CAPÍTULO 1

Sentada en el asiento que era suyo por derecho de herencia, levantó los ojos hacia las estrellas frías y lejanas. Repasaba mentalmente, de manera distante, las listas de comprobación, y movía las manos sobre los controles, pero los pensamientos le volaban hacia otros lugares, entre el infinito helado. Buscando…

Nada.

Bajó la vista y vio sobre los controles del asiento contiguo al suyo, el del piloto, las manos de su esposo. Encontró consuelo en aquella visión, en la seguridad y en el poderío que ella sabía que se encerraban en aquellas manos fuertes.

El corazón le dio un salto. Algo, en alguna parte de entre tantas estrellas, la había tocado.

«¡Jacen!» pensó.

Las manos de su esposo tocaron los controles y las estrellas se alejaron veloces, se convirtieron en rastros sangrantes de luz, como si se estuvieran viendo a través de gotas de lluvia; y aquel toque lejano desapareció.

—Jacen —dijo; y, ante la mirada sobresaltada de su esposo, ante la sorpresa y el dolor que se leyeron en sus ojos castaños, repitió—: Jacen.

—¿Y estás segura? —dijo Han Solo—. ¿Estás segura de que era Jacen?

—Sí. Me buscaba. Lo sentí. No podía ser ningún otro.

—Y está vivo.

—Sí.

Leia Organa Solo sabía interpretar perfectamente a su esposo. Ella sabía que Han daba por muerto a su hijo pero que, por ella, intentaba fingir lo contrario. Sabía que, henchido de dolor y de sentimientos de culpa por haberse apartado de su familia, la apoyaría en cualquier cosa, aunque él creyera que se trataba de una ilusión. Y sabía que Han tenía que esforzarse enormemente para contener su propio dolor y sus dudas.

Era capaz de interpretar todo aquello en él, en el brillo de sus ojos, en el temblor de su mejilla. Sabía interpretar a Han, su valor y su incertidumbre, y lo amaba por ambas cosas.

—Era Jacen —dijo Leia, dando a su voz toda la confianza, toda la seguridad que pudo—. Me estaba buscando con la Fuerza. Yo lo sentí. Quería decirme que estaba vivo y entre amigos —Leia extendió la mano para tomar la de Han—. Ya no cabe duda. Ninguna en absoluto.

Han apretó con su mano la de ella, y Leia percibió la lucha que se libraba dentro de él, el enfrentamiento entre la amarga experiencia y el deseo de albergar esperanzas.

Los ojos castaños de Han se suavizaron.

—Sí —dijo—. Por supuesto. Te creo.

Se apreciaba en su voz un matiz de reserva, de prudencia; pero era por un reflejo adquirido a lo largo de toda una larga vida de incertidumbre que le había enseñado a no creer nada hasta haberlo visto con sus propios ojos.

Leia se aproximó a él, lo abrazó con dificultad desde su asiento de copiloto. Él la rodeó con sus brazos. Ella sintió el roce de su mejilla sin afeitar, absorbió el olor de su cuerpo, de su pelo.

Se formó dentro de ella una burbuja de felicidad que estalló en forma de palabras.

—Sí, Han —dijo Leia—. Nuestro hijo está vivo. Y nosotros también. Tengamos alegría. Tengamos paz. Todo va a cambiar a partir de ahora.

* * *

Aquella felicidad duró hasta que Han y Leia entraron, cogidos de la mano, en la bodega principal del Halcón Milenario. Leia sintió en su mano la leve tensión de los músculos de Han cuando éste se encontró en presencia del huésped de ambos, una comandante del Imperio con impecable uniforme gris de gala.

Leia sabía que Han había albergado la esperanza de que aquella misión les brindara a ambos la ocasión de estar solos. Durante los muchos meses transcurridos desde el comienzo de la guerra contra los yuuzhan vong, los dos habían estado separados o habían estado enfrentándose a una serie desconcertante de crisis sucesivas. Aunque la misión que realizaban ahora no era menos urgente que las anteriores, habrían podido disfrutar de aquel tiempo pasado a solas en el hiperespacio.

Hasta habían dejado atrás a los guardaespaldas noghri de Leia. Ninguno de los dos había querido llevar a ningún pasajero, ni mucho menos a una oficial imperial. De momento, Han había conseguido comportarse con ésta con corrección, aunque a duras penas.

La comandante se puso de pie educadamente.

—El salto al hiperespacio ha sido excepcionalmente suave, capitán Solo —dijo—. Tratándose de una nave con componentes tan… tan heterogéneos, el salto dice bien de su capitán y de la habilidad de éste.

—Gracias —dijo Han.

—Los escudos myomar son excelentes, ¿no es así? —dijo la oficial—. Son uno de nuestros mejores diseños.

Leia pensó que el problema de la comandante Vana Dorja era, sencillamente, que era demasiado observadora. Era una mujer de unos treinta años, hija del capitán de un destructor estelar, de pelo oscuro, corto y bien recogido en su gorra de uniforme, y con la cara amable y considerada del diplomático profesional. Había estado en Coruscant cuando su caída, supuestamente negociando algún tipo de tratado comercial, comprando cerebros de droides ulbanos para emplearlos en granjas hidropónicas imperiales. Las negociaciones se complicaron por el hecho de que los cerebros de droides en cuestión también podían servir para aplicaciones militares.

