Dif Scaur, jefe de los Servicios de Inteligencia de la Nueva República, estaba solo en su despacho cuando sonó su comunicador seguro. Era una unidad de comunicación que se empleaba para un único fin, y Scaur intentó controlar el vuelco repentino que le dio el corazón cuando extendió una mano larga y pálida hacia el comunicador.
La pantalla se iluminó, y vio a su interlocutor. A su interlocutor, de ojos de color de llama.
—¿Sí? —dijo Scaur. La impaciencia le hacía vibrar los nervios.
—¿El experimento ha sido un éxito?
Scaur respiró hondo.
—Muy bien —dijo.
—Creo que ya puedo garantizar el éxito del proyecto.
Scaur asintió con la cabeza una sola vez, despacio.
—Entonces, haré los preparativos necesarios.
—Necesitaremos unas instalaciones mayores. Y también necesitaremos el silencio de determinados individuos.
—Eso ya se ha organizado —dijo Scaur, y después titubeó—. Creo que debemos reunimos en persona.
—Muy bien —dijo el interlocutor, que parecía satisfecho—. Esperaré tu llegada.
La transmisión cesó. Scaur extendió la mano para apagar la unidad de comunicación; y, cuando volvió a recogerla, advirtió que le temblaba.
«Ahora, todo ha cambiado —pensó—. Ahora, yo soy el Matador».
* * *
Los astilleros de Mon Calamari, unas estructuras tan gráciles y tan sólidas como las naves que producían, relucían a la luz de su sol. Luke veía tres cruceros a medio construir, todos ellos clase MC80, cada uno de aspecto diferente de los demás. Había también otra media docena de naves menores en diversas fases de construcción. Siempre se deseaba que los mon calamari adquirieran el sentido de la prisa, al menos en tiempo de guerra, pero su deseo de perfeccionar cada nave y de hacerla a la medida no flaqueaba nunca, y cada una se construía de manera amorosa y artesanal, se afinaba y se hermoseaba hasta que se convertía al mismo tiempo en una obra de arte y en la fuerza más mortífera del arsenal de la Nueva República.
Luke y Mara estaban de pie bajo una cúpula transparente, en una grácil entreplanta que asomaba sobre el cuerpo general del anexo del Comando de la Flota. Ambos levantaban la vista hacia los relucientes astilleros plateados que flotaban sobre el azul brillante del planeta, enmarcados ambos por la noche insondable de terciopelo del espacio, con sus salpicaduras de estrellas. La escena, el vacío, la belleza y la joya azul de vida engastada en ella, envolvía a Luke como un manto, como una visión de paz y de perfección.
—Es el momento decisivo —dijo.
Mara lo miró con extrañeza.
—¿Sabes qué te hizo decir eso mismo ayer? —le preguntó.
Después de aquel momento extraño en que lo había tocado algo que le recordaba a Jacen, Luke había entrado en meditación profunda y en un trance de la Fuerza con la esperanza de recuperar aquel contacto pasajero, pero había sido incapaz de encontrar la respuesta a ninguna de sus preguntas.
Ahora que había establecido contacto con Jacen por segunda vez, había empezado a sospechar que sabía qué era lo que le había hablado.
—Puede haber venido de la Fuerza misma —dijo.
Mara lo consideró, mientras las estrellas lejanas se reflejaban en sus ojos de color de jade.
—La Fuerza puede ofrecernos una visión de lo venidero —dijo—. Pero normalmente es… algo menos espontánea.
—Estoy más seguro que nunca de que Jacen tiene un destino especial —dijo Luke. Se volvió hacia Mara y le apretó la mano.
Mara abrió mucho los ojos.
—¿Crees que el propio Jacen conoce su destino?
—No lo sé —respondió Luke—. Y, si lo supiera, no sé si lo aceptaría. Siempre ha dudado de su propósito como Jedi, e incluso del significado de la Fuerza. No me lo imagino sin dudar de cualquier destino que le aguarde.
Los pensamientos de Luke se oscurecieron, y miró a Mara con seriedad.
—Y un destino especial no siempre es cosa gozosa ni fácil de sobrellevar. Mi padre tuvo un destino especial, y ya ves dónde lo llevó.
