LOS INFANTES
Intervine en varias intrigas carlistas y seguí espiando a los partidarios del infante don Francisco, llamado, como usted sabe, en la masonería Dracón, El partido lo dirigían el conde de Parcent y un militar, Ríos, y tenía amistades con don Fermín Caballero y con los que hacían El Eco del Comercio.
Los confidentes audaces.
CONSIGUIÓ, por fin, el conde de Parcent, a final de septiembre de 1841, aunque no con gran oportunidad ni con gran fortuna, el permiso de que los infantes volvieran a España. Justamente cuando iban a entrar por la frontera ocurrió, el 7 de octubre, la rebelión de los moderados y el alzamiento de Vitoria y de Pamplona. Se dieron entonces órdenes para impedir la entrada de los infantes, Traía don Francisco de Paula el camino de Canfranc, y dispuso el Gobierno que si entraba en España no pasara de Zaragoza. En la frontera estuvo detenido hasta la terminación de los alzamientos.
Al saber el final de la rebelión envió un correo a Madrid con una carta para el Gobierno, muy expresiva. En ella se ofrecía a defender la regencia del duque de la Victoria, poniendo a su servicio sus bienes, su espada y las de sus hijos. Para evitar réplicas y observaciones, al mismo tiempo del ofrecimiento se dirigió canino de la frontera vasca.
Hizo el viaje en silla de posta, acompañado de don Hipólito de Hoyos, mayor de la Secretaría de Estado, enviado por el Gobierno para felicitar a los infantes. Iban también el conde de Parcent y Pereira, secretario particular de don Francisco, hombre resuelto, diestro en la intriga, ex director de El Graduador y autor del folleto titulado Matrimonio de la reina Cristina con Muñoz.
La revolución de don Paco fue adoptada por la infanta doña Carlota, quien, con ademanes briosos y llenos de fuego, le aconsejó que, al llegar a Madrid, entrara blandiendo la espada al frente de las huestes del duque. A don Paco le pareció esto excesivo.
Al saber María Cristina el proyecto de su cuñado, intentó impedirlo mediante la influencia de Luis Felipe. Don Francisco de Paula encontró obstáculos para cruzar la frontera vasca, y entonces don Paco pasó por Olorón y fue después a Zaragoza, mientras doña Luisa Carlota se dirigía por mar a Santander, para llegar a Burgos, en cuya ciudad se reunieron los cónyuges, y permanecieron algunos días alojados en casa del diputado don Antonio Collantes.
Se dijo que don Paco estuvo a punto de caer en manos de los sublevados, cuyos jefes habían dado la orden de conducirle preso, si lo encontraban, a la ciudadela de Pamplona.
Instalados en Burgos, el conde de Parcent fue a Madrid a gestionar el traslado a otro pueblo menos frío, y, tanto el conde como el diputado Collantes no perdonaron medios para obtener la autorización de residencia para los infantes en Madrid; pero no la obtuvieron, y sólo pudieron conseguir su traslado a Sevilla, con la promesa de permanecer en la corte quince días para descansar del viaje y proveerse de las cosas más necesarias. La promesa no la cumplieron los infantes, que se quedaron en Madrid y comenzaron a intrigar.
La primera entrevista de Carlota con su sobrina Isabel II y su hermana fue muy fría. La reina niña llamaba a la infanta su merced, y Luisa Carlota dijo: «Si me tratas así, me obligarás a que yo te diga Majestad».
A pesar de los arrumacos de los infantes, no hubo cordialidad en la familia.
Poco después pidieron estos para su hijo don Francisco de Asís el que le nombraran capitán de Húsares de la Princesa, y para el segundo, don Enrique, una plaza de guardia marina. El joven don Francisco de Asís comenzó a darle escolta en sus paseos en coche a Isabel II.
Al acercarse Paquito a Isabel pensaban la infanta y el conde de Parcent comprometer a la reina joven con su primo para llegar al matrimonio proyectado.
Luisa Carlota intrigó todo lo que pudo, y regaló a su sobrina Isabel un medallón de oro con pelo de Paquito.
Todas aquellas intrigas las dirigía doña Luisa Carlota, porque su marido y su hijo primogénito se dejaban llevar pasivamente. De don Francisco de Paula dijo una vez el general Narváez: «Don Paco es medió lila, pero es sincero».
