CAPÍTULO 9

La gran sombra descendió majestuosamente del cielo rodeada de arcos iris. Unas alas enormes se desplegaron lentamente de la gran nave, como las alas de una mariposa que acaba de salir de su crisálida. Palpitaron y flotaron los colores del arco iris.

¡Do-ro’ik vong pratte!

El rugido surgió de diez mil gargantas. Los guerreros recubiertos de armaduras de cangrejos vonduun, en perfecta formación rectangular, alzaron los anfibastones y rugieron su grito de guerra cuando la sombra de la nave pasó sobre ellos.

¡Taan Yun-forqana zhoi!

Diez mil sacerdotes, con túnicas rojas blasonadas con el símbolo de Yun-Yuuzhan, cruzaron los brazos a modo de saludo y soltaron un rugido de devoción cuando la sombra de la nave los envolvió.

¡Fy’y Roog! ¡Fy’y Roog!

Diez mil miembros de la casta de los cuidadores, vestidos de blanco impoluto, profirieron su aullido de orgullo, de temor y de obediencia cuando el vientre de la gran nave pasó sobre ellos.

La masa de obreros, más allá de las tres formaciones gigantes de sacerdotes, guerreros y cuidadores, no gritó nada; sus componentes se limitaron a postrarse de bruces, arrastrándose sumisos bajo la gran sombra cuando ésta pasó ante el sol.

Los Avergonzados, mutilados, cojos y sin derecho a asistir a la ceremonia, se escondían en sus cuarteles o en sus centros de trabajo y temblaban de miedo.

Los miembros del grupo más reducido, los doce mil que constituían la casta de los Administradores, se quedaron de pie, inmóviles, en tres largas filas ante las tres formaciones más numerosas de los yuuzhan vong, cada uno con su largo manto verde. Cuando la nave inmensa se desplazó en silencio sobre ellos, no gritaron; se quedaron firmes, en perfecto silencio disciplinado, con los brazos cruzados sobre el pecho.

«Si nosotros tuviésemos un grito de batalla, seguramente sería ¿Has vuelto a comprobar esta orden con tus superiores?», pensó Nom Anor, en la segunda fila. Pues eran los Administradores quienes administraban el nuevo imperio de los yuuzhan vong y quienes intentaban equilibrar las solicitudes de recursos que hacían las otras castas, en competencia unas con otras. Una tarea que cada vez parecía más difícil, aun a pesar de que se sucedían las victorias y se iba disponiendo de nuevos recursos.

Desde hacía ya años, desde que había envenenado a miembros del Consejo Gobernante Imperial Interino al servicio de la causa de Xandel Carivus, Nom Anor había estado viviendo entre el enemigo en calidad de espía y de saboteador. Había ejercido sus traiciones al servicio de los yuuzhan vong, dejando un rastro de cadáveres por media galaxia.

Casi había sido suficiente para olvidarse de que las tareas normales de un administrador eran burocráticas.

Surgieron arcos iris en espiral desde las grandes alas desplegadas de la nave, dovin basal cuya capacidad de deformar el espacio estaba sintonizada con las longitudes de onda de la luz. La gran sombra se cernió sobre la inmensa cuna que se había construido para recibirla, y después descendió lenta y majestuosamente.

Se alzó una nueva gran aclamación de la multitud jubilosa cuando la enorme nave se instaló en su cuna como un monarca que se sienta lentamente en su trono. Los arcos iris giratorios, deslumbrantes, se alzaban hacia el cielo, arrojaban luz brillante sobre la plaza donde esperaba la turba de los yuuzhan vong. Por debajo de la nave, ocultas a la vista, el navío viviente y la cuna viviente se fusionaron, vinculando sus sistemas de energía, de comunicaciones y de recursos, de tal manera que la nave ya obtenía su alimento del planeta, y el Sumo Señor estaba en contacto directo con el Cerebro Planetario, el dhuryam que controlaba la reconstrucción de Yuuzhan’tar, antes llamado Coruscant, que había sido capital de la Antigua República y de la Nueva.

