A Nom Anor se le olvidó el picor cuando entró en la Sala de Confluencia siguiendo en fila a su superior, el Sumo Prefecto Yoog Skell. La sala era magnífica, ancha en las cuatro puertas palpitantes por las que entraban los miembros de alto rango de las cuatro castas gobernantes, para estrecharse hacia el fondo. La sala producía una ilusión óptica por medio de la cual todos los ojos se sentían atraídos hacia un punto de fuga artificial, en el que se encontraba el asiento del Sumo Señor.
Las paredes eran de quitina con vetas negras y blancas; el techo estaba sustentado por pilares de hueso blanco, y los arcos del techo estaban adornados con coral, como de encaje de color claro. Aunque las superficies de la sala eran planas, los dovin basal que le daban su gravedad artificial estaban alterados ligeramente para producir la sensación de ir cuesta arriba al aproximarse al Sumo Señor; daba la impresión de que estaba sentado sobre una cumbre, y de que todos los demás tenían que ascender trabajosamente hacia él.
El centro de todas las miradas era el yuuzhan vong más grande que había visto nunca Nom Anor, un gigante aun entre los guerreros más enormes. Shimrra estaba sentado en silencio, en un trono de color rojo de sangre, hecho de coral yorik de cuya masa central brotaban pinchos y espinas, como expulsando a los enemigos de la presencia del Sumo Señor. Sus vestimentas de ceremonia eran sombrías, negras y grises. Las partes grises eran de cuero hecho de la carne cuidadosamente conservada de Steng, quien, en un pasado lejano, había perdido la guerra de Cremlevia contra Yo’gand, el primer Sumo Señor de los yuuzhan vong. La cabeza inmensa de Shimrra estaba tan cubierta de cicatrices, cortes, tatuajes y señales de cauterios, que apenas se podía decir que tuviera cara, sino más bien una colección desgarrada de heridas mal curadas. Pero se apreciaba una inteligencia feroz y penetrante tras los implantes de mqaaq’it relucientes que tenía en las cuencas oculares, y que adoptaban diversos colores del espectro mientras contemplaba la entrada de los dignatarios.
Agazapada a los pies de Shimrra estaba un personaje delgado, vestido de harapos que le colgaban a jirones sobre la piel fofa, con el labio retorcido sobre los dientes para mostrar un colmillo amarillo. Tenía el cráneo deforme, con un lóbulo hinchado. Onimi, el familiar de Shimrra.
Los dignatarios subieron trabajosamente la «cuesta» hacia Shimrra y ocuparon sus lugares respectivos. Las cuatro castas estaban dispuestas equidistantes del trono. Shimrra los dominaba con su presencia, y por una vez no se trataba de una manipulación de la gravedad: el Sumo Señor era enorme. Todos se postraron y entonaron con voz potente su saludo.
—¡Ai’tanna Shimrra khotte Yun’o! ¡Larga vida a Shimrra, amado de los Dioses!
Un ruido sordo y profundo surgió del trono. Nom Anor apenas pudo ver moverse los labios de Shimrra al hablar éste.
—Que se siente el Gran Consejo.
Los miembros principales se pusieron de pie y ocuparon sus asientos, que estaban ajustados para compensar la gravedad peculiar de la sala.
Nom Anor se levantó y se quedó de pie. No tenía categoría como para tomar asiento en presencia del Sumo Señor.
Nom Anor vio que al otro lado de la sala estaba de pie el sacerdote Harrar, con quien había tenido varios roces serios.
Harrar no dio muestras de conocerle. «Bien», pensó Nom Anor. Es mejor que se olvide todo aquello.
Movió los pies, buscando la postura para contrarrestar la gravedad que lo desplazaba hacia la derecha. El movimiento le desencadenó de nuevo el picor, y Nom Anor apretó los dientes para soportar el ardor de aquella sensación. El picor se le había extendido por el vientre y bajo una axila, y sentía como si le ardiera la mitad de la piel. Los dedos le temblaban con el impulso de rascarse, y él los estiró haciendo un esfuerzo.
El Avergonzado, Onimi, se puso de pie.
—Grandes señores todos… —empezó a decir—
»…con cuyos planes profundos
»hemos conseguido ganar mundos,
»espero que no os parezca un crimen,
»que en este día, mis palabras rimen.
Onimi hizo una pausa, esperando una respuesta mientras recorría a la multitud con sus ojos desparejos. Como si alguien pudiera objetar algo. La posición de Shimrra como Sumo Señor era incontestada, y su poder se reflejaba en el hecho de que hubiera adoptado como familiar a un Avergonzado, a aquel ser grotesco y contrahecho que había sido rechazado por los dioses. Shimrra permitía a su familiar unas libertades extraordinarias, y todo parecía indicar que gozaba con las travesuras grotescas de aquella criatura, así como con la incomodidad que producían a los que las contemplaban.
Después de la pausa, Onimi alzó los brazos e hizo una pirueta vacilante, girando sobre sí mismo para exhibir los harapos que llevaba puestos.
—Permitidme que recite una oda.
»A la ropa nueva, a esta última moda.
»Pues luzco yo como mi señor y amigo
»Ropa hecha de piel de enemigo.
La sorpresa invadió a Nom Anor cuando se dio cuenta de que los harapos de Onimi eran restos de uniformes de la Nueva República, tomados a los caídos en Coruscant.
Se apreciaron algunas exclamaciones contenidas de otros presentes en la sala que también se daban cuenta de ello.
Onimi siguió con sus saltos, acercándose al Sumo Sacerdote Jakan, que soltó un bufido y se apartó para que no pudiera contaminarlo el contacto de los trapos que giraban por el aire. Los propios Avergonzados habían sido rechazados por los dioses, condenados a sufrir todo el desprecio y odio que merecían sin duda.
—Basta.
Esta única palabra procedía de Shimrra, y fue suficiente para que Onimi guardara silencio, con un brillo de temor en los ojos.