Las negociaciones sobre los certificados de uso final de los cerebros no habían llegado a ninguna parte, pero era posible que no se pretendiera que llegaran a ninguna parte. La consecuencia de la larga estancia de la comandante Dorja en Coruscant había sido permitirle observar de cerca el ataque de los yuuzhan vong que había culminado con la caída del planeta.

Vana Dorja había escapado de Coruscant de alguna manera (a Leia no le cabía duda de que su huida había estado preparada de antemano) y más tarde había aparecido en Mon Calamari, la nueva capital provisional, solicitando amablemente ayuda para regresar al espacio imperial, precisamente en el momento en que a Leia le asignaban una misión diplomática ante el mismo Imperio.

Aquello no había sido una coincidencia, naturalmente. Estaba claro que Dorja era una espía que actuaba bajo una tapadera comercial. Pero ¿qué iba a hacer Leia? La Nueva República podía necesitar de la ayuda del Imperio, y el Imperio podía ofenderse si se retrasaba sin necesidad el regreso de su representante comercial.

Lo que sí podía hacer Leia era establecer algunas reglas básicas sobre por qué zonas del Halcón podía moverse la comandante Dorja, y cuáles le estaban estrictamente vedadas. Dorja había accedido inmediatamente a las restricciones, y también había consentido que la escanearan para comprobar que no intentaba sacar de contrabando ningún secreto tecnológico o de cualquier otro tipo.

En el escaneado no había aparecido nada. Naturalmente, si Vana Dorja llevaba algún secreto vital a sus jefes del Imperio, lo llevaba encerrado en su cerebro demasiado curioso.

—Siéntate, por favor —dijo Leia.

—Eres muy amable, alteza —dijo Dorja, y depositó su cuerpo bajo y fornido en una silla. Leia se sentó ante ella, al otro lado de la mesa, y observó el vaso medio vacío de zumo de juri que tenía ante sí la comandante.

—¿Trespeó te ha servido todo lo que te hacía falta? —le preguntó Leia.

—Sí. Es muy eficiente, aunque algo parlanchín.

«¿Parlanchín? —pensó Leia—. ¿Qué habrá estado contando Trespeó a esta mujer?».

Bueno, qué más daba. Dorja tenía demasiada habilidad para crear momentos tensos como aquellos.

—¿Cenamos? —preguntó Leia.

Dorja asintió con la cabeza con su afabilidad habitual.

—Como desees, alteza.

Pero acto seguido se puso a echar una mano en la cocina, ayudando a Han y a Leia a pasar a platos la comida que se había estado preparando en los hornos automáticos del Halcón. Mientras Han se sentaba con sus platos, C-3PO observaba la mesa.

—Señor —dijo—. Una princesa, que fue Jefe de Estado, tiene precedencia por encima de un capitán y de una comandante del Imperio, naturalmente. Pero una comandante, con perdón sea dicho, no tiene precedencia sobre un general de la Nueva República, aunque éste no esté en la lista de oficiales en activo. General Solo, ¿tendría la bondad de ocupar un puesto superior al de la comandante Dorja?

Han echó una mirada venenosa a C-3PO.

—Aquí estoy bien —dijo. Se refería, naturalmente, al puesto que había ocupado, tan apartado de la comandante del Imperio como lo permitían las dimensiones de la pequeña mesa.

C-3PO parecía tan ofuscado como podía parecerlo un androide de rostro inmóvil.

—Pero, señor… las reglas de precedencia…

—Aquí estoy bien —repitió Han con más firmeza.

—Pero, señor…

Leia pasó a ejercer su papel habitual de intérprete de las reacciones de Han ante el resto del mundo.

—Será una cena informal, Trespeó —dijo al androide.

C-3PO respondió con un tono de voz que no disimulaba su decepción.

—Muy bien, princesa —dijo.

Pobre 3PO, pensó Leia. A él que lo habían diseñado para aplicar las reglas del protocolo en banquetes de Estado en los que intervenían docenas de especies y centenares de gobiernos; para interpretar y aclarar las disputas… y, en lugar de ello, ella se empeñaba en ponerlo en situaciones apuradas. Y ahora que la galaxia estaba siendo invadida por unos seres empeñados en exterminar a todos los droides sin dejar uno… e iban ganando la guerra. C-3PO debía de tener destrozados los nervios, o lo que tuviera en lugar de nervios.

Leia pensó que, cuando aquello hubiera terminado, tendrían que organizar muchas cenas formales. Buenas cenas de gala, agradables y tranquilizadoras, sin asesinos, ni riñas, ni duelos con sables láser.

—Os agradezco de nuevo que os hayáis brindado a llevarme hasta el Imperio —dijo más tarde Dorja, cuando hubieron terminado la sopa que era el primer plato—. Ha sido una afortunada coincidencia que tengáis una misión pendiente allí.

—Muy afortunada —asintió Leia.

—Vuestra misión en el Imperio debe de ser esencial para que abandones tus tareas de gobierno en un momento tan crucial —dijo Dorja, tanteándola.

—Estoy haciendo lo que sé hacer mejor.

—Pero… has sido Jefe de Estado. Sin duda habrás pensado en volver a ejercer el poder.

Leia negó con la cabeza.

—Lo ejercí durante el plazo que me correspondía.