El navío del Sumo Señor, que servía a la vez de nave y de palacio, ya estaba unido a su cuna, del mismo modo que los yuuzhan vong, nacidos en el espacio, se habían asentado en los mundos conquistados que sus dioses les habían prometido. La nave se quedaría allí permanentemente, con sus alas de bordes irisados extendidas sobre aquel mundo que habían conquistado los yuuzhan vong. El mundo conquistado sería alterado en su totalidad, desde el sustrato rocoso, para recrear el legendario mundo natal de los yuuzhan vong, perdido hacía mucho tiempo en otra galaxia.

En el momento en que se alzó el grito, Nom Anor empezó a sentir un picor en la base de los dedos de los pies. Contuvo el impulso de inclinarse para rascarse, o de frotarse una bota con la otra. Los yuuzhan vong no daban importancia a las incomodidades corporales. Sólo los que habían soportado con mayor éxito el dolor y las mutilaciones eran ascendidos a las categorías más elevadas. Sin duda, un picor podía aguantarse.

Como para ponerlo en tela de juicio, el picor se agudizó. Nom Anor descubrió que a duras penas era capaz de atender a la ceremonia, a los pasos y reverencias rituales previos a la aparición del Sumo Señor.

El esfuerzo por hacer caso omiso del picor le hizo jadear. Estiró y contrajo alternativamente los dedos de los pies dentro de las botas, con la esperanza de que el esfuerzo le aliviara aquel tormento. No se lo alivió.

Otro rugido surgió de la multitud. Nom Anor vio con su único ojo, deslumbrado por los arcos iris, dos figuras sobre la cima del gran edificio.

Los aposentos personales de Shimrra se levantaban sobre la plaza como una cabeza sobre un largo cuello. En la cúspide había una pasarela circular rodeada de una barandilla que relucía como la madreperla a la luz de los arcos iris artificiales. Entre aquel brillo se erguía el Sumo Señor Shimrra, líder indiscutido de los yuuzhan vong, al que los dioses habían concedido someter bajo sus pies todos aquellos mundos nuevos. El ojo de Nom Anor estaba tan cegado por los arcos iris que no podía ver de Shimrra más que la silueta; una silueta gigante que dominaba a la figura inclinada y desgarbada que estaba junto a él. Al parecer, se trataba de Onimi, miembro de los Avergonzados a quien el Sumo Señor había adoptado como familiar.

Mientras los leales súbditos de Shimrra vociferaban triunfantes, salieron de la sombra del edificio varios mon duul con su andar torpe. A estas criaturas, unos seres gigantes y plácidos, que pesaban cuatro toneladas o más, los cuidadores que las habían creado les habían implantado unos villip especializados que les permitían recibir las comunicaciones de un villip maestro empleado por el Sumo Señor. Cuando cada mon duul recibía un mensaje, podía retransmitirlo a los que estaban en sus proximidades por medio de una membrana tensa de piel gigante, de dos metros, que tenía sobre el vientre.

Los mon duul se repartieron por toda la plaza y se sentaron sobre sus cuartos traseros, dirigiendo sus membranas sonoras hacia las formaciones de yuuzhan vong. Non Anor oyó los crujidos de las articulaciones de la más cercana de las inmensas criaturas cuando ésta adoptó la postura erguida.

La voz del Sumo Señor, amplificada por las membranas de los mon duul, resonó rebotando una y otra vez por toda la plaza, y Nom Anor olvidó por un instante el picor que le hacía sufrir.

¡Yuuzhan vong, conquistadores, benditos de los dioses! —rugió Shimrra—. ¡Hemos llegado al momento decisivo!

* * *

La tarde siguiente, Luke se enteró de a qué se había debido la extraña conducta de Fyor Rodan en la reunión de ambos. Rodan no mantenía una conversación; ensayaba un discurso.

