Finn aseó un poco el refugio familiar y lo preparó para la holotransmisión: el director de la Biblioteca de Europa podría visitarlo en cualquier momento. Con Doc-Doc —como se le conocía al Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom entre sus empleados, y no sin un dejo de sarcasmo—, uno tenía que estar preparado para cualquier cosa.
Finn abrió las cortinas. La luna, como gordo y blanco globo, flotaba con plenitud sobre la tranquilidad del Atlántico. Era un fulgurante telón de fondo para la holotransmisión. Finn estaba consciente de que su emoción iba en aumento. ¿Qué habría en el contenedor del Bodden? ¿Podría atreverse a desear que fuera un «Milagro del Milenio»?
El último gran descubrimiento en idioma alemán databa de casi 130 años atrás. El hallazgo se había realizado en 2136, en el continente norteamericano, la provincia de California; en Laguna Beach, para ser más específicos. Dentro de una casa en ruinas de piedra y bambú podrido, que los trabajadores preparaban para ser demolida, se encontró un arcón de roble infestado de gusanos, que contenía una caja de acero. Dentro de la caja había un altero de papeles escritos a mano. Los expertos en lenguas perdidas identificaron que estaban escritos en alemán y que habían sido realizados con la antigua escritura alemana que se usaba a finales del siglo XIX y principios del XX. Otros estudios lograron demostrar que aquellas páginas eran el manuscrito original de Los Buddenbrook, obra de Thomas Mann, ganador del Premio Nobel.
La Oficina del Tesoro Cultural de California hizo todo lo necesario para mantener el manuscrito en Norteamérica —argumentaron que Thomas Mann se había naturalizado ciudadano estadounidense—, pero, al final, fue legado al Archivo de Lenguas Perdidas de la Biblioteca de Europa, adonde, Finn estaba de acuerdo, pertenecía. Actualmente estaba guardado bajo llave, pero una réplica genuina del mismo se mantenía en exhibición. Finn había estudiado y leído la réplica, pero no fue nada sencillo. Incluso los paleógrafos que se especializaban en alemán comprobaron que la escritura Kurrent del alemán antiguo era demasiado difícil de descifrar con tan solo un entrenamiento enfocado en escrituras más tardías.
Los Buddenbrook, de cualquier manera, fue un «Milagro del Milenio» y representó una relevante distinción para el traductor al que le fue encomendado el trabajo. Finn podría correr con suerte.
Camino a la cocina pasó por los escalones que conducían al nivel inferior y vio que la luz del cuarto de Rouge estaba apagada. Por un momento recordó que él también estaba muy cansado, pero la fatiga era uno de los rasgos que Sriwanichpoom menos apreciaba. Como Finn nunca había cruzado más de una o dos palabras en su vida con el director, creyó que no sería buena idea darle una mala impresión ahora. Emitió un zumbido para hacer que sus células cerebrales se despertaran, y luego volvió al refugio. Ahí se conectó a la holocámara y esperó sentado la llamada del Doc-Doc.
El Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom tenía una personalidad deslumbrante. Todo en él cegaba al espectador: su guapura, el cabello plateado que usaba en una cola de caballo, la fulgurante sonrisa del color del marfil, sus ojos —tan grandes y brillantes como perlas grises de Tahití—, e incluso sus zapatos. Llevaba unas de esas nuevas medias botas transparentes que parecían estar fabricadas con vidrio. Las usaba bien enroscadas sobre brillantes calcetines plateados.
Lo primero que Finn notó fueron las botas del Doctor Doctor Sriwanichpoom porque, cuando lo lanzaron de golpe en holotransmisión a su oficina —a la que, por cierto, apodaban el Salón del Trono debido a lo espaciosa que era—, este tenía las piernas cruzadas con flojera sobre su escritorio.
—¡Señor Nordstrom! —exclamó mientras se levantaba. Avanzó hacia Finn, y este estrechó la mano para saludar a su superior. En realidad no había razón para que Finn y Doc-Doc estrecharan manos en el aire, ya que un holograma es solo un holograma, por supuesto; no es de carne y hueso. Pero hicieron el gesto de cualquier forma.
—Señor —dijo Finn—, buenos días.
—¿Qué hora es allá? —Sriwanichpoom hablaba con un inglés impecable y tenía ese quebradizo acento nasal por el que se reconocía a la gente de la provincia británica, pero que los extranjeros, como él mismo, habían logrado perfeccionar.
—Son las… eh… 2 a.m.
