CAPÍTULO 6

Jacen se levanto suavemente del abrazo de la Fuerza, como quien se levanta despacio y a disgusto después de estar flotando en las cálidas aguas de un manantial termal. Hizo una pausa antes de incorporarse del todo al mundo de lo cotidiano, gozando por un momento de la unidad lujuriante y reluciente de todos los seres vivos; y, después, se puso su ego como quien se pone una vestidura; se puso dentro de sí mismo, por así decirlo, y abrió los ojos.

—¿Has tenido éxito? —le preguntó Vergere.

Los bigotes como plumas del extraño ser flotaban agitados por una brisa extraña, por un viento cargado de calor y de un denso olor a restos orgánicos. Habían huido de Coruscant en una nave de coral yuuzhan vong, un navío de interior resinoso que parecía un helado a medio derretir y cuya ventilación olía a calcetines sudados.

—Creo que los he encontrado —dijo Jacen—. Toqué a mi madre, y sé que ella me reconoció. Pero se nos cortó el contacto de pronto, no sé por qué. Y creo que quizás he llegado hasta mi tío… mi Maestro, Luke. Y he tocado brevemente a mi hermana —frunció el ceño, pues aquel recuerdo desazonador perturbaba la sensación de armonía que le había producido su conexión con la Fuerza—. Pero estaba manteniendo un enfrentamiento… creo que una batalla contra los yuuzhan vong. Corté la conexión para no producirle una distracción que podría ser mortal para ella.

La preocupación por Jaina le roía la mente.

—Quizá no debería. Quizá debería haber seguido con ella, intentando enviarle calma y fuerza.

—Has tomado una decisión, sin coacciones —dijo Vergere—. Que ahora pongas en duda esa decisión, no sólo es inútil sino que es dañino. Estas dudas encadenan la mente a un círculo sin fin de especulaciones inútiles y de autoacusaciones. Debes estar preparado para vivir las consecuencias de tus decisiones, sean cuales sean.

—La cosa es distinta cuando las consecuencias van a recaer sobre tu hermana —dijo Jacen.

La diminuta Vergere se inclinó hacia él. Las articulaciones de sus rodillas inversas subieron por detrás de ella de una manera extraña.

—La ascensión o la caída de una civilización puede depender de una decisión tomada en una fracción de segundo. En un día hay muchos segundos. ¿De cuántos segundos te puedes arrepentir? ¿De cuántas decisiones?

—Sólo de las malas —dijo Jacen.

—¿Y si no sabes inmediatamente si la decisión ha sido buena o mala? ¿Y si tardas cincuenta años en descubrir la respuesta?

Jacen se la quedó mirando.

—Cincuenta años —dijo. Yo no tengo ni veinte. Cincuenta años es un plazo que no me puedo ni imaginar.

Los ojos oblicuos de Vergere rielaron como las ondas de una superficie de agua fría y oscura. En su voz había una tristeza inextinguible.

—Hace cincuenta años, joven Jedi, yo tomé una decisión —dijo—. Las consecuencias de esa decisión se han ido encadenando a lo largo de los años, hasta ahora. Y todavía no sé si la decisión que tomé fue la acertada.

—¿Qué decisión fue ésa? —preguntó Jacen.

—La decisión que provocó esta guerra —dijo Vergere. Un temblor recorrió sus plumas—. Verás, yo soy responsable de tantos combates, de tanto sufrimiento, de tanta muerte. Y todo por una decisión que tomé hace cincuenta años en Zonama Sekot.