Jacen contempló los resultados con incredulidad. Sentía la atención conjunta de todos los presentes en la sala cuando los datos procedentes de la búsqueda de Wyn en los datos de la biblioteca se listaban en el holopad que tenía delante. Aparecían en el listado todo los sistemas que habían adquirido un planeta nuevo durante los últimos sesenta años. Saba y Danni ya habían examinado casi todas en su búsqueda de los ficheros del FDEC, y los demás habían resultado ser captaciones normales de planetas o encuentros pasajeros con el planeta vivo. En conjunto, había quince captaciones y cuarenta encuentros más. Pero, por desgracia, y para la frustración de todos, todos ellos se podían descartar por algún motivo.
Jacen negó con la cabeza con desánimo.
—No está aquí —dijo.
—Tiene que estar aquí —dijo Mara—. ¡No puede haber ido a ninguna otra parte!
—A no ser que esté oculto en alguna parte del resto de la galaxia —dijo Luke con tono cansado.
—Pero, si lo estuviera, nos habríamos enterado —dijo Mara.
—Quizá no hayamos buscado lo suficiente, sencillamente. Puede que se encuentre en algún rincón secundario; por ejemplo, en el cúmulo estelar de Minos.
—O puede que se haya marchado de la galaxia misma —dijo Danni, con voz cargada de melancolía—. O puede que haya muerto, sin más.
—No —dijo Jacen—. No ha muerto. Disponemos de holos en los que se le ve en su órbita en dos de los sistemas que visitó, ¿no lo recuerdas? —a Jacen le estaba costando trabajo disimular la frustración en su voz—. Y tampoco puede haberse marchado de la galaxia; a menos que sepa acerca del hiperespacio cosas que nosotros no sabemos.
—O ha encontrado el modo de vivir sin sol —propuso Luke.
—Me niego a aceptar ninguna de esas posibilidades —dijo Jacen, negando con la cabeza.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? —dijo Fel, representando la voz de la razón más lógica—. Si lo has buscado y no lo has encontrado, y si has descartado todas las demás posibilidades, ¿qué te queda? Puede que Zonama Sekot no sea, en realidad, más que una leyenda.
—No —dijo Jacen con firmeza—. No; eso tampoco puedo creerlo. Vergere no me habría mentido.
—¿Puedes estar absolutamente seguro de eso?
—Sí —dijo Jacen, devolviendo la mirada al síndico tuerto con determinación terca—. Sí, puedo estarlo. Zonama Sekot es real. Lo único que tenemos que hacer es encontrarlo. De alguna manera… —dijo, volviendo a consultar el holograma.
—Bueno, ahora contáis con el apoyo de las casas si queréis seguir buscando en el Espacio Chiss —dijo Fel.
Jacen se sentía agotado. Su tío le puso una mano en el hombro para darle ánimo. Saba y Mara también le ofrecieron mentalmente su apoyo. Él agradeció aquellos gestos, pero no podía acallar la duda que había expresado en voz alta Soontir Fel. ¿Y si Vergere le había mentido, en efecto? ¿Y si Zonama Sekot no era más que un sueño?
Sintió desde lejos, a casi un cuarto de vuelta alrededor de la galaxia, cómo se rendía Jaina al agotamiento, una vez cumplido su deber. A veces sentía destellos de su hermana gemela, aun desde tan lejos. Aquello le pareció agradable, y deseó poder hacer él lo mismo. Apenas había dormido desde que su llegada a Csilla, y estaba llegando al punto de no ser capaz de pensar como es debido. Sentía su cuerpo débil, vacío y frágil, y si no hubiera sido porque la Fuerza lo sustentaba, se habría derrumbado, sin duda, horas atrás.
Pero sabía que, a pesar de la ayuda de la Fuerza, tendría que acabar por tomarse un descanso. No iba a encontrar ninguna respuesta a base de quedarse sentado, embotado, mirando los datos, por mucho tiempo que pasara así.
—Tendré razón o no la tendré —dijo, poniéndose de pie—, pero me temo que tendréis que seguir buscando sin mí un rato. Necesito un descanso.
Sin decir una palabra más, pasó junto a su tía y salió de la sala, sin atender a la mirada de preocupación de la comandante Irolia mientras se perdía de vista entre los pasillos de la biblioteca.
* * *
Danni acudió a reunirse con él media hora más tarde. Jacen se había refugiado en un rincón del nivel más alto de la biblioteca. Era un sitio tranquilo y sin complicaciones; el lugar ideal para despejarse la cabeza.
—Hola —dijo Danni, llegando junto a él y apoyándose en la pared. Se sentaron juntos en silencio. Sus piernas se tocaban suavemente. A Jacen le pareció que debía decir algo; pero sencillamente no sabía expresar lo que sentía.
—¿Sabes? —dijo ella por fin, tras un largo silencio que él apenas percibió—. He pensado otra cosa.
Jacen se volvió parcialmente hacia ella.
—¿Sobre Zonama Sekot?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Y si se ha hecho pedazos? Las tensiones de tantos saltos por el hiperespacio han debido de hacerle mella. Al fin y al cabo, los planetas son bastante frágiles. Un sólo error podría haberlo destrozado, y nosotros tampoco hemos buscado nuevos cinturones de asteroides.
Jacen agradeció la sugerencia con un gesto amable de la cabeza, pero en realidad no creía en ella. No podía permitírselo. Zonama Sekot estaba allí fuera, ¡tenía que estar! Debía de habérsele pasado por algo en los datos que ya había revisado… o algo que no hubiera buscado todavía.
—¿Estás enfadado conmigo? —dijo Danni, titubeante.
—¿Eh? —la pregunta sobresaltó a Jacen, sacándolo de sus pensamientos—. ¿Enfadado contigo? ¿Por qué crees eso?
—Porque parece que no quieres hablar conmigo, nada más —dijo ella, encogiéndose de hombros.
—No, Danni, no estoy enfadado. Sólo estoy cansado. No he dormido como es debido. He subido aquí para pensar bien las cosas.
—¿Cosas? —repitió ella—. ¿Te refieres a cosas tipo Zonama Sekot?
—Sí, a cosas tipo Zonama Sekot —asintió él, sonriendo.
—Yo también he estado pensando en cosas —dijo—. En cosas tipo tú y yo.
—¿De verdad?
Ella asintió con la cabeza escuetamente, echando una breve mirada a la gran colección de libros que se extendía ante ellos, como si buscara las palabras que pudieran expresar mejor sus pensamientos.
—Es una cosa rara, ¿sabes? Soy capaz de desentrañar los secretos biológicos de los yuuzhan vong; soy capaz de calcular las probabilidades de que un sistema solar capture un planeta nuevo; pero soy capaz de empezar siquiera a adivinar lo que pasa por dentro de tu cabeza, Jacen Solo.
Jacen la tomó de la mano.
—Danni, yo…
—No… déjame terminar. Ya hace unos cuantos años que nos conocemos… desde el principio de la guerra, cuando me rescataste de Helska Cuatro. Pero sólo aquel día, en el arrecife Mester, llegué a verte tal como eras. No como un miembro de la familia Solo, ni como Caballero Jedi, ni como hermano de Jaina… ¡como a ti! Y lo que vi, me gustó.
Jacen recordaba bien aquel día: la diversidad de la vida en los corales y en sus alrededores; el verde de los ojos de Danni y el color moreno de su piel; la promesa de su sonrisa…
—Eres fuerte —dijo Danni—. Quizá te sorprenda saber que te considero la persona más fuerte de toda la Alianza Galáctica. Eres el único que tiene el valor suficiente de poner en duda lo mismo que todos los demás consideran un gran privilegio. La mayoría de las personas aceptarían de buen grado el honor de ser Caballero Jedi, pero tú no. Sabes ver más allá del honor, e intentas entender lo que significa ser Jedi. Una fuerza como esa no se aprende, Jacen; sale de dentro.
»Y eres bondadoso —siguió diciendo Danni—. No; mírame —dijo, al ver que Jacen apartaba la vista, empezando a sentirse apurado—. Son cosas que tienes que oír. En el transcurso de una guerra, a veces resulta difícil recordar las cosas buenas. Se premia a las personas por luchar bien; rara vez por manifestar virtudes más delicadas, tales como la bondad y la compasión, o una lealtad más reflexiva que la obediencia ciega. Tu hermana se lleva todas las medallas, mientras tú te pierdes de vista en un segundo plano.
—Las medallas no me interesan —dijo él—. Y desde luego que no me importa que se las lleve Jaina.
—Eso ya lo sé —le interrumpió ella—. Jamás sentirías resentimiento por los logros de otra persona. Es otro más de tus puntos fuertes… —hizo una pausa y sonrió—. ¿Quieres que te diga otros más?
El negó con la cabeza, sonriendo también.
—Creo que ya capto la idea.
—Jacen, no te digo estas cosas para que te sientas apurado ni para tú me digas otras cosas buenas de mí a cambio. Que no se te ocurra siquiera. Te las digo porque creo que te hacía falta oírlas.
—¿Por qué?
—Porque, para ti, el éxito depende únicamente de encontrar a Zonama Sekot. Lo entiendo, y comprendo la importancia que tiene dentro del plan general de las cosas. Pero también hay un plan menor, en el que creo que ya has tenido éxito. Después de años de cruzarnos el uno con el otro como satélites errantes, me alegro de haberme acercado a ti lo suficiente para poder decirte que te has convertido en un hombre del que me siento orgullosa de poder llamarme amiga.
Danni sostenía con firmeza la mirada de Jacen, con una intensidad sólo igualada por la seriedad de lo que le estaba diciendo.
Lo dejó allí, e indicó a Jacen con un leve apretón en la mano que le tocaba hablar a él. Jacen comprendió que debía decir algo a su vez, se sintiera cómodo o no. Percibía que Danni le estaba hablando de algo que era más que amistad, y él no sabía como definir, a su vez, sus sentimientos en ese sentido. Recordaba vivamente el día que la había rescatado en Helska 4. Le había parecido muy hermosa, mucho mayor y más madura que él y absolutamente inalcanzable. Aunque él la había rescatado de los yuuzhan vong, la verdad era que, al fin y al cabo, él no era más que un chico, y ella era una mujer. Y todavía le perduraba, en parte, aquella impresión. Aunque ahora estaba con él, hablándole de igual a igual, lo que Jacen tenía todavía de chico se mantenía a distancia, incapaz de creer que pudiera ser verdad otra cosa.