—Renunciar al poder voluntariamente… reconozco que no lo entiendo —dijo Dorja, sacudiendo la cabeza—. En el Imperio nos enseñan a no renunciar a las responsabilidades que se nos han encomendado.

Leia advirtió que Han levantaba la cabeza disponiéndose a hablar. Lo conocía lo bastante bien como para hacerse una idea general de lo que iba a comentar. «No —diría—. Los líderes del Imperio suelen aferrarse al poder hasta que los derrocan a cañonazos de láser». Leia dio una respuesta más diplomática antes de que Han hubiera tenido tiempo de hablar.

—Lo más sabio es saber cuándo has dado ya de ti todo lo que puedes —dijo; y se puso a comer el segundo plato de la cena, una aromática pechuga de hibbas con salsa de fruta bofa.

Dorja tomó el tenedor, lo sostuvo sobre su plato.

—Pero no cabe duda de que, con el gobierno sumido en el caos y exiliado… hace falta una mano fuerte.

—Tenemos instrumentos constitucionales para elegir a un nuevo líder —le aseguró Leia. Aunque pensó: «Tampoco es que hayan funcionado bien hasta el momento, en vista de que Pwoe se ha autoproclamado Jefe de Estado, y el Senado, reunido en Mon Calamari, está en un punto muerto».

—Os deseo una transición tranquila —dijo la comandante Dorja—. Espero que los titubeos y el desorden con que ha afrontado su crisis actual la Nueva República haya sido culpa del gobierno de Borsk Fey’lya, en vez de caracterizar a toda la Nueva República en su conjunto.

—Brindo por eso —anunció Han, y apuró su vaso.

—No puedo menos de preguntarme cómo habría llevado la crisis el viejo Imperio —siguió diciendo Dorja—. Pido disculpas por mi parcialidad, pero a mí me parece que el Emperador habría movilizado todo su armamento ante la primera amenaza, y habría plantado cara a los yuuzhan vong de manera eficiente y expeditiva, aplicando una fuerza abrumadora. Esto habría sido mejor, ciertamente, que la política de Borsk Fey’lya (si es que no me equivoco al calificarla de política), de negociar con los invasores al mismo tiempo que luchaba contra ellos, enviando así señales de debilidad a un enemigo despiadado para quien la negociación no era más que una máscara para facilitar nuevas conquistas.

A Leia le pareció que cada vez le costaba más trabajo mantener la sonrisa diplomática.

—El Emperador siempre estaba atento ante cualquier cosa que amenazara su poder —dijo. Percibió que Han se disponía a hablar, y esta vez no le dio tiempo a adelantarse a sus palabras.

—El Imperio no habría hecho eso, comandante —dijo Han—. Lo que habría hecho el Imperio habría sido construir una máquina de combate supercolosal matadora de yuuzhan vong. La habrían llamado el Coloso Nova, o el Destructor Galáctico, o la Nariz de Palpatine, o algo igual de grandilocuente. Se habrían gastado en ella miles de millones de créditos, con miles de contratistas y subcontratistas, y la habrían dotado de lo último en tecnología mortífera. Y ¿sabes lo que habría pasado? Que no habría funcionado. Se les olvidaría fijar una chapa de metal sobre una escotilla de acceso a los reactores principales, o cometerían algún otro error, y un piloto enemigo hábil pondría allí una bomba y lo haría saltar todo. Eso es lo que habría hecho el Imperio.

Leia, esforzándose por contener la risa, observó en los ojos castaños de Vana Dorja algo que podía ser un brillo de humor.

—Puede que tengas razón —reconoció Dorja.

—Y tanto que tengo razón, comandante —dijo Han, y se sirvió un vaso de agua.

Su breve triunfo quedó interrumpido por un chillido repentino de las unidades de hipervelocidad del Halcón. La nave se estremeció. Las alarmas de proximidad aullaron.

Leia, con el corazón palpitando en sincronía con las alarmas estridentes, miró fijamente a los ojos castaños de Han, que reflejaban sobresalto. Han se volvió hacia la comandante Dorja.

—Lamento interrumpir la cena cuando se estaba poniendo interesante —dijo—, pero me temo que tenemos que hacer trizas a unos cuantos malos.

* * *

Lo primero que hizo Han Solo tras saltar al asiento del piloto fue apagar las alarmas estridentes que le estaban haciendo temblar el cerebro dentro del cráneo. Después, miró por las ventanillas de la cabina. Vio que las estrellas habían recuperado su configuración normal: el Halcón Milenario había sido arrancado del hiperespacio a la fuerza. Y Han tenía una buena noción del por qué, noción que confirmó en seguida con una rápida mirada a los sensores. Se volvió hacia Leia, que se estaba instalando en el asiento del copiloto.

—O se ha materializado un agujero negro en este sector, o hemos chocado con una mina yuuzhan vong.

Se trataría, más exactamente, de un dovin basal, un generador orgánico de anomalías gravitacionales que utilizaban los yuuzhan vong tanto para impulsar sus naves como para deformar el espacio a su alrededor. Los yuuzhan vong habían estado sembrando de minas de dovin basal las rutas comerciales de la Nueva República para sacar inesperadamente del hiperespacio a las naves de transporte y hacerlas caer en una emboscada. Pero no habían plantado minas en una parte tan lejana de la Vía Hydiana, al menos hasta entonces.

