Finn le dio un soplido al vapor del té de jengibre, dejó que se asentara, lo agitó, y luego sorbió con cuidado. ¡Hey! Estaba caliente, sin embargo, de inmediato se sintió renovado y alerta. Abrió el diario y empezó a trabajar.
Jueves, mayo 22, 2003
Hoy es mi cumpleaños (¡sí, ya tengo trece!), por eso me levanté muy temprano, a las seis y media, para ser exactos (todos nos levantamos temprano, ¡hasta Robert!). Quería que me diera tiempo de abrir mis regalos antes de ir a la escuela, y también quería que papá preparara su asombroso pan francés para desayunar porque me dijo que lo haría, pero luego mamá dijo que solo lo haría si preparaba mis cosas y mis libros desde un día antes y me vestía a tiempo y si no me ponía a perder el tiempo, por eso me aseguré de empacar todo y dejarlo listo la noche anterior (¡a pesar de que solo se trataba de un descarado chantaje de mamá!) y escogí con mucho cuidado lo que me iba a poner (el vestido de batik color arándano y durazno con borde verde y azul, mis mallones azules, calcetas verdes, y mis zapatos anaranjados de tela), y como escuché el reporte del clima y sabía que por la tarde estaría fresco y volvería a llover decidí ponerme la chamarra de mezclilla pero primero tuve que rasparle las manchas de queso campesino con fresas (las tenía en el bolsillo del lado derecho del pecho desde la comida del domingo pasado en casa de la tía Gesine) porque no quería que mamá empezara a molestarme con que debía cuidar mi ropa y poner por favor el ejemplo para mi hermanita Madeline, que es dos años y dos meses más chica que yo y que, para decir la verdad, es una verdadera fodonga.
Finn exhaló cuando llegó al punto final de la oración. Y solo entonces se dio cuenta de que había estado conteniendo desesperadamente la respiración y aguantando a que llegara el punto final que, aunque tarde, sí llegó, junto con esa regordeta palabrita: fodonga. Se preguntó si todo el diario continuaría a ese incesante paso, y si sería necesario mejorar la puntuación de la autora. Prefería la autenticidad, pero un retoque podría hacer que el texto fuera más accesible. Todos esos paréntesis le provocaban vértigo. Por otra parte, la escritura fluía. Vacía, tal vez, pero bien estructurada para una persona de trece años. En general, parecía una adaptación sencilla al inglés.
Finn bebió otro sorbo de su té y volvió a estudiar la primera oración. La autora estaba, claramente, haciendo el esfuerzo de escribir con pulcritud a pesar de que algunas letras estaban manchadas. ¿Sería culpa de la tinta del bolígrafo o desaliño ocasional de quien escribió? Finn abrió el libro como si fuera abanico, pero tuvo cuidado de no leer el texto porque él, como toda la gente que vivía bajo el benévolo mandato del Gobierno Global General, había aprendido a no saltarse nada. El axioma del Triple G, «Un paso a la vez», permeaba la vida a todos los niveles.
El historiador notó que en el documento se había utilizado una variedad de tintas y herramientas de escritura. A pesar de los manchones, las letras, con su gran tamaño y abundancia de curvas, se formaron con mucho cuidado. Evidentemente, el diario era importante para la autora. Y sí: el escritor era, a todas luces, «ella», una chica, ya que menciona que usó un vestido. Un vestido de batik. Y los corazones, por supuesto, delataban a qué género pertenecía. Finn frunció el ceño al ver las «i» minúsculas, todas ellas coronadas con diminutos corazones espolvoreados en la hoja como las huellitas de los antiguos instructivos para aprender a bailar.
Todas las entradas estaban firmadas con una «E», y también la última página. ¿Sería la inicial del nombre de la autora? ¿Esperanza? En la escuela conoció a muchas chicas de nombre Esperanza, tal vez porque este reflejaba la ilusión de sus padres y de una sociedad que estaba perdiendo su población humana. ¿O sería un nombre alemán? ¿Edeltraut? ¿Elburg? Si supiera el nombre de pila de la autora y su dirección, tal vez podría descifrar su identidad.
Finn volvió a la primera página y a la efusividad del inicio. Solamente Thomas Mann y el Deutsche Bank podían escribir oraciones más largas que esta. Tenía 260 palabras, entre las cuales, diez estaban conjugadas en primera persona y cinco eran verbos reflexivos y/o pronominales. Tengo. Quería. Me vestí. Escogí. Era evidente que E. era el centro de su propio universo. ¿Todas las jovencitas de 2003 serían tan ensimismadas? Finn continuó leyendo.
