XXVII

Aunque yo tu Mitrídates fuera

Inmune al desafío del dardo emponzoñado,

Aun así debieras abrazarme de improviso

Para conocer el éxtasis de tu corazón

Sin que me quede más que restituir y confesar

La malicia de tu ternura.

Para el florido y rancio estilo,

Vida mía, mis labios se han tornado demasiado entendidos;

Mas no he conocido el amor cuya loa

Celebran nuestros poetas pastoriles,

Ni un amor en el que no se pueda dar

Una pizca de falsedad.