se ve terrible. —Volteó a ver a Finn, extendió la servilleta de tela de golpe y se la colocó al cuello como babero.

Y en ese momento, Finn supo a quién le recordaba el director: a Maxim Capri, aquel cruel chico de Fire Island que solía pegarles a él y a Mannu con una toalla mojada, el mismo chico que hackeó sus BC y los lanzó al juego Triunfos de Muerte.

—¿Ya escogió su postre? —preguntó el Doctor Doctor Sriwanichpoom.

—Aún no, señor. —Finn escaneó el menú lo más rápido que pudo. Pensó que probaría el té energético de canela y…

—Un té energético de canela —le dijo Sriwanichpoom a Henriette, la anfitriona de Finn. Luego volteó a mirarlo, y preguntó—: ¿No es así?

Finn se sonrojó. Era demasiado perturbador que aquel hombre pudiera leer sus pensamientos.

—Descuide —dijo Sriwanichpoom—, este hombre no puede leer sus pensamientos. Fue solo una suposición bien fundada. —El director se rio y, cuando estiró los labios hacia atrás y dejó ver los dientes, dio la apariencia de un caballo relinchando. Finn notó que los dientes eran largos y afilados como los de un carnívoro; eran muy blancos y parecían absolutamente perfectos. Algunas personas, de hecho, preferían algo de imperfección dental, como fisuras entre los dos incisivos del frente o un primer premolar doblado, incluso la falta de algún colmillo, y mandaban a hacer estas fallas, que se fabricaban bajo pedido. Era gente que creía que la imperfección les añadía algo de encanto. Pero no era el caso de Sriwanichpoom. El encanto no era su fuerte—. ¿Por qué no prueba la crema bávara de fresa? —le preguntó a Finn—. Aquí la preparan con un fino licor de kirsch.

Finn titubeó un momento mientras ordenaba sus pensamientos, pero el director era muy impaciente.

—Continuemos con la reunión, ¿de acuerdo? —añadió, en ese chillón y nasal tono que le caracterizaba—. Henriette, tráele a este joven los siguientes postres: la crema bávara de fresa, una rosca con chantilly, el relámpago de crema de café, la delicia de menta, el…

—Por favor —dijo Finn agitado, al mismo tiempo que levantaba la mano en son de protesta. No era un niño, y estaba perfectamente capacitado para elegir un postre por sí mismo. ¡Qué bueno que el holograma no podía pararse y colocarle un babero en el cuello también!

¿O sí podía? No había prestado mucha atención en sus clases de ciencia y tecnología, pero desde una perspectiva lógica, parecía imposible. Después de todo, el holograma era solo una proyección.

—¡Oh! ¿No quiere probar la delicia de menta? —preguntó Sriwanichpoom con tono incisivo. Finn manejó el dejo de condescendencia del director con la mayor elegancia posible.

—No, no, está bien. Gracias, señor. Es que cuatro pastelitos son más que suficiente.

—Que así sea entonces. —El director le hizo un gesto de despedida a la anfitriona Henriette.

Finn se movió con nerviosismo en su asiento.

—¿Le importa? —preguntó el director, al mismo tiempo que señalaba su té.

—Por supuesto que no —contestó Finn.

Sriwanichpoom levantó la delicada taza y bebió un sorbo. Su meñique derecho se levantó y emitió un brillo rojo. Era algo que sucedía con los hologramas de baja calidad. Y con los meñiques.

Finn estaba muy consciente del silencio que reinaba en la pequeña habitación.

Sriwanichpoom levantó su tenedor, fijó el objetivo, pinchó la tartaleta de naranja que yacía indefensa en el plato y la devoró completa.

Finn sintió que la nuca se le quebraba de pánico.

Henriette volvió con los postres y el zing de Finn.

Sriwanichpoom se limpió los labios con ligeros toques de la servilleta, y luego miró a Finn como si solo estuviera esperando tener toda su atención.

—¿Sí? —preguntó Finn con nerviosismo.

—Seguramente se está preguntando usted, joven, por qué se le pidió venir.

La forma en que dijo «joven» fue como un golpe de toalla mojada en el oído, pero Finn trató de ignorar el embate.

—Le tenemos una propuesta —dijo Sriwanichpoom.

¿Sería ese el momento en que el director de la Biblioteca de Europa le ofrecería a Finn realizar la traducción de todo el descubrimiento del Bodden? La ansiedad era insoportable. Sintió vértigo y la boca se le secó por completo. Aclaró la garganta.

—¿Tiene sed? —preguntó Sriwanichpoom—. ¿Desea beber su té?

