XXXVI

Oigo un ejército embistiendo la tierra

Y el fragor de los corceles zambulléndose, la espuma hasta sus rodillas.

Arrogantes, con armaduras negras tras ellos se yerguen

Desdeñando las riendas, con látigos ondeantes, los aurigas.

Atronan la noche con sus nombres de guerra:

Yo gimo dormido cuando escucho a lo lejos su torbellino de risas.

Henden las tinieblas de los sueños, llama cegadora,

Retumbando, retumbando sobre el corazón como sobre un yunque.

Marchan ondeando en triunfo sus largos cabellos verdes:

Emergen del mar y corren vociferando por la orilla.

Corazón, ¿es que no tienes sensatez para desesperarte así?

Mi amor, mi amor, mi amor, ¿por qué me has dejado solo?