Esta vez no fue una sorpresa, pues llevaban mucho tiempo esperando la conclusión de las obras, aunque no de modo oficial.
Por eso, cuando una noche, antes del alba, Sen-en Mut la despertó y se situó ante ella con los ojos brillantes de excitación infantil, supo sin duda a qué se debía.
No dijo nada y puso sus dedos en la boca de él para que callase. Se vistió con ropas corrientes y tomó su capa, pues la noche era fría.
No necesitaban hablar para entenderse, y apenas hubieran podido hacerlo debido a la emoción, así que callaron.
Como tantas veces, una silla les estaba esperando. Montaron y realizaron el trayecto al río y el paso a la otra orilla sin dejar de mirarse, sonrientes.
De nuevo volvieron a montar en la silla y contaron el tiempo que les llevó ir hasta el valle.
Entonces, él habló por primera vez.
—Quiero que cierres los ojos.
Ella le dedicó una última sonrisa y un beso, y le obedeció, ansiosa.
Sabía que era tan importante para ambos que le temblaban las manos cuando él se las tomó para llevarla hasta el pie del templo.
Ella esperaba el conocido terreno pedregoso y sucio, y en su lugar se sorprendió por lo llano y firme del mismo. Sin duda se trataba de una vía ceremonial.
—Ya puedes abrirlos.
Hatshepsut había visto una de las primeras maquetas del templo en la que dos terrazas se superponían, pero jamás hubiera podido imaginar que se iba a sorprender de tal manera.
Quedó sin habla, sin respiración.
Su primera reacción fue pensar que era imposible que aquella obra grandiosa y bellísima hubiera sido hecha por el hombre, y que, sin duda, Sen-en Mut había pactado con los dioses que la construyeran en su nombre.
La vía ceremonial que pisaban daba a una rampa que accedía a un primer nivel, una terraza sostenida por infinidad de columnas que le parecieron tan estrechas que no podrían contener el descomunal peso.
Ahí se situaba un amplio patio, con preciosos jardines y árboles del Punt, del que nacía una nueva rampa que daba a dos niveles más de terrazas, uno sobre el otro, que parecían dar directamente a la montaña y penetrar en ella a través de un zócalo de piedra, como si de él naciera una pirámide natural.
Todo ello estaba bañado por la maravillosa luz del amanecer, teñida de los asombrosos matices de colores amarillos, ocres y rosados que el sol encontraba en su camino hacia el valle.
Al lado quedaba un viejo templo de disposición parecida, pero sin la grandiosidad y extensión de éste. Adivinó que el genio constructor de su marido lo había mejorado hasta llevarlos a la perfección.
El conjunto era tan grande, tan hermoso y tan distinto a nada que se hubiera construido antes, que no pudo encontrar palabras que le hicieran justicia. Su visión se empañó en lágrimas serenas. De felicidad.
Volvió la vista hacia su amor, que le miraba con el orgullo del amante sin condiciones.
—¿Qué te parece?
—Es más de lo que ningún dios hubiera imaginado. ¡El mismo Amón se va a sentir celoso!
Sen-en Mut rio.
—Es la representación del amor que siento. Es la proporción de tu reinado. Es la magnificencia de tu divinidad. Eres tú.
—Nosotros.
Se besaron con pasión, aunque Sen-en Mut, como el niño ansioso que no había dejado de ser, se desasió entre sonrisas.
—Ven. Te lo enseñaré.
»La disposición del templo es a semblanza del cosmos, basado en el país del Punt como punto de nacimiento de los dioses, Amón y Hu, en el farallón curvo del circo pétreo, identificado hace muchos años con los cuernos de la sagrada vaca.
»Corona una triple conexión mágica: al Este, con el santuario del templo de Amón en Karnak; por el Oeste, el Ipet-Sut y la tumba que compartirás con tu amado padre; y, en el centro, este templo, el Dyeser-Dyeseru, el más sagrado de los lugares.
»En la terraza superior está el santuario interior dedicado a Amón, rodeado de capillas a Amón, Ra y Osiris, al Norte, y Tutmosis I y tú al Sur.
Subieron por la rampa mientras le daba explicaciones, con amplios gestos de sus manos y una extensa sonrisa.
