Una hora después la conexión fue bien distinta. En un principio el marco no estaba encuadrado del todo y la reportera había olvidado retocar su maquillaje. Ni siquiera se había quitado el abrigo. El sol empezaba a elevarse pero un nubarrón grisáceo oscurecía la playa de Las Canteras. A la señal de Lucho, Rebeca empezó a hablar.
—Sí, buenos días de nuevo. La situación junto al hotel AC se ha convertido en preocupante. Gran parte de los jefes de estado asistentes a la convención se encuentran ya dentro del edificio, pero lo más aterrador está teniendo lugar afuera. Un grupo de manifestantes equipados con pancartas y banderas ha tomado posiciones frente a las puertas del hotel lanzando proclamas contra las medidas financieras y el papel de los mercados. A estos se han ido uniendo progresivamente varias decenas de ciudadanos y ahora mismo podemos decir que los aledaños del AC están literalmente tomados por los manifestantes.
La cámara de Lucho hizo un barrido hacia la izquierda dejando a un lado a la periodista, mostrando las riadas de gente que se acercaban al hotel desde el puerto y desde La Isleta, inundando el paseo marítimo y las calles anexas a la playa.
—Nunca se había visto una cosa así en nuestra ciudad, semejante manifestación espontánea sin autorización y sin dispositivo policial organizado. Resulta espeluznante calcular lo que puede llegar a suponer esta acumulación de personas en un espacio tan reducido y sin las medidas de seguridad necesarias.
El locutor al otro lado del noticiario despidió la conexión y Rebeca se alejó de la multitud para refugiarse junto a Lucho. El técnico no recogió la cámara sino que decidió seguir grabando. Lo que estaba ocurriendo era demasiado grave para escatimar en espacio de memoria.
—¡Mira! —exclamó.
Un grupo de exaltados estaba intentando atravesar las puertas del hotel, los miembros de seguridad no eran capaces de contener su empuje y hubieran cedido de no haber llegado a tiempo la policía. Uno de los agentes disparó un tiro al aire, otro impelió a la muchedumbre a que se retirara empleando un megáfono, las lecheras de los antidisturbios aparecieron a trompicones abriéndose paso entre el gentío y un puñado de agentes armados descendieron de ellas disparando pelotas de goma. Lejos de dispersar a los manifestantes sólo consiguieron enojarlos más.
—¡Vuelve a conectar! —gritó Rebeca por encima del tumulto.
—Lo intentaré pero nos tienen que dar paso.
El técnico regresó a la caravana y utilizó el comunicador para explicar a la redacción lo que estaba viviendo, sin embargo cuando volvió junto a Rebeca no tenía buena cara.
—¿No les parece lo suficientemente importante?
—Dicen que esperemos.
La reportera frunció los labios y dio un pisotón al suelo. Sabía que si perdía ese directo se le estaría escapando una oportunidad de destacarse.
—Estarán dando las noticias de fútbol.
Una mujer que cargaba con un niño pequeño le dio un tirón en el abrigo. Rebeca se giró sobresaltada.
—Dicen que ha muerto una señora —le contó en susurros—. Aplastada. Denúncienlo.
La mujer desapareció entre la multitud tan fugazmente como había llegado. La reportera la perdió de vista pero alcanzó la escalerilla metálica que llevaba a la antena sobre el techo de la unidad móvil y subió por ella.
—¿Quién era? —le preguntó Lucho—. ¿Qué te ha dicho?
Desde allí arriba la magnitud de la congregación podía verse mejor. La marea de descontentos abarrotaba la plaza triangular al pie del edificio y colapsaba las calles a su alrededor. Las pancartas y las proclamas se multiplicaban en la misma proporción en la que las fuerzas de seguridad dejaban de ser efectivas. Sin embargo, un grupo de unas cincuenta personas parecía más agitado que el resto, se arremolinaban en torno a alguien que se retorcía en el suelo.
—¡Coge la cámara! —gritó Rebeca bajando del techo—. ¡Y llama a la central, que nos pinchen ya!