—Esta mañana lo ha expuesto todo ante el Senado —dijo Cal Omas—. Todo su programa: que los Jedi no deben constituir un grupo privilegiado dentro del Estado; que debemos dejar de gastar dinero en actividades de los Jedi; que un nuevo Consejo Jedi representaría una amenaza…

—Que los Jedi deben buscarse un trabajo como todo el mundo —añadió Mara. Cal se rió.

—¿Cómo se recibió el discurso? —preguntó Luke.

Cal Omas unió las manos largas y delgadas tras la cabeza.

—Supongo que cayó bien entre la clase trabajadora. En cuanto a los senadores, algunos estuvieron de acuerdo, otros no, otros sólo lo vieron en términos políticos. No se pudieron conocer cifras exactas, ya que Fyor no presentó ninguna moción que hubiera que votar, sino que se limitó a tomar la palabra en el Senado y a pronunciar su discurso, asegurándose de que hubiera bastantes periodistas para cubrirlo.

—Entonces, ¿para qué pronunció el discurso, en todo caso?

Triebakk, el wookiee que trabajaba con Omas y con Rodan en el Consejo, emitió un larga serie de rugidos que fue traduciendo el anciano androide de protocolo que Cal tenía a modo de secretario: «Habló para que se planteara la cuestión de los Jedi en la próxima elección. Ahora que ha pronunciado su discurso, Cal y los demás candidatos están obligados a responder».

—Lo quieran o no —dijo Luke.

—Exactamente —dijo Cal—. Ahora que Fyor ha empezado la música, los demás tendremos que danzar al son que toca.

El apartamento de Cal Omas era estrecho y estaba bajo el agua, aunque estaba construido con la atención habitual que se prestaba en Mon Calamari al diseño elegante, con lo que parecía mayor de lo que era. Una pared transparente daba al paisaje urbano invertido, iluminado por las luces artificiales, de la Ciudad Flotante de Heurkea, donde se veía a mon calamari y a quarren que pasaban nadando o propulsados por sus vehículos. Por desgracia, la pared transparente sudaba mucho, el aire era húmedo y sabía a sal, la moqueta estaba mojada, y el pequeño sofá que compartían Luke y Mara olía claramente a moho. No había seguridad. El androide de protocolo de Cal empezaba a mostrar manchas de óxido. Con todo, la vivienda de Cal era mejor que la de la mayoría de los refugiados, y daba muestras de su carácter: se había negado a aprovecharse de su categoría para exigir un alojamiento mejor para sí mismo.

Éstas eran las circunstancias del hombre que Luke esperaba que fuera el próximo Jefe de Estado de la Nueva República. Hasta la suite de hotel estrecha y abarrotada de Fyor Rodan tenía mejor aspecto que aquello.

—Yo tomé la palabra en respuesta al discurso de Fyor —siguió contando Cal—. Dije que nadie que hubiera luchado junto a los Jedi en la guerra contra Palpatine podría creer jamás que constituyeran una amenaza para el resto de nosotros, y que era una desgracia que Rodan no hubiera tenido esa experiencia.

Triebakk soltó un aullido de aprobación.

—Muy astuto —dijo Mara—. Estuvo bien recordarles que, mientras tú luchabas por la libertad de la galaxia, Rodan estaba vendiendo androides de protocolo a los lurrianos, o lo que fuera.

—Pero la cosa no terminó ahí —dijo Cal—. CZ-Doce-R, aquí presente —dijo, señalando con la cabeza a su androide de protocolo— ha estado inundado de mensajes de periodistas que querían conocer los detalles de mi «programa Jedi».

—Y, naturalmente, todavía no sabemos cuál es ese programa —dijo Luke.

—Me temo que no —dijo Cal. Recostó en su asiento su largo cuerpo y miró a Luke—. A mí me gustaría restablecer el Consejo Jedi, claro está, pero no sé si sería buena idea decirlo.

—Cuando falle todo lo demás, recurre a la verdad —le aconsejó Mara.

Cal Omas fingió poner cara de horror.

