DESDE LEJOS
Mi filosofía, si es que a un aventurero se le permite tener filosofía, ha sido siempre esa: trabajar con entusiasmo para conseguir las cosas, y cuando no las he conseguido, quedarme tranquilo y renunciar a ellas sin dolor alguno.
El aprendiz de conspirador.
CUANDO veo ahora desde lejos mi época comprendo que nuestro carácter, al mismo tiempo cuco e insensato, ha sido la causa de muchas desdichas. En España no es íntegramente el pueblo el difícil de dirigir, sino el cabecilla, el letrado, que es casi siempre egoísta, petulante y orgulloso. En la guerra civil pasaba como en la guerra de la Independencia; pero en esta última había una pasión que nos unía a todos.
El español destacado no acepta fácilmente la colaboración de nadie. Parece decir en su fuero interno: «O te sometes tú o me someto yo, pero no podemos marchar juntos».
La gran confianza depositada en mí por Pita Pizarro me atrajo la enemiga de los santones de la masonería y de la democracia.
En 1834 pensé que la masonería no tenía objeto, que todos sus símbolos y oscuridades debían desaparecer.
Esto quizá me perdió y cortó mi carrera. Se reconstituyó el Gran Oriente escocés y los masones me persiguieron con saña. Yo ataqué a los principales jefes en un artículo titulado «La verdad», publicado en un periódico de Cádiz el año 1836. Intenté pintar a los santones tales como eran, sin insistir mucho y señalando de refilón sus ambiciosos planes. Este artículo, nada agresivo, tuvo eco en España, y particularmente en Madrid, donde lo copiaron íntegro algunos periódicos, y especialmente El Correo Nacional. En aquel escrito molestaba más lo que se insinuaba que lo que se decía, y más que esto, mi actitud independiente. No me lo perdonaron la gente de las logias, y desde entonces se opusieron con tenacidad a todas mis gestiones y tentativas.
El rito escocés dirigía sus planchas allá donde yo iba, y tenía establecidos vigías para inspirar recelos acerca de mis viajes y de mis propósitos.
Planteada la guerra entre ellos y yo, continúe oscuramente. Yo insistí en mis puntos de vista, y pude dar detalles al Gobierno acerca de las combinaciones, negocios y chanchullos de los prohombres de la masonería, lo que les exasperó.
Iba preparando mi Memoria secreta sobre negocios sucios e inmoralidades de unos y otros, y estaba dispuesto a publicarla.
Mis enemigos, Mendizábal y Gil de la Cuadra, Gamboa y su trinca, no pudieron tragar durante mucho tiempo mi actitud independiente. Mendizábal cambió con relación a mí, y dijo a Calatrava: «Ha sido una torpeza que el partido progresista se haya privado de un hombre de los arrestos y de la actividad de Aviraneta. Don Ramón Gil de la Cuadra lo tomó entre ojos, y tiene la culpa de todo. Se ha perseguido a ese hombre injustamente. Yo estoy dispuesto a hacer por él cualquier sacrificio y desagraviarle».
Entre Gil de la Cuadra y yo no había en el fondo nada serio. Era una antipatía de temperamento y de procedimiento. Él se creía un consagrado, y yo no le consideraba así. Comprendo que molestaba a muchos el tono de suficiencia que tomé yo en varias ocasiones. Hoy no lo tomaría. Algo se aprende en la vida.