CAPÍTULO 8

Jacen escuchó el relato de Vergere en silencio, en cuclillas sobre el suelo resinoso de la nave de coral. En vez de responder a su última pregunta, le hizo otra a su vez.

—¿Dónde está Zonama Sekot? Yo no había oído hablar nunca de un planeta viviente.

Vergere encogió sus hombros estrechos.

—Se fue —dijo sin más.

Jacen la miró fijamente.

—Percibí la despedida de Sekot. Yo ya lo había salvado una vez, pero sentí que estaba sometido a una nueva amenaza. El planeta tenía propulsores de hipervelocidad; era capaz de pasar al hiperespacio. De modo que huyó.

—¿Dónde se fue? —preguntó Jacen con ojos de asombro.

—Te recuerdo que yo misma he estado fuera durante unos cuantos años. No puedo aventurar una respuesta.

Jacen se frotó la barbilla, pensativo.

—Se oyen contar historias de planetas que se mueven —dijo—. Pero son cuentos que suelen contar los mismos de siempre en los tapcafés de siempre. Te hablan del Palacio Maldito de Zabba II, o de la nave fantasma del viejo almirante Fa’rey, que recorre el Camino de Daragon.

—Yo no frecuento los tapcafés —dijo Vergere, con un resoplido de desagrado—. No conozco esos relatos.

—No —repuso Jacen con una sonrisa tranquila—. Frecuentas lugares más peligrosos que los bares.

Las plumas de la cresta de Vergere se ondularon.

—No has respondido a mi pregunta —dijo—. ¿Hice mal en Zonama Sekot?, ¿o no hice mal?

—Lo que creo —dijo Jacen— es que sigo preocupado por mi hermana.

Sabía perfectamente que si Vergere le había contado aquella historia en aquel momento, había sido, al menos en parte, para distraerlo de su angustia por Jaina.

Vergere profirió un ruido entre bufido y estornudo. Estiró las piernas hasta erguirse en toda su altura de un poco más de un metro.

—¡No me has estado prestando atención! —dijo.

—Sí. Sigo pensando en ello. Pero también sigo preocupado por Jaina.

Vergere volvió a proferir ese ruido. Jacen volvió a pensar en el misterio del planeta desaparecido.

—No he oído hablar nunca de Zonama Sekot, al menos con ese nombre. Y si tu aviso llegó al Consejo Jedi, yo tampoco me he enterado, aunque tampoco habría sido fácil que me enterara. Hace más de una generación que no existe el Consejo Jedi.

—¿Qué fue de él, entonces? —le preguntó Vergere. Se puso a pasearse ante Jacen, mientras las plumas dispersas que cubrían su cuerpo se ahuecaban y volvían a alisarse—. Quizá puedas decirme qué ha sido de la República durante mi ausencia. Dime por qué ya no existen los millares de Caballeros Jedi con los que esperaba entablar contacto a mi regreso; por qué en su lugar no hay más que unas cuantas docenas de Jedi jóvenes a medio entrenar, y qué tiene que ver todo ello con ese Señor de Sith del que me hablaste en Coruscant, con ese Vader, tu abuelo, al que yo recuerdo como aquel pequeño padawan turbulento, Anakin Skywalker.

Jacen, en cuclillas como estaba, observaba los movimientos nerviosos de Vergere. Sacudió la cabeza y se rió.

—Bueno —dijo—, será mejor que vuelvas a sentarte, porque es una historia muy larga.

* * *

Ahora fue Vergere quien estuvo sentada en silencio mientras Jacen hablaba. Cuando éste hubo concluido su narración sencilla, Vergere le hizo preguntas, a las que Jacen dio respuesta de la manera más completa que pudo. Cuando terminaron, los dos guardaron silencio durante un rato muy largo.

Por fin, Jacen rompió el silencio.

—¿Me puedo preocupar ya por Jaina?

—No, no puedes.

—¿Por qué no?

Vergere se incorporó y se acercó al pequeño puesto de control de la nave de coral.

—Es mejor que nos preocupemos de nosotros mismos —dijo—. Estamos a punto de caer del hiperespacio. Cuando llegamos al espacio real, nos encontraremos cerca de un mundo de la Nueva República que está bien defendido, protegido por combatientes que están bastante nerviosos tras la caída de Coruscant. Vamos a bordo de una nave yuuzhan vong, sin medios para ponernos en contacto con esos defensores de gatillo fácil, y no tenemos defensas ni armas.

—¿Qué propones que hagamos? —dijo Jacen, mirando a Vergere.

La cresta de plumas de Vergere se agitó un poco.

—Qué pregunta más tonta —dijo—. Confiamos en la Fuerza, naturalmente.