Lucho apenas tuvo tiempo de obedecer a la periodista, desmontó la cámara del trípode tan rápido como pudo y la siguió entre el maremágnum de brazos y piernas hacia la aglomeración. Cuando llegaron, ella le dio la orden de empezar a grabar.
—¿Qué sucede aquí? —preguntó Rebeca. Uno de los manifestantes se dio la vuelta iracundo y al ver la cámara con el logotipo de la autonómica se tornó mucho más hablador. Cuando el círculo de personas se abrió un punto la reportera pudo ver cómo la anciana señora se retorcía en el suelo entre convulsiones. Sangraba por una profunda herida en la frente.
—Hubo una avalancha —respondió el hombre— cuando la carga. Ella quedó atrapada bajo nuestros pies… ¡Hace un segundo estaba muerta!
Rebeca le miró con los ojos como platos.
—¿Qué quiere decir con que estaba…?
Lucho llamó su atención y le hizo una señal, llevaba la cámara al hombro y le pasó el micrófono espumado.
—¡Ahora! ¡Entras en tres, dos…!
—Buenos días de nuevo, esta vez mucho más inquietos de lo que cabía esperar. Porque mientras la convención por el medio ambiente sigue su curso en el interior del AC, aquí fuera los antidisturbios han puesto cerco al hotel y las cargas policiales ya se han cobrado una víctima —Rebeca hizo un gesto a su técnico para que enfocara a la anciana en el suelo. Un segundo después volvió a ella—. Estamos seguros de que este no es el único percance terrible en esta manifestación descontrolada, nos tememos que con tal cantidad de gente…
Un estremecedor alarido causó una ola de sobresaltos alrededor de la mujer, los curiosos que se habían acercado comenzaron a empujarse con el anhelo ferviente de alejarse de ella, mientras un estallido de sangre regurgitaba hacia el cielo salpicando a su alrededor. La anciana acababa de levantarse, vomitando todo lo que tenía dentro, se había puesto de pie tambaleante y buscaba con sus manos asir a los que la rodeaban. La piel de su rostro caía como un pellejo hueco sobre su pecho dejando a la vista la carne viva que recubría su cráneo, sus pupilas se balanceaban de un lado a otro de sus globos oculares.
—¿Estás grabando esto? —chilló Rebeca. Lucho asintió y al hacerlo no pudo evitar mover la cámara de arriba abajo— Señoras y señores, no podrán creer lo que está sucediendo…
Un nuevo rugido llamó su atención desde lado contrario de la plaza, un hombre se abría paso golpeando a todos y lanzando manifestantes por los aires. Minutos atrás había sufrido un infarto provocado por las apreturas y la falta de oxígeno pero ahora se mantenía de pie furioso y babeando a través de unas fauces desencajadas en un rictus imposible. Lucho dirigió su objetivo hacia allí.
—¿Lo tienes? —exclamó Rebeca— ¡Dime que sí!
Antes de que el técnico pudiera confirmarlo el revivido agarró los hombros de un joven y le clavó los dientes en la espalda. La sangre salió despedida como un géiser y detonó el pánico en la plaza. La cámara tembló en los hombros del técnico.
—¿Qué ha hecho? —preguntó Rebeca incrédula— ¿Le ha mordido?
A modo de respuesta la anciana agarró por las solapas al hombre más cercano y lo tiró contra el suelo. Se arrodilló sobre él y empezó a roer la carne de su abdomen hasta destriparlo sin que nadie fuera capaz de quitársela de encima.
—¡Sigue grabando! —gritaba Rebeca fuera de sí— ¿Estamos en directo?
Les llegaron gritos desde una de las calles que desembocaban en la playa. No hacía un minuto se había dado por muerto a un hombre aquejado de graves problemas respiratorios y de repente se había incorporado con el pecho hinchado y la piel desteñida en un azul lívido que no le impidió aferrarse a la pierna de una joven para mordisquearla con ansia.
—¡Olvídate de eso! —le respondió Lucho— ¡Corre!