—Oh, sí —dijo Finn, quien ya había incluso olvidado que tenía la bebida frente a él. Luego bebió un sorbo. El té le aclaró la mente—. ¿Una propuesta? —preguntó.

Sriwanichpoom asintió y luego pinchó la crema bávara de fresa con el tenedor y comió el bocado.

Finn interpretó el gesto como una invitación a probar sus postres también. Cortó la esquina de la delicia de menta y, ciertamente, estaba deliciosa.

—Sí —agregó Sriwanichpoom, mientras se limpiaba nuevamente la boca con la servilleta de tela—. Una propuesta. La Biblioteca de Europa acaba de coproducir un juego nuevo.

—¿Un juego, señor? —preguntó Finn, desconcertado.

El director se inclinó hacia delante. Se encontraba tan cerca que si hubiera estado ahí en persona, Finn habría podido oler en su aliento el licor de kirsch de la crema bávara.

—Sí —explicó el director—, se trata de un juego. Las ciudades universitarias de Greifswald y Berlín han estado trabajando por bastante tiempo en una nueva línea de entretenimiento neuroestimulante, diseñada con la tecnología más avanzada. Con este juego se piensa brindarles a los estudiantes de historia, y a cualquier otra persona interesada en el pasado, entendimiento detallado y sensorial de algunos periodos seleccionados. Estos juegos serán más reales, fidedignos, satisfactorios y entretenidos que cualquier otra experiencia que hayan tenido los usuarios.

Finn estaba confundido. ¿Exactamente hacia dónde iba el director con toda esa información?

—Tal vez se esté preguntando exactamente hacia dónde se dirige este director —dijo Sriwanichpoom.

Ahí estaba otra vez, leyéndole la mente. Finn sonrió ligeramente y terminó de comer la delicia de menta.

—Necesitamos gente que haga las pruebas —dijo el director después de beber otro sorbo de té—. Necesitamos que alguien verifique la precisión histórica de los paisajes y las interacciones. Además, para asegurarnos de que los juegos son seguros, evaluaremos las reacciones que presenten, en las diversas situaciones y estímulos, quienes prueben los juegos. Mediremos la presión arterial, niveles de adrenalina y otros parámetros similares. En pocas palabras, creemos que esta experiencia podría interesarle.

Finn seguía confundido. No era raro enterarse de historiadores que trabajaban como asesores para el desarrollo de juegos, pero, evidentemente, esa no era su línea de trabajo y él jamás se había sentido atraído a una actividad como esa. La mayoría de los juegos virtuales estaba muy lejos de ser material con valor educativo, y él era un académico muy serio.

—Estamos conscientes —dijo Sriwanichpoom— de que hasta ahora este tipo de asesoría no forma parte de su CV, pero sí ha podido disfrutar algún juego desafiante de vez en cuando, ¿no es verdad? ¿Como «Vete con Goethe»?

El director tomó a Finn por sorpresa. ¿Cómo era posible que supiera los juegos que jugaba? ¿Habría ingresado a sus archivos personales?

—Bueno, sí, ciertamente —dijo Finn tartamudeando—, pero…

—¿Entonces por qué la duda? —El director enterró su cuchara en un cremoso mousse de chocolate.

«Duda» no era la palabra adecuada. Finn sintió que era algo mucho más oscuro que eso. Era un profundo sentimiento de… temor. Sí, un mal presagio. ¿De dónde surgía? ¿Sería de la experiencia tan cercana a la muerte que tuvo en Triunfos de Muerte, el juego del Invierno Negro? ¿O se debía al hecho de que Sriwanichpoom, por sí mismo, era ya demasiado amenazante? Tal vez las dos cosas.

—Este historiador no tiene experiencia ni es un ambicioso jugador de juegos de realidad virtual neuroestimulantes —comenzó a explicar con bastante tacto—. La opción de «Regreso a casa» siempre ha sido su parte favorita. —Finn sonrió para ocultar la desagradable sensación de miedo.

—La experiencia y la ambición no son necesarias para nuestro nuevo juego —acotó el director—. ¿Es eso todo lo que le preocupa?

—Nadie está preocupado —dijo Finn, lleno de preocupación—. A este jugador no le agradan los juegos en los que a gente inocente se le dispara, se le corta en partes o se le hace estallar, tan solo por diversión.

Sriwanichpoom dejó caer la cuchara al plato y solo se escuchó el golpeteo.

—El juego es educativo y tiene como objetivo capturar la vida cotidiana del pasado —dijo con vehemencia—. Finn Nordstrom, usted tiene habilidades y características que hemos estado observando por algún tiempo. Uno de los juegos tiene como escenario el Berlín de entre siglos. Termina inmediatamente después de la Era del Invierno Negro, en 2018. Su excelente traducción del diario de la niña nos ha demostrado que el juego coincide con sus capacidades y talentos, y que usted podría transformarlo en una mejor herramienta.

