Sólo dispongo de unos minutos —dijo el senador Fyor Rodan. Estaba sentado (o, más bien, hundido) en un sillón demasiado mullido, mientras sus asistentes entraban y salían apresuradamente de su suite de hotel. Parecía que todos llevaban intercomunicadores fijados permanentemente a la boca y que todos mantenían varias conversaciones al mismo tiempo.
—Le agradezco que se haya tomado el tiempo de verme, consejero —dijo Luke Skywalker. No había donde sentarse: todas las sillas y todas las mesas estaban cubiertas de holopads, de datapads, de unidades de almacenamiento, y hasta de montones de ropa. Luke se quedó de pie ante el senador y puso la mejor cara que pudo en aquella situación incómoda.
—Al menos, he conseguido que el gobierno mon calamari conceda al Senado un lugar donde reunirse. Me temía que tendríamos que seguir recurriendo a un hotel —dijo Rodan. Mientras hablaba, marcó unos números en un datapad, puso mala cara al ver el resultado, y volvió a marcar los números.
El Senado no había quedado reducido a un número tan exiguo de miembros como para poder reunirse cómodamente en una suite de hotel, pero no cabía duda de que se había convertido en una corporación mucho más reducida que hacía pocos meses.
Algunos senadores habían conseguido encontrar excusas para no estar en la capital cuando los atacaran los yuuzhan vong. A otros los habían evacuado con el fin de establecer una reserva de líderes políticos, para que no los atraparan a todo en un mismo lugar. Otros más se habían apoderado de unidades militares y habían huido en pleno combate. Y otros habían muerto en el combate de Coruscant, habían caído prisioneros o estaban desaparecidos.
Todo esto sin contar a Viqi Shesh, que se había pasado al enemigo.
Fyor Rodan no había hecho ninguna de estas cosas. Se había mantenido en su puesto hasta la caída de Coruscant, y después lo habían evacuado los militares en el último momento. Había acompañado a Pwoe en el desafortunado intento de éste de formar gobierno, pero después se había dirigido a Mon Calamari cuando se reconstituyó el Senado y todos los senadores fueron convocados a sus puestos.
Su conducta había estado marcada por el valor y por los buenos principios. Se había ganado la admiración de muchos, y ya se hablaba de él como candidato para sustituir a Borsk Fey’lya como Jefe de Estado.
Por desgracia, Fyor Rodan era también rival político de Luke y de todos los demás Jedi. Luke había solicitado una reunión con Rodan con ánimo de hacerle cambiar su postura o, al menos de entender mejor a aquel hombre.
Era posible que la animadversión de Rodan hacia Luke y sus amigos se remontara a aquella ocasión en que Chewbacca impaciente, lo dejó colgado de un gancho para ropa, sólo para quitárselo de en medio. También se rumoreaba que Rodan tenía algún tipo de relación con contrabandistas; que hablaba contra los Jedi porque Kyp Durron había tomado medidas en una ocasión contra sus socios contrabandistas.
Pero éstos eran rumores, no hechos probados. Además, si había que condenar a alguien por tener amigos contrabandistas, al propio Luke habría que condenarlo una docena de veces…
—¿Qué puedo hacer por ti, Skywalker? —le preguntó Rodan, levantando brevemente la vista hacia Luke, para bajarla de nuevo hacia el datapad.
—Esta mañana, los medios de comunicación citaron unas declaraciones tuyas en el sentido de que los Jedi son un obstáculo para la resolución de la guerra —dijo Luke.
—Yo diría que es una verdad evidente —dijo Rodan, sin levantar la vista de la pantalla del datapad, mientras pulsaba con los dedos un botón tras otro—. Ha habido momentos en que esta guerra ha girado sobre los Jedi. Los yuuzhan vong se empeñan en que les entreguemos a todos los Jedi. Eso es un obstáculo para la resolución de la guerra… a menos que os entreguemos, en efecto.
—¿Serías capaz de hacer eso?
