Desilusionado? —el matiz de incredulidad de la voz de Jag apenas ocultaba su irritación—. Jaina sigue desaparecida, y ¿crees que estoy desilusionado por perderme la ceremonia?
La voz de Gemelo Tres quedó en silencio. Su intento de aliviar la tensión había sido mal recibido.
Jag transmitió dos clics para recordar a sus pilotos que no debían ocupar las frecuencias de radio sin necesidad; al mismo tiempo, se reñía a sí mismo por haber dado aquella respuesta cortante. Le preocupaba la larga ausencia de Jaina, pero también debía confiar en la capacidad de ésta para cuidar de sí misma. Además, estaba seguro de que si a Jaina le pasaba algo terrible, Leia sería capaz de percibirlo. El hecho de que Jaina no hubiera pedido ayuda todavía por medio de la Fuerza daba a entender que, fuera cual fuera la situación en que se encontraba, todavía podía controlarla.
Y mientras ella no se pusiera en contacto con nadie, Jag tendría que limitarse a seguir adelante como si todo fuera normal… lo que significaba concentrarse en volar.
Había salido con un grupo mixto para patrullar los límites de la órbita del Selonia, temiendo cualquier actividad «no autorizada» mientras todos tenían la atención centrada en la superficie del planeta. Tanto el contingente p’w’eck como el bakurano estaban tranquilos; los dos grandes portacruceros de asalto, el Errinung’ka y el Firrinree, estaban en órbita en cuadrantes diametralmente opuestos a los de los dos defensores locales, el Defensor y el Centinela. El segundo tenía dos escuadrones completos de cazas p’w’eck en sus proximidades, además de dos naves guía pequeñas. Si las cosas se ponían feas por cualquier motivo, podían hacer mucho daño mientras los bakuranos intentaban ponerse en situación de equilibrio. Aunque Jag esperaba, claro está, que no pasara nada malo, tenía la obligación de considerar las posibilidades tácticas.
Su padre le había dicho una vez: «No sólo debes ser más listo que tu enemigo, sino que debes ver más allá de él. Da por supuesto que él va dos jugadas por delante en la partida en curso, y ve tú a tres jugadas por delante».
Jag condujo su desgarrador, con sus dos compañeros de vuelo, trazando un amplio arco alrededor del Selonia. La fragata se calentaba al sol de Bakura, tranquilamente y sin que las fuerzas que la rodeaban le prestaran la más mínima atención, al parecer.
Jag percibía a su alrededor varias partidas que se aproximaban a su culminación. Le seguía molestando estar tan lejos de la acción que estaba teniendo lugar en la superficie de Bakura. Pero si aquello quedaba en nada y si sus previsiones resultaban ser infundadas, tampoco se sentiría desilusionado. Estaba bastante de acuerdo con la opinión de Leia de que quizás, sólo quizás, aquel tratado con los p’w’eck resultaría ser lo mejor que había sucedido nunca a Bakura…
Interrumpió de pronto sus pensamientos la voz del operador de comunicaciones del Selonia.
—¡Lanzamientos detectados!
—Estoy sobre ello —dijo, virando rápidamente su desgarrador hacia las muchas naves que habían detectado sus sensores, procedentes de los hangares de lanzamiento del Centinela. Sus compañeros de vuelo, que iban tras él, lo siguieron para ver aquello más de cerca.
—¿Nos ha notificado los lanzamientos la Flota de Defensa Bakurana? —preguntó.
El número de naves que habían salido del crucero ya ascendía a veinte, e iba en aumento.
—Me parece que no se consideran obligados a notificar nada —fue la respuesta—. Pero voy a consultarles, en todo caso.
Jag ya estaba lo bastante cerca para detectar los tipos de naves que salían de los hangares de lanzamiento, pero aquello sólo sirvió para producirle mayor confusión. Era un conjunto heterogéneo de Ala-Y y Ala-X de las Fuerzas de Defensa Bakuranas, junto con un número igual de cazas droides de la clase Enjambre ssi-ruuk… mejor dicho, p’w’eck, se recordó a sí mismo. Salían de los hangares en formación elegante y pasaban a órbita disgregándose en grupos de tres y de cinco, también repartidos más o menos por igual entre ambas fuerzas.
—Al parecer, se trata de una escolta de honor —dijo el operador del Selonia—. He dado parte a la capitana Mayn.
¿Una escolta de honor? Supuso que podía ser cierto. Las naves volaban en formación cerrada, y era evidente que tenían bien ensayadas sus maniobras. Aquello daba muestras de cierto grado de colaboración y de confianza entre las dos fuerzas.
Pero no dejaba de inquietarle. El número de naves se aproximaba ya a las cincuenta, demasiadas con mucho para que el Escuadrón Soles Gemelos, diezmado como estaba, pudiera hacerles frente por sí solo… sobre todo, si les encontraban desprevenidos.
«Ve a tres jugadas por delante…».
—¿Crees que les importaría que la Alianza Galáctica se uniera a ellos, para que presentásemos también nuestros respetos? —preguntó al Selonia.
—Se lo preguntaré.
Mientras esperaba respuesta, alertó por otro canal a los pilotos de los Soles Gemelos que estaban de guardia, diciéndoles que se equiparan y despegaran lo antes posible.
—Vamos para allá —dijo Jocell; y añadió con sequedad—: Me parece que ninguno esperábamos que éste fuera un día tranquilo, ¿verdad?
Jag eligió un grupo de tres naves, dos de las cuales eran cazas droides, y se puso a seguirlas en su curso alrededor del planeta. El trío no reaccionó a su presencia, pero al cabo de poco tiempo recibió una transmisión del Selonia que le confirmó que los habían detectado.
—Solicitan que nos mantengamos a distancia —dijo la capitana Mayn por el canal abierto—. Yo les he comunicado que obedeceríamos con mucho gusto, pero que tendremos que dar los pasos necesarios para garantizar nuestra seguridad.
Jag sonrió levemente para sus adentros. Lo que le estaba diciendo Mayn era que, si bien Jag no debía provocar un altercado, tenía carta blanca para hacer todo lo que considerara necesario.
Teniéndolo presente, se mantuvo tras el trío de cazas. El número de naves de la «escolta de honor» acababa de alcanzar el centenar, y seguía subiendo.
* * *
—¡Nos atacan!
Saba se despertó al instante y (se levantó precipitadamente. Desconcertada, intentó orientarse. Recordó entonces donde estaba: se había echado a reposar en una tumbona grande, en la lujosa cubierta panorámica de la barcaza de hielo. Se había quedado dormida y había tenido un sueño tranquilo en el que estaba en lo alto de las laderas de las Colinas Listianas. El cielo era rojo y nublado; la brisa tenía un aroma relajante, y ella, allí tendida entre las piedras calientes, había escuchado los leves gruñidos de sus compañeros de nido, que estaban allí cerca…
Entonces, el grito de Mara, que había recibido a través de la Fuerza, la había devuelto bruscamente a la realidad, y había descubierto con cierta desilusión que el gruñido que oía en el sueño era, en realidad, el roce de los muchos repulsores de la nave contra la superficie del hielo, por debajo de ellos. Refunfuñando, se quitó de encima el sueño y se dirigió hacia donde estaban ya reunidos los otros.
La barcaza era una nave de poco calado, de forma ovalada, que se deslizaba con más rapidez que elegancia sobre la superficie de los glaciares y de los campos de hielo. Las tres cubiertas de pasajeros asomaban de la parte superior como si fueran un suplemento añadido, rodeadas de los poderosos generadores y repulsores que mantenían la nave en el aire. Estaba dotada de escudos pesados que la protegían del viento helado, pero los aullidos seguían oyéndose a lo lejos, apagados, como el lamento de un ixll. Alrededor del borde curvado de la barcaza había cuatro emplazamientos de armas, que en aquellos momentos apuntaban a algo que se vislumbraba y se perdía de vista a estribor, entre la densa cortina de nieve.
—Tenemos otros dos por detrás —dijo Soontir Fel, señalando una pantalla con uno de sus gruesos dedos. Diez objetivos veloces rodeaban a la barcaza. El programa identificó a los objetos como menores que un deslizador de nieve, pero tan armados y escudados como éstos. Parecían monedas gruesas que hendían el aire puestas de canto—. En vista de la velocidad a que se desplazan, me figuro que son voladores monoplazas.
Un disparo de aviso por la banda de babor rebotó en los escudos de la barcaza y se estrelló en un ventisquero. Del punto de impacto saltó al aire una nube blanca de vapor.
—¿Piratas? —preguntó el Maestro Skywalker.
—Puede ser —dijo Fel, desplazando la barcaza hacia el deslizador de nieve, obligándolo a desviarse.
—¿No deberíamos intentar ponernos en contacto con el espaciopuerto para comunicarles lo que pasa? —preguntó Mara.
—Ya lo he intentado —dijo Fel, virando repentinamente la barcaza a estribor. Se oyó un fuerte bum cuando los escudos de la barcaza entraron en contacto con uno de los deslizadores—. Pero nos están bloqueando las comunicaciones.
—Si no son piratas, ¿pueden ser enemigos vuestros? —preguntó Stalgis.
—Claro, pero ¿cuáles? —gruñó Fel—. Sean quienes sean, no podemos dejarlos atrás, ni tenemos más potencia de fuego que ellos. Nuestra única ventaja es el escudo, y estoy bastante seguro de que no nos lo pueden quitar. Aquí dentro estaremos a salvo, a no ser que traigan algo más grande.
Syal Antilles le puso una mano en el hombro.
—Los de seguridad los rechazarán cuando lleguemos al espaciopuerto —dijo.
Una explosión cercana agitó la barcaza de hielo de proa a popa. Los fragmentos de hielo rebotaban en el escudo de la barcaza y se agitaban en su estela. Otra explosión agrietó el hielo por delante dé ellos, produciendo fisuras que se extendieron como dedos por la llanura blanca infinita. Fel se desvió para evitar la inestabilidad. Cuando intentó volver a su rumbo primitivo, nuevos disparos procedentes de los deslizadores de nieve le obligaron a desviarse de nuevo.
—Si es que llegamos allí —dijo, a modo de respuesta retrasada al comentario de Syal.
—Intentan obligarnos a variar el rumbo —dijo Mara.
—Creo que tienes razón —gruñó Fel—. Si estuviera solo, me arriesgaría a meterme por esas grietas. Pero… —echó una mirada a Syal, que seguía de pie tras él, todavía con una mano sobre su hombro. Negó con la cabeza—. Ahora mismo no estoy en condiciones de asumir ese riesgo.
—Lo siento —dijo Luke—. Vienen por nosotros.
—No estés tan seguro de ello. Yo caigo mal a algunos síndicos, porque quiero cambiar sus costumbres. Bastaría que uno de ellos decidiera hacer algo mientras estoy distraído…
Otra explosión sacudió la barcaza, obligándola a virar más a estribor.
—En cualquier caso, ahora mismo estamos metidos juntos en esto —dijo Mara.
—Si me entregara a ellos, quizá os dejasen en paz a los demás —dijo Fel.
—¡No! —repuso al instante Syal—. ¡Eso no te lo voy a consentir!
Luke estaba de acuerdo.
—Sería un sacrificio inútil —dijo—. No van a dejar testigos, y tú lo sabes. En la práctica, les serviríamos de chivos expiatorios. ¿No sería verosímil una reyerta entre antiguos enemigos… sobre todo si los culpables se resisten a ser detenidos y hay que matarlos?
Fel lo reconoció con un gesto de la cabeza.
—¿Qué propones, entonces?
—Evidentemente, es inútil huir, y tampoco podemos vencerlos por la fuerza bruta —Luke miró a su alrededor mientras reflexionaba un momento—. Propongo que dejemos de resistirnos.
—Me parecía que acababas de decir que no les diésemos lo que querían —dijo Syal.
—Eso dije.
—Entonces, ¿qué dices ahora? —insistió la mujer.
El Maestro Skywalker sonrió.
—Digo que quizá debamos darles un poco más de lo que esperan.
* * *
Leia siguió a un ujier que les indicó sus asientos, acompañada de Han, de C-3PO y de sus dos guardaespaldas noghris. El estadio era enorme; era, prácticamente, un cráter gigante cubierto de graderíos, con palcos más cómodos en la parte superior, desde donde los invitados más privilegiados podían contemplar mejor los actos que pronto tendrían lugar en el centro del estadio. Naturalmente, la delegación de la Alianza Galáctica se contaba entre dichos invitados privilegiados. Tenían asientos reservados a la derecha del lugar que ocuparía el primer ministro Cundertol, que estaría rodeado de senadores de alto rango, en una tribuna grande que asomaba de entre los graderíos. Hacía un día caluroso. Los parasoles flotantes circulaban perezosamente sobre la multitud, impulsados por los repulsores omnipresentes. Leia vio letreros y pancartas entre la multitud, aunque no entendió con exactitud lo que decían. Supuso que pertenecían tanto a opositores como a partidarios del Keeramak y de sus revolucionarios p’w’eck. Aquél era un día importante para Bakura, y había mucho en juego.
Pero, de momento, no sucedía gran cosa. El primer ministro todavía no había hecho acto de presencia; y, después de la reunión de primera hora de la mañana, no cabía duda de que, cuando apareciera, evitaría a los de la Alianza Galáctica. Cuarenta soldados p’w’eck formaban un círculo perfecto alrededor de la zona en que debía tener lugar la ceremonia, en el centro del estado, bastante lejos de la primera fila de asientos.
Han buscó la mano de Leia y se la apretó con fuerza. Ella sintió una oleada de calor, que le hizo recordar por qué quería a Han. Hasta en los momentos más difíciles, cuando las circunstancias parecían absolutamente abrumadoras, él siempre estaba con ella. Tras sus arrebatos de irritación se escondía una profundidad de emociones que sorprendían a veces hasta al propio Han, y de las que Leia se alegraba de ser la destinataria.
—¿Crees que aguantará sin llover? —le preguntó Han. Ella siguió su mirada. En el horizonte, a poniente, se amontonaban nubarrones espesos que anunciaban una tormenta tropical.
—Si no aguanta, supongo que nos vamos a mojar —dijo ella.
—Estupendo. Eso sí que será llover sobre mojado.
Cuando estaban ocupando sus asientos, sonó una fanfarria que anunciaba la llegada oficial de los líderes bakurano y p’w’eck. El primer ministro Cundertol, vestido con una magnífica túnica púrpura, y el Keeramak, iban en cabeza de un grupo numeroso de autoridades humanas, kurtzen y p’w’eck, a lo largo de un camino que se había despejado entre la base del estadio y el círculo central. Después, entre los acordes emotivos del himno bakurano, se volvieron hacia la multitud y, simbólicamente, hacia la propia Bakura.
—Pueblo mío —empezó a decir Cundertol, con voz multiplicada mil veces por los altavoces que flotaban muy altos, por encima del estadio—, os doy la bienvenida a todos en esta ocasión magnífica. Nos unimos a nuestros aliados, los p’w’eck para recibir una nueva era de paz y de prosperidad. Como vecinos y amigos, abrazaremos las verdades universales que unen todas las culturas. Bakura hace realidad hoy su destino, libre de miedo a sus antiguos enemigos y trabajando con unos aliados nuevos para construir un futuro común.
El público respondió con aclamaciones y abucheos a partes iguales cuando Cundertol se retiró para dejar hablar al Keeramak. El ssi-ruu mutante estaba radiante, con un arnés plateado brillante adornado de cintas multicolores y de cascabeles que tintineaban delicadamente a cada movimiento. Las escamas le brillaban a la débil luz de la mañana, de tal modo que resultaba difícil distinguir dónde terminaba su piel y dónde comenzaba su atuendo. Ni siquiera el manto nuboso creciente podía oscurecer su belleza única.
Las notas ensordecedoras que surgieron de su garganta retumbaron por el estadio, ensordecedoras.
Cuando el Keeramak hubo terminado su discurso, empezó a sonar la traducción.
—Pueblo de Bakura, me siento orgulloso de estar aquí como líder de un pueblo liberado. La especie p’w’eck, que ya no está sometida a un régimen opresor basado en la crueldad y en el derramamiento de sangre, se une a vosotros en comunión espiritual, y nuestras dos grandes naciones establecerán un vínculo que será mucho más profundo que una simple amistad. ¡Una vez firmado el tratado, seremos uno; nuestros destinos quedarán unidos para siempre!
La reacción de la multitud fue tan desigual como la que había recibido Cundertol; pero no pareció que esto desconcertara a ninguno de los dos líderes. Se dirigieron sendas reverencias, y después el primer ministro volvió entre la multitud a su asiento, seguido de su séquito. Tal como había supuesto Leia, se limitó a saludar a Han y a ella con un frío gesto de la cabeza.
Han murmuró algo así como que tendría mucho gusto en cambiar a Cundertol por una bota llena de estiércol de mynock. Leia le hizo callar. No se veía por ninguna parte al vice primer ministro; nadie había comentado aquella ausencia, pero a ella le pareció interesante.
Pero tampoco tenía tiempo de pensar en ello, pues la ceremonia comenzó inmediatamente. Unos sacerdotes p’w’eck, adornados de cintas, empezaron a trinar un cántico monótono mientras el Keeramak recorría el límite del espacio despejado, sembrando fragmentos cristalinos brillantes en un círculo perfecto alrededor del grupo alienígena. Como contrapunto al cántico, el Keeramak levantaba la cabeza cada pocos segundos y entonaba una frase en su propia lengua. En esta ocasión no había un intérprete público que explicara lo que se decía.
—¿Puedes traducir eso? —susurró Leia a C-3PO.
—Sólo en parte, ama. No es el mismo dialecto en que hablan normalmente los p’w’eck. Parece que se trata de una lengua antigua, ritual, conservada quizás para…
—Ahórrate los detalles, Lingote de Oro, y ve al grano, ¿quieres? —dijo Han por lo bajo con tono irritado.
—Como desees, amo. El Keeramak se dirige al espíritu vital de la galaxia, suplicándole que le escuche y le conceda sus deseos. «La luz dorada de esta mañana es tuya», dice. «Los cielos teñidos de azul y las nubes blancas son tuyas. Donde hay hojas verdes y flores multicolores, allí estás tú. Donde las crías se hacen fuertes de cuerpo y de corazón, allí estás tú».
—Muy poético —murmuró Han—. ¿Queda mucho?
—Según el programa, la ceremonia durará una hora, amo.
—Qué estupendo —dijo Han, estirando las piernas y cruzando las manos tras la nuca—. Despiértame cuando haya terminado, ¿quieres, Leia?
* * *
El camión flotante se detuvo ante una entrada del estadio que no estaba custodiada. Goure, a los mandos del aerocoche que seguía al camión, pasó de largo, dobló una esquina y se detuvo. Tahiri fue la primera que se bajó, y corrió de nuevo hasta la esquina. Goure la seguía de cerca. Una vez allí, los dos se asomaron con cautela, a tiempo de ver cómo Blaine Harris llevaba a Jaina, a Malinza Thanas y a otros dos al interior del estadio.
—Vaya seguridad —murmuró Tahiri, con el fondo de los cánticos que salían de los altavoces del interior del estadio—. En la puerta no hay nadie. ¡Han entrado como si tal cosa!
—Sospecho que estaba preparado —dijo el ryn, rozándose rítmicamente las piernas con el movimiento de su cola—. Y nosotros también podremos aprovechar la situación si nos damos prisa.
Se dirigieron juntos a la entrada con paso rápido pero prudente, conscientes de que podían saltar las alarmas en cualquier momento. Finalmente, consiguieron llegar a la puerta sin incidentes y colarse sin ser detectados. El rumor de la multitud del interior del estadio los envolvió como un abrazo cálido y acogedor. Tahiri pensó que lo que estuviera pasando dentro del estadio, fuera lo que fuera, parecía impresionante.
—¿Percibes a tu amiga? —le preguntó Goure.
La mente de Jaina había estado brillando como un faro desde bastante antes de que saliera del despacho de Blaine Harris, pocos minutos después de la llegada de Tahiri y Goure. Mientras el ryn y ella intentaban convencer a un guardia de seguridad para que les dejara pasar a ver al vice primer ministro, Tahiri había detectado que Jaina se movía. Tras retirarse de los despachos ministeriales, Goure y ella habían encontrado un interfaz droide por medio del cual el ryn había podido descubrir, a través de imágenes de las cámaras de seguridad, que Harris se desplazaba junto con Jaina. Aunque no tenían idea de dónde llevaba a Jaina el vice primer ministro, emprendieron la persecución, mientras Tahiri empezaba a desconfiar de ser capaz de alcanzar a Harris a tiempo de detener la ceremonia. Era una verdadera suerte que hubieran terminado en el estadio en que se estaba celebrando la ceremonia misma. Pensó que quizá el vice primer ministro hubiera tenido la misma idea que ellos y quisiera detener la ceremonia antes de que entrara en juego el plan de Cundertol, fuera el que fuera.
Pero en los pensamientos de Jaina se apreciaba un matiz que minaba la confianza de Tahiri. Algo no marchaba bien del todo. Si Jaina era prisionera de Harris, ¿qué quería decir aquello? A Tahiri le estaba pareciendo cada vez más difícil entender de qué parte estaba cada uno, por lo que le resultaba casi imposible saber qué hacer.
—¿Y bien? —preguntó Goure.
Tahiri asintió con la cabeza.
—Sí, sí que la percibo —dijo.
Después, siguieron avanzando en silencio por los pasillos, siguiendo la presencia de Jaina hasta las profundidades del estadio.
* * *
—¿Dónde nos llevas? —preguntó Jaina.
Harris, que iba unos pasos por delante, no le hizo caso. Salkeli le dio un empellón con la empuñadura de la arma. El mensaje era sencillo: calla y sigue adelante. Ella así lo hizo, siguiendo al vice primer ministro, que descendió por una rampa ancha y pasó bajo una serie de arcos por los que apenas cabía erguida su alta figura. Al poco rato se detuvieron ante una puerta cerrada que parecía lo bastante grande para que pasara por ella un deslizador.
Blaine Harris marcó en la cerradura una larga clave alfanumérica, y la puerta se abrió.
—Moveos —le ordenó lacónicamente, indicando a Jaina y a los miembros supervivientes de Libertad que pasaran por delante de él.