Estoy segura de que te mueres por saber qué me dieron de cumpleaños, así que lo voy a escribir.
Finn frenó el impulso de poner los ojos en blanco. Tenía un interés académico en saber lo que la niña recibió en su cumpleaños, sí, pero no estaba precisamente muriéndose por saberlo.
Esto es lo que me dieron papá y mamá:
•¡Una iMac! ¡Para mí sola! (¡Estoy segura de que fue idea de papá!).
•Una patineta de color rosa y negro, con un cráneo de princesa.
•Un cupón para comprar un par de Chucks.
•Dos libros viejos (y probablemente muy aburridos): Orgullo y prejuicio de Jane Austen, y Jane Eyre de Charlotte Brontë (una de las geniales ideas de mamá, estoy segura).
•Un paquete de diez plumas de tinta metálica en gel a las que ya les puse nombre:
Rojo Real
Naranja Nice
Turquesa Tímido
Magenta Mágico
Oro Oh-Oh
Lila Lindo
Rosa Rubor
Plateado Pleno
Negro Necesario
Azul Zulu
La niña escribió cada nombre en su color metálico correspondiente. Finn sonrió al leer los nombres Rojo Real, Magenta Mágico y Rosa Rubor, porque notó el gusto de la chiquilla por la aliteración.
Luego levantó el libro hacia la luz y vio el lustroso brillo de los colores metálicos. El laboratorio de réplicas genuinas había hecho un trabajo bastante decoroso. Pasó los dedos ligeramente sobre la página; lo hizo con lentitud, hacia un lado y el otro, y hacia abajo y arriba. Sintió los suaves valles y crestas que el bolígrafo marcó sobre la página tantos cientos de años atrás. Gracias a su madre sabía que la tinta de bolígrafo se manchaba a veces. Era el caso de la «s» embadurnada al final de «Chucks». Pero, ¿qué era «un par de Chucks»? ¿Serían calcetas? ¿O tal vez pantalones? ¿Dos marmotas como mascotas? Tendría que pasar la palabra por el Cíclope. Siempre resulta más eficaz clopear una referencia, que ponerse en contacto con los pesos pesados de los archivos para descifrarla.
Finn envió los términos «iMac», «cráneo de princesa» y «Chucks» a su banco principal de información en el BC: era el conjunto más extenso de hechos del mundo, la abarcadora y omnisciente Enciclopedia Universa, a la que apodaban «Cíclope». Las imágenes comenzaron a aparecer de inmediato en el ojo en el cerebro, sobre la cuadrícula mental. Oh, por supuesto, la iMac. Es una computadora. Debió haber recordado eso de las clases de «Historia de la Información» que tomó en la escuela. Y Chucks, ahora veía, era un tipo de calzado, llamado así en honor de su creador, un hombre llamado Chuck Taylor. Los zapatos estaban hechos de lona y goma, y fueron populares entre los jóvenes a finales del siglo XX y principio del XXI. Una granosa imagen V-digi le mostró cómo se relacionaban los términos «Chucks» y «cráneo de princesa»: se trataba de una chica que usaba Chucks de color rojo y blanco por encima del tobillo, también llamados «altos», y que sostenía, frente a la cámara, una patineta rosa con un cráneo coronado impreso. Debajo del cráneo había huesos cruzados, rodeados de flores y corazones. La entrada tenía referencias a moda gótica, moda punk, moda pirata, moda manga, moda adolescente femenina del siglo XX… Y la lista seguía y seguía. Finn guardó la información y continuó trabajando.
Robert me dio dos DVD, «Matrix» e «Inteligencia Artificial», a pesar de que pedí, específicamente, «Notting Hill» y «El diario de Bridget Jones». Me dijo que tenía mal gusto, y yo le contesté: «Bueno, al menos tengo gusto». Mamá dijo: «Niños, dejen de pelear», y Madeline dijo: «Tengo hambre».
Mamá me dio el regalo que envió Oma Uschi: incluye una botella de Infinitissimo y un brasier con relleno que me queda un poco grande, tal vez solo una talla de copa. «¡Tres copas!», dijo mamá riéndose cuando me lo probé, y lastimó mis sentimientos. Cuando me volví a poner encima el camisón corto, no se notaba que no me quedaba bien (aunque sí me veía un poco pechugona). Madeline picó la copa derecha con su dedo índice, y el relleno se quedó sumido. «¡Parece un cráter!», dijo Robert, «¡De los cráteres que hacen los meteoritos al impactarse!». Y todo mundo se murió de risa. Todo mundo excepto yo, claro. Hasta papá se rio. Mamá se carcajeó tan fuerte, que se le salieron las lágrimas. «¡Un brasier acolchado!», dijo. «¿Pero en qué estaba pensando Oma?» Realmente me ofendieron mucho porque, para ser honesta, soy un poco plana del pecho y me hicieron sentir muy mal. «¿Qué hay de malo en que sea un brasier acolchado?», pregunté. Y entonces se dieron cuenta de que era un tema delicado para mí y dejaron de reírse. Pero era obvio que querían seguir haciéndolo, y como se esforzaron mucho por evitarlo, de pronto todos se carcajearon otra vez y yo salí enfurecida de la sala y azoté mi puerta. ¡¿A eso es a lo que le llaman un cumpleaños feliz?! ¡¿Feliz?!