Los amigos de la infanta intentaron convencer al duque de la Victoria para que se asociara a ellos. El apoyo del infante podía servir mucho al general. Espartero, al principio, no parecía convencerse, pero se dejó llevar a regañadientes.
En tanto, los moderados ridiculizaban al infante don Francisco en sus periódicos, y ponían de intrigante y de maquiavélica a Luisa Carlota. A los partidarios de ambos les llamaban en broma los «paquistas».
María Cristina, desde París, se las arreglaba para escribir a su hija sin que se enterase nadie. «No te fíes de Carlota —le decía con frecuencia—; es una mujer de malas intenciones, atravesada y peligrosa».
Las dos hermanas se escribieron muchas veces con motivo de la posible boda de sus respectivos hijos. Lo hacían en italiano. Carlota se dedicaba a las ternezas; pero María Cristina, que no perdonaba a su hermana sus campañas de descrédito contra ella, le dijo más de una vez: «No me opondré a que Isabel se case con tu hijo, si ellos quieren; pero si Francisco de Asís se convierte en mi yerno, su padre, y su madre sobre todo, no entrarán jamás en mi casa. Ya lo sabes».
Luisa Carlota intentó apoderarse del ánimo de Isabel y de enemistarla con sus conocidos para influir sólo ella.
La infanta buscó la amistad de Argüelles, como tutor, y la del señor Ventosa, maestro de Isabel, para que en sus lecciones, y aprovechando los momentos de soledad, hablase a la reina niña de su primo Francisco y le entregara su retrato.
Espartero y Argüelles llegaron a alarmarse con las intrigas de Luisa Carlota, y decidieron, de común acuerdo, volver a desterrar a los infantes.
El duque de la Victoria, sin grandes miramientos; ordenó a raja tabla que don Francisco de Paula y su mujer salieran de Madrid. Los dos se establecieron en Zaragoza, y por algún tiempo ya no se discutió en Palacio la cuestión del casamiento de la reina.
A los infantes les comenzó a faltar el consejo de Pereira, que murió poco después de entrar en España, y que era, al parecer, hombre inteligente y maquiavélico.
Los proyectos de los franciscanos y de algunos progresistas, que simpatizaban con el asunto matrimonial, quedaron frustrados. Estos habían concebido la esperanza de unir a los descontentos de Espartero y de María Cristina y de formar un tercer partido liberal, ni moderado ni progresista, que iría al Poder con un gran apetito de empleo y de mercedes.
Con el fracaso franciscano se renovaron de nuevo los odios de unos y otros; volvió poco después a debatirse la cuestión del casamiento, que parecía iba a ser la manzana de la discordia.
El Gabinete de París y el de Londres luchaban en la sombra por la preponderancia en España: los franceses contra Espartero, y los ingleses a su favor.
El ministro de Inglaterra dijo:
—Si estalla en España una guerra civil, Inglaterra guardará la neutralidad; pero si se intenta una incursión militar con armas y con recursos de Gobierno extraño, entonces Inglaterra tomará otra actitud.
La lucha se acentuaba. En Bayona se publicaba El Faro de los Pirineos, en castellano y en francés, redactado por don Joaquín Aldama y don Pedro de Egaña, rabiosamente antiesparterista. En París, un periódico llamado El Nacional decía: «Sabemos que los partidos hostiles a la revolución española quieren tomar la máscara de la República. Han enviado dinero a Madrid, Barcelona y Andalucía para preparar la revolución. Será republicana en Cataluña, carlista en las provincias vascongadas, y todo se tendrá por bueno con tal de que, en medio de la anarquía, se coja el Poder».
El padre fray Antonio de Casares, adicto a Don Carlos, había formado un nuevo Comité absolutista en París.
Algunos carlistas defendían el proyecto de casar al hijo de Don Carlos con Isabel II, y María Cristina, al parecer, los secundaba.
María Cristina estaba ahora deseando volver a España; se consideraba por entonces inminente la caída de Espartero. Luis Felipe había dicho:
—Yo creo que vale más que María Cristina se quede en la calle de Courcelles, con su marido. If so then let it be so (puesto que es así, dejar que sea así). Respecto al matrimonio de su hija, lo mejor que puede hacer es dejarla que se case con quien quiera.