CAPÍTULO 2

Leia conocía bastante bien a Jagged Fel. Era un piloto de combate condecorado, hijo de un barón del Imperio que vivía con los Chiss y que había ayudado a la Nueva República en algunas ocasiones. Jag era un poco estirado, pero era buena persona cuando se le llegaba a conocer. Había servido con Jaina Solo en la defensa del cúmulo estelar Hapes, y después había combatido en Borleias en el Escuadrón Soles Gemelos de Jaina, y Jaina y él habían tenido una relación complicada, de rivalidad, como la que Leia habían mantenido una vez con Han. Aunque Leia agradecía que Jaina contara con un amigo que la pudiera sacar de situaciones apuradas, más bien esperaba que Jaina no rematara aquella escaramuza del mismo modo que Leia había resuelto sus sentimientos hacia Han: un barón del Imperio en la familia acarrearía demasiadas complicaciones. Ya era bastante malo tener a Darth Vader como padre.

Jag Fel subió a bordo con su traje espacial. Con el casco bajo el brazo, hizo un marcial saludo a Leia y a Han.

—Lo siento, señor —dijo a Han—. No había reconocido el perfil del Halcón.

—Si hubieras sido capaz de distinguir a mi carguero de cualquier otro, yo no habría sido un buen contrabandista —dijo Han—. Pero sí que me molestó que no reconocieras mi voz por el comunicador.

—Estaba calculando las trayectorias de los enemigos —repuso Jag con cierta sequedad—. Esas cosas requieren la atención plena de uno.

—¿Cenarás con nosotros? —le preguntó Leia.

—Puede que tome algún bocado. Pero no quiero hacer una comida completa mientras mis pilotos tienen hambre.

C-3PO ayudó a Jag a despojarse del traje espacial, dejando al descubierto su uniforme negro, con remates rojos, de piloto de combate Chiss. Después de que hubieron presentado a Vana Dorja a Jag, éste se sentó a la mesa con los demás.

—¿No estás en el Escuadrón Soles Gemelos? —le preguntó Han—. ¿No está aquí Jaina?

Jag explicó que, después de lo de Borleias, habían llegado muchos pilotos noveles de las academias, y se había tomado la decisión de disgregar los escuadrones antiguos para formar escuadrones nuevos dirigidos por los pilotos con más experiencia. A los Chiss y a él los habían sacado del Escuadrón Soles Gemelos para formar un escuadrón nuevo, y a Kyp Durron también lo habían sacado para reformar la Docena de Kyp.

Había escasez de pilotos con experiencia. Al parecer, los militares habían decidido que era preferible que cada unidad tuviera algunos pilotos con experiencia, en lugar de lanzar contra el enemigo a formaciones compuestas enteramente de pilotos novatos.

La compensación de Jaina por haber perdido a tantos pilotos con experiencia había sido un ascenso. Ahora era la comandante Solo. Hasta entonces, su empleo de comandante había sido temporal o «en funciones»; pero ahora ya era efectivo.

Eso tampoco gustaba a Leia. Sabía que Jaina se sentiría obligada a demostrar que se merecía aquel ascenso, y sin duda pondría su vida en juego para demostrarlo.

—¿Qué hace aquí tu escuadrón? —preguntó Han.

—Los yuuzhan vong han estado minando esta sección de la Vía Hydiana, montando emboscadas a los cargueros y a las naves de refugiados. Nos han enviado a que despejemos la zona de enemigos. Hoy mismo habíamos destruido a la nave de transporte minadora que había estado dejando minas y coralitas por esta parte de la vía, de manera que todas las demás coralitas que nos encontremos habrán pasado algún tiempo bloqueadas aquí.

—Esperaba que pudierais descansar y poneros a punto después de lo de Borleias.

—Yo también lo esperaba.

Los dos hombres parecieron cansados por unos momentos. La guerra ya duraba muchos meses, y marchaba mal a pesar de todos sus esfuerzos. Los dos se merecían un descanso, pero ninguno lo tendría, a no ser que fuera ese descanso del que no volverían.

Una punzada de angustia inspiró a Leia la pregunta que hizo a continuación.

—¿Has visto a Jaina?

—No. Destinaron a mi escuadrón a esta misión inmediatamente después de lo de Borleias.

Leia pensó que Jaina necesitaba un descanso no menos que Jag y Han. Leia había querido obligar a su hija a que pidiera un permiso, y aquello había sido antes de la matanza de Borleias, aquella acción de retaguardia donde los yuuzhan vong habían tenido que pagar su victoria con ríos de sangre. Pero quizá Jaina se pareciera demasiado a su madre, quizá estaba demasiado comprometida con la causa de la Nueva República y de los Jedi como para descansar un momento hasta que se hubiera asegurado de alguna manera la victoria.