¡Qué problemas tenían las jovencitas del siglo XXI! Finn se preguntó si las chicas de la actualidad se preocupaban por el tamaño de su pecho como E. Pero no tendrían por qué hacerlo, ¿verdad? Si no les gustan sus senos, solo tienen que intercambiarlos por otro par cuando se convierten en PA.
Unos minutos después del asunto del cráter, papá tocó a mi puerta y dijo que el pan francés estaba listo, así que fui a la cocina. Y ya todo estuvo bien, en especial el desayuno.
En la escuela, a la hora del recreo, Alexander Landuris me dio un frotón de nudillos en la espalda cuando se enteró de que era mi cumpleaños. Fue el regalo más original de cumpleaños hasta ese momento. Un frotón, ja.
Alexander me gusta mucho. Desde la semana pasada, más o menos. Espero poder ligármelo. Reza por mí.
¡Excelente! Un nombre que se podía investigar. Alexander Landuris.
Al salir de clases, las Tres J. vinieron a casa, Johanna, Jill y Joya. Johanna me dio uno de esos bolsitos de Asia Shop, de la calle Kantstraße. Es rosa y azul y rojo, con pagodas y cerezos en flor bordados. Estaba lleno de Hubba Bubba. Joya me dio los últimos DSDS. «Quizá lleguen a ser de colección algún día», me dijo.
Finn frunció el ceño al leer las palabras desconocidas: «Hubba Bubba» y «DSDS». Las clopeó junto con «Landuris, Alexander, Alex, Ali, Al, A.», pero instantáneamente recibió respuesta negativa para todas ellas. El Cíclope no tenía referencia para Landuris, ni para ninguna de las variaciones. Además, preguntó si Finn no había querido decir «DSD» en lugar de «DSDS». «DSD» podía referirse a una pila de términos como Departamento de Sanidad y Drenaje, Damn Soo Dong —un juego de acertijos—, o a Desórdenes Sexuales de Desarrollo, un tema de salud.
Finn volvió a fruncir el ceño. Fuera lo que fuera «DSDS», nunca llegó a ser de colección como lo predijo la otra niña, o todas las pistas de su existencia quedaron enterradas bajo los escombros del Invierno Negro. Finn le envió a su amigo Renko, el bibliotecario del Archivo de Lenguas Perdidas, una solicitud de información para las referencias «DSDS», «Hubba Bubba» y «Landuris», y luego se levantó para prepararse otro té. Estaba vertiendo el líquido caliente en la taza cuando de pronto cayó en cuenta de algo: ¡Asia Shop de Kantstraße! ¡Era una pista para conocer el lugar donde vivió la chica!
Finn envió al Cíclope la información y, a cambio, fue recompensado con una lista de ciudades en las que hubo una avenida llamada Kantstraße en 2003. Había demasiadas, demasiadas; de las metrópolis Berlín, Hamburgo y Múnich, hasta ciudades más grandes como Bonn, Hannover, Frankfurt, Leipzig y Dresde, e incluso los pequeños pueblos como Ahlen y Willich, para mencionar tan solo una fracción de todos los lugares. Encontrar la Kantstraße correcta iba a ser como buscar una aguja en un pajar. Finn tendría que esperar más información.
Jill me dio un pastel de chocolate que ella misma cocinó por completo. Estaba un poco más alto de un lado que de otro, pero no se notaba para nada al comerlo. Robert tomó dos rebanadas (creo que está enamorado de Jill). Y las Tres J. en conjunto me regalaron un boleto para el concierto de Robbie Williams. Iremos juntas. Y en lugar de organizarme una fiesta, mamá nos llevará el sábado a Heide Park para celebrar. Nosotras = Jill, Joya, Johanna y yo + Madeline (¡que siempre se tiene que pegar! ¿Qué no tiene una vida propia?). En el parque tienen una montaña rusa de más de sesenta metros, y muchas otras atracciones.
