CAPÍTULO 5

Podrías decirme qué pasa aquí?

El general Keyan Farlander estaba de pie en el puente de mando del Mon Adapyne, consultando con uno de sus capitanes, un elomin de cabeza puntiaguda llamado Kartha. Se volvió un momento hacia Jaina con expresión adusta y le dijo:

—Un momento, Jaina. Esto es importante.

A Jaina le costó trabajo imaginar qué podía ser más importante que la cuestión de si el Sumo Señor Shimrra acababa de convertirse o no en un pedazo de basura espacial achicharrada; pero se esforzó por no replicar y se dirigió al otro lado del puente de mando, donde le estaba esperando Madurrin. La Jedi anx medía más de cuatro metros de altura y tenía una gruesa cola que le servía para equilibrar su cuerpo inmenso y su cabeza puntiaguda. Aunque se había presentado voluntaria para la guerra contra los yuuzhan vong, no podía meterse en la cabina de un caza estelar, y el puente de mando del Mon Adapyne era un puesto mucho más oportuno para ella.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué pasa? —le preguntó Jaina.

—Sé lo que tú —dijo Madurrin, mientras enviaba a Jaina un impulso de tranquilidad por medio de la Fuerza—. No importa. Lo hicimos de maravilla. Ganamos. Pasamos a la ofensiva y ganamos… por primera vez.

Jaina respiró hondo, intentando tranquilizar sus nervios alterados por el despecho.

—Gracias. Pero ¿qué hay de Shimrra?

—Hoy has salvado muchas vidas —le recordó Madurrin—. Nos salvaste cuando descubriste que los yuuzhan vong estaban usando un segundo yammosk —añadió, inclinando larga cabeza puntiaguda hacia el oficial elomin que hablaba con Farlander—. Era capitán del Pulsar.

—¿Era?

El Pulsar era un artillero corelliano. ¿Sería la que había visto ella sin control?

—El Pulsar ha quedado completamente incapacitado. Tendremos que echarlo a pique. El general está organizando la evacuación de la tripulación y la asistencia médica a los heridos.

Los heridos… Jaina se había concentrado tanto en el combate, que había olvidado su coste. El precio de sangre de una batalla, aunque fuera victoriosa.

Se puso firme. No quería ponerse a pensar ahora en los muertos ni en los heridos. Su servicio tenía que estar dedicado a los vivos, y su atención, a la victoria.

—La proporción de bajas nos ha sido muy favorable.

—Sí —dijo Madurrin—. Así ha sido.

Jaina recorrió con la vista el puente de mando mientras esperaba a que Kartha y Farlander concluyeran su conferencia. Aunque a bordo del crucero iban tripulantes de muchas especies, encabezados por Keyan Farlander, que era humano, la tripulación del puente estaba compuesta enteramente de mon calamari. Los brillantes monitores, con sus distorsiones extrañas, estaban configurados para los ojos de los mon calamari, y los sillones y los paneles de instrumentos estaban adaptados a su fisiología de anfibios. La arquitectura del puente, con su diseño escalonado como de conchas marinas, recordaba una apacible gruta subacuática. «¡Qué diferente de las formas duras de los puestos de control de los cazas!», pensó Jaina; cuánto más de los extraños, blandos y orgánicos paneles de su fragata capturada a los yuuzhan vong.

Entraron otros capitanes mientras Farlander estaba hablando con Kartha. Llegó en último lugar la reina madre Tenel Ka, que entró majestuosamente en el puente de mando seguida de sus capitanas hapanas dispuestas por orden de autoridad, vestida con un magnífico uniforme de almirante de color azul celeste, cubierto de insignias y entorchados dorados, y con el cabello castaño rojizo recogido con una reluciente diadema real.

Jaina contempló con sorpresa a su antigua compañera de clase. Estaba más acostumbrada a ver el cuerpo ágil y musculoso de Tenel vestido con el traje de piel de reptil de una bruja guerrera dathomiriana. Aquel aspecto tan elegante era nuevo.

