CAPÍTULO 7

Zonama Sekot! —exclamó Vergere—. La Tierra Verde. Más alta que el árbol más alto son los boras, con sus hojas con forma de globo y los colores del arco iris y sus ramas con punta de hierro que atraen al rayo. Valles profundos de los que surge la bruma matutina en oleadas como las olas de un océano que rompen en la orilla. Un hemisferio norte de sol y verde brillante, y un hemisferio sur oculto por una nube perpetua que vela eternamente sus misterios.

¡Zonama Sekot! Donde las semillas móviles se fijan a huéspedes vivientes, por su ansia de recibir forma. Donde los dirigibles cabecean suavemente entre las cumbres de las montañas. Donde las lianas y las plantas trepadoras forman terrazas sobre las que se derraman las flores de colores como cascadas vivientes. Los colonos ferroanos viven en una especie de simbiosis entre aquella vida generosa. Viviendas cuyas paredes, cuyo techo, incluso cuyos muebles están vivos. Valles fábrica donde se da a las semillas de boras forma de naves vivientes, las más veloces que vuelan entre las estrellas.

¡Zonama Sekot! Donde el aire mismo embriaga. Donde los rayos transformadores encienden la vida, en vez de destruirla. Un mundo cubierto de un organismo benévolo que es su propia vegetación. Un mundo entero que canta un himno grande y constante a la Fuerza con miles de millones de voces.

Yo estaba tan embriagada con aquel lugar que casi se me había olvidado mi misión. ¡Qué difícil es concentrarte, cuando te cantan en los oídos las armonías de Zonama Sekot! ¡Qué dichoso es el sueño cuando todo un mundo comparte sus sueños contigo!

Pero sabía que debía mantenerme alerta. Ya desde antes de mi llegada percibía que un gran terror acechaba en las proximidades. El Consejo Jedi se había enterado de la intrusión de un enemigo extraño y me había enviado a mí a encontrarlo y, de paso, a que localizara, si podía, el legendario Zonama Sekot. Encontré al segundo antes de encontrar al primero, pero, por la conducta de los nativos ferroanos, supuse que los intrusos estaban próximos: los ferroanos estaban demasiado nerviosos, demasiado callados. Zonama Sekot estaba muy cargado de secretos, a punto de estallar.

Dije a los nativos que había ido a comprar una nave; y era verdad, pues el Consejo Jedi quería conocer las naves vivientes que se criaban en aquel mundo lejano, y estaba dispuesto a pagar ese conocimiento. Entregué como pago mis lingotes de aurodium y seguí su ritual. Me eligieron tres compañeros-semillas, unas criaturas cubiertas de pinchos que se adhirieron a mis vestiduras y me entonaron canciones que hablaban de la gran nave en que se convertirían cuando las transformara el rayo y el fuego. Aquello causó sensación: nadie había sido elegido hasta entonces por tres. Mi conexión con la Fuerza atraía a los compañeros-semillas.

Así pues, los compañeros-semillas se aferraron a mí, y yo viví, en un trance gozoso que compartía con ellos, su sueño de conversión. Cuando tuve mi nave viviente, pensé salir a navegar en él en busca de intrusos.

Y entonces se produjo el primer ataque de los Forasteros Remotos.

* * *

Esto resultará familiar a los que saben lo que es sufrir que los yuuzhan vong sojuzguen su mundo. Se ha visto en Belkadan, en Sernpidal, en Tynna, en Duro, en Nar Shaddaa. Al principio se produce la invasión de una forma de vida hostil, un viento viviente de cambio que barre el mundo como una plaga que todo lo consume. Las especies nativas se extinguen a docenas mientras la vida invasora se asienta. De pronto, regiones enteras se vuelven amistosas a los yuuzhan vong, hostiles a la propia vida nativa del mundo.