Finn clopeó «Robbie Williams» y no le sorprendió que Cíclope no pudiera darle información concreta sobre dónde y cuándo se había presentado ese músico en Alemania en 2003. Descubrió que «Heide Park» era un parque de diversiones en Soltau, en la provincia alemana de Baja Sajonia. Múnich parecía estar demasiado lejos para un viaje de solamente un día. Tal vez la chica vivía cerca, en Hannover o Hamburgo, que, en 2003, estaban a solamente una hora de distancia. Berlín estaba a tres horas. Era un viaje bastante largo para un solo día, aunque, con la motivación adecuada, era posible hacerlo. Ahlen y Willich estaban bastante cerca del parque también, pero, ¿habría ahí sucursales de Asia Shop en 2003? Y, ¿qué sería exactamente «Asia Shop»…?
Ah, y casi se me olvidaba decirte que el regalo de cumpleaños que recibí de Madeline fue el diario rosa. Me gustó porque viene con una cerradura y su llavecita, pero el vinilo huele raro. Como Barbie y Ken. Cuando termine de llenarlo, me voy a conseguir un diario de piel de verdad. La piel es mucho más suave y sofisticada, y además, no se agrieta. Y huele mucho mejor. Tuya, E.
PS. No me gusta este bolígrafo. Mancha.
PPS. Me deshice del mal olor del diario. Lo rocié con el perfume que me regaló Oma Uschi. Ahora huele mejor, a Infinitissimo.
Finn sorbió del té… Infinitissimo… Se preguntó cómo habría olido el diario. Lo sostuvo frente a la nariz y olió la cubierta de vinilo. No detectó absolutamente nada; y en realidad no esperaba que tuviera aroma alguno. Después de doscientos años, era imposible que el aroma se hubiera preservado. Ni siquiera en un contenedor al vacío. ¿O sí?
El historiador volvió a abrir el libro como abanico, lo hojeó y olfateó el papel conforme las hojas se movían. Nada. Lo cerró y volvió a acercar la nariz a la cubierta anterior y a la posterior. Después al canto del frente. Nada, nada, na… espera. El canto exudaba una tenue, muy tenue fragancia. ¿Sería posible? Deslizó la nariz sobre el canto e inhaló. Sí, ¿el laboratorio habría detectado el aroma que aún quedaba en el diario y lo habría recreado para la réplica genuina? Finn solicitó una muestra del aroma y preguntó si se trataba de un perfume llamado Infinitissimo. Luego volvió a levantar el libro para acercárselo a la nariz y lo olfateó rápida y entrecortadamente…
—¿Pero qué cosa estás haciendo?
Finn se asustó y levantó la cabeza. Detrás de la puerta entreabierta se veía la cabeza de Renko Hoogeveen.
—No me escuchaste tocar, ¿verdad? —dijo Renko—. Demasiado ocupado en olfatear, ¿eh? ¿Acaso es algo que te va a expandir la mente?
—Lo siento —dijo Finn con una sonrisa, al mismo tiempo que se levantaba—. Pasa. —Era verdad que a Finn no le encantaban las sorpresas, pero Renko casi invariablemente era bienvenido—. ¿Alguna vez escuchaste de Infinitissimo? ¿Un perfume? ¿Del siglo XXI?
Renko se acercó al atril de Finn, colocó en él un pesado volumen de piel y luego inclinó la cabeza hacia la derecha. Siempre que ingresaba a su BC hacía eso. Era un comportamiento raro, pero Finn ya se había acostumbrado. Renko revisó varias pantallas de su memoria. —Nop —contestó finalmente—. Este bibliotecario cree que nunca se ha topado con Infinitissimo. ¿Ya lo pasaste por el Cíclope?
—No, todavía no.
—Clopéalo. Seguramente encontrarás algo —dijo Renko, y luego señaló el libro forrado en piel—. Aquí hay una referencia a Hubba Bubba. No nos permiten escanearla sin permiso, pero a este bibliotecario se le ocurrió pasar por aquí y enseñártela. —Renko bajó la voz—. Por supuesto, esto tiene que mantenerse estrictamente confidencial. —Volteó y miró el esterilizador de manos de Finn—. ¿Puedo? —preguntó.
Finn asintió.
Renko se limpió las manos y las pasó por debajo del aparato, y luego volvió al libro forrado en piel. Hojeó cuidadosamente la revista hasta que encontró lo que buscaba.
—Aquí está.
Finn se inclinó sobre el libro. Era un anuncio en una revista danesa de 1981. En él aparecía una jovencita de largo cabello rubio, con sombrero de vaquero. Estaba soplando en una enorme burbuja rosa. El eslogan decía: Stort, blødt og supersaftigt!