«Como satélites errantes…».
Se disponía a intentar explicarle sus sentimientos, cuando le volvieron a la cabeza estas palabras de ella. Le rondaban sus pensamientos, exigiéndole atención. La metáfora de Danni lo inquietaba por algún motivo, pero no por lo que significara para él. Le hacía pensar en la búsqueda estéril que le había hecho emprender Vergere, aunque tampoco le resultaba evidente por qué le habían provocado esa reacción aquellas palabras sencillas. ¿Satélites? Zonama Sekot no tenía ningún satélite, que él supiera. De hecho, le parecía dudoso que pudiera haber conservado algún satélite, con tantos saltos por el hiperespacio como había realizado. Quizá hubiera captado un satélite después. Entonces, le llegó la respuesta, como una iluminación cegadora. ¡Era tan evidente, que le dieron ganas de tirarse de los pelos por no haberlo visto antes!
Consumido por la inspiración, se olvidó por completo de Danni y de su conversación. Temiendo perder más tiempo, perder la oportunidad, se puso de pie bruscamente.
—¿Jacen? —dijo Danni con expresión confusa, soltándole la mano—. ¿Qué…?
—¡Ya lo tengo! —exclamó, soltando una carcajada—. Ven, Danni. ¡Vamos!
Bajó las escaleras a toda prisa, dirigiéndose a la planta baja y al montón inmenso de libros que habían revisado. Era vagamente consciente de que Danni corría tras él, pidiéndole que se detuviera y preguntándole si pasaba algo malo. Pero sencillamente no tenía tiempo para pararse a dar explicaciones; Danni tendría que enterarse de lo que tenía que decir cuando se lo explicara a los demás.
Todos levantaron la vista cuando Jacen llegó corriendo a la mesa. Danni lo seguía a pocos pasos, con gesto de confusión en el que se reproducían las expresiones de los otros.
—Tenemos que hacer otra búsqueda —dijo Jacen sin aliento cuando llegó junto a Wyn.
El primero que le respondió fue su tío.
—¿Otra búsqueda? Pero, Jacen, ya hemos buscado todos los planetas del…
—No debemos buscar planetas —le interrumpió Jacen—. Debemos buscar lunas.
Luke arrugó la frente, pensativo.
—¿Por qué debemos hacer eso?
—Piénsalo —dijo Jacen sin aliento—. Si Zonama Sekot ha entrado en un sistema alrededor de un gigante de gas, no figuraría como planeta, ¿verdad? Figuraría como satélite, igual que Yavin Cuatro. Un mundo habitable en una zona habitable… ¡pero estaría registrado como satélite natural! ¿No te das cuenta? ¡Lo habríamos pasado por alto!
—Pero, Jacen —dijo Danni a su espalda—, una configuración de ese tipo produciría unas fuerzas de marea increíblemente fuertes.
Jacen quitó importancia a esta objeción con un gesto de la mano.
—Estoy seguro de que Zonama Sekot encontraría el modo de resolverlo, del mismo modo que ha encontrado siempre el modo de escapar cuando le hacía falta. Está dotado de recursos y de determinación —se volvió hacia su tío, deseando que el Maestro Jedi le creyera—. Sé que tengo razón en esto. Tenemos que realizar la búsqueda.
Su tío se lo pensó durante un largo momento, y consultó después a Wyn.
—¿Tardará mucho?
La muchacha dio muestras de nerviosismo al convertirse, de pronto, en centro de atención.
—Eso depende de cuantos objetivos haya.
—Probablemente no habrá demasiados —dijo Danni—. Las captaciones por sistemas solares ya son poco frecuentes de suyo, pero la captación de satélites exteriores al sistema, de tamaño de planetas, por gigantes de gas, sería rarísima. Me extrañaría encontrar una sola en los últimos cien años. Las probabilidades de que haya tenido lugar en la zona habitable de un sistema solar son ínfimas.
—Entonces, ¿es posible que Jacen tenga razón? —preguntó Mara.
Danni echó una mirada crítica a Jacen, y después se encogió de hombros y sonrió.
—Supongo que sólo hay una manera de descubrirlo —dijo.
Jacen envió hacia ella una oleada de gratitud cálida.
* * *
La expresión de rabia del rostro de Shimrra era la más satisfactoria que había visto nunca Nom Anor. Aun desde lejos y vista por un transmisor villip oculto en les vestiduras de Ngaaluh, la emoción le llegaba hasta lo más hondo de su negro corazón.
—Vuelve a contarme cómo tu incompetencia permitió la huida de los fugitivos —dijo Shimrra, con ese tono tenso, demasiado controlado, que anunciaba una próxima explosión de ira.
—Sí, Señor Temido.
El comandante Hreven Karsh respiró hondo y repitió casi literalmente su explicación anterior de cómo sus guerreros habían permitido que un grupo reducido y relativamente desvalido de Jedi y de imperiales se les deslizaran entre los dedos en las Regiones Desconocidas. Nom Anor no había captado los antecedentes, pero parecía ser que aquel grupo, dirigido por los Skywalker, había desempeñado un papel fundamental en el fracaso de una operación que debería haber borrado por completo al Remanente Imperial, una nación aislada pero muy militarista. Desde allí, el grupo se había trasladado a las Regiones Desconocidas. Karsh, enviado por el jefe que dirigía el ataque al Remanente Imperial, había seguido desde lejos a los miembros de aquella misión, pero los había perdido de vista en el límite del Espacio Chiss. El paradero actual de los Skywalker era desconocido, con gran disgusto y vergüenza por parte de Karsh.
Hreven Karsh era un comandante sin experiencia. Su pariente Komm Karsh había muerto intentando conseguir información de las bibliotecas abominables de Obroa-Skai, y Hreven había pasado a ocupar su cargo con gusto y ambición. Se le habían realizado precipitadamente las modificaciones rituales (se le habían insertado corazas de cangrejo vonduun bajo la piel, a las que se había hecho crecer y solaparse a diversos ángulos, de manera que su piel había adquirido el aspecto de una corteza hinchada e irregular). De hecho, todavía le supuraban las heridas. Pero la incomodidad que le producían no era nada comparadas con la humillación que debía sentir al tener que explicar con detalle su fracaso al Sumo Señor… ni con el inevitable castigo que sufriría a continuación.
—Ahora mismo estamos peinando los límites del Imperio Chiss en busca de cualquier indicio de los fugitivos, y…
—«¿Peinando?» —le interrumpió el Sumo Señor, bajando con aire amenazador de su trono espinoso de coral yorik, rojo como la sangre. Su cara cubierta de heridas, de cicatrices, de tatuajes, formó una mueca burlona. Los implantes mqaaq’it que llevaba en las cuencas orbitales ardían con una mirada de ira que todos conocían demasiado bien—. ¿Has dicho «peinando»?
Karsh tragó saliva, inquieto, mientras el Sumo Señor se acercaba a él con pasos cuidadosos, medidos.
—Eso he dicho, Sumo Señor —dijo, con tono que sólo podía ser de disculpa.
—¿Qué eres tú, Karsh? ¿La doncella de una princesa de los infieles? —soltó Shimrra con desprecio, hablando a pocos centímetros de la cara del comandante.
—¡No, mi señor! Sólo quería decir…
—Nosotros somos los yuuzhan vong, Karsh. Nosotros no peinamos. Tomamos. Esta galaxia y todo lo que contiene nos pertenece, ¡incluidos los mundos de las Regiones Desconocidas! Así se lo has de recordar a los chiss. Si están albergando a los fugitivos que buscas, sus fronteras no deberán ser obstáculo para ti. Ni tampoco alimentarás sus delirios de grandeza. Los pondrás en su lugar, y lo harás tomando lo que es nuestro por derecho propio, no a base de peinar con delicadeza lo que los chiss creen equivocadamente que es suyo. ¿Está claro?
—¡Sí, Supremo! —dijo Karsh, irguiéndose con decisión—. Te aseguro que se encontrará a los Jeedai. Lo juro por el nombre de mi dominio.
Había desaparecido el miedo de su voz. Parecía más aliviado, al ver que su audiencia con Shimrra parecía estar terminando. Con suerte, todavía podía salir indemne de aquella reunión. Nom Anor, desde su posición más cómoda lejos de la ira de Shimrra, sabía que no sería así. Al enviar a Karsh a las Regiones Desconocidas, Shimrra había sacrificado al comandante, en una jugada que no serviría más que para ganarse un nuevo enemigo.
—Excelente, Karsh. Excelente —dijo Shimrra. Volvió a su trono, se sentó y miró una vez más al comandante—. Ahora, ven aquí y dame tu mano.
Karsh así lo hizo: subió nerviosamente los peldaños y tendió a Shimrra una mano provista de garras y cubierta de cicatrices. El Sumo Señor miró al comandante a los ojos y sonrió.
—No —dijo, acomodándose entre sus vestiduras negras y grises—. Córtatela y dámela. La guardaré como recuerdo de tu promesa. Si me vuelves a fallar, sacrificaré a los dioses todos y cada uno de los miembros de tu dominio. ¿Lo has entendido?
Karsh asintió con la cabeza, tenso, comprendiendo muy bien que Shimrra hablaba completamente en serio. Sacó de la funda que llevaba a un costado un coufee de borde afilado; lo levantó con una mano y, con rostro inexpresivo, se cortó con él limpiamente la otra mano. La mano amputada cayó al suelo con un golpe sordo. Se oyeron unos pasos rápidos cuando la figura doblada, mutilada, del familiar de Shimrra salió a recogerla, jugueteando, mientras Karsh se mantenía rígido y firme.
Shimrra esperó un largo momento, mientras la sangre de Karsh se derramaba en tierra y le salpicaba las botas. Después, hizo un gesto de aprobación al comandante.
—Puedes marcharte.