—Vuelve a tu lugar, criatura —gruñó Shimrra—. Nuestra reunión ya va a ser bastante larga como para que tengamos que soportar tus juegos.
El familiar del Señor hizo una reverencia para disculparse, y después se arrastró hacia el trono y se dejó caer como un saco de huesos a los pies de su señor. Shimrra volvió la cabeza.
Después, volvió su cuerpo inmenso hacia Tsavong Lah.
—Quiero debatir la marcha de la guerra. ¿Qué tienes que decir, Maestro Bélico?
Tsavong Lah cerró un puño que hizo caer con fuerza sobre el brazo de su sillón.
—Sólo tengo que decir una palabra, y esa palabra es ¡victoria!
Los miembros de su delegación soltaron gruñidos de asentimiento.
—¡La capital enemiga es nuestra —prosiguió el Maestro Bélico—, y tú has tomado posesión oficial de ella! ¡A la captura de Yuuzhan’tar le siguió nuestra victoria de Borleias! La flota del Comandante Supremo Ñas Choka triunfa en el espacio de los hutt. A excepción del desventurado Komm Karsh, nuestras fuerzas han alcanzado victorias en todas partes.
Onimi, a los pies del Sumo Señor, soltó una risita que resonó de manera extraña en los amplios espacios de la sala.
El Maestro Bélico enseñó los dientes. Shimrra reprendió a Onimi su desvergüenza con un ruido sordo, y clavó después la vista en Tsavong Lah.
—Puede que los versos que pergeña Onimi sean abominables —dijo—, pero no le falta razón. Tu intento de apresar a Jaina Solo en Hapes fue un fracaso absoluto.
A Tsavong Lah no le quedaba más opción que reconocer su derrota, y bajó la cabeza.
—Lo confieso.
—Y las bajas que nos costó la conquista de Yuuzhan’tar fueron enormes. Las dos primeras oleadas quedaron arrasadas, y la tercera, aunque salió victoriosa, fue diezmada. Después de aquello, la de Borleias fue una victoria muy costosa; a mi juicio, costó más de lo que valía el planeta. Murió tu propio padre. Además, la derrota de Komm Karsh fue costosa tanto en vidas como en material. Yo no soy tan poco severo como mi predecesor.
Los ojos de Tsavong Lah se llenaron de un brillo fanático.
—¡Entregaríamos esas vidas de nuevo, y muchas más! —dijo—. ¡La vida vale menos que nada! ¿Qué es la vida de un guerrero, comparada con la gloria de los yuuzhan vong?
La respuesta de Shimrra fue tajante.
—¡No discuto la gloria de tus guerreros, ni que estén dispuestos a morir! No es eso lo que se debate.
—Ruego al Sumo Señor me perdone —dijo Tsavong Lah—. No entiendo…
—¡No me tomes por tonto! —exclamó Shimrra. Apuntó a Tsavong Lah con un dedo—. ¡Tú has ganado tus victorias a costa de montañas de nuestros propios muertos! ¿Cómo piensas sustituir a todas esas bajas?
Nom Amor gozaba al ver a Shimrra pedir cuentas de sus fracasos al Maestro Bélico. Tsavong Lah y él habían chocado con bastante frecuencia, y le animaba ver cómo bajaban los humos al guerrero ante sus rivales.
—Mi señor… yo… —el Maestro Bélico no sabía qué decir—. He alcanzado todos nuestros objetivos principales… te he dado la capital…
—Podemos cultivar más naves de guerra; pero a los guerreros hay que criarlos —dijo Shimrra—. Tendrá que pasar una generación, o más, hasta que nuestras formaciones recuperen todos sus efectivos; y ahora tenemos muchos mundos que defender.
—¡Te daré más victorias! —exclamó Tsavong Lah—. ¡Los infieles están derrotados! ¡Si remato nuestras victorias, se hundirán!
Una nueva risita de Onimi interrumpió al Maestro Bélico.
—¡El Maestro Bélico no escucha! Necesita orejas nuevas… o, quizá, el órgano que está entre oreja y oreja.
Tsavong Lah dirigió una mirada asesina a Onimi y se le escapó un bufido de furia.
—Silencio.
Era de nuevo Shimrra quien había pronunciado aquella palabra. Aunque el Sumo Señor había hablado en voz baja, la acústica admirable de la sala había hecho resonar en el aire la palabra. Se produjo una pausa durante la cual se apreció claramente que a Tsavong Lah le faltaban las palabras mientras hacía una nueva reverencia ante su superior.
El Sumo Señor volvió a tomar la palabra.
—Pides seguir al enemigo. He leído nuestros informes de efectivos. No tenemos fuerzas suficientes para mantener la ofensiva, conservando al mismo tiempo lo que ya hemos conquistado.
—Mi señor —dijo Tsavong Lah, sin levantar la cabeza—. Dicho sea con todo respeto… perseguimos a un enemigo hundido. No podemos esperar más que una gloriosa matanza que aumentará la gran gloria de tu nombre.
Shimrra respondió con voz helada.
—El enemigo que barrió a Komm Karsh no estaba hundido, ni mucho menos. Y ¿puedo recordar al Maestro Bélico que la flota de Komm Karsh era nuestra única reserva estratégica? A partir de este punto, si desplazamos a un solo guerrero para reforzar un punto, debilitaremos otro.
Tsavong Lah no tuvo respuesta. Mantuvo los ojos clavados en el suelo.
—Nuestras fuerzas suspenderán las operaciones ofensivas de momento —dijo Shimrra—. Podremos reemprender la ofensiva cuando hayamos realizado una reorganización que lleve a más guerreros al campo de batalla.
—Como desee el Sumo —dijo Tsavong Lah, con un hilo de voz apenas perceptible.
—Lo deseo —la mirada ardiente de Shimrra se apartó del Maestro Bélico y recorrió la sala—. Muchos de nuestros guerreros están entretenidos en tareas de guarnición y pacificación, lejos del frente. Quiero liberarlos para el combate contra los infieles.