—¡Ah! —exclamó Finn—. Es goma de mascar. Este historiador alguna vez leyó sobre la goma de mascar. Por supuesto, suena lógico. Hubba Bubba. Grande, suave y súper jugoso.
Renko se rio y Finn miró hacia arriba. Vio que en los lentes de su amigo se reflejaba la luz del sol tratando de atravesar las nubes del exterior. Renko se lesionó el ojo derecho cuando era niño (¿sería esa la razón por la que siempre inclinaba la cabeza hacia ese lado?, se preguntó Finn), pero apenas recientemente le realizaron otro trasplante ocular. Le advirtieron que debía protegerse de la luz del sol por varios días, y por eso llevaba gafas oscuras. Aquí estaba la humanidad explotando las minas de Marte, cargando y descargando recuerdos, clonando humanos de izquierda a derecha, prácticamente reviviendo a los muertos con corazones, extremidades y bazos nuevos, pero no podía solucionar el problema del globo ocular derecho de Renko. No era lógico. No obstante, se podía decir que las antiguas gafas de colección, fabricadas en carey y con vidrios oscuros, le daban a su amigo un aire encantador y misterioso.
—Con esas gafas pareces actor de celuloides —dijo Finn.
—Tú también, «barbita de tres días» —dijo Renko.
En la cuadrícula de Finn apareció el parpadeo de sonido metálico. Lo movió un poco para abrirlo. Era la imagen de un hombre bronceado de ojos oscuros, con cabello extremadamente corto y ligeramente encanecido; en su rostro se veía la tenue sombra de la barba del día. El hombre caminaba por uno de esos antiguos salones de juegos de un casino de Las Vegas.
—¿Quién es? —preguntó.
—Podrías ser tú, ¿no? —contestó Renko—. Acabamos de encontrar fragmentos de un celuloide en el que aparece este hombre. Fue en una caja de cartón que no ha sido catalogada, en las Catacumbas. No sabemos el nombre del actor, pero el del personaje es Ocean.
Finn resopló.
—Este PA no tiene cabello canoso.
—En veinte años lo tendrás si no empiezas a cuidarlo de la manera adecuada.
Naturalmente, Renko tenía razón. Por lo general iban juntos a los tratamientos de cabello, pero la semana del accidente de su familia, Finn faltó a varios. También le ensombrecían las mejillas con la barba del día: la tendencia del momento en moda facial, proveniente del continente sudamericano. Era un procedimiento al que también se le llamaba «embarbamiento ligero». Estaba diseñado para hombres a los que les había aburrido la apariencia depilada NudeDude, y que deseaban recuperar el cabello facial, pero que no querían tomarse la molestia de dejarlo crecer y cuidarlo. Renko fue quien convenció a Finn de someterse al procedimiento, y a este le había gustado bastante el resultado.
Renko entrecerró los ojos y miró la barbilla de Finn.
—Realmente deberías cuidarte ese pelo lacio y burdo que tienes ahí —dijo, al mismo tiempo que levantaba la mano hasta el rostro de su amigo y jalaba un vello que era más largo que los otros—. ¿Trataste de cortártelo?
Finn asintió.
—Sí, pero no funcionó.
—Sobresale mucho —continuó Renko—. Le puedes pedir al barbero que se deshaga de él. O que te devuelva tu dinero.
—Es solo una ligera imperfección —dijo Finn—. Dime, por favor, ¿qué sería de la belleza sin defecto alguno?
—¿Shakespeare?
—Nordstrom. Bueno, en fin —dijo, y luego se tocó ligeramente la cabeza para hacer referencia a la imagen del celuloide—, no nos parecemos.
—Pregúntale a Rouge.
Finn se quedó un poco extrañado al escuchar el nombre de Rouge. Sonaba tan incongruente en medio de la superficial charla que sostenían.
—Se fue —dijo.
—¿Ah, sí? ¿Y a dónde fue esta vez?
Finn se encogió de hombros.
—Va y viene.
—Tal vez no se alejaría tanto si le prestaras más atención.
—¡No! ¿Tú también? Doc-Doc me preguntó sobre ella. ¿Se pusieron de acuerdo?
—Ya es hora, Finn —le dijo Renko con sinceridad—. Eso es todo. Y es obvio que le gustas.
Finn puso los ojos en blanco.
—¡Imagínate! ¡Su mente y tu cuerpo! ¡Tendrían hijos asombrosos! —Renko le dio a su amigo un irreverente y fuerte caderazo. Finn lo aventó riéndose, y Renko se dejó caer en un sillón.
