Luke Skywalker subía penosamente por la ladera rocosa. Los pulmones le ardían cada vez que jadeaba. Le alivió oír que su sobrino, que iba a su lado, también jadeaba, pues aquello quería decir que si la ascensión le resultaba difícil, no era por su edad ni por falta de forma física; lo único que sucedía era que en Munlali Mafir había una atmósfera poco densa, nada más.
Los perseguían los ladridos terribles de los krizlaw. Era un sonido de tono agudo, penetrante a pesar de la poca densidad de la atmósfera, y le producía un escalofrío en la espalda. Con las grandes cabezas gachas, semejantes a las de los rancor, olisqueando el rastro, Luke sabía que los alienígenas de piel lisa y rosada los seguirían de cerca, acudiendo de los alrededores del palacio en ruinas para sumarse a la persecución del grupo que había descendido al planeta.
Volvió la cabeza, casi esperando ver que ya le lanzaban mordiscos a los talones. Pero, afortunadamente, todavía no estaban tan cerca. Sin embargo, vio que salían siete de un arco ornamental en la base de la pared más cercana, y que se dirigían al montículo de las ceremonias con tal prisa que tropezaban unos con otros y daban traspiés sobre los escombros. Otros tres se arrojaron de una ventana de la que cayeron dando volteretas, y corrieron a ocultarse tras una estatua.
«Ojos pequeños, rojizos; dos brazos delgados terminados en tres garras venenosas; dos piernas poderosas diseñadas para saltar sobre la presa; bocas cuyas mandíbulas se podían abrir lo suficiente para tragarse de un bocado una cabeza humana…».
Esta última idea bastó para recordar a Luke que debía seguir adelante.
—Sólo diez —dijo la doctora Soron Hegerty dando claras muestras de sorpresa entre sus jadeos. Parecía que a ella le costaba más mantener el ritmo; apenas era capaz de seguir el ritmo de los demás, ni siquiera con la ayuda de Jacen—. Siempre… habían sido… once. Creo que… podría significar… algo.
Un instante más tarde saltó por la ventana otro krizlaw que destrozó lo poco que quedaba del marco ornamentado, ya astillado, y corrió hacia el montículo con los demás.
La xenobióloga negó con la cabeza, como dando a entender que estaba cansada de estar siempre en lo cierto.
—Once —confirmó.
—Vamos, doctora Hegerty —dijo Jacen. Luke percibió que su joven sobrino aumentaba sutilmente la energía de la doctora por medio de la Fuerza—. ¡Tenemos que seguir adelante!
—¿Crees que se trata de una partida de caza ritual? —preguntó el teniente Stalgis. El grueso imperial, revestido de una coraza ligera de combate, se volvió para lanzar un rápido disparo a los siete que subían por el montículo. El tiro de láser alcanzó en el hombro a una de las criaturas, arrancándole un chillido penetrante de dolor, pero el krizlaw no redujo su marcha.
—Una cosa… así —jadeó Hegerty.
Luke y Jacen se cruzaron miradas de inquietud. La xenobióloga se estaba agotando rápidamente, y todavía les faltaba bastante para alcanzar la cumbre del montículo. Era una estructura de tierra apisonada alrededor de un núcleo central de piedra, con forma de pseudopirámide cónica truncada, con una superficie llana de piedra en la cumbre que era ideal como terreno de aterrizaje improvisado.
Allí les esperaba la lanzadera, con los motores calientes y dispuesta para sacarlos de allí y ponerlos a salvo. El único problema era que, a aquel ritmo, con la doctora casi agotada, no iban a llegar.
Los dos Jedi se volvieron simultáneamente y vieron que los krizlaw subían por la pendiente a saltos firmes y regulares, aferrándose con las garras e impulsándose hacia delante con los enormes músculos de sus pantorrillas. Cuando las criaturas vieron que Luke y Jacen les plantaban cara, aceleraron su ascensión, aumentando los aullidos a cada salto. Luke ya había visto comer a los krizlaw y había presenciado el efecto que podían tener aquellos berridos sobre las formas de vida inferiores. Las vibraciones intensas de los aullidos paralizaban los centros nerviosos, desorientaban los sentidos y producían espasmos musculares. Cuando los krizlaw habían dejado incapacitadas de este modo a sus presas, se las comían enteras. La doctora Hegerty había dicho que los krizlaw creían que era esencial comer el corazón todavía palpitante para hacer bien la digestión.
«A este Jedi no lo vais a digerir —se prometió Luke con decisión—. ¡Ni entero, ni de ningún otro modo!».
Hizo penetrar sus sentidos muy hondo, bajo la superficie del montículo. Aunque la tierra estaba muy compacta, tampoco era sólida como el ferrocemento. Había fisuras bajo la superficie, muchos puntos de presión en los que, si se daba un buen empujón, se podría…
«Ahí». Haciendo una señal a Jacen, se unió mentalmente con su sobrino utilizando la técnica de Fusión en la Fuerza que habían perfeccionado en los últimos meses. Sus mentes empujaron juntas en el punto de presión que había localizado Luke por debajo de la superficie. Por debajo de ellos, empezó a salir polvo de la ladera como si se hubiera puesto en marcha de pronto una máquina enterrada. La lluvia de polvo ocultaba el juego de fuerzas que se producía tras ella, a medida que la tierra desplazada empezaba a caer, cobraba más impulso, desplazaba a su vez más tierra y se convertía en un alud que barrió a los krizlaw, llevándolos de nuevo hasta el pie del montículo.
Stalgis enarcó una ceja.
—Impresionante —dijo, con tono de aprobación y de evidente alivio. Se colgó del hombro el rifle láser y volvió a emprender la ascensión por el montículo a un paso más tranquilo.
—Todavía no estamos a salvo —dijo Jacen.
Luke asintió en silencio. Mientras se apresuraba a seguir avanzando, encendió su intercomunicador.
—Vamos para allá —anunció—. ¿Alguna señal de problemas?
El piloto de la lanzadera del Imperio era parco en palabras.
—Todo despejado. Preparados para el despegue.
Luke oía el zumbido de los motores, por encima de ellos. Aliviado al saber que no tardarían en despegar del planeta, dedicó unos momentos a preguntarse qué había salido mal. Al principio, todo había marchado muy bien. Munlali Mafir era un planeta que Hegerty había clasificado entre aquellos cuya población indígena hablaba de un mundo errante que había aparecido una vez en su sistema, había pasado allí algún tiempo y había desaparecido después. No se trataba necesariamente de Zonama Sekot, pero todos convinieron en que valía la pena seguir aquella pista.
Sin embargo, a su llegada había saltado a la vista de que algo había cambiado. Según los datos de Hegerty, los jostran, nativos de Munlali Mafir, eran unos ciempiés de movimientos lentos, poco mayores que el brazo de un hombre. Sin embargo, se habían encontrado con una colonia de krizlaw, catalogados como unas fieras gregarias, sin más inteligencia que un nerf común; y no habían visto el menor rastro de los jostran. Al parecer, había sucedido algo que había elevado a los krizlaw hasta la inteligencia plena, a la vez que exterminaba a los jostran. O bien, los datos de las exploraciones del Imperio eran erróneos, sencillamente. El lenguaje que empleaban los krizlaw era, de hecho, el mismo que se describía en los archivos de Hegerty, sólo que en éstos se atribuía a los jostran.
Como los krizlaw no eran una especie que navegara por el espacio, la llegada de la lanzadera imperial había suscitado una bienvenida entusiasta por su parte. Luke, Jacen, Hegerty y una pequeña guardia de honor de soldados de asaltos habían sido invitados a un banquete oficial en el que habían podido presenciar los desagradables hábitos alimenticios de los habitantes nativos del planeta. El jefe local, que no se distinguía de los demás más que por un cinturón de color vivo que llevaba sobre el vientre liso, les había comunicado abiertamente la leyenda del «Mundo Estrella» que había aparecido en el cielo cuatro décadas atrás. Como no disponían de telescopios ni de otros aparatos ópticos, sólo habían podido realizar observaciones limitadas; pero, al parecer, aquel Mundo Estrella había aparecido en el cielo de Munlali Mafir en forma de luz azul verdosa. Había estado allí durante casi tres meses, y después había vuelto a desaparecer, de manera tan misteriosa como había aparecido.
Mientras aquel Mundo Estrella había ocupado su lugar en el cielo, Munlali Mafir había pasado una época de mayor actividad sísmica. Habían entrado en erupción muchos volcanes por todo el planeta, y sus tres continentes habían sido azotados por los terremotos. Todo ello había producido la muerte de muchos nativos. Aunque los habitantes de por entonces (Luke no había sido capaz de determinar si se trataba de jostran o de krizlaw) no tenían conocimientos de geología dignos de mención, y ni siquiera entendían los efectos gravitacionales de unos cuerpos celestes sobre otros, sí habían llegado a relacionar la racha de desastres con la llegada del nuevo planeta. Para ellos, el Mundo Estrella había sido un mensajero de muerte y de alteraciones, y Luke había hecho todo lo posible para asegurar al jefe y a su pueblo que era poco probable que regresara jamás el Mundo Estrella.