Mara se puso seria.
—Debemos ayudarle —dijo.
—Si él nos deja. No siempre ha dado facilidades en ese sentido.
Luke levantó la cabeza para contemplar la gran cúpula, y la otra cúpula de negritud tachonada de estrellas que estaba más allá, donde la nave de coral de Jacen, recogida por los rayos de tracción de un crucero MC80A de la flota, estaba siendo transportada hasta un hangar próximo. Aunque la nave en sí estaba demasiado lejos como para que Luke la viera, a éste le pareció ver el crucero mon calamari, un guiño lejano de luz que descendía con elegancia hacia el anexo.
—¡Eh! —gritó una voz sonora de entre la multitud que estaba más abajo—. ¡Si es el senador Escaqueado! ¡Y el senador Correpatrás!
Esto fue seguido de risas sonoras, y la voz dijo después:
—¡Sí! ¡Vosotros! ¡A vosotros os lo digo!
Luke y Mara, sin decir palabra, se acercaron a la barandilla de la entreplanta y bajaron la vista hacia la multitud. Por debajo de ellos, la phindiana más alta que había visto Luke en su vida, con sus largos brazos asomando de las mangas de su uniforme de las Fuerzas de Defensa, se abalanzaba hacia un humano y un sullustano que acababan de salir de una nave consular atracada en el anexo. Luke reconoció a ambos como miembros del Senado.
La phindiana se plantó ante los dos senadores, y se tambaleó. Luke comprendió que la phindiana estaba borracha; seguramente acababa de salir corriendo del club de oficiales que estaba debajo de la entreplanta.
—¿Sabéis cuantos amigos perdí en Coruscant? —les preguntó la phindiana, señalándolos con su pequeña barbilla—. ¿Lo sabéis?
Los dos senadores guardaron silencio, apretando los labios con fuerza. Intentaron rodear a la phindiana, pero ésta les cerraba el paso con sus brazos larguísimos.
—¿Diez mil? —gritó la phindiana, levantando un dedo de un puño de aspecto delicado—. ¿Veinte mil? ¿Treinta mil camaradas perdidos? —asomaron dos dedos más—. ¿Cua… cuarenta?
La phindiana intentó mostrar un cuarto dedo, y pareció tardar algún tiempo en recordar que sólo tenía tres dedos en cada mano.
—Todos perdimos a amigos en Coruscant —dijo con seriedad el senador humano, intentando apartar de su camino uno de los brazos de la phindiana que le rodeaban. La phindiana volvió a cerrarle el paso. Intentó enfocar la mirada de sus ojos amarillos en el rostro del senador.
—¡Lástima que no te acordaras de tus amigos cuando saliste corriendo, senador Escaqueado! —dijo—. ¡Lástima que dejases morir a tus amigos cuando te apoderaste del Alamania!
Luke sintió que la mano de Mara se apoyaba en su brazo.
—¿Deberíamos intervenir? —le preguntó Mara en voz baja.
—No, a menos que la cosa se ponga violenta —dijo Luke—. Y no creo que se ponga. Mira allí —añadió, volviendo la vista hacia un grupo de oficiales, salidos del club, que contemplaban el enfrentamiento en silencio, justo por debajo de la barandilla de la entreplanta.
Mara dirigió la mirada al grupo de oficiales.
—Tampoco ellos intervienen.
—No —dijo Luke de manera significativa—. No intervienen.
—Te ruego que te apartes, capitana —dijo el senador sullustano a la phindiana—. Tenemos asuntos importantes que atender aquí en Mon Calamari.
—¡Asuntos importantes! —dijo la phindiana—. ¿Tienen algo que ver con los asuntos importantes que os hicieron mandar al Escuadrón Verde que os escoltara con vuestro trasbordador hasta el hiperespacio? Al Escuadrón Verde, que estaba cubriendo a mi Orgullo del Honor. A mi pobre Orgullo, al que machacaron los yuuzhan vong y sufrió doscientos cuarenta y un muertos. A mi pobre Orgullo, que apenas consiguió llegar a Mon Calamari, y que tendrá que darse de baja, porque costaría demasiado volver a repararlo. ¿Qué asuntos eran tan importantes como para valer doscientas cuarenta y una vidas, senador Correpatrás? —una mano delgada empujó al sullustano en el pecho—. ¿Eh? —preguntó la phindiana—. ¿Eh, senador Escapado? ¿Eh, senador Cobardica? ¿Eh, senador Pocasagallas?