Jaina se encontró en un almacén de materiales, donde no había más que un único contenedor de metal en el centro de la habitación.
—Un poco desnudo de decoración para mi gusto —dijo Jaina con sequedad—. Pero supongo que servirá de momento.
—Cualquier sitio sirve para morir, ¿no te parece? —repuso Harris. Cerró la puerta y acudió junto a Jaina.
—Mira la caja y dime qué ves.
Jaina se agachó para mirarla más de cerca, todavía fingiendo cuidadosamente que tenía bien atadas las muñecas. Tras pensárselo un momento, se encogió de hombros.
—¿Un detonador remoto?
—Muy bien —dijo Harris—. Ahora, aprieta el botón rojo.
Ella se rio sin humor.
—No lo dirás en…
—Hazlo —insistió Harris, levantando su arma y apoyándola en la frente de Malinza—. Hazlo, o pego un tiro a la chica.
Jaina miró a Malinza. Ésta tenía cara de determinación, pero no podía ocultar el miedo en los ojos. Las dos sabían que Harris no amenazaba en vano.
—De acuerdo —dijo, adelantando las manos aparentemente esposadas y presionando el botón. Se encendió un contador numérico que empezó una cuenta atrás a partir de diez minutos estándar.
Harris asintió con satisfacción, bajando la pistola láser.
—Y ahora que ya están tus huellas en el botón, tu suerte está echada. Cuando estés muerta y haya estallado la bomba, nadie alegará nada en tu defensa.
Jaina centró su energía, forzándose a mantener la calma.
«Pronto —se dijo a sí misma—. Sólo un poquito más».
—¿Sabes una cosa? —dijo, incorporándose—. Volar el estadio no va a ser bueno para vuestras relaciones con los p’w’eck.
Lo decía tanto para distraer a Harris como para sonsacarle toda la información que pudiera.
—Si ésa fuera mi intención, entonces, sí, no me cabe duda de que un acto así pondría en un grave compromiso las relaciones con los p’w’eck —dijo—. Pero no lo es. Bueno, no pretendo volar todo el estadio. Sólo la parte donde están sentados mis enemigos.
«Mis enemigos…».
—¿El primer ministro Cundertol? —preguntó ella. Después, comprendiendo una verdad terrible, exclamó—: ¿Mis padres?
La sonrisa de Harris fue amplia y cruel.
—Sí, querida —dijo—. Cuando aten cabos, lo que quedará claro es que tú pusiste la bomba para hacer fracasar el tratado con los p’w’eck. Los Jedi no querían que Bakura saliera de la Alianza Galáctica y no repararon en medios para impedirlo. Por desgracia, tus padres tuvieron que sacrificarse por la causa. Malinza Thanas creía que tú la estabas ayudando, y se dejó convencer por ti para secuestrarme y para ayudarte a entrar en el estadio, donde tenías preparada una bomba. Pero la joven Malinza, equivocada pero leal al fin y al cabo, descubrió en el último momento tu plan maligno y ayudó a liberarme a costa de su vida y de las vidas de sus amigos. Por desgracia, no llegó a tiempo de impedir la detonación de la bomba. Morirá el primer ministro, junto con una buena parte del Senado.
—Y entonces intervienes tú para garantizar que la ceremonia sigue adelante según lo planeado, ¿verdad? —concluyó Jaina por él.
—En recuerdo de la valiente Malinza Thanas, naturalmente —añadió él, todavía con una amplia sonrisa—. Todo ello es bastante poético, ¿no te parece?
—Es abominable —murmuró Malinza, incapaz de disimular el temblor de su voz.
—Yo más bien lo calificaría de eficiente.
Mientras Harris se henchía de satisfacción, Jaina miró el contador. Sólo le quedaban siete minutos y medio para quitarse de en medio a Harris y a Salkeli y desactivar la bomba. Aquello parecía demasiado, incluso para una Jedi.
* * *
Leia observaba con interés la ceremonia, en la que los sacerdotes p’w’eck habían añadido a su cántico extraño una danza de movimientos fluidos. El Keeramak había completado el círculo y se volvía hacia el cielo, abriendo los brazos como para abarcar todo el mundo.
—«Los océanos del espacio se han abierto para crear esta isla de bienes» —seguía traduciendo C-3PO—. «Hasta en el desierto del vacío deben existir oasis. Os invitamos a compartir éste con nosotros, en el espíritu de la unidad galáctica: Una sola mente, un solo espíritu, un…». Me temo que no soy capaz de traducir esta última frase.
—Recordadme otra vez por qué hemos tenido que venir a esto —susurró Han. Leia le impuso silencio una vez más.
—Las estrellas sonríen con bondad sobre este mundo —dijo el Keeramak—, pues es un lugar bendito.
Leia no lo tenía tan claro. Bakura tenido bastantes problemas, y ella dudaba que aquello pudiera cambiar por la bendición de unos alienígenas. Si seguían avanzando los yuuzhan vong, no se les iba a detener a base de gestos de las manos y de hacer sonar unos cuantos cascabeles.
Claro que, si los p’w’eck resultaban ser tan buenos luchadores como habían sido los ssi-ruuk, era probable que pusieran las cosas difíciles a los yuuzhan vong, pensó Leia. Los ssi-ruuk luchaban bien cuando se veían forzados a ello. A causa de su miedo a morir lejos de un mundo consagrado, todas las batallas que tenían que librar fuera del Imperio tenían un ritmo precipitado, casi frenético; quizá fuera por esto por lo que dominaban tan bien el golpe de mano rápido, consideró Leia. Habían ido puliendo esta táctica a lo largo de los años hasta convertirse en maestros de la misma. Y cuanto más golpes de mano daban con éxito, más fuertes se volvían, ya que su objetivo solía ser, además de la destrucción, tomar cautivos para someterlos a la tecnificación.
Con todo, Leia no podía contener una sensación de inquietud creciente a medida que iba aumentando la intensidad de la ceremonia. Los cánticos habían alcanzado un tono febril, hasta el punto de que C-3PO apenas era capaz de seguir traduciendo lo que decía el Keeramak.
La multitud había quedado en silencio absoluto. El propio Han había dejado de aparentar falta de interés y se inclinaba hacia delante como hipnotizado por los alienígenas que cantaban y se agitaban.
—«… apretar los vínculos… unidos en sinergia gloriosa… aunque el espacio nos separe… siendo unos en el seno de las estrellas…».
De pronto, Leia sintió que la atravesaba una punzada como un aviso urgente. Al principio no supo de dónde procedía, hasta que identificó su fuente como la Fuerza, y de algo externo a ella.
—Han —susurró. Después, dijo más fuerte, para hacerse oír sobre la voz del p’w’eck—: Han, ¡es Jaina!
Han se incorporó inmediatamente de un salto en su asiento.
—¿Dónde? —preguntó, mirando confuso entre la multitud en busca de su hija—. ¿Dónde? ¿Está bien? ¡No la veo!
—¡No está aquí! —Leia se esforzaba por interpretar lo que sentía—. Me está llamando por la Fuerza. Tiene problemas… pero sus pensamientos no están centrados en ella misma. Intenta advertirnos. Está… —negó con la cabeza, incapaz de captar perfectamente el mensaje—. Va a pasar algo.
Han se volvió hacia su esposa.
—¿De qué se trata?
Leia cerró los ojos para poner orden en un torbellino de impresiones sin palabras. La inundaban unas imágenes que no sabía interpretar, como una marea de urgencia creciente.
—Han, creo que tenemos que marcharnos de aquí. ¡Deprisa!
Han se puso de pie inmediatamente. Sabía por experiencia que no le convenía dudar del instinto de su esposa y de su hija. Mientras Cakhmaim y Meewalh rodeaban de cerca a Leia, Han se puso de pie y emprendió el camino de salida del estadio, seguido de los otros. Nadie les prestó atención; todo el público atendía al espectáculo que tenía lugar más abajo, en el centro del estadio.
Llegaron sin obstáculos al borde de la tribuna de preferencia. No se había abalanzado sobre ellos ningún asesino que surgiera de entre la multitud, ni les habían proferido ninguna amenaza. Pero la inquietud de Leia era innegable. Fuera lo que fuese lo que le estaba transmitiendo Jaina por medio de la Fuerza, se volvía más urgente a cada momento.
—¿Qué pasa, Leia? —le preguntó Han por fin—. ¿Dónde está?
—Está cerca de aquí. No quiero distraerla, Han. Está…
Se formó en su mente una imagen casi perfecta: explosivos, un temporizador, una cuenta de segundos que se reducían rápidamente.
—Ay, ¡ya llega! —exclamó—. ¡Tenemos que bajar! ¡Corred todos! ¡Corred!
Gritó esto último al público que la rodeaba, pero nadie dio muestras de prestarle atención. Todos seguían absortos en lo que pasaba en el centro del estadio.
Sus guardaespaldas noghris abrieron paso a los dos humanos y a C-3PO hacia una salida del estadio.
—¡No! —gritó ella—. ¡No hay tiempo! ¡Abajo! ¡Abajo!
Sus guardaespaldas la echaron sobre el suelo y la cubrieron, recorriendo con sus ojos de saurio la multitud en busca de cualquier indicio de peligro. El cántico de los alienígenas había llegado a su culminación y chirriaba por el canal, con lo que era casi imposible oír cualquier otra cosa.
Entonces le llegó otra imagen desesperada de Jaina, tan clara que le formó palabras en la mente:
«Tahiri, ¡no!».
El mundo se volvió blanco, y su conexión con Jaina se cortó inmediatamente.
* * *
La barcaza de hielo redujo la velocidad hasta detenerse a cubierto de una duna de nieve gigante. El chirrido de sus repulsores se redujo, mientras la nave se posaba sobre su ancho vientre. Las manos de Fel manejaban los mandos con la soltura fruto de la práctica, y guió la nave hasta un aterrizaje casi perfecto.
Cuando todo hubo quedado en reposo, el corpulento humano echó una mirada a Luke, como preguntándole: «¿Estás seguro de que sabes lo que haces?».
Cuando Luke se lo hubo asegurado con un gesto de la cabeza, Fel apagó los escudos. La barcaza empezó a temblar de pronto, azotada por el viento helado y aullante.
—Necesitaremos trajes de supervivencia —dijo Syal.
Fel negó con la cabeza.
—No estaremos fuera el tiempo necesario para necesitarlos. Todo habrá terminado en uno o dos minutos.
Danni miró con el ceño fruncido las diez formas circulares que se cernían alrededor de la barcaza posada. Estaba ojerosa por la fatiga.
—Ahí viene uno —dijo, señalando un volador de nieve que trazaba un viraje para aterrizar cerca de la barcaza.
—Y otro —dijo Stalgis, señalando también.
Saba observó el aterrizaje de la nave de extraño aspecto, que se posó de canto. Sus motores ardían vivamente con un color infrarrojo que brillaba más que el sol frío. Salieron cuatro soportes delgados para sostener sobre la nieve al disco vertical. Cuando estuvo estabilizado, se abrió con efecto de diafragma un panel circular de su costado y salió una piloto vestida de negro, con un uniforme sin insignias de rango ni ninguna otra señal identificativa. Era alta y esbelta, como todos los chiss que había visto Saba en su vida. Saba vio que la mujer caminaba con confianza hasta el costado curvo de la barcaza y saltaba ágilmente a bordo.
Un segundo piloto se sumó a ella, llevando un rifle de dos manos como los que había visto Saba en la sala de inmersión. Se había enterado de que los chiss los llamaban charrics. La primera piloto se quitó el casco y dejó al descubierto unos rasgos rudos y curtidos, con un pelo muy corto. La piel azul de su rostro parecía más fría que el hielo que la rodeaba.
—Ganet —dijo Fel con disgusto—. Debí haberlo supuesto.
—¿Quién es? —preguntó Luke.
—Está al mando de una falange al servicio de una facción rival que se opone a los cambios que yo quiero instaurar. Y sé que tampoco sería partidaria de vosotros.
El Maestro Luke quitó importancia con una sonrisa a aquella advertencia velada.
—Entonces, quizá sea el momento de vernos con ella —dijo.
Fel no le devolvió la sonrisa. Se limitó a ponerse un par de guantes negros y delgados mientras se volvía hacia su esposa.
—¿Todo preparado?
Syal asintió y apretó un botón de los mandos de la barcaza de hielo. En una pantalla a un lado del panel principal de instrumentos comenzó una cuenta atrás.
«Dos minutos… un minuto cincuenta y nueve segundos… un minuto cincuenta y ocho segundos…».
La puerta principal se abrió hacia arriba y hacia el exterior, y el aire caliente de la cabina fue absorbido al instante hacia el exterior. El frío intenso rodeó a Saba, que apretó los dientes preparándose para la temperatura helada. Como sucedía a casi todas las especies de saurios, el frío la ralentizaría, y tendría que recurrir a la Fuerza para contrarrestar este efecto. Así lo hizo, encendiendo en su pecho una bola de calor que se difundía hacia todo su cuerpo. Sólo le perduró una sensación de frío en la punta de las extremidades, que mantuvo bien recogidas, cerrando los puños y recogiendo la cola cerca de las piernas.
Soontir Fel salió de la barcaza el primero, irradiando calma y seguridad. Inspeccionó lo que tenía delante, y atravesó después el umbral para dejar paso a los demás. Salió después el Maestro Luke, seguido de Saba, Mara y Stalgis. Danni y Syal se quedaron dentro.
«Un minuto cuarenta y cinco segundos…».
Fel se detuvo ante la piloto y la miró de pies a cabeza con desaprobación silenciosa. Por fin, negó con la cabeza.
—No me parece que estés hecha para participar en una franca rebelión, Ganet.
—Prefiero considerarlo una amputación —respondió ella con calma.
—El caso es buscar una justificación para tus actos, ¿no?
Otro piloto llegó tras la mujer de rasgos curtidos y se apostó tras ella con el charric dispuesto. Aterrizaron cerca de ellos otros dos voladores de nieve más.
—No he venido aquí a intercambiar agudezas contigo, Fel —dijo Ganet—. Lo que quiero es tu colaboración. Y la conseguiré, porque tenemos a tu hija.
Saba detectó que Fel se ponía levemente más rígido, pero mantuvo la firmeza y la seguridad en la expresión y en el tono de voz.
—¿Y quiénes sois vosotros exactamente, Ganet?
—Eso no importa —dijo ella, levantando la arma y apuntándole al pecho—. Lo que importa es que la tenemos, ¿no?
—Al menos, dime por qué —dijo Fel, adelantándose y desafiando la punta de la arma con el ancho pecho—. Se lo he dado todo a los chiss desde que me uní a vosotros; debo tener derecho…
—¡Te uniste a Thrawn, Fel! Eso no es lo mismo que unirte a los chiss. Nosotros tenemos unas tradiciones y costumbres que él quebrantó, y al unirte a él demostraste que tú tampoco los respetas.
—¿No es una de esas tradiciones la de no disparar a un enemigo hasta que él haya disparado primero?
Ganet sonrió con calma.
—Pero tú no eres mi enemigo, Fel. No me entiendas mal en ese sentido. No eres más que una molestia que no tardaré en quitarme de en medio.
«Un minuto…».
—Y ¿qué hay de nosotros? —preguntó el Maestro Luke.
Ganet dio un paso a su derecha, apartándose del alcance de Fel y dirigió su atención a los demás.
—Se os invitó a venir aquí con un pretexto que el FDEC no se cree —dijo—. Puede que hayáis engañado a las casas, pero vuestras fábulas no nos impresionan. Lo de Zonama Sekot es una cortina de humo que oculta algo más siniestro. Sólo que todavía no sabemos en qué consiste.
—Entonces, os proponéis quitarnos de en medio también a nosotros.
Ganet se rio.
—¡Siempre habíamos tenido la intención de quitaros de en medio, Jedi! Nunca pensamos dejaros marchar de aquí.
—Entonces, el plazo… —empezó a decir Stalgis.
—No era más que un ardid para que pudiésemos actuar contra vosotros, claro está.
—¿De manera que no somos más que peones en el jueguecito de poder del navegante jefe Aabe? —preguntó Luke, negando con la cabeza—. ¿Qué le prometiste? ¿El cargo de Soontir, en cuanto quedara vacante?
«Treinta segundos…».
—Nos proporcionó el medio de resolver una situación difícil —dijo ella, asintiendo con la cabeza—. Recibirá la debida recompensa cuando llegue el momento, en efecto.
—¿Del mismo modo que estáis «recompensando» a Soontir ahora mismo? —dijo Mara—. ¿Es que no tenéis conciencia?
—Conocemos el concepto —dijo Ganet, levantando el charric; pero no tiene lugar en la guerra. Y esto es la guerra, Mara Jade. Que no te quepa la menor duda al respecto. En la lucha contra los yuuzhan vong no pueden existir medias tintas: sólo existen aliados y enemigos. Como los chiss no necesitamos aliados, me temo que sólo nos queda la segunda opción.
Indicó al otro piloto de volador de nieve que se adelantara, mientras otros dos subían a la barcaza de hielo.
—Haced el favor de apartaros de la puerta y de volveros… todos.
«Diez segundos…».
—Eso incluye a tu esposa, Fel.
Fel indicó a Syal y a Danni que se reunieran con ellos, y ellas obedecieron rápidamente.
—Te prometo una muerte limpia, Fel —dijo Ganet—. Aceptar tu destino no es ninguna deshonra.
Tres segundos…
—¡Por los chiss!
—Así es —dijo Ganet, interpretando el grito de batalla de Fel como una despedida—. Por los…
—¡Ya! —ordenó Luke.
Saba, Danni y Mara saltaron inmediatamente a la lucha, junto con Soontir Fel, una fracción de segundo antes de que se dispararan simultáneamente todos los cañones de la barcaza.
El plan de distracción dio resultado. Ganet y sus cómplices quedaron desconcertados un instante por las explosiones… y a los Jedi les bastaba con un instante.
Fel se desplazó ágilmente a la izquierda. Ganet lo siguió instintivamente, con el charric en la mano, dispuesto para disparar. El sable de láser de Luke cobró vida dando un grácil tajo hacia arriba para partir en dos el cañón de la arma de Ganet. Fel la de una rápida patada en las piernas, mientras Luke se dirigía al segundo piloto, al que hizo caer sin esfuerzo con un empujón de la Fuerza.
—¿Me has oído? —gritó Luke a Fel—. No sabía que eras sensible a la Fuerza.
—No lo soy —respondió Fel—. ¡Pero sé contar!
Mara se volvió sobre sí misma al ver pasar un rayo de energía junto a la cabeza de Luke, y vio que los otros dos pilotos adoptaban posturas de disparo al borde de la barcaza. Mara desvió el primer tiro con su sable de luz, haciendo que una duna de nieve que estaba a cien metros se disolviera en forma de nube blanca. El segundo disparo iba mal dirigido. Saba extendió una mano mental y arrancó al piloto su rifle. El otro piloto la apuntó con su charric y disparó. Era un buen disparo, que habría acertado a Saba en la cabeza si ésta no lo hubiera desviado con su sable de luz. El piloto cayó de espaldas sobre la borda de la barcaza y fue a parar a la nieve.
Un ruido chirriante anunció un ataque desde lo alto. Los rayos de rifles láser trazaban gruesas líneas negras sobre la parte superior de la barcaza y pasaban cerca de Saba, mientras el volador de nieve pasaba a su lado y viraba después para dar otra pasada. Dos de los otros cinco tomaban posiciones para hacer otro tanto.
—¡Volved a activar esos escudos! —gritó Stalgis, recogiendo un charric y lanzando un disparo al volador que se retiraba. El disparo rebotó en el costado de la nave, pero le hizo reducir la marcha en absoluto.
—Vamos, Saba —dijo Mara, señalando dos de los voladores que habían aterrizado—. ¡Mientras tenemos la oportunidad!
Saba comprendió al instante lo que quería decir Mara. La barcaza de hielo sería vulnerable a los seis voladores de nieve que quedaban, aunque tuviera activados los escudos. Si querían llegar al espaciopuerto, debían combatir de manera más ofensiva.
Saba corrió hacia la borda de la barcaza, poniendo en juego los músculos de sus patas poderosas, y se arrojó a la nieve.
Llegó justo a tiempo. El borde del escudo, al activarse, le alcanzó la cola. Ella la flexionó para librarse de aquella sensación de picor y escozor y corrió subiendo por la duna de nieve hacia el volador más cercano. Mara se dirigió al que tenía a su derecha, ayudándose de la Fuerza para abrirse paso a través de la nieve espesa. Los voladores eran mayores de lo que parecían vistos en el aire; tenían al menos el doble de la estatura de Saba, y su grosor era como tres veces el ancho de su cuerpo. Llegó hasta su base y subió por la escalerilla de acceso. La nave se cernía sobre ella como una rueda negra, reluciente, que estuviera atascada en la nieve.
Los mandos eran distintos de cualquier otros que ella hubiera visto en su vida; pero, a semejanza de los charrics, su funcionamiento se basaba en principios que ella entendía. La nave no tenía ningún sistema de seguridad sofisticado y respondió al contacto de sus dedos fríos. Saba enroscó la cola sobre su cadera y activó los motores.
Las patas del volador se retiraron con un leve zumbido y la nave ascendió suavemente. Después, mientras la cabina vibraba por el efecto de los potentes repulsores de la nave, ésta ascendió bruscamente hacia el cielo, haciendo que Saba se hundiera en su asiento y soltara un gruñido de desagrado por haberse aplastado momentáneamente la cola. El sistema de armamento del volador era austero y fácil de manejar. Saba montó el cañón de láser y apuntó uno de los seis voladores de nieve enemigos que acudían a responder a la nueva amenaza. Su primer disparo pasó lejos del blanco. Ella ajustó la puntería, familiarizándose rápidamente con las reacciones del volador de nieve. Su segundo disparo pasó más próximo al objetivo, pero todavía tuvo que hacer algunos ajustes. Procuró no atender a los movimientos mareantes del horizonte, mientras el volador al que perseguía viraba rápidamente intentando quitársela de la cola. Había pasado mucho tiempo desde el último combate de cazas de Saba, cerca de Barab I, pero comprobó con agrado que no había perdido facultades.
Un leve gruñido le sonó en la garganta cuando el volador se le puso en el punto de mira. Disparó.