Así sucedió en Zonama Sekot. Los Forasteros Remotos, los yuuzhan vong, sembraron en el hemisferio sur sus propias formas de vida devoradoras. Dos ecosistemas enteros librando una batalla campal. Los hermosos boras gigantes murieron retorciéndose en su agonía mortal, llamando a los rayos para que quemaran los parásitos extraños que les devoraban la carne.

Sentí por medio de la Fuerza que el planeta se estremecía. Desde mi vivienda, próxima al valle fábrica, vi que los boras se despojaban con horror de sus hojas y de sus ramas ante la batalla que se estaba perdiendo en el otro hemisferio. Los ferroanos se agitaban confusos y cada vez más dominados por el pánico. Hasta las nubes reaccionaban, huyendo por el cielo llenas de miedo y terror. El forjado de mi nave se dejó para más adelante, pues todo el planeta se había movilizado para hacer frente a la emergencia.

Fue entonces cuando me presenté como Jedi. La reacción de los ferroanos fue extrañamente ambigua; no precisamente hostil, pero más desconfiada de lo que yo había esperado. Me enteré más tarde que se les había enseñado una versión de la doctrina Jedi, aunque se trataba de una versión nada ortodoxa. Eran creyentes en el potentium, la doctrina que afirma que la Fuerza sólo es luz, y que el mal y el Lado Oscuro son una especie de ilusión.

Temían que yo hubiera venido a perseguirlos por herejes. Cuando conseguí acallar sus temores, la invasión ecológica había llegado a abarcar una buena parte del hemisferio sur.

Me llevaron a reunirme con su líder, con su magister… por entonces, su palacio, situado en una montaña, estaba asediado por la plaga mundial. Desde ahí, en simbiosis con el planeta que era su hogar, dirigía las defensas de su mundo. ¡Y lo estaba consiguiendo! El mundo viviente de Zonama Sekot está dotado de más recursos de los que habían imaginado los yuuzhan vong. En la guerra de los ecosistemas, Zonama Sekot empezaba a hacer retroceder al enemigo. Los organismos invasores empiezan a morir.

Fue entonces cuando los yuuzhan vong atacaron con fuerzas convencionales. Las fragatas bombardearon el mundo desde su órbita; los coralitas descendían a la atmósfera para bombardear y ametrallar. Pero Zonama Sekot también contaba con recursos ocultos, cazas de combate y otras defensas planetarias, y los yuuzhan vong fueron repelidos. Verás, no se trataba de una invasión como las que tú conoces, sino una simple operación de reconocimiento, un tanteo de nuestras defensas por parte de los yuuzhan vong.

Yo intenté proteger al magister, pero al final le fallé. Un escuadrón yuuzhan vong atacó su palacio, y mataron a aquel hombre valiente e ingenioso. Su creencia de que el mal era una ilusión no lo salvó.

—Pero apenas tuve ocasión de llorar la grandeza de aquel hombre. ¡Su muerte produjo un milagro! Sentí que se agitaba en la Fuerza viva una Presencia poderosa, una gran mente que desplegaba y sentía su poder por primera vez. Un nuevo ser, en el primer momento de asombro de consciencia de sí mismo.

¡Aquel ser era Zonama Sekot! A lo largo de tres generaciones, los magister, con su doctrina no convencional sobre la Fuerza, habían estado en comunión con el mundo viviente que ellos creían que era su mítica potentium, su Fuerza siempre benévola. Sin saberlo, habían enseñado a esa armonía que era Zonama Sekot a que se realizara a sí misma como individuo. Lo que había sido una perfección impersonal se había convertido ahora en un ser consciente de sí mismo, con toda la confusión e incertidumbre de una criatura nueva y frágil que ha caído de pronto en un universo hostil.

Yo tenía que dar tiempo al planeta. Me ofrecí para negociar con el enemigo en su nombre, con la esperanza de repeler el ataque o de retrasar la ofensiva siguiente. Sekot asumió la personalidad de su magister muerto y comunicó a los yuuzhan vong su deseo de parlamentar. Los yuuzhan vong accedieron, suponiendo que podrían conseguir por medio de la intimidación lo que no habían ganado por medio de la violencia.

