UN AMULETO
A Manón le gustaba vestirse de chico y bailar con otras muchachas haciendo de hombre.
Las figuras de cera.
POR la tarde fueron Fanny y la Perlita al barco. La Perlita dijo que estaría pocos días ya en Barcelona. Se marchaba a Valencia. Supuse que sus bailes no producían gran entusiasmo. Le indiqué que, a la madrugada, partía yo en la Amable Luisa para Marsella.
Estuvimos charlando, y bebimos una copa de pedrojiménez como despedida. Luego la Perlita, vestida de marinero, bailó con Fanny, haciendo de chico, al son de la caja de música.
Después mostré a las dos muchachas en mi camarote las baratijas compradas por mí en casa de Capet, sin decirles en dónde las tenía. Como no había ninguna de oro, a Fanny Stuart no le interesaban, La Perlita quiso a toda costa que le regalara un camafeo pequeño con trazas de amuleto. Era como una medalla del tamaño de un escudo de plata, con filigranas, y en medio tenía una piedrecita amarillenta, con un grabado en los dos lados. En el uno había una calavera, que, sin duda, representaba la Muerte, y en el otro, una cabeza de hombre joven de gran vigor, que debía ser la Vida. Alrededor se veían unos signos confusos.
Ver la Perlita aquello y antojársele, fue todo uno. Yo pensé que la bailarina era un tanto supersticiosa. Me resistí, por broma, a darle el medallón, y, al último, le dije:
—Está bien. El medallón es para usted; pero con ciertas condiciones.
—¿Qué condiciones?
—Que a cambio de él, cuando vaya usted a Valencia, me envíe usted tres o cuatro cartas contándome lo que pase en el pueblo durante la estancia de la reina.
—Pero ¿ya lo sabré hacer yo, don Eugenio? —me preguntó ella, alarmada.
—Sí, ya lo creo. Con que me cuente usted lo que oiga, basta.
—Bueno, pues entonces está hecho el trato.
—Escríbame usted a estas señas, que son las de un amigo jefe de Policía en Tolosa.
—Muy bien.
Nos despedimos, y al día siguiente salía yo para Marsella.