Karsh caminó rígidamente hacia la salida. Se veía con toda claridad en el villip. Nom Anor tenía por fin lo que necesitaba: una visión del santuario de Shimrra, una escucha de las palabras y los pensamientos del líder de los yuuzhan vong.
Estaba claro que las cosas no marchaban bien al Sumo Señor. Parecía que la falta de avances desde la toma d Yuuzhan’tar había afectado a todas las fuerzas de los yuuzhan vong. Se habían formado núcleos de resistencia donde no los había; se habían saboteado las líneas de suministros; la formación terrestre del mundo-capital no avanzaba, y los sacerdotes advertían son cesar de la difusión de la herejía entre las castas inferiores. Esto último era lo que más agradaba a Nom Anor. Su labor había arrojado una oleada de disensión contra los muros de la fortaleza de Shimrra.
La satisfacción de Nom Anor fue en aumento a medida que la conversación que tenía lugar en el salón del trono de Shimrra pasaba a otras cuestiones. Oía perfectamente hasta la última palabra. Atacar a Ngaaluh había resultado ser lo mejor que había hecho. En vez de hacer que la sacerdotisa lo temiera, parecía que había tenido el efecto de reafirmar la resolución de ésta para desafiar al Sumo Señor.
—Te debo la vida, Maestro —le había dicho Ngaaluh, jadeante, tendida en el suelo, el día que se habían vuelto a conocer en sus nuevas circunstancias. Estaba débil y pálida, pero iba recobrando la fuerza. El antídoto que le había administrado Nom Anor iba surtiendo efecto poco a poco—. En verdad eres Yu’shaa, el compasivo, y yo soy tu humilde sirviente.
Nom Anor sabía reconocer las oportunidades, y tampoco dudaba en aprovecharlas cuando le salían al paso.
—Te he devuelto la vida —había dicho a la sacerdotisa—. ¿Qué estás dispuesta tú a darme a cambio?
—Te daría mi propia vida, mi señor.
—¿Estarías dispuesta a arriesgarla por mí?
—Sin dudarlo, mi Maestro.
—¿Y si te pidiera que la arriesgaras por los Jedi?
—Aunque me pidieras que la arriesgara por un gusano ghazakl, yo lo haría sin vacilar —le había dicho Ngaaluh—. Pero por los Jeedai ofreceré mi vida en sacrificio con alegría, para poder volver a ser una con la Fuerza.
Nom Anor recordaba claramente estas palabras de Ngaaluh. Era una conclusión que no procedía de él ni de sus seguidores; se trataba, más bien, de algo pensado por la propia Ngaaluh. A lo largo de los días siguientes, mientras la sacerdotisa recuperaba la fuerza poco a poco, Nom Anor la había interrogado, buscando el origen de esta conclusión y de otras a las que había llegado Ngaaluh por su cuenta antes de decidirse a ir a buscar al profeta. Resultó que Ngaaluh había mantenido contactos con la criatura traicionera llamada Vergere, quien había sembrado en su mente la semilla de la duda mientras estaba custodiada por la secta del engaño. A partir de entonces, Ngaaluh llevaba algún tiempo dudando de los dioses oficiales y había estado buscando el modo de incorporar a los Jedi y a la Fuerza en la visión del mundo que le habían enseñado. Algunas conclusiones de la sacerdotisa concordaban con las propuestas inventadas por Nom Anor, tales como la idea de que la Fuerza era un reflejo del espíritu de Yun-Yuuzhan; pero otras eran verdaderamente propias de Ngaaluh. A Nom Anor le parecía muy inspirada la idea de que la muerte reunía a los yuuzhan vong con el espíritu de su creador… además, esta idea le permitía ofrecer a los Avergonzados un pretexto para que arriesgaran las vidas a su servicio.
La sacerdotisa, familiarizada como estaba con las artes del engaño y la falsedad, había localizado la fuente del mensaje del profeta y, gracias a su sinceridad, había sido aceptada entre los acólitos. Nom Anor no era tan ingenuo como para aceptar ciegamente la entrega de la sacerdotisa. Sabía que existía la posibilidad de que Ngaaluh fuera una agente doble que no hiciera más que repetir las palabras que sabía que Nom Anor quería oír. Pero la oportunidad de enviar a Ngaaluh a la presencia de Shimrra provista de un transmisor villip era demasiado ideal como para rechazarla.
—… marcado descenso en el programa de desestabilización de los territorios remotos —decía un subalterno—. La fase de infiltración está completa en muchas comunidades rivales, y en otras el conflicto ha escalado hasta la guerra declarada. Pero los infieles han intervenido al menos en dos casos para frenar nuestra labor. En ambos casos, no sólo se perdió la labor de nuestros agentes, sino que en última instancia sirvió para reforzar a los infieles. Me temo que esto contrarresta los buenos resultados conseguidos en otras zonas.
—Éste fue el programa que puso en marcha Nom Anor, ¿no es así? —preguntó un asistente—. En tal caso…
—¡No pronuncies ese nombre en mi presencia! —le interrumpió vivamente Shimrra, poniéndose de pie. Después, sonrió, más contenido pero sin el menor humor—. Sólo quiero volver a oír el nombre del traidor cuando tenga ante mí su cabeza cortada y cuando lleve como manto su piel desollada —los implantes mqaaq’it del Sumo Señor ardían como soles en miniatura—. Harás bien en recordarlo. De lo contrario, será tu cabeza la que tendré ante mí.
El asistente retrocedió.
—Sí, Muy Potente y Poderoso. Sólo quería señalar que el fracaso de este programa podía deberse a que dicho programa es obra de un cierto ex Ejecutor. Tenía defectos de partida, mi señor, y quizá haya que abandonarlo, por tanto.
—No —dijo Shimrra, pensativo, bajando los peldaños de su trono—. Era un buen plan cuando se planteó, y sigue siendo un buen plan. Seguiremos con el programa, de momento. Es un empleo eficaz de los recursos en una región alejada del frente principal. Las alianzas temporales que se formen por la incompetencia de nuestros agentes se corregirán cuando haya caído el resto de la galaxia.
Cuando el subalterno se retiró y se perdió entre el anonimato del grupo, Nom Anor se dijo que debía sentirse satisfecho, más que dolido. El reconocimiento por parte de Shimrra del mérito de su plan de desestabilización era la mayor alabanza que había recibido jamás por parte del Sumo Señor. Era agradable saber que, por mucho que lo vilipendiaran, al menos se apreciaba su habilidad. Pero le fastidiaba que le llamaran simplemente «un cierto ex Ejecutor».
—¿Qué noticias hay de los herejes? —preguntó Shimrra.
El sumo sacerdote Jakan se adelantó con reverencia.
—Nuestros espías no han conseguido llegar al círculo central de mando —dijo—. Nuestra falta de conocimiento de su doctrina es demasiado grande; la lealtad de ellos es demasiado fuerte.
—Lealtad, ¿a qué?
—A su líder, Sumo Señor. De él arranca esta herejía.
—¿Y cómo se llama este supuesto líder de Avergonzados?
—Se llama el profeta Yu’shaa.
—¿Un profeta? —Shimrra profirió una risa breve y amenazadora—. ¿Y este profeta ve cosas? ¿Ve las cosas que han de pasar?
—Eso dicen, Sumo Señor.
—¿Y ve su propia muerte, me pregunto? —el sumo sacerdote no respondió a esto, ni esperaba respuesta Shimrra. El Sumo Señor cerró un puño nudoso y lo levantó a la vista de todos—. Quiero que lo destruyáis. ¿Me oís? Quiero que lo encontréis y lo destruyáis. ¡Quiero que sea aplastado, con todos los que lo siguen!
—No será fácil —anunció Ngaaluh con voz tranquila, ocultando la voz de su corazón tras un informe de los servicios de inteligencia. Había asegurado al sacerdote Harrar que disponía de información recogida por el trabajo de su secta, convenciéndole así de que la invitara a pasar con él al salón del trono—. Los seguidores de Yu’shaa aumentan con regularidad a cada día que pasa. Su mensaje se extiende más lejos. A través de ellos, su voz va pasando de ser un susurro a convertirse en un grito que pronto será tan fuerte que nadie será capaz de acallarlo.
Shimrra se volvió hacia él con rictus de ira fría. Por la firmeza de la imagen recibida, Nom Anor advirtió que Ngaaluh no retrocedió ni tembló cuando el Sumo Señor se acercó a ella.
—¿Y qué será lo que gritarán, sacerdotisa? —le preguntó. Estaba tan cerca de ella, que el rostro marcado y tatuado del antiguo señor de Nom Anor parecía llenar el villip—. ¿Qué es lo que quieren?
Ngaaluh no vaciló.
—Quieren categoría social, Altísimo. Quedar des Avergonzados. Quieren aceptación.
El rostro repugnante de Shimrra se contrajo en una mueca de incomprensión. «¿Aceptación? ¿Des-Avergonzados? —Nom Anor apenas pudo contener una risita. Casi leía lo que pasaba por la mente del Sumo Señor—. ¿Qué tonterías de infieles son éstas?».
La incomprensión se desvaneció. Shimrra se apartó. No era ningún estúpido. No iba a entender mal el objetivo último de la herejía. El concepto de la redención de los Avergonzados atacaba el corazón mismo de la jerarquía yuuzhan vong. Minaba la autoridad de los que estaban en lo alto de esa jerarquía. Otorgaba una voz a los que estaban aplastados al fondo de la misma.
El día glorioso en que Nom Anor entrara en el salón del trono del Sumo Señor como líder des-Avergonzado de una corriente creciente de descontentos, miraría a los ojos a Shimrra de igual a igual. Sólo entonces comprendería Shimrra el alcance de su derrota y del triunfo de Nom Anor.
Que «un cierto ex Ejecutor» hubiera podido abrirse camino hasta el corazón de la pirámide del Sumo Señor desde su último sótano, demostraría a todos que había que tenerlo en cuenta. Su nombre dejaría de ser maldito.
Onimi, el repelente familiar del Sumo Señor, dijo con voz cantarina y aguda:
No han de conseguir, mi señor, en verdad,
sus sueños de sedición hacer realidad.