Y Han vio en las pantallas a los que montaban la emboscada. Dos formaciones de seis coralitas cada una, aguardando a ambos lados del dovin basal, para interceptar a cualquier nave de transporte desprevenida.

Acercó las manos a los controles, pero titubeó, preguntándose si sería mejor que Leia pilotara mientras él corría a la torreta del turboláser. No —pensó—. Él conocía mejor que nadie al Halcón Milenario, sus capacidades y sus caprichos, y si salían de aquel apuro sería por buen pilotaje, más que por buena puntería.

—Será mejor que pilote yo esta vez. Ponte tú con uno de los cuadriláseres —dijo, lamentando al mismo tiempo perder la ocasión de hacer explotar unas cuantas cosas, que siempre le venía bien para quitarse las preocupaciones de la cabeza.

Leia se inclinó para darle un rápido beso en la mejilla.

—Buena suerte, Slick —le susurró. Después, le dio un apretón en el hombro y se apartó de la cabina en silencio.

—Buena suerte para ti también —dijo Han—. Y entérate de si nuestra huésped está capacitada para ocuparse de la otra torreta.

Han ya recorría con la mirada las pantallas mientras se ponía con gesto automático los cascos del intercomunicador que le permitiría comunicarse con Leia mientras ésta manejaba el cañón de láser. Los coralitas no tenían capacidad de viajar por el hiperespacio; por ello, debía de haberlos dejado allí alguna nave mayor. ¿Estaría esa nave por las inmediaciones, o habría seguido viaje para poner otra mina en alguna otra parte?

Al parecer, se había marchado. No se veían indicios de ella en las pantallas.

Las naves yuuzhan vong empezaban a reaccionar ante su llegada. Ya no cabía esperar que los recursos de camuflaje del Halcón Milenario le hubieran permitido pasar desapercibido.

Pero ¿qué había visto el enemigo?, consideró Han. Un carguero YT-1300 de Ingenierías Corellianas, semejante a otros centenares de cargueros pequeños que ya debían de haber encontrado. Los yuuzhan vong no habrían visto el armamento del Halcón, sus escudos avanzados ni sus impulsores subluz modificados que podrían hacerlo medirse hasta con los veloces coralitas.

De manera que el Halcón Milenario debía seguir aparentando ser un carguero inocente ante los yuuzhan vong.

Mientras observaba las maniobras de los yuuzhan vong, Han transmitió al enemigo una serie de preguntas y solicitudes de información como las que podía emitir un piloto civil inquieto. Realizó varias maniobras básicas dirigidas a mantenerse a distancia de los coralitas, unas maniobras tan lentas y vacilantes como si se tratara, en efecto, de un carguero grueso y nervioso, lleno de carga. El grupo más cercano de coralitas emprendió un rumbo de intercepción básico, sin molestarse siquiera en desplegarse en formación militar. El grupo más alejado, al otro lado de la mina de dovin basal, empezó a trazar un lento giro hacia el Halcón para apoyar al otro grupo.

Aquello era interesante. Al cabo de poco rato, la singularidad del dovin basal se encontraría entre las naves y el Halcón, de manera que el efecto deformador de la gravitación que ejercía la mina les haría muy difícil ver al Halcón o detectar cualquier modificación de su trayectoria.

—¿Capitán Solo? —dijo una voz por el intercomunicador, interrumpiendo sus pensamientos—. Aquí la comandante Dorja. Estoy preparando las armas de la torreta dorsal.

—Procura no volar el plato sensor —le dijo Han.

Han observó las pantallas; vio que el escuadrón más lejano estaba casi eclipsado tras la mina de gravedad distorsionadora. Llevó las manos a los controles y cambió el rumbo directamente hacia el dovin basal, al mismo tiempo que daba toda la potencia a los impulsores subluz.

La mina gravitacional se encontraba ya entre el Halcón Milenario y el grupo distante de coralitas. La distorsión gravitatoria que rodeaba al dovin basal haría casi imposible que detectaran el cambio de rumbo del Halcón.

—Faltan unos tres minutos estándar hasta el contacto con el enemigo —dijo por el intercomunicador—. A mi señal, disparad directamente hacia el frente.

—¿Directamente hacia el frente? —dijo la voz afable de Dorja—. Qué poco ortodoxo… ¿no has pensado en hacer maniobras?

—¡No pretendas ser más lista que el piloto! —exclamó la voz de Leia, tajante como un látigo—. ¡Deja libre este canal mientras no tengas nada útil que decir!

—Mis disculpas —murmuró Dorja.

Han se tragó su propia incomodidad. Echó una mirada al asiento vacío del copiloto (el puesto de Chewbacca, que ahora era de Leia), y lamentó no encontrarse en esos momentos en la cabina del segundo láser, teniendo a Chewbacca en el asiento del piloto. Pero Chewie ya no estaba. Aquélla había sido la primera muerte que le había llegado al corazón. Chewbacca había muerto. A Anakin, su hijo menor, lo habían matado; Jacen, su hijo mayor, estaba desaparecido y todos lo daban por muerto salvo Leia… La muerte le seguía los pasos y estaba a punto de llevarse a todos los que lo rodeaban. Por eso no había aceptado la propuesta de Waroo de erigirse en vengador de la muerte de Chewbacca. Sencillamente, no había querido ser responsable de la muerte de un amigo más.