Buscó con la vista a la delegación de los cuidadores, que hasta entonces había guardado silencio.
—Os exijo que creéis a más guerreros —dijo.
Ch’Gang Hool, maestro del clan de cuidadores del Dominio Hool, se apresuró a responder.
—¿El Sumo Señor se refiere a los implantes de coral?
—Sí. Se pondrá a los cautivos implantes que les permitan recibir las órdenes de un yammosk. Después, se les pondrá bajo el mando de los guerreros. Así, tendrás unas fuerzas más numerosas para lanzarlas contra los infieles —añadió Shimrra, dirigiéndose de nuevo a Tsavong Lah.
—Lo agradezco, Elegido por los Dioses.
Nom Anor no pudo menos de observar que el agradecimiento no parecía ser el sentimiento dominante en el ánimo del Maestro Bélico.
—Estas medidas deberán servir para corregir el problema a corto plazo, si no se derrocha a los guerreros —dijo Shimrra con mordacidad—. Para rehacer nuestras pérdidas a largo plazo, ordeno lo siguiente:
»Se ordenará a todos los guerreros que se reproduzcan a los dieciséis años de edad, si no lo han hecho ya. Si un guerrero o guerrera no encuentra compañero o compañera, su comandante le entregará a una pareja adecuada de entre los guerreros o guerreras disponibles. Más adelante, se organizarán premios e incentivos para los que produzcan hijos.
Tsavong Lah hizo una nueva reverencia.
—Se hará como deseas, Sumo.
—Nada se hará como deseo mientras sigamos perdiendo batallas —le recordó Shimrra—. Los enemigos han desarrollado tácticas nuevas que les permiten alcanzar victorias. Ordeno un informe completo.
Tsavong Lah levantó la cabeza por fin.
—Los infieles han descubierto la manera de emplear una… máquina, para anular la señal que envían los yammosk a nuestras unidades. Así, nuestras unidades se ven obligadas a actuar por su cuenta, sin orientación estratégica.
—¿Y el remedio? —preguntó Shimrra inmediatamente.
El Maestro Bélico titubeó.
—No lo hemos desarrollado de momento, Sumo. Estamos… hemos debatido el problema —titubeó de nuevo—. El hecho es, Sumo, que esta circunstancia no tiene precedentes en nuestra historia, y…
—Estáis desconcertados —dijo Shimrra.
El Maestro Bélico hizo una nueva reverencia. Nom Anor sintió una oleada de placer malsano.
—Lo reconozco —dijo Tsavong Lah—. Lo pagaré con la vida.
Shimrra se dirigió de nuevo a los cuidadores.
—¿Tiene alguna sugerencia la casta de los cuidadores?
En esta ocasión, Ch’Gang Hool no respondió con tanta rapidez como antes.
—Podríamos intentar crear yammosk que pudieran funcionar a pesar de la influencia de esas máquinas malignas. Pero sería más útil que entendiésemos mejor las dimensiones técnicas del problema. ¿Se ha capturado alguna de esas… —dudaba en pronunciar siquiera la fea palabra— de esas máquinas?
—No —dijo Tsavong Lah—. Nosotros no capturamos máquinas, las destruimos.
—Y tienen otro tipo nuevo de máquinas, ¿no es así? —preguntó el Sumo Señor—. ¿No tienen una que hace que nuestras naves disparen unas contra otras?
—Han provocado muchas desventuras —dijo Tsavong Lah—. Los infieles han desarrollado máquinas que se adhieren a nuestras naves, como los grutchins a un adversario, y transmiten una señal que las identifica como enemigas. Nuestras naves leales, al percibir la presencia de un enemigo, abren fuego. El enemigo nos insulta poniendo en esas máquinas el símbolo de Yun-Harla, la Mentirosa —añadió con gesto inexpresivo.
—¡No nos insultan a nosotros, sino a los dioses! —gritó el Sumo Sacerdote Jakan—. ¡Blasfemos! ¡Infieles! ¡Capturemos a los responsables, y su agonía será eterna!
—Ahora no, Sumo Sacerdote —dijo el Sumo Señor, imponiéndole silencio con un gesto. Jakan se calló. Shimrra se inclinó hacia Tsavong Lah—. ¿Esos dispositivos engañosos son capaces de atravesar las defensas de nuestras naves?
—No más que cualquier otro proyectil. Pero los infieles también han aplicado en esto la traición y la sorpresa. Se han apoderado de una fragata nuestra. Este navío finge ser amigo, hasta que lanza contra nosotros proyectiles que hacen que nuestras naves se vuelvan unas contra otras. La fragata capturada huye después, aprovechando la confusión.
Shimrra guardó silencio durante un largo momento. Después, preguntó:
—¿Cuántas veces os han engañado con este truco?
—Una vez, Sumo. En Hapes, la primera vez que se empleó esta táctica. Y Komm Karsh cayó fatalmente en el engaño en Obroa-Skai, pero era la primera vez que se encontraba él con esa táctica.
—La solución parece elemental. Desarrollaréis señales de reconocimiento para las fragatas amigas. Si una fragata no hace la señal adecuada, se ordenará a todos los elementos de la flota que la consideren enemiga.
—Ya he empezado a implantar esta reforma —dijo el Maestro Bélico.
—Que sea tu máxima prioridad —dijo Shimrra—. Debemos recuperar la superioridad de nuestras fuerzas.
—Se hará así, Sumo.
Shimrra se volvió hacia Yoog Skell.
—Que el Sumo Prefecto nos informe de la disposición, las fuerzas y las intenciones de los infieles.
Yoog Skell hizo una reverencia al Sumo Señor y presentó un resumen de las últimas informaciones conseguidas de fuentes dentro de la Nueva República. Por desgracia, el resumen no era tan completo como lo habría sido en otros tiempos: algunos de los agentes yuuzhan vong más valiosos que trabajaban entre el enemigo habían muerto o habían sido neutralizados. Se echaba de menos, sobre todo, a la difunta senadora Viqi Shesh.