Sriwanichpoom tenía talentos maquiavélicos, pensó Finn, porque ahora se sentía incluso halagado por el hombre. Pasó tres años subestimado e ignorado por sus superiores, pero ahora, al fin, la gente comenzaba a notarlo.

—A este historiador le gustaría recibir más información —se atrevió a decir Finn.

—En ese caso, información será lo que recibirá —respondió Sriwanichpoom con una amplia sonrisa que dejó entrever sus grandes y afilados dientes. Comió un poco más de su mousse de chocolate—. Mmm, interesante. En verdad debería probar esto. ¿Gusta que Henriette le traiga mousse?

—No, en serio, este comensal está muy contento así —dijo Finn, y luego hundió su cuchara en la crema chantilly que coronaba la rosca para mostrar con exactitud cuán feliz estaba.

—El nuevo juego se llama «En busca del tiempo perdido» —explicó Sriwanichpoom.

—Muy proustiano.

—Sí, mucho —asintió el director—. Lo abreviamos «Proyecto Tiempo».

—¿Y la arena de juego? —preguntó Finn.

—Berlín, principalmente, pero también un poco de la costa báltica de Alemania. El periodo es entre 2000 y 2018. El jugador hace una visita cronológica. Inmersión total absoluta.

—La mayoría de los juegos prometen «inmersión total absoluta».

—Aquí usted no será capaz de diferenciar entre el juego y la realidad. Estará profundamente involucrado en todos los sucesos, sin embargo, nunca olvidará quién es.

Finn estaba intrigado. El problema que encontraba en la mayoría de este tipo de experiencias era que, en cuanto uno aprendía las reglas y entendía los rasgos esenciales, se sentían como juegos. Eran repetitivos; o uno simplemente chocaba con un muro invisible donde el juego terminaba, te desincronizaban, y luego te lanzaban de vuelta al último punto de revisión. En algunos de esos juegos el riesgo era bastante, pero en el fondo siempre había algo que se veía vago o borroso; era como una mancha gris que el ojo mental detectaba, y que te lo decía todo: se trata de un juego.

—¿El jugador tiene superpoderes? —preguntó Finn.

Sriwanichpoom se rio. Ahora sus impecables dientes blancos estaban manchados de mousse de chocolate.

—¿Superpoderes?

A Finn le parecía que la pregunta era perfectamente aceptable.

—Sí, ¿el jugador se puede hacer invisible?, ¿puede volar, escalar edificios o…?

—¿O leer mentes? —agregó Sriwanichpoom—. Su pregunta revela su edad, Finn Nordstrom. No, el jugador no tiene superpoderes, solo es humano y, además, el BC no sirve para nada en el juego. —El director se tomó un instante para terminar otro de sus postres; era algo amarillo, adornado con delgadas rodajas de pistache—. Sin embargo, cuenta con una pareja que lo puede ayudar.

—¿Una pareja?

—Sí, un amigo. El jugador no entra solo a la arena, tiene un amigo que le ayuda a mantenerse en el camino. —El director se recargó sobre su elegante sillón, cerró los ojos y jugó por un instante con su cola de caballo; partió las puntas de algunos de los cabellos. Luego volvió a sentarse erguido—. Si aceptara trabajar con nosotros, Finn Nordstrom, ¿a quién elegiría como pareja? Debe ser alguien que lo conozca muy bien.

La primera opción de Finn habría sido, si estuviera vivo, Mannu, su hermano. Tenían un vínculo fuera de lo común. Pero no tenía caso considerarlo siquiera. Elegiría a Renko, por supuesto.

—Y debe ser alguien —continuó explicando el director— que esté en perfecto estado de salud. —Después de decirlo, el director le sonrió a Finn con picardía—. Por desgracia, su buen amigo Renko Hoogeveen —dijo, inclinándose hacia el frente—, por desgracia, Renko Hoogeveen convalece de un trasplante ocular: no puede probar juegos.

Finn y el director se miraron fijamente hasta que Rirkrit Sriwanichpoom abrió la boca para decir:

—¿Qué hay de…?

—No —interpuso Finn—, este hombre no cree que ella lo haría.

—Ah —dijo el director, complacido—. ¿Ahora es usted quien lee la mente?

—Fue solo una suposición bien fundada —aclaró Finn con un tono muy enfático—. Ella es fiscuan, tiene cosas más importantes que hacer.