—Si creyera que, con ello, podía salvar la vida de miles de millones de ciudadanos de la Nueva República, no me cabe duda de que me lo plantearía —dijo Rodan, y frunció levemente el ceño—. Pero ahora existen obstáculos más graves para la paz que el de los Jedi… obstáculos tales como el hecho de que el enemigo ocupa actualmente las ruinas de nuestra capital —endureció el rostro—. Esto, y el hecho de que los yuuzhan vong no van a detenerse hasta que hayan esclavizado o convertido a su bando a todos los seres de nuestra galaxia. Yo, personalmente, no apoyaría el menor intento de firmar la paz con los yuuzhan vong mientras no hayan evacuado Coruscant y los demás mundos de los que se han apoderado.
Rodan volvió a levantar la vista hacia Luke.
—¿Te basta esto para convencerte de que no pretendo sacrificarte a ti y a los tuyos, Skywalker?
Aunque aquellas palabras parecían tranquilizadoras, Luke no se quedó contento por algún motivo.
—Me agrada saber que no eres partidario de firmar la paz a cualquier precio —dijo Luke.
Rodan volvió a bajar la vista hacia su datapad.
—Naturalmente, yo sólo soy senador y miembro del Consejo del anterior Jefe de Estado —dijo—. Cuando tengamos un nuevo Jefe de Estado, me veré obligado inevitablemente a apoyar políticas con las que, personalmente, no estaré de acuerdo. Así funciona nuestro sistema de gobierno. Por ello, no es a mí a quien debes consultar, sino a nuestro próximo jefe de Estado.
—Se habla de que nuestro próximo Jefe de Estado puedes ser tú.
Los dedos de Rodan vacilaron sobre el teclado del datapad por primera vez.
—Me parece prematuro hablar de esas cosas —dijo.
Luke se preguntó porqué estaba siendo descortés aquel hombre de manera tan sistemática. En circunstancias normales, un político que busca apoyos no cierra la puerta a alguien que tiene posibilidades de ayudarle a alcanzar el poder; pero Rodan había seguido siempre una línea antijedi incluso cuando no tenía nada que ganar con ello, y aquello significaba que allí había algo más. Quizá pudieran entenderse ahora algo mejor aquellos rumores sobre el contrabando.
Luke hizo una nueva pregunta.
—¿A quién apoyas para el puesto?
Rodan volvió afanarse moviendo los dedos sobre el datapad.
—Una pregunta tras otra —dijo—. Pareces un reportero político, Skywalker. Si te interesa seguir por allí, quizás te interesara conseguir unas credenciales de prensa.
—No pienso escribir ningún artículo. Sólo intento entender la situación.
—Pues consulta a la Fuerza —replicó Rodan—. Eso es lo que hacéis vosotros, ¿no?
Luke respiró hondo. Aquella conversación era como un combate de esgrima; los dos combatientes intercambiaban ataques y paradas mientras giraban alrededor de un centro común. Y el centro era… ¿qué?
Las intenciones de Fyor Rodan para con los Jedi.
—Senador Rodan —dijo Luke—. ¿Puedo preguntarle qué papel espera usted que desempeñen los Jedi en esta guerra?
—En dos palabras, Skywalker —dijo Rodan, sin apartar la vista del datapad ni por un momento—. Absolutamente ninguno.
Luke reprimió la ira que le suscitó la grosería intencionada de Rodan, sus respuestas provocadoras.
—Los Jedi son los guardianes de la Nueva República.
—¿Ah, sí? —dijo Rodan, frunciendo los labios y dirigiendo de nuevo la vista a Luke—. Yo creía que para eso teníamos a las Fuerzas de Defensa de la Nueva República.
—En la Antigua República no había ejército —dijo Luke—. Sólo estaban los Jedi.
Una media sonrisa se asomó al rostro de Rodan.
—Eso resultó ser una desgracia cuando apareció Darth Vader, ¿no es cierto? —dijo—. Y, en cualquier caso, el puñado de Jedi que tienes a tu mando mal puede hacer la labor de los millares de Caballeros Jedi de la Antigua República —la mirada de Rodan se volvió más penetrante—. ¿O no estás tú al mando de los Jedi? Y, si no los mandas tú, ¿quién los manda? ¿Y ante quién responde ese comandante?