Yoog Skell comunicó que el gobierno enemigo se había trasladado a Mon Calamari, en el Borde Exterior, aunque no estaba claro si permanecería allí. El gobierno no había elegido todavía a un nuevo jefe, aunque un humano llamado Fyor Rodan era posible candidato. También había un quarren llamado Pwoe que se había declarado a sí mismo Jefe de Estado poco después de la caída de Coruscant, pero parecía que cada vez había menos dispuestos a seguir sus órdenes en la Nueva República.
Al parecer, el ejército de la Nueva República estaba en una situación de desorden tras la caída de su capital. No habían emprendido operaciones coordinadas desde la de Borleias, y no daban señales de emprenderlas.
Se habían presentado ante los yuuzhan vong delegados de varios mundos que ofrecían su rendición o su neutralidad. En las circunstancias actuales, resultaba difícil determinar si sus credenciales eran auténticas o falsas, por lo que en muchos casos no quedaba claro si eran enviados oficiales o no.
Los jefes de la Brigada de la Paz, infieles que colaboraban con los yuuzhan vong, habían establecido su capital en Ylesia. Tenían un principio de flota propia, aunque sus equipos procedían de diversas fuentes y no tenían ninguna uniformidad. Cuadros de mando yuuzhan vong hacían todo lo posible para instruirlos.
Mientras Yoog Skell presentaba su informe, Nom Anor hacía todo lo que podía por mantener la calma y la rigidez. El picor le había convertido la piel en fuego. Aplicó desesperadamente toda su fuerza de voluntad para mantenerse quieto.
De pie y en silencio tras su jefe, observó que Yoog Skell se rascaba disimuladamente la pierna con la mano que tenía oculta por su escritorio. De modo que también Yoog Skell tenía picores, y la tensión de tener que presentar su informe le había hecho caer en la debilidad de rascarse.
Nom Anor deseaba atreverse a caer en esa misma debilidad.
Cuando Yoog Skell hubo terminado de presentar su informe, hubo un momento de silencio antes de que Shimrra respondiera.
—Ese «Fyor Rodan» —dijo—. Ese «Cal Omas». ¿Se sabe si estarán a favor de la sumisión, o de la guerra?
—Sumo, sobre esta cuestión cederé la palabra a mi colega subalterno Nom Anor —dijo Yoog Skell—. Es especialista en la materia de los infieles, pues ha vivido entre ellos durante muchos años.
La mirada torva e irisada de Shimrra se levantó hacia Nom Anor, y éste volvió a sentir el escalofrío del miedo. Podía sentir la presencia de Shimrra, el poder que poseía, otorgado por los dioses, y que Nom Anor sentía como una gran carga sobre su ánimo.
Al menos, se le había olvidado el picor por completo.
—Sumo —empezó a decir, alegrándose de no haber tartamudeado—, según el análisis que nos proporcionó nuestra agente Viqi Shesh, Fyor Rodan era seguidor de Borsk Fey’lya, aunque a veces daba muestras de independencia. Su única postura constante era la que mantenía sobre la cuestión de los Jedi, a los que se opuso siempre. Que nosotros sepamos, no ha manifestado ninguna opinión sobre la cuestión de la paz o de la guerra. Tampoco la ha manifestado Cal Omas, aunque éste ha apoyado siempre a los Jedi.
En cuanto esta palabra hubo salido de los labios de Nom Anor, éste se arrepintió de haber hablado de los Jedi, lo que podía recordar al Sumo los demasiados errores que había cometido Nom Anor sobre el terreno. Pero, para alivio del administrador, Shimrra abordó otra cuestión.
—¿Ese Fey’lya castigó a Rodan y a Omas por su independencia?
—No, que yo sepa, Sumo.
—Fey’lya era una criatura débil —reflexionó Shimrra—. Apenas se merecía la muerte honrosa que le dimos.
—Sumo —dijo Nom Anor—, los ciudadanos de la Nueva República no entienden como es debido las jerarquías ni los deberes para con los superiores. Creen que se puede permitir un cierto grado de independencia mental. La actitud de Borsk Fey’lya no era rara entre sus líderes.
Shimrra asimiló este dato y asintió con la cabeza.
—Entonces, una de nuestras grandes misiones consistirá en enseñar a estas criaturas lo que significa de verdad la sumisión.
Nom Anor hizo una reverencia.
—Sin duda, Sumo.
—Quiero que maten a ese Cal Omas. Haz que tus agentes lo asesinen.
Nom Anor titubeó.
—Tengo a pocos agentes en Mon Calamari —dijo—. Nosotros…
Los ojos de Shimrra emitieron unos destellos amenazadores. Nom Anor cruzó los brazos en gesto de obediencia.
—Se hará como deseas, Sumo.
El Sumo Señor formuló su pregunta siguiente en un tono tan suave, que tomó a Nom Anor por sorpresa.
—Enseñaremos a la Nueva República la gloria de los dioses. Y ¿qué enseñaremos a los jeedai? Y, lo que es más importante, ¿qué nos han enseñado ellos a nosotros?
Cuando Nom Anor oyó nombrar a los Jedi, el miedo le heló la lengua; pero, tras una breve lucha interior, consiguió arrancar una respuesta satisfactoria a su mente semiparalizada.
—¡Les enseñaremos a aumentar la gloria de los yuuzhan vong con su exterminio! Y lo que nos han enseñado es que su traición no tiene límites, y la deben pagar con sangre y con la muerte.
Oyó un gruñido de asentimiento por parte de los guerreros, y también de algunos miembros de la delegación de los Administradores.