—El santuario penetra en el interior de la montaña, participando tanto de la oscuridad del poderoso Amón en el espacio hurgado a la roca viva como de la luz de la amada diosa Hat-Hor en sus terrazas, mostrando así a Hatshepsut como hija de ambos dioses.
»Lo construí a imitación del templo —señaló la casi derruida construcción vecina— del rey Ne-Hepet-Ra Mantu Hotep II, que unificó el país ante la guerra civil contra el Norte. Tengo que pedirte disculpas, tuve que desmantelar un pequeño templo dedicado a tu madre, pero le construiré uno mayor y más lujoso. —De nuevo miró su templo—. Pero este templo es más ligero. En su terraza principal he plantado muchos de los árboles del Punt y Amón se sentirá aquí como en su casa. Ra se manifiesta en el eje solar Este-Oeste que conecta con el Ipet Sut[22]. —Los ojos de Sen-en Mut brillaban—. Cuando esté concluido el acceso, para lo que queda muy poco, desde un embarcadero, y a través de una calzada, se llegará al templo de acogida, o del valle, con dos terrazas y una columnata, unidos por una avenida de esfinges que conduce al interior.
Llegaron a la primera terraza. La llevó hacia los muros para que admirara la obra de los mejores escultores del reino.
—Los grabados expresan tu aspecto como garante del orden divino en las Dos Tierras. Rodean el jardín con un estanque donde plantaremos incienso del Punt entre esfinges leoninas con tu semblante.
La rampa de acceso los llevó a once columnas, delante de once pilares, junto a muros que reflejaban el transporte de los obeliscos de Karnak y sus ceremonias de erección, la lucha contra los enemigos, las ofrendas al dios Amón y la caza ritual.
Al fondo, la llevó a un segundo pórtico sujeto por columnas y la balaustrada de la rampa de acceso a la segunda terraza, que mostraba a Hatshepsut bajo apariencia de león.
Sen-en Mut pasó de largo de los temas comunes y condujo a la reina a la segunda terraza.
—Aquí se relata tu ascendencia divina como hija carnal de Amón que cumple los deseos de su padre; en el pórtico medio se narra el viaje al Punt. En la parte Norte, la piedra cuenta lo más importante. —Se detuvo. Hatshepsut pudo ver que estaba visiblemente emocionado—: El misterio de la teogamia que legitimará tu trono y tu origen divino.
Se dirigieron hacia allí.
Los relieves mostraban con claridad al dios Jenum con cabeza de carnero, mostrando a la niña Hatshepsut y a su Ka sobre el torno de alfarero en que son moldeados los hombres. El dios se veía siguiendo las instrucciones de Amón bajo el aspecto de Tutmosis I, unido a Ah-Mes ta Sherit, para concebir al infante divino Hatshepsut. También se representaba el parto posterior. Hatshepsut vio las imágenes de Amón y su madre, Ah-Mes, alzados al cielo sobre las manos de diosas de su ascendencia.
Tras el parto, Hat-Hor mostraba a la niña a Amón, mientras sus doce Kau, o esencias energéticas dobles, eran amamantados por doce diosas.
Su madre era llevada a presencia de los dioses Thot, Jenum y Heket con cabeza de rana, y finalmente el dios Amón extendía su mano para proteger a su hija.
Los relieves resultaban tan impresionantes que Hatshepsut apenas podía caminar, y solo seguía a Sen-en Mut arrastrada de su mano por las capillas a Anubis.
Subieron la segunda rampa hacia la tercera terraza, el ascenso marcado por la condición divina de la hija de Amón ya coronada faraón, llegando al nivel más sagrado del templo, culminando su unión con Ra, Amón y sus antepasados.
La balaustrada de la rampa mostraba un halcón con cuerpo de serpiente y, al culminar la subida, el pórtico del fondo se abría ante ellos, sostenido por veinticuatro pilares que la representaban con el aspecto mumiforme sosteniendo los cetros Anj, Uas, Heka y Hehaha.