Los ferroanos me facilitaron un trasbordador con un piloto valeroso, y fui a hablar con los Forasteros Remotos. Su jefe era el Comandante Supremo Zho Krazhmir… murió mientras dormía hace años, no habrás oído hablar de él.

Imagínate la escena. Las esclusas de aire dilatándose como una membrana viviente. El aire que apestaba de olores orgánicos. La cámara, con sus curvas y sus paredes resinosas semifundidas. La turba de yuuzhan vong; el comandante con su bastón de mando, sus sacerdotes, su administrador. Con sus armaduras, con armas. Todos ellos en un grupo iracundo, una multitud apiñada con el fin de intimidar. Un grupo con el que Zho Krazhmir pretendía asustar a cualquier enviado para someterlo.

Yo no les hice frente sola del todo. Estaban conmigo mis compañeros-semillas, los embriones de mi nave futura, asidos de la túnica que yo llevaba puesta desde la ceremonia.

Pero puedes imaginarte qué fue lo que me impresionó de verdad. Todo lo que había visto hasta entonces no era nada comparado con lo que descubrí cuando llamé a la Fuerza para que acudiera en mi ayuda; que había llevado a la Fuerza a un lugar que era ajeno a la Fuerza misma.

No podía tocarlos con la Fuerza. Estaban vacíos. Estaban peor que vacíos: eran un abismo en el que se podía derramar eternamente la Fuerza, derramarse hasta perderse toda, hasta que se perdiera toda existencia, toda vida…

Yo había creído al principio que todos ellos eran maestros de la Fuerza; que habían inventado modos de escudarse de mí. Pero cuando intenté penetrar sus defensas una y otra vez, me di cuenta de lo que eran verdaderamente los yuuzhan vong.

Un sacrilegio. Todo lo que sabe un Jedi se basa en la creencia, en el conocimiento absoluto e incuestionable, de que toda vida forma parte de la Fuerza; de que la Fuerza es la vida. Pero ahí estaban unos seres cuya existencia misma negaba aquella verdad sagrada. Los odié a todos desde lo hondo de mi corazón; deseé su aniquilación. Surgió dentro de mí una rabia, una ira tan completa, que estuve a punto de atacarlos con la esperanza de borrarlos a todos de la faz del universo. Nunca había estado tan cerca de dejarme llevar por la oscuridad.

Mi ira no era la única que había en aquella sala. El Comandante Supremo estaba furioso porque su ataque había fracasado y él había quedado en mal lugar ante su administrador. Los sacerdotes estaban enfadados porque yo había llegado hasta ellos volando en una máquina que ellos consideraban blasfema. Los Administradores estaban indignados por la pérdida de materiales escasos, que ellos a su vez tendrían que justificar ante sus superiores. Los Forasteros Remotos estaban a eones de distancia de su casa, y la batalla de Zonama Sekot les había afectado a su capacidad de supervivencia donde estaban.

Pero había una criatura que no estaba enfadada. La mascota de la sacerdotisa Falung; era un ser emplumado, de aspecto de ave, sólo semi-inteligente, de patas largas y de color anaranjado-amarillento.

Aquel ser era la clave, porque ¡yo podía tocarlo con la Fuerza! Pude sentir su mente benigna, simple como la de un niño, demasiado inconsciente para sentir la ira que se agitaba a su alrededor.

Y fue el descubrir a aquella criatura lo que hizo menguar mi ira. Quizá fuera el hecho de descubrir que los Forasteros Remotos tenían animales de compañía lo que me hizo darme cuenta de que no estaban tan alejados de nosotros. Me di cuenta de que en cuestión de pocas horas me había encontrado con los dos extremos de la Fuerza. Zonama Sekot era una encarnación viviente de la Fuerza, de su armonía y de su potencial. Por otra parte, los Forasteros Remotos eran unas criaturas que estaban completamente fuera de la Fuerza, a las que no podía tocar la Fuerza. ¡Estos extremos se contradecían mutuamente!