Fue entonces cuando empezaron los problemas.
Se había hecho el silencio entre los reunidos mientras Luke explicaba con paciencia que la llegada de aquel planeta dañino no había sido más que una casualidad, y que era dudoso que se repitiera un hecho como aquél. Supuso que Zonama Sekot había estado buscando, simplemente, un escondrijo seguro, y que había proseguido su viaje cuando había descubierto que Munlali Mafir estaba habitado. Había asegurado al jefe que era muy posible que el Mundo Estrella ya estuviera al otro lado de las Regiones Desconocidas. Explicó que las consecuencias terribles de su visita, la ruina de la mayoría de las ciudades de piedra del planeta, las alteraciones de las corrientes marinas y las repercusiones sobre algunos recursos medioambientales esenciales, tales como los acuíferos, sólo serían temporales. Prometió que todo aquello se normalizaría al poco tiempo.
Los habitantes, en vez de tranquilizarse con las palabras de Luke, se habían agitado. El jefe había hecho una señal a sus guardias, y los visitantes, que hasta ese momento eran huéspedes estimados, se habían visto tratados de pronto como cautivos. Luke había prohibido a los de su grupo que presentaran ningún tipo de resistencia, confiando en que podrían evitar una confrontación violenta a base de hablar las cosas. Pero cuando había intentado establecer contacto con el jefe a través de la Fuerza, había descubierto lo difícil que podría resultar aquello.
Resultaba que aquellos seres tenían dos centros de conciencia. En circunstancias normales, Luke podría haber influido sobre los pensamientos de cualquier otra criatura, convenciéndola sencillamente de que los dejara marchar; pero en el interior del jefe de los krizlaw no se encontraba un lugar único donde aplicar presión. Uno de los centros de pensamiento era listo y atento, y desvió con facilidad la exploración de Luke; el otro, sin embargo, era embotado y difuso, resbaladizo como un huevo de gnooroop. No le resultaba tan fácil influir sobre ninguno de los dos, y aquel descubrimiento lo dejó desconcertado por unos momentos. No se había encontrado hasta entonces con aquella situación.
Durante aquel momento de confusión de Luke, habían derribado a uno de los soldados de asalto de su escolta. Un krizlaw que llevaba una túnica echaba hacia atrás la cabeza del soldado de asalto e intentaba hacerle tragar algo extraño que se retorcía. El hombre se atragantó e intentó escupirlo, pero acabó tragándose a la pequeña criatura.
Aquello fue suficiente para Luke. Renunció al control directo y empleó la Fuerza para apartar de un empujón al krizlaw de la túnica del soldado de asalto caído. La firma vital del hombre seguía siendo fuerte, a pesar de su asco por aquella «comida» inesperada. Luke había apartado a los que lo custodiaban y había ayudado al soldado de asalto a levantarse, mientras Jacen se liberaba también rápidamente y liberaba a los demás. En cuestión de momentos, se habían zafado de los krizlaw y huían a la carrera para poner su vida a salvo.
Mientras huían, Luke había oído el sonido característico de los chillidos del jefe, que daba órdenes a los que lo rodeaban. Se había formado en seguida un grupo de once «cazadores rituales», como los consideraba Hegerty, que habían salido tras ellos.
La persecución por el palacio semiderruido había sido rápida y furiosa. Dos de los soldados de asalto que guardaban la retaguardia del grupo habían sido alcanzados por las mandíbulas y las garras de los perseguidores en cuestión de segundos. Sus gritos, al caer sobre ellos los krizlaw, habían sido terribles, pero la muerte de los soldados había otorgado a los demás unos segundos preciosos. Cada vez que uno de los krizlaw tenía éxito, todos los miembros de la partida de caza se detenían para devorar la presa. Aquélla había sido la primera indicación del carácter ritual de aquella partida de caza compuesta por once krizlaw. Ahora que la mayoría de los once habían quedado enterrados bajo la avalancha de tierra, Luke esperaba que renunciarían a la persecución.
La idea resultaba agradable, pero Luke seguía sin confiar en que estuvieran libres de peligros. Aunque ya se aproximaban a su objetivo, en lo alto del montículo ceremonial, no se permitía la sensación de alivio que detectaba procedente de Stalgis y de Hegerty. La confianza solía hacer que se bajara la guardia, y eso podía llegar a costar vidas. No iba a dar por supuesto que habían conseguido huir hasta que hubieran huido.
Por fin, la pendiente se redujo y llegaron, tambaleándose, a la ancha cumbre de piedra del montículo. La lanzadera de aterrizaje de la clase Centinela reposaba sobre un bajorrelieve erosionado que representaba una batalla mítica entre dos deidades de aspecto horrendo. Al final de la rampa de aterrizaje, que estaba extendida, se veía a un piloto imperial de uniforme gris, que les hacía gestos indicándoles que se dieran prisa.
—Caray, ¿qué prisa hay? —dijo con ironía Stalgis, que sostenía por un hombro al único soldado de asalto superviviente, a aquel al que habían administrado a la fuerza aquel alimento—. ¿No nos pueden dejar que admiremos el paisaje unos momentos?
—Puede que sea por eso —dijo Jacen, señalando al frente y a su izquierda.
Los tres krizlaw que se habían separado del resto de la partida de caza en la base del montículo se aproximaban a saltos poco elegantes pero eficaces de sus largas piernas. Estaba claro que alcanzarían la lanzadera antes que ellos, y ésta era la causa probable de sus aullidos y sus alaridos.
Luke se rodeó a sí mismo y a Jacen de la Fuerza. Empleándola para aumentar su velocidad, los dos podrían adelantarse a los tres krizlaw, permitiendo a los demás que alcanzaran la lanzadera. Tres criaturas no serían rivales para los sables láser de dos Jedi bien entrenados.
Apenas había avanzado un paso cuando sonaron otros aullidos semejantes a la derecha. Una rápida mirada le hizo saber que los habían alcanzado ocho krizlaw más.
—Once, otra vez —dijo Hegerty sin aliento. En su tono se percibía un matiz de derrota.
—No pueden ser los que dejamos enterrados —dijo Jacen—. ¡No es posible!
—No lo son —dijo Luke—. Tienen otras señales. Deben de ser sustitutos.
—¿Cómo lo han sabido? —preguntó Stalgis.
La pregunta quedó para otro momento, pues los once alienígenas aullantes convergían sobre los fugitivos. Dos krizlaw se separaron de los demás para dirigirse a la lanzadera, dando al imperial que esperaba en lo alta de la rampa buenos motivos para retirarse al interior apresuradamente. Instantes más tarde, los cañones de láser asomaron de sus monturas retráctiles y empezaron a lanzar disparos. Pero los krizlaw eran demasiado rápidos y sorprendían al artillero con sus largos saltos.
Luke dejó de correr. Era inútil derrochar energía en una carrera desenfrenada si no había ninguna posibilidad de llegar. Tampoco serviría de nada pedir la motojet de la lanzadera, ya que sólo serviría para salvar a dos de ellos, como mucho. Una meditación familiar le aplacó los sentimientos de frustración y de ira; se dijo a sí mismo que no era momento de entregarse a emociones oscuras. Tenía que haber otra manera de salvar al grupo de desembarque de los alienígenas que se aproximaban.
Stalgis adoptó una postura de tirador y lanzó rápidamente una docena de disparos. Uno de los krizlaw se tambaleó y cayó, habiendo perdido un brazo y soltando un chorro de sangre rojiza. Luke vio con horror que la criatura volvía a ponerse de pie penosamente y seguía adelante, cojeando. Stalgis apretó los dientes como mordiendo su frustración, pero siguió disparando.
Luke y Jacen se dispusieron en dos ángulos de un triángulo defensivo, con Stalgis y el otro soldado de asalto en el tercer ángulo y la agotada Hegerty en el centro. La xenobióloga era sólo un poco mayor que Luke en edad, pero no estaba entrenada para el combate. Luke supuso que estaba acostumbrada a unas expediciones en las que no solía ser preciso correr como en aquella.
Los krizlaw se dispusieron en círculo a su alrededor. Luke se sirvió de la Fuerza para desanimar a los que se acercaban más, pero sabía que sólo era cuestión de tiempo hasta que se abalanzaran sobre él y sobre los demás. No había manera de repeler a los nueve a la vez.
Mientras se preparaba para el ataque inevitable, seguido probablemente de un combate a muerte, pensó en su hijo, que estaba a salvo en el corazón de la Alianza Galáctica, y envió un mensaje de disculpa sin palabras a Mara, que esperaba en órbita a bordo del Sombra de Jade.
* * *
La salida del Halcón Milenario del hiperespacio no tuvo nada de suave. Leia se asió con fuerza a los brazos de su sillón de copiloto, alegrándose de que Han hubiera instalado por fin un sillón adaptado a su complexión pequeña.
Oyó a su espalda el parloteo de C-3PO.
—¡Ay de mí! —exclamó el androide dorado, intentando mantener el equilibrio—. ¡Espero que no hayamos chocado con nada!
Han pulsó un par de interruptores y, cuando vio que no daban resultado, se recostó en su asiento y asestó un par de patadas a la base de la consola. Segundos más tarde, la trayectoria de la nave se estabilizó.