Saltó un rastro de chispas como la cola de un cometa: el disparo había hecho saltar el estabilizador de babor de su objetivo. La nave se bamboleó torpemente por el cielo mientras su piloto se esforzaba por hacer un aterrizaje de emergencia controlado. Saba no se quedó esperando a ver si lo conseguía; estaba demasiado ocupada volviendo atrás con su propio volador para buscar otro objetivo.
También Mara había derribado a otro volador, pero aquello no desanimó para nada a los cuatro restantes. Reagrupados en formación de cuadro cerrada, dejaron de atacar a la barcaza de hielo, que ya estaba disparando con su propios cañones, a través de sus escudos, a los voladores enemigos. Saba y Mara tenían la desventaja de no poder comunicarse entre sí; pero la Fuerza lo compensaba con creces. Mara transmitía instrucciones sutiles que dirigían a Saba hacia blancos suevos. Ella las seguía sin dudarlo, aun cuando parecían oponerse a lo que le decía su propio instinto.
Cuando la Fuerza le dijo que hiciera un tonel volado a través del centro mismo de la formación en rombo de los chiss, ella lo hizo exactamente así, separándolos y disgregándolos en cuatro direcciones. Mara eligió a uno que pasaba siguiendo la estela de Saba, y redujo su inferioridad numérica a una situación más manejable de tres contra dos.
«¡A tu cola, Saba!».
Saba se volvió en su asiento para ver lo que tenía a su espalda, pero se arrepintió al momento de aquella reacción impulsiva. El movimiento repentino en el estrecho asiento le produjo agujetas en la cola. Un disparo procedente de su cola pasó terriblemente cerca de la cubierta de estribor de su cabina. Forzándose para no prestar atención a la incomodidad, bajó con fuerza la palanca de mando y volvió a subirla, haciendo un bucle con el volador que la puso a la cola del que antes la perseguía. Éste bajó en picado intentando despegarse de ella, pero no a tiempo de esquivar una salva de fuego de láser que le truncó el cañón y le hizo un agujero en la cabina. El efecto del viento sobre los daños desvió la nave y la hizo caer en un ventisquero, con una explosión brillante que dispersó los restos hasta muy lejos del punto de impacto.
Mara realizó una maniobra espectacular que derribó del cielo otro volador y la dejó en trayectoria de colisión frontal con el único que quedaba. Sin embargo, el piloto chiss no se desvió de su rumbo en lo más mínimo, mientras las dos naves se dirigían la una a la otra a toda velocidad. Saba contemplaba aquello con franca inquietud, sabiendo que Mara no flaquearía jamás en un desafío como aquél. Se abrió por completo a la fuerza, cerró los ojos y soltó tres rápidos disparos de cañón. Cuando volvió a abrir los ojos, el volador chiss caía en espiral a tierra, con los mandos de control dañados.
Dieron una rápida pasada de inspección sobre la barcaza de hielo posada antes de aterrizar. El Maestro Skywalker y los demás habían reunido a Ina’ganet’nuruodo y a los otros tres pilotos y les pusieron las esposas. Los cuatro estaban de rodillas junto a la borda de la barcaza, contemplando con amargura cómo Syal desactivaba el escudo de la barcaza y Saba y Mara aterrizaban cerca de ellos.
Saba agitaba con alivio la cola a su espalda mientras se subía a la barcaza para reunirse con sus amigos. Tras el calor de la batalla, el aire parecía todavía más frío que antes.
—Bien pilotado —dijo Luke, dirigiendo el cumplido tanto a Mara como a Saba.
Saba no pudo menos de sentirse orgullosa ante tales palabras, dichas por un piloto tan consumado como el propio Maestro Jedi.
—Gracias —dijo, sintiendo que se ruborizaba de color verde oscuro bajo sus escamas.
—El bloqueador de comunicaciones está en el volador de Ganet —dijo Luke, señalando con la cabeza uno de los voladores que seguía posado allí cerca—. No lo hemos desactivado; por eso no han podido pedir ayuda.
—Pero ahora sí podemos, ¿verdad? —preguntó Mara.
Todas las miradas se volvieron hacia Fel, que era quien sabía mejor cómo reaccionarían las fuerzas de seguridad locales ante aquellos acontecimientos.
—Creo que debemos dirigirnos al espaciopuerto, según lo planeado —dijo, tras pensárselo un momento—. Mientras seguimos aquí fuera, siguen teniendo la oportunidad de quitarnos de en medio y borrar las pruebas. Creo que será mejor que les presentemos los hechos consumados, presentándonos vivos —dirigió una mirada siniestra a Ganet, que, de rodillas ante él, lo miraba con rabia—. Cuando se muestra a los chiss lo peor que pueden hacer, suele salir a relucir lo mejor que tienen. Esto era, probablemente, lo que nos hacía falta para demostrar la futilidad de mantenernos inactivos mientras el resto de la galaxia está en guerra. Es inútil fingir que somos fuertes mientras nuestra propia estructura de mando se deshace a nuestro alrededor.
Syal acudió junto a su esposo.
—No quiero que vayas a la guerra —dijo—, pero prefiero eso a ver cómo te traiciona nuestro propio pueblo.
Fel le puso una mano en el hombro y se lo apretó suavemente. No dijo nada, pero se apreciaba en sus ojos el afecto que sentía hacia ella.
—Debemos recoger a los demás pilotos de los voladores derribados —dijo Luke—. No podemos dejarlos ahí fuera, para que se mueran de frío.
—¿Por qué no? —dijo Stalgis, mirando a Ganet con dureza—. No parecía que a ellos les importase matarnos a nosotros.
Ganet le devolvió la mirada sin ánimo de disculparse.
—Pero nosotros no somos ellos —observó con tranquilidad el Maestro Jedi—. Saba, ¿percibes a alguno de ellos allí fuera?
Un rápido examen por medio de la Fuerza de los alrededores desolados sirvió para localizar con facilidad a los pilotos restantes.
—Cuatro están vivos; tres de ellos, heridos. Ésta os guiará hasta ellos.
Fel indicó a los cuatro prisioneros que se pusieran de pie.
—Adentro —les dijo—. Y no intentes nada, Ganet, porque puedes creerme si te digo que no daré tantas muestras de compasión como los Jedi.
La mujer le dirigió una mirada malévola con sus ojos rojos, pero hizo lo que decían sin discutir.
—Y ¿qué pasa con Wyn? —preguntó Syal—. ¿Qué hacemos con ella?
—No te preocupes —dijo Luke—. Conozco a Jacen, y sé que ya se estará ocupando de eso.
* * *
La desesperación era una sensación a la que no se había rendido nunca Jaina, al menos no del todo; pero la frustración era otra cosa muy distinta. Había intentado dos veces distraer a Salkeli, pero el rodiano la vigilaba demasiado estrechamente. Mientras tuviera apuntados a Malinza y a los demás con la pistola láser, Jaina no podría arriesgarse a lanzar un ataque directo.
Entonces sintió a través de la Fuerza un toque que le resultaba al mismo tiempo familiar y sorprendentemente desconocido.
Tahiri estaba allí cerca, y se aproximaba.
Aunque estaba la idea de cruzar su mente con la de la joven Jedi la turbaba, Jaina hizo su presencia en la Fuerza todo lo fuerte que pudo. Si Tahiri la estaba buscando, y si llegaba a tiempo…
Harris, sin percibir las energías vitales sutiles que fluían a su alrededor, había sacado el sable láser de Jaina de entre los pliegues de su túnica y activó la hoja brillante con aire triunfal.
—Sólo falta una cosa por hacer para que la explicación no tenga el menor fallo —dijo—. Para que los Jedi sean los enemigos, nuestra heroína debe tener algunas heridas realistas, ¿no te parece?
Salkeli sonrió mientras Harris se acercaba a Malinza. La muchacha retrocedió, horrorizada. Vyram se interpuso entre el vice primer ministro y la muchacha. Pero aquello no perturbó en absoluto a Harris.
—Cualquiera de los dos servirá —dijo, alzando sobre su cabeza la hoja de color violeta, dispuesto a asestar el golpe—. La verdad es que no me importa cual de los dos caiga primero.
Jaina no pudo esperar más. Si iba a hacer algo, debía hacerlo ya.
Se liberó de las esposas con un rápido movimiento de apertura de los brazos, y arrancó el sable de manos de Harris con un buen empujón de la Fuerza. Se agachó y rodó sobre sí misma cuando Salkeli la apuntó con su pistola láser, boquiabierto de sorpresa por el giro brusco de los acontecimientos. Jaina lanzó una patada a los pies del rodiano y lo derribó. Harris sacó su propia pistola sin pérdida de tiempo, pero Jaina ya estaba de pie a tiempo de desviar sus dos primeros disparos, que se perdieron en la pared sin hacer daño. Silbaron a su lado otros dos tiros de láser, que explotaron ruidosamente a sus espaldas. Después, dando tres pasos rápidos, se abalanzó sobre el vice primer ministro y le golpeó en la cabeza con la empuñadura de su sable de luz. Harris cayó contra la pared, con el rostro congelado en una expresión de sorpresa y enfado mientras se derrumbaba al suelo.
Segura de que Harris ya no iba a representar una amenaza, dirigió su atención de nuevo a Salkeli. Pero Malinza ya se había encargado de él. La muchacha lo tenía inmovilizado en el suelo, retorciéndole un brazo a la espalda.
Jaina asintió con la cabeza, impresionada.
—Muy bien —dijo. Después, adelantando su sable de luz, añadió—: Acercad las manos.
Cortó las esposas a Malinza y a Vyram con dos hábiles movimientos de la hoja.
—¡Esto lo pagarás! —bufó Salkeli desde el suelo—. ¡Pronto te llegará la hora, basura Jedi!
—¿Quieres que lo haga callar? —le preguntó Vyram, recogiendo la pistola láser de Harris.
—Todavía no —dijo Jaina, desactivando su sable de luz—. Todavía puede hacernos falta.
Entonces vio con consternación que el detonador remoto estaba deteriorado. Un tiro perdido de pistola láser le había dado de lleno en la parte superior El rodiano siguió su mirada, vio la caja humeante y semifundida y soltó una carcajada burlona.
También Malinza lo vio.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó.
Jaina se puso a pensar frenéticamente.
—¿Cuánto tiempo quedaba en el contador?
—No tengo idea —dijo Vyram, negando con la cabeza.
—¡Has perdido, Jedi! —dijo Salkeli en son de burla.
—No; todavía no hemos perdido —dijo ella, asiéndolo por debajo de la barbilla—. Dime dónde está la bomba, y dímelo ahora mismo.
El rodiano miró el sable láser crujiente que tenía cerca de la cara.
—En todo caso, ya no puedes hacer nada por evitarlo. Está bajo la tribuna de preferencia, bien escondida bajo una columna de ferrocemento.
—¡Pero eso todavía no nos sirve de nada, porque estamos atrapados aquí! —dijo Malinza.
Se oyó que alguien daba golpes por el otro lado de la puerta cerrada.
Jaina buscó con la Fuerza y sintió la presencia de Tahiri, que intentaba llamarle la atención; pero la puerta era tan gruesa que no se oían los gritos a través de ella, y dos Jedi no eran suficientes para establecer una fusión en la Fuerza.
Volvió a sentirse frustrada, pero sólo por un momento. Miró a Salkeli, y recordó algo de pronto. Atravesó rápidamente la habitación hasta llegar donde Malinza tenía inmovilizado al rodiano. Tras una rápida búsqueda en sus bolsillos, encontró en seguida lo que buscaba: su intercomunicador.
—Tahiri, ¿me oyes?
Tras un instante de pausa, llegó la respuesta:
—¿Jaina? ¡Estamos aquí mismo, ante la puerta!
—Ya lo sé. Pero ¿podéis abrirla?
Hubo unos momentos de titubeo.
—Podemos tardar uno o dos minutos en conseguir la clave; pero, sí, podremos sacaros de allí.
—No tenemos uno o dos minutos, Tahiri. Escucha: hay una bomba. Debéis encontrarla y desactivarla.
—¿Dónde está?
Jaina repitió la información que le había comunicado Salkeli.
—¿Cuánto tiempo nos queda?
—No estoy segura, pero supongo que no mucho. Había un contador de diez minutos, y ya lleva un rato contando. Será mejor que os pongáis en camino mientras yo me entero de cómo se desactiva.
—De acuerdo. Goure se quedará aquí intentando abrir la puerta.
—¿Quién es…?
—Es el ryn que nos ha estado ayudando. Puedes confiar en él.
Jaina asintió con la cabeza.
—No te preocupes por nosotros. Seguramente estamos más seguros aquí dentro que vosotros. ¡Ponte en camino!
Percibió que Tahiri corría por el pasillo, invocando a la Fuerza para aumentar su velocidad. Notaba también el agotamiento de la muchacha, y deseó poder enviarle algo de energía propia para ayudarla. Pero podía hacer poco en ese sentido. Tenía que aplicar su esfuerzo en otra dirección.
Jaina se apartó de la puerta y se puso en cuclillas junto al Salkeli, que todavía se debatía, intentando en vano liberarse.
—Creí que los rodianos teníais siempre un plan de fuga —dijo. El rodiano la escupió y la miró con rabia. Ella no se inmutó—. ¿Cómo desactivo la bomba, Salkeli?
—¿Yo qué sé? —gruñó él—. Y ¿por qué crees que te lo iba a decir, aunque lo supiera? Ya te he dicho demasiado.
Jaina soltó un suspiro.
—Volveré a intentarlo —dijo, apoyándose esta vez en un poco de persuasión de la Fuerza—. ¿Cómo desactivo la bomba?
A Salkeli se le nublaron un poco los ojos y respondió:
—Ya no se puede desactivar.
Aquello dejó desconcertada a Jaina un momento.
—¡Tiene que haber un modo! —dijo, presionando más con la Fuerza. No creía ni por un momento que el rodiano no tuviera nociones del funcionamiento de la bomba de Harris—. Ahora, Salkeli, dime la verdad. ¿Cómo se desactiva la bomba?
—El detonador remoto —respondió él sin resistirse. Después, echando una mirada a la caja estropeada, esbozó una sonrisa maligna—. Pero ya te lo he dicho: ya no hay manera de desactivarla.
Jaina maldijo entre dientes. Era poco probable que el rodiano tuviera la fuerza de voluntad suficiente para resistirse a la persuasión de la Fuerza, de modo que probablemente estaría diciendo la verdad… o, al menos, lo que él tenía por verdad.
Y aunque el vice primer ministro conociera otra manera de desactivar la bomba, era poco probable que pudieran hacerle volver en sí a tiempo para sacarle la información.
—Ya estoy llegando —dijo Tahiri por el intercomunicador. La transmisión se oía mal, pues tenía que atravesar decenas de metros de duracero y ferrocemento—. ¿Tienes la información?
Jaina negó con la cabeza. Empezaba a sentir náuseas.
—Tahiri, creo que no se puede desactivar.
—¿Qué?
—Harris la montó de modo que no se pudiera desconectar sin el detonador remoto… ¡y el detonador ha quedado destruido!
—Tiene que haber una manera, Jaina.
—No la hay. Ya he visto artefactos como éstos. Tenemos suerte de que no estallara automáticamente antes de tiempo.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer?
—Intentaremos avisar a mamá y a papá, y que ellos avisen a Cundertol. Si nos damos prisa, quizá puedan despejar la tribuna y hacer salir a todos antes de que…
—¿Cuánto tiempo tenemos?
—Todavía no lo sé, Tahiri. Pero no mucho; de modo que sal de ahí en cuanto puedas, ¿de acuerdo?
Intentó llamar a su madre por el intercomunicador, pero la señal era demasiado débil. En lugar de ello, la buscó por medio de la Fuerza. Leia Organa Solo era una mente entre miles, pero su firma mental era reconocible al instante. Jaina sintió a través de ella el poder hipnótico de la ceremonia de consagración, que iba cobrando fuerza por todo el estadio, y se esforzó por atravesarlo.
«¡Mamá! Tienes que salir de allí. ¡Hay una bomba!».
Era difícil transmitir a través de la Fuerza algo que no fueran impresiones sensoriales, pero ella hizo todo lo posible y consiguió recibir un atisbo de respuesta. Pero no pudo determinar si su madre la había entendido.
—La he encontrado —dijo Tahiri—. Tengo la bomba aquí mismo, delante de mí.
La angustia de Jaina se duplicó.
—¿Qué haces ahí todavía, Tahiri? ¡Te dije que te marcharas!
—Voy a intentar desactivarla.
—Tahiri, ¡haz lo que te digo! ¡Vete de allí e intenta avisar a los demás!
—Jaina, no sabemos cuánto tiempo nos queda. ¿Y si no pueden despejar a todos a tiempo?
Jaina contuvo una respuesta airada.
—¡Pero no sabes lo que haces!
—Entonces, tendré que improvisar, ¿no? —fue la respuesta.
Jaina transmitió toda la Fuerza que podía e intentó establecer con Tahiri una fusión en la Fuerza. Aunque el vínculo era débil, llegó a recibir brevemente una imagen clara a través de los ojos de Tahiri. La bomba que ésta tenía delante no estaba capacitada para la desactivación manual, pero tenía un contador. Jaina vio los dígitos azules y grandes que indicaban que sólo les quedaban setenta segundos.
«Sesenta y nueve…».
Entonces la apartó de un empujón algo frío y oscuro, y el vínculo se empezó a desvanecer.
«¡Mamá! ¿Me oyes? —gritó Jaina con la Fuerza, oponiéndose a la desesperación creciente—. ¡Haz que todo el mundo salga de allí! ¡Rápido!».
La puerta del cuarto se abrió con un silbido y entró corriendo el ryn llamado Goure, con la cola muy tiesa hacia atrás.
—¿Qué pasa?
Jaina consultó su cronómetro. Sólo les quedaban treinta segundos.
—¡Cierra esa puerta! —le dijo vivamente—. ¡La bomba está a punto de estallar!
La fusión con Tahiri volvió, bastante tenue.
—Estoy avanzando —dijo la muchacha por el intercomunicador—. He quitado la tapa y creo que puedo…
Saltaron chispas, y Jaina recibió a través de la Fuerza el olor penetrante de cables quemados. Sintió también, al mismo tiempo y con la misma claridad, una punzada de desesperanza, cuando Tahiri comprendió que no tenía idea de qué más podía hacer.
—¡Tahiri, tienes que salir de ahí!
—¡No! ¡Tiene que haber una manera!
—¡No la hay! ¡Vete ya!
—¡Puedo hacerlo, Jaina! ¡Tengo que hacerlo!
—¿Para qué? ¿Para morir como Anakin? —la reacción dolorosa sorprendió a Jaina y la hizo arrepentirse al instante de sus palabras—. Tahiri, lo…
—No te fías de mí, ¿verdad, Jaina?
—No tienes que demostrarme nada, Tahiri. Por favor, vete…
—¡Puedo hacerlo! Sé que puedo.
—¿No podemos discutirlo más tarde, Tahiri?
Pero, entonces, algo oscuro y poderoso rompió la fusión entre las dos. Su presencia trazó en la mente de Jaina una forma negra.
¡Mon-mawl rrish hu camasami!
Las palabras hirieron a Jaina como un cuchillo de sierra.
—¡Tahiri!
—¡No! —gritó Tahiri. Su desesperación quebró aquella oscuridad frágil—. ¡Déjame en paz!
Pero su voluntad no era tan fuerte como la oscuridad, y los pedazos de la sombra volvieron a juntarse, el doble de poderosos que antes.
¡Do-ro’ik vong pratte!
La voz que sonaba por el intercomunicador no parecía la de Tahiri, pero Jaina reconoció las palabras. Las había oído muchas veces en boca de sus enemigos. Era un grito de guerra yuuzhan vong.
—¿Riina? —preguntó Jaina.
La voz pasó a hablar en Básico con soltura impresionante.
—¡Anakin me mató… y ahora tú también quieres que muera! ¡No lo consentiré! ¡Krel nag sh’n rrush fek!
—¡Espera, Riina!
Era demasiado tarde: se había terminado el tiempo. La bomba estalló con un estampido apagado que Jaina sintió, más que oyó. El suelo se agitó bajo sus pies, haciendo caer a todos. Se apagaron las luces; alguien gritó. Jaina se sobrepuso cuando cesaron las vibraciones. Buscó frenéticamente entre la oscuridad la mente de Tahiri. Pero, por mucho que lo intentaba, no la encontraba en ninguna parte.
Tahiri ya no estaba.
* * *
Jacen sentía con fuerza en su mente el miedo de Wyn mientras la seguía, junto a su escolta chiss, por los túneles de hielo, muy hondos bajo la superficie helada de Csilla. Jacen percibía que estaba asustada, pero no advertía ninguna causa concreta de su inquietud. Aunque estaba claro que a Wyn no le caía bien el navegante jefe Aabe, de momento éste no había hecho nada que la amenazara abiertamente.
«Esperemos que siga así», pensó Jacen.
—No lo entiendo —dijo Irolia con enfado a su espalda—. ¿Por qué iba Aabe a secuestrar a la hija del síndico asistente Fel?
—No tengo idea, comandante. Lo que sé es que se la ha llevado y que tenemos que detenerle antes de que le haga daño.
—Pero ¿cómo puedes saber eso? —le preguntó ella—. Esa Fuerza vuestra es una cosa que nosotros no tenemos. ¿Cómo sé que me estás diciendo la verdad? Que yo sepa…
Él le impuso silencio con un gesto. Habían llegado a un cruce, y el aliento de Jacen formaba espesas nubes de vapor helado mientras se asomaba por la esquina. No tenía tiempo de justificar sus actos ante Irolia, ni de intentar convencerla de la existencia de la Wyn estaba cerca; la sentía.
Se veía por delante una luz tenue: la burbuja de calor que contenía a Aabe, a los dos guardias y a la hija menor de Soontir Fel avanzaba rápidamente, por delante de ellos.
—Se dirigen a la terminal del hielocarril —dijo Irolia, asomándose por detrás de él.
—¿Qué es eso?
—Es una estación de transporte subterránea. Hay túneles excavados en la roca madre, muy por debajo del hielo. Por ellos circulan vagones.
Jacen consideró rápidamente sus posibilidades.