—Cada Caballero Jedi es responsable ante el Código Jedi. No actuar nunca por el poder personal, sino buscar la justicia y la iluminación.
Luke se preguntó si debía recordar a Rodan que éste se había opuesto, como consejero, a la idea de Luke refundar el Consejo Jedi, que había de servir para que los Jedi dispusieran de mayor orientación y autoridad en sus actos. Si los Jedi estaban desorganizados, era en parte por obra de Rodan, y no parecía justo que Rodan se quejara de ello.
—Nobles palabras —dijo Rodan—. Pero ¿qué significan en la práctica? Para la justicia, tenemos a la policía y los tribunales; pero los Jedi administran la justicia por su cuenta, y se entrometen constantemente en cuestiones policiales, empleando la violencia con frecuencia. Para la diplomacia, tenemos a los muy bien preparados embajadores y cónsules del Ministerio de Estado pero los Jedi, algunos de los cuales no son más que niños, dicho sea de paso, realizan por su cuenta negociaciones de alto nivel que parece que en muchos casos desembocan en conflictos y en guerras. Y, aunque tenemos un ejército muy capacitado, los Jedi se apoderan por su cuenta de recursos militares para suplantar a nuestros propios oficiales al mando de las unidades militares, tomando decisiones militares estratégicas.
«¿Tales como la de perseguir a los contrabandistas?», se preguntó Luke. Pensó si debía tocar el tema del contrabando, pero decidió dejarlo… con el humor que tenía entonces Rodan, Luke no quiso recordarle cuál era la causa primera por la que odiaba a los Jedi.
—Su actuación es chapucera —siguió diciendo Rodan—. En el peor de los casos, los Jedi no son más que un grupo de vigilantes mal preparados. En el mejor de los casos, se limitan a improvisar sobre la marcha, y las consecuencias suelen ser desastrosas. Yo no creo que la capacidad de hacer trucos de magia los cualifique para suplantar a diplomáticos, jueces y oficiales del ejército profesionales.
—La situación es crítica —dijo Luke—. Nos están invadiendo. Los Jedi que están sobre el terreno…
—… deben dejarlo todo en manos de los profesionales —dijo Rodan—. Para eso pagamos a los profesionales.
Rodan se volvió a su datapad, solicitó una información.
—Tengo aquí tu expediente, Skywalker. Te uniste a las fuerzas de la Alianza Rebelde en calidad de piloto de caza. Aunque combatiste con distinción en Yavin 4 y en Hoth, poco después abandonaste tu unidad, llevándote el caza, que no era tuyo, con el fin de… —hizo una pausa para señalar que las palabras siguientes iban entre comillas— «realizar ejercicios espirituales» en un planeta de jungla. E hiciste todo eso sin pedir permiso siquiera a tu comandante.
»Después, volviste al ejército, donde serviste con valor y con distinción, y alcanzaste el grado de general. Pero dimitiste de tu empleo, en tiempo de guerra, otra vez para dedicarte a cuestiones espirituales —Rodan se encogió de hombros—. Puede que durante la Rebelión fueran necesarias esas prácticas irregulares, o al menos se toleraran. Pero ahora que tenemos gobierno, no sé por qué debemos seguir entregando recursos del Estado a un grupo de aficionados que tienen muchas probabilidades de seguir el ejemplo de su Maestro y abandonar sus puestos siempre que se lo diga su humor… o la Fuerza.
Luke estaba muy erguido.
—Creo que descubrirás que nuestros «ejercicios espirituales», como los llamas, nos refuerzan en nuestro papel de Protectores de la Nueva República —dijo.
