EN TOLOSA DE FRANCIA
AL poco tiempo de estar en Toulouse, un inspector de policía, M. Labriere, se dedicó a perseguirle y a molestarle a todas horas. Mandaba a sus agentes que no le dejaran ni a sol ni a sombra y se enteraran de todos cuantos sitios frecuentaba el conspirador.
Este escribió al marqués de Miraflores, embajador de España en París, para que trabajara con el Gobierno francés y cesara la persecución. Miraflores, sin duda, influyó, y le dejaron en paz. Pudo observar cómo intrigaban todavía los carlistas, favorecidos por los agentes del legitimismo francés.
Don Carlos maniobraba desde el hotel Panette, de Bourges. Él perdió al conde de España, destituyéndolo y entregándolo a sus enemigos. No quiso permitir que su hijo Carlos Luis entrase en Aragón, como deseaba Cabrera, para animar a los carlistas, por miedo de ser olvidado y de que su hijo le desbancara por completo.
Los carlistas españoles seguían divididos en puros, a quienes también llamaban obisperos, y moderados o marotistas. Puros era el nombre que se daban a sí mismos los de su bando. Los contrarios les llamaban obisperos. En el otro lado ellos se calificaban de moderados y sus enemigos les decían marotistas.
Tras el Convenio de Vergara, se hicieron nuevos esfuerzos para reanudar la guerra.
Se pretendió que se sublevaran Navarra y las Vascongadas; pero el intento de Alzaá y el de Balmaseda no tuvieron el menor éxito.
Don Carlos tenía varios agentes en las capitales francesas cercanas a la frontera, que trabajaban por su causa.
En Bourges, madame de Noray, alojada en las Orfelinas, recibía la correspondencia que estos agentes enviaban a Don Carlos.
Los extranjeros seguían trabajando con entusiasmo por el absolutismo.
En Francia, entre el elemento liberal, se maniobraba y se intrigaba también en contra del carlismo.
Aviraneta decidió comenzar lo más pronto posible sus operaciones en Francia; su primera maniobra fue escribir una carta a Arias Teijeiro, ministro de Don Carlos. Arias seguía en Berga, al parecer en buenas relaciones con la Junta de Cataluña.
Firmó esta carta con su nombre de guerra de falso legitimista francés: Dominique Etchegaray.
Escribió la carta con mucho cuidado, diciéndole que era el mismo que había avisado a Don Carlos la traición de Maroto. Añadía que podría darle muchos detalles importantes, pero que no eran para escribirlos en una carta, y que era preferible que enviara a un agente a Francia, a Carcasona o a Tolosa, para que él pudiera contarle de palabra con toda clase de detalle lo que se estaba preparando.
Unos días después, Arias Teijeiro contestó a Dominique Etchegaray, dándole las gracias por su celo y diciéndole que una persona de su entera confianza se vería con él en Tolosa de Francia y le presentaría para darse a conocer, como contraseña, la mitad de la tarjeta que le enviaba en la carta.
Quince días después recibió una carta firmada por el cirujano Ferrer, diciéndole que estaba en Carcasona y que le esperaba en el hotel del Ángel, y que cuando fuera a verle preguntara por el doctor catalán.
Tomó don Eugenio inmediatamente la diligencia y se fue a Carcasona. Preguntó en la fonda por el doctor catalán y le indicaron el cuarto.
Ferrer estaba bien vestido. Era hombre pletórico y alcoholizado, la cara roja, con algunas manchas herpéticas.
Cotejaron las dos medias tarjetas. Venían bien.
Aviraneta dijo cómo él había sido de los primeros en conocer el pacto que estaba a punto de hacer el conde de España, y cómo se lo avisó desde Pau al cura don José Rosell. Añadió cómo entonces se tramaba una rehabilitación del conde de España, siendo el promotor un antiguo ayudante del conde, llamado Castelnau, sobrino del conde de Pins. Ese señor, defensor acérrimo del antiguo general, trataba de denunciar a cuantos habían contribuido a la muerte del conde, y clamaba pidiendo venganza al cielo y a la tierra.