Me pregunté si me resultaría posible equilibrar estas dos fuerzas.

Pero tenía que empezar por resolver la ira de los yuuzhan vong. Su furia era tal, que era posible que aquellos seres rabiosos me destruyeran allí mismo, sin tener en cuenta que había ido a parlamentar.

La mascota de la sacerdotisa volvió a ser la clave. Utilizando la Fuerza para influir sobre su mente sencilla, la animé a adelantarse. Cuando se lo pedí, se puso a cantar. Gorjeó. Cayó sobre mí como si fuera una pariente suya a la que llevara mucho tiempo sin ver, y me abrazó con sus alas de múltiples articulaciones.

Los yuuzhan vong se nos quedaron mirando.

La mascota y yo bailamos juntas. Danzamos, saltamos y cantamos. Vi que los yuuzhan vong se habían olvidado de estar airados. Empezaron a sentirse divertidos. Algunos hasta oscilaban, aunque levemente, al ritmo de nuestra danza.

Y entonces los dejé boquiabiertos. Con un empujón de mi mente, hice volar a la mascota vong. Ésta, cantando, voló en espiral hacia los yuuzhan vong y se puso a trazar círculos alrededor del comandante. Yo, cantando, me uní a ella. Las dos proseguimos nuestra danza, rodeando majestuosamente al Comandante Supremo Zho Krazhmir. Los yuuzhan vong nos miraban completamente asombrados.

Los Forasteros Remotos eran capaces de albergar ira, violencia, diversión, admiración. ¿Es que eran tan diferentes de nosotros? ¿Era una blasfemia su existencia misma? Yo tenía que descubrirlo.

Puse fin a la danza antes de que empezara a disiparse su asombro. Zho Krazhmir sintió desconfianza. Me exigió que le dijera qué truco acababa de realizar.

—No es ningún truco —respondí—. Lo que habéis visto es el poder de Zonama Sekot.

Les dije que yo no procedía de Zonama Sekot; que yo era una profesora que había venido al planeta para aprender sus maravillas. Les describí como pude aquel mundo, les expliqué que era una gloria cubierta de un solo gran organismo que constituía una sola mente inteligente.

Entonces, el Comandante Supremo se emocionó.

Yo no sabía por entonces que los yuuzhan vong veneran la vida a su manera. No como venera la vida un Jedi, respetando a cada individuo como componente de la Fuerza que es vida y que es mayor que la vida, sino a su propia manera perversa, en la que el respeto a la vida se mezcla con sus propias ideas acerca del dolor y la muerte. Los yuuzhan vong respetan la vida en abstracto, pero sacrifican sus propias vidas sin pensárselo. Su culto a la vida es tan extremado como el resto de sus creencias; tan extremado, que creen que las cosas no vivas (los androides, las naves estelares, hasta las máquinas más sencillas) son una blasfemia y un insulto a Yun-Yuuzhan, su Creador.

Al Comandante Supremo le habían encomendado la tarea de localizar mundos habitables para los habitantes, cada vez más numerosos y más descontentos, de las mundonaves yuuzhan vong, que se deterioraban rápidamente. Encontrar un mundo viviente era algo que superaba sus sueños más fantásticos.

El administrador hizo notar entonces que los yuuzhan vong carecían de los recursos necesarios para lanzar otro ataque. Si el Comandante Supremo atacaba y sufría una derrota, los yuuzhan vong quedarían sin los medios necesarios para regresar a las grandes mundonaves que se desplazaban entre las galaxias. Aunque conquistaran el planeta, si sufrían pérdidas, se quedarían aislados en él, sin recursos para defenderlo.