—Es posible que así sea —dijo Rodan—. Sería interesante realizar un análisis de costes-beneficios para determinar si los Jedi valéis, en efecto, los recursos que os ha dedicado el gobierno. Pero lo que quiero decir es lo siguiente… —volvió a alzar la vista hacia Luke desde las profundidades de su sillón demasiado blando, aunque en sus ojos no había la menor blandura—. Os llamáis Protectores de la República; muy bien. Pero yo he estudiado muy a fondo las leyes constitucionales de nuestro gobierno, y el cuerpo de Protectores de la República no está contemplado oficialmente.
Rodan adoptó una expresión interrogativa.
—¿Qué sois exactamente, Skywalker? Tú no eres militar: ya tenemos militares. No eres diplomático: ya tenemos diplomáticos. No eres policía ni juez: ésos ya los tenemos. Entonces, ¿para qué os necesitamos, exactamente?
—Los Caballeros Jedi hemos luchado contra los yuuzhan vong desde el primer día de su invasión… desde la primera hora —dijo Luke—. Han muerto muchos Jedi (algunos de ellos, sacrificados al enemigo por sus propios conciudadanos), pero nosotros proseguimos la lucha por el bien de la Nueva República. Nuestra eficiencia es tal, que los yuuzhan vong nos han hecho blanco de su persecución; nos temen.
—No discuto vuestro valor ni vuestra dedicación —dijo Rodan—. Pero si que discuto vuestra eficacia. Si queréis combatir a los yuuzhan vong, ¿por qué no os unís a las Fuerzas de Defensa? Entrenaos con los demás soldados, aceptad los ascensos sobre las mismas bases de los demás soldados y aceptad los mismos castigos que los demás soldados por el abandono del deber. Ahora mismo, los Jedi esperáis gozar de unos privilegios especiales, y los oficiales del ejército regular tienen todo el derecho a estar descontentos por ello.
—Si te parece que los Jedi somos una fuerza indisciplinada y descontrolada, ¿por qué te opones al restablecimiento del Consejo Jedi? —preguntó Luke.
—Porque el Consejo Jedi constituiría un grupo de elite dentro del gobierno. Tú dices que no buscas el poder ni el beneficio personal, y yo estoy dispuesto a creerte; pero otros Jedi han manifestado rasgos menos admirables —volvió de nuevo los ojos hacia Luke, con una mirada helada, dura como el pedernal—. Tu padre, sin ir más lejos.
»Si quieres luchar contra los yuuzhan vong, aconseja a tus Jedi que se alisten en el ejército —añadió Rodan—. O que se afilien a cualquier otra entidad gubernamental adecuada a sus habilidades y sus intereses. Naturalmente, podrán seguir practicando su religión en privado, como cualquier otro ciudadano, pero no como secta subvencionada por el Estado.
»No, Skywalker —concluyó Rodan, acomodándose en lo hondo de su sillón y volviendo a dirigir su atención a su datapad—. Mientras no paséis a integraros verdaderamente en este gobierno que decís que defendéis, a integraros en él con los mismos derechos y deberes de cualquier otro ciudadano, yo no dejaré de verte como a cualquier otro representante de cualquier otro grupo de presión que exige privilegios especiales para sus miembros. Y ahora, Skywalker —añadió con voz más impersonal—, tengo otros muchos compromisos. Creo que nuestra reunión ha terminado.
«¿Por qué se estará comportando así?», se preguntó Luke. Y se marchó.
* * *
—Me llamaba siempre «Skywalker» —contó Luke—. Porque no tengo ningún otro título: ya no soy general, ni soy embajador. Lo decía a modo de insulto.
—Podía haberte llamado «Maestro». Como te llamo yo a veces.
La voz de Mara Jade sonaba en sus oídos como un ronroneo humeante. Mara rodeó con los brazos la cintura de Luke, desde detrás de éste.
—Creo que no habría sido lo mismo que cuando lo dices tú —dijo Luke, sonriendo.
—Como debe ser… Skywalker.
Luke dio un salto, al sentir que Mara le daba una palmada en el vientre.