Pero ahora Leia creía que Jacen estaba vivo. No se trataba de una esperanza difusa basada en el deseo de una madre de volver a ver a su hijo, como había sospechado Han en un principio, sino que era un mensaje enviado a través de la Fuerza y recibido por la propia Leia.

Han no conocía la Fuerza en primera persona, pero sabía que podía confiar en que Leia sabría interpretarla. Su hijo estaba vivo.

De modo que era posible que la Muerte no le estuviera siguiendo los pasos tan de cerca, al fin y al cabo. O puede que Han hubiera corrido más que ella.

«Mantente alerta —se dijo a sí mismo—. Quizá no tengas que morir hoy».

Se llenó de fría determinación.

«En vez de ello, haz que paguen los yuuzhan vong», pensó.

Echó una última mirada a las pantallas. El grupo de naves próximo había emprendido la persecución, dividiéndose en dos formaciones en V de tres coralitas cada una. No habían reaccionado con gran rapidez a su cambio brusco de rumbo, por lo que Han supuso que el comandante con el que tenía que enfrentarse no era ningún genio. Tanto mejor.

Era imposible ver al grupo lejano, que estaba al otro lado de la mina distorsionadora de la gravitación; pero él había observado bien su trayectoria, y las naves tampoco tenían ningún motivo para haberla modificado.

El dovin basal se acercaba. Las jarcias del Halcón gemían al sentir el tirón de su gravitación.

—Diez segundos —dijo Han a Leia y a Dorja, y llevó las manos a los disparadores de los lanzadores de misiles de impacto.

La expectación le produjo un sabor metálico que le recorrió la lengua. Sintió el picor del sudor en el cuero cabelludo.

—Cinco.

Disparó el primer par de misiles de impacto, sabiendo que, a diferencia del cañón de láser, los misiles no alcanzaban su objetivo a la velocidad de la luz.

—Dos.

Han disparó otro par de misiles. Los motores del Halcón Milenario aullaban resistiéndose al arrastre gravitacional del dovin basal.

—¡Fuego!

El dovin basal pasó velozmente a su lado, y de pronto se iluminaron en la pantalla los seis coralitas que venían hacia ellos. Los ocho láseres les enviaron directamente todo su fuego combinado.

Los seis coralitas se habían dividido también en dos formaciones en V de tres naves cada una, que seguían dos rumbos algo divergentes, pero ambas formaciones se dirigían hacia el Halcón y hacia su armamento a una velocidad total que superaba un noventa por ciento de la velocidad de la luz. Ninguna había desplazado su dovin basal para deformar defensivamente el espacio a su alrededor, y los pilotos sólo tuvieron un instante para percibir la perdición que se les venía encima, sin tiempo para reaccionar. La primera formación dio de lleno con el primer par de misiles y el fuego de turboláser, y las tres naves explotaron en llamas y sus cascos de coral se deshicieron en pedazos.

La segunda formación, que seguía un rumbo divergente, no ofrecía un blanco tan favorable. Uno de los coralitas fue alcanzado por un misil y se perdió entre la oscuridad dando vueltas sobre sí misma y dejando un rastro de llamas. Otra dio con un disparo de láser y explotó. La tercera siguió adelante rodeando la mina gravitacional, hasta situarse donde los detectores de Han ya no podían verla.

El corazón de Han se llenó de euforia. Cuatro derribos, otro probable. No era mal comienzo para igualar la situación.

El tirón gravitacional del dovin basal hizo temblar al Halcón Milenario. Han frunció el ceño al observar los datos de los motores subluz. Había esperado rodear rápidamente la mina espacial, saliendo con la velocidad suficiente para escapar de la gravitación del dovin basal y salir al hiperespacio antes de que lo alcanzara el otro grupo de coralitas. Pero el dovin basal era más potente de lo que él había esperado, o podía ser que el comandante yuuzhan vong le estuviera ordenando que aumentara el tirón gravitacional. Al menos, era posible que así fuera. Los de la República todavía no sabían muchas cosas acerca del funcionamiento de los equipos de los yuuzhan vong.

En cualquier caso, el Halcón no había adquirido la velocidad necesaria para poder estar seguro de huir. Lo que significaba que Han debía pensar alguna otra idea brillante.

El otro grupo de seis coralitas lo seguía hacia el pozo gravitacional del dovin basal, dispuesto a no perderlo. El único superviviente intacto del segundo grupo estaba rodeando el dovin basal y no entraba en sus cálculos de momento.

«Bueno, si ha funcionado una vez…» pensó.

—Agárrense, señoras —dijo por el intercomunicador—. ¡Vamos a rodearlo otra vez!

Lo invadió un placer salvaje cuando hizo virar de nuevo al Halcón Milenario para iniciar otro picado hacia el dovin basal. «Conque atacando mi galaxia, ¿eh?», pensó.

Sin duda habrían visto el comienzo de su maniobra, de modo que Han modificó ligeramente su trayectoria para situar la mina espacial directamente entre su nave y los cazas de combate que venían hacia ella. Después, modificó su trayectoria por segunda vez, por pura prudencia. Si el comandante enemigo tenía sentido común, estaría haciendo lo mismo.