Pero Shimrra guardó silencio. Nom Anor sentía los ojos del Sumo Señor clavados sobre él, y volvió a sentir la presencia de la mente de Shimrra que presionaba sobre la suya. Era como si sus pensamientos mismos se hubieran vuelto transparentes, como si estuvieran completamente expuestos a la mente interrogadora del Sumo Señor. Un escalofrío de miedo volvió a subir por la columna vertebral de Nom Anor.
—¿Y quién tuvo la culpa del fracaso en el Pozo del Cerebro Planetario? —preguntó Shimrra, con voz cuyo tono tranquilo la hacía todavía más temible.
Nom Anor se esforzó por salir a flote entre aquella corriente de pánico ciego que lo inundaba.
—Señor —dijo—, aunque yo no carezco de culpa, te ruego que recuerdes que actué bajo la autoridad del Maestro Bélico Tsavong Lah.
El Maestro Bélico se quedó firme como estaba, sin dignarse responder.
Nom Anor se debatía contra el terror, dándose cuenta de que los demás estaban absolutamente dispuestos a sacrificarlo.
—Todos infravaloramos la traición de los Jedi, Sumo —dijo—. Nos engañó la criatura Vergere, a mí no más ni menos que a otros.
Shimrra volvió a clavar en Nom Anor su mirada ceñuda.
—Hubo miles de testigos de este desastre —dijo—. Se les dijo que uno de los jeedai se había convertido al Camino Verdadero, por medio del Abrazo de Dolor, y que estaba dispuesto a sacrificar a uno de los suyos en el Pozo y a ofrecer su muerte a los dioses. Y en vez de ello, ¿qué vieron? Que se les cerraban en las narices las grandes puertas y nuestro jeedai amaestrado se escapaba, mientras la supuesta víctima del sacrificio tenía a raya a todo un ejército con la arma jeedai especial que se suponía que le habían quitado.
—¡El Cerebro Planetario corrió peligro! —exclamó Ch’gang Hool—. ¡El jeedai pudo haber destruido nuestro último dhuryam, como destruyó todos los demás!
—¡Esta catástrofe ha conducido a la herejía! —dijo el sacerdote Jakan—. ¡Hizo dudar a millares de la sabiduría de sus superiores y de la realidad de los dioses!
Shimrra volvió a poner los ojos en Nom Anor.
—Herejías. Dudas. Peligro para el dhuryam, del que dependen todos los planes para nuestro nuevo mundo. Una demostración del heroísmo de los jeedai, que combatieron en nuestra propia capital ante miles de espectadores. Y tú, Ejecutor, ¿quieres hacernos creer que todo esto fue obra de una pequeña ave, de esa tal Vergere?
A Nom Anor empezó a oscurecérsele la vista. Se sentía como si una mano despiadada de terciopelo le estuviera apretando el alma. Tomó aire e intentó decir algo para defenderse.
—Sumo, ninguno de nosotros confiaba en ella del todo —consiguió decir—. Todas sus reuniones con la Jedi cautiva estuvieron vigiladas. No se dijeron nada de carácter sedicioso. Las explicaciones que dio ella de su conducta eran plausibles. Demostró su lealtad más de una vez… hizo caer prisionero a Jacen Solo en tres ocasiones distintas. Cuando se torturó al Jedi, se observaron las respuestas físicas de éste, que indicaron que estaba aprendiendo verdaderamente el Abrazo de Dolor: ¡estaba aceptando el dolor como si fuera un yuuzhan vong! Cuando anunció su disposición a proclamar la Doctrina Verdadera y a sacrificar al otro Jedi que había capturado él mismo, nadie dudó de él.
—¿Y la importancia del sacrificio de gemelos? —preguntó Shimrra—. ¿La idea de que no debía matarse inmediatamente a ese Jacen Solo, sino tenerlo cautivo hasta que se le pudiera sacrificar junto a su hermana? ¿De quién fue esa idea?
—De Vergere —dijo Nom Anor. Sintió que la presencia del Sumo Señor empezaba a oprimirle la mente de nuevo, anulándole los pensamientos. No podía ver más que los ojos despiadados y brillantes de Shimrra. Es como el Abrazo de Dolor, pensó, un tormento mental a manos de un yammosk. Entre la presión horrible, se aferró a una sola palabra.
—¡Vergere! —exclamó—. ¡Vergere! ¡Todo fue culpa de Vergere!
—Sumo —dijo otra voz. Entre la niebla de la opresión y del terror, Nom Anor reconoció al sacerdote Harrar. Otro traidor, pensó, otro que ha venido a aplastarme con el peso de alguna culpa.
—Yo estaba presente, Sumo —dijo Harrar—. La idea del sacrificio de los gemelos fue en parte mía, en parte de Khalee Lah, en parte de Vergere. Reconozco que me dejé engañar. La verdad es que Vergere nos engañó a todos porque no parecía que ninguno de sus actos se pudiera interpretar como una traición. ¿Por qué condujo a Jacen Solo al cautiverio, no una vez sino tres? Tuvo múltiples oportunidades de ayudarle a escapar, pero no lo hizo. ¿Por qué participó en su tormento? ¿Por qué lo manipuló, o pareció manipularlo, a nuestro favor?
»He llegado a la conclusión de que, si bien Vergere no es leal hacia nosotros, tampoco lo es hacia los infieles —terminó diciendo Harrar.
Nom Anor sollozó tomando aliento al aliviarse la presión mental. Vio borrosamente con su único ojo a Harrar, que estaba de pie en la delegación del Sumo Sacerdote Jakan. No parecía que al Sumo Sacerdote le hubiera agradado la confesión de su subordinado; hasta el momento, el colegio sacerdotal no había cargado con ninguna culpa de la catástrofe, y ahora era probable que Harrar hubiera conseguido que a su casta le dedicaran una atención poco deseable.
La sangre de Nom Anor hervía de gratitud hacia Harrar. El sacerdote lo había salvado.
El Maestro Bélico, por su parte, miraba a Nom Anor como si se dispusiera a estrangularlo.