Shimrra volvió la atención a su familiar.
—Ya sé que parece absurdo, inconcebible; pero, si todos los Avergonzados se rebelaran, tomaran las armas…
No les bastará con ser muchos
Ni con cualquier entrega ni empeño.
Te protegen noche y día tus leales
que darán la vida por su dueño.
—Vaya que sí —dijo Shimrra, recorriendo con una mirada ceñuda a los presentes en el salón. Sus pensamientos volvían a ser evidentes: además de los cuidadores, los administradores y los sacerdotes, que tenían dificultades cada vez mayores para mantener su reino, Hreven Karsh le había fallado; un plan muy bueno que había instaurado un fugitivo empezaba a desmoronarse, y una sacerdotisa le acababa de comunicar su sentencia de muerte. ¿Y aquellos eran los que debían protegerle?
No, desde luego que las cosas no marchaban bien para el Sumo Señor.
«Vaya que sí —se repitió Nom Anor con euforia creciente—. ¡Y si de mí depende, Shimrra, las cosas se te van a poner mucho peores todavía!».
* * *
Cuando Leia entró en la enfermería bakurana, no pudo evitar sentir que ya había pasado por todo aquello. Ya había estado en bastantes unidades médicas en su vida para saber que todas tenían más o menos el mismo aspecto, y aquella no era ninguna excepción. Pero su impresión de déjà vu no se debía a aquello. Lo que otorgaba a aquel momento un sentido de familiaridad tan fuerte era el paciente.
Tahiri yacía inconsciente en la única cama de la habitación, como lo había estado en Mon Calamari. La única diferencia eran sus ojos. Esta vez los tenía muy abiertos, pero sin ver nada. Podría haberse creído que descansaba pacíficamente, si no fuera por el fuerte ardor de sus cicatrices. Parecía que las marcas que le había dejado en la frente el maestro cuidador yuuzhan vong se encendían como reacción a sus agitaciones psicológicas. Los meditécnicos de Salis D’aar no habían encontrado ningún medio de aliviar su sufrimiento interior. La muchacha no producía ninguna impresión en la Fuerza, con lo que a Leia no le quedaba nada con que trabajar. Sólo podía imaginarse lo que pasaba por dentro de la mente y del cuerpo de la joven.
Jaina y Jag levantaron la vista desde sus puestos junto a la cama. Se suponía que Jaina no debía levantarse de la silla flotante que le había asignado el droide médico; pero, con la independencia que la caracterizaba, la había dejado a los pocos minutos de levantarse de la cama. Jag no se había apartado de su lado desde que se había despertado, a pesar de que él mismo debía de estar tan agotado como ella. Se cogían fuertemente de la mano siempre que estaban lo bastante cerca, como si estuvieran aterrorizados de soltarse por miedo a perderse el uno al otro de nuevo.
A Leia le producía ternura pensarlo. Ella misma había sentido lo mismo muchas veces y lo entendía muy bien. Lo que le agradaba más que cualquier otra cosa era que Jag iba abandonando poco a poco sus reservas sobre las manifestaciones de cariño en público. Parecía como si lo cerca que había estado de sufrir la tecnificación le hubiera hecho darse cuenta de que la vida es demasiado corta para derrocharla en preocuparse de lo que pensará la gente.
—¿Cómo está? —preguntó Leia.
—Igual —dijo Jaina, volviendo a dirigir su atención a Tahiri—. No responde a ningún tratamiento, y yo no puedo comunicar con ella. Quizás la Maestra Cilghal pudiera hacer algo, pero… Es como si no estuviera aquí —concluyó Jaina, encogiéndose de hombros con impotencia.
Pasaron un largo momento mirando a la muchacha lesionada. La habitación se llenaba del pesimismo de sus pensamientos. Después, Jaina hizo un claro intento de cambiar el ánimo reinante, irguiéndose y estirando los brazos.
—Entonces, ¿se ha ratificado ya el nuevo acuerdo?
—Está firmado y sellado —dijo Leia, agradeciendo el cambio de tema—. El Movimiento de Emancipación P’w’eck se ha aliado formalmente con Bakura. Lwothin y Panib han firmado los documentos hace media hora. Han acordado celebrar elecciones antes de un mes, repartirse todos los bienes de los ssi-ruuvi ganados en la batalla, y poner en marcha un programa de liberación para los p’w’eck que se quedaron allí. Yo supongo que, cuando corra la voz, empezarán a recibir refugiados del Imperio al cabo de unos meses, y algún tipo de represalias en cuestión de un año. Espero que, para entonces, Bakura esté lo bastante fuerte para defenderse sola. Al menos, lo estarán esperando y podrán prepararse.
—¿Y el Keeramak? —preguntó Jag.
—El cuerpo ya viaja de vuelta hacia Lwhekk. Suponen que devolver el cuerpo de su gran shreeftut servirá para apaciguar temporalmente al Cónclave ssi-ruuvi, aunque provoque al Consejo de Ancianos. Al menos, el conflicto resultante los tendrá entretenidos algún tiempo.
Leia seguía asombrada ante la complejidad y la audacia del plan del Keeramak. Después de haber subido al poder diez años después de que el Imperio quedara diezmado a manos de la Nueva República, se había servido de su estatus singular para formular una represalia que había estado a punto de dar resultado. No había resultado difícil fingir una rebelión de los p’w’eck; los mundos de la Nueva República comprendían muy bien la idea de una rebelión, por lo que la historia no había parecido inverosímil a los locales. El temor perdurable de que los p’w’eck fueran tan malos como sus antiguos amos sólo se podía apaciguar a base de garantías desde la cúspide misma del gobierno bakurano, y el Keeramak había encontrad un modo hábil de resolver el problema.
—Los técnicos en droides han terminado de analizar el brazo de Cundertol —dijo Leia.
Jaina endureció el rostro.
—¿Y…?
—Es lo que creías tú. Era un androide de réplica humana.
Jaina se estremeció, y Jag la abrazó suavemente por los hombros.
—Parecía tan real…
Leia asintió con la cabeza, comprendiendo la repugnancia de su hija.
—Las especificaciones técnicas de su muñeca y de su mano coinciden con las de los droides que fabricaba Simonelle el ingoiano hace más de treinta años. Los huesos son de polialeación; los músculos y otros órganos están hechos de biofibra; la piel se cultivó en una cuba de clonación, y todo lo demás no es más que sintocarne. Es abominable, pero la verdad es que es un trabajo increíble.
—No me extraña que no quisiera que lo examinaran en el Selonia —dijo Jaina.
—Yo no creía que fueran posibles estas cosas —dijo Jag a Leia—. Los servicios de inteligencia imperiales informaron que el Proyecto Señuelo había fracasado.
—Y fracasó. Nunca conseguimos hacer funcionar los cerebros droides; aunque Simonelle sí que lo consiguió, modificando un verbocerebro AA-1. Pueden resultar útiles en determinadas circunstancias, aunque en general tienden a ser torpes y poco convincentes.
—Cundertol no tenía nada de eso —dijo Jaina frotándose el esternón, que evidentemente le seguía doliendo por el golpe recibido del primer ministro.
—Alguien que se mueve en el mercado negro ha debido de realizar progresos en los últimos veinticinco años. Y también había alguien dispuesto a remunerar su trabajo. Mucho antes de que nacieras tú, Jaina, los ARH costaban más de diez millones de créditos. Apenas me puedo imaginar lo que costaría uno hoy día.
—Estoy segura de que ya nos enteraremos, cuando Vyram y Malinza hayan terminado de localizar los créditos desaparecidos.
El gobierno había propuesto a los dos ex activistas un programa de «rehabilitación», dentro del cual deberían demostrar, entre otras cosas, que la información que habían descubierto antes era auténtica. Aunque se les había absuelto de la acusación de secuestro, Libertad había sido un movimiento clandestino, y algunos elementos del gobierno provisional querían garantías de que ya no llevaran a cabo actividades ilegales.
Salkeli, por su parte, había sido condenado por múltiples delitos. El rodiano iba a pasar muchísimo tiempo sin volver a ver la luz del sol.
—A ver si lo he entendido, entonces —dijo Jag, frunciendo el ceño—. Cundertol paga clandestinamente a alguien millones de créditos para que le construya una réplica de él mismo. ¿No es así?
Jaina asintió.
—Y contrata al Caballero Alegre para que recojan el droide del fabricante y lo entreguen en alguna parte, aquí cerca —siguió contando Jaina—. Todavía no sabemos dónde; puede que fuera en una base abandonada o en una estación temporal. En realidad, no importaba dónde, con tal de que fuera un lugar discreto.
—Después, finge su propio secuestro —prosiguió Leia—. Esto es lo más difícil. Tiene que salir del planeta y volver sin despertar sospechas. No puede llevarse a sus guardaespaldas ni a sus asesores. Tiene que estar completamente solo durante el proceso.
—Y ese proceso era la tecnificación —dijo Jag, palideciendo de pensarlo—. Me parece increíble que se haya entregado voluntariamente a los ssi-ruuk para que le pudieran absorber el alma.
—Bueno, debía de estar bien seguro de que no lo meterían sin más en una nave droide hasta consumirlo. Al fin y al cabo, él era para ellos la llave de Bakura. Mientras ellos le dieran lo que quería, él cumpliría a su vez.
—En realidad, son dignos de admiración —dijo Jaina—. El plan era verdaderamente brillante. Iban a conseguir un mundo entero, a cambio de dar la inmortalidad a Cundertol. Y casi dio resultado.
—Pero ¿habría dado resultado? —preguntó Jag—. Yo creía que la tecnificación no era permanente… que la energía vital del sujeto iba decayendo gradualmente.
Jaina asintió.
—Cuando conocimos a Lwothin, nos explicó que habían realizado avances significativos en la ciencia de la tecnificación. Eso, al menos, era cierto.
—Hubo un estudiante Jedi llamado Nichos Marr al que le realizaron un proceso similar por motivos médicos —explicó Leia—. Murió en el Ojo de Palpatine; por eso, no sabemos cuánto habría durado.