Los dos bandos no podían verse entre sí de momento. El problema era que los yuuzhan vong ya eran conscientes de su táctica. No iban a precipitarse ciegamente hacia él, habrían desplazado sus unidades propulsoras de dovin basal para repeler cualquier ataque, y se presentarían disparando.

—Atentas —dijo Han—. Esta vez no vamos a tener tanta suerte, y no sé con exactitud dónde van a estar vuestros blancos. De modo que estad preparadas para encontrarlos en cualquier parte, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo Leia.

—Entendido —dijo Dorja.

—Comandante Dorja —dijo Leia—. Verás que tienes apuntados los cuatro láseres de modo que las trayectorias de tiro son algo divergentes.

—Sí.

—No las reajustes. Si están así, es por algo.

—Lo supuse. No modificaré los ajustes.

A Han le tocó el corazón una punzada de dolor. Había sido su hijo Anakin quien había descubierto que si disparaba contra una nave yuuzhan vong con trayectorias de tiro ligeramente divergentes, al menos uno de los disparos rodeaba los escudos dovin basal distorsionadores de la gravedad y daba en el blanco. Los cuadriláseres se habían configurado para que lo hicieran automáticamente, a falta del ojo y de los rápidos reflejos de Anakin.

De Anakin que había muerto en Myrkr.

—Veinte segundos —dijo Han, para ocultar tanto su tensión creciente como el dolor que lo invadía.

Disparó otro par de misiles a falta de diez segundos, por si tenía suerte y aparecía justo ante él el grupo de naves enemigas. Y como no le quedaba más opción que probar suerte, disparó otro par de misiles a falta de cinco segundos.

«No me vais a impedir que vuelva a ver a Jacen», dijo a los enemigos.

Al cabo de un instante chocaban contra los escudos del Halcón proyectiles de roca fundida disparados por cañones de plasma, y apareció ante ellos una luz cegadora al hacer blanco el primer par de misiles de impacto. A Han le palpitó el corazón con fuerza cuando los restos de coral azotaban los deflectores, rebotando como chispas multicolores. Hubo un destello en las pantallas cuando otro coralita pasó junto a ellos a una velocidad total próxima a la de la luz, demasiado rápida para que lo captara la vista de Han.

Si no hubiera reventado el primer coralita, podría haber llegado a chocar con él, vaporizándose junto con el enemigo.

Han intentó calmar sus nervios sobresaltados manteniendo la vista en las pantallas, buscando más naves enemigas en las proximidades del dovin basal y detrás de éste. Al cabo de un momento, comprendió la táctica del enemigo. Las dos formaciones en V de tres naves cada una se habían repartido en tres parejas que estaban rodeando el dovin basal siguiendo caminos distintos, esperando al parecer que al menos una de las parejas se encontrara en posición de bombardear al Halcón cuando pasara por sus proximidades. No había dado resultado, pero por puro azar una de las naves había estado a punto de abatir al Halcón Milenario por un choque frontal. Han se preguntó cuál era la probabilidad de aquello.

La consola de comunicaciones empezó a emitir un zumbido rítmico, y Han la apagó. Viendo la pantalla, dedujo que el Halcón acababa de perder su antena de comunicaciones de hiperespacio.

Bueno. Tampoco tenían pensado llamar a nadie a larga distancia.

Animado por la idea de que, si era capaz de seguir eliminando a un coralita con cada pasada, habría ganado la batalla en cuestión de poco tiempo, se dispuso a virar de nuevo la nave y a emprender otro picado hacia el dovin basal. Pero entonces se encendieron sus pantallas ante la aparición de un caza de combate enemigo, el único superviviente ileso del grupo de seis que había abatido con su primera andanada. Seguía una trayectoria curva hacia él, y sus cañones de plasma vomitaban un chorro de proyectiles fundidos.

Estaba situada de tal modo que le impedía trazar la trayectoria ideal para volver a pasar el dovin basal. Han reprimió las maldiciones que le resonaban dentro del cráneo, y en lugar de proferirlas, alertó a sus dos artilleras.

—Cori enemigo por la banda de babor, señoras.

Hizo una maniobra para situar al blanco en el punto óptimo, donde coincidían los campos de tiro de los dos láseres, y oyó cómo empezaban a repicar los cuadriláseres. La luz coherente relucía alrededor de la nave enemiga, trazando curvas extrañas por el espacio curvado en una singularidad por el dovin basal para proteger al blanco. El fuego enemigo rebotaba en los escudos del Halcón. Después, saltaron llamas del coralita cuando una de las lanzas de láser dio en el blanco. Pareció que la nave vacilaba en su curso. Y, entonces, un segundo disparo de láser convirtió al coralita en una lluvia de fragmentos flamígeros que brillaban brevemente, como un fuego de artificio que caía, y desaparecían después.

—¡Buen disparo, Comandante!

Era la voz de Leia, que felicitaba a Dorja por el blanco. Han comprendió con agrado que Vana Dorja sabía manejar los cuadriláseres, al parecer.

Seis abatidos, uno dañado, quedaban cinco.

Han hizo virar una vez más el Halcón Milenario para dar otra pasada al dovin basal, aunque sabía que el último coralita había retrasado su maniobra hasta tal punto que aquella vez podía suceder que fuera el enemigo el que caía sobre el Halcón, y no al contrario.