—Entonces, tendremos que detenerlos antes de que lleguen.
—Estoy de acuerdo; porque, si consiguen meterse en un vagón, pueden llegar al otro lado del planeta en una hora.
Jacen se volvió a mirarla. La comandante chiss miraba al frente con expresión decidida. Su piel azul y sus ojos rojos formaban un fuerte contraste entre las tinieblas heladas. Parecía que había abandonado todo resto del escepticismo que había expresado hacía pocos momentos. Aunque no estuviera convencida de las motivaciones de Jacen, al menos estaba decidida a ayudarle a recuperar a Wyn sana y salva.
Jacen sintió algo de lástima por ella. Le habían encomendado la misión de hacer de niñera de los visitantes de la Alianza Galáctica durante su estancia en el Espacio Chiss y en Csilla. No era culpa de ella que la hubiera traicionado un alto funcionario cuyas órdenes no se había planteado siquiera discutir. Jacen comprendía que estuviera deseosa de arreglar la situación antes de que corriera la voz de su error.
La luz al fondo del túnel vaciló y se apagó. Jacen comprendió que en algún momento debía intentar acercarse más. No se le ocurría el modo de ocultarse en aquel pasillo oscuro y helado de tal modo que Aabe y los demás guardias no le vieran, pero tampoco podía permitirse el lujo de quedarse atrás. Cuanto más aguardaba, más se alejaba Wyn.
—Vamos, comandante. Tenemos que correr para alcanzarlos.
—¿Estás seguro de que serás capaz? Correr con estas temperaturas puede ser más agotador de lo que piensa la gente.
—Tú procura seguir mi paso.
Dejó que lo llenara la Fuerza, que guiaba sus pasos y le reforzó los músculos de las piernas. Se liberó de la fatiga, así como de la inquietud por Wyn y por los demás. Se concentró únicamente en correr: un acto sencillo y puro que le permitía centrar sus pensamientos. No sabía con exactitud qué haría cuando alcanzara a Aabe. Ni tampoco le importaba. Nada le importaba. Su única razón de ser era cruzar aquella corta extensión de hielo que lo separaba de Wyn, y mientras se mantuviera centrado en aquella única tarea, podría realizarla con facilidad de atleta.
Irolia era capaz de seguirle el paso, pero con bastante más esfuerzo. Cuando llegaron al cruce donde se había perdido de vista la zona iluminada, Irolia respiraba con hondos jadeos. Se apoyó en la pared más cercana mientras Jacen se asomaba por otra esquina. Parecía que ya estaban mucho más cerca; tan cerca, de hecho, que se distinguía claramente a Aabe, por el brillo de su calva, dentro de la burbuja de luz que iba por delante.
—¿Estás en condiciones de seguir? —susurró a Irolia.
Ella asintió.
—Estoy en perfectas condiciones físicas —dijo, secándose el sudor de la frente—. Podría correr tres veces esta distancia y llegar en condiciones de luchar.
—Me alegro de oírlo —dijo Jacen—, porque eso es, probablemente, lo que vas a tener que hacer —volvió a asomarse por la esquina helada—. ¿Cuánto crees que les falta para llegar a esos vagones?
—Sólo hay dos cruces más de aquí a la terminal del hielocarril.
—Entonces, será mejor que nos pongamos en marcha. ¿Estás segura de que vas bien?
—Tú procura seguir mi paso —repuso ella.
Sonrió al oír la réplica de la comandante, y reemprendió su persecución. Ahora iba con más cuidado, pues estaban bien a la vista del grupo de Aabe. No sabía hasta qué punto se transmitía el sonido por los campos que guardaban el calor, pero no podía arriesgarse a dar por supuesto que su aproximación quedaría oculta. Ni siquiera sabía si podría atravesar los límites de los campos que rodeaban la burbuja. Si quedaban dos cruces, Irolia y él tendrían tiempo de alcanzar a Aabe y a Wyn cuando llegaran a la terminal, donde estarían distraídos y habrían salido de los campos.
A medida que Jacen se aproximaba a ellos, un leve silbido fue cortando el silencio. El sonido procedía del roce de los límites de los campos de fuerza, que se deslizaban sobre las superficies heladas que rodeaban la burbuja. Por debajo del sonido se adivinaban voces, pero tan bajas que él apenas podía captar fragmentos sueltos. Pero las pocas palabras que pudo entender le permitieron descubrir que Wyn empezaba a desconfiar de las intenciones de Aabe y le preguntaba por qué quería su padre que la transportaran por los hielocarriles y no en la barcaza. Aabe murmuró algo que no se oyó, como tampoco se oyó la respuesta de Wyn; aunque en el tono de la muchacha se apreciaba inconfundiblemente la aprensión.
Doblaron una esquina, y después la segunda. Entre ellos y la terminal del hielocarril sólo quedaba un tramo recto de túnel.
Jacen e Irolia seguían a la burbuja manteniendo la distancia, ocultos fuera del alcance de la luz que arrojaba. Jacen se soltó del cinturón el sable láser y lo sujetó en posición de alerta, con el pulgar apoyado en el botón de activación.
La burbuja se disolvió cuando Aabe, los guardias y Wyn salieron del túnel. Tenían delante el terminal, que era un espacio mucho más reducido de lo que se había figurado Jacen. Era largo y estrecho, con paneles deslizantes en la pared del fondo, que Jacen supuso que serían esclusas de aire que conducían a los vagones.
Jacen e Irolia se detuvieron al final del túnel, observando en silencio mientras Aabe y los demás cruzaban la sala estrecha y se dirigían a una de las puertas deslizantes. Sólo cuando se abrió la puerta, con ruido chirriante, expresó Wyn la aprensión que Jacen había percibido en su voz.
—Quiero hablar con mi padre —dijo la muchacha, apartándose del ex imperial y de sus asistentes chiss—. Quiero saber dónde quiere que me lleven.
—Es un poco tarde para preguntarlo, ¿no te parece?
La calva de Aabe brillaba. Su boca formó una mueca amenazadora bajo su gran nariz.
Wyn negó con la cabeza, intranquila.
—Esto no está bien —dijo, retrocediendo otro paso—. Me estás mintiendo. Mi padre no mandaría que me bajaran aquí.
Aabe la rodeó para cortarle el paso hacia la salida.
—¿Y qué motivo tendría yo para mentirte, niña? Soy el sirviente de confianza de tu padre. Tú lo sabes. ¿Por qué me deshonras con esas acusaciones?
—¿Sirviente de confianza? —replicó ella, con aire asustado pero decidido a la vez—. Mi padre dice que ni siquiera había oído hablar de ti hasta que te presentaste en la frontera chiss, pidiendo asilo. ¡Cree que eres un desertor!
Jacen ya no veía la cara de Aabe, pero éste se puso rígido apreciablemente.
—Tus acusaciones van en aumento a medida que te pones histérica, niña —dijo con voz helada—. Debes mirar bien lo que dices.
—¿Es que lo niegas? —prosiguió ella, sin atender al peligro evidente en que se encontraba.
—Es irrelevante —respondió él, abriendo la pistolera que llevaba al cinto—. Vas a venir conmigo, quieras o no, y no estoy dispuesto a oír hablar más de tu padre. Su tiempo ya pasó. El FDEC tiene cosas mejor que hacer que ocuparse de los vecinos que no son capaces de encargarse de sus propios asuntos. Cuanto menos tardéis él y tú en perderos de vista, será mejor para todos.
Wyn retrocedió unos pasos más, y fue a dar en brazos de uno de los guardias. Aabe sacó la pistola láser y se acercó a ella.
Jacen había oído suficiente. Hasta entonces, podía llegar a ser cierto que Aabe estuviera obedeciendo órdenes; pero ahora sus intenciones ya eran inconfundibles.
—Creo sinceramente que será mejor para ti que bajes esa arma y sueltes a la muchacha, navegante jefe —dijo Jacen, activando el sable láser mientras salía del pasillo en sombra.
Aabe se volvió y apuntó con la pistola láser a Jacen. Después, viendo que venía acompañado de Irolia, hizo una mueca de desagrado.
—¿Qué significa esto? ¡Exijo una explicación!
—Tiene gracia, yo iba a decir exactamente lo mismo —dijo la comandante, sacando a su vez su pistola láser.
—No tengo que darte ninguna explicación, comandante —dijo Aabe con desprecio—. Soy tu oficial superior, ¿recuerdas? Y te ordeno que vuelvas atrás a seguir con tus deberes habituales.
—Creo que mi deber como oficial de la Fuerza de Defensa Expansionista consiste en garantizar la seguridad y la tranquilidad del territorio chiss. Como bien sabes, esta norma está por encima de todas las demás. Creo firmemente que estoy siguiendo la norma ahora mismo —Irolia levantó la pistola láser y puso a Aabe en el punto de mira—. De modo que, si no te importa soltar la arma… señor.
—¡Imbécil!
Jacen sintió la oleada de la Fuerza dentro de sí un momento antes de que disparara Aabe. Su instinto le hizo adelantarse, moviendo el sable láser hacia arriba y lateralmente para bloquear el disparo antes de que diera a Irolia. Ésta disparó también una fracción de segundo después. Jacen tampoco titubeó: volvió a bajar el sable de luz, desviando el disparo de Irolia.
—¿Qué haces? —exclamó Irolia con enfado.
Jacen no tenía tiempo de explicar a la comandante que no era necesario que muriera nadie; estaba demasiado ocupado avanzando hacia Aabe, mientras el navegante jefe retrocedía lentamente. Los guardias estaban a su espalda, paralizados por la indecisión.
—¡Cobardes! —les chilló Aabe—. ¡No es más que un chico! ¡Apresadlo!
Pero los guardias retrocedieron un paso más, dejando claro a Jacen y a Irolia que Aabe estaba metido en aquello él solo. Cuando la comandante les indicó que bajaran las armas, ellos lo hicieron así sin dudarlo, y las pusieron en el suelo, a sus pies. Ya se estudiaría más tarde si habían estado complicados en la conspiración o si se habían limitado a obedecer órdenes.
Aabe, comprendiendo su situación, asió a Wyn y la interpuso a la fuerza entre Jacen y él; después, se volvió y echó a correr hacia la puerta abierta del vagón del hielocarril, que era su única oportunidad de liberarse. Jacen dio tres largas zancadas para ponerse al alcance al fugitivo, con el sable de luz alzado, tenso y dispuesto a asestar el golpe.
Con un solo esfuerzo de la voluntad, apoyado por la Fuerza, cerró las puertas del vagón. Aabe se dio de bruces con ella en plena carrera y cayó de espaldas en el hielo a los pies de Jacen; conmocionado, soltó la pistola láser, que se deslizó por el suelo. Wyn se apoderó de ella rápidamente y le apuntó.
—No tienes escapatoria —dijo Jacen. El zumbido regular de su sable láser se dejaba oír en el aire frío.
Advirtió que Wyn lo contemplaba con asombro mientras él se plantaba ante Aabe y le transmitía la intención de rendirse. Quedaba en los ojos de Aabe un brillo de desafío, que de pronto vaciló y se apagó. El hombre se derrumbó en el suelo de nuevo con un suspiro de derrota.
Jacen retrocedió, bajando el sable láser. Se alegraba de que hubiera pasado la crisis… y de que nadie hubiera salido herido.
Activó su intercomunicador, que pitó inmediatamente. Era su tío.
—¿Jacen? ¿Va todo bien?
—Ahora sí —respondió él.
—¿Y Wyn?
—Está bien. Ya te contaré los detalles más tarde.
—Buen trabajo, Jacen. Has resuelto una situación que podía ser complicada.
—Gracias, tío Luke —respondió él, mientras desactivaba su sable láser y se lo volvía a colgar del cinto. Irolia ya se ocupaba de pedir refuerzos por un comunicador montado en la pared—. ¿Cómo está todo por allí?
—Controlado. Hemos tenido noticias de Tekli; alguien hizo un torpe intento de entrar por la esclusa de aire del Sombra de Jade, pero no lo consiguió, y no han vuelto. La seguridad del puerto ya está investigando el incidente. Parece que han capeado el temporal bastante bien, ¿no crees?
Jacen, que veía que los guardias ayudaban a Aabe a ponerse de pie, sólo se sintió capaz de asentir en silencio con la cabeza. Un intento fallido de eliminarlos tendría casi con certeza el efecto de que los chiss los apoyaran con más firmeza… y a Fel también. Sin duda, los líderes que estaban verdaderamente detrás del atentado (suponiendo que Aabe no fuera su cabeza) pasarían algún tiempo inactivos, temiendo las represalias de los chiss leales a la estructura de mando existente, como Irolia, o las de la Federación Galáctica de Alianzas Libres, que seguramente llevaría a mal un ataque contra unos representantes diplomáticos pacíficos. Aquello significaría también la ampliación del plazo de dos días.
—¿Cuánto tiempo creéis que tardaréis en volver? —preguntó a su tío.
—Una hora, probablemente —dijo Luke—. Cuando lleguemos, seguiremos con nuestra búsqueda.
Jacen volvió a asentir con la cabeza para sí mismo, contento de poder dejar zanjado el incidente y volver al trabajo.
—Y… Jacen —dijo Luke—. No te figures que todo lo que ha pasado aquí carece de importancia. El acto más pequeño puede tener consecuencias máximas. El buen trabajo que hemos realizado hoy puede tener unas consecuencias de gran alcance; unas consecuencias que ahora apenas podemos figurarnos.
—Ya lo sé, tío Luke —dijo Jacen—. Te veré cuando llegues, ¿de acuerdo?
—Cuídate, Jacen.
—Tú también.
Cerró la comunicación y volvió a llevarse el intercomunicador al cinturón, reflexionando sobre la verdad sencilla que se encerraba en las palabras de su tío. No podía menos que preguntarse cuáles serían las consecuencias de lo sucedido aquel día. Al salvar a Wyn, quizás le habían permitido que se cumpliera su sueño ambicioso de ver Coruscant. Algún día, cuando hubiera terminado la guerra, la muchacha podría seguir los pasos de su hermano y dejar el Espacio Chiss a favor de la Alianza Galáctica. Percibía en ella valor y decisión, además de una inteligencia aguda. Jacen no dudaba que si Wyn deseaba firmemente hacer algo, encontraría el modo de conseguirlo.
«¿Qué será de ti, Wyn Fel?», se preguntó para sus adentros. Se figuró que sólo el tiempo lo diría; y, aunque no él no pudiera darle otra cosa, al menos haría todo lo posible para darle tiempo. Tiempo para que se hicieran realidad sus posibilidades; las de ella, y las de los chiss, así como las de toda la galaxia.
Se encogió de hombros para volver al presente, cortando aquel hilo de pensamientos. Wyn estaba de pie a un lado. La pistola láser le temblaba un poco en la mano. Miraba fijamente a Jacen con algo parecido a la veneración.
—¿Estás bien? —le preguntó Jacen.
Ella asintió levemente con la cabeza.
—Un poco impresionada, pero se me pasará —dijo. Parecía incapaz de apartar los ojos de Jacen—. Gracias por haber llegado tan a tiempo. ¡Has estado maravilloso!
Jacen sintió que se sonrojaba un poco por el cumplido, además de por la evidente admiración que sentía la muchacha por él. Pero se forzó a sí mismo a no atender a aquello. Tenía cosas mucho más importantes en que ocuparse. Más importantes que Wyn y que Aabe… más importantes que él mismo. La búsqueda de Zonama Sekot era trascendental. Todo lo demás no era más que una distracción.
—Gajes del oficio —dijo a Wyn, con una sonrisa que esperaba que disimulara la incomodidad que le producía su adoración—. Los Jedi no tenemos tiempo de aburrirnos.
* * *
«¿Mamá? ¡Mamá!».
Tras la explosión, Jaina tenía la mente llena de dolor psíquico. Buscó mentalmente a su madre entre los heridos y los moribundos.
Encontró a los dos, a su padre y a su madre, forcejeando entre la multitud aterrorizada, intentando llegar hasta donde más se necesitaba prestar ayuda.
Jaina se sentó entre la penumbra de las luces de emergencia del cuarto. Éste estaba lleno de polvo, pero había quedado intacto, tal como había previsto Harris. Malinza se estaba poniendo de pie y movía la cabeza de un lado a otro, aturdida. También Vyram y Goure se incorporaban, tosiendo ambos con violencia por el polvo que les entraba en la garganta. Salkeli estaba tendido, acurrucado, levantando la vista con una sonrisa burlona, complaciéndose en que no hubieran conseguido impedir la explosión de la bomba. Harris estaba como lo había dejado Jaina: sin sentido en el rincón.
Jaina tomó el intercomunicador del suelo, donde lo había dejado caer, y lo activó rápidamente.
—¿Mamá?
Abrió la puerta del cuarto para reducir las interferencias.
—Mamá, ¿me oyes?
Leia tardó unos momentos en responder.
—Te oigo, Jaina —Jaina se inundó de alivio al oír la voz de su madre—. ¿Estás bien?
—Estoy bien. Pero, mamá… ¡Tahiri!
—Lo sé; yo también lo sentí.
—¿Crees que está bien?
—No lo sé, Jaina.
—No me lo perdonaré jamás, si está…
Leia no le dejó terminar.
—Tú no tienes ninguna culpa de nada de lo que ha pasado aquí, Jaina.
Jaina sabía que aquello no era cierto. Si no hubiera estado tan cerrada a la muchacha desde un primer momento; si hubiera intentado ayudarle a afrontar sus problemas antes, en vez de…
Cortó con aquel pensamiento cargado de culpa.
—¿Está muy mal la cosa ahí arriba, mamá?
—Es un caos total. La explosión ha hundido la tribuna del primer ministro. Las fuerzas de seguridad están intentando despejar la zona ahora mismo.
Jaina captó imágenes a través de su madre: caras asustadas, restos retorcidos, y sangre… mucha sangre.
Antes de que hubiera tenido tiempo de preguntar si podía hacer algo, Salkeli aprovechó para regodearse.
—Pareces un poco preocupada, Jedi —dijo el rodiano con una sonrisa que tenía mucho de mueca—. Ya no estás tan segura de ti misma, ver…
Esta vez Vyram no preguntó; se limitó a hacer callar al rodiano dejándolo sin sentido de un culatazo de su pistola láser.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó, acercándose a Jaina.
—Subimos a ayudar —respondió Jaina—. Además, debemos informar a seguridad de estos dos.
—Iré yo —dijo Malinza.
Jaina negó con la cabeza.
—Puede que no te crean.
—No —dijo la muchacha—, pero seguro que me escuchan.
—Y yo puedo quedarme aquí a vigilar a estos dos, si quieres —dijo Vyram.
Jaina, después de pensárselo un momento, asintió.
—De acuerdo. Te enviaré refuerzos cuando llegue.
—Espera un momento —dijo Goure—. ¿Dónde vas tú?
—A buscar a Tahiri.
—Entonces, yo también voy —dijo el ryn. Tenía un brillo en la mirada que Jaina recordaba haber visto también en los ojos de su padre. Quería decir que era inútil discutir.
Jaina se encogió de hombros con impotencia y dejó que Goure la siguiera, mientras reconstruían los pasos de Tahiri por los pasillos dañados, mientras iban informando a Leia. La estructura del estadio había aguantado, pero haría falta mucho trabajo de reconstrucción. Cuanto más se acercaban al centro de la explosión, mayores eran los daños. Se habían hundido techos, se había agrietado el ferrocemento, estaban deformadas las columnas, y el aire estaba lleno de polvo.
—Por aquí, creo —dijo, siguiendo las impresiones difusas que recibía de la mente de Tahiri. Todo había parecido muy diferente antes, cuando los pasillos estaban limpios y enteros. Ahora estaban en ruinas, abiertos al cielo. Los gritos de los heridos sonaban con mucho dramatismo tan de cerca, y había un fuerte olor a polvo y a humo.
En el centro de la destrucción encontraron un espacio despejado de unos dos metros de diámetro. La detonación lo había destruido todo a su alrededor, pero nada dentro de aquel espacio. Y en su centro estaba tendida Tahiri, acurrucada como un niño que se esconde de una pesadilla.
Jaina se detuvo al borde de la zona no afectada. El corazón le golpeaba en el pecho con un ritmo enfermizo. Intentó contactar con la muchacha por medio de la Fuerza, pero seguía sin encontrarla.
—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Goure.
—Ha debido de rodearse de una burbuja de Fuerza —dijo Jaina. Miró a su alrededor, inspeccionando los daños con más atención—. Parece que desvió el grueso de la onda expansiva de la parte superior.
Extendió la mano con prudencia, buscando la burbuja a tientas, y se sorprendió al no encontrar nada.
—Debió de cerrarse cuando perdió el sentido.
Goure se puso junto a la muchacha y la movió. Tahiri se volvió sin resistencia y quedó tendida sobre la espalda, con los ojos abiertos.
—¿Tahiri?
El ryn, al no recibir respuesta, le buscó el pulso en el cuello.
—Está viva.
Jaina intentó buscarla con la Fuerza una vez más. ¿Tahiri?
Nada. Jaina no había sentido en su vida a nadie tan vacío. La muchacha parecía hueca en la Fuerza, casi…
Cortó aquel pensamiento, sin querer dar paso a la idea en su mente. Pero era demasiado tarde.
«Casi invisible —pensó—. ¡Como los yuuzhan vong!».
El intercomunicador de Jaina sonó.
—¿Jaina?
Era de nuevo la voz de su madre por el intercomunicador.
Se apartó de Tahiri y levantó el aparato.
—¿Sí, mamá?
—Los equipos de rescate han alcanzado el epicentro de la explosión.
Jaina levantó la vista y vio movimiento por el agujero.
—Nosotros estamos justo debajo. ¿Estás tú con ellos?
—Sí. Han empezado a sacar cuerpos de entre los escombros.
La invadió una sensación de náusea. Si hubiera actuado más deprisa, sin haber perdido el tiempo suponiendo que se podía desactivar la bomba…
—¿Cuántos? —preguntó.
—Cuatro, de momento. Y…
El titubeo de Leia le dio a entender que faltaba lo peor.
—¿De qué se trata, mamá?
—Del primer ministro Cundertol. Ha muerto.
Jaina bajó la vista hacia los ojos de Tahiri, vacíos y casi acusadores. El vacío que manifestaban resultaba contagioso.