—Ten cuidado, capitana —dijo el senador humano—. Te estás jugando el empleo de oficial.
—¡Ya me habéis quitado mi nave! —dijo la phindiana—. ¡Ya habéis matado a la mitad de mi tripulación! ¡Ya nos habéis hecho perder la capital! ¿Os creéis que me importa mi empleo de oficial? —dijo, soltando una carcajada—. ¿Os creéis que me podéis hacer algo peor que lo que me habéis hecho ya? ¿Os creéis que me importa el juramento solemne que hice de proteger a aduladores cobardes como vosotros? ¿Os creéis que nos importa a ninguno de nosotros?
La phindiana señaló con uno de sus largos brazos a los oficiales reunidos ante la puerta del club. Los dos senadores se volvieron y vieron el grupo solemne que contemplaba en silencio aquel enfrentamiento.
Los senadores miraron fijamente a los oficiales, y éstos les devolvieron la mirada. Y, por primera vez, los senadores dieron muestras de inquietud.
La phindiana seguía señalando el club de oficiales con el largo brazo extendido, y el humano se escabulló por debajo del brazo y se dirigió apresuradamente a la salida. Cuando la phindiana borracha se volvió a perseguir al humano, el sullustano la rodeó y huyó tras su colega humano.
Pero aunque la phindiana tenía los brazos más largos que las piernas, los persiguió velozmente. Alcanzó a los dos y les pasó los brazos por los hombros como si fueran viejos amigos.
—Escuchad —dijo la phindiana—. A mí no me podéis hacer nada, pero sí podéis hacer algo por mí. En la próxima sesión se va a votar un proyecto de ley de presupuesto para la flota… estará en tu comité, senador Fuguillas, y tú vas a votar a favor. Porque… si no votas a favor, nosotros no podremos seguir protegiendo de los yuuzhan vong a los cobardes, a los ladrones y a los políticos, ¿verdad? Y, además, si no nos dais el dinero… —los senadores se quedaron clavados en el sitio cuando la phindiana les apretó las cabezas en las articulaciones de sus codos, casi estrangulándolos. Los ojos amarillos le relucían—. Si no nos dais el dinero —repitió la phindiana con tono pomposo y embriagado—, lo cogeremos nosotros. Al fin y al cabo, nosotros tenemos los cañones; y ya sabemos lo valientes que sois cuando hay cañones, ¿verdad?
Soltó a sus dos cautivos, y los senadores se dirigieron apresuradamente a la salida. La phindiana levantó la pequeña barbilla y les gritó:
—¡Una cosa más, senadores! ¡No esperéis volver a huir del enemigo nunca más en una nave de la flota! Porque, si intentáis apoderaros de un navío más de la flota, os meteremos en una cápsula de salvamento y os dispararemos directamente hacia los yuuzhan vong. ¡Todos lo hemos jurado solemnemente!
Los senadores ya se habían marchado. La phindiana siguió buscándolos con la vista un momento, con los largos brazos colgando hasta más abajo de las rodillas, y después se volvió y regresó con sus amigos.
Los oficiales del grupo la recibieron con aplausos y vivas. Abrazaron a la phindiana y la llevaron medio en volandas al interior del club para celebrarlo.
Se hizo un silencio repentino, y Luke y Mara, de pie en la entreplanta, reflexionaron sobre lo que acababan de presenciar.
—¿Ánimo bullicioso natural? —propuso Mara.
—Sabes que no ha sido eso.
—¿Motín?