—Lo siento, gente —dijo, sin dirigirse a nadie en especial—. El servicio normal ha quedado restablecido.
Leia alzó los ojos al cielo y volvió la cabeza para mirar a Tahiri. La joven Jedi iba sentada en su asiento sin rechistar, con la mirada puesta fijamente en un punto exterior a la cubierta de la cabina. Había pasado todo el viaje callada y sin atender a los intentos de entablar conversación con ella, muy introspectiva. Leia no le había insistido; percibía que en el interior de la muchacha estaba teniendo lugar algún proceso complicado de sanación, y no quería interrumpirlo.
No obstante, existían momentos en que sentía que podría resultar adecuado un planteamiento más directo; sobre todo, cuando los silencios pensativos de Tahiri se alargaban durante horas seguidas, sin dar muestras de tener fin. El desvanecimiento que había sufrido Tahiri en Galantos había sido un revés inquietante, pues se había producido en unos momentos en que Leia había empezado a creer que Tahiri podía estar empezando a restablecerse. Sin embargo, cuando se despertó, sus reacciones habían sido impecables; si no hubiera sido por su instinto de Jedi bien afinado, quizá no hubieran llegado a la órbita a tiempo, y quizá no hubieran establecido contacto siquiera con el misterioso ryn que les había ayudado a escapar.
Leia suspiró para sus adentros. No sabía lo que estaba pasando dentro de Tahiri, pero era de una irregularidad que resultaba frustrante.
El receptor subespacial pitó. Leia miró las pantallas y abrió la línea.
Sonó en los altavoces del sistema de comunicación la voz de la capitana Mayn.
—Halcón, espero tus instrucciones.
—Me alegro de que hayáis podido reuniros con nosotros, Selonia —dijo Leia—. ¿Habéis tenido buen viaje?
—Todo lo agradable que puede ser un paseo por el hiperespacio.
El comentario de la capitana hizo sonreír a Leia, que estaba contemplando el planeta que tenían delante. Bakura era un hermoso mundo azul y verde, célebre por sus exportaciones de productos agrícolas y de repulsores. En sus dos satélites naturales se había realizado una explotación minera intensiva para extraer materias primas empleadas en la construcción de la segunda Estrella de la Muerte. Además, el planeta estaba en el borde mismo de la galaxia, en una región diametralmente opuesta al pasillo de mundos que habían sido los primeros en caer bajo la invasión de los yuuzhan vong. Según el viejo dicho, «de Bonadan a Bakura, pasando por Bothawui», con lo que se quería decir que era más fácil viajar desde el Sector Corporativo hasta Bakura realizando un amplio rodeo por el Espacio Bothano que ir directamente a través del núcleo galáctico, con su acumulación densa de masas en sombra y sus vías traicioneras por el hiperespacio. Por otra parte, en él se conectaban tres mundos industrializados y de alta tecnología pero muy distintos entre sí. Bonadan era un mundo baldío y desertificado, mientras que Bakura seguía siendo verde y bucólico y se encontraba al otro extremo de la escala de la degradación medioambiental.
Belkadan, que había sido el primer mundo atacado por los yuuzhan vong, y era uno de los relativos vecinos de Bonadan, se encontraba en una escala propia; su biosfera había sido modificada para adecuarla a las fábricas biológicas introducidas por los alienígenas. Leia esperaba no llegar a ver el día en que una degradación como aquella se extendiera desde un extremo al otro de la galaxia, uniendo todos los mundos que ella conocía en una red terrible de dolor y de sacrificios. Leia sabía que, si llegaba alguna vez el día en que Shimrra gobernara a Bakura, sabría que había llegado verdaderamente el final.
Pero, de momento, seguía pareciendo muy tranquilo…
Había muchos satélites en órbita alrededor del planeta, y Leia supuso que no había de pasar mucho tiempo hasta que alguien detectara al Halcón y al Orgullo de Selonia y los saludara. Suponiendo que se siguieran todavía los procedimientos normales, todas las entradas al sistema se vigilarían estrechamente; el gobierno bakurano se mantenía siempre alerta por miedo a una nueva invasión Ssi-ruuvi. Después del último intento, veinticinco años estándar atrás, se habían construido e instalado expresamente cuatro destructores y cruceros, el Intruso, el Vigilante, el Centinela y el Defensor, para que protegieran el sistema. Dos de ellos, el Vigilante y la nave enseña del grupo, el Intruso, habían quedado destruidos después de haber ingresado al servicio de la Nueva República en Selonia y en Centralia. Con ello, sólo quedaban el Defensor y el Centinela para proteger el sistema.
—¿Esto te trae recuerdos, Leia? —le preguntó Han con una sonrisa significativa, mientras extendía la mano para apretar brevemente la de Leia. Ella le devolvió la sonrisa pero no le dio una respuesta directa. Habían visitado Bakura en una época temprana de su relación de pareja; si las circunstancias hubieran sido otras, Leia se podría haber permitido disfrutar del recuerdo de aquellos días más apasionados.
—Preparados, Selonia —dijo Leia a Mayn—. Ved si podéis activar la red planetaria. No nos identifiquéis a nosotros; utilizad los códigos de registro del Selonia.
Mayn dio una respuesta afirmativa, y Leia pasó a otra frecuencia.
—Gemelo Uno, mantened la formación hasta nueva orden.
—Entendido —respondió con rapidez la voz de Jaina desde la cabina de su Ala-X. Los demás cazas del Soles Gemelos rodeaban a las dos naves de mando en forma de dodecaedro aplanado al que faltaba un vértice.
—¿Percibes algo, Jaina? —preguntó Leia a su hija.
—Nada que se salga de lo corriente.
—¿Y tú, Tahiri?
—¿Eh? —la joven Jedi salió de alguna reflexión profunda—. Perdón… ¿qué?
—Te preguntaba si notabas algo fuera de lo común por la Fuerza —le dijo Leia.
—Ah, no… todavía no, por lo menos.
Tahiri cerró los ojos y extendió la mente por el espacio, buscando cualquier eco de la gente que estaba en Bakura y en sus alrededores.
—Tahiri está buscando ahora —dijo Leia a Jaina.
Se produjo un silencio breve, aunque significativo, por parte de Jaina. Leia ya había advertido que entre Jaina y Tahiri se iba produciendo un claro distanciamiento, pero no había tenido ocasión de comentar el asunto con ella. Dada la situación actual, en la que Jaina estaba de servicio con mucha frecuencia, y rara vez se encontraba a bordo del Halcón, Leia y ella prácticamente no podían pasar un momento juntas y a solas. Leia no tenía idea de si había sucedido algo que se interpusiera en la amistad de las dos jóvenes.
—De acuerdo —dijo Jaina por fin—. Mantendremos los sensores bien atentos.
Han hizo trazar al Halcón Milenario una larga curva cuyo objetivo era claramente entrar en órbita. Leia no quería que quedase ninguna duda de que venían en son de paz, a pesar de su escolta militar. Después de las vagas alusiones del ryn, no quería correr ningún riesgo.
Leia volvió a abrir una línea con el Selonia.
—¿Algún mensaje, capitana?
—Nada —respondió Mayn—. Recibimos algo de charla intrascendente, y poco más. Hay un buen número de navíos en órbita de aparcamiento o en puertos de estacionamiento. La mayoría tienen aspectos de cargueros.
—¿Ningún lanzamiento?
—Ninguno detectado.
Leia reflexionó un momento.
—Sigue llamándoles —dijo sin más—. O no nos hacen caso, o no se han fijado en nosotros. En cualquiera de los dos casos, no podrán seguir así mucho tiempo. Vamos a seguir nuestro rumbo y ver qué pasa. Manteniéndonos preparados para cualquier cosa.
—Entendido.
Leia se volvió hacia Han. Éste estaba sentado en silencio junto a ella, frunciendo el ceño por la preocupación.
—¿Estás bien?
Han la miró y levantó una ceja.
—¿Hace falta que te lo diga?
Leia negó con la cabeza y suspiró. No, no hacía falta que Han le dijera que aquello le daba mala impresión. También ella percibía que algo marchaba mal. Pero, a falta de pruebas, no tenía ningún motivo para comportarse más que con normalidad.
Por fin, se oyó un crujido en el canal subespacial y llegó una respuesta.
—Selonia, aquí el general Panib, de la Flota de Defensa Bakurana. Por favor, anuncie sus intenciones.
Leia recordaba a un tal capitán Grell Panib al que había conocido en una visita anterior a Bakura; supuso que se trataría probablemente de la misma persona. Era un pelirrojo de poca estatura y que andaba muy tieso, con una elegancia en el trato social digna de un wookiee hambriento.
Mayn no atendió a la solicitud.
—Somos aliados, capitán, y buscamos un vector de desembarque…
—Lo siento, Selonia, pero necesitamos más detalles para poder concedéroslo.
—Esto es una… —murmuró Han.
