LOS FRANCISCANISTAS
POCO después de estos acontecimientos, los agentes y corresponsales de don Eugenio le escribían desde París y Bayona de una manera embozada, hablándole de cierta conspiración que existía contra la reina y el Estado. Se decía que un tal M. Lamarque, agente íntimo del ministro de Relaciones Exteriores de Francia, había salido de París con destino a Madrid con alguna misión secreta.
Por más diligencias que practicaban Aviraneta y sus agentes, no daban con el hilo. Los avisos se repetían en términos alarmantes, pero sin aclarar los hechos ni conocer a las personas que movían aquella máquina revolucionaria.
Una mañana que se paseaba don Eugenio por los Allées de La Fayette, de Tolosa, en compañía de monsieur Lenormand, comisario central de policía, llegó a pasar al lado de ellos una señora muy elegante.
A Aviraneta le chocó la dama, y preguntó al comisario quién era. Este le dijo que se trataba de una belga, natural de Lieja, de paso por Tolosa, que se dirigía a Bagneres de Bigorre. Viajaba por cuenta y a expensas de un grande de España, el conde de Parcent.
Aviraneta pidió al comisario que se la presentara, y al día siguiente se personó con una tarjeta de monsieur Lenormand en el hotel de Europa, donde la señora se hospedaba.
Mademoiselle Fanny, que así se llamaba, era tan hermosa de estampa como tosca y palurda en sus acciones. Habló con don Eugenio de Francia y de España, de los españoles que conocía y de cómo, por el momento, Parcent y Valdés el de los gatos estaban muy ocupados con la política.
Dos días después de su primera visita, don Eugenio la invitó a almorzar en una casa de recreo, en donde servían comidas elegantes.
Comió Fanny como una aldeana, y bebió todo lo que pudo. Don Eugenio, que creyó venido el momento de las confidencias, despidió al mozo, e hizo toda clase de preguntas.
Ella habló por los codos, y don Eugenio sacó en limpio que el conde de Parcent se agitaba mucho y que traía entre manos negocios políticos de gran importancia para España, pero que ella no sabía de qué clase eran. Que el conde era el apoderado del infante Don Francisco de Paula y de su mujer, la infanta Luisa Carlota, con quienes tenía la mayor confianza, y que se trataba entre ellos por entonces del casamiento de su hijo mayor con la reina de España, su prima. Respecto de Valdés, añadió que era agente del conde de Parcent y que trabajaba mucho en unión de otros franceses, ingleses y españoles.
El conde tenía, según ella, frecuentes entrevistas con el ministro del Interior y con el de Negocios Extranjeros de Francia, en nombre de los infantes.
Esto aseguró que era cuanto sabía, y añadió que si Aviraneta deseaba saber más, ella tenía un amigo íntimo en París, llamado el barón de Colins, para quien podía darle una carta de recomendación, y este señor le instruiría de todo cuanto supiera.
Varios días después, para que no chocara a Fanny la prisa de don Eugenio, le anunció este que pensaba trasladarse a París, y le rogaba escribiera la carta de presentación para el barón de Colins.
La muchacha escribió la carta a nombre de Domingo Ibargoyen. Don Eugenio, galantemente, le regaló un reloj de oro con su cadena, pues aunque tenía Fanny muy buenos vestidos no poseía alhajas. El reloj y la cadena le costaron a Aviraneta mil ochocientos francos, que pagó con gusto pensando que descubría un camino que le conduciría a desembrollar el misterio que tanto le interesaba.