—Jaina… ¿Me has oído?
—Te he oído, mamá. Voy a subir.
Goure tomó en brazos a Tahiri, y fueron sorteando los escombros juntos. Cuando llegaron a la superficie, a Jaina le rondaron por la cabeza las palabras de Malinza sobre el Equilibrio Cósmico. «Las buenas obras conducen a resultados malos». Jaina había estado intentando hacer el bien, pero todo había salido terriblemente mal. Salkeli la había traicionado; Zel y Jjorg habían muerto; Tahiri estaba inconsciente; el primer ministro había sido asesinado… Todo ello, a pesar de que ella se había esforzado al máximo.
Y tampoco había sido ella sola. El tío Luke había liberado a los bakuranos del Imperio, sólo para ver cómo volvían la espalda a la Alianza Galáctica. La Nueva República había creado la Flota de Defensa Bakurana para proteger al planeta de los ssi-ruuk; pero la mitad de la flota había quedado destruida en otro lugar de la galaxia, dejando de nuevo vulnerable a Bakura. Bakura no había sido nunca agresora, pero no dejaban de pasarle cosas malas. No era de extrañar que su pueblo buscara con interés otras alternativas.
¿Y si el tratado con los p’w’eck resultaba ser legítimo?, se preguntó a sí misma. ¿Qué pasaba entonces? ¿Qué males podría acarrear aquello más adelante al planeta?
Salieron a la luz del día y vieron el pequeño grupo de personas reunidas alrededor del cuerpo del primer ministro, que lo contemplaban con consternación y con horror. El hombre corpulento yacía tendido en una camilla con repulsores. Los restos quemados de su túnica de ceremonia estaban abiertos por el centro, a consecuencia de los intentos fallidos de reanimación de un meditécnico. Leia tenía clavada la atención en el cuerpo del primer ministro y en las actividades que tenían lugar a su alrededor, pero levantó la vista para saludar a Jaina. Tenía la cara pálida, bajo las manchas de hollín que se la cubrían. Su expresión era de aborrecimiento, y tenía los ojos llenos de lágrimas y de dolor.
* * *
Las noticias que llegaban de la superficie del planeta eran confusas, pero la sensación de desastre era demasiado viva para el gusto de Jag. Le llegaban de tercera mano, a través de comentaristas y de fuentes no oficiales, pasando por el Selonia, y había muchas posibilidades de error. Según los comentaristas en la superficie, se había producido algún tipo de explosión durante la ceremonia de consagración. Pero algo había mitigado la fuerza de la explosión, y afortunadamente los daños causados al objetivo no eran tan amplios como podían haber sido.
No obstante, habían muerto dos senadores, junto con media docena de guardias y un par de invitados. Cuarenta más habían sufrido heridas, desde pérdida de audición hasta amputaciones de miembros. Y, por supuesto, había muerto el propio Cundertol.
—Ktah —exclamó. Los chiss no solían expresar emociones verbalmente, pero sí tenían palabras para expresarlas en caso necesario. El asesinato era una táctica fea, quienquiera que fuera quien la empleara; y si aquello resultaba ser obra de terroristas que pretendían desbaratar la ceremonia de consagración, estaba seguro de que las represalias serían inmediatas y brutales.
Según los rumores más siniestros, aquello no había sido obra de terroristas, sino del propio vice primer ministro.
La reaparición de Jaina le había aportado un breve consuelo. Jaina no había hecho más que confirmar los peores temores de todos: en efecto, la bomba la había puesto Blaine Harris, con intención de incriminar a la Alianza Galáctica y de convertir a Malinza Thanas en mártir, a la vez que se quitaba de en medio a Cundertol.
Las consecuencias de esto aturdían a Jag, que negó con la cabeza de pensarlo. Con Cundertol muerto, y Harris probablemente acusado de graves delitos, Bakura había quedado, en la práctica, descabezada en sus niveles de mando superiores.
Apenas acababa de tener este pensamiento cuando llegó un anuncio del Orgullo de Selonia:
—Acabamos de recibir una comunicación del Centinela —dijo la capitana Mayn—. El general Panib ha declarado la ley marcial.
Ha solicitado que no realicemos ninguna acción directa, pase lo que pase. Se está transmitiendo la orden por las cadenas de mando en ambas partes. No sabe con segundad qué pensará de esto el Keeramak, pero estamos captando actividad en el espaciopuerto de Salis D’aar donde están atracadas las naves p’w’eck. Yo supongo que no se van a quedar parados sin hacer nada mientras estallan bombas cerca de su querido líder.
Jag estuvo de acuerdo. Lo lógico sería que se retiraran y volvieran a intentarlo más adelante. No se había dicho nada de que la ceremonia tuviera que realizarse en algún momento determinado, por lo que cabía suponer que no representaría ningún problema dejarla para seguir con ella más adelante.
—¿Qué queréis que hagamos? —preguntó a Mayn.
—Sólo que os apartéis un poco. Son momentos delicados. Aunque no sabemos qué es, en realidad, eso de la «escolta de honor», vamos a tener que dejarles solos algún tiempo.
—Entendido.
Transmitió la orden a sus pilotos y cambió el vector de su propio grupo, apartándose poco a poco del trío al que habían estado siguiendo. Entonces, más que nunca, sentía el deseo de pedir permiso para aterrizar; no sólo para ayudar en la situación de la superficie del planeta, sino también, y más importante, para poder estar con Jaina.
* * *
En cuanto Tahiri estuvo bien fijada a una camilla con repulsores, Goure se sumó a las labores de rescate. Han hizo un cierto gesto de sorpresa al ver al ryn, pero dos manos más le resultaban tan útiles que no llegó a discutir su presencia. Había dos personas atrapadas bajo los escombros, y su rescate marchaba despacio, con la ayuda de trineos de repulsores improvisados rápidamente. Jaina ayudaba en lo que podía, sirviéndose de la Fuerza para buscar puntos débiles entre la montaña de escombros, aplicando presión en los puntos que no alcanzaban los de fuera, y fortaleciendo la energía sanadora de las víctimas a las que no se podía dar tratamiento inmediatamente. Pero no le parecía suficiente. En los primeros minutos posteriores a la explosión, cuando el pánico produjo una evacuación masiva de la zona, el caos y la confusión no permitieron acercarse a los servicios de emergencia. Los pocos que consiguieron llegar, algunos de ellos saltando de aerocoches con botiquines en las mochilas, trabajaban quizás con más ahínco que nunca en sus vidas.
Bajo un cielo amenazador, oscurecido todavía más por el espeso manto de humo suspendido sobre el estadio, los p’w’eck de la guardia personal del Keeramak habían cerrado filas a su alrededor. El mutante ssi-ruuk multicolor contemplaba los acontecimientos desde aquel lugar favorable, observando la matanza con expresión inescrutable.
Jaina apenas había tenido tiempo de abrazar a su madre y a su padre, llena de alivio por volver a verlos. Sólo más tarde, cuando llegaron refuerzos sanitarios, pudo tomarse un momento para echar una mirada al mundo que la rodeaba. Todos estaban cubiertos de polvo y salpicados de sangre. La mezcla de uno y otra producía una pasta roja sucia. Los supervivientes tenían la conmoción en la mirada, hasta los que habían participado en el rescate. Los senadores y los guardias de seguridad se encontraban, de pronto, al mismo nivel, unidos por la tragedia terrible que había tenido lugar junto a ellos. Nadie prestaba atención a la tormenta que se avecinaba sobre ellos; parecía casi irrelevante ante lo sucedido.
Pero había otra cosa que resultaba más difícil de pasar por alto: un sonido persistente, tras el rumor de la multitud. Era como un quejido extraño e inquietante, un ulular que parecía buscar una nota de desesperación sin llegar a encontrarla.
Su padre levantó la vista, frunciendo el ceño.
—¿Oyes eso, Leia?
Leia se volvió con incredulidad.
—¡Han vuelto a empezar!
Jaina dirigió la mirada al centro del estadio. En efecto, la ceremonia había empezado de nuevo. Veía a los ágiles alienígenas reptiles que bailaban en círculo, y una forma multicolor que recorría el centro, emitiendo sonidos muy parecidos al canto airado de una ave enorme.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Van a terminar el trabajo —dijo Han, que tenía llenos de polvo los pelillos de la barba de varios días—. Hay que admirar su constancia, ¿verdad?
«¿Admirarlos? —pensó Jaina—. Nada de eso».
Más bien estaban dando muestras de una falta de sensibilidad increíble. Aquellos sonidos extraños de los p’w’eck, entre el ruido de los escombros al moverse y los lamentos de los heridos, le ponían los pelos de punta.
—No lo entiendo —dijo—. ¿Por qué quiere terminar ahora el Keeramak, cuando está claro que sería más seguro hacerlo más adelante?
—Son alienígenas —dijo un meditécnico que estaba junto a ella—. ¿Quién sabe lo que les pasa por la cabeza?
—Trespeó, ¿quieres traducir, por favor?
El androide de protocolo, que estaba levantando cascotes y poniéndolos en un contenedor, se incorporó. Ladeó la cabeza para escuchar mejor la cacofonía creciente.
—«Los golfos del espacio no son nuestro hogar» —tradujo—, «ni tampoco lo son los mundos desiertos. Los mundos de fuego y los mundos de hielo no son nuestro hogar. Allí donde arde el oxígeno y fluye el agua, allí donde el carbono se combina y el ozono protege, allí echamos nuestras raíces. La simiente de nuestra especie es fértil; sólo nos falta el terreno para plantarla».
—O sea, más de lo mismo —dijo Han—. ¡Pero sigo sin entender que tengan tanta prisa por terminar la ceremonia, rodeados de tanto desorden!
Jaina recordó lo que había dicho antes Harris acerca de las semejanzas entre los ssi-ruuk y los yuuzhan vong. Los guerreros yuuzhan vong no se plantearían entrar en combate sin realizar antes los sacrificios oportunos a Yun-Yammka. Los ssi-ruuk, a su vez, aborrecían la idea de arriesgar sus almas en un mundo no consagrado. Era posible que la matanza repentina que se había producido ante ellos los hubiera animado a concluir la ceremonia lo antes posible, por si se producían más atentados.
Le costaba trabajo comprender la lógica en que se basaban esas ideas. La Fuerza no exigía sacrificios, ni realizaba distinciones entre un lugar y otro. Sencillamente, existía, dentro de todas las cosas y alrededor de ellas.
Los pensamientos de Jaina la llevaron a recordar las palabras de Malinza sobre el movimiento de la balanza cósmica. Tenía que comunicar a sus padres lo que había pasado a la joven activista, y también quería preguntar a Goure qué papel desempeñaba él en todo aquello. También existían otras cuestiones más urgentes, entre ellas lo que haría el gobierno bakurano cuando se tranquilizara la situación. ¿Volverían a meter a Malinza Thanas en la cárcel? ¿O a la propia Jaina, por haber ayudado a la muchacha a escapar? A falta de testigos imparciales de la traición de Harris, la investigación podía eternizarse. Y también estaba la cuestión de Tahiri…
«Las obras buenas conducen a resultados malos».
El lavado de cerebro que había sufrido Tahiri a manos del cuidador yuuzhan vong Mezhan Kwaad había sido una cosa terrible, pero había quedado equilibrada por su rescate y su recuperación aparente. El amor creciente de Anakin hacia ella había sido anulado por la muerte de él. ¿Dónde quedaba ella, entonces? La reaparición de la personalidad de Riina Kwaad no iba a hacer más que empeorar las cosas, sin duda. Si era cierto que en la galaxia había equilibrio, ¿cuándo se iba a equilibrar la balanza a favor de Tahiri?
Un ruido de motores que se había sumado a los cánticos interrumpió los pensamientos de Jaina. El ruido iba en aumento. Jaina miró a su alrededor, y después levantó la vista. De entre las nubes salían suavemente tres naves p’w’eck de transporte de tropas de la clase D’kee, gruesas en el centro y estrechándose hasta terminar en punta fina en la popa. Descendieron lentamente hacia el estadio, y una de ellas rasgó con el tren de aterrizaje el enorme toldo-bandera, cuyos jirones quedaron agitándose desenfrenadamente al viento.
—¿Refuerzos? —preguntó Han, sin dirigirse a nadie en concreto. Algunos espectadores del estadio, desafiando a los guardias de seguridad, habían irrumpido en el espacio central, agitando pancartas airadamente. Jaina se preguntó si creerían que los p’w’eck estaban detrás de aquellos acontecimientos. Los p’w’eck, armados de lanzarrayos de pala, se bastaban de sobra para contener a la multitud; pero debían de ser conscientes de que ésta podía volverse más numerosa y más hostil si la provocaban.
—Una salida rápida, quizá —sugirió Jaina—. Aunque sigan animados a consagrar entre todo esto, dudo que quieran quedarse por aquí después.
—Quizá tengas razón, cariño —dijo su padre. A Jaina le impresionaba el contraste de las impresiones que tenía de él: se estaba haciendo viejo, pero parecía mucho más vivo cuando las cosas se ponían difíciles. En el transcurso de negociaciones diplomáticas podía sudar y dar muestras de impaciencia; pero cuando aparecía el peligro físico, solía ser el primero que se lanzaba a la refriega.
Cando las naves alienígenas estuvieron sobre el estadio, rotaron en el aire y descendieron a una distancia prudencial del círculo de guardias p’w’eck. El ruido de los motores había alcanzado un nivel casi doloroso, y los bakuranos que estaban en tierra se dispersaron rápidamente, amenazando al aire con los puños mientras corrían. El ruido ahogó todos sus gritos de protesta. Las naves de la clase D’kee eran pequeñas comparadas con otras naves espaciales, pero no por eso dejaban de tener la altura de un edificio de cuatro pisos.
—Dispense, ama —dijo C-3PO.
—Mira —dijo Han, gritando para hacerse oír entre el estrépito creciente—. ¡Tres más!
Se cubrió los ojos con la mano y miró donde señalaba Han. Otro trío de naves descendía más allá de los muros exteriores del estadio. Eran naves de transporte de tropas del mismo tipo de las que acababan de aterrizar.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Leia. Jaina reconoció el matiz del tono de voz de su madre. A ella también empezaba a preocuparle todo aquello.
—Si me permite que la interrumpa, ama —empezó a decir de nuevo C-3PO, haciendo gestos a un lado. Estaba intentando desesperadamente hacerse oír, pero el estruendo ahogaba casi todo lo que decía.
De pronto se apagaron los motores de las tres naves que estaban posadas en el estadio, dejándolo en silencio relativo. También habían cesado los cánticos, y el Keeramak estaba de pie en el centro de su séquito enorme, reluciendo como si llevara puesta una armadura irisada. Los guardias estaban firmes con las colas apoyadas en tierra y los lanzarrayos de pala terciados ante el pecho.
Todo quedó en silencio durante un momento. Después, sin perder de vista lo que hacían los p’w’eck, Jaina se inclinó hacia C-3PO y le murmuró:
—¿Qué decías, Trespeó?
—La ceremonia ha concluido, señorita —dijo el androide dorado.
—Gracias, Lingote de Oro —dijo Han—. Pero eso ya se ve con bastante claridad desde aquí.
—Pero, amo, he estado intentando explicar que la ceremonia requería que el Keeramak asignara a Bakura un nombre nuevo, el de Xwhee.
Leia se volvió del todo hacia C-3PO.
—¿Comentó esto a los bakuranos antes de hacerlo?
—Lo dudo mucho, ama —dijo C-3PO—. El caso es que el Keeramak también ha dedicado Xwhee al «Imperio Ssi-ruuvi».
También Han y Jaina se volvieron hacia C-3PO. Como respondiendo a las palabras del androide, retumbó un trueno en el cielo tropical. Empezaron a caerle gruesas gotas de lluvia en el cráneo de metal, convirtiendo en barro rojizo el polvo que la cubría.
—¿Estás seguro de esto, Trespeó? —le preguntó Leia.
—Ah, bien seguro. De hecho, se dijo varias veces y de diversos modos. Se le llamó «el glorioso Imperio Ssi-ruuvi», el «majestuoso Imperio Ssi-ruuvi»; el «Imperio Ssi-ruuvi ilimitado e incomparable»…
Han se dirigió a Leia y le habló por encima de C-3PO.
—¿No puede formar parte de la ceremonia? ¿Un resto de las costumbres antiguas? Quiero decir, nosotros mismos seguimos hablando de la Nueva República, en vez de la Alianza Galáctica. Puede que su nuevo Imperio Ssi-ruuvi no tenga nada que ver con el antiguo.
—No lo creo —dijo Leia—. Mira esas naves.
Empezaba a llover a raudales en el estadio mientras se abrían los costados de las naves de transporte de tropas, de las que se desplegaron rampas. Jaina entrecerró los ojos para mirar entre la lluvia, intentando percibir lo que había dentro.
La pintura marrón mate caía con la lluvia y dejaba al descubierto las escamas doradas propias de la clase sacerdotal ssi-ruuk. Los sacerdotes, que ya no tenían que ocultarse, se irguieron, dejando de aparentar la postura encorvada debida a los supuestos años de servidumbre y adoptando el porte altivo que Jaina recordaba haber visto en los holos.
El descubrimiento la golpeó como un puñetazo. ¡Naturalmente! El tratado con los p’w’eck había sido una cortina de humo para ocultar la táctica verdadera. ¡Cuando Bakura perteneciera a los ssi-ruuk, cuando estuviera consagrada, podían atacarla con todas sus fuerzas!
—Esto no puede ser bueno —dijo Han, mientras empezaban a salir de la nave más cercana columnas de guerreros ssi-ruuk con escamas rojizas.
* * *
La frustración de Jag fue en aumento cuando, en plena ceremonia de consagración, la retransmisión desde la superficie se perdió entre ruido de interferencias. Todas las transmisiones del planeta cesaron, convertidas en un ruido blanco que le hacía daño en los oídos. Comprobó rápidamente su comunicador y determinó que no era un problema de a bordo. Era exterior a su desgarrador.
—Selonia, me parece que tengo cortadas las comunicaciones. ¿Recibís algo vosotros?
—Negativo, Gemelo Uno —fue la respuesta, que se recibía distorsionada pero comprensible—. También nosotros hemos perdido la comunicación. Mantente a la espera mientras lo investigamos.
Jag esperó impaciente, sin poder oír más que el ruido persistente de las interferencias. Después, oyó otro ruido entre los crujidos y los zumbidos. Era como un lamento que se oía y se perdía constantemente. Era desazonador; inquietante e hipnótico al mismo tiempo…
—¡Capto lanzamientos!
La voz de uno de sus pilotos lo sacó de sus meditaciones. Una mirada rápida a su tablero de instrumentos confirmó la noticia: el portacruceros p’w’eck más cercano, el Errinung’ka, estaba lanzando docenas de naves menores al espacio que la rodeaba. El ordenador de Jag reconoció y señaló al instante los cazas droides familiares, pero éstos resultaron ser sólo la mitad del complemento de las naves nuevas. Las demás eran de un tipo que no se había visto nunca fuera de las fronteras del Imperio Ssi-ruuvi. Eran cazas de la clase V’sett, y si no le fallaba la memoria, tenían una potencia de fuego doble de la de los cazas droides ordinarios, además de una capacidad de maniobra superior. Y, lo que era más importante, llevaban pilotos de carne y hueso.
Sólo tardó un momento en entender lo que pasaba. La oferta de paz de los p’w’eck había sido completamente falsa. ¡La consagración del planeta no había sido más que un medio de despejar el camino para una fuerza invasora! No hacía falta ser un genio para entender que las cosas se iban a poner muy feas, muy pronto.
—Soles Gemelos, alerta total. Selonia, ¿recibís esto?
—Lo tenemos en los visores. Estamos intentando comunicarnos con el general Panib… ahí abajo también están cortadas las comunicaciones… —la transmisión se volvió a perder entre las interferencias. Se oyó decir brevemente—… están interferidas de alguna manera. Mantente en…
La señal se perdió entre un aullido de interferencias crecientes. Jag bajó el volumen. ¿Qué más iba a pasar? Aparecían en las pantallas naves enemigas a raudales, y todavía no había respuesta por parte de las fuerzas locales. Entre el enemigo y él se encontraban las escuadrillas mixtas de la «escolta de honor» bakurana/p’w’eck, que ya eran más de doscientas naves. Por el modo en que seguían volando en formación, parecía que todavía no habían recibido órdenes de entrar en combate o de separarse. Aquello sorprendió a Jag. Aunque las comunicaciones estuvieran siendo bloqueadas, alguno de los pilotos de la escolta de honor bakurana ya debía de haber caído en la cuenta de lo que estaba pasando. Sin embargo, todos seguían volando en formación perfecta, como si lo que sucedía a su alrededor no les afectara en absoluto.
Transmitió clics a sus compañeros de vuelo y viró el rumbo de su desgarrador para tomar el mismo vector que el trío más próximo de cazas de la escolta de honor. Dos naves droides acompañaban a un Ala-Y bakurana en perfecta sincronía, siguiendo todos sus movimientos en su curso alrededor del planeta.
Buscó emisiones de energía en la formación, y no tardó en descubrir que lo de que la iban «siguiendo» era absolutamente falso. Las dos naves droides tenían sujeta al Ala-Y con rayos de tracción potentes, y la obligaban a ir donde querían.
Calculó su rumbo. Dos órbitas más tarde, se cruzaría con el portacruceros Firrinree. Sintió un escalofrío. ¡Las naves droides estaban secuestrando al piloto!
Una búsqueda rápida le confirmó que lo mismo sucedía en todos los demás grupos de naves de la escolta de honor. Los pilotos bakuranos, incapaces de resistirse a los rayos de tracción p’w’eck, estaban inmovilizados en una trampa; y la mitad de la Flota de Defensa Bakurana iba a caer con ellos.
No tenía manera de dar aviso a los Soles Gemelos, al Selonia ni al general Panib. Pero tampoco estaba dispuesto a quedarse sentado mientras secuestraban a aquellos pilotos para tecnificarlos. Sólo podía esperar que los demás comprendieran sus actos y siguieran su ejemplo.