—Es una solicitud absolutamente razonable —siguió diciendo el general. En su voz se apreciaba una tensión que Leia no fue capaz de interpretar a primera vista—. No teníamos ninguna notificación de vuestra llegada…
—General Panib, aquí Leia Organa Solo —intervino Leia antes de que Han estallara—. Venimos a vuestro planeta en misión diplomática. Os lo habríamos notificado por adelantado, pero las comunicaciones han sido poco fiables por aquí últimamente.
El general titubeó un poco.
—Me hago cargo de lo que dices. Es cierto que han existido problemas con las redes de comunicaciones. A pesar de todo, debo insistir en que anunciéis ahora las intenciones con las que venís aquí.
—Eh, ¿qué te parece si te quitas esos humos? —respondió Han, acalorado—. Nosotros somos los que os salvamos el pellejo de los ssi-ruuk hace tiempo, ¿no lo recuerdas?
—Sí lo recuerdo; he reconocido ese carguero viejo y destartalado en cuanto lo he visto.
Leia contuvo una sonrisa inquieta, viendo que su marido se tragaba una réplica indignada.
—Pero las cosas ya no son tan sencillas —siguió diciendo Panib—. Ahora tenemos aquí una cierta situación.
—¿Qué clase de situación? —preguntó Leia.
—¡Aquí no sois bienvenidos! —intervino una nueva voz por aquella frecuencia restringida del intercomunicador—. ¡Id a robar las naves a otros!
—¿Cómo? —exclamó Han. Estaba claro que esta vez no pensaba contenerse. Le enrojeció el rostro mientras se inclinaba hacia delante para hablar por el intercomunicador—. Oye, so…
—Espera, Han —le interrumpió Leia. Han la miró con una mueca de enfado, pero la obedeció—. General Panib, ¿esa persona está hablando bajo tu autoridad?
—¡Desde luego que no! —farfulló el general—. Y al que sea se le hará un consejo de guerra en cuanto…
—No puedes hacer un consejo de guerra a todos, general —dijo el intruso en son de burla. Estaba distorsionando la voz para disimular su identidad—. ¡No puedes silenciar la verdad indefinidamente!
—Cuando me entere de quién es el responsable de esto, juro que haré… —empezó a decir el general con tono amenazante.
—¿La verdad? —intervino Leia—. Y ¿qué verdad es ésa, exactamente?
—¡Aquí no hay nada que discutir! —exclamó el general, levantando la voz a medida que perdía el control de la situación—. ¡No necesitamos que os entrometáis en nuestros asuntos!
—No hemos venido a entrometemos —repuso Leia inmediatamente—. Aunque he de reconocer que vuestros asuntos nos preocupan. Creo que corréis un gran peligro, general. Es posible que se hayan puesto en contacto con vosotros personas que se han hecho pasar por aliados. Te puedo asegurar que no son lo que parecen.
—Mientras que vosotros sí lo sois, me figuro —dijo entonces la persona que había irrumpido en la conversación, con voz cargada de desprecio—. ¡Al menos, esos otros no fingen ser partidarios de la idea de una alianza, mientras debilitan nuestras defensas y nos dejan vulnerables a los ataques!
Leia se revolvió al oír esto.
—¡Nosotros no hemos abandonado nunca a nuestros aliados!
—¿Y no abandonasteis nunca a Dantooine y a Ithor? —replicó el desconocido—. Ni a Duro, ni a Tynna ni…
Leia se llenó de una furia fría.
—¡Todo planeta perdido nos hiere profundamente! ¡Toda vida perdida nos hiere más profundamente todavía!
—Debo pedir disculpas, princesa —dijo Panib, preocupado. El tono de voz del general había cambiado radicalmente respecto del de hacía pocos minutos, y parecía sinceramente compungido—. Estamos haciendo todo lo posible para localizar la fuente de esa transmisión.
—Yo también lo siento, princesa —dijo la voz distorsionada del intruso—. Pero me temo que ha llegado el momento de que nos busquemos unos aliados nuevos.
—Huy, huy —dijo Han, junto a Leia, mirando la pantalla que tenía delante.
—¿Qué hay? —preguntó ella.
—El Centinela acaba de abrir las plataformas de lanzamiento —dijo él, negando con la cabeza con aire siniestro.
Señaló la pantalla. De las plataformas de lanzamiento del crucero Centinela surgía un enjambre de cazas droides ssi-ruuvi que venían directamente hacia ellos.
—Si hemos venido a impedir algo, creo que llegamos demasiado tarde.
* * *
—¡Tío Luke! ¡Mira!
Jacen guió a su tío hasta el interior de la mente doble de uno de los krizlaw más cercanos. Se había servido de la Fuerza para nublar la mente más inteligente e intensa, pero la criatura seguía adelante. De alguna manera, la mente más estúpida se bastaba para coordinar el cuerpo mientras la mente superior estaba en otra parte.
—¿Y de qué crees que nos puede servir esto, Jacen? —preguntó Luke.
—Mira más atentamente —insistió Jacen—. No se trata de criaturas sencillas, ¡son simbiontes!
—¿Combinaciones de dos criaturas? —dijo Luke, dubitativo—. No sé en qué nos puede…
Pero entonces lo vio de pronto. La mente más lista y elevada de la criatura pertenecía al jinete, y era la inteligencia directriz; dictaba las órdenes que el cuerpo llevaba a cabo, por muy herido que estaba. La mente inferior pertenecía al cuerpo, que era capaz de seguir adelante aunque estuviera incapacitada la mente superior.
La teoría de Jacen se ajustaba a lo observado, desde luego; y Jacen tenía mejor intuición que Luke para entender a los animales.
Pero, si tenía razón, la mente inferior debería ser más impresionable al dolor. Y, si era así, ¿por qué no había huido del fuego de láser de Stalgis aquella criatura en la que Jacen había incapacitado a la mente superior?
Luke no tardó en descubrirlo. Las inteligencias que hacían de jinetes eran unos asesinos feroces; tenían una burda inteligencia, pero que no estaba abierta al raciocinio. La jauría estaba entrenada para cazar, no para debatir diferencias, y seguiría atacando mientras quedaran algunos jinetes para mantener bajo control a las mentes inferiores.
Siguiendo el ejemplo de Jacen, Luke envió su mente al interior de otro krizlaw y nubló su inteligencia controladora. La criatura siguió obedeciendo las últimas instrucciones de su mente superior, lanzando bocados hambrientos a las cuatro personas, como el resto de la jauría. Luke y su sobrino siguieron recorriendo el círculo de las fieras, confundiendo sus mentes superiores una a una. Sólo se produjo un cambio apreciable de su conducta cuando hubieron incapacitado a la sexta criatura. La jauría se volvió menos ordenada, menos centrada, y sus ladridos se hicieron menos fanáticos y menos agresivos. Luke sintió que entraba una nota de alarma en las mentes superiores restantes, a medida que los pensamientos de los que las rodeaban caían en sus estados animales naturales.
Pero, con todo lo interesante que podía ser contemplar aquel efecto, no estaba sirviendo de nada al grupo de desembarco. Dos de las criaturas rabiosas se abalanzaron contra el grupo y fueron rechazadas por el fuego de láser conjunto de Stalgis y del soldado de asalto herido. Un krizlaw se derrumbó a sus pies soltando un gañido y lloriqueando; el otro, que había recibido un tiro de láser en el cuello, huyó de un salto, vomitando sangre. Apenas había transcurrido un segundo cuando otro se lanzó al ataque desde lejos. El propio Luke se hizo cargo de éste; avanzó un solo paso mientras elevaba el sable láser trazando un arco luminoso y asestaba un tajo en la parte inferior de la fiera, rosada y suave. La criatura cayó a tierra, pero Luke no la había matado: el alienígena seguía lanzando bocados hacia los pies de Hegerty, mientras se arrastraba hacia ella implacablemente. Stalgis apuntó con el rifle láser a la cabeza del krizlaw y lo remató de un tiro preciso.
Los atacaron otros dos, torpes y descoordinados, y Luke sintió que su mundo se reducía a una concentración furiosa de dientes y de ojos rojos relucientes, con rayos luminosos de energía de los sables y los rifles, que añadían un contrapunto irreal a la acción.
Se abalanzó sobre él otro krizlaw, con la boca dilatable abierta para tragárselo. Luke volvió a girar el sable láser, esta vez con más fuerza, sirviéndose del recuerdo de Mara y de Ben para reforzar su resolución de mantenerse vivo. La hoja cortó las patas delanteras de la criatura, pero no bastó para frenar su movimiento por el aire. Cayó pesadamente sobre el pecho de Luke, derribándolo al suelo. De pronto, tenía a pocos centímetros de la cara las mandíbulas enormes y babeantes. Antes de que hubiera tenido tiempo de elevar el sable láser para defenderse, se oyeron cinco disparos próximos, que acertaron todos ellos en la cabeza del alienígena. La sangre y las mucosidades salpicaron la cara de Luke, y el krizlaw cayó pesadamente a un lado. Luke hubiera querido dar las gracias al soldado de asalto que había disparado, pero ya había dirigido su atención a las demás criaturas que les atacaban. No había tiempo para agradecimientos.