El Comandante Supremo cedió a regañadientes. Regresaría al convoy de mundonaves e informaría de su descubrimiento al Sumo Señor. Dio la orden de retirada.

Fue entonces cuando yo tuve que tomar mi decisión. Había conseguido una paz, al menos temporal, para Zonama Sekot; pero el misterio del origen y la naturaleza de los Forasteros Remotos estaba todavía por resolver. Estaba claro que representaban una amenaza para los Jedi, y hasta quizá para la propia Fuerza. Pero tampoco parecían absolutamente incomprensibles, y sus reacciones coincidían en muchos sentidos con las de los demás seres sensibles. Aquellos seres eran tan extraordinarios, que su extrañeza me mareaba.

Aunque yo ya podía regresar a Zonama Sekot dando por cumplida una buena parte de mi misión, sabía que no podía dejar a los yuuzhan vong sin haber dado respuesta a mis muchas preguntas. Me dirigí a la sacerdotisa Falung y le pregunté si podía quedarme en la nave con mi «prima», refiriéndome a su animal de compañía, y ella me lo concedió. Le dije que, si ella tenía la bondad de instruirme en su doctrina, yo le diría todo lo que quisiera saber acerca de nuestra galaxia.

La sacerdotisa accedió, y sin consultar al Comandante Supremo. Advertí que ella contaba por sí misma con el poder suficiente para tomar decisiones como aquella.

De modo que me comprometí a quedarme con ellos. Regresé brevemente a mi trasbordador y me puse en contacto con el espíritu de Sekot, que seguía adoptando la forma del difunto magister del planeta. Dije al planeta que estaba a salvo de momento, pero que debía prepararse para sufrir otro asalto más fuerte en el futuro.

Y entonces (y esto fue muy duro) tuve que despedirme de mis compañeros-semillas. Habían soñado conmigo con la gran nave que saltaría entre las estrellas como los rayos que hacían descender de los cielos los boras; pero ya no podía ser. Dije a los compañeros-semillas que debían regresar al planeta. Les dije que volvería un Jedi a Zonama (pues estaba segura de que los Jedi seguirían mis pasos al ver que yo no regresaba) y que debían estar preparados. Les dejé bien grabado un mensaje que deberían comunicar a ese Jedi, en el que decía que una fuerza invasora se disponía a invadir la galaxia, y que la Fuerza era inútil para combatir a esas criaturas.

No sé si llegó un Jedi o no. No puedo saber si se comunicó el mensaje. Hice lo que me pareció mejor, pero es posible que fallara en ello de alguna manera.

A continuación, tuve que hacer la tarea más difícil de todas. Destruí mi sable láser, símbolo externo de todo a lo que me había dedicado. Yo sabía que los yuuzhan vong no me dejarían conservar nada que tuviera una naturaleza tecnológica. Entregué mi intercomunicador y los otros pocos objetos de metal al piloto del trasbordador que me había llevado hasta allí.

Y de esta manera me despedí de todo lo que había conocido hasta entonces. Volví con los yuuzhan vong y con la sacerdotisa Falung, y las fuerzas de Zho Krazhmir regresaron a ese espacio interestelar sin límites por donde viajaban los yuuzhan vong.

Los yuuzhan vong me pedían de vez en cuando verme bailar con la mascota de la sacerdotisa. La mascota y yo bailábamos y volábamos; pero volábamos cada vez menos cuanto más nos alejábamos de Zonama Sekot. Cuando salimos de la galaxia dije a Falung que estábamos tan lejos, que ya no podía alcanzarnos el poder de Sekot; y, a partir de entonces, no volvimos a bailar.

No quería que los yuuzhan vong supieran que había sido mi poder, y no el de Sekot, el que había creado la danza aérea. No quería que los yuuzhan vong se plantearan siquiera la posibilidad de que yo tuviera algún poder propio.

Como premio por haber descubierto a Zonama Sekot, concedieron al comandante Sumo Zho Krazhmir un nuevo implante de pierna. No se recuperó bien, y murió al cabo de pocos años.