—Se está usted desvelando un poco, ¿no es verdad? —preguntó el director entre risitas, pero no esperó para recibir la respuesta—. Siéntese, por favor. —Señaló una mesa transparente suspendida, con cuatro cojines acomodados alrededor. Como a Finn nunca lo habían invitado, ni en vivo ni en holograma, al Salón del Trono, antes de tomar asiento necesitó un momento para acostumbrarse al lugar. En realidad se sentó en un banco que estaba en el refugio familiar, pero esos detalles carecían de importancia cuando uno estaba inmerso en imágenes en tercera dimensión.
El director se levantó los pantalones blancos un centímetro, y luego se sentó y cruzó las piernas. Su bota de vidrio ahora estaba casi en la cara de Finn.
—Pues bien, esto no tomará mucho tiempo. Ya sabe dónde se encontró el contenedor, ¿verdad?
—Sí —contestó Finn—. En el fondo de un bodden.
—Correcto. El más cercano a Wustrow.
¡Ping! De pronto hubo un parpadeo acompañado de un sonido metálico, en la cuadrícula del BC de Finn.
—Acaba de recibir dos documentos —le explicó el director—. Revíselos.
La primera imagen estaba tomada desde un bote. Finn vio el agua y una franja de tierra más bien desolada que, probablemente, era la costa del Bodden. Había un conjunto de álamos a la izquierda y, al fondo, se veían las ruinas de un pueblo con un campanario.
—Ahí es donde se encontró el contenedor —dijo Doc-Doc.
El segundo documento era la imagen de una caja negra con asa, similar a los portafolios rígidos de entre siglos.
—El diario se encontró en este contenedor —añadió el director de la biblioteca.
Los parpadeos de sonido metálico desaparecieron de repente del BC de Finn.
—Lo lamento —dijo Doc-Doc, frunciendo el ceño—. Las imágenes se autodestruyen gracias a un virus. Si las necesita de nuevo, solo tiene que solicitarlas. Así que… ¿En qué nos quedamos? Oh, sí. ¿Ya sabía que el diario fue escrito en alemán?
Finn asintió.
—Por desgracia —continuó su superior—, el alemán no es una de las especialidades de este director. Él se enfoca en italiano, francés, ruso, holandés y danés extintos; inglés, por supuesto, y su lengua madre, el thai. Debido a lo anterior, a este lector le fue imposible hacer algo más allá de una inspección somera, la cual, sin embargo, fue bastante interesante. Uno de los arqueólogos que tenemos aquí en Stralsund, el Doctor… mmm… —El director miró hacia la ventana e hizo clic en su BC—. Ah, sí, ahí está. El Doctor… Beyer, especialista en la Era del Invierno Negro… Bien, pues él hizo una revisión más profunda del contenido pero creyó estar insuficientemente preparado para juzgar la importancia de su significado.
—¿Y eso por qué sucedió? —preguntó Finn—. Este traductor trabajó con el Doctor Beyer. Es un sobresaliente especialista en el Invierno Negro.
—Efectivamente, pero por desgracia, el Doctor Beyer no se enfoca en cultura popular de entre siglos. El documento que hoy tenemos aquí para usted es del año 2003 y fue escrito por una adolescente.
—Oh. —Finn se percató de inmediato de su propia desilusión. ¿El documento de una adolescente? Ahora era obvio que no se trataba de un Milagro del Milenio.
—¿Acaso este director nota algo de desilusión en usted? —preguntó el director—. ¿Esperaba usted un Milagro del Milenio?
Finn se sorprendió tanto que terminó riendo. Sriwanichpoom, quien era famoso por su agudísima intuición, también rio.
—Es usted ambicioso, Finn Nordstrom. Eso es bueno. Abajo, en el Archivo de Lenguas Perdidas, me dicen que es usted especialista en principios del siglo XXI y que tiene muy buen oído para el alemán y el inglés coloquiales de entre siglos; ambos, necesarios para este proyecto.
—Este traductor está muy agradecido por la oportunidad de mostrar sus habilidades.
El director se puso de pie.
—Déjeme mostrarle lo que preparamos para usted. Hicimos una réplica genuina del documento. Sabemos que ustedes, los historiadores, prefieren trabajar con versiones impresas en lugar de documentos digitalizados para BC, lo cual también es bastante sensato, cuando se trata de escritura a mano.
—¿Solamente había un documento en el contenedor?
—«Un paso a la vez» —dijo el director, al mismo tiempo que agitaba el dedo con desenfado frente a Finn.
Ese era el procedimiento estándar. También los informes financieros del Deutsche Bank se los iban entregando uno por uno y en orden cronológico, siempre cronológico.
—¿Pero había varios documentos en el contenedor? —insistió Finn.
—Eso es algo que este director no puede divulgar —contestó Sriwanichpoom con frialdad, casi con petulancia.
Ahora bien, ese no era un procedimiento estándar. Por lo general, a los traductores se les explicaba un poco sobre la longitud y el alcance de los proyectos.