Además, había escrito unos artículos en los periódicos legitimistas de Tolosa y de París, entre ellos La Gaceta del Languedoc, en donde describía con pormenores la muerte del conde y señalaba como autores de ella al hermano de Ferrer, a él mismo, a todos los junteros, al brigadier Rall, al comandante Grau, al Ros de Eroles, al Pep del Oli y a otros muchos.
—Según me han dicho el mismo Castelnau —dijo don Eugenio—, varios personajes que han sido del real de Don Carlos escriben a Cabrera para que haga un castigo ejemplar en todos los autores y cómplices de la muerte del conde de España. Estos pliegos para Cabrera y Labandero los ha llevado un oficial carlista y están firmados por Don Carlos.
—Pero si Don Carlos defiende ahora al conde de España, ¿por qué le destituyó? ¿Por qué le quitó el mando? —preguntó Ferrer.
—Amigo, eso yo no lo sé; pero todo hace pensar que quieren deshacerse de los individuos de la Junta y preparar un castigo terrible a los autores y cómplices de la muerte del conde. Probablemente con un objeto político. También parece que el general Segarra y otros jefes del ejército carlista, entre ellos los Labandero, trabajan a favor de una transacción entre carlistas y cristinos y la preparan para cuando Espartero entre en Cataluña; además, pretenden convencer a Cabrera.
A medida que Aviraneta iba dando estas noticias como auténticas, el cirujano Ferrer tomaba color amoratado y aire de suspicacia y preocupación.
Aviraneta aconsejó al cirujano que debía volver inmediatamente a Berga y decir a su hermano y a los demás individuos de la Junta que se pusieran en guardia contra Cabrera.
Ferrer, muy preocupado, se despidió de don Eugenio, dándole las gracias.
Castelnau, el antiguo ayudante del conde de España, contó a don Eugenio cómo el oficial enviado con los pliegos de Don Carlos para Cabrera había encontrado a este indignado con la muerte del conde.
Cabrera consideraba al conde de España como uno de los más leales soldados de Don Carlos, y sabría hacer justicia.
Aviraneta, al saber que Cabrera se ponía claramente contra los junteros de Berga, determinó comunicarles a ellos la noticia para impulsarles a tomar una actitud violenta y desesperada.
Pensó en un agente, y se acordó de Roquet, que tan bien le había secundado cuando el Simancas.
Mandó llamar a Roquet, y este se presentó a los pocos días en Tolosa. Le dio varias órdenes y varios encargos para que los hiciera en Berga, y redactó una carta muy estudiada para Arias Teijeiro, en donde le comunicaba lo que sabía de los planes de Cabrera y Labandero. Aconsejaba a los que tuvieran más participación en la muerte del conde que se pusieran a salvo inmediatamente, o de lo contrario preparasen una emboscada contra Cabrera para que sufriese igual o parecida suerte que el conde de España. Esta carta la escribió con tinta simpática.
Roquet, montado en un caballo que le compró don Eugenio, se dirigió a Osseja, cerca de Bourg-Madame, y, en compañía de unos contrabandistas, a la casa del Lluch, y de aquí a Berga.
A fines del mes de abril Roquet estaba de vuelta en Tolosa. Roquet refirió a don Eugenio cómo no estando en Berga, Arias Teijeiro había entregado su carta al cirujano Ferrer; después de pasado algún rato este dio a Roquet un escrito con muy mala letra, sin fecha ni firma, en el que decía que adoptaban el consejo que les proponía Domingo Etchegaray, y que esperaban al tortosino Ramón Cabrera a pie firme.
Ferrer, después de decirle que le diera las gracias, le indicó que no se fiara más de Arias Teijeiro, porque, tras de presentarse como partidario de la Junta, se había ido al campo de Cabrera y trabajaba contra sus antiguos amigos.
En Berga se decía que Cabrera entraría pronto en Cataluña, por serle imposible resistir a tantas tropas como había llevado Espartero al Maestrazgo.
Después de cumplido su encargo, Roquet se marchó a Behovia, donde vivía, en espera de nuevas órdenes.