Mientras Nom Anor se esforzaba por recobrar la presencia de ánimo, Shimrra interrogaba a Harrar y al Maestro Bélico. Al fin, el Sumo Señor se recostó en su trono, perdiéndose entre las púas de su interior.
—Es interesante —dijo—. Esa Vergere ha vivido cincuenta años entre nosotros, sin que ninguno de nosotros conociera su naturaleza verdadera. Pasó cincuenta años estudiándonos y aprendiendo nuestras costumbres, y así pudo planear su traición.
Shimrra se inclinó hacia delante y se volvió hacia Jakan.
—¡Sacerdote! —dijo—. ¿Acaso esta criatura no es la verdadera encarnación de Yun-Harla, la Mentirosa?
Al sacerdote le tembló la mandíbula de indignación, pero cuando tomó la palabra habló con voz firme.
—¡Jamás! —dijo—. ¡Di, más bien, que Vergere es la personificación del mal!
—¿Es una jeedai? —preguntó alguien.
—No puede serlo —dijo Harrar—. Los jeedai obtienen sus habilidades a partir de algo llamado «la Fuerza», cuyo empleo se puede detectar por medio de un yammosk. Si Vergere fuera jeedai, la habríamos desenmascarado.
Shimrra habló con un matiz reflexivo en su voz profunda.
—jeedai o no, me intriga. ¿Acaso no es una obra de arte, en cierto modo, un engaño mantenido durante tanto tiempo? —bajó la vista hacia Onimi, su criatura—. ¿No es digna de admiración por haber engañado a tantos, durante tanto tiempo? —preguntó, y dio una patada a Onimi.
Éste, sobresaltado, levantó la cabeza y se puso a canturrear:
Del Pozo Planetario, y desaparecida,
esa mentirosa Vergere, la traidora desagradecida.
Y, después de echar una mirada de adulación a su señor, Onimi añadió con malicia:
Pero hay una mascota que es mucho más leal;
yo seré tu amigo y compartiré tu trono real.
Al oír esto, Shimrra rió a carcajadas y empujó con el pie a Onimi, haciéndolo caer un escalón más abajo.
—¡Puedes compartir mi trono desde allí, Onimi! —le dijo.
Onimi, cubriéndose los ojos con una mano a modo de visera, contempló las delegaciones reunidas.
—Desde aquí, todavía veo mejor las cosas que ninguno de ésos, Sumo —comentó, olvidándose, afortunadamente, de hablar en verso.
—Eso no sería difícil —dijo Shimrra, casi en un aparte.
En la gran sala sonaron risas incómodas. Nom Anor, todavía mareado tras el interrogatorio que había sufrido, percibió la angustia y el miedo que se escondían tras las risas. ¿Elegiría el Sumo Señor a otro de ellos para humillarlo?
Shimrra se volvió hacia la asamblea.
—La lección de todo esto es sencilla —dijo—. Que todos sigan mi ejemplo y no consientan que una mascota ocupe un cargo de confianza.
Los delegados profirieron a coro expresiones de asentimiento. No obstante, Nom Anor no pudo menos de pensar que Onimi gozaba de tal confianza que se le permitía, cuando menos, asistir a reuniones en las que se debatían cuestiones importantes. Si Onimi fuera un espía, pasaría mucha información útil a sus amos secretos.
Pero, si Onimi fuera un espía, ¿no lo descubriría Shimrra con su poderosa presencia que le permitía ver el interior de las almas?
Pero, entonces, ¿no habría descubierto también a Vergere?
—Sumo Sacerdote —dijo Shimrra, volviendo la cabeza hacia Jakan—. Te pido disculpas por haber retrasado este debate fundamental hasta ahora. Quería que todos le pudiésemos prestar nuestra plena atención. Te ruego que informes a todos sobre esta cuestión de la herejía.
Jakan se puso de pie para hacer mejor su presentación, haciendo que su túnica de ceremonia rozara el suelo. Había sido su hija, la sacerdotisa Elan, quien había adoptado como mascota a la traicionera Vergere. Más tarde, Elan había muerto en una misión destinada a matar al Jedi. La pérdida de su hija había endurecido a Jakan en su ortodoxia religiosa, así como en su determinación de hacer cumplir la voluntad de los dioses.
—También yo tengo que hablar de infiltraciones —dijo. Hizo una pausa significativa, volviendo la cabeza a izquierda y derecha para contemplar sucesivamente a cada una de las delegaciones. Cuando su mirada se cruzó con la de Nom Anor, éste sintió un estremecimiento de miedo. ¿Se disponía el sacerdote a acusar a alguno de los presentes?
—No se trata de espías peligrosos —siguió diciendo Jakan por fin—, sino de ideas peligrosas. Los sacerdotes, aun desde puntos tan lejanos como Dubrillion, comunican que han sabido de reuniones no autorizadas, clandestinas, entre las clases inferiores; de unas reuniones que pretenden ser ceremonias religiosas. Unas reuniones en viviendas privadas o en lugares deshabitados. Unas reuniones en las que se niega nuestro Camino Verdadero y en las que se difunden al pueblo conceptos traicioneros y heréticos.
El sacerdote volvió a hacer una pausa solemne como para recalcar la gravedad de sus palabras. Shimrra interrumpió el silencio hablando a su vez.
—Las herejías no son cosa nueva. ¿Por qué tiene ésta tan gran importancia? ¿Qué clase de personas toman parte en esas ceremonias?
—Avergonzados —dijo Jakan con un susurro intenso, como si la palabra misma fuera una obscenidad—. Avergonzados y Obreros. Precisamente las castas que necesitan mayor orientación en cuestiones de fe. A veces… —volviendo a bajar la voz hasta un susurro dramático— se encuentra a Obreros y a Avergonzados, juntos, en las ceremonias heréticas.