—No es un motín. Todavía no —Luke miró hacia las puertas vacías por donde habían huido los dos senadores—. Pero se aproxima. Los militares no han tenido más que derrotas en esta guerra, y saben que no es culpa suya. Saben que los líderes han sido corruptos, estúpidos, cobardes e ineptos. Saben que Coruscant pudo caer por culpa de políticos como esos dos —hizo una pausa mientras se oía apagadamente una aclamación de los oficiales que estaban en el piso de abajo—. Me sentiría más tranquilo si uno de esos que aclaman no llevara las insignias de comandante de flota —dijo.
—Yo también —dijo Mara, mirando hacia atrás nerviosamente—. Será mejor que tengamos un gobierno que pueda ganarse el respeto de la flota, y pronto. Si los militares rompen con el gobierno civil y empiezan a apoderarse de recursos a punta de pistola láser, no serán más que unos piratas.
—Unos piratas muy bien armados —añadió Luke.
«Es el momento decisivo», se recordó a sí mismo. Y esperó que las cosas fueran por el buen camino.
Volvió a levantar la vista a través de la gran cúpula, y esta vez pudo ver a simple vista la nave de coral de Jacen, suspendida por los rayos tractores bajo el gran casco escalonado del crucero MC80A. El origen vong de la cápsula estaba claro: el casco de coral y sus formas orgánicas protuberantes eran distintas de cualquier otra cosa que volara por el cielo. Las gráciles estructuras mon calamari, con sus curvas fluidas, imitaban la naturaleza; pero la cápsula yuuzhan vong era la naturaleza misma, y una naturaleza de otra galaxia, nada menos.
Las puertas correderas se abrieron a espaldas de Luke y entraron al trote en la entreplanta una fila de soldados armados y acorazados como para entrar en combate, con las caras cubiertas de máscaras para protegerse de venenos vong. Los seguía un androide de combate que blandía media docena de armas en los extremos de sus brazos de bronce.
Estaba claro que el ejército no estaba dispuesto a correr riesgos al dejar atracar una cápsula yuuzhan vong en un espacio vital de la Nueva República. No sólo salía a recibir la nave una escolta armada, sino que la nave no atracaba en el Mando de la Flota, sino en su anexo, que se podía aislar completamente del cuartel general mismo, y, en caso necesario, podía proyectarse hacia el espacio haciendo saltar cargas explosivas.
El joven oficial que mandaba a los soldados se acercó a Luke y a Mara y los saludó militarmente.
—Maestros Skywalker —dijo a ambos—. El almirante Sovv os envía sus saludos, y, después de que se suba a bordo a Jacen Solo y a su acompañante, solicita el honor de recibir la visita de todos vosotros para almorzar.
Pobre Sien Sovv, pensó Luke. Como Comandante Supremo de las Fuerzas de Defensa, lo habían considerado responsable de las múltiples catástrofes que había sufrido el ejército. La última noticia que tenía Luke de Sovv es que éste había estado yendo de una parte a otra en Mon Calamari en busca de alguien a quien presentar su dimisión; pero, al no haber Jefe de Estado, no había nadie en situación de aceptarla.
—Tendré mucho gusto en ver al almirante —respondió Luke—, siempre que mi sobrino no precise atención médica, claro está.
—Naturalmente, señor. Entendido.
Luke y Mara siguieron a los soldados hasta el punto de atraque. Los soldados tomaron posiciones a izquierda y derecha de la escotilla, y el droide se situó directamente ante ella con sus múltiples armas dirigidas hacia delante. Luke miró a Mara. Ésta estaba enfocada en sí misma con los ojos semicerrados.
—No percibo nada malo —dijo Mara.
—Yo tampoco.
Sin decir palabra, Luke y Mara se interpusieron entre el droide de combate y la escotilla del punto de atraque Luke sintió que se le erizaban los pelos de la nuca al pensar en todas las armas que le apuntaban a la espalda.
—Señor… —empezó a decir el oficial.
Luke hizo un gesto delicado.
—Estaremos bien, teniente —dijo.
—Estaréis bien… sí, señor.
Se produjo un suave temblor cuando los rayos de tracción llevaron la cápsula hasta la escotilla, y un silbido cuando las esclusas se presurizaron. Después, se encendieron luces en la escotilla interior, y ésta se abrió. Jacen estaba de pie en la escotilla abierta.