El horror se extendió como la brisa entre la inmensa congregación reunida en los alrededores del hotel AC. Los estallidos de pánico proliferaron y con ellos los empujones, las acometidas, la locura por escapar de allí. Gente mayor caía y era pisoteada, niños morían debido a la asfixia resultante del tumulto de cuerpos que los apretaba, el número de víctimas se multiplicaba y cada uno que fallecía tardaba sólo segundos en incorporarse y atacar con virulencia al resto. Ataques cargados de ira, de rabia, de arañazos y dentelladas.
En cuestión de minutos la playa y sus alrededores se llenaron de gruñidos espeluznantes y del hedor de la carne muerta. La manifestación se transformó en un caos sangriento en el que unos intentaban huir y los demás comerse a los que no lo conseguían. Las fuerzas de seguridad recibieron la orden de dejar de jugar con pelotas de goma y abrir fuego real si lo veían necesario.
Lucho tiró del brazo de Rebeca y entraron en la caravana, el técnico dejó la cámara sobre la mesa y arrancó el motor de la furgoneta pero no tenía la menor idea de cómo iba a sacarla de allí con todas las calles y recovecos inundados de personas histéricas. La apabullante multitud les rodeaba y bloqueaba cada vía de escape.
—¿Lo grabaste todo? —preguntó la reportera incapaz de ocultar un temblor en su voz. Se sentía aterrada y no podía dejar de mirar hacia atrás a través del cristal de la unidad móvil. Un chico acababa de recibir un disparo pero seguía arrastrándose con las piernas destrozadas por la metralla, había logrado agarrar el muslo de un policía y lo devoraba con ansia entre salpicones de sangre y los alaridos de su legítimo dueño.
—¡No mires! —le gritó el técnico— Ya nos vamos.
—¿Has hablado con la redacción?
—No contestan.
Lucho pisó el acelerador pero la furgoneta no se movió un ápice. Los obstáculos eran demasiados. Primero dos o tres, después media docena, por último una jauría desquiciada de esas criaturas la alcanzó y empezó a zarandearla. Antes de que el técnico pudiera maniobrar para ningún lado la unidad móvil estaba rodeada y Rebeca gritaba histérica en su interior. Las cabezas deformes y purulentas se pegaban a los cristales buscándola con ojos vacíos, los gruñidos hambrientos estremecían a una reportera que sabía que ni esas ventanas ni la propia puerta iban a aguantar demasiado. Entonces Lucho dejó los mandos y abrió la claraboya cenital que conectaba con el techo.
—¡Sube! —le gritó, Rebeca estaba paralizaba de miedo.
—¿Por ahí?
El técnico aupó a su reportera y la sacó de la unidad móvil por el techo. Si sólo unos minutos antes Rebeca había oteado desde allí la magnitud de la concentración, ahora observaba un caos de hombres y mujeres mordiéndose unos a otros, desangrándose y compartiendo vísceras arrancadas de cadáveres andantes. Los manifestantes y los policías intentaban huir pero tal era la aglomeración y el atropello que avanzar resultaba imposible. Las calles estaban tan saturadas que la gente echó a correr hacia la playa, con lo que los distraídos bañistas recibieron una horda macabra e inesperada de vivos y muertos sin sentido. Alguno se vio sorprendido por las dentelladas mientras tomaba el sol sobre la arena.
El cámara mejicano no cabía por la abertura de la claraboya. Rebeca le miró horrorizada, sostenerse ahí arriba no resultaba nada sencillo.
—¿Qué hago ahora? —gritó.
—¡Sujétate a la antena!
—¿Y si nos vuelcan?
Lucho apartó la mirada para que Rebeca no intuyera su preocupación y regresó al volante. Metió la primera marcha y besó el crucifijo que siempre pendía de su cuello. Intentó desplazar el vehículo, aunque con los zarandeos de las criaturas la unidad móvil en raras ocasiones tocaba el suelo con más de dos ruedas a la vez. Tendría que ser suficiente.
—Diosito —murmuró, mirando por última vez hacia arriba—. Haz que esté bien agarrada.
El técnico azteca dejó caer la cruz dorada sobre su pecho y pisó el acelerador a fondo.