ESTAMPIDO DEL «SIMANCAS»
EL Cuartel Real del Pretendiente se trasladó el 1 de agosto de Oñate a Tolosa.
Roquet, que volvió al Real de Don Carlos con los supuestos originales que demostraban la traición de Maroto, salió de Irún y fue por Vera hasta Santesteban, y luego, de aquí, por Leiza, a Tolosa.
En Leiza se vistió de cura, disfraz que tomaba con frecuencia, y llegó a Tolosa el día 5.
Fue en seguida a ver al ministro de Hacienda, Marcó del Pont, que era entonces el hombre de confianza de Don Carlos y que vivía en la plaza Vieja, en casa de los Idíaquez.
Marcó del Pont le recibió con grandes extremos, y le llevó de huésped a su casa.
El 5 y el 6 de agosto, Don Carlos y Marcó del Pont estuvieron reunidos. Leyeron atentamente los documentos llevados por Roquet y mandaron varios correos de gabinete a los jefes y oficiales del ejército carlista de Navarra, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya.
El 7 de agosto, por la noche, recibieron los comandantes Salaverri y don Leonardo Echeverría, del quinto, y el capitán don José Suescum, de la compañía de tiradores del mismo, un confidente enviado por Don Carlos para que sus batallones se pronunciasen contra Maroto.
Del 8 al 9 comenzó la sublevación del quinto de Navarra en Etulaín, a la que siguió la del once y doce. El 8 de agosto se trasladó el general Zaratiegui con sus fuerzas a Etulaín y a Burutaín con el fin de dominar la rebelión que se anunciaba.
A la medianoche se sublevaba el quinto de Navarra, y los oficiales Bertache, Orejón, Salaverri, Suescum y otros, puestos al frente, daban los gritos de: «¡Viva el rey! ¡Muera Maroto! ¡Abajo los traidores!».
Los sublevados se dirigieron al Baztán, y ocuparon los pueblos de la línea del Bidasoa, hasta Vera, en actitud levantisca.
Bertache escribió a Aviraneta desde Elizondo contándole lo ocurrido, y envió varias cartas para el coronel Aguirre y otros oficiales del quinto de Navarra, diciéndoles que podían entrar en España para unirse y ponerse al frente de los rebeldes.
Unos días después, Roquet volvió tranquilamente de Tolosa a Bayona, y fue a visitar a Aviraneta, a quien contó muchas cosas interesantes de Don Carlos y de su gente.
Gabriela, a caballo, hizo el viaje de Elizondo a Urdax, en donde estaba de guarnición el doce de Navarra, que se sublevó contra Maroto al saber las noticias que llevó la Roncalesa.
De Urdax se dirigió, por Zugarramurdi y Echalar, a Vera. Habló con el comandante Lanz, y este arengó a sus tropas desde el balcón del Ayuntamiento, hablándoles de la traición de Maroto.
Lanz indicó a Gabriela que convendría que fuera a ver a los jefes que estaban en Sara esperando el momento de pasar la frontera, y que, después de contarles lo ocurrido, les dijera que se presentaran en seguida para ponerse al frente de los rebeldes.
Gabriela salió de Vera, llegó a Sara y preguntó por la rectoral; entró en ella, vio al cura, este la llevó a una borda donde estaban los jefes carlistas, y les contó lo que había visto. Les explicó con detalles lo ocurrido en Etulaín, en Elizondo, en Urdax y en Vera, y dijo cómo había dado tres mil pesetas a Bertache y otras tres mil a Orejón para el pronunciamiento de los soldados carlistas.
Don Basilio y Aguirre cogieron a Gabriela y la levantaron en alto, gritando:
—¡Vivan las mujeres valientes! ¡Viva la Roncalesa!
En tanto, la sublevación de los antimarotistas aumentaba.
El ejército carlista de Navarra y de todo el país vasco se deshacía, se convertía en hordas, en una serie de partidas de ladrones y de forajidos.
Cuando se supo en Bayona que los carlistas fanáticos se habían levantado en Etulaín contra Maroto y ocupaban la línea del Bidasoa desde Vera a Elizondo se temió que iban a cometer grandes desmanes; pocos días después se dijo que la anarquía del ejército sublevado era horrorosa, habían matado ya gran número de personas y estaban en plena rebelión.
Gamboa, al saberlo, llamó al Consulado a don Eugenio; el cónsul tenía noticias incompletas y exageradas de cuanto ocurría.