Iba vestido con una especie de poncho sin color, de claro origen yuuzhan vong, atado a la cintura con algo que parecía ser una liana. Había perdido peso, y se apreciaba claramente el movimiento de sus músculos correosos bajo una piel pálida y enfermiza que no parecía contener un gramo de grasa. Sus brazos y sus piernas desnudos estaban marcados de cicatrices, curadas pero todavía recientes.
Pero el mayor cambio se apreciaba en el rostro de Jacen.
Bajo una melena de pelo sin recortar y una barba corta, también descuidada, había una cara afilada, como tallada a escoplo, que había perdido todo resto de grasa infantil, con unos ojos castaños en los que se apreciaba una inteligencia de adulto, inquieta y penetrante.
Cuando Jacen había salido camino de Myrkr, estaba en los albores de la edad adulta. Estaba claro que había dejado allí su infancia, entre otras muchas cosas.
Sus ojos vivos se volvieron hacia Luke y Mara y se llenaron al instante de calor y de reconocimiento. Luke sintió que el corazón se le inundaba de alegría. Mara y él avanzaron un paso, involuntariamente, y Jacen salió corriendo de la escotilla con los brazos abiertos para abrazarlos a lo dos. Los tres rieron de placer con aquella alegre reunión.
A Luke se le asomaron las lágrimas a los ojos. «El momento decisivo», pensó. Sí. Desde este momento, pasamos de la pena a la alegría.
—¡Mi muchacho! —fueron las palabras que le salieron a Luke—. ¡Mi muchacho!
Fue Mara quien interrumpió el abrazo. Retrocedió medio paso, con la mano apoyada suavemente en el pecho de Jacen como para tocarle el corazón.
—Te han herido.
—Sí —respondió Jacen con sencillez, con aceptación. Parecía que estaba en paz con todo lo que le hubiera sucedido.
—¿Estás bien? —siguió diciendo Mara—. ¿Necesitas un sanador?
—No; estoy bien. Vergere me curó.
Fue entonces cuando Mara y Luke prestaron atención a la acompañante de Jacen. El pequeño ser moteado se había adentrado algunos pasos en el muelle, y observaba las filas de soldados armados con una aparente mezcla de escepticismo y humor.
—Parece que yo misma tengo una deuda de gratitud con Vergere —dijo Mara.
Vergere volvió los anchos ojos oblicuos hacia Mara.
—¿Mis lágrimas te sirvieron? —le preguntó.
—Sí. Al parecer, estoy curada.
—Hace muchos años, Nom Anor te envenenó con una espora coomb. ¿Lo sabías?
Vergere dijo esto con precisión, con un poco de pedantería.
—Sí, lo sabía —respondió Mara. Titubeó—. Pero… lágrimas curadoras… ¿Cómo pudiste…? ¿Cómo se hace?
A Vergere le temblaron los bigotes en forma de pluma con lo que podía ser una leve sonrisa.
—Es una historia larga. Quizá te la cuente algún día.
Luke volvió a plantarse ante Jacen y vio que el joven le sonreía. Luke le devolvió la sonrisa. Y entonces se le ocurrió una cosa.
—Tenemos que avisar a tus padres de que estás vivo —dijo—. Y a tu hermana.
A Jacen se le apagó un poco la sonrisa.
—Sí. Intenté ponerme en contacto con ellos por medio de la Fuerza. Pero… sí; y también debería comunicársele oficialmente.
—Señor…
Era el teniente que mandaba el destacamento militar.
—Maestro Skywalker, tengo que tomar posesión de la cápsula de salvamento. Si esperáis unos minutos en la entreplanta, os acompañaré al centro de comunicaciones, desde donde podréis enviar vuestro mensaje, y os acompañaré después hasta el almirante Sovv.
—Desde luego —dijo Luke. Lo invadió de nuevo un impulso irresistible de sonreír, y revolvió el pelo de Jacen con la mano.
Luke y Mara, a uno y otro lado del joven, pasándole los brazos por los hombros y por la cintura, se dirigieron a la barandilla de la entreplanta, pasando por delante del droide de combate. Vergere los siguió en silencio.