—¡No! ¡Soy político! ¡No puedo decir la verdad!

—En serio, Cal —dijo Mara—, ¿qué puedes decir?

Cal Omas titubeó.

—¿Y si dices que vas a someter firmemente a los Jedi al control del gobierno? —le propuso Luke—. No tienes por qué dar detalles.

—Tendría que dar algunos detalles —dijo Cal—. De lo contrario, parecerá que en realidad no tengo ningún plan; y eso se acercaría peligrosamente a la verdad… la cual, como político que soy, no puedo decir en absoluto —añadió, mirando a Mara con humor.

Después, frunció el ceño.

—Luke, ¿puedes explicarme cómo se estableció el Consejo Jedi en el pasado? Si sabemos cómo funcionaba, quizá podamos hacerlo funcionar de nuevo.

—El Consejo Jedi estaba compuesto de cerca de una docena de Maestros respetados —dijo Luke—, que supervisaban a los demás Jedi y su formación, y que daban parte al Consejero Sumo.

Si el Consejero veía algún problema que exigiera habilidades Jedi, informaba al Consejo, que enviaba a Jedi para que lo resolvieran. No solían enviar a muchos, pues era bien sabido que detrás de los primeros Jedi estaban algunos miles más. Y me imagino que la información circulaba en ambos sentidos, que los propios Jedi avisaban al Consejero Sumo si su propia red de contactos les hacía conocer un problema en alguna parte.

—Algunos miles de Jedi, para cubrir una galaxia entera —reflexionó Cal en voz alta.

—Somos buenos —dijo Mara con una sonrisa de confianza.

—Pero ahora sois algo menos de unos miles —dijo Cal—. Por eso tenemos ahora un ejército, un servicio diplomático y demás. Entonces, ¿qué puedo decir a la tesis de Fyor de que estáis de más?

—Bueno —dijo Mara— ¿qué pasará cuando necesitéis a un diplomático que también sea capaz de practicar la filosofía, luchar con sable láser y hacer levitar objetos pequeños? ¿A quién ibais a llamar, más que a nosotros?

Triebakk soltó un gruñido de risa. Luke sintió que le arrullaba el corazón una especie de dicha al ver que Mara era capaz de bromear de nuevo, y la rodeó con el brazo con afecto, después de lo cual decidió olvidarse del olor a moho que salía de los cojines.

—Lo que dice Mara tiene sentido —dijo—. Nosotros aportamos un servicio especial… polifacéticos, si quieres.

—El Consejo de los Polifacéticos —dijo Cal Omas con un suspiro—. Creo que así no llegamos a ninguna parte.

—No es el Consejo de los Polifacéticos —dijo Luke—. Es el Servicio Especial de Investigación del Jefe de Estado. Tus ojos, tus oídos y tu brazo derecho por toda la galaxia. Cuando necesitas a alguien con más energía que un diplomático y con menos que un crucero de combate, nos envías a nosotros.

A Cal se le alegraron los ojos.

—Creo que así sí llegamos a alguna parte —dijo—. Pero este supuesto todavía tiene sus problemas. O bien van a decir que me estáis controlando en secreto y que soy un títere vuestro, o bien van a asegurar que sois un puñado de agentes clandestinos superpoderosos de los que me voy a servir con fines subversivos y anticonstitucionales. Es probable que Fyor consiga decir las dos cosas a la vez —añadió con un suspiro—. Por desgracia, tenemos que cargar con un gobierno constitucional, representativo, descentralizado, muy vigilado por unos medios de comunicación que atienden a sus propios intereses. Somos ineficientes, estamos divididos y estamos sometidos a intereses opuestos y contradictorios, incluso, o sobre todo quizás, en los momentos de crisis.

Triebakk soltó un leve gemido.

Luke miró vivamente a Triebakk.

—No —dijo—. No se te ocurra jamás simpatizar con Palpatine.

Triebakk asintió inclinando cortésmente la cabeza peluda.