—Le sorprendería saber lo mucho que aprecian los fiscuans un buen juego. Rouge Marie Moreau es una mujer ocupada y muy trabajadora, es cierto, pero tomarse un respiro de vez en cuando es bastante benéfico. —Hubo un ligero toque de lascivia en el tono del director y, por vez primera, le dio la impresión a Finn de que Rouge y el director de la biblioteca podrían conocerse mejor de lo que él suponía.

Una vez más se miraron durante algunos segundos, como retándose a hablar. Finalmente, Finn rompió el silencio.

—¿Cuál es el verdadero objetivo de este juego? —preguntó, y Sriwanichpoom retomó su actitud fría de negociante.

—Recuerde que es educativo. El objetivo es disfrutar de la experiencia, al mismo tiempo que se llevan a cabo ciertas tareas.

—¿Qué tipo de tareas?

—Las tareas son sencillas al principio: caminar por la calle, comprar un mapa. El juego tiene siete niveles; cada uno de ellos toma más tiempo que el anterior, y va siendo más complejo. Como ejemplo de tareas más difíciles, tenemos: iniciar una conversación, hacer un amigo, preparar una comida de tres tiempos, hacer un viaje.

—¿Preparar una comida de tres tiempos? —exclamó Finn casi riéndose—. ¿Sin roboayuda? ¡Vaya, eso sí que es educativo!

Monsieur? —interrumpió Henriette.

—¿Sí? —dijo Finn, volteando a verla.

—¿Le gustaría otro zing o más pastelillos?

—Gracias, Henriette —dijo Rirkrit Sriwanichpoom—, eso será todo por el momento. —Henriette dio un giro de ciento ochenta grados, y Sriwanichpoom volvió a concentrarse en Finn—. ¿Y bien? ¿Qué dice?

Era obvio que la Biblioteca de Europa quería que Finn hiciera este trabajo. Y, ciertamente, se trataba del periodo histórico con el que más estaba familiarizado: era perfecto para el puesto. Si Rouge también era perfecta para trabajar con él… esa era una pregunta completamente distinta. Pero, en general, no había nada de malo en el juego per se. De hecho, incluso sonaba intrigante, en particular porque el periodo de cambio de milenios había recibido hasta ahora muy poca atención por parte de los diseñadores de juegos. Pero… ¿pero qué? ¿Qué era lo que le preocupaba?

Era E., por supuesto. ¿Qué había con E. y los documentos Bodden? ¿Qué pasaría con su verdadero trabajo?

—¿Le preocupa que esta misión lo pueda alejar de… su verdadero trabajo? —preguntó el director, adivinando una vez más, bueno, no: más bien, completamente al tanto de sus pensamientos.

La sensación de temor volvió a Finn. ¿Por qué lo conocía tan bien aquel hombre?

—Hizo usted un excelente trabajo con la traducción, jovencito —dijo Sriwanichpoom—. Si decide ayudarnos, le aseguro que el juego no lo distraerá del trabajo que ya comenzó.

¿Sería un soborno? Finn no estaba seguro de si debía sentirse ofendido o no.

—Este director le asegura —continuó Sriwanichpoom con un gran despliegue de sinceridad— que si nos ayuda, usted será quien decodifique el diario de Eliana.

La emoción que embargó el cuerpo de Finn fue tan violenta que por un momento pensó que lo dispararía de su asiento hasta el techo del Iceberg, como si fuera un crucero espacial. El director acababa de decir su nombre: Eliana. Cada sílaba era como un golpe de electricidad. E-lia-na. Finn sintió la descarga eléctrica del nombre, desde el dedo pequeño del pie hasta cada uno de los folículos de cabello que tenía en la cabeza. Eliana: la autora del diario tenía nombre.

—¿Podemos suponer que su silencio significa «sí»? —preguntó el director.

Rirkrit Sriwanichpoom se volvió a limpiar la boca meticulosamente por última vez con la servilleta, y luego tomó esta y la dobló a la mitad, en cuartos, octavos, y después la colocó en la mesa.

Se puso de pie.

También Finn se levantó.

Estrecharon las manos en el aire y el holograma desapareció.

Finn caminó hacia la puerta, y solo entonces se le ocurrió que tal vez Sriwanichpoom supo el nombre de la propietaria del diario desde el principio. ¿Por qué no le dijo nada antes?

—¡Oh! ¡Finn Nordstrom! —gritó el director.

Sorprendido, Finn volteó con rapidez.

El director había vuelto. Levantó su hologramada nariz y olfateó en el aire.

—Qué fragancia tan maravillosa trae hoy.

¿Qué?, pensó Finn. ¿Ahora los hologramas también pueden oler?