LA ACCIÓN DE LOS CARBONARIOS
EN mi libro Con la pluma y con el sable he contado un intento de venganza de los carbonarios contra el traidor José Manuel Regato. La relación no tiene más que posibilidades de ser auténtica, no tiene garantía.
La idea se me ocurrió viendo en el Archivo Histórico Nacional los papeles de Regato y un anónimo en que hablaba de marcar al traidor.
No se conoce la acción del carbonarismo en España; según algunos, fue grande; según otros, nula. Para muchos, la sociedad carbonaria era enemiga y rival de la masónica; otros han afirmado que el carbonarismo era una milicia de masones. Según estos, únicamente los masones de los grados 32 y 33 eran los que sabían la relación que existía entre la masonería y el carbonarismo. Así se dijo de algunos personajes, como Mina, que eran al mismo tiempo masones y carbonarios.
Hay un folleto del tiempo de los carbonarios, pero no dice más que generalidades y vaguedades.
¿Quiénes eran los carbonarios? Entre los nombres que copié en el Archivo aparecen como supuestos carbonarios varios italianos, entre ellos Gipini, el dueño del café La Fontana de Oro; Cobianchi, Cesarini, Nepsenti, un ex fraile, Moore; el francés Cugnet de Montarlot, fusilado en Málaga bajo el nombre de Carlos de Malsot; Bonaldi, un barítono; el capitán Rini, y el ex coronel Latorde.
También se habla de un re di Faccia, que no sé si querrá decir el re di Faccio, o sea el rey del haz.
El relato que yo pongo en mi libro es este:
Estando en Madrid, un día fueron a ver a don Eugenio el Majo de Maravillas y un miliciano nacional apodado Fachada, que había querido matar al infante Don Carlos en Aranjuez.
El Majo y Fachada eran carbonarios, y se habían convencido en la asonada del 19 de febrero de que Regato era un agente absolutista. Todos los carbonarios tenían ya esta evidencia, y habían dispuesto vengarse.
Se propuso citar a Regato de noche, en un rincón cualquiera, y ahorcarlo o, por lo menos, pegarle una paliza. La Venta Carbonaria de Madrid incubó otro plan más novelesco.
Entre los italianos se decidió tomar un acuerdo terrible con Regato: marcarle en la frente con un hierro candente la palabra «Traidor».
Ya decidida la forma de venganza, con el mayor sigilo se comenzaron los preparativos.
La hora fijada eran las doce de la noche; el sitio, una casa de la calle del Pozo. Días después estaba todo el grupo carbonario reunido. En la mesa, iluminada por dos candelabros, se había formado el Tribunal con tres hombres enmascarados; detrás de ellos, cerrando la puerta de comunicación con otro cuarto, había una cortina negra.
Un momento después, entró Regato con los ojos vendados y sujeto por cuatro hombres.
Después de un interrogatorio, preguntó el presidente:
—¿Tenéis la conciencia de que el acusado es culpable?
—Sí, sí —dijo la mayoría.
—¿Qué pena merece?
—La marca, la marca.
En esto, se descorrió la cortina negra, y en el fondo aparecieron dos enmascarados con un braserillo encendido.
Regato, al verlo, dio un grito espantoso, y se levantó de la silla. Se produjo un gran barullo y se oyó un silbido agudo.
—¡La ronda! ¡La ronda! —gritaron varios, y huyeron. Regato había desaparecido.
Aviraneta, curioso, contemplaba la escena. En aquella sociedad abundaban los polizontes, como en casi todas las sociedades secretas.