OCHO o diez años después de la muerte de Aviraneta, un señor, conocido mío de París, gran erudito, que escribía en la Revista de Ambos Mundos, me pidió que le enviara el folleto de don Eugenio Las guerrillas españolas o las partidas de brigantes de la guerra de la Independencia.
No lo encontré en las librerías, y fui a buscarlo a la imprenta de F. Martínez, de la calle de Segovia, número 26, donde se había dado a la estampa.
Había en el taller, cuando llegué yo, unos pocos cajistas; les hablé de mi pretensión, y no supieron decirme si había ejemplares o no del folleto que buscaba.
—Pregunte usted en el primer piso por el amo —me dijo el que parecía el principal de los tipógrafos, hombre grueso, con una blusa manchada de tinta—. Él lo sabrá.
Subí, llamé, pasé a una salita modesta alhajada a la antigua, con unos tapetes blancos con puntillas sobre los muebles y unas fundas con vivos rojos en los asientos. Hablé con el impresor Martínez, un señor ya viejo, canoso, pequeño; de cabeza grande, cuello corto y aire apoplético, enfermo de catarro crónico, que le producía una tos que le ponía violáceo. Le expuse mi deseo.
—No me quedan de esa obra más que tres o cuatro ejemplares, y no quiero venderlos —me dijo.
—Pues lo siento —le contesté yo.
—¿Y para qué lo quería usted? ¿Para usted?
—No, yo lo tengo, y dedicado por el autor. Yo era muy amigo de don Eugenio. Buscaba la obra para un señor de París que se dedica a estudios históricos.
—¿Y hablará del folleto?
—No lo sé; es muy posible que lo haga.
—Pues entonces se lo voy a dar a usted. Aquí lo tiene usted.
—¿Cuánto es?
—Nada.
—Pues muchas gracias. ¿Usted conoció a don Eugenio?
—Ya lo creo. Aquí vivió una temporada, en esta casa, en el año 1866. ¡En buen jaleo anduvimos!
—¿Pues?
—Nada; que él, ya viejo, y yo, no joven, nos metimos en un fregado del demonio, en medio del tumulto y de las balas de la revolución.
—¿Y por qué?
—¡Qué quiere usted! Circunstancias de la vida.
—¿Y qué pasó?
—Se lo contaré a usted, si quiere.
—Sí, lo oiré con mucho gusto.