Una mirada a las pantallas le reveló que los cinco coralitas ilesos habían vuelto a virar, y las parejas de dos coris (además del superviviente solitario de la tercera pareja) seguían rumbos muy diversos. Iban a pasar junto al dovin basal en momentos diferentes y a aproximarse a él desde ángulos diferentes. Aquello quería decir que, hiciera Han lo que hiciera, no podría situar la singularidad distorsionadora de la gravedad entre sí mismo y todos los enemigos a la vez. Los que pudieran verle podrían comunicar su posición a los que no lo vieran.

Había perdido toda la ventaja que había establecido. Al otro lado, alguien había debido de pensarse mucho las cosas.

Pero Han advirtió que el hecho de que las formaciones enemigas se hubieran separado significaba que no tendría que luchar más que con dos cada vez. Aquello podría venirle bien.

Realizó un giro hacia el dovin basal, dejándose atraer por la gravedad de éste.

—¿Cómo nos va, Han? —le preguntó Leia, alzando la voz.

—¡Todavía me quedan bastantes mañas! —le replicó Han.

Pero ¿qué maña aplicaría? Aquello sí que era todo un acertijo.

Atacó mentalmente el problema mientras iba en picado hacia la singularidad. Estaba claro que la primera pareja de coris enemigos llegarían a la singularidad antes que él; el caza solitario llegaría aproximadamente al mismo tiempo que el Halcón, y la otra pareja llegaría después. La única manera de repetir el ataque frontal que había dado resultado la primera vez sería dirigirlo contra el tercer grupo de yuuzhan vong, y aquello suponía aguantar los embates de los otros tres coralitas. Si atacaba a la primera pareja los otros rodearían el dovin basal y los tendría a su espalda en poco tiempo.

Los yuuzhan vong estaban preparados para cualquier eventualidad. A menos, naturalmente, que Han no hiciera lo que esperaban ellos. Si no iba en picado hacia el dovin basal, como suponían ellos claramente en vista de su táctica…

Han cortó la energía de los propulsores subluz y activó los motores de frenado. El Halcón Milenario redujo la velocidad como si se hubiera quedado atascado en el barro.

—¡Coris pasando por proa, de babor a estribor! —anunciando. Una salva de proyectiles de cañones de plasma precedía a la pareja de cazas más adelantada que apareció en trayectoria curvilínea desde detrás del dovin basal. Los proyectiles brillantes y luminosos trazaban extrañas curvas por el pozo gravitacional de la mina. Los proyectiles pasaron ante la proa del Halcón a una distancia segura, seguidos al cabo de un instante por los cazas mismos, que se desplazaban ambos demasiado deprisa para modificar su trayectoria cuando vieron la posición del Halcón. El fuego de láser palpitó en sus inmediaciones, pero Han no vio ningún acierto. Ya estaba enviando energía a los motores subluz, dejando que el pozo gravitacional de la mina espacial tomara al Halcón en su abrazo.

Estuvo a punto de perder el momento: la salva de cañones de plasma que precedió a la aparición del caza solitario desde detrás de la singularidad estuvo a punto de alcanzarle la cola. El caza mismo le pasó por detrás a velocidad vertiginosa. Han tiró de los controles y cambió el rumbo, apartándose del dovin basal en vez de dirigirse hacia él.

Contaba ahora con el hecho de que los enemigos se comunicaban entre sí pero existía también un retraso inevitable entre su percepción de la posición del Halcón, su transmisión de la situación del mismo a sus compañeros sin visibilidad que estaban al otro lado del dovin basal, y la capacidad de estos compañeros para reaccionar ante el dato. Había caído en picado hacia el dovin basal hasta que la primera pareja de cazas se comprometieron en su ataque y había frenado después; así, los dos cazas habían pasado por delante de él. Después, cuando el caza solitario había recibido la noticia de que el Halcón había reducido la velocidad, y el propio caza había modificado su curso para interceptarlo, Han había acelerado, y el caza le había pasado por popa.

Así quedaban los dos últimos, que habían recibido la información de que el Halcón Milenario había reducido la velocidad, primero, y había acelerado después. Si aparecían donde pensaba Han que aparecerían, eran ya cadáveres.

—Cazas cruzando de estribor a babor; fuego de interposición al frente —ordenó Han, volviendo a virar el Halcón hacia la singularidad. Era más fácil apuntar su nave al enemigo que explicar a sus artilleras por dónde pensaba que iban a aparecer los malos.

El corazón le dio un brinco cuando los dos coralitas se hicieron visibles en el punto mismo donde él pensaba que estarían, entre el Halcón y el dovin basal. Los dos cazas de combate volaban uno junto al otro, muy próximos, y venían precedidos de una salva de proyectiles fundidos que seguían una trayectoria curva bajo la hipergravitación de la mina. Los láseres lanzaron una cortina de fuego en su derrota y acertaron plenamente a las dos naves, de costado. Una estalló en llamas y se hizo pedazos, y la otra se perdió en la noche dejando un rastro de fuego.

¡Siete abatidos, dos averiadas! Buen total, y la jornada apenas había comenzado.

La adrenalina llevó una sonrisa al rostro de Han. Volvió a dirigirse en picado hacia la singularidad, no porque supiera lo que iba a hacer a continuación, sino porque quería ocultarse: los tres cazas de combate que quedaban estaban rodeando el dovin basal en una trayectoria curva, dispuestos a caerle por la espalda. Pero en esta ocasión no se sirvió del dovin basal para impulsarse hacia una nueva trayectoria; en lugar de ello, manipuló los controles hasta quedar en órbita alrededor de la singularidad. Las jarcias del Halcón gemían por la tensión de la gravedad mientras la nave se desplazaba lateralmente a través del pozo de gravedad del dovin basal.