Por debajo de ellos, los viajeros pululaban entre los muelles, todos ellos demasiado ocupados para alzar la vista y contemplar aquella reunión extraña que tenía lugar en el balcón, por encima de ellos.
—Bienvenido a casa —dijo Luke—. Bienvenido a casa, joven Jedi —dijo Luke.
—No soy el único al que debéis dar la bienvenida —dijo Jacen, señalando a Vergere con un gesto de la cabeza.
Luke se volvió hacia Vergere.
—Bienvenida tú también, por supuesto —dijo—. Pero no sé de dónde eres, de modo que no puedo estar seguro de si has vuelto a tu casa o no.
—Esa paradoja no tiene respuesta fácil —dijo Vergere.
Jacen se rió.
—Es verdad ¿No lo habéis adivinado? —dijo. Y cuando Luke y Mara se volvieron hacia él, Jacen volvió a reírse.
—Vergere es una Jedi —dijo—. Una Jedi de la Antigua República. Ha vivido más de cincuenta años entre los yuuzhan vong.
Luke, atónito, miró a Vergere.
—¡Y sigues viva! —exclamó Mara.
Vergere bajó la vista para mirarse a sí misma y se dio unas palmaditas como dando fe de su propia existencia.
—Eso parece, jóvenes maestros —dijo.
—¿Cómo…? —empezó a decir Mara. ¿Cómo había vivido entre los yuuzhan vong sin que un yammosk desenmascarara sus poderes de Jedi?
—Es otra larga historia —dijo Vergere—, para otro momento, quizá.
—Sabes guardar tus secretos, Vergere —comentó Luke.
—Si he sobrevivido, no ha sido a base de ofrecer mis secretos al primer interesado —dijo Vergere—. Mis secretos seguirán siendo sólo míos, a no ser que vea un motivo para liberarlos.
No lo dijo con tono de desafío, sino con normalidad, como si hubiera estado comentando el color de la alfombra.
—No queremos sonsacarte información sin necesidad —dijo Luke—, pero sí espero que podamos hablar en algún momento, tarde o temprano.
Vergere ahuecó un poco las plumas y volvió a alisarlas. Quizá fuera su manera de encogerse de hombros.
—Podemos hablar, desde luego —dijo—. Pero te ruego que recuerdes lo que os dije antes: no soy partidario de vuestra Nueva República.
—¿Dónde tienes puesta tu lealtad? —le preguntó Luke.
—En el Código Jedi. Y en lo que vosotros llamaríais «la Antigua República».
—La Antigua República ya no existe —dijo Luke, procurando hablar con delicadeza.
—Pero… sí que existe —repuso ella. Alzó los ojos hacia los de Luke, y éste sintió, como una vibración en los huesos, el titilar de la energía y la convicción de Vergere.
—Mientras yo respire, vivirá la Antigua República —dijo Vergere.
Hubo un momento de silencio, y después tomó la palabra Luke.
—Que viva mucho tiempo, Vergere —dijo.
Vergere asintió con la cabeza.
—Te doy las gracias, joven Maestro —dijo. Después, quedó en silencio y se volvió a contemplar la multitud, dirigiendo los ojos a izquierda y derecha, mirando fijamente el gentío bullicioso de personas y de androides que atendían a sus asuntos, las naves, los movimientos de la carga para aquí y para allá.
Luke pensó que aquél era un mundo que Vergere había abandonado hacía cincuenta años. Había vivido entre unas gentes insondablemente extrañas, y Luke se preguntó qué le parecería ahora a Vergere su propia galaxia natal, con sus múltiples razas, su bullicio y el zumbido, el chasquido y el parloteo de sus máquinas.
La tristeza recorrió las venas de Luke. Había dado la bienvenida a Jacen a su propia casa, pero no era posible dar a Vergere una bienvenida como aquella. Todo lo que había conocido ella, había desaparecido.
* * *
La reunión no concluyó con la reaparición de Jacen.
Cuando hicieron pasar a Luke y a los suyos a la suite del almirante Sovv, Luke descubrió que Sovv no estaba solo. En el largo sofá curvo de color crema que estaba detrás de su huésped sullustano estaban sentados dos personajes familiares que componían un cuadro de tonos blancos: un mon calamari de uniforme blanco, y una humana de cabello canoso.