Es de sabios saber cuándo has dado de ti todo lo que puedes. Ni su hija ni ella habían llegado a aprender esta lección.

Jag se volvió hacia Leia con mirada interrogadora.

—¿Y tú, alteza? —le preguntó—. ¿Qué haces aquí, tan lejos de los centros de poder?

—Una misión diplomática ante el Imperio —dijo Leia.

—¿Vais solos? ¿Sin escolta?

—No había nadie con autoridad para concedernos una escolta, de modo que partimos sin más.

Habría sido inútil hablarle de su vana esperanza de pasar algún tiempo a solas con Han, lo que supondría unas vacaciones y una segunda luna de miel, durante la transición a Bastión y en el camino de vuelta.

—Supongo que intentarás convencer al Imperio para que aumente sus esfuerzos contra los yuuzhan vong —dijo Jag con un tonillo de superioridad insoportable—. Lástima que la lógica de la situación esté tan en contra de vosotros… en realidad, para el Imperio sería más lógico a corto plazo aliarse con los vong.

Leia advirtió el interés repentino y profundo de Vana Dorja y lo temió.

—¿Podrías explicar tu razonamiento, coronel Fel? —preguntó Dorja.

Han, claramente furioso, abrió la boca para soltar un comentario; pero una mirada de Leia lo hizo callar.

—Es una cuestión de lo que puede ofrecer cada bando al Imperio —dijo Jag—. El Imperio no es más que una sombra lastimosa de lo que fue, carente de recursos. La Nueva República no está en situación de ayudar al Imperio, ahora que los invasores la están despojando a ella misma de sus recursos. Pero ¡consideremos lo que pueden ofrecer los yuuzhan vong al Imperio! ¡Mundos enteros! Lo único que tendría que hacer el Imperio sería quitárselos a la Nueva República mientras las fuerzas de la Nueva República están ocupadas en defenderse de los vong. El Imperio podría duplicar su tamaño, eligiendo los mundos que quisiera, sin que ello costara nada a los yuuzhan vong.

Vana Dorja entrecerró los ojos con expresión calculadora.

—Es un análisis muy interesante, coronel.

Han ya no pudo contenerse más y expresó su protesta.

—Olvidas lo que viene después —dijo—. No se puede fiar uno de los vong: ¡jamás han cumplido su palabra! Si los vong dejan que crezca el Imperio, será porque lo están engordando para cuando llegue la matanza.

Jag se frotó la larga cicatriz que tenía en la frente.

—Por eso he dicho «a corto plazo», capitán Solo —dijo—. A largo plazo, no creo que el Imperio sobreviviera mucho tiempo en una galaxia dominada por los yuuzhan vong.

A Vana Dorja le brillaron los ojos.

—¿Podrías explicarte, coronel Fel? —dijo.

Jag había recuperado el tono de superioridad en la voz.

—Dejando aparte las cuestiones de perfidia (y es absolutamente cierto que las garantías de los yuuzhan vong no son de fiar), existen cuestiones de compatibilidad a largo plazo. Sencillamente, los vong y el Imperio desean cosas diferentes. El Imperio quiere recuperar el poder y el prestigio que gozaba en tiempos pasados. Los yuuzhan vong no sólo quieren el dominio completo de la galaxia, sino también un dominio ideológico y religioso: quieren el triunfo de su forma de vida. Y si bien algunos aspectos de la vida yuuzhan vong son compatibles con el Imperio (la disciplina, la obediencia incondicional a la autoridad), otros puntos no lo son. Los yuuzhan vong se oponen a la tecnología de todo tipo.

Jag levantó una mano.

—Y ¿qué sería del Imperio sin su tecnología? —siguió diciendo—. El Imperio siempre ha buscado soluciones tecnológicas a sus problemas. Si adoptara, en cambio, la biotecnología de los yuuzhan vong, renunciaría a las ventajas que pudiera tener, y se haría dependiente de los vong —sacudió la cabeza—. Y hasta un Imperio duplicado en tamaño sería incapaz de resistirse a los yuuzhan vong si… mejor dicho cuando los yuuzhan vong se volvieran contra él. Si la Nueva República hubiera sobrevivido de alguna manera, no acudiría a defender a un Imperio que había ayudado a sus enemigos. Si el Imperio se alía con los yuuzhan vong, quedaría aislado, y los vong podrían tomarlo a voluntad como fruta madura. Y aunque los yuuzhan vong guardaran sus promesas y no los invadieran, el Imperio quedaría dominado con el tiempo de manera pacífica: en una galaxia dominada por los yuuzhan vong, el Imperio tendría que asimilarse a los vong para poder sobrevivir. Los yuuzhan vong triunfarían de cualquiera de las dos maneras.

