EL PLAN DE AVIRANETA
DÍAS después, las noticias que se recibieron de España eran tan exageradas y tan terribles, que Gamboa llamó de nuevo al Consulado a don Eugenio.
—¿Qué ha hecho usted? —le dijo al verle, de sopetón, con la cara fosca y la mirada iracunda—; esto es un crimen.
—¿Pues qué pasa?
—Pasa que, por su culpa, la sangre está corriendo a torrentes por las provincias vascongadas y Navarra.
—¡Bah! No será tanto; déjeles usted que se maten —contestó, sonriendo, Aviraneta.
—No, no. ¡Eso es criminal! Los sentimientos humanitarios de Europa están alarmados con estos sucesos.
Aviraneta y Gamboa discutieron largo rato, y, por fin, el cónsul dijo que era muy posible que los relatos, como decía don Eugenio, fueran exagerados, y que, por otra parte, le constaba que era Aviraneta buen liberal y buen patriota.
Don Eugenio, considerándose victorioso, no quiso vengarse del cónsul. Estuvo un momento dispuesto a echar en cara a Gamboa sus negocios oscuros de suministros al ejército, hechos en complicidad con los banqueros Lasal y Collado; pero se calló.
Preguntó a Gamboa si tenía bastante confianza con Espartero para proponerle un plan que en quince días concluyera con la guerra.
Gamboa le contestó que sí, pero que no respondía de que Espartero lo aceptase.
Aviraneta fue a la fonda, se metió en su cuarto, y estuvo largo tiempo dando vueltas arriba y abajo, pensando y cavilando.
«Espartero no aceptará mi plan —se dijo—. Si lo acepta, nadie querrá creer que yo lo haya preparado. Si se tratara de un hecho leído en una historia y ocurrido hace doscientos años, les parecería natural y lógico; pero de una cosa actual, dudan. Pero esto es lo de menos. Vamos a trabajar, a poner en claro las ideas».
Estuvo largo rato estudiando el mapa de Navarra y de Guipúzcoa; hizo dos o tres itinerarios, escribió varios borradores explicando su plan, compulsando los datos, y se acostó después.
Al levantarse se vistió, leyó sus borradores, hizo un rápido resumen y fue inmediatamente al Consulado.
El plan no tenía más que una página. Se trataba del movimiento que, según Aviraneta, debía hacer el ejército liberal. Este movimiento consistía en un avance, a marchas forzadas, desde Tolosa y Vergara a la orilla del Bidasoa y al valle del Baztán, por diferentes puntos.
Don Eugenio leyó su cuartilla al cónsul, y explicó el movimiento militar que debía hacerse, en el mapa, calculando las distancias de pueblo a pueblo y las probabilidades de aprovisionamiento.
Gamboa oyó la explicación un tanto preocupado, asintiendo la mayoría de las veces.
—Indudablemente —parecía pensar por su expresión y su actitud—, este es un hombre de gran talento natural.
Al concluir sus explicaciones, Aviraneta dijo:
—Yo creo, amigo Gamboa, que usted, que ha podido comprobar cómo el Simancas ha encendido la guerra intestina entre los carlistas y ha presenciado otros hechos creados por mí, verá usted este plan como una cosa factible. Yo pienso que está bien concebido, que es el único que se puede emplear en este momento y que debe usted enviárselo al general Espartero para que lo examine.
Estuvo largo rato en el Consulado, y vio cómo Gamboa enviaba el plan con un correo a España.
La sequedad de Gamboa se convirtió durante los días sucesivos en amabilidad, y más cuando vio, con sorpresa, que Espartero, por coincidencia o por haber leído el plan que le habían mandado desde Bayona, siguió punto por punto las indicaciones de Aviraneta.
Gamboa dijo a don Eugenio que iba a mandar al Gobierno una comunicación especificando sus aciertos y sus méritos; pero luego la aplazó, y a lo último no la hizo.
Pasados algunos meses, el decir que alguien había colaborado en el final de la guerra y en el Convenio de Vergara era ofender al general Espartero y a sus amigos.
El general Espartero se apresuró, motu proprio, o influido por el plan que desde Bayona le había enviado el cónsul Gamboa, a avanzar rápidamente; hizo una marcha forzada hacia Tolosa, mientras que don Diego de León se internaba por la Borunda, camino de la frontera.
Los carlistas, que tenían en Tolosa sus almacenes de víveres y pertrechos de guerra y que no esperaban un avance tan rápido de los liberales, se encontraron desde aquel momento perdidos.
Espartero siguió avanzando hacia el Norte con rapidez; gracias a esto no se verificó el encuentro que se esperaba entre marotistas y apostólicos, que hubiera terminado probablemente con una terrible matanza.
Espartero tomó para su vanguardia algunas partidas de chapelgorris, entre ellas la del sargento Elorrio, que conocía muy bien el terreno y tenía un gran fervor liberal.
Elorrio se metió rápidamente en la cuenca del Bidasoa antes de que los carlistas pudieran prepararse para resistir, y desde Vera mandó un recado a Aviraneta pidiéndole instrucciones. Aviraneta le contestó que fuera al día siguiente a Irún, a la fonda de Echeandía, donde podrían verse y hablarse.