El único ojo de Nom Anor fue atraído irresistiblemente hacia Onimi, miembro de la casta de los Avergonzados, condenado por los dioses por el fracaso de sus implantes. Al parecer, Onimi prefirió guardar silencio por una vez, aunque su cuerpo desgarbado estaba semirrecostado en postura insolente. Volvía a contraer el labio superior para mostrar un único colmillo amarillo.
—¿Y cuál es el carácter de esas ceremonias heréticas? —preguntó Shimrra.
—Veneran a los jeedai —dijo Jakan; y esta vez se produjo un murmullo de sorpresa e indignación entre la multitud—. El poder de los jeedai ha puesto en tela de juicio que los dioses favorezcan a los yuuzhan vong. Creen que Yun-Harla y Yun-Yammka están de parte de los gemelos Jaina y Jacen Solo. Y algunos de los herejes, aquí en Yuuzhan’tar, han empezado a venerar en las últimas semanas a un ser al que llaman el Ganner. Ganner, como recordaréis, era el nombre del jeedai que dio su vida en la batalla del Pozo Planetario.
Shimrra se frotó la barbilla en gesto reflexivo.
—¿De dónde sacan esas herejías las clases inferiores?
—El origen de esta contaminación se encuentra, probablemente, en esclavos de la Nueva República que trabajan junto a los Obreros y a los Avergonzados —explicó Jakan—. Esclavos que admiraban a los jeedai y su filosofía.
Jakan cerró el puño y lo agitó.
—Los herejes no están organizados de momento, no tienen verdaderos líderes, y su doctrina es un amasijo de ideas contradictorias. ¡Detengámoslos ya, arranquémoslos de raíz, antes de que se conviertan en una fuerza que nos debilite desde dentro!
El sacerdote ofreció de nuevo un momento de silencio dramático, y después de volvió hacia Shimrra e hizo una reverencia.
—Éste es mi informe, Sumo.
Nom Anor oyó que su superior, Yoog Skell, soltaba un suspiro, pero no fue capaz de determinar qué significaba dicho suspiro. El picor era un fuego que atormentaba la carne de Nom Anor.
—¿Tienes alguna recomendación concreta que hacer sobre esta crisis? —preguntó el Sumo Señor—. Lo de matar a los herejes es una solución definitiva, pero harían falta más detalles.
Jakan hizo una nueva reverencia.
—Sumo, mis recomendaciones exigirían una separación absoluta entre los esclavos y nuestra propia gente para evitar la difusión de ideas inadecuadas. Sacrificio público de los herejes. Recompensas para los que renuncien a sus caminos falsos y denuncien a sus secuaces.
Yoog Skell volvió a soltar otro suspiro, más sonoro y más cansado que el anterior.
—Sumo —dijo—, aunque yo no soy partidario de las herejías ni mucho menos, debo suplicar que se apliquen métodos menos drásticos. Estamos inmersos en una guerra que puede proseguir durante varios klekket, o incluso más tiempo. Es indispensable el trabajo combinado de los Obreros, de los Avergonzados y de los esclavos para llevar adelante nuestros objetivos. Tenemos que hacer crecer nuestros asentamientos, tenemos que cultivar cosechas en ecosistemas semidestrozados, tenemos que hacer madurar y cosechar naves, armas y otros artículos fundamentales, y debemos transformar el propio Yuuzhan’tar, de un paisaje artificial, envenenado por las máquinas, en nuestro paraíso ancestral perfecto.
Jakan se inclinó hacia Yoog Skell.
—Mal podrá ser perfecto nuestro paraíso si contiene herejías —dijo.
—Reconozco la verdad de lo que dice el Sumo Sacerdote —dijo Yoog Skell—. Pero una investigación de todos nuestros Obreros produciría trastornos. Sería imposible separar a los Obreros de los esclavos en este punto: todos ellos realizan labores vitales.
Y ofrecerles premios para que se denuncien unos a otros… ¡qué trastornos produciría! ¡Figurémonos la situación, si los Obreros empiezan a acusar a los capataces con la esperanza de hacerlos caer! ¡Figurémonos cuántas acusaciones falsas tendríamos que distinguir de las verdaderas!
—Esa tarea recaería en los sacerdotes —dijo Jakan—. Tu gente no tendría que ocuparse de ello.
—Pero ¿y si los Obreros acusan a los guerreros?, ¿o a los cuidadores? ¿O, incluso, a los leales sacerdotes?
Nom Anor comprendió que Yoog Skell estaba haciendo ver a los cuidadores y a los guerreros que el plan de Jakan no sólo ponía en peligro a los Obreros, que a nadie importaban, sino también a ellos mismos.
—Además, ¿a quién importa lo que crean los Avergonzados? —siguió diciendo Yoog Skell—. En cualquier caso, los dioses los odian. Y ¿quién tiene la culpa de que los Obreros caigan en la herejía? ¿No han cumplido mal su deber los sacerdotes?
Jakan, henchido de dignidad ofendida, se disponía a soltar una réplica furiosa, pero Shimrra levantó una mano imponiendo silencio. Todos los ojos se volvieron respetuosamente hacia él, salvo el ojo de Nom Anor, que estaba ciego para todo salvo para una llamarada repentina del picor que lo atormentaba. El picor se le iba extendiendo. ¡Ya le ardía la espalda, donde no podría rascarse aunque quisiera!
—Los dioses me han puesto en este trono como instrumento suyo —dijo Shimrra—, y coincido con el Sumo Sacerdote en que la herejía no se puede tolerar.
El rostro de Jakan se hinchió de satisfacción, que le desapareció cuando oyó lo que dijo a continuación el Sumo Señor.
—Pero lo que dice el Sumo Prefecto es válido. Cuando estamos en guerra, es una locura sembrar el desorden entre nuestras propias fuerzas. No quiero trastornos entre los Obreros en estos momentos, teniendo en cuenta, sobre todo, que los Obreros son incultos y pueden haber adoptado estas creencias sin ser conscientes de su peligrosidad. Por lo tanto…
Se volvió hacia el Sumo Sacerdote.