Armó sus baterías delanteras y aceleró con fuerza para cortar el paso a los cazas droides. Una ráfaga de su cañón láser rebotó en unos escudos que eran más resistentes de lo que había esperado. Los debilitó ligeramente, pero desde luego que no hubo penetración. En cuanto él hubo pasado de largo, uno de los cazas se separó de los demás para perseguirle. El primero de sus compañeros de vuelo, Gemelo Seis, lo recibió con una salva de fuego de láser, obligándolo a cambiar de rumbo. Se apartó bajando en picado, aunque no sin antes enviar un disparo de energía al Gemelo Tres.
La segunda nave droide, con su pupilo involuntario, intentaban huir, abandonando toda apariencia de cooperación y variando el rumbo. En vez de trazar un arco gradual alrededor del planeta, la pareja puso rumbo directo al Firrinree. Una rápida ojeada a sus visores le confirmó que los otros hacían lo mismo. Había terminado la farsa; ya no se podía tomar a aquello por una escolta de honor.
Jag se situó tras el caza droide fugitivo y le envió una salva de láseres a través de sus escudos debilitados, reduciéndolo en seguida a polvo estelar. El Ala-Y liberada cambió de rumbo al instante, rotando sobre sí mismo para agitar las alas en un movimiento que Jag interpretó como señal de agradecimiento.
El Gemelo Dos despachó al otro caza droide y volvió a unirse a la formación. Los siguió el Ala-Y, que emitió una serie de clics. Aquello bastó a Jag como señal de ánimo. En cabeza de una formación en rombo de naves mixtas, seleccionó como objetivo al trío siguiente de la «escolta de honor» y cayó sobre ellos.
Por entonces, sus visores tácticos estaban llenos de nuevos objetivos. Los portacruceros alienígenas habían vaciado sus hangares, y centenares de cazas a plena carga tomaban posiciones para proteger a los cautivos que llegaban hacia ellos. Una serie de lanzamientos del Centinela y el Defensor le indicó que la Flota de Defensa Bakurana lo había entendido por fin. El cielo de Bakura no tardó en hervir, cuando las dos fuerzas entablaron combate por las naves de la «escolta de honor»; la mitad para salvarlas, la otra mitad haciendo todo lo posible por repeler el intento de rescatarlas.
Jag pilotó como no había pilotado en mucho tiempo. Era agradable poder luchar contra un enemigo que utilizaba una tecnología que a él le resultaba familiar, y ello a pesar de que el enemigo tuviera una gran superioridad numérica sobre él y sobre su escuadrón. De cierta manera extraña, le parecía estar de nuevo en la academia, viviendo una simulación, repasando combates antiguos vigilado por un instructor. Le agradó descubrir que los reflejos que había desarrollado de niño no se le habían embotado en el tiempo que había pasado combatiendo a los yuuzhan vong.
Pero los cazas V’sett pilotados eran objetivos duros de pelar. Eran unas versiones más planas, algo curvas, de los cazas droides que solían enviar a la batalla los ssi-ruuk, y estaban dotados de generadores de escudos y de equipos sensores en todos sus ángulos. Sus motores generaban una luz violeta cegadora cuando daban máxima potencia; sus armas producían un blanco cegador. Cada piloto se ocultaba tras un casco opaco y detrás de unos escudos que adoptaban un brillo de espejo cada vez que se acercaba demasiado un disparo.
Jag había aprendido en la academia que el Emperador Palpatine había soñado con conseguir una versión más antigua de aquellos escudos. De ahí su intento de cerrar un tratado con los ssi-ruuk, poco antes de que los rebeldes lo derrotaran en Endor. Jag no se atrevía a pensar qué podía haber sucedido si se hubiera hecho realidad el sueño del emperador. Si hubiera tenido entonces aquellos escudos, no cabía duda de que la Rebelión habría sido aplastada, y el resultado de la batalla de Endor habría sido muy distinto. Además, los chiss, a salvo en las Regiones Desconocidas, podrían no haber pasado mucho tiempo más a salvo.
Pero los chiss ya habían combatido antes contra los ssi-ruuk, y, aunque habían transcurrido años de avances técnicos, eran capaces de volver a luchar con ellos. Jag no tardó en descubrir que los cazas V’sett eran vulnerables a los ataques múltiples. Era difícil coordinar el ataque en pareja desde ángulos distintos sin disponer de comunicaciones eficaces, pero todos los pilotos interpretaban la situación de manera similar y se las arreglaban. Cuando hubieron realizado varios ataques múltiples, lo fueron dominando más, hasta que todos empezaron a abatir cazas V’sett en cantidades suficientes para preocupar a los ssi-ruuk. Al cabo de poco tiempo, las órbitas densas y volátiles que rodeaban a Bakura eran una masa de energía, de navegación peligrosa para los pilotos de ambos bandos.
Viendo que uno de los Ala-X de su escuadrón intentaba quitarse de encima al caza V’sett que tenía a su cola, Jag emprendió la persecución. Se situó tras el caza que seguía a su vez al Ala-X, y disparó cuando le pareció que lo tenía razonablemente a tiro; pero el caza se desvió de pronto a la izquierda, siguiendo al Ala-X, y el disparo le pasó lejos. Jag soltó una maldición por lo bajo y volvió a dirigir el desgarrador hacia la cola del caza. Pero antes de que pudiera tenerlo a tiro para lanzar otro disparo, lo atacaron dos cazas más por el costado de babor, haciendo fuego furiosamente. Tomó aire entre sus dientes apretados y esquivó el fuego haciendo un picado. Pocos segundos más tarde, cuando pudo volver a buscar el Ala-X, lo vio caer destrozado entre una lluvia de fuego de los láseres del V’sett.
Los dos cazas que acababa de esquivar volvieron rápidamente a su cola. Sabía que el resto del escuadrón estaba demasiado ocupado en otras partes de la batalla y que no podía esperar ayuda pronta. Tendría que arreglárselas solo…
* * *
Han retrocedía buscando la salida más próxima. Llegaba de la parte inferior el sonido de los gritos de la multitud, que huía aterrorizada de los alienígenas que avanzaban. Los guardias de seguridad abrieron fuego contra los guerreros ssi-ruuk, que respondieron con salvas cerradas de sus lanzarrayos de pala. Los ssi-ruuk, avanzando a grandes saltos, impulsados por los músculos poderosos de sus piernas y sus colas, no tardaron en aplastar a las tropas bakuranas. Los guardias p’w’eck, que antes habían protegido al Keeramak, resultaron ser p’w’eck auténticos, a diferencia de los sacerdotes disfrazados; protegieron a su líder apiñándose a su alrededor y con las armas dispuestas.
—Podría imponerse una retirada estratégica —propuso Jaina a sus padres—. Ahora que Bakura ya está consagrado, me figuro que a esos tipos ya no les dará miedo pelear.
—Tendremos más posibilidades de afrontar esto si llegamos al Halcón —dijo Leia, rodeada de sus guardaespaldas noghris, que lanzaban miradas amenazadoras a los guerreros ssi-ruuk.
—¿Lo saben en el Selonia? —preguntó Han.
—Las comunicaciones están bloqueadas —dijo Leia, negando con la cabeza.
Jaina pensó en Jag y esperó que estuviera bien. No había manera de saber lo que estaba pasando en órbita. Si se parecía en algo a lo que pasaba allí abajo, en la superficie, la cosa se iba a poner complicada en poco tiempo. Deseó encontrarse a los mandos de su Ala-X, volando a su lado, sin más inquietud que poner al enemigo en su punto de mira. Las cosas eran mucho más sencillas en un combate espacial.
Pero los deseos no le iban a bastar para salir de allí, ni para sacar a su familia. Tenía que actuar, ¡y deprisa!
Se volvió y vio a Goure, que estaba junto a Tahiri.
—Tenemos que encontrar un camino para salir de aquí —le dijo.
Goure levantó la vista hacia ella. Un rayo le iluminó vivamente el rostro.
—Las salidas principales van a estar bloqueadas —gritó entre los truenos que retumbaban en el cielo.
Jaina volvió a mirar a su alrededor. La lluvia se espesaba, haciendo más difícil ver lo que sucedía en el centro del espacio. Más abajo, los lanzarrayos de pala chisporroteaban por el aire, produciendo un tejido denso y mortal de energía. Su límite frontal se acercaba rápidamente.
Jaina asintió con la cabeza al cabo de un momento.
—Creo que podemos adivinar sin temor a equivocarnos para qué han venido las otras naves: para cerrarnos la salida.
—Entonces, nos iremos por donde vinimos —dijo el Ryn, señalando el agujero abierto como un cráter en la tribuna. Jaina estuvo de acuerdo, y ambos empezaron a dirigir a los trabajadores de rescate y a los espectadores confusos que seguían rondando por la zona. Les explicó sus intenciones lo mejor que pudo, pidiéndoles que confiaran en ella y haciéndolos bajar por el agujero. La gente se resistía poco; a falta de cualquier otro plan, la mayoría siguieron sus indicaciones de buena gana. Cuando hubiera entrado todo el mundo, pasarían Han y Leia y esperarían a que Goure bajara a Tahiri por el agujero en su camilla. Jaina y los guardias noghri irían los últimos para cubrir las espaldas a todos.
—¿Y el primer ministro? —preguntó una mujer al pasar ante Jaina.
—¿Qué pasa con él? —gritó ella para hacerse oír entre la lluvia—. ¡Está muerto!
—¡No podemos dejar su cuerpo aquí para que se lo lleven los flautistas!
—Pero… —la protesta se apagó en la garganta de Jaina—. Está bien, está bien; ¡veré qué puedo hacer!
Dejando que sus padres supervisaran la evacuación, buscó la camilla donde había visto el cuerpo por última vez. La encontró escondida tras un montón de escombros y cubierta con una bolsa para cadáveres. Si era capaz de ponerla a remolque de la camilla con repulsores de Tahiri, quizá pudieran sacar a las dos en tándem. Pero se dijo que en el momento en que representara un estorbo, tendría que dejarla. Los vivos debían tener prioridad sobre los…
Interrumpió bruscamente sus pensamientos cuando se dispuso a mover la camilla. La bolsa para cadáveres se enganchó en un asiento retorcido y se apartó, dejando al descubierto que estaba vacía.
Su desconcierto fue breve. Alguien más había debido de pensar lo mismo y ya habría puesto el cuerpo a salvo; algún guardia o senador, quizá, que había huido por su cuenta. No le importaba. El problema ya no estaba en sus manos, y aquello era lo único que le importaba.
Volvió al cráter, donde los últimos supervivientes desaparecían por el agujero. Alegrándose de que no tardarían en marcharse de allí, se volvió para observar la batalla que se libraba en el interior del estadio. La lluvia era más fuerte que nunca, pero seguía percibiendo figuras que se movían en grupos por el centro del estadio. El fuego de láser era cada vez más esporádico, al ir hundiéndose la resistencia bakurana ante el avance ssi-ruuk. Los ssi-ruuk no tardarían mucho tiempo en ser dueños del estadio. Jaina supuso, estremeciéndose, que poco después agruparían a los cautivos y se los llevarían a las naves en órbita para someterlos a la tecnificación…
Se volvió cuando una mano la tocó en el hombro.
—Vamos, Jaina —le dijo su padre—. Aquí ya no podemos hacer más.
Aunque le dolía abandonar el campo de batalla, la situación era tan insostenible que sabía que no le quedaba otra opción.
Antes de volver a bajar por el agujero, alzó los ojos al cielo cubierto de nubes.
«Que la Fuerza te acompañe, Jag —pensó—. Estés donde estés».
* * *
Jag vio la más próxima de las dos lunas de Bakura y ascendió con su desgarrador, dirigiéndose hacia ella a toda potencia. No le hizo falta mirar atrás para saber que los cazas lo seguían; las explosiones de sus disparos fallidos salpicaban el espacio ante él. Descendió en picado con el desgarrador hacia la parte norte de la luna, buscando algún tipo de refugio que le pudiera servir para eludir a sus perseguidores. Cuanto más se aproximaba, más difícil le parecía encontrarlo.
Interrumpió el descenso casi vertical de su nave y avanzó velozmente siguiendo la superficie del satélite natural. El terreno era despejado, con suaves ondulaciones, y a Jag le parecía formado por una superficie inmensa de lava que se había enfriado hacía mucho tiempo. Pero no le ofrecía ningún escondrijo… y aquello era lo único que le importaba.
Hacía virajes y regateos constantes para evitar tanto el fuego enemigo como los rayos de tracción, pero sabía que no podría seguir así indefinidamente. Volvió a maldecirse a sí mismo: ¡aquella maniobra suya lo había dejado en peor situación que antes!
Sin previo aviso, la superficie de la luna descendió bruscamente ante él, y el terreno llano que había estado siguiendo se convirtió en una catarata inmóvil que caía a un gran cañón que podía tener cincuenta kilómetros de ancho y al menos dos de profundidad. Asomaban peñascos de entre las sombras, y de las paredes del cañón salían grandes farallones rocosos como puños de color carmesí. Los cazas V’sett le seguían sin esfuerzo, sin intentar derribarlo a tiros. Estaba claro que su propósito era capturarlo. Debían de haberse dado cuenta de que lo alcanzarían; sólo tenían que tener paciencia.
Descendió con el desgarrador lo más cerca posible del fondo del cañón, haciendo giros frenéticos para esquivar los depósitos minerales que asomaban. Tenían diez metros de ancho y al menos el triple de alto, y parecían enormes árboles petrificados. Y había muchos, que obligaban a Jag a poner en juego toda su experiencia de piloto simplemente para sortearlos. Al rozar uno con uno de sus escudos, descubrió que no importaba que los esquivara o no: el «árbol» se deshizo en un polvo que se estrelló en silencio contra su pantalla de visualización. A partir de entonces no se molestó en intentar sortear esas formas salientes de aspecto extraño; se limitó a volar en línea recta derribándolo todo a su paso. Pensó que, con suerte, el polvo resultante bastaría para cegar a sus perseguidores; aunque sólo le permitiera ganar unos instantes, ya sería algo.
Pero el cañón se estrechó de pronto, y Jag comprendió que tendría que subir, más bien temprano que tarde, pues de lo contrario acabaría estrellándose contra una pared. Hizo subir su nave, dirigiéndose a un farallón rocoso del risco superior de la pared del cañón. Dos dedos de piedra apuntaban al cielo como si señalaran a la batalla que tenía lugar sobre ellos. Si era capaz de regresar a la batalla principal, quizá pudieran ayudarle sus compañeros de escuadrón a quitarse de la cola a aquellos cazas enemigos.
Los cazas comprendieron sus intenciones y volvieron a abrir fuego. Se produjeron explosiones en las rocas de las paredes próximas del cañón; los residuos azotaron sus escudos. Jag intentó pasar entre los dedos de roca, pero calculó mal el espacio entre las dos y rozó uno de ellos al pasar. Soltó un grito de alarma cuando la nave salió girando sin control al espacio por encima de la luna.
Salió del giro maltrecho y casi sin control. Los dos V’sett que tenía a la cola sortearon la lluvia de residuos y siguieron tras él. Agitó su desgarrador de un lado a otro en un intento desesperado de evitar que lo atraparan con los rayos de tracción, pero su colisión con las rocas les había permitido ganarle terreno. Ya era cuestión de segundos que…
Una mancha blanca pasó fugazmente ante su pantalla de visualización. Sus sensores apenas tuvieron tiempo de captar el Ala-Y que le había pasado a pocos metros, disparando con los lanzatorpedos. Los pilotos ssi-ruuk enemigos no tuvieron tiempo de desactivar los rayos de tracción antes de que absorbieran los torpedos de protones. Uno estalló al instante; el segundo recibió un impacto que lo hizo caer en espirales desenfrenadas hasta la superficie del satélite natural, donde se abrió como una flor en una explosión breve y silenciosa.
Jag tenía despejados de nuevo los visores traseros, pero aquel paseíto hasta la luna de Bakura le había costado un precio. Su reactor dañado se quejaba, soltando toses y chirridos, mientras él trazaba un viraje cerrado. El Ala-Y retrocedió para ponerse en el mismo vector. La piloto (que era la misma a la que habían rescatado Jag y sus compañeros al principio de la batalla) le saludó a través de su cubierta. Pero el gesto tenía poco de alegre, y Jag comprendió el porqué tras realizar un escaneado rápido.
La Flota de Defensa Bakurana estaba en malas condiciones. El Centinela había recibido un fuerte bombardeo y había perdido los escudos. El Defensor se mantenía firme, pero no contaba con los cazas suficientes para ejercer verdadero efecto sobre la batalla. Las fuerzas ssi-ruuk se apoderaban fácilmente de los cazas que lanzaba el Defensor. Bakura, en inferioridad numérica y tomada por sorpresa, estaba indefensa.
Muy distinta era la situación de los dos portacruceros de asalto planetarios gigantes de la clase Sh’ner, que flotaban sobre el campo de batalla, relucientes e inexpugnables. Sus escudos impenetrables habían rechazado todo lo que se les había arrojado. En sus proximidades se agrupaban diversas naves capturadas, esperando ser procesadas. A los centenares de pilotos que habían quedado atrapados en sus ataúdes de duracero se les negaba la dignidad elemental de la muerte en combate, y sólo les quedaba esperar la tecnificación.
Una formación triangular de siete cazas V’sett aceleró sobre el horizonte de la pequeña luna, dirigiéndose velozmente hacia Jag y el Ala-Y. Jag intentó impulsar con más fuerza su desgarrador, pero éste ya había dado de sí todo lo que podía. Eran siete naves bien armadas contra la suya averiada, y contra el viejo Ala-Y. El resultado no podía dudarse.
El bloqueo de comunicaciones aflojó el tiempo suficiente para ponerse en contacto con su escuadrón.
—¡Soles Gemelos, informad! —dijo, mientras esquivaba un terrible disparo de energía.
—Aquí, Tres.
—Cuatro.
—Seis.
—Ocho —se produjo una breve pausa—. Jag, me han capturado.
—Y a mí —dijo el Seis.
—Entonces, parece que no estaré solo —dijo el Tres—. También me han capturado a mí.
Jag maldijo. Ya sólo quedaba un piloto libre, aparte de él mismo… ¡y no sabía cuánto tiempo de libertad le quedaba!
Vio con desánimo que el Ala-Y intentaba esquivar a las naves atacantes, pero quedaba atrapada en las garras de siete rayos de tracción combinados. La piloto no profirió un sólo sonido. O tenía averiado el comunicador, o quiso ahorrarle el disgusto.
Jag se juró a sí mismo entonces que no compartiría esa misma suerte. Antes haría estallar sus motores que consentir que le absorbieran el alma para meterlo en un droide de combate. Pero ¿cómo hacerlo, cuando todavía existían posibilidades de que pudieran escapar sus pilotos? Mientras había vida, había esperanza.
Jag estaba tan frustrado que sintió ganas de gritar para desahogarse. Apenas sintió los rayos de tracción cuando rodearon su desgarrador, que se debatía, y empezaron a arrastrarlo al cautiverio.
* * *
Jaina vigilaba desde la retaguardia de la columna de supervivientes que avanzaban por los túneles, bajo el estadio, sin más orientación que el brillo de las luces rojas de emergencia. A pesar de los muros de ferrocemento que los rodeaban, oía el ruido de los lanzarrayos de pala y de los gritos que sonaban arriba. Aunque seguía llevando al cinto su sable láser, tenía constantemente una mano en la arma. No había indicios de problemas inmediatos, pero ella sabía que los perseguidores no andarían muy lejos.
El ryn iba en cabeza, desandando el camino con rapidez pero con cuidado, con la camilla de Tahiri siempre al alcance de la mano. Serpenteaban ante ellos hilos de agua que arrastraban el polvo y los residuos hacia las profundidades del edificio y dejaban el suelo deslizante y traicionero.
—No creo que mis circuitos aguanten un minuto más esta humedad, ama —anunció C-3PO tras resbalar por sexta vez. La queja iba dirigida a la princesa Leia, pero procuró decirla en voz lo bastante alta para que lo oyeran todos.
—Deja de protestar, Lingote de Oro —dijo Han, y dio al androide una palmada en la espalda que resonó con ruido metálico en el túnel húmedo y estuvo a punto de hacerlo caer una vez más—. Has aguantado cosas peores. ¿Recuerdas el incidente con el uniforme de soldado de asalto, la última vez que estuvimos aquí?
Jaina no dudaba que, si C-3PO hubiera sido capaz de estremecerse, se habría estremecido desde lo alto de su cráneo de color bronce hasta la base de sus suelas de metal.
—Lo recuerdo demasiado bien, amo —dijo, mientras los servomotores le zumbaban a cada paso y los ojos fotorreceptores le brillaban con fuerza entre las tinieblas—. Mi memoria no es de un tipo que me permita olvidar con facilidad.
Jaina dejó de prestarle atención al oír una conmoción más adelante. Apenas había avanzado dos pasos entre la corriente de supervivientes que iban por delante de ella cuando ya había sacado el sable de luz y lo tenía encendido.
—¡Princesa Leia! ¡Capitán Solo! ¿Qué hacéis aquí?
Jaina conocía aquella voz.
—¿Malinza? —dijo, avanzando entre la gente, que se apartaba al ver la hoja que brillaba y zumbaba—. Deberías haberte marchado hace mucho tiempo.
—La salida estaba bloqueada —dijo la muchacha. Estaba ante el pequeño grupo, sosteniendo a su lado la pistola láser. Vyram estaba entre ella y sus cautivos: Salkeli, huraño, y Harris, desafiante. Los dos estaban atados y amordazados—. ¡Hay ssi-ruuk por todas partes allí fuera!
—¿Existe alguna otra manera de salir de aquí? —preguntó Jaina, dirigiéndose a Goure.
—No estoy seguro —el ryn parecía tranquilo y sereno, pero se advertía su inquietud en la agitación de su cola—. Pero podemos enterarnos —añadió, señalando a Harris—. Hemos llegado aquí siguiéndole a el.
Indicó a Malinza que le quitara la mordaza.
—¿Y bien?
—¿Y bien, qué? —dijo Harris, con los ojos ardientes de ira.
—¿Hay alguna otra manera de salir de aquí, o no?
—¿Por qué voy a deciros nada? ¿Para ayudaros? —se rio levemente mientras negaba con la cabeza—. No te pienses ni por un momento que voy a hacer tal cosa.