—¡Almirante Ackbar! ¡Winter!
Pero la alegría del reencuentro con sus viejos amigos quedó empañada cuando vio que a Ackbar le costaba gran trabajo levantarse del sofá, y Luke tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la sonrisa en el rostro.
Ackbar estaba de pie apoyándose mucho en el brazo de Winter. Su piel rosada y brillante de anfibio se había vuelto grisácea y apagada. Cuando habló, las palabras le salieron ceceantes, de una boca floja que jadeaba por falta de aire.
—Joven Skywalker. Amigos. Lamento decir que vivir fuera del agua es una carga para mí en estos tiempos.
—Entonces, no te quedes de pie, por favor —dijo Luke. Acudió junto a Ackbar y, con ayuda de Winter, ayudó al almirante a sentarse de nuevo en el sofá.
—¿Has estado enfermo? —preguntó al almirante, pero mirando a Winter.
La mujer de cabello blanco devolvió la mirada a Luke y le dirigió un breve gesto de asentimiento con la cabeza, a modo de confirmación silenciosa.
—¿Enfermo? —dijo Ackbar—. No exactamente. Lo que estoy es viejo —añadió, soltando un suspiro entre los labios flácidos—. Puede que Fey’lya tuviera razón cuando se negó a dejarme volver al servicio.
—Es más probable que se estuviera acordando de las veces que lo humillaste en el Consejo —dijo Mara.
Winter se acercó a Jacen y lo envolvió con un abrazo largo, fuerte y profundo.
—Bienvenido a casa, Jacen —dijo sin más. Winter había cuidado de los hijos de los Solo durante buena parte de los primeros tiempos de la Nueva República, cuando la guerra había obligado a Han y a Leia a desplazarse de un extremo a otro de la galaxia, y a lo largo de los años seguramente había pasado tanto tiempo con Jacen como la madre de éste.
—¿Tienes noticias de Tycho? —preguntó Luke. Durante la ausencia del esposo de Winter, Tycho Celchu, que estaba con el ejército, la propia Winter había vuelto al lado de Ackbar para hacerle de ayudante y compañera, sirviéndole con la misma lealtad con que había servido en tiempos a Leia.
—Está ayudando a Wedge Antilles a organizar la defensa de Kuat, y a establecer células de la resistencia. Y está bien.
—Me alegro de saberlo.
Ackbar levantó la gran cabeza hacia Mara.
—Tengo entendido que debo daros la enhorabuena —dijo—. ¿Recibisteis mi regalo?
—Sí, muchas gracias. El holoproyector de juguete vendrá de maravilla a Ben para la visión y la coordinación.
—¿El niño está bien?
—Ben está bien —dijo Mara; pero una sombra le recorrió el rostro—. Lo hemos enviado donde esté a salvo mientras nosotros corramos peligro, lo cual puede durar bastante tiempo.
—Los Solo hicieron lo mismo con sus hijos —le recordó Winter. Envió a Jacen una mirada de afecto—. Salieron bien.
—Os ruego que os pongáis cómodos todos —dijo Sien Sovv con su voz nasal—. ¿Pido algo de comer y beber?
Luke se volvió hacia Sovv y se sintió un poco avergonzado por haber tardado tanto en saludar al Comandante Supremo de las Fuerzas de Defensa de la Nueva República.
—Te pido perdón, almirante —dijo—. Debería…
El sullustano hizo un gesto de quitarle importancia.
—Ya que os pedí que vinieseis a veros con unos viejos amigos, no puedo quejarme de que éstos estén por delante de mí —volvió los ojos negros relucientes hacia el almirante Ackbar—. De hecho, preferiría que el almirante estuviera por delante de mí durante toda esta guerra.