Luke se había encontrado con Mara, que le estaba esperando, cuando llegó a sus habitaciones en la gran suite de hotel que compartían con Han y Leia. Luke había estado en calma, hasta reflexivo, durante su conversación con Rodan; pero cuando relató a Mara lo esencial de la entrevista, sentía menos motivos para conservar la calma y la objetivad, y el disgusto que no había llegado a sentir en presencia de Rodan empezaba entonces a hervir dentro de él.
Mara, sin hacer más comentarios, se había puesto a aplicarle un masaje en los hombros para aliviarle la tensión. La palmada juguetona en el estómago le había expulsado la que le quedaba. Luke sonrió.
Luke se volvió y rodeó a su esposa con los brazos.
—Hemos perdido Coruscant —dijo—; nos batimos todos los días con el enemigo; pero las riñas y las disputas entre nosotros por cuestiones de precedencia no terminan nunca. Rodan no nos va a poner fáciles las cosas. Cree que los Jedi estamos exigiendo unos privilegios injustificados, y que podemos llegar a convertirnos en una amenaza para el Estado —titubeó—. Y el problema es que… creo que una buena parte de lo que dice puede ser cierto —reconoció.
—Parece que la entrevista ha sido deprimente —dijo ella. Lo atrajo hacia sí, apoyó la mejilla en su hombro mientras le susurraba al oído con tono travieso—. Quizá deba animarte yo. ¿Quieres que te vuelva a llamar «Maestro»?
Luke no pudo menos de reír. Cuando Mara había conseguido tener al hijo de los dos, había salido por fin de la sombra de aquella enfermedad terrible que le había afectado durante tanto tiempo. Había tenido que pasar años enteros aplicándose a sí misma un control preciso y despiadado para combatir la enfermedad o mantenerla a raya. El nacimiento de Ben había sido como una especie de señal interior de que era posible volver a sentir alegría. Sentirse un poquito irresponsable. Ser espontánea e impulsiva. Reírse, jugar, gozar de la vida… a pesar de la guerra, aparentemente interminable, en la que estaban inmersos.
Y como a Ben lo habían enviado a las Fauces para ponerlo a salvo, Luke se había convertido en el juguete principal de Mara.
—Di lo que quieras, si te apetece.
—Ah, me apetece. Claro que me apetece.
—De acuerdo —dijo Luke—. Pues lo que te apetezca.
* * *
Un rato más tarde, Luke se volvió hacia Mara y le dijo:
—Y ¿cómo te ha ido el día a ti?
—Me ha dado mucha sed. Necesito un vaso de agua.
Luke la soltó de sus brazos de mala gana para que pudiera ir a la cocina.
Mon Calamari estaba saturado de refugiados procedentes de los mundos conquistados o amenazados por los yuuzhan vong, y los alojamientos estaban caros en las grandes ciudades flotantes, sobre todo para los que querían respirar sólo aire.
Mara se retiró de los hombros cubiertos de pecas los cabellos de color rojo dorado y bebió largamente. Dejó el vaso, se volvió de nuevo hacia Luke y soltó un suspiro.
—Ha costado trabajo, pero creo que Triebakk y yo convencimos por fin a Cal Omas de que debe de ser nuestro próximo Jefe de Estado.
—Felicidades a los dos —dijo Luke. A lo largo de las últimas semanas se había ido acostumbrado al modo en que sus vidas, y sus conversaciones, saltaban bruscamente de lo político a lo personal y viceversa.
Cal Omas había combatido con la Alianza Rebelde y había dado muestras de simpatía hacia los Jedi. Desde el punto de vista de los Jedi era, desde luego, un candidato más deseable que Fyor Rodan para el cargo de Jefe de Estado.
—También Fyor Rodan quiere el puesto —dijo Luke—. Cuando le hablé de la posibilidad, fue lo único con lo que le hice reaccionar.
—Existen otros dos candidatos. El senador Cola Quis anunció esta mañana, después de marcharte tú, su intención de presentarse.
Luke hizo memoria.
—No he oído hablar de él.
—Es un twi’leko de Ryloth. Está en el Consejo de Comercio. No creo que tenga muchas posibilidades, pero quizá él crea que, si empieza ahora, puede alcanzar una ventaja inalcanzable.
