APARTAMIENTO Y MELANCOLÍA
Volví a Bayona, pensando que la suerte me volvía la espalda. Estaba desesperado y desilusionado. No tenía tampoco un amigo a quien contar mis penas.
El amor, el dandismo y la intriga.
UNAS semanas después pasé por Bayona y fui a ver a García Orejón. El ex picador no tenía nuevos datos. Se me ocurrió visitar al cónsul Gamboa e intentar sonsacarle algunas noticias. Estaba de buen humor y charlamos.
—¿Qué hace usted? —me dijo.
—Estoy tomando baños —le contesté.
—¿Ahora permanece usted tranquilo?
—Sí, a la fuerza. ¿Y qué hay de la política?
—Las circunstancias actuales son muy difíciles. En este momento se lucha como nunca por la preponderancia militar contra la autoridad civil.
—Entonces —le indiqué yo— los liberales auténticos lucharemos por la autoridad civil.
—No, ahora no puede ser.
—Yo creo que eso puede ser siempre.
—Hay que esperar.
—Y su amigo, don José María Calatrava y los masones de su cuerda, ¿siguen en su enemistad contra mí?
—Tiene usted mala nota. A Calatrava le han asegurado que en San Sebastián y en la frontera hay un ambiente hostil contra usted.
—Yo no lo he notado.
—Pues lo hay. A Espartero le han dicho que usted ha sido el promovedor oculto de todos los disturbios provocados por el partido progresista y el iniciador de los movimientos revolucionarios de Málaga y de Cádiz y de la sublevación militar de Hernani.
—Esto último no es cierto.
—Sea todo verdad o no, lo que le conviene a usted por ahora es estarse quieto.
Me pareció verdaderamente estrambótico que me reprocharan a mí el ser un agente de los progresistas, cuando ellos, por aquella época, estaban ingresando en el progresismo. Para los santones de la masonería el progresismo era vergonzoso, si ellos no se encontraban dentro; pero si entraban en el partido, este se sublimaba y se convertía en algo puro y magnífico.
De la charla con Gamboa saqué en consecuencia que el cónsul de Bayona era un elemento importante en la conjuración carlo-franciscano-esparterista. Esta iba cambiando de carácter y haciéndose cada vez más esparterista.
Orejón me había asegurado que Gamboa, con Lasala y Collado y con agentes del partido progresista, entre ellos Calatrava y Mendizábal, seguían haciendo operaciones de Bolsa y contrabando, y que todos los de su cuadrilla esperaban realizar grandes negocios si Espartero entraba en el poder.
Me despedí de Gamboa y anduve por las calles de Bayona. El día estaba triste; el agua del Aldour, turbia y de color de barro; las gotas de lluvia saltaban y parecían hervir en la superficie del río, y el viento formaba pequeñas olas en el agua.
Seguía yo con atención por entonces lo que ocurría en París, porque allí se estaba incubando la ruina de María Cristina.
A final de julio, el marqués de Miraflores presentó la dimisión de su cargo de embajador de España. No se marchó de Francia y se fue a vivir al mismo barrio aristocrático parisiense donde se estableció meses después María Cristina, a la calle de Matignon.
Por este tiempo me preguntaron desde la embajada española de París lo que pensaba acerca de la actitud que debía tomar el partido liberal con relación a la reina y a Espartero. Me hice el sueco. Contestar a estas preguntas me parecía muy comprometido.
Los amigos del infante don Francisco y de Espartero, si se unían, harían la guerra a los liberales de los otros bandos. Yo me decidí a callar y a esperar mejores épocas.
Me iba dejando llevar por la desgana y por la melancolía. En esto debía de influir mi afección reumática. No mejoraba con los baños. Ya el optimismo y las esperanzas iban desapareciendo en mí, y lo veía todo muy negro.