Quedó claro que la monarca de sesenta y tres planetas tenía una categoría superior que una Caballero Jedi, pues el general Farlander interrumpió su consulta con el capitán Kartha, se dirigió a Tenel Ka y le hizo una reverencia.

—Majestad, tu flota llegó en el momento oportuno —dijo.

—El momento lo indicaste tú —respondió Tenel—. Y las bajas también fueron vuestras —añadió, volviendo los ojos grises hacia Kartha.

—Hapes ya ha sufrido muchas bajas por la Nueva República —dijo Farlander—. Hemos querido ahorraros algunas más.

—También nos habéis ahorrado dificultades políticas —dijo Tenel Ka, dirigiendo a Farlander una mirada de franqueza—. Podremos presentar esta acción a nuestro pueblo como una victoria casi incruenta —añadió—. Esto será beneficioso para nuestra alianza. Cierto. Estamos profundamente agradecidas.

«Habla con el nos mayestático», pensó Jaina. Tenel Ka se estaba adaptando con facilidad sorprendente a su nuevo papel de reina.

—Debemos regresar al cúmulo estelar Hapes antes de que nuestros leales súbditos se enteren de que no estamos en unas maniobras rutinarias de la flota, como les dijimos —siguió diciendo Tenel—. Pero, antes, yo quiero saber una cosa: ¿hemos matado a Shimrra, o no?

Jaina pensó que si Tenel había usado ese «yo quiero» en singular, indicaba lo mucho que le importaba la respuesta.

Farlander enarcó una ceja.

—Creo que puedo figurarme cómo cometieron el error los Servicios de Inteligencia de la Nueva República —dijo—. Saben que el Sumo Señor Shimrra se traslada desde el Borde hasta su nueva capital en Coruscant. Recibieron el informe de que se esperaba la llegada a Obroa-Skai de un pez gordo yuuzhan vong que iba a consultar la biblioteca. Ataron cabos, y los ataron mal —añadió, encogiéndose de hombros—. Las unidades de la resistencia sobre el terreno en Obroa-Skai acaban de confirmar que el comandante enemigo era un tal Comandante Supremo Komm Karsh.

—Comandante Supremo —dijo Tenel, con aire pensativo—. Sólo un Maestro Bélico lo supera. No deja de ser una victoria notable.

—Sí, majestad —dijo el general Farlander. El alivio se leía en sus ojos—. Yo también me siento aliviado. Había preparado esta operación a falta de instrucciones por parte de mis superiores y —echando una rápida mirada a Jaina— a instancia de una de mis oficiales, que es de rango inferior… aunque es diosa.

Tenel Ka estudió a Jaina con la mirada.

—¿Diosa? —preguntó.

—Puedes llamarme La Grande —dijo Jaina—. La mayoría de la gente me llama así.

En parte como medida de propaganda, y en parte porque se ajustaba al papel que había representado ella en la guerra hasta el momento, los militares de la Nueva República se habían tomado la molestia de comportarse con Jaina como si ésta fuera una manifestación de Yun-Harla, la diosa Mentirosa de los yuuzhan vong. Esperaban sacar partido de las supersticiones de los yuuzhan vong acerca de los gemelos, o bien indignar a los más ortodoxos hasta que su frenesí los llevara a realizar actos imprudentes.

Jaina no podía saber si aquello estaba dando resultado o no, pero aquella comedia de la diosa le había resultado divertida… durante los diez primeros minutos, al menos. Después, se había convertido en una pesadez.

Tenel Ka respondió considerando lo que decía.

—¿Osará una simple reina mortal abrazar a una diosa?

—Tienes nuestro permiso —dijo Jaina.

Tenel se adelantó por el puente de mando hasta llegar a Jaina, a la que abrazó con su único brazo, tan fuerte que Jaina perdió el aliento.