Falung, sacerdotisa de Yun-Harla, me instruyó en la religión de los yuuzhan vong, y más especialmente en la mitología de la propia Yun-Harla.

Yun-Harla, la Mentirosa, no es visible nunca. Su cuerpo está compuesto de partes prestadas, y va vestida con piel prestada. Sobre la piel prestada lleva vestiduras que sirven para engañar y desviar. A la propia Yun-Harla no se le ve nunca. Sólo se encuentran las obras de su espíritu, que actúa en el mundo poniendo trampas y engañando a los incautos.

Así es Yun-Harla, y así me volví yo. Me revestí de ropas prestadas, por así decirlo, en la identidad que había adoptado, de una simple profesora que estaba deseosa de aprender el Camino Verdadero. Mis armas eran las que podía tomar prestada o tomar a mis adversarios para adaptarlas, así como mi propia astucia. Aprendí a mantener ocultas mis capacidades con la Fuerza, incluso ante criaturas telepáticas tales como los yammosk. Meditaba sobre Yun-Harla todos los días… todos los días, durante cincuenta años.

Me guardé muy dentro de mí mi verdadero yo. No hacía falta mucho esfuerzo para mantener mi identidad como familiar de la sacerdotisa Falung, en parte porque los yuuzhan vong no esperan gran cosa de un familiar. Pero construí mi propio hogar dentro de mi mente. Allí podía considerar la cuestión de los yuuzhan vong y contemplar la Fuerza. Llegué a conocer la libertad verdadera dentro de mi mente.

En mis conversaciones con Falung intenté sugerirle el principio Jedi fundamental de la unidad de toda vida, y, con cierta sorpresa por mi parte, ella estuvo de acuerdo conmigo. Me explicó que toda vida formaba parte de Yun-Yuuzhan, que la creaba por medio de su propio sacrificio, haciéndose pedazos y arrojándose por todo el universo para engendrar toda existencia.

Aunque los yuuzhan vong tenían una verdadera veneración por la vida, no era posible separarla de su obsesión por el dolor y la muerte.

Otros que no eran Falung me interrogaron, pero no acerca de cuestiones filosóficas; para ellos, todos nosotros éramos unos infieles cuyas creencias no tenían ningún interés posible. La información que les interesaba de verdad era de carácter militar y político.

Me resultó muy penoso decidir qué les diría. ¿Debía decirles que la República no estaba preparada, con la esperanza de que los yuuzhan vong lanzaran un ataque prematuro, descuidado y con exceso de confianza? ¿O debía darles a entender que las defensas de la República eran invencibles, obligando a los yuuzhan vong a hacer preparativos largos y concienzudos, con la esperanza de que los detectaran otros Jedi que siguieran mis pasos y que hubieran sido puestos sobre aviso por mi mensaje?

Al final, no me atreví a mentirles. No sabía de qué otras fuentes de información disponían. Pero podía fingir ignorancia; les había asegurado que yo no era más que una simple profesora que no sabía gran cosa de las Fuerzas de Defensa de la República.

Yo no me encontraba en situación de influir sobre los yuuzhan vong, para bien ni para mal. Falung murió, y yo pasé a ser propiedad de su segunda, Elan que no tenía una situación influyente sobre la política de ellos.

Y, así, empezó la guerra; y empezó como empezó a causa de las decisiones que tomé yo hace cincuenta años, en Zonama Sekot. Porque bailé por el aire, y porque proclamé que mi poder era el poder de un mundo.

¿Hice mal? Y, si hice mal, ¿debí pasarme cincuenta años sumido en la tristeza y en las recriminaciones, temiendo actuar por miedo a cometer un nuevo error?

Tomé una decisión. Actué. Y, acto seguido, tomé la resolución de afrontar las consecuencias. Dime, joven Jedi, ¿hice mal?