Luke se puso de pie, poniéndose en guardia con su sable de luz esperando el próximo ataque. Pero no se produjo ningún ataque. Todos los krizlaw retrocedieron de pronto, profiriendo cada uno un sonido tan agudo que a Luke le dolieron los oídos. Mantuvo la postura de guardia, atónito, sosteniendo todavía ante sí el sable, esperando aquel ataque que se negaba a producirse.
A su alrededor, el aire estaba cargado de pensamientos animales confusos, mientras los krizlaw se volvían atrás y huían, corriendo y saltando en tropel desordenado hacia el borde de la meseta.
Luke, extrañado, se volvió para ver cómo estaban los demás. Stalgis tenía un corte en la frente; el soldado de asalto tenía un mordisco en el hombro, que no le dejaba de sangrar. Hegerty estaba ilesa. Jacen se apoyaba más en la pierna derecha cuando apagó el sable láser y se volvió hacia ellos con cara de satisfacción.
—Supongo que esto es obra tuya, ¿no? —le preguntó Luke.
—Conseguí manejar las mentes inferiores —le explicó Jacen—. Por fin. Cuando hubo un número suficiente de jinetes fuera de combate, los demás no fueron capaces de imponerse. La jauría nos tenía miedo, y aprovechó la primera oportunidad para escapar.
—¿Crees que la jauría es una mente de grupo? —preguntó Hegerty, claramente interesada por la idea.
—Sí. Con un número fijo de componentes, que forman una configuración estable —añadió Jacen.
—¡Claro! —dijo Hegerty—. ¡Siempre había once! Lo más probable es que evolucionaran de ese modo, y que las criaturas que los controlan ahora se limitaran a aprovechar esa configuración.
—Y así era como sabían cuándo habíamos matado a uno del grupo —dijo Jacen—. Siempre que se producía una baja en el grupo, había otro krizlaw para cubrirla; y los recién llegados sabían automáticamente tanto como los que estaban antes en el grupo fusionado.
Luke asintió con la cabeza. Resultaba lógico. Pero no era momento de debatirlo.
—Debemos llegar a la lanzadera mientras podemos —dijo—. Prefiero no quedarme aquí esperando a que el jefe organice un nuevo grupo, esta vez con las inteligencias controladoras intactas.
Siguieron el consejo de Luke, y Hegerty se puso en cabeza. Stalgis ayudaba a su camarada herido, mientras Jacen y Luke cubrían la retaguardia.
—Buen trabajo —dijo a su sobrino mientras caminaban—. Y justo a tiempo. No sé cuánto tiempo habríamos podido seguir conteniéndolos.
Jacen sonrió con una expresión en la que se combinaba el alivio con el orgullo.
—Tenía que hacer algo. No podía consentir que una manada de animales pudiera con nosotros.
—No subestimes jamás el poder de los animales —dijo Luke con seriedad—. La mera superioridad numérica puede imponerse a la mejor de las tácticas defensiva. Se trata, probablemente, del arma más poderosa con la que puede contar un enemigo, junto con el no tener miedo a la muerte.
Llegaron a la rampa de aterrizaje sin más incidentes, aunque los aullidos de los krizlaw no cesaban, como recordatorio constante y espeluznante de que debían largarse de aquel planeta sin pensárselo dos veces. Luke ayudó al soldado de asalto herido a subir a la lanzadera y lo dejó en uno de los pequeños catres con que contaba la nave. Stalgis los siguió de cerca y tomó por el camino una unidad médica.
—Va a ser preciso examinarlo a fondo —dijo Hegerty, hablando a los demás en voz baja para que el soldado de asalto no la oyera—. Eso que le hicieron tragar a la fuerza podría ser peligroso.
—Ahora parece que está bien, aparte de la herida del hombro —dijo Jacen.
—Creo que a la doctora Hegerty le preocupan más las lesiones internas —dijo Luke, echando una ojeada hacia el lugar donde Stalgis estaba tratando al soldado herido. Aunque ya había concluido el combate, el soldado parecía más pálido y más débil que cuando estaban fuera de la lanzadera.
Hegerty asintió.
—Tendremos que avisar a la Enviudadora de que puede necesitar que lo operen inmediatamente, además de un tratamiento de descontaminación.
—Pero ¿por qué? —preguntó Jacen.
—Tú mismo has dicho que los krizlaw eran simbiontes —explicó la doctora—. Pero ¿simbiontes con qué, exactamente?
—Con alguna otra especie, supongo —dijo Jacen.
La doctora asintió de nuevo.
—¿Te acuerdas de los jostran desaparecidos?
Jacen palideció cuando entendió lo que le quería decir Hegerty.
—¿No creerás que…?
Hegerty se encogió de hombros.
—Puede que no estén desaparecidos, después de todo.
—Se lo comunicaremos a Tekli —dijo Luke, sintiendo un vacío en el estómago, que no sería nada comparado con lo que sentiría el soldado de asalto si se enterara de sus temores. Mientras los demás ocupaban sus asientos preparándose para el despegue, Luke atravesó la cabina de pasajeros, dando vueltas en la cabeza a todo al asunto de los krizlaw y los jostran.
Ahora parecía que todo tenía sentido, como suele suceder cuando se ven las cosas una vez pasadas. El paso de Zonama Sekot a través de aquel sistema solar debió de desestabilizar el entorno local lo suficiente para que u clan o una subespecie guerrera de los jostran se adueñara de los krizlaw, dándoles una ventaja competitiva. Zonama Sekot había sido responsable de ayudar a ese clan determinado, pero a costa de la civilización jostran anterior.
El piloto despegó cuando Luke llegaba a la cabina de mando. Se instaló en su asiento y se puso las fijaciones mientras observaba el escáner de tierra. Un nuevo grupo de krizlaw-jostran convergía sobre la lanzadera, y dio gracias en silencio de no estar allí fuera luchando contra ellos. Habrían acabado por sucumbir ante aquellas criaturas; sería solo cuestión de tiempo.
Luke agradeció que la lanzadera no disparara a los once alienígenas que les lanzaban bocados mientras los sobrevolaba a una distancia segura. En otros tiempos, los artilleros que iban a bordo de aquella nave les habrían lanzado unas ráfagas mientras despegaban; pero Luke había insistido mucho en que aquella misión era pacífica y que no habría pérdidas innecesarias de vidas, humanas o no humanas. Los imperiales habían aceptado hasta entonces sus condiciones de bastante buena gana, y la capitana Yage y el teniente Stalgis le habían apoyado. Muchos miembros de la tripulación, entre ellos la propia Stalgis, tenían amigos o parientes que debían la vida a la intervención de la Federación Galáctica de Alianzas Libres alrededor de Orinda. Pero, a pesar de todo, había un claro fondo de resentimientos. Para algunos, Luke nunca sería otra cosa que el chico de los rebeldes responsable de la muerte del Emperador Palpatine. Con todo, a pesar los sentimientos que tuvieran hacia él, Luke no estaba dispuesto a consentir que la falta de respeto de los otros le minara su confianza en sí mismo o su autoridad.
Apartó la mente de estos pensamientos, acomodándose en su asiento mientras la lanzadera ascendía veloz dejando atrás a Munlali Mafir. Sentía alivio por volver a su hogar… o a lo más parecido que tenían a un hogar, al menos.
—Llama al Sombra de Jade —indicó al oficial de sensores.
Para sorpresa de Luke, atendió la llamada Danni Quee.
—Tengo entendido que habéis tenido algún problema con los nativos —dijo la joven científica.
—Una discusión durante la cena, nada más. ¿Está allí Mara?
—Está ocupada ahora mismo, pero dice que no te preocupes. ¿Quieres que le dé algún recado?
—No; no importa. Pero dile a Tekli que pase la Enviudadora en una lanzadera. Tenemos un paciente para ella.
—¿Quién está herido? —se apresuró a preguntar Mara. Sin que ella dijera nada, Luke adivinó con facilidad que temía que fuera Jacen.
—Un soldado de asalto —explicó brevemente—. Está herido, pero lo grave no es eso; es que está… —buscó la palabra adecuada.
—Avisaré a Tekli para que se prepare. ¿Habéis descubierto algo útil acerca de Zonama Sekot?
—Ha estado aquí, como pensábamos… pero no muchos años.
—¿Otra vez sólo de paso?
—Eso me temo. Si supiésemos que era lo que buscaba, no cabe duda de que aumentaríamos nuestras probabilidades de encontrarlo.
—La galaxia es grande —asintió Danni.
—Perdón, señor —le interrumpió el piloto—. Llega una comunicación para ti.
—Perdón, Danni. Te tengo que dejar.
Luke dio las gracias al oficial de sensores y se adelantó hasta el holovisor instalado entre los dos asientos delanteros. Vio en el visor la figura tridimensional de Arien Yage, capitana de la fragata imperial Enviudadora, escolta oficial del Sombra de Jade a través de las Regiones Desconocidas. Llevaba el pelo recogido en el moño austero que acostumbraba, y tenía la expresión seria.
—Tenemos visitantes —dijo, yendo al grano sin perder el tiempo en saludos—. Hace quince minutos, han entrado en el sistema una corveta chiss y dos escuadrones completos de desgarradores. Están en un vector de aproximación de alta potencia, con claras intenciones de situarse en nuestra órbita.