Pero aun mientras decía aquello a Triebakk, a Luke le parecía que le resonaban largamente en la cabeza las palabras de Luke. Constitucional, representativo, descentralizado… ¿lo contrario de qué? De elitista, clandestino, autocrático, amenaza para la constitución.

Los antiguos Jedi habían personificado el imperio del orden y la voluntad del Estado. Pero también eran reservados y estaban apartados del pueblo y de sus representantes. Su vínculo con el exterior era a través del Consejero Sumo, y cuando una figura maligna como la de Palpatine llegaba a Consejero, imponiendo su disciplina entre los Jedi, entonces los Jedi quedaban aislados por el enemigo secreto, apartados y destruidos.

Los Jedi no debían volver a estar tan aislados jamás.

Luke advirtió que los demás lo estaban mirando.

—¿Otro mensaje del más allá? —le preguntó Mara.

—No —dijo Luke, sonriendo. Al menos, no lo creo.

—Entonces, ¿de qué se trata?

—Creo que he encontrado el modo de restablecer el Consejo Jedi de una manera que deje a Fyor Rodan sin argumentos.

Cal se inclinó hacia él.

—Cuenta —dijo.

—Ayer, escuchando a Fyor Rodan, tuve una sensación molesta —empezó a contar Luke—. Y la sensación molesta que tuve era que Rodan tenía razón, en cierto modo —prosiguió—. Estamos realizando unas tareas para las que ya hay puestas otras personas a sueldo. Estamos pidiendo privilegios al gobierno, y estamos pidiendo a muchas personas que crean que los pedimos con toda humildad y sin ninguna mala intención… pero les basta con acordarse de Darth Vader para sospechar todo lo contrario.

—Y ¿qué solución propones? —dijo Cal, con expresión de profundo interés.

—Supongamos que el Consejo no está compuesto únicamente de Jedi —dijo Luke—. Podemos incluir a un miembro de cada uno de los entes gubernamentales que se sientan amenazados por nosotros. Supongamos que incluimos a un senador, elegido por el Senado. A alguien de la Fuerza de Defensa. A otro representante del Ministerio de Estado, y a otro del Consejo de Justicia, para que se cercioren de que nos ceñimos a la ley. A Rodan le costaría mucho convencer a la gente de que todos esos representantes eran títeres de los Jedi. Sobre todo, si también formara parte del Consejo el propio Jefe de Estado.

—El Jefe de Estado, o un embajador suyo —dijo Cal—. El Jefe de Estado tiene muchas ocupaciones.

—Lo reconozco.

Cal frunció el ceño mientras consideraba la cuestión.

—Me has dado una lista bastante larga. Son cinco no Jedi en el Consejo Jedi.

—Seis —repuso Luke, después de reflexionar—. También tendría que estar alguien de la división de Inteligencia.

—¿Y cuántos Jedi? —preguntó Cal—. Si creamos un Consejo demasiado numeroso, empezaremos a tener los mismos problemas que el Senado: será demasiado grande para poder ser eficaz.

—Seis Jedi —dijo Luke. Así, los representantes del gobierno estarán equilibrados con los Jedi.

La cara larga de Cal adoptó una expresión ausente mientras éste consideraba las consecuencias de la nueva idea.

—Eso significa renunciar a una buena parte del poder Jedi tradicional —dijo.

—Es un poder que ya hemos perdido —dijo Luke—. Lo perdimos cuando cayeron los antiguos Jedi.

Cal volvió a centrar la mirada, escudriñando el rostro de Luke.

—¿Estás seguro? ¿Estás seguro de que no te importa apartarte tanto de la tradición Jedi?

Luke sintió una firme certidumbre en su respuesta.

—En Ithor renuncié a ser custodio de la tradición Jedi. La idea me satisface.

Triebakk soltó un rugido triunfal.

—Y tú serías bienvenido como primer representante senatorial —respondió Luke—. Pero el Senado tendría que someter a votación tu nominación.