—Pero Cundertol no era un droide torpe, como lo era Nichos —repuso Jaina—. Parecía tan verdadero como tú o como yo… hasta tenía el olor verdadero; de lo contrario, no habría engañado a Meewalh y a Cakhmaim. Cuando los ssi-ruuk lo hubieran metido en el ARH y lo hubieran enviado de vuelta, lo único que tenía que hacer él era evitar la invasión y marcharse. Ya podría resolver los problemas más tarde, y nadie se habría enterado de nada.
—La tripulación del Caballero Alegre me da lástima. Cundertol los sacrificó a todos para que nadie pudiera contradecir su historia.
—Es la marca de una mente maestra malvada —dijo Leia, recordando su viaje anterior a Bakura y su primer encuentro con el espíritu de su padre—. Está dispuesto a pagar cualquier precio para garantizar su propia supervivencia.
Jaina bajó los ojos hacia Tahiri. La muchacha había pasado toda la conversación inmóvil. Tenía los ojos clavados en el techo, sin más movimiento que un pestañeo ocasional de regularidad cronométrica. Esto, y el leve ascenso y descenso de su pecho, eran las únicas señales de vida que daba.
—No habéis encontrado su cuerpo —dijo Jaina.
No era una pregunta, pero Leia respondió.
—No.
Hubo movimiento en la puerta. Leia, creyendo que se trataría de un meditécnico que venía a examinar a Tahiri, se apartó para dejarle pasar. Pero eran Goure, el ryn que se había hecho amigo de Tahiri, y un nativo de Bakura, un kurtzen vestido con una túnica gris de color de arena, sin mangas y ceñido con un ancho cinturón. Colgaban del cinturón numerosas bolsas que sonaban al andar.
—Perdón —dijo el ryn, avergonzado—. No quería molestar.
—No, por favor, adelante —dijo Leia. Jaina le había relatado lo poco que Tahiri había contado del ryn—. Han llegará más tarde. Sé que querrá hablar contigo.
—Ah —dijo Goure, con aparente incertidumbre.
—Tiene un amigo del que no ha oído hablar hace tiempo, y le parece que tú lo puedes conocer. Es un ryn llamado Droma.
—¿Droma? —Goure reflexionó un momento—. Me temo que no me suena. Seguramente podría encontrártelo si quieres. Es muy probable que alguno de mis colegas lo conozca.
—Déjalo —dijo Leia—. No tiene importancia. Estoy seguro de que le va bien, esté donde esté. Han tenía curiosidad, eso es todo —Goure se comportaba con amabilidad y tranquilidad, muy agradable—. Tiene el mismo don que mi marido.
Goure frunció la frente de color ahumado.
—¿Qué don?
—El de saber sobrevivir, claro está —dijo Leia, esbozando una sonrisa tan amplia como la de Goure. Después, apartó la vista. El kurtzen estaba de pie a un lado, esperando con paciencia. La cabeza cubierta de surcos le relucía a la luz fuerte del hospital.
—Te presento a Arrizza —dijo Goure, siguiendo la mirada de Leia—. Le he pedido yo que viniera.
—Es un placer —dijo Leia, acercándose al kurtzen e inclinando la cabeza en una leve reverencia de saludo—. Te presento a mi hija, la teniente coronel Jaina Solo, y al coronel Jagged Fel —ambos saludaron con la cabeza, y Arrizza hizo una reverencia a su vez—. Pero supongo que has venido a ver a Tahiri y no a nosotros —añadió Leia cuando hubieron concluido las presentaciones.
—Hemos venido a ayudarla, sí —dijo el kurtzen, intercambiando una mirada con Goure.
—¿Ayudarla, en qué sentido? —preguntó Jaina—. Los meditécnicos y los sanadores no han sido capaces de hacer nada por ella. ¿Por qué creéis que podéis ayudarla vosotros?
—No han podido ayudarla porque no saben lo que le pasa —la interrumpió Goure—. Están buscando una enfermedad física. No la encontrarán, porque Tahiri no está luchando contra una enfermedad. Está luchando contra sí misma.
Jaina miró a Leia y volvió la vista de nuevo a Goure.
—¿Te habló de su problema?
—Yo vi lo suficiente para confirmar lo que ya había oído contar. Todos los de la familia ryn conocemos la historia de la Jedi-que-fue-conformada. Sabemos que los Avergonzados yuuzhan vong se la cuentan unos a otros como epístola de esperanza. También sabemos que se procura ocultar fuera de determinados círculos de la Alianza Galáctica. Si corriera la voz de que los cuidadores yuuzhan vong habían corrompido a una Jedi, de que tal cosa es posible siquiera, podría deteriorarse espectacularmente el apoyo creciente que se están ganando los Jedi.
Era inútil negar nada de lo que decía Goure.
—Es verdad —reconoció Leia—. Mezhan Kwaad intentó convertir a Tahiri en guerrera yuuzhan vong dándole una nueva personalidad, la de una guerrera yuuzhan vong llamada Riina. Mi hijo Anakin la rescató y consiguió romper la programación. Creíamos que la personalidad nueva se había borrado, pero ahora parece más probable que Tahiri se limitara a dejar enterrado aquello.
—No se trata de enterrar «aquello» —dijo Goure—, sino de enterrarla «a ella». Riina, de Dominio Kwaad, no quiere que la entierren. Como todo ser inteligente, quiere vivir. Mientras no se le permita, no será fácil hacer que quede en reposo.
—¿Es real? —preguntó Jag—. ¿No es un simple fruto de la imaginación de Tahiri?
El ryn negó con la cabeza.
—En cierto modo, Riina es tan real como la propia Tahiri. Verás, no se limitaron a lavar el cerebro a Tahiri para que pensara y obrara como una yuuzhan vong. Mezan Kwaad diseñó a Riina como persona por derecho propio, con todo lo que esto supone. Tahiri, a su vuelta, tenía en su cabeza algo más que el conocimiento de la lengua y las costumbres de los yuuzhan vong; tenía consigo los elementos de una personalidad nueva que quería controlar su cuerpo.
—Pero Tahiri se restableció —dijo Jag—. Estaba bien.
—Sólo hasta la muerte de Anakin —observó Leia—. Desde entonces ha estado debatiéndose.
—Pero esta Riina no puede haber vuelto a aparecer sin más —adujo Jag—. Debe de haber sucedido algo que desencadenara su aparición.
—Estoy de acuerdo —dijo Goure—. Y creo que el factor desencadenante fue que la Alianza Galáctica empezara a hacer progresos recientemente en su guerra contra los yuuzhan vong. No olvidéis que cuando Riina cobró ser, su gente estaba en ascenso. Puede que ella hubiera caído, pero también había caído Coruscant, también había caído el Senado. Su pérdida personal estaba más que contrarrestada por las victorias de sus compatriotas. En último extremo, no creo que llegara nunca a creer en una derrota de los yuuzhan vong, lo que ahora parece muy posible. Ante la derrota, el espíritu yuuzhan vong contraataca. Por desgracia para Tahiri, este contraataque tiene lugar dentro de ella misma, en vez de fuera, como nos sucede a los demás.
—Entonces, ¿cómo nos libraremos de ella? —preguntó Jaina, con ojos brillantes de lágrimas. Leia sabía que Jaina se sentía responsable del hundimiento y las lesiones que había sufrido Tahiri en Bakura. Ya había sospechado la presencia de Riina en Galantos, pero entonces no había sabido qué hacer.
—Sólo hay una manera segura de conseguirlo —dijo Goure.
—¿Cuál es? —insistió Jaina.
El ryn le clavó una mirada fija y calculadora.
—Matar a Tahiri, naturalmente.
—¿Qué? —exclamó Jaina con voz fría y airada—. No pienses siquiera en hacer bromas con una cosa así…
—Te aseguro que no es ninguna broma —dijo el ryn. La energía reprimida le hacía temblar la cola—. El error fundamental que estáis cometiendo todos los presentes es suponer que Riina es algo que se puede amputar a Tahiri sin más. Pero Riina no es una especie de tumor; forma parte de Tahiri como la propia Tahiri.
—No lo entiendo —dijo Jag, negando con la cabeza.
—Yo tampoco estoy completamente seguro de entenderlo, para ser sincero —dijo el ryn, como disculpándose—. Aunque supongo que los de mi especie tenemos más afinidad con los desarraigados y los refugiados que otros pueblos, ya que hemos pasado la mayor parte de nuestra historia siendo una cosa u otra, o ambas a la vez. Desde Yavin Cuatro, Tahiri ha quedado distanciada de todos los demás, por su experiencia y su conocimiento del enemigo. Anakin la aceptó, pero después murió y la dejó sola. Sabemos que los lazos de familia son muy fuertes entre los yuuzhan vong, por lo que quizás haya intentado apegarse a ti, que eres familia de Anakin. Pero en última instancia no habría sido suficiente para mantener su estabilidad. Lo que ella necesitaba no se lo podía dar nadie, salvo ella misma.
El ryn se acercó a la cama de Tahiri y le puso una mano en la frente. Ella no dio muestras de percibir su presencia.
—Los cuidadores saben lo que se hacen. Se propusieron convertir a Tahiri en guerrera yuuzhan vong, y lo consiguieron.
—Pero no consiguieron librarse de Tahiri —dijo Leia.
Goure asintió.
—Pudo volver gracias a Anakin, pero entonces descubrió que su mente estaba habitada por otra. Y que esa otra tampoco tenía intención de marcharse sin más. Desde el punto de vista de Riina, la intrusa es Tahiri. Desde que se volvió a despertar Tahiri, ésta ha hecho poco más que resistirse a Riina. Por desgracia, es una batalla sin victoria posible, que le está causando un desgaste mental terrible.
—Si no tiene victoria posible, ¿qué propones que hagamos con ella? —preguntó Jaina.
—Es sencillo —dijo el ryn volviéndose hacia ella—. Tenemos que ayudarles a que aprendan a vivir juntos. Debemos enseñarles a ser una.
Jaina soltó una risa de incredulidad que sonó como un aullido corto y agudo de desafío, mientras se ponía de pie.
—De eso, nada.
Leia se adelantó para acallar la ira de su hija.