—Noticia de último momento: este bibliotecario fue ascendido a Curador en Jefe de la colección de libros Coffee Table.
—¡Excelente! Has anhelado ese puesto desde hace mucho tiempo.
—Noticia de último momento, dos: los fiscuans han estado bastante activos en las Catacumbas. El IOZ fue a ordenar todo, desde Las anomalías cuánticas de Sterneborg, hasta una réplica genuina del catálogo Quelle de 1992.
—¿Qué demonios buscan los físicos en un catálogo de ventas por correo?
El sol por fin atravesó las nubes y, de pronto, se reflejó en las gafas de Renko, quien le dio la espalda a la ventana. Finn se sentó frente a él.
—¿Cómo te ha ido con la recuperación de tu ojo?
—Todavía está un poco sensible pero ya tengo visión perfecta, gracias. Lo más importante es que el BC no lo rechazó, así que estamos satisfechos. Excepto mi madre. Ella cree que los ojos no son iguales. —Renko se inclinó hacia Finn y se quitó las gafas—. ¿Tú qué opinas? —Entonces sacó la lengua e hizo ojitos de enamorado, pestañeando como si fuera niño de kínder. Finn solo se quedó mirando el nuevo ojo azul de Renko.
—Mmm, interesante. ¿Pediste que te pusieran un ojo amarillo?
—¿Qué? —preguntó Renko espantado, pero luego se dio cuenta de que Finn solo estaba bromeando y le dio un puñetazo en el brazo.
—¡Ouch! —gritó Finn, fingiendo dolor.
¡Finn disfrutó mucho del Iceberg! La mayoría de los historiadores trabajaban en casa o en cualquier lugar donde les tocara estar físicamente, sin embargo, él prefería realizar sus actividades en la biblioteca. Se sentía cómodo en la oficina a pesar de que era pequeña, y se deleitaba en pasear por las Catacumbas y respirar el rancio y mohoso aroma de los libros antiguos. Pero sobre todo le gustaba que Renko, cuyas funciones exigían que trabajara en la biblioteca, llegara de sorpresa, o que se reuniera con él a platicar en el área para beber té, en la cafestaff del séptimo piso a la hora del almuerzo. De hecho, Finn se empeñaba en esa amistad, ¿por qué? No lo sabía. ¿Sería por el aislamiento que vivió en Fire Island en su juventud? ¿Porque extrañaba la calidez de su vida familiar? La mayoría de los niños crecían en grandes familias extendidas, como parte de los dormitorios masivos llamados Cerca y Querido, que se solían manejar de una forma muy burocratizada. Cuando Finn terminó su educación intermedia y partió para estudiar en la universidad, le sorprendió descubrir lo peculiar que había sido en realidad la crianza que recibió en su núcleo familiar. Renko, en contraste, creció en un Cerca y Querido con la familia extendida, pero nunca desarrolló vínculos cercanos con sus padres. A menudo, Finn había querido conversar con él acerca de las diferencias entre las maneras en que fueron criados, pero la oportunidad nunca surgía. No era el tipo de asunto que se presentaba en sus conversaciones, las cuales, en su mayoría, tenían que ver con trabajo, libros, historia y las mejores fuentes bibliográficas para buscar información. De hecho, si Renko hubiera sido mujer, él y Finn habrían sido una buena pareja. Afortunadamente, jamás se sintieron atraídos el uno al otro de esa manera. A pesar de que las relaciones entre personas del mismo sexo no eran del todo raras, tampoco eran bien vistas debido a que la tasa de crecimiento en el mundo había disminuido drásticamente, en particular en el continente europeo. Esto, a su vez, aceleró las investigaciones interdisciplinarias en el campo de la fertilidad médica. En el subcontinente ya se estaban realizando, aunque sin mucho éxito, pruebas de implantes en el útero y reproducción del mismo sexo. Según los rumores, el siguiente paso sería la autofertilización. Era difícil de imaginar: ¿los humanos reproduciéndose a sí mismos como lombrices solitarias? Las cosas podrían salirse de control si demasiada gente se reproducía. De hecho, ya se predecía que la generación de Finn tendría una esperanza de vida de, por lo menos, 150 años. Algunas personas incluso decían que para 2400, en menos de 140 años, su generación podría seguir viviendo aún. A él realmente le habría gustado estar seguro de que eso sería verdad. Porque en ese caso todo cambiaría, y podría posponer su doctorado por al menos un par de décadas, ¿no?
—¿Qué te parece tan divertido? —preguntó Renko.
Los pensamientos de Finn se vieron interrumpidos de pronto.
—Oh, no es nada.