—Sacerdote Jakan, ordeno que los sacerdotes informen al pueblo de los peligros de esta herejía. Decidles de mi parte, de parte de su Sumo Señor, que los jeedai no son emanaciones de los dioses. Decidles que esas creencias son falsas y están prohibidas. Los Obreros que guarden la debida obediencia a sus superiores sabrán evitar las contaminaciones de esta especie en el futuro.
—¿Y si persisten en su error? —dijo el sacerdote, haciendo una reverencia.
—Puedes matar a los herejes que te encuentres, con toda la publicidad que quieras —dijo Shimrra—. Pero no quiero investigaciones a gran escala de las masas de Obreros, ni recompensas a las acusaciones. Cuando hayamos ganado la guerra —añadió, haciendo un gesto de la cabeza hacia Jakan—, podremos hacer investigaciones más a fondo. Pero, de momento, quiero que los yuuzhan vong nos concentremos en derrotar a nuestros enemigos, y no en interrogarnos unos a otros.
Jakan había puesto cara de contrariedad, pero hizo una reverencia y asintió con cortesía.
—Se hará como deseas, Sumo.
—Puedes volver a sentarte, Sumo Sacerdote Jakan.
El sacerdote volvió a su escritorio con mucha dignidad. A espaldas suyas, Onimi soltó una sonrisa burlona y volvió a rascarse.
Nom Anor se llenó de furia al ver rascarse a aquel personaje deforme. ¡Cuánto le gustaría a él tener aquellos dedos bajo su bota!
Una expresión de agrado se asomó al rostro de Shimrra.
—El Avergonzado me recuerda que debo preguntar a los cuidadores por la marcha de su trabajo —dijo—. ¿Cómo va la conformación del mundo de Yuuzhan’tar?
—Va bien, Sumo —dijo Ch’Gang Hool.
—La noticia me agrada —dijo Shimrra—. ¿Podemos preguntar al maestro si ha surgido algún problema?
Una expresión de cautela se asomó al rostro del maestro cuidador.
—Algunas dificultades son inevitables, Sumo —respondió apresuradamente—. Nos encontramos ante un entorno extraño que hemos destruido en gran medida, y algunas formas de vida nativas, principalmente microscópica, están resultando ser persistentes. Es posible que algunos de vosotros hayáis sentido algunas… molestias menores… —reconoció—, a consecuencia de una infección por hongos. Estamos intentando, esto…
—Y ¿qué características tienen esas molestias menores? —preguntó el Sumo Señor con gran cortesía.
Ch’Gang Hool titubeó.
—Esto… un picor, Sumo. Un picor persistente.
A Nom Anor le ardieron los nervios con solo oír la palabra picor. La rabia empezó a hacerle hervir la sangre.
Ch’Gang Hool soltó un gruñido que probablemente pretendía ser de confianza.
—Un simple picor, Sumo. Nada que no pueda superar cualquier miembro de las castas superiores, con la disciplina demostrada para alcanzar grados y honra.
—Y tú, naturalmente, eres un miembro disciplinado de la casta más alta —dijo Shimrra.
Ch’Gang Hool se puso de pie adoptando una postura señorial con su túnica de ceremonia.
—Me he ganado esa distinción, Sumo —dijo.
Shimrra se puso de pie de un salto golpeando los brazos de su trono con los dos puños, y rugió con todas sus fuerzas:
—Entonces, ¿por qué te he estado viendo rascarte disimuladamente durante toda la reunión?
Ch’Gang Hool se quedó paralizado. En el silencio repentino y amenazador, Onimi se puso de pie de un salto, agitando en el aire los jirones de uniformes que llevaba puestos, y se puso a rascarse con deleite. Después, se sentó con una ancha sonrisa.
El Sumo Señor señaló al Maestro Cuidador con la larga garra de uno de sus dedos implantados.
—La conformación de nuestro nuevo mundo se está haciendo de forma chapucera. ¿Crees que no sé que la plaga se ha extendido entre toda nuestra población aquí presente? ¡Yo mismo me infecté a las pocas horas de aterrizar en Yuuzhan’tar!
La ira estalló en la mente de Nom Anor. No se trataba ya de su propio tormento personal por aquel picor demoníaco. ¿Cuál era el objetivo de toda aquella guerra, sino recrear la perfección del mundo natal perdido hacía tanto tiempo? ¡Qué catástrofe sería que fracasara la conformación del mundo!
—Sumo —dijo Ch’Gang Hool—, esta reconstrucción completa de todo un ecosistema es una cuestión compleja, y, si bien el éxito perfecto está a nuestro alcance, puede tardar más que nuestras primeras estimaciones…
Shimrra soltó una risa burlona.
—No se trata sólo del hongo, ¿verdad, Maestro Cuidador? ¿Crees que no he oído hablar de los grashal que debían servir de alojamiento para los Obreros y que se fundieron convirtiéndose en un amasijo de proteínas? ¿Ni de la cosecha de villip que adquirieron la huella genética de un animal local y que sólo eran capaces de transmitir el chirrido que servía a esa bestia de grito de apareamiento? ¿Ni de la gelatina de blorash que intentó devorar a los cuidadores que la elaboraban?
—Sumo, yo… —Ch’Gang Hool intentó protestar de nuevo, pero se dio por vencido—. Confieso la falta —dijo.
—¡Muerte! —rugió alguien cerca del oído de Nom Anor.
El propio Sumo Señor expresó con gruñidos su rabia.
—La conformación del mundo se pondrá en manos más competentes que las tuyas —dijo; y se dirigió después al grupo de guerreros que estaban detrás de Tsavong Lah—. ¡Comandante! ¡Subalternos! Tomad a este Maestro Cuidador farsante y lleváoslo de esta cámara. ¡Ejecutadlo en cuanto lo hayáis apartado de nuestra vista! ¡Hacedle pagar su incompetencia!