—¿Alguna comunicación?
—Ninguna de momento, aunque los hemos saludado en cuanto han aparecido en las pantallas. He puesto el escuadrón en alerta completa.
—¿Cuánto tiempo tardarán en estar a tiro?
—Unos treinta minutos.
—Me ocuparé de que estemos de vuelta por entonces —dijo Luke—. No los pierdas de vista, capitana.
La imagen de Yage asintió con la cabeza y se desvaneció. Después, Luke se dejó caer cansadamente en su asiento. Dos escuadrones chiss eran una fuerza superior a una docena de cazas TIE imperiales; pero el Sombra de Jade, con Mara en los mandos, valía por un escuadrón entero. Si había que entrar en combate, la situación estaría igualada. Pero Luke confiaba en que las cosas no llegaran a tanto. La última vez que Mara y él habían entrado en el Espacio Chiss, en tiempos de Thrawn, habían llevado a cabo sus tratos de manera amistosa, aunque con cautela.
La fatiga lo invadía, y accedió a la Fuerza para quitársela de encima. Estaba cansado de luchar, sí; pero tampoco estaba dispuesto a rendirse. Además, tampoco había nada que indicara que los chiss querían luchar. Luke no podía saber si aquella era su manera habitual de recibir a las naves no identificadas que encontraban rondando por las Regiones Desconocidas. Los chiss eran eficientes y pragmáticos, hasta tal punto que parecían fríos a los que no estaban familiarizados con sus hábitos. Mientras Luke no estuviera seguro de las intenciones de los chiss, apenas le quedaba nada más que esperar.
Volvió a la cabina de pasajeros para interesarse por el soldado de asalto herido. El hombre estaba inconsciente. Lo habían despojado de la mitad superior de su uniforme para que Stalgis pudiera curarle la herida del hombro, y el sudor le hacía brillar la piel. Stalgis estaba inclinado sobre el soldado de asalto con una inyección estimuladora en la mano, con cara de preocupación. Se incorporó al ver a Luke.
—Su estado se deteriora rápidamente —dijo Stalgis—. Aquí no tengo los equipos necesarios para buscar nuevos venenos; tendremos que llevarlo rápidamente a la enfermería de la Enviudadora.
Luke indicó a Jacen que se acercara.
—Prueba a mantener estabilizadas sus constantes vitales. Vamos todo lo deprisa que podemos, pero quizá no sea suficiente.
Su sobrino se inclinó junto al soldado herido y le puso una mano en la frente. Luke percibió las ondas de energía curativa que salían de su sobrino y entraban en el soldado. Puso una mano en el hombro de Jacen para darle fuerza.
—Al parecer, hemos llamado la atención —le susurró Luke.
—¿La atención de quién? —replicó Jacen, también en voz baja.
—Chiss.
El estado del soldado de asalto fue empeorando paulatinamente mientras la lanzadera subía a toda velocidad hacia la órbita que ocupaban las dos naves principales de la misión. Luke sentía el colapso del sistema inmunitario del hombre a medida que el invasor extendía por su cuerpo sus tentáculos químicos y genéticos, sometiéndolo a la fuerza. Jacen no propuso utilizar la Fuerza para matarlo, y Luke sabía que no lo propondría hasta que no llegase con total claridad el momento de elegir entre usarla y perder al soldado de asalto.
Hegerty contemplaba aquello con una expresión de inquietud mezclada con curiosidad intensa. Luke se preguntó si aquella mujer podría no parecer preocupada en algún momento; las líneas de su rostro tenían grabadas aquella expresión de manera permanente. En atención a Stalgis, y por si sus temores resultaban infundados, Luke se abstuvo de preguntar a la doctora si había visto alguna vez algo como aquello. No tardarían en saberlo… o aquello esperaba Luke, al menos.
El oficial de sensores asomó la cabeza desde la cabina de mando.
—Otra comunicación, señor.
Luke regresó a la cabina de mando, dejando a Stalgis y a Jacen al cuidado del soldado. Volvía a verse el holograma de Yage.
—Hemos recibido respuesta —dijo Yage—. La comandante Irolia, de la Flota de Defensa Expansionaría quiere hablar con quien esté al mando. Le dije que estabas regresando de la superficie, pero ella dijo que quería hablar contigo inmediatamente.
—Entonces, supongo que será mejor que me pases con ella —dijo Luke.
El copiloto le cedió su asiento sin que tuviera que pedírselo. Luke se arregló la túnica mientras tomaba el asiento vacío.
El rostro de Yage se disolvió en el holocampo entre chispas de interferencias; al cabo de unos segundos, ocupó su lugar la imagen de la parte superior del cuerpo de una mujer de piel azul que llevaba un uniforme rojo borgoña y negro. Sus ojos tenían el color rojo oscuro propio de su especie, y en su expresión no se leía más que la autoridad contundente. Aunque Luke sabía que los chiss maduraban pronto, no dejó de sorprenderlo el ver que aquella no parecía mayor que su sobrina Jaina.
—¿Eres el Maestro Skywalker? —dijo ella, con una voz tan cálida como la de un droide.
Luke asintió levemente con la cabeza y dijo:
—Soy jefe de una misión de paz de la Federación Galáctica de Alianzas Libres. Nos encontramos en una emergencia. He perdido a dos miembros de mi tripulación en un combate en tierra, contra los nativos del planeta sobre el que estamos, y un tercero está gravemente herido. Si no llegamos a la órbita a tiempo, morirá. Vuestra llegada a este sistema ha puesto a mi escuadrón en alerta plena, lo que complicará mucho nuestros procedimientos de desembarco. Si pierdo a otro tripulante por vuestra intromisión, me sentiré extremadamente…
—Haz el favor de no amenazamos, Skywalker —respondió la mujer chiss con calma, mirando sin pestañear desde el holocampo parpadeante—. No tenemos intención de obstaculizar vuestros procedimientos de desembarco ni ningún otro procedimiento vuestro. Sólo te solicito que te reúnas conmigo en persona a la mayor brevedad posible.
—Por supuesto —dijo Luke—. Lo arreglaremos en cuanto llegue a la Enviudadora.
—Cuándo, o cómo lo arregléis, es irrelevante. Pero sabed que no seguiré mucho tiempo en este sistema. Haz lo que solicito, o afronta las consecuencias.
La imagen se apagó.
—Bueno, ya has oído a la comandante —dijo Luke al piloto, que había contemplado el espectáculo con interés—. Supongo que será mejor que nos movamos…
* * *
—Todos los Ala-X —dijo la voz de Jaina por el canal de combate subespacial, bloquear alerones-s en posición de ataque. Desgarradores: armar y apuntar a las naves que se aproximan. Plan de combate A-7.
—Entendido —respondió Jag en nombre de los pilotos chiss del Escuadrón Soles Gemelos.
Leia observó cómo se dividía la formación de cazas en tres grupos: dos parejas y un trío. Los cazas de la alianza galáctica y los chiss volaban unos junto a otros con precisión perfecta. El tono de mando tranquilo de la voz de su hija la hacía sentirse orgullosa; por mucho que aquel ataque repentino hubiera podido sorprender a Jaina, ésta no daba muestras de ello. Tampoco había ningún rastro de inquietud por el hecho de que su escuadrón no tuviera ninguna experiencia de combate contra cazas ssi-ruuk.
Por su parte, el general Panib había perdido hasta el último rastro de su compostura anterior, ante aquel brusco giro de los acontecimientos.
—¡Esperad, por favor! —pedía, frenético—. ¡Se ha producido un malentendido terrible!
—Y que lo digas —dijo Han—. Y pensamos arreglártelo en seguida. Esas naves son del enemigo, y las vamos a derribar de tus cielos si se acercan a nosotros. ¿Lo has entendido?
—Más lanzamientos —dijo Leia, advirtiendo que salían cazas del Defensor—. Esta vez son Ala-A y Ala-B, no ssi-ruuk.
Han echó una mirada al tablero de escáneres.
—Más te vale que ésos vengan a ayudamos, Panib.
—¡Halcón, te suplico que no ordenes a tus naves que abran fuego! —la voz del general había perdido toda apariencia de calma; sólo le quedaba el pánico—. Todas esas naves son una escolta pacífica para asegurarte que llegas a salvo a la órbita.
—¿Todas ellas? —gruñó Han—. Sí, claro. Si tecnificar a humanos y usarlos para que piloten esos cazas hacia nosotros es una conducta pacífica, entonces creo que no hablamos el mismo idioma. Esos cazas tienen exactamente treinta segundos para volver atrás, o abriremos fuego.
—Han, mira esto —dijo Leia, estudiando la pantalla que tenía delante. En ella se veía de cerca una de las nave ssi-ruuvi. La imagen era borrosa, pero tenía la claridad suficiente para apreciar algunos detalles.
—¿Te resultan familiares esas carcasas de motores?
Han observó la imagen arrugando la frente.
—¿Qué pasa con ellos?
—A mí se me parecen muchísimo a los motores iónicos.
—¿Y qué?
—¿Desde cuándo usan los ssi-ruuk motores normales en sus cazas?