—¿Y entonces? —insistió Renko.
Finn solo se le quedó viendo.
—¿Y entonces? ¿Quieres ir a comer algo mañana después del juego de slapback?
—¿A comer algo? Sí, seguro —contestó Finn—. ¿Dónde?
—Hay un nuevo lugar en Leipzig, es el Bar Beta. Tendremos que reservar una unidad.
A diferencia de muchos bibliotecarios que preferían andar solos y apegarse a los viejos hábitos, Renko siempre estaba al tanto de las tendencias de actualidad en cuanto a bares, juegos, aparatos para el hogar y moda. No solo era distinto a los bibliotecarios, sino a la gran mayoría de la gente que Finn conocía. De hecho, era distinto a toda la gente que lo rodeaba en aquel momento. Renko era muy abierto y, sí, parecía disfrutar más de todo; en especial, de las nuevas modas. Fue el primero del Iceberg en usar los zapatos transparentes (lo hizo incluso antes que Doc-Doc), y en ensombrecerse el rostro para lograr la apariencia de la barba de un día. Y también fue quien le dio a conocer a Finn el cristalino estimulante «zing», descubierto en los capullos de la flor de las nieves, o edelweiß mutante del Himalaya. Por desgracia, algunos de los apetitos del DPA BAD, como alcoholacción-drogas, a veces lo metían en problemas. Dos años atrás había perdido la pierna izquierda porque se lanzó a corrientes de agua disparadas a chorro bajo la influencia del fármaco recreativo U4ic, un gas en spray al que a veces se le llamaba JumbleJet. Tuvo suerte de no cercenarse la cabeza porque en la Tienda de Cuerpos no habrían podido darle una nueva como lo hicieron con la pierna. Por desgracia, a Gemma, la expareja de Renko con quien planeaba tener hijos, fue justamente lo que le pasó. No pudieron salvarla; sus padres la revivieron como memoclón, pero salió imperfecta y proclive a la depresión y al carácter agresivo. Gemma se suicidó seis meses después. Eso fue un año antes, y Renko llevaba todo ese tiempo buscando pareja.
—Leipzig está bien —dijo Finn.
—En la parte trasera del bar hay un maravilloso centro de juegos.
—¡Renko!
—Está bien, está bien, olvídalo. Olvida siquiera que lo mencioné.
Renko sabía que Finn estaba harto de la mayoría de los juegos neuroestimulantes, aunque ambos disfrutaban de la serie «Follow Me», con la que podían viajar a Italia con Goethe en 1786 y a Heidelberg con Mark Twain, en 1878. Fuera de eso, Finn se mantenía alejado de ese tipo de recreación. Su renuencia venía desde la infancia. En una ocasión, él y Mannu fueron catapultados, sin saberlo, a Triunfos de Muerte: un drama de realidad virtual que recreaba el Invierno Negro. El juego era una meticulosa réplica realizada con base en documentos y reportes de testigos oculares. Se decía que era uno de los juegos neuroestimulantes de realidad virtual más brutales para mayores de veintiún años. Pero Finn y Mannu solo tenían seis y ocho cuando lo experimentaron.
Un día de verano estaban chapoteando inocentemente a la orilla del agua cerca de su casa cuando, sin advertencia alguna, fueron lanzados a una ciudad frígida y oscura, distinta a todo lo que conocían. A lo largo de un canal había cuerpos alineados; el lugar estaba infectado por la plaga; en los callejones se podían ver esqueletos caminando, con las ratas mordiéndoles los dedos de los pies. Los hermanos no tenían idea de que habían aterrizado en Ámsterdam en febrero de 2019. Finn se puso histérico cuando Mannu fue atacado por una manada de adolescentes que parecían zombies y que lo dejaron tirado, muriendo en un charco de su propia sangre.
Sea como sea, la culpa fue de un grupo de pre-adultos. Ese grupo era liderado por Maxim Capri, de diecisiete años, y era bien conocido por aterrorizar, golpeándolos con toallas mojadas, a los adolescentes que nadaban en la playa. Ese día, específicamente, a Maxim Capri se le ocurrió hackear los BC de Finn y Mannu para ver qué pasaba cuando a dos niños desamparados y sin armas se les soltaba en una arena de juego de Triunfos de Muerte. Más adelante la investigación policiaca reveló que Sabine Ironhard, una adolescente tonta y plagada de acné que sustituyó ese día a la nana de los Nordstrom, era culpable en parte. La chica estuvo un rato con los PA en la playa y, estúpidamente, dejó abiertos los archivos BC donde estaban guardados los códigos de entrada de Finn y Mannu. Maxim, quien estaba conectado a la red de Sabine, encontró los códigos y los aprovechó. Por suerte, cuando Sabine vio a Mannu flotando en el agua como si estuviera muerto y a Finn gritando como histérico junto a él, se dio cuenta de que algo andaba mal y se encargó, por todos los medios, de sacar del agua a los pobres niños en alucinación, antes de que se ahogaran.