Vio al frente, a través del espacio deformado por la gravitación, algo que podía ser un caza enemigo.

—¡Abrid fuego al frente! —exclamó de nuevo; y vio el rastro de los haces de láser que salían hacia delante, curvándose en la gravedad de la singularidad como un arco iris ardiente.

—¡Seguid disparando! —indicó; y levantó levemente el morro del Halcón. Los haces de láser curvados subieron por la cola del caza y lo volaron en pedazos.

Se oyeron aclamaciones ruidosas en las torretas de los cañones; hasta la comandante Dorja, tan moderada, chillaba como loca.

—¡Fuego a popa! —gritó Han entre el ruido, mientras dirigía potencia a los motores subluz. Con la percepción alterada por la distorsión del pozo de gravedad, no tenía idea de dónde estaban los demás enemigos, y temía tenerlos a la espalda, dispuestos a caerle encima por detrás, como había caído él sobre el caza enemigo solitario.

Se llenó de alivio cuando vio en sus pantallas que sus preocupaciones eran innecesarias: los enemigos se habían apartado del dovin basal siguiendo una trayectoria completamente diferente y estaban fuera de alcance con mucho. Han mantuvo el rumbo para ver si se daban por vencidos; pero, no, los enemigos volvían a virar hacia ellos, dispuestos a recibir más castigo.

Y había otros dos cazas que se dirigían hacia él, los dos que había dañado, que volvían siguiendo cada uno una trayectoria propia.

Han viró el Halcón Milenario apuntándolo a uno de los dos cazas solitarios, suponiendo que podría abatir a una de las naves dañadas antes de hacer frente a la pareja de naves intactas.

Y entonces chillaron las alarmas de proximidad, y la pantalla de Han se iluminó con la figura de veinticuatro cazas que salían del hiperespacio justo a su espalda.

Hirvió de rabia y frustración.

—¡Tenemos compañía! —gritó, dando un puñetazo sobre el panel de instrumentos—. ¡Desde luego, esto no vale…!

Entonces reconoció la configuración de las nuevas naves, y pulsó la unidad de comunicación entre naves.

—¡Carguero desconocido —dijo una voz por uno de los canales de la Nueva República—, desvíe el rumbo cuarenta grados a babor!

Han obedeció, y una sección de cuatro naves pasó rugiendo junto a su cabina. Los nervios le dieron un salto cuando reconoció las siluetas dentadas de los desgarradores Chiss, cabinas de bola y motores Sienar TIE adaptados a pilones de armas Chiss montados en la parte delantera, diseño que era resultado de su colaboración fructífera con el Imperio bajo el Gran Almirante Thrawn de los Chiss.

Hubo una época en que tener cazas TIE a la espalda habrían sido mala noticia, pensó Han.

—Comandante Dorja —dijo Han—, tenemos aquí a varios amigos suyos.

Pasaron a toda velocidad otras dos secciones de desgarradores seguidas de tres secciones de Ala-E de la Nueva República. La formación se disgregó en estrella justo por delante del Halcón Milenario, con una sección de cuatro naves siguiendo a cada uno de los coralitas que restaban, mientras otras dos quedaban en reserva.

Han pulsó el botón de TRANSMITIR.

—Gracias, amigos —dijo—, pero yo ya me las estaba arreglando solo.

—Carguero desconocido, manténgase apartado. Nosotros nos encargaremos de todo.

La voz tenía un leve matiz altanero, y a Han le pareció reconocerla.

—Como digas, chico —respondió Han; y observó cómo se lanzaban cuatro cazas de combate hacia cada uno de los coralitas. Las naves enemigas no eran capaces de saltar al hiperespacio, y tampoco pudieron huir de los cazas porque habían estado persiguiendo al Halcón Milenario a velocidad próxima a la de la luz, y no pudieron cambiar de rumbo a tiempo.

Los cazas recién llegados no corrieron ningún riesgo; se limitaron a acorralar con profesionalidad a cada uno de los coralitas y a hacerlos trizas, sin sufrir ellos ninguna baja. Después, el escuadrón aliado se volvió hacia la mina de dovin basal y la destruyó cuidadosamente con un bombardeo calculado de torpedos y disparos de láser.

—Buen trabajo, muchachos —les felicitó Han.

—Le ruego que mantenga libre este canal, a no ser que tenga un mensaje urgente —dijo el comandante de los cazas.

—No tan urgente, coronel Fel —dijo Han, sonriendo—. Sólo quería invitaros a una reunión aquí, a bordo del Halcón Milenario, con el capitán Solo, la princesa Leia Organa Solo, de la Nueva República, y la comandante Vana Dorja, de la Armada Imperial.

Hubo un silencio largo y solitario en el intercomunicador.

—Sí, capitán —dijo Jagged Fel—. Sería un honor para nosotros, desde luego.

—Subid a bordo —dijo Han—. Desplegaremos el brazo de embarque.

Y, acto seguido, llamó a C-3PO por el intercomunicador y dijo al androide que tendrían invitados para cenar.