El general Farlander carraspeó discretamente.

—Majestad, Grande… quisiera proseguir con mi conferencia, si nos está permitido —dijo—. Komm Karsh puede haber pedido refuerzos antes de morir, y quisiera salir de este sistema mientras tengamos ventaja.

—Es prudente —dijo Tenel Ka.

Tenel se despidió de Madurrin, y después se retiró con los capitanes a la sala de conferencias del crucero, una estancia con forma de concha marina y una iluminación tenue, azul y titilante que producía la ilusión de estar bajo el agua. La mesa central de la sala era una obra de arte reluciente que brillaba como la madreperla bajo la luz indirecta.

Tenel Ka, caminando con dignidad tranquila, ocupó su lugar a la cabecera de la mesa. A un gesto suyo de la cabeza, todos los demás se sentaron.

Los capitanes empezaron por presentar sus informes de daños y de bajas. Jaina tuvo el gusto de comunicar que su unidad no había tenido ninguna baja, y su nave sólo daños menores. Después, se debatió lo que se haría con el Trueno Lejano, un crucero clase República que había sufrido daños significativos y tenía averiados también los impulsores de hiperespacio. Farlander era partidario de echar a pique la nave y abandonarla, pero Hannser, el capitán del Trueno Lejano, alegaba enérgicamente que sería capaz de reparar la nave si se le daba tiempo, y Farlander acabó por acceder. Se evacuaría al Trueno Lejano, dejando sólo a la tripulación de mando, impulsión y control de daños, y harían después un microsalto para salir del sistema de Obroa-Skai, escoltados por la fragata de la clase Lancer. Se enviaría al encuentro del Trueno Lejano una gabarra con los repuestos necesarios, y, con suerte, el crucero de los Sistemas Kuat podría conservarse para nuevos enfrentamientos con los yuuzhan vong.

—Esperamos veros en Kashyyyk —dijo Hannser.

—¿En Kashyyyk? —dijo Tenel Ka con sorpresa—. ¿Por qué en Kashyyyk?

—Vamos a trasladar allí nuestra base, majestad —dijo Farlander—. Queremos ser capaces de defender esa sección del Borde Medio sin dejar de estar lo bastante próximos a vosotros para brindaros ayuda en Hapes si vuelven a atacaros.

Tenel asintió con la cabeza.

—¿Y vuestros planes a largo plazo?

Farlander adoptó una expresión de indecisión.

—La verdad es que no hemos recibido instrucciones del cuartel general desde la caída de Borleias. Yo voy improvisándolo todo sobre la marcha.

—¿Quién es tu inmediato superior? —le preguntó Tenel, frunciendo el ceño.

—El almirante Traest Kre’fey. Pero es pariente de Borsk Fey’lya, y se vio obligado a regresar a Bothawui durante el duelo oficial.

Jaina enarcó una ceja, pero guardó silencio. No sería ella quien guardara luto por el difunto Jefe de Estado, pero suponía que alguien debía hacerlo.

Keyan Farlander entrelazó las manos y se inclinó hacia adelante sobre la mesa de conferencias.

—Te ruego que hagas cargo, majestad —dijo—. Espero que podamos volver a actuar juntos contra nuestro enemigo común. Yo colaboraré contigo con todas mis fuerzas, y si vuelve a ser atacado el cúmulo estelar Hapes, espero que no dudes en solicitar mi ayuda. Pero no puedo responsabilizarme de las decisiones de mis superiores, y estoy sometido a sus órdenes en cualquier momento.

—Entendido —dijo Tenel.

La incertidumbre los acosaba a todos, pensó Jaina. Ella había confiado en centrarlo todo asestando un golpe al jefe enemigo. Pero su objetivo había sido un fantasma; y, aunque se había alcanzado una victoria, entre las nieblas de la duda resultaba difícil determinar qué significaba siquiera una victoria como aquélla.