En aquel estado de fermentación, se supo la toma de Morella por Espartero. Cabrera se preparaba a pasar el Ebro y a entrar en Cataluña.
Aviraneta llamó de nuevo a Roquet, y le envió otra vez a Berga a enterarse de cuanto ocurriera allí. Al mismo tiempo le dio una carta para Ferrer, anunciándole el paso del Ebro por Cabrera y aconsejándole que no permitiera la entrada en el pueblo a nadie, pues con el pretexto de organizar la defensa de Berga pudiera ser que fueran a vengarse de los matadores del conde de España.
Roquet escuchó las recomendaciones. El francés era hombre frío y templado. Su táctica era la astucia, esconderse y deslizarse como una anguila.
Llegó Roquet a Berga al anochecer del día siguiente, pero no le dejaban entrar. Un sargento de miqueletes que mandaba en la puerta le detuvo.
Roquet preguntó por el cirujano Ferrer, y este consiguió su entrada.
Llenaban las calles de Berga mucha gente armada, entre ella algunos paisanos. La Junta había asumido todos los poderes. Los junteros vagaban por las calles de la ciudad. No se aceptaba a ningún general ni militar de graduación. El pánico era grande, y el pueblo estaba soliviantado.
El 6 de junio se recibió un parte en Berga diciendo que Cabrera se acercaba; estaba a dos jornadas del pueblo. La Junta no pudo ocultar esta noticia.
Se comenzaron a tomar medidas de defensa y de precaución, se municionaron los fuertes, se pusieron piezas en batería. Por las calles los corrillos de paisanos se preguntaban qué significaban aquellas medidas, como si no fueran carlistas unos y otros.
La Junta no sabía qué hacer; se había avisado a Segarra para que fuera a cubrir los alrededores de la ciudad, pero corrían las voces de que Segarra se pasaba a los cristinos. La situación de los junteros era muy grave.
El cirujano Ferrer, en vista de lo desesperado de la situación, fue a su casa y quemó todos los papeles que tenía; su familia recogió lo que pudo y se escapó de Berga.
Al día siguiente salió Roquet a la calle; los vocales de la Junta y el gobernador militar recorrían el pueblo.
A la una se presentó a la vista una partida de caballería de Cabrera. A las tres de la tarde, Cabrera estaba como a un tiro de cañón. En el Estado Mayor que le rodeaba tremolaron un paño blanco; de la plaza respondieron levantando una bandera también blanca. De aquí a poco se hizo la señal convenida, y se abrieron las puertas de la ciudad.
A pesar de la tranquilidad aparente de los junteros, Cabrera, con el mayor sigilo, encargó la formación del sumario por la muerte del conde de España al coronel Serradilla.
El 12 de junio por la mañana Cabrera citó a los individuos de la Junta de Berga y los mandó presos al santuario de Queralt. Al mismo tiempo que a los jefes de la Junta se empezó a prender a los amigos y allegados. El terror reinaba en Berga en toda su plenitud.
Unos días después de ejecutarse la detención, don José Segarra pasaba al campo de la reina Cristina y al mismo tiempo se descubría un complot para entregar a los liberales la ciudad de Berga.
Segarra, en Vich, publicó una alocución a sus antiguos compañeros de armas, exhortándoles a dejar el carlismo y a ingresar en el partido de la reina. Cabrera contestó con otra alocución jactanciosa y petulante.
La conspiración para entregar la plaza de Berga a los liberales fue bastante oscura. Fueron por esto presos y fusilados el comandante don Luis Castañola, el capitán Correcher y el teniente García. En cambio, con los asesinos del conde de España estuvo Cabrera mucho más discreto, llevándolos a la frontera y dejándolos en libertad.
Roquet, de vuelta de Berga, contó a don Eugenio todo lo que había presenciado; don Eugenio pagó a Roquet, y este volvió a su casa de Behobia.
Un mes después entraba Cabrera en Tolosa de Francia escoltado por un pelotón de caballería. Aviraneta no quiso verle. Se había acabado la guerra civil.
Otra vez la astucia del conspirador salió triunfante, aunque no para su provecho.