—Y tendrían que hacerse comprobaciones de seguridad, de antecedentes, etcétera —añadió Cal, pensando en voz alta.

Triebakk gruñó algo alusivo a la difunta Viqi Shesh.

—Yo… —empezó a decir Luke. Pero, entonces, sintió en su mente un contacto y volvió a pensar: ¡Jacen!

La presencia de Jacen le cantaba en la cabeza.

—Creo que tenemos aquí otra tormenta mental —dijo Mara.

Parecía como si su voz procediera de un lugar lejano, de algún punto fuera del universo.

—Creí que te había enviado a la muerte —dijo Luke. Apenas fue consciente de la impresión y de la inquietud repentina que se produjo entre los otros presentes en la habitación, cuando reaccionaron a aquellas palabras que había dicho en voz alta pero sin decírselas a ellos.

Era Jacen, sin duda. Luke reconocía su ingenio, su sinceridad sencilla. Pero Luke no sólo percibía a Jacen. Captaba otra presencia que flotaba remotamente en la Fuerza, la presencia de alguien que le parecía absolutamente desconocido.

—¿Hay allí alguien más? —preguntó Luke.

Vergere. No le llegó flotando un nombre, sino una idea, una imagen, una presencia.

Luke respiró hondo al recibir aquella confirmación directa y sorprendente. Él no había conocido nunca en persona a aquella vong, pero le habían hablado de ella, y también había oído contar a Han la deserción que había realizado ella de entre los yuuzhan vong, seguida de una segunda deserción en sentido opuesto.

Tenía muy buenos motivos para desconfiar de Vergere. Pero, por otra parte, Vergere, con sus lágrimas, había curado a Mara de la enfermedad que estaba poniendo en peligro su vida. A Vergere se debía que Mara hubiera dejado de ser la persona seria, reconcentrada, casi triste en que se había convertido, para volver a ser la mujer risueña y espontánea que había sido en tiempos.

Lo que Luke no había sabido hasta entonces era que Vergere tenía un buen dominio de la Fuerza. Sentía su poder, contenido en esos momentos pero perfectamente auténtico. Y estaba velado de una manera extraña: a pesar de que mantenían contacto telepático, Luke no era capaz de detectar nada de la personalidad de Vergere ni de sus propósitos. Aquello daba muestras de mucho entrenamiento. Vergere no sólo era sensible a la Fuerza y con dotes telepáticas, sino que la habían educado cuidadosamente.

Pero ¿dónde había recibido una formación como aquella? En la Academia Jedi de Luke no había sido. Y, así, quedaban una serie de alternativas oscuras: Palpatine, Vader, la Academia Oscura. Pero ¿por qué iba a acompañar un Jedi Oscuro a Jacen para llevarlo junto a Luke?

Llegaron más impresiones procedentes de Jacen. Una nave yuuzhan vong, con su olor orgánico y sus paredes resinosas. Alarma. Enjambres de naves de la Nueva República.

Luke interrumpió el contacto y se volvió hacia sus tres amigos, que lo miraban fijamente con profunda inquietud.

—Resumiendo —empezó a decir—. Jacen Solo acaba de ponerse en contacto conmigo por medio de la Fuerza. Está en el sistema de Mon Calamari, en una cápsula de salvamento yuuzhan vong, y tenemos que impedir que nuestro ejército lo vuele en pedazos.

La reacción de Cal fue inmediata. Se volvió hacia su androide de protocolo y dijo:

—Llama al Mando de la Armada, prioridad de urgencia e inmediata. Haz otra llamada urgente e inmediata al Comandante Supremo Sien Sovv.

—Sí, Consejero, dijo el androide.

Cal volvió a dirigirse a Luke.

—No te preocupes —dijo—. Lo recuperaremos.

Pero Luke ya estaba buscando con la Fuerza, extendiendo la mente hacia el gran vacío de más allá. Sentía junto a él el espíritu de su mujer, cuya fuerza lo apoyaba en la búsqueda de su aprendiz perdido entre la oscuridad del espacio.