«¡Bravo!», pensó Leia con admiración. Jagged Fel había resumido en su análisis la misma opinión de ella.

Vana Dorja lo había escuchado con gestos de asentimiento, pero sin presentar una opinión propia. La única esperanza de Leia era que incluyera el análisis de Jag en su informe.

—Aquí estamos aislados —dijo Jag, dirigiéndose a Leia—. He recibido muy poca información sobre lo que está pasando en otras zonas de la Nueva República. ¿Tienes alguna información que pueda comunicar a mis pilotos?

Leia respiró hondo. Pensó que era mejor limitarse a las noticias optimistas, ya que estaba escuchándolos la espía del Imperio.

—El Senado se ha establecido en Mon Calamari —dijo—. Están restableciendo los procesos normales de gobierno y eligiendo a un Jefe de Estado.

Jag frunció un ángulo de la boca en gesto humorístico.

—Yo creía que Pwoe era Jefe de Estado.

—Parece que, ahora mismo, Pwoe está tan en minoría, que se ha quedado solo.

Después de la caída de Coruscant, el consejero Pwoe había declarado que él se encontraba al mando y había empezado a dictar órdenes al gobierno y a los militares. Quizá se hubiera salido con la suya si la campaña de Borleias hubiera seguido otro curso: Pwoe había esperado que los defensores ganaran tiempo con su propia aniquilación, pero lo que había sucedido era que Wedge Antilles y sus fuerzas improvisadas habían aguantado mucho más de lo esperado, y que su ejemplo había servido de inspiración a lo que quedaba de la Nueva República. El holodocumental La batalla de Borleias, obra del historiador Wolam Tser, se estaba distribuyendo por toda la Nueva República con gran éxito de ventas, y en él se presentaba a los defensores del planeta como héroes que habían combatido a un enemigo muy superior. La obra de Wolam Tser había ejercido gran influencia para cambiar las opiniones sobre las Fuerzas de Defensa de la Nueva República y su capacidad.

Cuando el Senado se había vuelto a reunir por fin en Mon Calamari, los senadores habían recordado que eran ellos los que tenían el derecho de elegir al Jefe de Estado, y habían convocado ante ellos a Pwoe con sus seguidores. Aun en esas condiciones Pwoe podría haber conseguido ser elegido como líder de la Nueva República; pero, en vez de ello, forzó demasiado la situación, empeñándose en que fuera el Senado quien saliera de Mon Calamari para ir a reunirse con él en Kuat. El Senado se había negado, había declarado vacante el cargo de Jefe de Estado, y había enviado instrucciones de que ningún órgano del gobierno obedeciera las órdenes de Pwoe.

—Pwoe es persona non grata en Kuat —dijo Leia—. Ya no le sigue ni siquiera Niuk Niuv. He oído decir que se marchó a Sullust. Dudo que tampoco allí le den buena acogida.

Vana Dorja sacudió levemente la cabeza.

—Éstas son las cosas que pasan cuando no está clara la cadena de mando —dijo.

—Está bien clara —observó Han—. Pero Pwoe optó por saltársela, eso es todo. Y ahora tiene su castigo.

—En el Imperio lo habrían fusilado —dijo Dorja.

Han esbozó una sonrisa de satisfacción.

—Nosotros somos más crueles que vosotros —dijo, para sorpresa de Dorja—. En vez de matarlo, vamos a dejar que malviva unos cuantos años, despreciado y ridiculizado por todos.

Jag, que también sonreía, se levantó de la mesa.

—Lo lamento, pero el deber me llama —dijo—. Tenemos que destruir las minas y coralitas que puedan quedar, antes de que los yuuzhan vong envíen una nave de transporte para rescatarlos.

Los demás se levantaron para despedirse de su huésped. Jag hizo un saludo militar.

—Buena suerte, capitán. Alteza… —titubeó—. ¿Querríais escolta, mientras vuestra ruta os lleve por la Vía Hydiana?

—Gracias, pero no —dijo Han—. No seguimos la vía, sólo la estábamos cruzando. Si estamos aquí es por pura coincidencia.

—Muy bien, entonces —dijo Jag, tomando su casco—. Mucha suerte en vuestro viaje. Encantado de conocerte, comandante —añadió, volviendo los ojos hacia Dorja.

—Igualmente, coronel.

—Buena caza —dijo Leia.

Jag sonrió.

—Sí creo que será buena —dijo, y se encaminó a la esclusa de aire.

A los pocos minutos, los veinticuatro cazas de combate entraron en el hiperespacio como un destello, y la tripulación del Halcón Milenario siguió viaje en solitario para mantener una reunión con sus antiguos enemigos del Imperio.