Luke sabía que Ackbar no era el único que deseaba aquello. No debía de ser fácil para Sien Sovv ejercer de sucesor de una figura tan legendaria como era Ackbar, y las dotes de modestia y de laboriosidad de Sovv no eran las mejores para llenar el vacío que dejaba el genio y el carisma de Ackbar. Sovv podría haber hecho un gran trabajo si se hubiera gozado de paz durante su mandato, ya que tenía verdadera capacidad para la administración y podría haber imprimido una gran eficacia al servicio; pero había tenido la mala suerte de verse obligado a librar una guerra desafortunada contra un enemigo que había tomado completamente desprevenida a la Nueva República.
Mala suerte. Era lo peor que podía tener un jefe militar. Los soldados confiaban en la suerte del jefe mucho más que en su inteligencia.
—Me parece que no conozco a todos los miembros de tu grupo… —dijo Sovv con delicadeza.
Luke volvió a disculparse, y presentó a Jacen y a Vergere. Sovv felicitó a ambos por la habilidad que habían demostrado para sobrevivir.
—Y, joven Solo —añadió—, tengo el gusto de comunicarte que tu hermana no sólo se encuentra bien, sino que ha participado en una victoria importante en Obroa-Skai.
Jacen, que al parecer se sentía cómodo a pesar de su aspecto harapiento y a medio vestir, se había instalado en una silla próxima a Vergere. Al oír la noticia, su cara se llenó de una expresión sincera de alivio.
—Estaba preocupado —dijo—. Había percibido que estaba en una… en una situación.
—Nuestra flota, combinada con un escuadrón de hapanos, atacó a toda una flota yuuzhan vong. El general Farlander no ahorró elogios al relatar la actuación de Jaina. Al parecer, ella fue responsable de una buena parte del plan operativo.
Jacen escuchó a Sien Sovv con interés, pero respondió con cautela.
—Entonces, ¿fue Jaina la que planeó esta ofensiva? —preguntó.
—No todos los detalles, claro está; pero, sí, el ataque fue inspiración suya. Se destruyeron dos naves porta-tropas yuuzhan vong, con decenas de miles de guerreros. Nuestra primera batalla ofensiva con éxito completo.
Jacen asintió con la cabeza.
—Entonces, el plan fue bueno —dijo. Sonreía con los labios, pero no con los ojos.
En la unidad de comunicaciones de Sovv empezó a parpadear una luz, y Sovv se llevó al oído un pequeño auricular para oír un mensaje privado.
—Perdonadme —dijo—, pero di la alerta a los Servicios de Inteligencia de la flota cuando tuve noticia de que venía Jacen con… con una desertora. Quieren haceros unas preguntas a los dos. Si tienes la fuerza física suficiente, claro está —dijo, volviendo los ojos relucientes hacia Jacen.
Luke no pudo menos de advertir que a Vergere no se le planteaba, como a Jacen, la posibilidad de elegir.
—Estoy dispuesto —dijo Jacen, levantándose de su asiento. Después, se volvió hacia su compañera avícola—. ¿Y tú, Vergere?
—Desde luego.
La Jedi emplumada tenía la misma expresión irónica y escéptica que había adoptado cuando había salido de las esclusas de aire y había visto a los soldados con las armas dispuestas.
—Supongo que esto durará bastante —dijo Jacen a Luke—. Como no sé dónde me alojaré, ¿me das el código de tu comunicador?
Luke aseguró a Jacen que podía alojarse con Mara y él, y le dio su código. Después, volviéndose hacia Vergere, le hizo la misma oferta.
—Por desgracia, puede que Vergere tarde un poco más que Jacen —dijo Sovv, lo cual sólo sirvió para aumentar el gesto de ironía que se leía en los ojos de Vergere.
Salieron los dos, con Jacen en cabeza. A través de la puerta abierta, Luke vio por un instante a Ayddar Nylykerka, el director tammariano del Servicio de Inteligencia de la flota, seguido de un grupo de guardias; después, se cerró la puerta. Luke se dirigió a Sien Sovv.
—Estáis tomando todas las precauciones —dijo.
—Los yuuzhan vong saben servirse con mucha eficiencia de los desertores y de los infiltrados —dijo el sullustano—. Antes de soltar a Vergere para que se mueva con libertad, quiero asegurarme de que es lo que dice ser.
—Yo sé lo que dice ser —dijo Luke—. Lo que no sé es cómo se puede esperar que lo demuestre.