Se habló mucho sobre el terrible incidente. A los pre-adultos se les castigó con severidad y el debate sobre los juegos de realidad virtual cobró ímpetu.
—Sin juegos, por favor —dijo Finn—. Y tomémoslo con calma porque no tenemos tiempo de hacer crecer un brazo nuevo y cosérnoslo antes del viernes, que es día de labores —dijo Finn, al mismo tiempo que señalaba su lugar de trabajo.
El nuevo globo ocular azul de Renko se enfocó en la monstruosidad rosada que yacía sobre el escritorio de su amigo.
—¡Rosa! ¡Qué adorable! —dijo, y levantó el objeto.
Finn sintió un agudo golpe, como si le hubieran punzado el corazón con uno de esos desfibriladores del Museo de Medicina. Renko abrió el diario.
—Ah, sí, está escrito a mano.
Finn quería arrebatarle el libro a Renko, por lo que dio un paso hacia él.
—Por favor, no…
Renko miró a su amigo con incertidumbre.
—Lo lamento. ¿Es clasificado?
—No. Doc-Doc no dijo que lo fuera, pero…
Renko se quedó viendo a Finn un instante, y luego cerró el diario y lo volvió a poner en el escritorio. «Scusi». Sí, pensó Finn con alivio: ahí es donde pertenece. Renko espero a que su amigo dijera algo, pero como no lo hizo, se adelantó.
—¿Y bien? ¿Qué tal está?
El corazón de Finn seguía palpitando a toda velocidad.
—Es difícil decirlo, la autora es muy joven. Probablemente del norte de Alemania. Preparada y con un buen manejo del idioma.
—Y mastica Hubba Bubba.
Finn logró sonreír.
—Sí, ese sería el resumen hasta esta mañana. Ajá. Ah, y gracias por el dato del supersaftigt.
—Fue un placer —dijo Renko y luego volteó al atril, pero entonces se detuvo de golpe y dio la media vuelta—. Oh, sí, también me preguntaste sobre DSDS. Este bibliotecario sigue trabajando en el término. Ahora bien, lo siguiente es solo intento respetuoso, pero este bibliotecario cree que, como se trata de la cultura adolescente, tal vez la palabra se refiera a alguna droga para la expansión de la conciencia, como LSD, DMT o DOM. Suena a eso, ¿no crees? DSDS.
—¿Un alucinógeno? —preguntó Finn, levantando un poco la voz.
—¿Oh, no te parece posible? —preguntó Renko con naturalidad.
—¡Por supuesto que no! ¡Solo tiene trece años!
—Esos niños eran bastante sagaces a principios del siglo XXI; no estaban tan sobreprotegidos como ahora y…
—¡Es absurdo! —dijo Finn—. Además, ¡a ninguna droga se le puede considerar objeto de colección!
Renko abrió muy bien los ojos.
—Pero no tienes por qué levantar la voz. —Se quedó viendo un instante a Finn, y luego añadió—: Este bibliotecario no sabía que se trataba de un objeto de colección.
Finn no se había sentido tan confundido en muchísimo tiempo. ¿Por qué tenía la necesidad de proteger tanto a aquella chiquilla? Fuera lo que fuera, su amigo no era culpable de nada, ¿verdad? Hizo un esfuerzo para calmarse.
—Lo siento. Doc-Doc hizo mucho énfasis en que quería un reporte pronto. Todo esto me pone muy nervioso.
—No dejes que te presione. Acabas de pasar por algo muy difícil.
Finn asintió.
—Tienes razón. Disculpa.
—Envía todas las solicitudes de información que gustes —añadió Renko—. A este bibliotecario le dará mucho gusto ayudarte. Entonces, ¿quedamos ya de vernos en el gimnasio de slapback mañana? ¿A las cinco?
—Perfecto —dijo Finn, y acompañó a Renko hasta la puerta para despedirlo.
Luego volvió a su escritorio, le dio otro sorbo a su té de jengibre y abrió el diario. ¡Ay, demonios!, pensó. Demonios. Se levantó y abrió la puerta.
—¿Renko? —gritó.
Al final del corredor, su amigo volteó de golpe.
—¿Sí?
—¿Barbie? —gritó Finn—. ¿Sabes lo que es Barbie? ¿O Ken?