—¿Y el cuarto?
—Ta’laam Ranth, del Consejo de Justicia. Se sabe que está buscando apoyo.
—¿Puede ganar?
—Triebakk cree que no intenta ganar. Ranth está intentando hacerse con un grupo de seguidores con el fin de desempeñar un papel decisivo en el resultado. En el último momento podrá hacer que su bloque apoye a otro candidato, a cambio de favores.
Luke sacudió la cabeza.
—Al menos, quedan cuatro senadores que creen que el cargo vale la pena —dijo—. Eso significa que creen que todavía les queda un futuro en la Nueva República.
«O un futuro de saquear a la Nueva República antes de su caída». Este pensamiento oscuro irrumpió en la mente de Luke antes de que éste tuviera tiempo de impedirlo.
Apartó cuidadosamente de sí este pensamiento y abordó el tema desde otro punto.
—La cuestión es, ¿hasta qué punto debemos intervenir en esta elección?
—¿Cómo Jedi? ¿O como ciudadanos privados?
Luke sonrió.
—Ésa es otra pregunta.
Mara consideró la cuestión.
—¿Sería beneficioso para Cal darse a conocer como candidato favorito de los Jedi?
—En fin… esa pregunta ya está respondida —dijo Luke con un suspiro.
Mara se sorprendió.
—¿Tan mal te parece que está la cosa?
—Creo que alguien tiene que cargar con la culpa de la caída de Coruscant.
—Borsk Fey’lya parece una buena elección para ello. Fue Jefe de Estado y cometió muchos errores.
—Fey’lya fue un mártir de la batalla. Murió como un héroe. Va a ser imposible políticamente achacarle culpas.
Mara asintió con la cabeza despacio.
—De modo que crees que la responsabilidad se va a achacar a los Jedi.
—Lo que creo es que debemos procurar que no sea así. La cuestión es, ¿cómo? —tomó el vaso de agua de Mara y bebió un trago—. Si se considera que estamos interviniendo en la selección del Jefe de Estado, empezaremos a oír quejas por la «intromisión de los Jedi» y por el «ansia de poder de los Jedi» y por la «camarilla secreta Jedi». Si no lo dicen otros, lo dirá Fyor Rodan.
—Entonces, actuaremos como ciudadanos particulares.
—Y no haremos nada que Cal Omas no quiera que hagamos. El profesional es él. Sabe exactamente cuánto se debe presionar, y donde.
El profesional es él. La paradoja hizo sonreír a Luke. Rodan le había recomendado que siguiera los consejos de los profesionales, y él se disponía a hacerlo.
Mara sonrió.
—Entonces… vamos a suponer que ganamos, y que tenemos un gobierno dispuesto a trabajar con los Jedi…
—Eso es mucho suponer —dijo Luke.
—¿Qué pasa entonces con los Internos?
Luke se detuvo a pensarlo. Durante la batalla de Borleias, Mara y él, junto con Han y Leia, además de Wedge Antilles y algunos otros, habían formado la conspiración llamada de los Internos, grupo que pretendía establecer dentro de la Nueva República una Alianza Rebelde dedicada a hacer la guerra a los yuuzhan vong.
—No saldremos a la luz pública como Internos en ninguna circunstancia —dijo Luke—. No se lo diremos a Cal, aunque gane. Los Internos son nuestra reserva, son la gente en la que sabemos que podemos confiar. Seguirá siendo nuestro secreto.
Y entonces, de pronto, pensó: «¡Jacen!».
El vaso se le cayó de entre los dedos y se hizo pedazos en el suelo. Mara lo miró fijamente.
Luke no se dio cuenta. Lo había invadido una extraña sensación de felicidad.
«Ahora, todo cambia», pensó.
—Es el momento decisivo.
Las palabras le salieron de los labios sin intención consciente por su parte. Y aun mientras las pronunciaba, comprendió que no sabía el lugar, de entre todas las grandes estrellas del universo, de donde habían surgido esas palabras.