—Jaina…
—No, mamá —respondió ella inmediatamente—. ¿Que enseñemos a Tahiri a que acepte a la yuuzhan vong que hay en ella? ¿Después de lo que le hicieron? ¡Y después de lo que hicieron a Anakin! No lo consentiré —dijo, negando firmemente con la cabeza—. Tiene que haber otra manera de eliminar a Riina sin hacer daño a Tahiri. Tiene que haberla.
Goure no titubeó ante la ira de Jaina.
—No la hay —dijo, sencillamente, cuando hubo pasado el arrebato de ella—. Del mismo modo que los bakuranos no pueden integrarse con los p’w’eck manteniéndose iguales que eran antes, lo mismo sucede con Tahiri y Riina. Además, la urgencia es semejante. Los p’w’eck y los bakuranos tuvieron que trabajar juntos para salvar al planeta de los ssi-ruuk; ahora, Tahiri debe trabajar con la personalidad de Riina Kwaad para salvarse a sí misma de la locura.
Jaina abrió la boca con intención de protestar, pero la cerró de nuevo cuando su madre la tocó en el brazo. Leia podía comprender la postura de su hija. La idea de que no era posible curar a Tahiri del tratamiento al que la habían sometido los yuuzhan vong era intolerable; pero también sabía que todo lo que habían intentado hasta entonces había fracasado miserablemente.
—De acuerdo —dijo Jag—. Suponiendo que no haya más que una opción, ¿cómo la llevamos a la práctica, exactamente?
Entonces se adelantó el kurtzen.
—Los de mi pueblo, al igual que Riina, hemos sido expulsados y exiliados del lugar que considerábamos nuestro. Aquello estuvo a punto de matamos; pero, como han hecho otros muchos en situaciones semejantes, nosotros encontramos nuestra propia manera de sobrevivir. Creemos que el poder de la vida se centra en los objetos de que nos rodeamos. Ya sea de manera intencional o inadvertida, las cosas que reunimos refuerzan nuestra personalidad, volviéndonos más fuertes o, a veces, debilitándonos. En una vida equilibrada, el mundo interior y el exterior se reflejan perfectamente. Cuando la vida está desequilibrada, deben ajustarse en consecuencia los aspectos interiores y exteriores.
—Todo eso está muy bien —dijo Jag—. Pero tengo que preguntar de nuevo: ¿qué tenemos que hacer para ayudar a Tahiri?
El nativo kurtzen abrió una de las bolsas que llevaba al cinto. Sacó de ella un pequeño tótem de madera, cuya superficie tallada estaba desgastada por el tiempo.
—Nosotros, los kurtzen, enfocamos aspectos de la energía de nuestras vidas en objetos como éste. Cuando a nuestro yo interior le falta un aspecto determinado, nos servimos de ellos para recuperar el equilibrio. Goure dice que Tahiri poseía un objeto de esta clase. Un tótem de plata que sacó en un momento de crisis.
Leia buscó entre su túnica y sacó el colgante que había tomado Tahiri del dormitorio de Han y ella aquella noche, antes de su fuga.
—¿Es esto lo que buscas? —dijo, poniendo en la mano encallecida de Arrizza el colgante de plata. La pequeña figura de Yun-Yammka la miraba con rabia, como jurando venganza—. Tahiri perdió el sentido cuando se lo enseñé la otra noche, en nuestro cuarto. También lo tenía en la mano cuando la trajeron a la enfermería.
—Esto es —dijo Arrizza. Cerró la mano sobre el colgante, y cerró también los ojos.
Pareció entonces como si se replegara en sí mismo por un instante. Su impresión por medio de la Fuerza cambió de un modo que Leia no había visto nunca hasta entonces. Ésta pudo menos de preguntarse qué hacía o qué estaba percibiendo. El colgante pertenecía a los yuuzhan vong, y éstos eran invisibles para la Fuerza, por lo que no podían haber dejado ninguna impresión en la figurilla.
A menos, claro está, que el «poder de la vida» del que había hablado el kurtzen fuera otra cosa completamente distinta.
Mientras todos los presentes le observaban atentamente, Arrizza se quedó de pie en silencio, como en trance. Murmuraba entre dientes cosas ininteligibles, y apretaba con fuerza el colgante. Leia había conocido muchas tradiciones extrañas de muchos mundos a lo largo de su vida. Los actos del kurtzen no le parecían sorprendentes ni descabellados, y estaban hechos con buena intención, pero ella no tenía el valor de decirle que no era probable que sirvieran de nada.
Pero lo que estaba claro era que Jaina no estaba dispuesta a aceptar aquel favor con la buena voluntad con que se lo estaban ofreciendo. Miraba fijamente a Tahiri mientras negaba con la cabeza. Como si le estuviera leyendo el pensamiento, Goure se acercó a ella y le puso una mano tranquilizadora en el hombro.
—Ya sé cómo te debes de sentir con todo esto —le dijo—. Pero, recuerda: si bien la personalidad de Riina es incuestionablemente yuuzhan vong, ella no es representativa de todo lo que han hecho los yuuzhan vong en estos últimos años. Si se le puede acusar de algo, sólo es de intentar sobrevivir.
—Me es igual —dijo Jaina—. Sigue siendo una yuuzhan vong.
—Pero ella es una víctima en todo esto —dijo Goure—. Ni más ni menos que Tahiri.
Jaina hizo gesto de disponerse a discutido, pero el ryn la interrumpió.
—Dime, ¿era Tahiri ella misma cuando estalló la bomba?
—¿Qué? No; por entonces, Riina ya se había apoderado de ella. ¿Por qué?
—De modo que fue Riina quien creó la burbuja de Fuerza. Fue Riina quien salvó la vida de los que estaban en la tribuna, por encima, quedándose cerca de la bomba, donde sabía que el efecto sería máximo —el ryn dirigía a Jaina una mirada penetrante, y Leia vio que Jaina iba aflojando un poco en su postura—. ¿Son ésos los actos de una persona que merezca nuestro desprecio? ¿De una persona que merece que la eliminen?
Jaina apartó la vista de Goure para volver a mirar el cuerpo inmóvil de Tahiri.
—Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿Sentarnos a esperar que Riina se apodere de ella?
—Tenemos que elegir entre ayudar a las dos, o verlas morir a las dos.
Leia sintió como un grave peso sobre sus hombros la responsabilidad que les atribuía Goure. Les estaba pidiendo que hicieran algo que podía ser muy peligroso. Conocía la visión que había tenido Anakin de Riina como una fuerza oscura que barría toda la galaxia; y sabía también que la visión bien podía hacerse realidad si Riina se liberaba y contaba con todos los conocimientos de Tahiri acerca de los Jedi. Cilghal había dicho una vez de otra creación híbrida de los yuuzhan vong (los voxyn) que eran «en parte de esta galaxia, y en parte de la de los yuuzhan vong». Si Goure tenía razón, Tahiri tendría que conseguir alcanzar ese mismo estado para poder sobrevivir, y no había ninguna garantía de que no acabara siendo tan asesina y malvada como aquellas criaturas.
Pero, al final, Leia tuvo que tener fe en la fuerza de Tahiri y la decisión de no consentir que la visión de Anakin se hiciera realidad.
Los murmullos callados de Arrizza cesaron, y éste abrió los ojos. Goure se apartó mientras el kurtzen se acercaba a la cama de Tahiri. Nadie dijo palabra, mientras Arrizza sostenía el colgante de plata con una mano y apoyaba la otra en la frente de Tahiri. Movía los labios sin proferir sonido alguno. No hubo ninguna respuesta por parte de Tahiri cuando el kurtzen le puso suavemente el colgante en el pecho.
—¿Estás seguro de que debemos dejarle eso allí? —preguntó Jaina con cierta inquietud. Arrizza asintió con la cabeza.
—Es tradicional. Le ayudará a limpiarse espiritualmente.
Dicho esto, Arrizza se inclinó sobre ella con reverencia, tomando aire y conteniendo la respiración para mantener el momento, hasta que por fin espiró y se apartó.
El ruido de unas botas pesadas en el pasillo rompió el silencio repentino de la habitación. Leia se volvió y vio entrar a Han, que tenía cierta expresión de premura.
—Acabamos de recibir noticias de Luke —dijo, acercándose a Leia sin saludar a ninguno más de los presentes—. Dice…
Han se interrumpió, volvió la vista por la habitación y observó por primera vez a los reunidos junto a la cama de Tahiri.
—¿Qué pasa?
Leia se dispuso a explicar la ceremonia de sanación que intentaba realizar Arrizza, pero desistió. No tenía ganas de oír los comentarios cínicos de su esposo, tipo a-mí-me-parece-un-montón-de-tonterías.
—Ya te lo explicaré más tarde —optó por decirle, más bien, tomándolo de la mano.
Han lo aceptó con un gesto de la cabeza.
—Me dijeron que estaba aquí el ryn. ¿Dónde se ha metido?
—Está ahí… —fue entonces Leia quien tuvo que dejar una frase a medias—. Bueno, estaba.
—Mi amigo no tenía intención de quedarse más tiempo del necesario —dijo Arrizza, adelantándose—. Pero antes de que llegásemos, me pidió que te diera esto.
El kurtzen entregó a Leia una hoja de plastifino. Ella la desplegó y leyó, mientras su esposo leía también por encima de su hombro.
Pido disculpas por haberme marchado de manera tan repentina. Esta mañana me comunicaron que me necesitaban en otra parte. Entre mis instrucciones, me dijeron que os recomendara que viajaseis a Onadax en cuanto os fuera posible. Os esperarán allí.
Cuando Tahiri se despierte, os ruego que le deis mi agradecimiento de corazón por todo lo que ha hecho aquí.
Muy agradecido,
Goure.
—Lo siento —dijo el kurtzen.
—No lo sientas —dijo Han—. No es culpa tuya. Sólo quería haberle preguntado por Droma —tomó la nota de Leia y la releyó de nuevo—. Nos esperarán allí —citó—. ¿Quiere decir que nos esperará otro ryn, o el jefe de la familia, u otra persona distinta?