—Por si no te has enterado, tu plan ha salido terriblemente mal. Los p’w’eck no eran más que una cortina de humo de los ssi-ruuk. Aunque hayas matado al primer ministro, esto no ha impedido la consagración. Una vez completada ésta, llegó la fuerza de invasión.
Harris palideció apreciablemente en la luz tenue del túnel.
—¿Qué invasión? —le faltaron las palabras, pero no por mucho tiempo—. Si Cundertol ha muerto, Bakura necesitará un líder fuerte. Aunque no os gusten mis métodos, yo puedo hacer el trabajo. Soltadme, y…
—Ya es demasiado tarde —dijo Jaina—. Es poco probable que vivas una hora más; cuánto menos que llegues a ser primer ministro.
—¿De modo que ahora mandáis vosotros? —dijo en son de burla—. ¿Así están las cosas, Solo? —se dirigió a Malinza y a los demás supervivientes—. ¿No os parece oportuno que haya aparecido la Alianza Galáctica para salvarnos de una crisis que no conocíamos siquiera? Precisamente cuando…
—Ahórratelo, Harris —dijo Jaina—. Nadie te hace caso. Todos lo han visto bien claro. Los ssi-ruuk están en suelo bakurano, y es en parte por culpa tuya. Deberías haberte asegurado de tus nuevos aliados antes de venderles tu alma.
—No fue él quien les vendió el alma —dijo una nueva voz entre las sombras, por delante de ellos en el pasillo.
Salió a la luz una figura alta. Jaina no lo reconoció al principio. Se le había quemado el cabello rabio; tenía la piel oscurecida por las contusiones y las quemaduras. Llevaba puestos los restos de su túnica de ceremonia, hecha harapos, que le ocultaban las manos.
—El mercado de políticos es muy pequeño, lo cual quizá no sea de extrañar —dijo el primer ministro Cundertol.
—¿Tú? —dijo Leia, sin poder disimular la sorpresa en su voz—. Pero, si estás…
—¿Muerto? —dijo el hombretón, sonriendo—. No del todo. Por suerte, la explosión sólo me dejó aturdido un rato. Me desperté aquí abajo, desorientado y perdido. Oí pasos y vi a Malinza, pero no quise descubrirme hasta saber qué pretendía y qué hacía exactamente con Blaine. Pensé que los de Libertad podrían haberle secuestrado y haber puesto la bomba. Pero supongo que te juzgué mal, Malinza, y debo pedirte disculpas por ello.
La muchacha hizo un gesto desconfiado de aceptación.
—Fue Harris —dijo—. Nos tendió una trampa.
—Eso es imposible —dijo el acusado—. Esa bomba era… quiero decir, ¡dijeron que habías muerto!
—Pues se equivocaron —dijo Cundertol, y sacó de debajo de la túnica la mano derecha, en la que empuñaba una pistola láser—. Como me equivoqué yo al depositar en ti mi confianza, Blaine. Me parece increíble que seas responsable de todo lo que nos está pasando hoy.
Aunque la arma apuntaba sólo a Harris, Jaina se puso tensa instintivamente. Levantó levemente el sable láser. Los guardaespaldas noghri de Leia también se movieron, soltando silbidos de aviso mientras se interponían entre Cundertol y la princesa. El primer ministro tenía algo raro. Jaina lo percibía, aunque no era capaz de definirlo. Cuando lo exploró a fondo para ver si era un espía yuuzhan vong, se encontró con una textura extraña. Su presencia era distinta de cualquier otra que hubiera sentido ella hasta entonces.
Por si no hubiera sido bastante su instinto y el de los guardaespaldas de su madre, sentía palpablemente la intranquilidad que irradiaba Goure. Estaba segura de que Goure sabía algo pero no podía decir nada estando delante Cundertol. Jaina optó por mantener activado el sable láser hasta enterarse exactamente de lo que pasaba.
—Debes perdonarnos por estar tan sorprendidos, primer ministro —dijo Leia—. Pero la última hora ha sido muy confusa, por decirlo de alguna manera. Quizá te hayas enterado ya de que el plan de paz de los p’w’eck era una tapadera de un ataque ssi-ruuk…
Cundertol asintió con la cabeza sin perder de vista a Harris.
—Está claro que los flautistas llevan planeando esto mucho tiempo. Supongo que no tienes ninguna idea de cómo podemos obligarles a retirarse, ¿verdad?
Jaina torció el gesto al oír aquél término racista aplicado a los alienígenas. Ya lo había oído antes, pero sonaba especialmente grosero y ofensivo en labios del primer ministro.
—No me cabe duda de que la flota de defensa y el Selonia están preparando algo ahora mismo —respondió Leia—. Por desgracia, los canales de comunicación están bloqueados, y los ssi-ruuk nos pisan los talones ahora mismo. Debemos salir de aquí lo más deprisa posible. Lo ideal sería que pudiésemos llegar al Halcón.
—Un plan razonable —asintió el primer ministro—. Blaine, creo que ibas a decirnos si sabías un modo de salir de aquí, cuando yo te interrumpí con tan mala educación.
—Y te diré lo que le dije a ella —respondió el vice primer ministro, inclinando la cabeza hacia Jaina—. ¿Por qué voy a ayudaros? Tal como veo las cosas, no tengo absolutamente nada que perder —comentó, dirigiendo una torva mirada a Cundertol mientras alzaba los brazos ante él y hacía sonar las esposas.
—Tienes la vida que perder —se limitó a decir Cundertol—. ¿O prefieres que te tecnifiquen como a todos nosotros cuando nos atrapen por fin los flautistas?
La rabia de la mirada de Harris se agudizó.
—Me temo que no os puedo ayudar. Es que no hay salida. Todas están bloqueadas. Nuestra única esperanza es escondernos en uno de los almacenes de materiales hasta que se hayan marcado los ssi-ruuk, y después intentar salir discretamente.
—Yo no soy dado a esconderme —dijo Cundertol, negando con la cabeza con aire de disculpa. La pistola láser que empuñaba el primer ministro disparó, y Harris cayó de espaldas. Ya estaba muerto cuando llegó al suelo—. Lo siento, amigo mío. Has respondido mal.
Jaina se irguió, sobresaltada, cuando la pistola apuntó hacia otra parte. Harris había cometido una masacre, pero ella no estaba dispuesta a aceptar una ejecución a sangre fría como castigo, ni había esperado tal acto por parte de una persona como Cundertol. Salkeli cayó de rodillas, esperando evidentemente correr la misma suerte. Jaina se adelantó para impedir un nuevo acto de justicia mal entendida.
Pero a Cundertol no le interesaba el rodiano. En lugar de ello, volvió la pistola con un movimiento rápido hasta apoyársela en la sien a Malinza.
—Ahora, en vista de que no hay otras opciones disponibles…
Jaina se quedó paralizada. Si llegó a pensar que nada podía sorprenderla más, no tardó en descubrir que se equivocaba, pues el primer ministro abrió la boca al máximo y se puso a gritar en la lengua ssi-ruuvi. El grito consistía sólo en tres notas, pero tan fuertes que hasta su eco le hacía daño en los oídos. Llegó casi al instante una respuesta.
Los peores temores de Jaina se habían hecho realidad. Soltó una maldición entre dientes por haberse dejado atrapar de aquella manera. Avanzó un paso, pero se detuvo cuando Cundertol apretó con más fuerza la pistola contra la sien de Malinza.
Cundertol lucía una sonrisa triunfal. No le hacía falta moverse ni decir nada; sabía perfectamente que Jaina no iba a poner en peligro la vida de Malinza. Le bastaba con tocar el gatillo para que muriera la muchacha.
Jaina bajó el sable de luz y probó otra táctica.
—Suéltala.
El comando mentar que acompañaba a estas palabras habría hecho obedecer al instante a una persona corriente.
Pero el primer ministro se limitó a negar con la cabeza.
—Me parece que no —dijo, sonriendo.
—¿Qué eres? —le preguntó Jaina.
La sonrisa del primer ministro se ensanchó más, si cabe.
—Nuevo —dijo—. Pero ahora no tenemos tiempo para esto. Debemos ir a conocer a vuestros nuevos amos.
Se oía llegar pasos rápidos por los pasillos, por detrás y por delante de ellos. Entre los dos grupos de persecución alienígenas se cruzaban fuertes silbidos, a medida que iban convergiendo en la zona de mantenimiento. Los supervivientes se apiñaron, refugiándose instintivamente en un rincón. Jaina se situó en actitud protectora entre Cundertol y ellos, observando ambas entradas del pasillo. Sintió tras ella que su padre y su madre, Goure y dos guardias de seguridad hacían otro tanto. Si conseguían reducir a Cundertol cuando tuvieran una oportunidad, pensó. Si…
Se obligó a sí misma a poner fin a esos pensamientos. Como mínimo, eran inútiles. Ya habría tiempo después para las lamentaciones. Si es que había un después, claro está.
—Sabías lo de los ssi-ruuk —dijo Malinza con rabia, mientras él la sujetaba con fuerza. Tenía la voz cargada de desprecio—. Has traicionado a Bakura. ¡Eres tan malo como Harris!
—En ese sentido te equivocas, te lo aseguro —dijo Cundertol—. Soy mejor que Harris en todos los sentidos.
Jaina no tuvo tiempo de preguntarse qué había querido decir. Por el pasillo a su izquierda irrumpieron seis guerreros ssi-ruuk que corrían a largos pasos saltarines y agitando las fuertes colas, con lanzarrayos de pala en sus manos con espolones. Los ojos y las escamas les brillaban de color rojizo bajo las luces de emergencia. Cuando vieron ante sí a los fugitivos, se detuvieron, soltando silbidos y chirridos.
Su jefe dirigió a Cundertol una serie de notas penetrantes, y él le respondió con fluidez en la misma lengua.
—¿Trespeó? —dijo Han entre dientes, animando al androide a traducir.
—Creo que se trata de una fórmula de bienvenida —dijo C-3PO, mirando alternativamente a Cundertol y al ssi-ruu. El saurio gigante señaló el cuerpo de Harris y agitó la cola—. Ahora está riñendo al primer ministro por haber desperdiciado a aquél.
Antes de que Cundertol hubiera tenido tiempo de replicar, llegó el segundo grupo. Lo encabezaba el ssi-ruu más grande que había visto Jaina hasta entonces. Era una hermosa guerrera hembra de color rojo, con crestas en el morro y en lo alto del cráneo. Llevaba un arnés negro adornado de medallas de plata que tintineaban a cada paso, y dilató los orificios nasales cuando su mirada cayó sobre Jaina y los demás.
Venían tras ella cinco guerreros más de tamaño corriente, protegidos por cuatro ssi-ruuk dorados de la casa sacerdotal, así como el propio Keeramak, cuyos colores más vivos quedaban mitigados en la luz tenue. Cerraban el grupo numeroso algunos guerreros p’w’eck que se dispersaron para cubrir todas las salidas.
El Keeramak se adelantó con elegancia musculosa, lanzando bocados con sus mandíbulas inmensas como si estuviera cazando insectos imaginarios. Sus sirvientes de escamas doradas observaban con desconfianza a los bakuranos, como desafiándolos a que hablaran. Nadie dijo nada.
Salieron entonces unas notas extrañas, melódicas, de la boca del ssi-ruu mutante.
—«Rendíos ya y os aseguro que me encargaré de que, cuando os tecnifiquen, os dediquen a tareas productivas» —tradujo C-3PO.
—Nos dijeron que ya no necesitabais la tecnificación —dijo Leia, sin molestarse en ocultar la desaprobación en su voz—. Supongo que eso sería otra mentira.
El Keeramak hizo una grácil reverencia.
—Una entre muchas, Leia Organa Solo —respondió a través de la traducción de C-3PO—. Pero la verdad es que, de hecho, hemos perfeccionado el proceso de tecnificación. Ahora es posible mantener indefinidamente la energía vital, reduciendo la necesidad de las reposiciones frecuentes. Algunas energías, como las vuestras, son tan fuertes que nada puede resistírseles. ¡Nos enriqueceréis durante siglos!
Leia apretó los labios. Sacó su propio sable láser de debajo de su túnica, cosa que sólo hacía cuando habían fracasado todos los intentos diplomáticos. El sable arrojó una luz roja sobre el rostro del Keeramak.
—Jamás tendréis mi energía vital —dijo con una determinación amenazadora.
—Ni la mía —dijo Jaina, añadiendo a la promesa de su madre la suya propia, además de la hoja de su sable.
El Keeramak retrocedió, profiriendo silbidos mientras los guardias los rodeaban.
—El Keeramak dice: «como queráis» —les comunicó C-3PO.
—No seáis idiotas —dijo Cundertol—. ¿No entendéis lo que se os está ofreciendo?
—Demasiado claro —gruñó Han.
—¡Oís las palabras, pero no las entendéis! La tecnificación no es lo que creéis. No es el final, ¡es el principio! ¡No es un cautiverio, es una liberación!
—No lo crees de verdad —dijo Leia.
Cundertol no le hizo caso y se dirigió a los demás.
—Imaginaos que controláis vuestra propia nave droide, ser el corazón de un propulsor interestelar, supervisores de una ciudad entera… Imaginaos la libertad que alcanzaréis cuando os hayáis despojado de las cadenas de la carne y el hueso. ¡Podréis vivir para siempre!
—¿Libertad? —repitió Jaina—. ¡Seremos esclavos!
—¡Unos esclavos inmortales! ¿Qué son unos pocos años de servidumbre a cambio de la eternidad? ¡Pasarán como meros instantes!
De pronto, quedó muy claro por qué había entregado Cundertol a Bakura a traición a los ssi-ruuk.
—¿Es eso lo que te habían prometido? —preguntó Leia—. ¿La inmortalidad? ¿Has vendido a tu planeta y a tu pueblo a cambio de la promesa de una vida más larga?
La sonrisa de Cundertol era amplia y humorística.
—La verdad, princesa, es que no me han prometido nada. Lo pensé yo mismo. No acudieron a mí para negociar; nos entendimos directamente. A partir de entonces, fue cuestión de ultimar los detalles.
—¡Es imposible que seas tan ingenuo! —exclamó Jaina, negando con la cabeza—. Si crees que va a pasar como…
—¿Que no va a pasar? ¡Ya ha pasado! Si os negáis a aceptar la verdad, yo no podré ayudaros. Vuestra suerte ya está decidida.
El Keeramak chascó la garras, y la mitad de los p’w’eck se adelantaron entre las filas de guardias ssi-ruuk. Si iba a haber lucha, estaba claro que se sacrificaría primero a los p’w’eck. Jaina sintió un vuelco en el estómago. Con todo lo malo que era afrontar el cautiverio y la tecnificación, le parecía peor todavía que su única esperanza de fuga fuera tener que luchar contra esclavos, matándolos quizá.
Lwothin, más nervioso todavía de lo habitual, encabezaba el contingente. Se volvió hacia el Keeramak e inclinó la cabeza, en un gesto que Jaina consideró que sería de respeto y de sumisión. El poderoso ssi-ruu emitió un gorgojeo profundo y poderoso que Leia entendió sin que se lo tradujera C-3PO. Consideró que sólo podía significar una cosa: que el Keeramak estaba ordenando a los guardias p’w’eck que redujeran a los prisioneros. Lwothin asintió con su larga cabeza de reptil y se irguió cuan largo era. Jaina se puso tensa y encendió el sable láser con una presión del pulgar mientras se preparaba para el ataque. Con un grito que la sorprendió y la aterrorizó por igual, Lwothin levantó su lanzarrayos de pala y disparó a bocajarro.
* * *
Los motores del desgarrador de Jag se recalentaban. A pesar de ello, seguía firmemente anclado a los cazas V’sett que lo habían capturado y lo atraían inexorablemente hacia un grupo creciente de naves cautivas bakuranas y de la Alianza Galáctica. El grupo, compuesto por más de cien cazas, estaba siendo absorbido a través de un orificio reducido de los escudos del inmenso portacruceros Errinung’ka. Los acompañaban dos naves guía Fw’Sen que se encargaban de que no hubiera ningún incidente. La amplia curva de la proa de la nave se cernía sobre él, aumentando su poderosa sensación de la insignificancia de su persona y de su destino.
Sonaron clics por el comunicador cuando se sumó a la formación de cazas capturados. Apresados firmemente por poderosos rayos de tracción, sus compañeros de escuadrón y él no podían hacer más que intercambiarse señales mientras los arrastraban a su perdición. Apreciaba cerca de él a la piloto del Ala-Y en su cabina, con las manos bien visibles sobre los mandos y una expresión triste en el rostro. Jag vio claramente en los ojos con que lo miraba a través de la cubierta de su cabina que, si tenía ocasión de ello, aquella piloto lucharía hasta la muerte en caso necesario. Veía en aquellos ojos la misma determinación oscura que sentía el propio Jag en su corazón.
Tampoco iba a darse tal oportunidad. Cuando hubieran pasado al otro lado de esos escudos, habría terminado todo. Entonces ya no tendrían ninguna esperanza de ser rescatados.
«Lo siento, padre», pensó, lamentando que no pudiera oírle el barón Soontir Fel. Y su madre. Con tantas esperanzas como habían depositado en él… Se había esforzado toda su vida por demostrar que era digno de ellos. Se había criado en una sociedad alienígena muy competitiva, en la que había madurado despacio, a las sombra de Thrawn y de la ambición de su padre. ¿Cómo podría haberse figurado que le esperaba un destino como aquél?
—Aquí la capitana Mayn —dijo una voz clara por la unidad de comunicación—. Hablo por una frecuencia abierta. Han interrumpido el bloqueo para permitirme retransmitir órdenes desde el planeta. Todos los cazas deben entregarse; de lo contrario, comenzará inmediatamente un bombardeo planetario. Disponen de armas paralizadoras capaces de incapacitar a una ciudad entera. El primer objetivo será Sales D’aar. Por lo tanto, por el bien de la población civil inocente, pido que cese toda resistencia.
Jag escuchó aquellas palabras con asombro creciente. ¿Era posible que estuviera diciendo aquello Todra Mayn? La idea misma de rendirse a los ssi-ruuk lo dejaba helado.
—Si nos entregamos ahora, capitana, estarán igual que muertos en todo caso —dijo Jag por la misma frecuencia.
—Los ssi-ruuk nos han asegurada que, una vez que el planeta esté bajo el control del Imperio, nos tratarán con justicia.
Jag sacudió la palanca de mando de su nave para intentar oponerse al tirón terrible de los rayos de tracción.
—¿Como a los p’w’eck, quieres decir? ¿Para criar cazas droides?
—Cualquier cosa es mejor que morir.
Jag comprendía, por los chirridos de sus motores, que no iban a aguantar mucho más a toda potencia. Si iba a hacerlos estallar, para terminar con todo rápidamente en vez de acabar en la jaula mental de un caza droide, tendría que hacerlo pronto… mientras le quedasen motores.
—Tienes que confiar en mí, Jag —dijo la capitana Mayn, con voz cargada de tensión—. Tienen a Jaina.
«¿Y qué? —quiso gritarle él—. ¿Es que una sola vida vale más que la de todo un planeta?».
Pero no podía decir una cosa así. El corazón se le desgarraba de pensar que pudiera pasarle algo a Jaina. Con los dedos insensibles, redujo la aceleración y dejó que el escudo alienígena pasara sobre su nave. El escudo en sí era invisible, salvo para sus instrumentos, pero se lo imaginó como las fauces de una bestia poderosa que esperaba tragarlo. Cuando lo hubiera ingerido, los jugos gástricos corrosivos le quitarían el alma, y tirarían después su cadáver inútil…
Después, la barrera se cerró de golpe a su espalda. Estaban dentro. En la quietud y el silencio incómodo se sentían como en un universo completamente distinto. Fuera, al otro lado de la barrera, todavía se libraban escaramuzas que iluminaban el fondo estrellado, allí donde quedaban bolsas de resistencia contra los invasores ssi-ruuvi. Las naves guía, una vez entregada su carga, volvieron a salir de patrulla por la zona. Dentro del escudo del Errinung’ka no había más que quietud. Los cautivos, atrapados en las redes de los cazas droides y V’sett, apenas podían hacer más que maldecir su desventura. Y esperar.
* * *
Todo se detuvo de pronto cuando el Keeramak cayó derribado sin proferir un solo sonido de queja.
Durante una fracción de segundo, los ssi-ruuk se quedaron tan atónitos por lo que había hecho Lwothin que no hicieron nada en absoluto. Se limitaron a quedarse mirando boquiabiertos al Keeramak, que yacía en el suelo, con una herida de lanzarrayos de pala de la que le manaba un fluido gris y viscoso. Los p’w’eck se apresuraron a aprovechar la confusión de los ssi-ruuk, y empezaron a brillar otros lanzarrayos de pala en el túnel mal iluminado. Jaina quedó confusa por un instante, pero sólo brevemente. Lo que pasaba quedó claro: ¡Lwothin y los p’w’eck se rebelaban contra sus amos ssi-ruuk!
Pero los ssi-ruuk estaban más preparados y mejor armados que los p’w’eck, y no tardaron en recuperar la ventaja, defendiéndose con una fiereza espantosa. Jaina no tenía la menor duda respecto de qué bando debía ponerse, y cuando un guerrero ssi-ruuk apuntó a Lwothin con su lanzarrayos, ella le lanzó un rápido tajo con su sable láser, derribando la arma de la mano de la criatura. Ésta se revolvió contra ella y la atacó con una zarpa armada de tres garras, y Jaina apenas consiguió agacharse para esquivar el golpe dirigido a su cabeza. El saurio era enorme; pero ella ya había tenido bastantes combates de entrenamiento con Saba Sebatyne para saber lo que podía hacer una cola en combate. Y seguía teniendo a la Fuerza, que guiaba todos sus movimientos y le avivaba los instintos. Afortunadamente, luchar contra los ssi-ruuk no era como luchar contra los yuuzhan vong, cuyas intenciones quedaban siempre ocultas a la vista.