—¿Qué estás diciendo, Leia?
—Que aquí hay algo más de lo que parece —dijo—. Observa también que nuestras transmisiones no están siendo bloqueadas.
Han frunció más el ceño, ante el conflicto entre lo que le decía su instinto y lo que daba a entender Leia.
—Tiene que ser un truco —dijo, negando con la cabeza—. Quieren que bajemos la guardia.
Leia no estaba convencida.
—Esto no cuadra, Han. Si quisieran de verdad que hiciésemos eso, ¿no nos habrían dejado aterrizar, para atacarnos después?
Leia casi pudo ver tras los ojos de Han los pensamientos que le corrían por la mente. ¿Y si Panib decía la verdad? Un error podría resultar costosísimo.
Estaba, por otra parte, la cuestión del intruso misterioso en los canales de comunicación seguros. Había guardado silencio desde el lanzamiento de las naves ssi-ruuvi. Si había tenido la intención de enturbiar las relaciones entre Panib y los visitantes, para asegurarse de que los cazas alienígenas eran recibidos de la peor manera posible, no cabía duda de que lo había conseguido.
—Los pilotos de esas naves no son humanos —dijo Tahiri, irrumpiendo en voz baja en el debate. Leia se volvió hacia la joven Jedi. La muchacha tenía los ojos todavía cerrados, como meditando—. Son alienígenas, sin duda alguna. Y… —titubeó un momento, y después abrió los ojos—. Todo el mundo ha oído hablar de los ssi-ruuk, y de lo terrible que es la tecnificación. Dicen que es un suplicio, ¿no?
Leia asintió, recordando todavía la expresión de Luke cuando lo habían rescatado de la poderosa nave ssi-ruuvi en la que lo habían tenido prisionero años atrás. La exposición a la perversa tecnología de tecnificación y a la energía vital arrancada a la fuerza a los prisioneros en combate contra Bakura le había afectado profundamente.
—Pues bien, esas mentes no sufren —dijo Tahiri—. Están limpias.
—¿Qué son, entonces? —preguntó Han.
—No lo sé —dijo Tahiri—. No había tocado nunca mentes como aquellas.
Cuando Leia extendió sus sentidos, tampoco pudo percibir ningún rastro de nada malévolo en los pilotos de los cazas que se aproximaban.
—A mí no me importa que tengan las mentes tan serenas como la nieve de Alderaan —gruñó Han—. ¡El caso es que siguen atacándonos!
—¿Seguro? —preguntó Leia. Era demasiado fácil suponerlo—. No queremos desencadenar una guerra por accidente, si nos queda alguna otra alternativa.
—¿Y si te equivocas, Leia? No quiero que acaben utilizando a Jaina como blanco para sus prácticas de tiro, allí fuera.
—Yo tampoco, Han —dijo Leia, tocándole la mano para tranquilizarlo. Después, habló al escuadrón por el intercomunicador seguro subespacial—. Soles Gemelos, replegaos a los flancos del Selonia y el Halcón. Orden de no abrir fuego a menos que nos disparen. ¿Entendido?
—Entendido, Halcón.
A pesar del leve tono de titubeo en la voz de Jaina, la orden se aceptó y se cumplió inmediatamente. Ante la rápida llegada del enjambre de cazas ssi-ruuvi, el escuadrón combinado de chiss y de la Alianza Galáctica se dividió y volvió atrás para cubrir a sus naves de mando.
Han se revolvió en su asiento pero no dijo nada más. También Leia bullía, inquieta, en su asiento. Tenía un grado razonable de confianza en que estaba haciendo lo correcto; pero, al mismo tiempo, tampoco podía evitar sentirse nerviosa. La última vez que había estado cara a cara con cazas ssi-ruuvi había sido en pie de guerra. Recordaba la resistencia de los escudos de los cazas, su maniobrabilidad en los combates… y recordaba, más vivamente quizá, cómo las naves capitales alienígenas recogían a los supervivientes con sus «recogetropas» para absorberles la energía vital y arrojársela a sus antiguos aliados…
—Artilleros dispuestos —anunció la capitana Mayn, del Selonia, cuando los cazas estuvieron a tiro.
Leia contuvo el aliento.
Vio en el tablero de escáneres que los cazas alienígenas rompían la formación y se dispersaban para formar una barrera defensiva alrededor de las naves recién llegadas, tal como haría una escolta. No se disparó ningún tiro, y los cazas se mantuvieron a una distancia prudencial del Halcón y del Selonia. Cuando llegó el segundo contingente de naves, los Ala-X y Ala-B ocuparon sus lugares asignados en la formación sin que las otras tuvieran apenas que desplazarse.
Leia soltó el aliento por fin con un hondo suspiro.
—Gracias al hacedor —dijo C-3PO a su espalda.
—Y que lo digas, Lingote de Oro.
Han se inclinó hacia delante para modificar levemente el rumbo del Halcón. Leia sabía que aquel gesto le servía para disimular el alivio que sentía.
—Todavía no estamos a salvo. Por si alguno no se ha dado cuenta, en la práctica estamos atrapados.
—Pero, al menos, no hemos provocado una guerra —dijo Leia—. Y de este modo puede que encontremos algunas respuestas.
—¿Y si lo que nos dicen no nos gusta? —preguntó su esposo, torciendo el gesto.
Leia se encogió de hombros.
—Ya nos ocuparemos de eso cuando surja.
Han se dirigió al sistema de comunicaciones. Panib, que los había estado llamando frenéticamente por el canal subespacial, parecía a punto de sollozar de alivio.
—Gracias, Halcón. No lo lamentaréis.
—Ya veremos si lo lamentamos o no, cuando nos enteremos de qué pasa aquí —dijo Han.
—Entiendo —respondió el general—. Pero, antes, debo pediros de nuevo que expongáis vuestras intenciones.
Han se llevó una mano a la frente con gesto de cansancio. Leia cedió.
—Queremos descender a Salis D’aar y reunirnos con el primer ministro Cundertol —dijo.
—Me temo que eso no será posible —dijo Panib—. El primer ministro no puede reunirse con nadie de momento.
—No entiendo, general —dijo Leia—. ¿Por qué…?
—Bakura está sometido actualmente a la ley marcial —le explicó el general sin darle tiempo a terminar la pregunta—. Yo estaré al mando hasta que haya terminado la crisis.
—Entonces, quizá debamos reunirnos contigo —dijo Leia—. Sea cual sea la naturaleza de esta crisis, estoy seguro de que podemos algo para ayudaros a salir de ella.
—Vuestra ayuda será muy bienvenida —dijo el general; aunque no parecía demasiado entusiasmado—. No obstante, Salis D’aar no es un lugar seguro para vosotros en estos momentos. Desembarcad en el Centinela, y yo tomaré una lanzadera para reunirme con vosotros de aquí a una hora. Entonces os lo explicaré todo.
—Entendido —dijo Han. Leia advirtió su expresión de escepticismo—. Pero no intentes contarnos que los ssi-ruuk son ahora los buenos, porque te digo de entrada que no nos lo vamos a creer.
—No son los ssi-ruuk —dijo Panib—. Son los p’w’eck.
Leia empezó a entender entonces, y vio en la expresión de Han que éste también comprendía.
—De acuerdo, general —dijo Leia—. Te veremos de aquí a una hora.
La comunicación se cortó.
—¿Los p’w’eck? —repitió Tahiri—. ¿No eran esclavos de los ssi-ruuk?
—Sí que lo eran, en efecto —dijo Leia.
—Pero, ¿cómo…?
—Supongo que eso es de lo que nos vamos a enterar ahora —dijo Han, empezando a adoptar una postura menos tensa. Se inclinó hacia los mandos del Halcón para marcar un nuevo rumbo—. Mientras tanto, vamos a dar una lección de vuelo a esos reptoides.
Leia explicó la situación a la capitana Mayn, mientras Han dirigía el Halcón velozmente hacia el Centinela. Aunque Leia comprendía la disposición de Han para aceptar la explicación más evidente, prefirió reservarse su opinión hasta oír lo que tenía que decirles Panib. Ella sabía que las cosas nunca eran tan sencillas como parecían.
* * *
Jacen tuvo que hacer un esfuerzo para no vomitar mientras veía a Tekli operar al soldado de asalto herido. El hombre yacía boca abajo sobre la mesa de operaciones, desnudo de cintura para arriba y alimentado por numerosos tubos y goteros intravenosos. Habían llegado a duras penas a la enfermería de la Enviudadora. Si Luke y el propio Jacen no hubieran apoyado las defensas del soldado con fuertes dosis de la Fuerza, lo más probable era que el invasor alienígena habría superado por completo su sistema inmunitario y lo habría matado. En cualquier caso, Saba Sebatyne tenía que seguir reforzando al soldado mientras Tekli intentaba aislar el organismo, cortando y recortando cuidadosamente los tejidos delicados con su vibroescalpelo. Se trataba de un trabajo difícil y peligroso; pero, al cabo de casi tres cuartos de hora de operación meticulosa, parecía que Tekli había dejado al descubierto el problema.
