XXXIV

DE AGENTE DEL GOBIERNO LIBERAL

ESTABA Aviraneta en Madrid, escondido, porque le perseguía el Gobierno de Mendizábal. Vivía oscuramente, llevando las cuentas de un ferretero de la calle de los Estudios, cuando, a fines de mayo, se comenzó a hablar de la expedición real de los carlistas. Aviraneta había tenido que recurrir varias veces a su amigo don José María Cambronero, jefe de una de las secciones del Ministerio de la Gobernación, para parar los golpes de la policía, que le molestaba constantemente.

Una noche, al volver a su casa, encontró una tarjeta de Cambronero en la cual le decía que fuera a verle a su oficina.

Fue, le acogió amablemente y le hizo pasar al despacho del ministro, don Pío Pita Pizarro. El ministro le dijo que se habían interceptado unas cartas escritas desde Bayona, en las que se hablaba de un gran complot carlista que tenía por objeto sublevar la Mancha, Andalucía y los presidios de África.

Pita Pizarro le preguntó si querría encargarse de este asunto y de estudiar la manera de hacer abortar la conspiración. En principio, Aviraneta aceptó, no sin hacer varias observaciones. A los cuatro o cinco días, un palaciego amigo de Aviraneta, Fidalgo, fue a buscarle a casa, le llevó al Palacio Real y le presentó a la reina.

—Sé la misión que has tomado —le dijo María Cristina—; pon en la empresa toda tu alma. Si el dinero que te da Pita Pizarro no te basta, escríbeme a mí.

—Así lo haré —respondió Aviraneta.

Comprendió que su misión iba a tener mucho de confidencia y de espionaje; pero en esta época todos los políticos activos y los generales, quitando los oradores ampulosos y huecos de Madrid, tenían que practicar el espionaje.

Con este motivo, fue primeramente a San Sebastián; en los ocho días que estuvo se enteró de varias cosas. Los políticos se alarmaron con la marcha de don Eugenio a Francia; los masones trabajaban contra él. La plana mayor general había escrito al conde de Mirasol señalándole la presencia del peligroso personaje. Alzate contó que la misma noche de la llegada a San Sebastián, el conde de Mirasol mandó llamar a don Eugenio y los dos conferenciaron reservadamente.

Pasada la semana en San Sebastián, se embarcó en una trincadura, desembarcó en Socoa y fue en un cochecito a Bayona.

El cónsul español en Bayona le hacía la guerra a muerte y le cerraba todos los caminos. Este señor Gamboa era amigo y agente de Calatrava, y este, a su vez, compadre de Mendizábal y de Gil de la Cuadra. Todos ellos masones escoceses y enemigos de Aviraneta.

Gamboa creía que Aviraneta en Bayona había ido a enmendarle la plana, y que el Gobierno le había ofendido enviándole una persona a su distrito para dirigir los asuntos políticos de la guerra, como si él fuera un imbécil.

Aviraneta fue a ver al cónsul, quien le recibió mal.

—Mientras yo esté en el Consulado —dijo Gamboa—, usted no podrá hacer nada.

—Bueno —dijo Aviraneta—; me iré a Perpiñán.

—No irá usted; no le daré pasaporte.

—Iré con el pasaporte de usted o sin él —contestó don Eugenio.

El cónsul consiguió que el subprefecto diera una orden para expulsar a Aviraneta de la ciudad de Bayona. El 30 de junio había ido a Pau, y estando en este pueblo ocurrió, el 4 de julio, un motín militar en Hernani, a pesar de lo cual los periódicos de Madrid lo atribuyeron a Aviraneta.

De Pau, el 12 de julio, marchó a Tolosa; luego, a Carcasona, y llegó a Perpiñán el 24. No hizo más que llegar a esta ciudad, cuando se vio rodeado por agentes de Policía secreta, que le impidieron hacer nada. Los tenía en el pasillo de la fonda, y cuando salía de ella le acompañaban por calles y paseos. Aburrido, y viendo que no había acción posible en aquellas condiciones, se decidió a volver a España; se embarcó en Port Vendres y marchó a Barcelona.

Recordando su prisión de la época de Mina, no quiso salir del barco; pero el gobernador le llamó a su presencia y tuvo que ir y dar una serie de explicaciones para que le dejasen seguir a Valencia.

De Valencia se trasladó a Madrid, y allí se quedó, como siempre, esperando el buen momento para entrar en acción. Tenía el proyecto de publicar un manifiesto para confundir a sus enemigos; pero las circunstancias eran tan graves, que en obsequio a la causa nacional iba a sacrificar la suya propia.

El mes de marzo se reunió gran número de batallones carlistas en Estella, y por falta de pagas se sublevaron.