Se agachó, rodó sobre sí misma y lanzó una patada dirigida al tórax del ssi-ruu. Éste soltó un suspiro explosivo y retrocedió, vacilante. Recobró el equilibrio rápidamente apoyándose en la cola y volvió a abalanzarse sobre ella. Pero Jaina ya se había apartado antes de que su rival pudiera lanzarle un golpe, y había vuelto a rodar sobre sí misma escabullándose de los espolones cortantes. Se incorporó a un lado de la criatura y le asestó un tajo a dos manos en el cuello. El ssi-ruuk cayó al suelo con un chillido, manando sangre.
Otro guerrero soltó un aullido e intentó atravesarla con un tiro de su lanzarrayos. Jaina no pudo bloquear el haz de rayos con su sable con la misma facilidad que si se tratara de un disparo de láser; pero consiguió desviarlo un poco para que fuera a dar en una pared sin hacerle daño. Un p’w’eck saltó sobre la espalda del guerrero y lo abatió. Jaina le arrancó el lanzarrayos de las garras y se lo arrojó a Vyram, quien lo atrapó hábilmente en el aire y apuntó con él al rostro de Cundertol.
Vyram clavó una mirada firme en los ojos del primer ministro.
—No dudaré en apretar este gatillo si esa pistola láser causa el menor rasguño a Malinza.
Ninguno de los dos se movió, mientras la escaramuza que tenía lugar a su alrededor concluía de manera sorprendentemente rápida. Pareció que la impresión de la muerte de su líder había minado la confianza inicial de los ssi-ruuk. Cuando los últimos guerreros supervivientes se dejaron reducir, el primer ministro bajó su arma.
—Lo habéis echado a perder —dijo, dirigiendo una mirada inexpresiva al Keeramak—. ¡Lo habéis echado a perder para todos nosotros!
—¿Ah, sí? —dijo Han, contemplando cómo los p’w’eck recogían las armas y las distribuían entre los bakuranos. Los lanzarrayos de pala eran difíciles de manejar, pero era mejor tener algo que nada para luchar—. No veo que nadie más se queje.
El líder avanzado del Movimiento de Emancipación P’w’eck habló con su voz lírica y en tono perentorio.
—Lwothin os pide que os pongáis en contacto inmediatamente con nuestros cazas —tradujo C-3PO—. Dice que se ha interrumpido el bloqueo de comunicaciones para que podáis hablar.
—¿Qué debo decirles? —preguntó Leia.
Lwothin volvió a cantar.
—¡Ay de mí! —dijo 3PO—. ¡Quiere que les digas que no ofrezcan resistencia, que se dejen capturar!
Leia abrió la boca, pero su marido se adelantó a dar su opinión.
—¡Nadie va a dar tal orden!
Lwothin explicó su plan lo mejor que pudo dentro del tiempo limitado con que contaban. Cuando hubo terminado, Jaina vio que Leia contemplaba el cuerpo del Keeramak con ojos de duda y de desconfianza.
—¿Cómo sé que no me estás pidiendo que envíe a esos cazas a una trampa?
—No lo sabes —cantó el p’w’eck como respuesta por medio de C-3PO—. Pero, si no dices nada, los pilotos estarán prácticamente muertos, en cualquier caso. Ésta es su única esperanza —al p’w’eck le brillaban los ojos tras el rápido juego de sus párpados triples—. Ya ha pasado el tiempo de las mentiras y de las trampas. Ahora estamos ante vosotros como aliados y como iguales. No os traicionaremos.
A Jaina le pedían a gritos todos sus instintos que lo creyera. Le parecía que habían llegado por fin al núcleo de todas las conspiraciones que envolvían a Bakura. Estaba claro que Leia sentía lo mismo. Asintiendo rápidamente con la cabeza, activó su intercomunicador y llamó al Orgullo de Selonia.
La conversación fue breve y directa. El mensaje siguiente que oyó Jaina por el intercomunicador fue la transmisión general de la capitana Mayn dirigida a todos los cazas de la Alianza Galáctica.
—Aquí la capitana Mayn. Hablo por una frecuencia abierta.
Cuando hubo terminado de hablar, se oyó la voz de Jag, que decía:
—Si nos entregamos ahora, capitana, estarán igual que muertos en todo caso.
Jaina sintió que algo se le tranquilizaba por dentro al oír su voz. Cuando Lwothin les había descrito los combates que tenían lugar en órbita sobre Bakura, lo primero que había pensado había sido en Jag, preguntándose si estaría entre los muertos. O, lo que era peor, entre los capturados para ser sometidos a la tecnificación.
—Los ssi-ruuk nos han asegurado que, una vez que el planeta esté bajo el control del Imperio, nos tratarán con justicia —dijo Mayn, manteniendo las apariencias de una rendición.
—¿Como a los p’w’eck, quieres decir? ¿Para criar cazas droides?
—Cualquier cosa es mejor que morir.
Se oía por la transmisión un crujido agudo, como el que podía producir un caza sometido a tensiones superiores a las que podía soportar por su diseño. Jaina esperó la respuesta de Jag, pero no hubo ninguna. Percibía su incertidumbre y su desesperación como si lo tuviera a su lado. La preocupación de Jag por ella ardía como una estrella pequeña pero intensa.
Estaba claro que la capitana Mayn lo percibía también.
—Tienes que confiar en mí, Jag —dijo—. Tienen a Jaina.
Aquella mentira hirió vivamente a Jaina, pero ésta comprendió al instante que era lo que había que decir. Si existía algo capaz de obligar a Jag a oponerse a su instinto, más hondo y más arraigado, sería aquello. Su interés por ella era hondo… más hondo de lo que él había reconocido nunca de palabra.
Jag no respondió, pero Jaina supo que había cedido.
—Supongo que sabes lo que haces, princesa —añadió la voz de la capitana Mayn por un canal privado.
Leia ajustó el intercomunicador para responder por el mismo canal.
—Sí lo sé, Todra —dijo. Miró a Lwothin con ojos de amenaza mortal—. Confía en mí por esta vez.
* * *
Parecía que el tiempo se había congelado. Jag, atrapado en la red de los escudos ssi-ruuvi, vibraba de tensión. No tenía manera de saber qué sucedía en la superficie del planeta ni en el resto de la órbita. El bloqueo de comunicaciones había vuelto poco después del fin de la transmisión de Mayn. Se sentía aislado e impotente, como todos los demás pilotos que lo rodeaban, atrapados en sus cazas, esperando que los que los habían cautivado los fueran recogiendo…
Entonces sucedió algo extraño. Sus sensores detectaron una leve reducción de la fuerza de los rayos de tracción que lo sujetaban. Sospechó que se habría retirado parte de la escolta ssi-ruuvi, ahora que los tenían seguros dentro de los escudos, y consultó su pantalla. Su escolta no se había movido.
Un segundo más tarde volvió a descender el indicador de la fuerza de los rayos de tracción. Manipuló sus mandos y observó que el desgarrador había recuperado un cierto grado de movilidad.
Pasó un momento resistiéndose al impulso de liberarse. ¿De qué serviría? Aunque se liberara, en efecto, ¿qué haría después? En cualquier caso, los escudos que rodeaban al portacruceros le impedirían escapar, por lo que parecía inútil hacer nada.
Pero entonces volvió a registrarse una caída del valor, y aquella vez no pudo contenerse: sintió una nueva esperanza. Sin duda no se trataba sólo de él. Los ssi-ruuk estaban aflojando la presa sobre sus cautivos. Lo invadió un escalofrío de emoción cuando comprendió lo que debía de estar pasando.
Las naves droides p’w’eck que acompañaban a los cazas bakuranos en las formaciones de la «escolta de honor» estaban variando poco a poco la dirección de sus rayos de tracción. Después de haber dejado una fuerza de ataque intacta tras los escudos enemigos, la estaban liberando… paulatinamente, para que los ssi-ruuk no se dieran cuenta. Los p’w’eck se rebelaban contra sus amos… ¡esta vez, de verdad, y empleando como arma la potencia de fuego bakurana! .
Jag emitió tres clics rápidos para solicitar atención. Los pilotos capturados del Escuadrón Soles Gemelos respondieron inmediatamente con sendos clics. Había un rumor creciente en los comunicadores que indicaba que otros advertían el cambio y se preguntaba qué estaba pasando. Jag no tenía mucho tiempo; tendría que actuar deprisa, antes de que los ssi-ruuk cayeran en la cuenta.
Cuando volvió a bajar de nuevo la intensidad de los rayos de tracción, envió dos clics rápidos seguidos de otros dos clics rápidos. Era la clave de «atacar» para su escuadrón, y la reacción fue instantánea. Jag y sus pilotos pasaron en sus naves del estado de reposo a plena potencia prácticamente en un mismo instante. Se liberaron de las fuerzas debilitadas que los sujetaban, salieron rugiendo de la formación y giraron sobre sí mismos para atacar a los ssi-ruuk desprevenidos. Los cazas V’sett descubrieron, con gran sorpresa por su parte, que estaban sujetos por los rayos de tracción de las naves droides, reduciendo su maniobrabilidad. Todo hubo terminado en cuestión de segundos. Los ssi-ruuk habían quedado destruidos, y los rayos de tracción que sostenían al resto de los cautivos se desactivaron por completo.
La formación se disolvió al instante, cayendo en el desorden. Las comunicaciones quedaron abiertas. Jag abrió su comunicador en todas las frecuencias, con la esperanza de restablecer el orden antes de que se estableciera un nuevo bloqueo.
—¡Tranquilos todos! —ordenó—. ¡Mantened vuestras formaciones primitivas! ¡No disparéis contra las naves droides! Recordad que las pilotan los p’w’eck, y que están de nuestra parte. Son los que nos han traído hasta aquí.
—¿Qué tiene de bueno estar aquí? —replicó un piloto bakurano.
—Aquí tenemos un objetivo —respondió Jag, apuntando su desgarrador hacia el portacruceros alienígena—. Estamos dentro de los escudos, y ellos tienen sus escuadrones fuera. No pueden pedir refuerzos sin quedar expuestos a los ataques del Selonia o del Centinela —sonrió imaginándose la batalla que tenían por delante. Le parecía muy evidente—. Nos han dado una oportunidad; ¡no la desaprovechemos!
Los pilotos bakuranos estaban confusos, cosa comprensible tras aquel espectacular cambio triple de alianzas por parte de los p’w’eck, que habían pasado de enemigos a aliados, de aliados a enemigos, y ahora volvían a ser aliados. Pero los pilotos obedecieron las órdenes de Jag y no molestaron a los p’w’eck. Se volvieron a formar grupos de tres y de cinco, que se dirigieron en formación de combate hacia el portacruceros desde el lado interior de los escudos. Jag reunió a su alrededor a lo que quedaba de los Soles Gemelos e hizo lo mismo. Los hangares del portacruceros no estaban vacíos del todo, y salieron a hacerles frente una docena de cazas V’sett. Seis cazas droides los persiguieron de cerca. Las naves ssi-ruuk que habían salido con intención defensiva quedaron atrapadas por detrás y fueron dispersadas en seguida.
—Apuntad a los generadores de rayos de tracción —indicó Jag a los pilotos que le rodeaban y que buscaban objetivos—. Después, dad pasadas ametrallando los proyectores de escudos deflectores. Procurad reducir al mínimo los daños estructurales. Tenemos amigos allí, y prefiero que no caiga ni uno solo víctima del fuego amigo.
Después, se sumió en el torbellino, buscando objetivos y lanzando disparos de láser tan deprisa como podía. Dio un par de pasadas a los cañones de iones que estaban dispuestos alrededor del grueso vientre del portacruceros y consiguió destruir tres. Otros miembros de su escuadrón terminaron con los demás.
La reacción del portacruceros era lenta, y Jag lo atribuyó a los p’w’eck, que se estarían rebelando no sólo fuera de la nave sino dentro de ella. Pero no cayó en el error de suponer que aquella ventaja duraría indefinidamente. El portacruceros, con sus 750 metros de largo, habría sido un rival temible hasta para cien cazas.
Con todo, consideró que todos los daños que pudieran causar al portacruceros servirían para algo. Cuanto más pudieran hacer en ese sentido, menos trabajo tendría Jaina más tarde…
* * *
El Selonia transmitió la noticia de la liberación de los cazas de la Alianza Galáctica a los pocos momentos de que quedaran despejadas las comunicaciones. Pero Jaina no tuvo tiempo de oír los detalles. Un movimiento rápido y repentino le llamó la atención. Creyendo que alguno de los prisioneros ssi-ruuvi había intentado huir, se volvió con el sable láser en guardia, pero no vio más que la espalda del ex primer ministro, que corría por el pasillo. Vyram estaba tendido de espaldas y se frotaba el antebrazo derecho.
—Lo siento —dijo, poniéndose de pie—. ¡Ha sido tan rápido!
Jaina no esperó; emprendió inmediatamente la persecución de Cundertol. No podían dejarlo escapar. Si encontraba un comunicador, el plan quedaría al descubierto y podrían capturar a Jag de verdad. Siguió los ecos rápidos de sus pasos por los pasillos polvorientos, mientras Cundertol sorteaba a los demás y subía hacia el agujero que había abierto la bomba de Harris en el estadio.
No tardó en comprender lo que había querido decir Vyram cuando dijo que el primer ministro era rápido. La velocidad de Cundertol era impresionante.
El ruido de sus pasos, por delante de ella, se desvió en una dirección nueva. Después de doblar dos esquinas y de recorrer cincuenta metros más, Jaina comprendió por qué. Venía hacia ellos un pelotón de p’w’eck que habían derrocado a sus amos y bloqueaban la salida del estadio. Cundertol no había querido darse con ellos y por eso había tomado un túnel alternativo, dirigiéndose probablemente a la salida que Malinza y los demás no habían probado antes. Jaina no titubeó; entró ella también por el túnel, sobresaltando al pelotón p’w’eck al pasar, pero sin detenerse a darles explicaciones.
Jaina oyó que Cundertol bajaba escaleras dos pisos más abajo. Su paso eran firme e increíblemente constante. Jaina no entendía de dónde sacaba el ex primer ministro tanta fuerza y resistencia.
Incluso ella misma empezaba a cansarse, a pesar de contar con el apoyo de la Fuerza.
Se cerró una puerta de golpe por delante de ella, y comprendió que Cundertol había salido del pozo de las escaleras en el nivel del quinto sótano. Se forzó a sí misma a correr más deprisa y, cuando llegó a la puerta, se arrojó con fuerza contra ella. Apenas había empezado a abrirse la puerta cuando algo la intentó golpear desde la oscuridad del otro lado. Ella lo apartó con un empujón instintivo de la Fuerza y se apartó rodando sobre sí misma. Cuando se puso de pie en posición defensiva, tuvo el tiempo justo para percibir a Cundertol al final de un ancho pasillo. Algo volaba por el aire hacia ella. Apartó la cabeza justo a tiempo de esquivar un pequeño proyectil que rebotó en la pared tras ella, dejando una muesca profunda. Lo primero que pensó Jaina era que Cundertol estaba empleando algún tipo de lanzador, pero tenía las manos claramente vacías. Pero no tuvo tiempo de pensarlo, pues otro proyectil le pasó silbando junto a la cabeza, tan cerca que sintió que le rozaba el pelo.
«¡Los está lanzando a mano!», pensó con incredulidad.
Puede que Cundertol tuviera más fuerza que puntería, pero Jaina no estaba dispuesta a servirle de blanco para sus prácticas. Le envió un empujón de la Fuerza que habría derribado a un hombre corriente. Pero Cundertol no hizo más que tambalearse hacia atrás. No fue gran cosa, pero a Jaina le bastó para atravesar corriendo el espacio que los separaba antes de que se recuperara el otro.
Cundertol no tenía ninguna intención de quedarse a pelear. En lugar de ello, desapareció con velocidad desconcertante a través de una nueva puerta. Ella le siguió, pero esta vez con mayor prudencia. ¿Qué era? ¿De dónde sacaba su fuerza y su velocidad? Fuera cual fuera la explicación, saltaba a la vista que Jaina no iba a poder alcanzarlo por pura velocidad. Tendría que intentar otra cosa.
Los pasos de Cundertol avanzaron por otro pasillo, y se detuvieron bruscamente.
Jaina vaciló en la esquina y se asomó con cuidado. El pasillo oscuro parecía vacío, pero ella sabía que él estaba allí, en alguna parte.
—Deberías saber que no te vas a salir con esto, Cundertol —dijo en voz alta, con la esperanza de hacerse al menos una idea de su situación al oír su respuesta.
—¿Que no? —respondió él. Tenía la voz amortiguada por algo más que la distancia—. ¿Y vas a ser tú quien me lo impidas, niña?
—Eso pretendo, sí —dijo ella. Frunció el ceño. No era capaz de determinar su posición.
—Me temo que hasta las mejores intenciones suelen valer poco —dijo él, cayendo de pronto a su espalda—. Al menos, cuando está en juego la supervivencia.
Ella se volvió para golpearle, pero él la apartó de un golpe como si fuera una muñeca de trapo. Tenía una fuerza y una velocidad muy superiores a las de un hombre corriente. Jaina se retiró de la pared y volvió a atacarle lanzándole un golpe a la cabeza, al tiempo que encendía el sable láser con la otra mano. Él se agachó antes de que llegara el golpe y le lanzó un puñetazo de abajo arriba que la derribó. Jaina voló cinco metros por el aire. Su sable de luz trazó un amplio arco negro en el suelo cuando caía; pero no lo soltó.
Cundertol no quería perder tiempo con conversaciones. Su gesto avieso indicaba a Jaina que sólo le interesaba una cosa: escapar. Mientras ella se interpusiera entre él y su objetivo, tendría que eliminarla. Se puso de pie de un salto hacia atrás antes de que él pudiera alcanzarla, y lo hizo apartarse con un movimiento de advertencia de su sable láser.
Él hizo una finta hacia la izquierda y la atacó después por la derecha, colándose por debajo de la hoja y asestándole un golpe en el pecho que a ella le pareció que tenía la fuerza de una pica de fuerza. Volvió a caer y aterrizó sobre el trasero, soltando un gruñido de dolor. Esta vez llegó a soltar el sable de luz, y el arma rodó por el suelo. Antes de que hubiera tenido tiempo de recuperarlo con la Fuerza, Cundertol ya se había adelantado para terminar con ella.
—Has peleado bien —le dijo, mirándola con aire amenazador.
—Todavía no he terminado —replicó Jaina, atrayendo hacia ella a su sable láser.
El sable saltó por el aire con un zumbido y un silbido. Cundertol lo oyó venir y se hizo a un lado, pero no pudo evitar que lo alcanzara la hoja ardiente. Cayó de espaldas profiriendo un rugido y llevándose la mano al brazo herido. Jaina aprovechó el momento para ponerse de pie de nuevo, aunque con cierta dificultad. Tenía las piernas débiles por el ataque de Cundertol, y le parecía que todo le daba vueltas desenfrenadamente. Pero consiguió mantenerse firme y dirigió de nuevo sus pensamientos al sable láser. Esta vez le voló directamente a la mano.
Pero Cundertol ya había huido. Jaina lo vio al final del pasillo, apretándose el brazo mientras doblaba la esquina y se perdía de vista. Se disponía a emprender de nuevo la persecución, cuando oyó ruido de pasos a su espalda.
—¡Jaina!
Era su madre, que le echaba los brazos al cuello.
—¿Estás bien?
Jaina asintió con la cabeza.
—Cundertol —dijo, haciendo un gesto impreciso en la dirección que había seguido éste—. ¡Se ha ido por ahí!
—No te preocupes, muchacha. Lo alcanzaremos.
Era la voz de su padre, cuya silueta llegaba en cabeza de un grupo de humanos y de p’w’eck que avanzaban por el pasillo siguiendo al ex primer ministro.
—¡Tened cuidado! —les gritó Jaina, mientras su madre le ayudaba a sentarse en el suelo, donde el mundo, afortunadamente, no daba tantas vueltas. Pasó allí un rato que le pareció una eternidad, luchando contra las náuseas. Cundertol le había golpeado con más fuerza de la que había pensado ella.
—Te pondrás bien —le decía su madre—. Todo irá bien.
Jaina sabía que no era así. Sus pensamientos eran confusos, fragmentarios. En su pelea con Cundertol había algo que la inquietaba. ¿Qué era? Sabía que ella le había herido. Le había dado un corte en el brazo…
Fue entonces cuando lo vio, tendido en las sombras a pocos metros de ella. Se soltó de brazos de su madre y se acercó a aquella cosa, contemplándola con una mezcla de satisfacción y desconcierto.
—¿Qué es? —le preguntó su madre, a su espalda.
—Su brazo —dijo Jaina, mirando fijamente el miembro. ¡No sólo le había cortado el brazo, se lo había amputado por completo por debajo del codo!—. Al menos, la parte inferior.
Pero había algo claramente extraño. Aparte de algunas manchas y un pequeño derrame de líquidos por la herida, no se veía sangre por ninguna parte. Era cierto que a veces un sable láser podía cauterizar las venas, cortando la sangre; pero lo que suscitaba las sospechas de Jaina no era sólo la sangre; era el olor. Olía a sintocarne quemada.
—No te preocupes, Jaina —dijo su madre, llegando a su lado—. Todo ha terminado. Lo alcanzarán, sobre todo si está herido.
Oyó las palabras de su madre mientras comprendía, inquieta, contra qué había estado luchando. ¡Cundertol era un droide!
—No lo alcanzarán —dijo, mirando el brazo artificial, aturdida—. Aunque esté herido, se va a escapar.
Antes de que hubiera tenido tiempo de explicarse, se oyó cerca de ellas una serie de sonidos como notas de flauta.
—Perdone, ama —dijo C-3PO—, pero Lwothin comunica que el Errinung’ka se ha rendido a los p’w’eck. Se espera en breve la rendición del Firrinree.
«Eso compensará, al menos, la pérdida del Vigilante y el Intruso», pensó Jaina para sí.
—¿Qué hay de Jag? —consiguió preguntar a su madre—. ¿Hay alguna noticia?
—La hay —asintió ella—. Ahora mismo dirige el ataque contra el Firrinree.
Su madre le hablaba con voz tranquilizadora. Jaina interpretó en sus palabras que quería decirle: «No es problema tuyo; estáte tranquila».
Quizá tuviera razón; pero Jaina dudaba que fuera capaz de relajarse del todo mientras no supiera con exactitud que Jag estaba cerca y que los dos estaban muy lejos de la amenaza de la tecnificación…