—La verdad es que no queda claro —dijo Leia. A pesar de aquello… o quizá debido a aquello mismo, se había despertado claramente su interés.
—¿No está Onadax en el Cúmulo de Minos? —preguntó Jaina.
Leia asintió con la cabeza.
—No está muy lejos de Bakura.
Han parecía preocupado.
—¿Qué pasa, papá?
—Bueno, es que no es exactamente el lugar ideal para hacer una visita. Es un sitio duro, lleno de gente de mal vivir de todo tipo. No quiero que os hagáis ninguna ilusión de que este viaje será una especie de vacaciones románticas o algo así.
—Han, tú y yo nos dimos el primer beso en el vientre de una babosa espacial —dijo Leia—. Puedes creerme si te digo que no tengo grandes expectativas de hacer contigo nada que sea romántico ni por lo más remoto.
Sonrió a su esposo, y se alegró de ver que éste perdía el aire sombrío y le devolvía la sonrisa. Después, Han le pasó un brazo por el hombro e hizo ademán de marcharse con ella.
—Vamos, Alteza —dijo con humor—. Tienes que hablar con Luke antes que se marche a llamar a Ben.
—Espera —dijo ella, y se volvió hacia Arrizza—. ¿Qué hay de Tahiri?
El kurtzen volvió a encogerse de hombros.
—No sé cuánto tardará en sanarse. Puede tardar una hora; puede tardar un año. Puede que no se sane nunca. Lamento no poder darte una respuesta concreta. Sólo podéis esperar y ver los resultados.
Leia miró una vez más a la muchacha que estaba tendida en la cama. No se había movido en absoluto en todo el tiempo que llevaban en el cuarto. Pero, no… Leia advirtió que aquello no era exacto. Sí que había cambiado: la joven Jedi tenía ahora los ojos cerrados, como si durmiera. Leia no sabía qué significaba exactamente aquello, pero esperaba que fuera, al menos, una señal positiva.
«Duerme bien, Tahiri —transmitió a la oscuridad callada que era la mente de Tahiri—. Duerme bien, y vuelve fuerte».
* * *
La pequeña lanzadera salió del hiperespacio, traqueteando, en los límites mismos del Imperio Ssi-ruuvi. Tenía casi vacías las bodegas, así como la cabina de pasajeros. En total, llevaba a ocho pasajeros. Sólo uno de ellos estaba vivo.
Cundertol observaba desde el puesto de mando, mientras la lanzadera realizaba un rápido barrido del espacio que la rodeaba. Había cambiado los parámetros originales poco después de salir de Bakura, cuando había tomado el control de la nave. Era un destino que sólo había visitado en una ocasión anterior. El hecho que había cambiado su vida, literalmente, había tenido lugar bastante cerca de allí, en una pequeña base de investigación que habían dejado atrás los de la Nueva República durante su ofensiva amplia contra el Imperio. La base, abandonada durante muchos años, había resultado muy oportuna para alguien que buscaba un centro de operaciones secreto.
El escáner de la lanzadera captó la base, y una nave guía modificada de la clase Fw’Sen que estaba estacionada allí cerca. Puso la lanzadera en un vector de reunión con dicha nave, transmitiendo una señal previamente acordada.
La respuesta llegó en cuestión de segundos. La nave guía desplegó garfios de atraque y, cuando estuvieron lo bastante cerca, unió a los dos navíos. La nave de Cundertol resonó con un fuerte golpe metálico que anunciaba el contacto.
Soltando un gruñido de satisfacción, Cundertol bajó del asiento de mando y se dirigió a las esclusas de aire, pasando por el camino sobre los cadáveres de la tripulación p’w’eck. El muñón de su brazo cortado se había curado perfectamente, dejándole una zona de piel que apenas estaba dolorida al tacto.
—Te he estado esperando —dijo el general ssi-ruuvi al que Cundertol conocía únicamente por el nombre de E’thinaa. Hablaba en la lengua ssi-ruuvi, que Cundertol entendía porque así lo habían programado los constructores de su cuerpo.
—He venido en cuanto he podido —dijo Cundertol, haciendo la reverencia más insignificante que pudo sin llegar a ofender gravemente al general. En la sala oficial no había guardias, pero no le cabía duda de que lo estaban observando—. Ha habido-complicaciones.
La cresta negra y espesa que eran las cejas de E’thinaa ascendió en gesto de desaprobación.
—¿Y el Keeramak?
—Ha muerto —le comunicó Cundertol, sin titubear y sin ninguna emoción—. Como prueba, traigo su cuerpo a bordo de la lanzadera.
No comentó que el objetivo inicial de aquel vuelo era llevar el cuerpo a Lwhekk como gesto de buena voluntad; ni que él se había visto obligado a esconderse en la nave como polizón, para cambiarle el rumbo… y para sobrevivir.
El general hizo un gesto de asentimiento, saboreando el aire con su lengua captadora de aromas.
—Mientras se haya conseguido este objetivo, todo lo demás carece de importancia —dijo.
—Debo confesar que no entiendo por qué querías esto por encima de todo lo demás —dijo Cundertol—. Tu pueblo considera al Keeramak una especie de dios. Matarlo producirá, sin duda, desórdenes y guerras civiles; más trastornos de los que puede soportar el Imperio. Con todo el tiempo que habéis pasado reconstruyendo las cosas… ¿por qué destruirlas ahora?
La gruesa cola del general dio un golpe en el suelo como exigiendo silencio.
—No se te pide que entiendas nada, humano. Apestas a mentiras.
Cundertol asintió, evitando la mirada del general. Había oído demasiadas cosas acerca de los poderes de persuasión de los ssi-ruuk como para arriesgarse ahora a dejarse atrapar. Aunque su cuerpo ARH fuera fuerte físicamente, no podía protegerlo de las muchas trampas en las que podía caer su mente.
Pero…
Su mente tropezó en las palabras del general. ¿Cómo era posible que el general hubiera detectado el olor de la mentira, cuando los tejidos de los que estaban compuestas las capas externas de su nuevo cuerpo estaban diseñados expresamente para liberar olores idénticos a los de un ser humano natural y no estresado, con independencia de su estado mental o de lo que hubiera detrás de la fachada? Le quitó importancia diciéndose que el general se estaría tirando un farol.
Pero no le resultó tan fácil quitarse de encima aquellas sospechas repentinas. Al fin y al cabo, los ssi-ruuk no solían tirarse faroles. Solían ser más directos en sus planteamientos y en sus manipulaciones de las especies que ellos consideraban «inferiores».
Y, ahora que lo pensaba, el sentido del olfato superior de aquel cuerpo nuevo suyo recogía algo raro acerca del ssi-ruu…
Se sintió de pronto claramente incómodo y con deseos de largarse de allí en cuanto pudiera. Allí pasaba algo raro que a él no le gustaba en absoluto.
—Yo he cumplido mi parte del trato —dijo, alegrándose de haber recuperado su cara de sabacc después de la transferencia—. Ahora te toca a ti.
—Tienes tu cuerpo nuevo. ¿Qué más quieres?
—Ya sabes lo que quiero. Dijiste que me devolverías la mitad del dinero que pagué por este cuerpo si os entregaba a Bakura. Y lo he hecho; de modo que, ahora quiero lo que me prometiste.
El general se puso a pasearse por la sala con pasos que producían chasquidos, agitando la cola amenazadoramente.
—Tengo entendido que Xwhee ya no forma parte del Imperio —dijo.
—Sí que ha sido consagrado…
—Y los traidores p’w’eck se han apoderado de él, ¿no?
—Sí; y vosotros ya podéis luchar por conquistarlo. Podéis enviar tropas sin temer por sus almas…
El general le interrumpió con un gesto tajante de su brazo poderoso.
—¡Todavía no has cumplido tu parte del trato, pero esperas que yo cumpla la mía! —rugió cerca de la cara de Cundertol, salpicándolo de saliva. Cundertol retrocedió, y el general se irguió—. Estoy decepcionado, pero no puedo decir que esté sorprendida. Tu especie no tiene fama de honrada.
Cundertol sentía que iba perdiendo rápidamente el control de la situación.
—Escucha; los dos estamos haciendo un trabajo, y sabes bien que no siempre es posible cumplir todas las expectativas. Ya he hecho la mitad…
—Y nosotros también hemos hecho la mitad —lo interrumpió el general—. Ya tienes tu cuerpo nuevo; tienes tu alma embotellada. Eso debería bastarte.
Podía ser que sí, pensó Cundertol. Con la mente bien guardada en su nuevo hogar ARH, estaba libre del envejecimiento y de las enfermedades. Podía vivir eternamente, en efecto, si tenía cuidado. Por medio de los contactos adecuados, podía hacer que le arreglaran el brazo, establecer una nueva base de poder en alguna otra parte, empezar a labrarse una posición como la que había tenido. En una galaxia tan grande como aquella había miles de oportunidades. Lo único que tenía que hacer era…
Cundertol cortó en seco aquellos pensamientos. ¿De qué servían los sueños si no tenía dinero para hacerlos realidad? Sin dinero, jamás sería capaz de reemplazar el brazo que le faltaba ni de pagarse contactos nuevos; ni siquiera sería capaz de cargar de combustible la lanzadera después de la próxima parada. De nada servía ser inmortal si no podías hacer nada; o, lo que era peor, si acababas vagando por el espacio sin rumbo.
—No me pienso marchar de aquí sin el pago que merezco —dijo despacio y con firmeza, mirando a los ojos al gran lagarto.
—¿No? —dijo el general, poniéndose en guardia y flexionando los músculos poderosos—. ¿Quieres luchar conmigo para ganártelo?
Cundertol sintió la fuerza que corría por su cuerpo artificial. ¿Qué eran la carne y los huesos naturales comparados con los huesos de polialeación y con los músculos de biofibra mejorada? Si era capaz de vencer a una Jedi, un ssi-ruu no le costaría el menor trabajo. Asintió con la cabeza.
—Lucharé, y te aplastaré como a un insecto —dijo. El general se rio.
—¡La criatura vuelve a destruir a su madre!
—Hablo en serio —dijo Cundertol, abriendo y cerrando el puño con una mezcla de ira y nerviosismo—. Dame mi dinero.