Don Carlos había acudido a sosegar el motín. Exhortó a los rebeldes a que volvieran a la disciplina, y les prometió que se les pagaría parte de la deuda. No se conformaron sólo con la promesa; y viendo Don Carlos el asunto más grave de lo que parecía al principio, se retiró. Entonces, algunos sargentos empezaron a pedir la destitución de Don Carlos; pero la mayoría se asustó de su propia audacia, y el movimiento se sosegó por sí solo.

Esta iniciativa de los sargentos no era completamente espontánea, porque dentro de las filas carlistas contaban los liberales con alguno que otro agente.

La clave que tenía Aviraneta de estos agentes era la siguiente: los agentes correspondían a las letras S, T, U, V, X, Y, Z.

S era Iturri, posadero y comerciante de la calle de los Vascos, de Bayona. Navarro, buena persona, liberal por convicción, trabajaba con entusiasmo porque se concluyera la guerra.

La T era una muchacha empleada en el hotel del Comercio, de Bayona. Escuchaba todo lo que allí se hablaba. Era francesa y lo mismo le daba por los carlistas que por los liberales. Solterona y fea, el medio de hacerla trabajar con entusiasmo era mirarla lánguidamente y decirle que era muy simpática.

La U era doña Francisca González de Falcón, dueña de una tienda de antigüedades en la calle de la Salie, en Bayona.

La V, un tal Valdés, que llamaban el de los gatos. Valdés, elegante, petimetre, unas veces estaba en París y otras en el ejército carlista. Manuel fue buen mozo: alto, guapo, moreno. Valdés hacía quince o dieciséis años quiso ser de la escolta real y no le aceptaron por su liberalismo. Entre los años 20 a 23, Valdés fue dandy madrileño de los que usaban monóculo y de los primeros en poner en la corte la moda de los sombreros blancos y las levitas verde lechuga. Este lechuguino intervino en la jornada del 7 de julio, formando parte del Batallón Sagrado. Se contaba que por entonces estaba en un salón presumiendo, cuando entró el gato de la casa; un gato de Angora muy lucido. «¡Qué hermoso es! ¡Qué elegante!», dijo alguno. «Es el Manolo Valdés de los gatos», replicó el mismo Valdés. Desde entonces a Manolo Valdés le quedó el nombre de Valdés el de los gatos. En el faubourg Saint-Germain le llamaban le beau Valdés. Al entrar los franceses de Angulema, la gente baja de Madrid estuvo a punto de matar a Valdés, y se hizo absolutista. Entonces era públicamente carlista y privadamente agente secreto de María Cristina.

La letra X correspondía a Pedro Martínez López, que escribió un folleto contra María Cristina por encargo de su hermana la infanta Luisa Carlota. Pudo poner en su libelo mucho más de lo que puso. Este Martínez López era antipático e inútil. Burgalés, de Villahoz, se ocupaba de cuestiones filológicas y agrícolas, y estaba liado con una corredora que iba a casa de la Falcón.

La Y era Bertache, hombre de cuidado, sargento carlista, joven llamado Luis Arreche, de la casa de Bertache de Almandoz. Casi bandido, tenía una querida: Gabriela, La Roncalesa, muchacha contrabandista a quien hacía andar de aquí para allá.

Por último, la letra Z era José García Orejón, teniente en las filas de Don Carlos. Orejón fue caballista. Muy listo, muy cuco y muy desconfiado, García Orejón fue enviado por la misma reina gobernadora al Cuartel general, y apareció allí como furibundo carlista.

Él fue quien dio a Aviraneta, cuando estuvo en Bayona, escrito en cifra y con tinta simpática, el plan de la expedición real, que se realizó después. Con él combinó don Eugenio la manera de sublevar las provincias vascongadas y Navarra en ausencia de Don Carlos y de sus tropas, aprovechando el cansancio de los pueblos, proyecto que, por falta de medios, no se pudo realizar.

A estas gentes únicamente les conocían por referencia la reina Cristina, el ministro Pita Pizarro, el subdelegado de Policía, don Canuto Aguado, y Aviraneta.

Cuando en San Sebastián se dijo que Aviraneta había ido a Bayona con un extranjero cuya inicial era una Z, fue porque Pita Pizarro tuvo que poner en conocimiento del ministro Calatrava, en pleno Consejo, la misión que Aviraneta iba a desempeñar en Francia y revelar el nombre del agente con quien se iba a entender, y le mostró una de sus cartas escritas con tinta simpática, con la firma Z.

El mismo día, seguramente, Calatrava hablaba en la logia, e inmediatamente se comunicaba la noticia a San Sebastián.