XXV

LA ENERGÍA DE AVIRANETA

DON Isidro Barradas decía lo siguiente de Aviraneta en la época en que estuvieron juntos en Méjico:

El general Santa Ana pasó el río Pánuco la noche del 20 de agosto con mil quinientos infantes y cien caballos, y atacó nocturnamente a la guarnición de aquel punto, que no tenía todavía fortificación alguna, y cuya fuerza consistía en menos de doscientos cincuenta hombres, enfermos, convalecientes y cansados. Aquella heroica guarnición recibió al enemigo con la mayor serenidad y se batió por espacio de doce horas con valor, sosteniendo un fuego horroroso, causando muchos estragos en el enemigo.

Estando en lo más reñido de la pelea me despachó Aviraneta un parte con un mejicano a caballo, avisándome la novedad y el desarrollo de la batalla, rogándome hiciese acelerar la marcha de mis fuerzas para socorrer a la guarnición, cuyo aviso recibí a la mitad del camino, y por mucho que esto me hizo avivar la marcha no pude llegar hasta después de tremolada la bandera de parlamento.

Fue general el elogio que se hizo del comportamiento de Aviraneta, que dirigió en mayor parte la defensa, y estando en lo más recio de ella, desmontó de una cañonera un cañoncito de a 4, el que, colocado en la azotea más alta de la casa fuerte, ametralló al enemigo, causándole mucho estrago, apagando sus fuegos y desalojándolo de las azoteas que ocupaban y que más daño hacían a nuestras tropas, hasta que se le reventó el cañón y milagrosamente salvó su vida.

Cuando se trató de capitular se opuso tenazmente, sin embargo de haberse puesto la bandera blanca; pasó al campo enemigo con el gobernador, y a la astucia con que Aviraneta se manejó y engañó al general enemigo, entreteniéndole en diversiones hasta que yo llegué con la división, se debió el que se salvase la guarnición, el parque, los almacenes, los caudales y el que volviésemos a recuperar el Cuartel general sin derramamiento de sangre.

Por tan singulares méritos, y en uso de las facultades que me tenía concedidas el rey nuestro señor para premiar a los beneméritos que se distinguiesen en la campaña, tuve por justo y conveniente expedirle, en nombre de Su Majestad, el diploma de comisario ordenador de los reales ejércitos. Desde aquella fecha hasta la capitulación trabajó incesantemente día y noche en el campo y en los hospitales, asistiendo a los enfermos, por haberse enfermado también todos los facultativos de la división, sin que le arredrasen las granadas y las balas rasas que continuamente metía el enemigo en la ciudad, y la horrorosa peste que padecíamos, ofreciéndose voluntariamente a todo.

El 8 de septiembre, hallándonos en los términos más angustiosos, con más de mil doscientos enfermos, sin víveres y circunvalados y acosados por el enemigo, se ofreció Aviraneta a pasar el río Pánuco con ciento cincuenta hombres, y apoderarse de las baterías enemigas, que tanto daño nos hacían, lo que no pude consentir por no privarme de un español tan benemérito y que nos era tan necesario en circunstancias tan críticas. Hecha la capitulación, se suscitaron diferentes dudas y tropiezos sobre los acontecimientos de las tropas, y Aviraneta las allanó todas en el Cuartel general enemigo, al que tenía que ir día y noche por aquel caudaloso río, en medio de los continuos huracanes.

Después del continuo ataque del fortín de la barra, en el que quedó gravemente herido su comandante, el coronel don Antonio Vázquez, le entregó este la bandera del segundo batallón de la Corona para que la pusiese en salvamento, como lo ejecutó, a pesar de las pesquisas y registros que hizo el enemigo para hallarla, y me la entregó en esta ciudad, sin que yo tuviese noticias de que estuviese en su poder.

Habiendo dispuesto la Junta Conservadora de que pasase yo a Nueva Orleáns para proporcionar transportes a fin de trasladar las tropas a La Habana, se nombró también a Aviraneta para que me acompañase como comisionado, por las relaciones que tenía en este punto con varios comerciantes españoles.

Tanto en esta comisión como en todo el tiempo que ha permanecido a mi lado se ha hecho digno de los mayores elogios por su honradez, luces, fidelidad, valor y desinterés, pues todavía se le deben los sueldos que devengó en todo el tiempo de la campaña.

Nueva Orleáns, octubre 29 de 1829.

ISIDRO BARRADAS.

Fracasada la expedición, Aviraneta se trasladó a La Habana, en donde vivió escribiendo artículos hasta que le llamaron para que volviese a Europa.