El general aceptó el desafío sin vacilar, adelantándose y clavando fijamente la mirada en Cundertol. Dijo con firmeza mortal:
—Lo único que te daré será la muerte.
Cundertol se dispuso para la pelea, pero de pronto descubrió que era incapaz de moverse. Estaba clavado en el sitio; tenía rígidos todos los huesos del cuerpo como si no fuera más que una estatua. No podía mover los ojos ni la boca… ¡ni siquiera podía respirar! Y, entonces, también le cesaron de pronto los latidos del corazón.
El rostro burlón del general se le acercó tanto, que sintió el aliento del alienígena en el rostro. Lo saboreó con su lengua doble captadora de aromas, que sin duda captaba el miedo que emanaba de su sintocarne.
—Eres un necio, humano —dijo E’thinaa. El aliento del general apestaba, pero Cundertol no podía apartarse para evitarlo—. ¿Creíste de verdad que no estaríamos preparados para ti? ¿Nos crees tan idiotas? Desde que llegamos a vuestra galaxia hemos aprendido mucho acerca de vuestras máquinas viles. Sabemos cómo animar a vuestros sucios tecnólogos a que trabajen para vosotros, a que construyan bloqueos que se activen al oír una frase determinada. Somos perfectamente capaces de robar lo que nos hace falta para alcanzar nuestros objetivos… unos objetivos que tú nos has ayudado a conseguir. Has sembrado el caos; ahora, nosotros cosecharemos las consecuencias.
Cundertol se esforzaba por apartarse…
«Desde que llegamos a vuestra galaxia…».
El pánico lo invadió.
Pareció como si el rostro repugnante del alienígena se fundiera y se despegara. El largo morro se replegó y cayó por el largo cuello, llevándose tras de sí los ojos de párpados triples y las lenguas captadoras de olores.
Debajo estaba un rostro más horrible que ninguno que hubiera imaginado Cundertol jamás. Bajo una frente larga, inclinada, había dos mejillas flacas, cubiertas de tatuajes. Los ojos eran fríos y negros, y por debajo de ellos había unas gruesas bolsas moradas. La carne gris estaba tallada de cicatrices profundas, como las grietas de una luna helada, y una sonrisa dejó al descubierto unos dientes afilados mientras él comprendía su error.
—No eres nada para mí —dijo con desprecio la voz del impostor—. Si hubieras seguido vivo, quizá te hubiésemos tomado como esclavo o como víctima para los sacrificios; pero, tal como eres, eres una basura sin vida ni valor. Hemos destruido la máquina que te construyó, y hemos purificado las manos que la tocaron con la sangre de mil cautivos. Jamás nos dignaríamos tener tratos con materiales muertos como éstos de los que estás hecho ahora. La vida es tejido; es tierra fértil; es sangre —la criatura hizo una pausa, y sonrió—. Es muerte.
La cara que sería lo último que vería Cundertol en su vida salió de su alcance visual. Estaba tan inmovilizado por el bloqueo, que ni siquiera era capaz de enfocar la vista. Todo lo que estaba a más de un metro era una mancha; una mancha que se llenó de sombras negras al entrar en la sala más criaturas viles como aquellas. Lo rodearon en tropel, girando y retorciéndose hasta adoptar posturas imposibles.
«Lo único que te daré será la muerte». Eso había dicho E’thinaa, o como fuera el nombre verdadero del alienígena; y con aquellas palabras lo había condenado. Lo último que sintió Cundertol fue el vivo dolor de los anfibastones que lo golpeaban y le destrozaban el cuerpo artificial. Aunque no podía moverse, los alienígenas se habían ocupado de que pudiera seguir sintiendo dolor. El suplicio era cegador, tan grande que no se podía concebir del todo.
Cuando los campos de contención de Cundertol se disolvieron por fin y su mente se disgregó, lo sintió como un verdadero alivio.
* * *
Al final, sólo había uno.
Klasse Ephemora era un sistema aislado, en la parte del Espacio Chiss opuesta al núcleo galáctico. Llevaba el nombre del explorador que había trazado los primeros mapas del sistema, siglos atrás, y en tiempos había contenido una pequeña industria de minería de gemas alrededor de su único gigante de gas, un monstruo hinchado que flotaba en los límites de la zona habitable de aquel sistema solar. Pero las fuertes perturbaciones atmosféricas habían impedido que la estación minera de gemas diera beneficios, y había sido abandonada hacía más de cincuenta años estándar. Klasse Ephemora había quedado abandonado desde entonces. Carecía de mundos de tipo terrestre que podrían haber animado a la colonización; era demasiado remoto para tener interés comercial, y estaba demasiado lejos de la frontera chiss para justificar una presencia militar, ni siquiera simbólica. Cada pocas décadas, una sonda automatizada recorría el sistema para poner al día las cartas astronómicas y para comprobar que los puntos de referencia para la navegación que se habían dejado en la primera exploración seguían en su sitio. Aparte de eso, nadie le hacía el menor caso.
Y así podía haber seguido siempre, si no hubiera sido porque la última sonda que había pasado por allí, hacía unos veinticinco años, había observado que el único gigante de gas del sistema, Mobus, había adquirido un nuevo satélite. Aquel satélite había venido a sumarse a la familia de los otros diecisiete satélites que ya rodeaban a Mobus, pero su masa equivalía a más de diez veces la total de todos los demás. Era un mundo por derecho propio, cubierto de nubes que habían impedido a la sonda realizar una exploración visual al pasar por sus proximidades. La presencia de vapor de agua podría haber justificado una investigación más detallada, pero la sonda no estaba programada para cambiar de rumbo para seguir una pista tan difusa. Si en la luna-mundo se hubieran percibido señales claras de vida inteligente, la sonda podía haberse detenido en una órbita alrededor de Klasse A para observar a la nueva luna con mayor detalle y enviar después los resultados a sus superiores del FDEC. Pero el planeta no emitía nada por los canales subespaciales, ni tampoco había transmisiones por el espectro electromagnético. De modo que la sonda se había limitado a tomar nota de la aparición de aquella luna, y había seguido su camino.
El dato de la existencia de aquella luna había quedado olvidado y archivado desde entonces en la Biblioteca Expedicionaria chiss, entre otras decenas de miles de informes similares procedentes de otras sondas idénticas. Aunque aquella captura orbital era muy infrecuente, tampoco era tan sorprendente como para que llamara la atención a los astrónomos que estudiaron los datos al regreso de la sonda. En las Regiones Desconocidas esperaban incontables descubrimientos más interesantes. ¿Qué importancia podía tener que un sistema abandonado hubiera adquirido una luna nueva o dos?
Jacen contempló las imágenes de la luna que había traído la sonda con una sensación próxima a la veneración profunda. Vio un astro gris iluminado por la luz siniestra de un gigante de gas rojo amarillento hirviente. La atmósfera absorbía los infrarrojos, pero el radar mostraba terreno montañoso hacia el ecuador, con varias zonas llanas pequeñas que podían ser mares, dispersas regularmente en ambos hemisferios. Había indicios de erupciones recientes y de movimientos de la corteza, como podía esperarse en un mundo que acababa de ser captado no sólo por un sol, sino por un gigante de gas.
—Esto es —dijo en voz baja, apenas capaz de contener su entusiasmo—. Esto es Zonama Sekot.
—En las cartas figura con el nombre de M-Dieciocho —dijo Wyn.
—Es Zonama Sekot —repitió Jacen—. Tiene que serlo. ¿Cuáles decías que eran las probabilidades, Danni?
—Muy en contra de que pudiera suceder una cosa así de manera natural, Jacen —dijo ella—. Pero eso no significa que no pudiera suceder.
—Ya lo sé —respondió él tranquilamente—. Y así ha sucedido.
R2-D2 silbó alegremente, como dándole la razón.
—Deberíamos comprobarlo, al menos —dijo Mara.
—Eso haremos —asintió Luke—. Al menos, es la mejor pista que hemos encontrado hasta ahora.
—Si podemos hacer algo para ayudaros, dadlo por hecho —dijo Soontir Fel. Después de una pausa de apenas un segundo, añadió—: Dentro de lo razonable, claro está.
No eran palabras vacías. Los chiss ya habían proporcionado mapas tácticos detallados de las Regiones Desconocidas, en los que se exponían varias rutas comerciales tortuosas a través de zonas que antes se habían considerado impracticables. Lo que era más siniestro era que los datos mostraban que los yuuzhan vong habían estado más activos en la región de lo que sabían previamente los servicios de inteligencia de la Alianza Galáctica. Ya en la época de los primeros ataques contra los sistemas de la Nueva República, una fuerza yuuzhan vong había realizado correrías por el Espacio Chiss y había llegado a las Regiones Desconocidas. El hecho de que no se habían vuelto a tener noticias de aquella fuerza, ni de que ninguna otra hubiera conseguido pasar más allá de los chiss, no era motivo de satisfacción. Más ayuda por parte de los chiss bien podría resultar bienvenida en algún momento.
Luke sonrió con amabilidad.
—Gracias —dijo—. Y yo te prometo que no volveré a hablar de un tratado con la Alianza Galáctica hasta la próxima vez que pasemos por aquí.
—Si es que hay una próxima vez —dijo Mara.
Jacen asintió, recordando el ataque contra el Remanente Imperial, los krizlaw de Munlali Mafir y el navegante jefe Aabe; y también, naturalmente, a los propios yuuzhan vong, cuyas incursiones en el Espacio Chiss se volvían más frecuentes cada día.
«Ya ha costado mucho llegar hasta aquí —pensó—. Dudo que las cosas se vayan a poner más fáciles».
Sintió cerca de él el apoyo y la confianza de Danni, que le llenaron de calor. Al menos, pensó también, no les faltaba apoyo; ni a él, ni a la Federación Galáctica de Alianzas Libres. Lo único que tenían que hacer era seguir lo que les dictaban sus corazones, dejar que la Fuerza guiara sus decisiones, y estaba seguro de que acabarían llegando.
Pero todavía estaba por ver lo que encontrarían cuando llegaran…