Una puerta de granito rosa, que rezaba «Que Amón sea santificado», daba acceso al patio interior. Estaba rodeado por una doble columnata en el Norte, Sur y Oeste y por tres hileras de columnas por el Este, donde se abría a santuarios a Ra y a una capilla a Anubis, más otras capillas a Amón-Min, Amón, Tutmosis y la suya propia, donde no pudo evitar jadear entre lágrimas y señalar como una niña la imagen de Sen-en Mut, prácticamente escondido tras la hoja de madera de la puerta.
La capilla recogía las ofrendas al culto funerario, procesiones de sacerdotes, porteadores de carne, pan, vestidos, flores, ungüentos y objetos de tocador.
Al fondo, una estatua suya para el culto futuro, una estela que la representaba en la barca solar y un mapa celeste en el techo, junto con escenas del rito de apertura de boca y capillas a los miembros de su familia, incluyendo su esposo Tutmosis II.
En el centro del patio, seis colosales estatuas de la reina, arrodillada y oferente, con los vasos Nu de ofrendas de vino y leche, asistida por Tutmosis y Ah-Mes Ta Sherit.
En la fachada Oeste, a cada lado de la puerta, se abrían los nichos enormes que algún día albergarían estatuas de la reina en su Heb-Sed.
En los muros Norte y Noreste del patio se representaban escenas de la bella fiesta del Valle y la fiesta de Opet, que presidirían para oficializar el templo. En ella, la barca de Amón llegaba hasta el templo, donde era recibida por los soberanos y las estatuas de los reyes fallecidos y divinizados. Allí se celebrarían los ritos, explicando el proceso de las antorchas, que muy pronto presidiría.
La visita había concluido, pero Hatshepsut miraba por todas direcciones. Faltaba algo.
Al ver la serenidad de Sen-en Mut, se desmoronó, dejándose caer en sus brazos.
—Pero… Mi amor. ¡Es un templo para mi divinidad! ¿Y dónde estás tú? ¡No la quiero si tú no estás a mi lado!
Sen-en Mut la abrazó con pasión y en el beso se mezclaron las lágrimas de ambos. Intentó bromear.
—¡Pero si me has visto varias veces!
—Sí, pero arrodillado al lado de tu hija, o entre los constructores, pero yo te quiero conmigo en las estrellas. No como un hombre, sino como el dios que eres para mí.
Volvieron a abrazarse. Ella temblaba.
—No bromees. No lo soportaría.
Él asintió.
—No podía usurpar tus privilegios. Es tu templo.
—Pero…
—Calla. ¿Crees que he renunciado a ti?
Salieron del templo, dirigiéndose hacia la esquina sureste del primer patio de columnas, junto a la cantera cercana, de la que se habían excavado las piedras para la calzada ceremonial y la avenida de esfinges.
En la esquina, una pequeña meseta de piedra de la cantera había quedado sin explotar, revelándose como una pequeña joroba sobre el amplio hueco excavado.
—Ahí está mi tumba y mi pequeño templo. Lo excavé en la roca. Está todo dentro, escrito en rollos: los grabados y las decoraciones. La entrada habrá que abrirla a golpes de pico, pues está cerrada y sellada, como si fueran desechos junto al farallón, pero es un pequeño templo y morada de eternidad que me recordará a ti.
»Pero, como te dije, no me siento bien grabando y pintando yo mismo los muros, a pesar de haberlo diseñado y construido. Sería como engañar a los dioses. Deberá ser Hapuseneb el que la abra, concluya y vuelva a sellar, plantando después vegetación sobre ella.
»¿Sabes? En uno de los muros quedarán mis ojos grabados, mirando justo al santuario de tu templo, con lo que siempre estaremos en contacto, tanto en la tierra como en las estrellas.
»Lo más importante es que quedará oculto bajo la tierra y la arena con la que rellenaremos esto, y nadie sabrá que existe, garantizando así tu divinidad como faraón, como diosa y como poderosa, y la mía por estar oculta. Si me ocurre algo, puedes ordenar excavarla. Será sencillo. La piedra es fácil de tratar y no llevará mucho tiempo ni coste.
Sólo tienes que recordar el lugar exacto donde Hapuseneb deberá golpear con su pico para abrir el conducto que llegue al templo orientado a ti. No queremos que golpees en un punto equivocado y eches a perder uno de los valiosos grabados.
Ella le miró con seguridad.
—Puedes estar seguro de que lo recordaré.