El director de la biblioteca le sostuvo la mirada a Finn por algunos instantes. A este le pareció que sus ojos eran fríos e, incluso, amenazantes. Tenía la vaga sensación de que el director le recordaba a alguien, ¿pero a quién?
El Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom se levantó y asintió con la vista fija en la pared. Esta se abrió y entonces se reveló un librero. El director se acercó a él y volvió con un libro cuya portada era de un color rosa muy intenso. Era un rosa chillante al que solían llamar rosa caliente o rosa fosforescente. La cubierta era rosada, fea, brillante, demasiado llamativa y de plástico. O tal vez era de vinilo. En ella había impresos diminutos corazones rojos; corazones, flores y mariposas. El libro también tenía una cerradura que se veía bastante endeble, y en la que había una llavecita dorada atada a un listón rosa con textura de satín. Finn no sabía qué pensar. Miró al Doctor Doctor Rirkrit Sriwanichpoom.
—¿Qué es? —le preguntó.
—Es un diario —contestó el director—. Escrito a mano, naturalmente.
—¿Un diario? —preguntó Finn, sorprendido.
Él ya había visto varios diarios antiguos, pero ninguno lucía como este. Los que había visto eran, en su mayoría, elegantes; de piel o encuadernados con tela. Algunos tenían las palabras Moleskine® o Filofax® impresas en la portada o el lomo. No obstante, de pronto recordó que alguna vez vio el diario de Anna Frank, el cual tenía una cerradura y llave, similares a las de este. Por desgracia, los diarios originales de la víctima del Holocausto se perdieron en el Invierno Negro. De las ruinas de Ámsterdam solo se salvaron dos reproducciones de la libreta forrada con tela escocesa a cuadros rojos, blancos y verdes, que fueron reconstruidas por artesanos en 2002. Ahora se les conservaba en la Biblioteca de Europa.
—¿Quién es el autor? —preguntó Finn.
—No lo sabemos. Algunos días están firmados con la letra «E». Creemos que se trata de una chica.
—¿Una chica?
—Sí, muy jovencita. De unos trece años, nos dijo el Doctor… eeeh…
—¿Beyer?
—Sí. Al parecer el diario inicia en el cumpleaños número trece de la niña.
¿El diario de una niña de trece años de principios del siglo XXI? Difícilmente podría eso ser gran literatura o un tesoro cultural del mundo. A menos de que, por supuesto, se tratara de las primeras reflexiones de alguien que se volvió famoso más adelante. ¿Pero qué tantas probabilidades había de eso? De pronto a Finn le pasó por la cabeza la idea de que sería un error renunciar a los informes financieros del Deutsche Bank a cambio del diario.
—Tenemos la esperanza de que el nombre de la autora aparezca en algún otro lugar del texto —añadió el director, quien, una vez más, intuyó los pensamientos de Finn—. Tal vez es cierto que ya sabemos algo de sus obras posteriores. La misión de traducirlas, evidentemente, también le correspondería a usted. Leer todo: palabra por palabra. Investigar cada una de las referencias, como ¿en dónde vive?, ¿quiénes son los integrantes de su familia?, ¿quiénes son sus amigos? Estoy seguro de que encontrará indicios en el diario. También esperamos que eso suceda muy pronto. Creemos que este proyecto puede ser importante, y que, incluso, usted podría terminar con una tesis doctoral en las manos gracias al mismo. ¿Planea estudiar un posgrado?
—Ciertamente. Este historiador estaba considerando trabajar primero otro año o dos para afinar sus habilidades.
—Muy bien. —El director se levantó—. ¿Entonces ya quedamos de acuerdo? —La pregunta tomó a Finn por sorpresa.
—¿Necesita respuesta inmediata?
Doc-Doc frunció el ceño.
—Sí, claro. Si no, ¿entonces por qué cree que me tomé la molestia de hacer la holotransmisión?
Finn se sintió abrumado.
—En ese caso, sí. Está bien.
—Le apartamos un lugar para hoy, martes, a las 2 p.m. Nueva York–Berlín. La información está en su bandeja de correo. Lo esperamos el miércoles temprano en Greifswald. —Y de pronto, el director ya estaba parado frente a Finn, en el refugio Nordstrom—. ¡Ah! —exclamó, mientras miraba los muebles de la habitación—. Encantadores. Estilo americano del siglo XXI —dijo, y luego caminó hasta la ventana—. Qué hermoso escenario: la luna sobre la tierra. —Volteó hacia Finn y extendió la mano—. Muy bien, entonces nos vemos el miércoles.
Antes de que el historiador pudiera siquiera estrechar la mano con el aire, el director de la Biblioteca de Europa desapareció.