«Cuando cayó la noche, salí de mi refugio y vagué por el bosque, y ahora que ya no me frenaba el miedo a que me descubrieran, di rienda suelta a mi dolor, prorrumpiendo en espantosos aullidos. Era como un animal salvaje que hubiera roto sus ataduras […]. Las frías estrellas parecían brillar burlonamente, y los árboles desnudos agitaban sus ramas; de cuando en cuando, el dulce trino de algún pájaro rompía la total quietud. Todo, menos yo, descansaba o gozaba. Yo, como el archidemonio, llevaba un infierno en mis entrañas […]».

MARY W.SHELLEY, Frankenstein o el moderno Prometeo