Resultaba que la criatura de aspecto de ciempiés que habían hecho comer a la fuerza al soldado de asalto en Munlali Mafir no era, después de todo, una «comida» sino, tal como había sospechado Hegerty, un huésped no deseado. El jostran juvenil había resistido los ácidos del estómago del hombre el tiempo suficiente para abrirse camino por la cavidad abdominal y encontrar la columna vertebral. Una vez allí, se había servido de las puntas de sus muchas patas para infiltrarse en los nervios y pasar a la espina dorsal. Había ido subiendo hacia el cráneo, adueñándose del cuerpo a medida que avanzaba. Tekli lo había alcanzado en lo más alto de la espina dorsal del hombre, cuando estaba a punto de invadirle el cerebro. Su cuerpo central ya había enviado docenas de palpos delgados como pelos, que se adentraban en los tejidos neuronales delicados, y que estaban dificultando mucho la extracción. Tekli no dudaba que la criatura debía de disponer de muchos mecanismos de defensa diseñados para dificultar su retirada. Los filamentos podían dañar físicamente las células del tejido nervioso durante la extracción, o podían producir diversas sustancias químicas dirigidas a matar todos los tejidos que alcanzaran en sus proximidades. Sólo con la ayuda de Jacen fue capaz de salvar, hilo a hilo, de un final terrible al soldado de asalto. Jacen sintonizó su mente con la del jostran para mantenerlo dócil mientras trabajaba Tekli. Le resultó mucho más fácil cuando el jostran estaba solo que cuando estaba integrado en una manada de once.
Mientras Tekli extraía el cuerpo del alienígena, que se retorcía, y lo dejaba caer en un recipiente para muestras de tejidos, Jacen no podía quitarse de encima la imagen espeluznante de lo que podría haber pasado. Colgaban de la criatura palpos delgados como las raíces de una planta.
—Buen trabajo, amiga mía —dijo Jacen—. La Maestra Cilghal estaría orgullosa de ti.
—Gracias, Jacen —dijo Tekli, apartándose de la mesa y quitándose los guantes, mientras un droide médico se ocupaba de suturar la herida del paciente—. Pero quizá debamos dejar las felicitaciones para después de que se pasen los efectos de la anestesia.
La chadra-fan tenía las orejas gachas de fatiga, y su pelo tenía un aspecto mate. Estaba claro que la concentración inmensa que había tenido que dedicar a la operación le había pasado factura.
—Estás agotada —dijo Jacen.
Ella asintió con la cabeza.
—Me siento tan cansada como pareces estarlo tú.
Jacen agradeció el comentario con una leve sonrisa. No había tenido tiempo de quitarse la ropa y el equipo que había llevado en Munlali Mafir. Sólo había podido lavarse la suciedad y el sudor de la cara y de las manos. En conjunto, suponía que su aspecto denotaba la fatiga que sentía verdaderamente.
Dejaron al paciente a cargo de meditécnicos imperiales. Al salir de la enfermería se encontraron con el teniente Stalgis, que estaba esperando en el pasillo estrecho. Se había quitado el casco, dejando al descubierto una cara larga, con arrugas, que indicaba una edad muy superior a los treinta años que debía tener aproximadamente; pero, como Jacen, tampoco había tenido tiempo de cambiarse y lavarse del todo.
—¿Cómo está?
—Está bien —le aseguró Jacen—. Necesita tiempo para recuperarse de la operación, nada más.
—Esa cosa, el jostran… —Stalgis hizo una mueca de repugnancia—. ¿Se ha…?
—Ha sido retirada.
El teniente emitió verdaderas oleadas de alivio.
—No puedo expresaros lo agradecido que estoy a los dos. Tarl es un amigo, además de ser miembro de mi equipo de desembarco. Si hubiera muerto… si no hubiésemos llegado a tiempo… —Stalgis se expresó con gestos, a falta de palabras.
Jacen puso una mano en la coraza que revestía el brazo del teniente.
—Le hemos ayudado con mucho gusto. Pero ahora te recomiendo que descanses un poco. Tu amigo te va a necesitar cuando despierte.
Stalgis hizo un gesto de asentimiento casi formal con la cabeza y se marchó por el pasillo.
—Quizá debieras aplicarte tus propios consejos tú mismo, Solo.
Jacen se volvió y vio que tenía a su espalda a Danni Quee. Danni sonreía, pero se le apreciaba una inquietud inconfundible.
—Estoy bien.
—Estás cansado —dijo ella, mirándolo fijamente con sus ojos verdes—. Y no intentes negarlo siquiera.
Tekli se despidió de él tocándole en el dorso de la mano. Jacen envió por medio de la Fuerza una onda de agradecimiento a la chadra-fan, y volvió a dedicar después toda su atención a Danni. Ésta estaba ante él con la ropa habitual de expedición de los Jedi, y tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Se había cortado el pelo rubio y rizado a la altura de los hombros.
—Es verdad —reconoció él, aproximándose a ella—. Ahora estoy cansado. La verdad es que daría cualquier cosa por poder hacerme un ovillo en mi litera y pasarme durmiendo un día o dos.
—Ni siquiera has intentado negarlo. Estoy impresionada, Jacen. Por desgracia, no vas a tener tiempo para dormir. Te necesitan en el puente de mando.
Surgió dentro de Jacen una impresión momentánea de alarma, pero él la aplacó.
—¿Pasa algo malo?
—Nada que no pueda esperar diez minutos para que te asees.
—¿Se trata de los chiss? —insistió él.
—Tendrás todas las respuestas dentro de diez minutos. Pero si te presentas ante la comandante Irolia con esa facha, lo más probable sería que lo interpretara como una declaración de guerra.
—¿No nos deja seguir?
Danni siguió haciendo caso omiso de sus preguntas.
—… uso ilegal de armas biológicas, o algo así…
—¡Dame una pista, por lo menos!
—… castigos crueles y desacostumbrados…
—¡Está bien! ¡Está bien!
Sonrientes, y cargados de energía por su breve conversación, caminaron por los pasillos estrechos de la fragata imperial hasta la cabina que habían asignado a Jacen.
—Di al tío Luke que llegaré en seguida.
—Para eso están los intercomunicadores —dijo ella con una expresión de falsa indignación, pero que se convirtió en una sonrisa cuando se apartó de él y se dirigió al puente de mando.
* * *
—El planeta es una leyenda —dijo la comandante Irolia. Sus rasgos juveniles estaban enmarcados en líneas que indicaban terquedad y confianza en sí misma—. No puedo creerme que vuestro objetivo principal sea encontrarlo.
—Te aseguro que es mucho más que una leyenda —dijo el Maestro Skywalker. Su autodominio asombraba a Saba. Ésta sabía que Luke estaba agotado e irritado, pero no dejaba asomarse a su rostro más que calma y paciencia—. Tenemos pruebas de que existió. La única cuestión es si existe aún en nuestro tiempo.
—¿Qué pruebas son éstas? Quien nos habló a nosotros de Zonama Sekot fue Vergere, una Caballero Jedi de…
—¿Vergere? —Irolia enarcó las cejas al oír este nombre—. ¿La misma Vergere que saboteó la iniciativa Alfa Rojo?
El Maestro Skywalker no rehuyó la verdad.
—Sí; la misma Vergere que impidió un genocidio como no se ha visto otro igual en esta galaxia.
—¿Pretendes que confíe en su testimonio? —dijo la comandante, con un cierto tono de burla.
—Nadie te obliga a aceptar nada —dijo la capitana Yage, claramente molesta por la burla de la comandante chiss—. Sólo queremos seguir con nuestra tarea. Eso es todo.
—Pero ¿cuál es vuestra tarea? Eso es lo que intento descubrir.
La reunión tenía lugar en el puente de mando de la Enviudadora, delante de la tripulación. Irolia se comportaba como si la nave y la tripulación fueran suyas. Su tono y su postura eran de absoluta confianza en sí misma. Saba sabía que, si pasaba algo a la oficial chiss o a su pequeña escolta de guardias, el Maestro Skywalker y su expedición sufrirían graves consecuencias. Más aún, Irolia sabía que ellos lo sabían; y cabía suponer que ésta fuera la causa de su confianza.
Aunque Saba no era experta en las apariencias de los humanoides, supuso que la comandante chiss se consideraría muy atractiva entre su propia gente. Tenía el rostro estrecho y anguloso; su piel azul era lisa y de aspecto suave. Sus grandes ojos rojos tenían carácter e inteligencia, y cuando había entrado en el puente de mando había recorrido rápidamente con la vista a todos los presentes. Saba no dudaba que los había evaluado a todos con la misma rapidez.
—Lo único que pedimos es que se nos deje buscarlo con libertad —dijo Luke.
Irolia dio tres pasos hacia su izquierda, reflexionando sobre las palabras de Luke.
—Éste es nuestro territorio —dijo—. Te darás cuenta de ello.
—Reconocemos vuestra autoridad sobre regiones próximas a este lugar, sí. Pero no éramos conscientes de que la Flota de Defensa Expansionaría se hubiera anexionado este sistema concreto.
—¿Si os decimos que así es, os marcharíais?
—Somos una expedición de paz —dijo Luke—. ¿Impediríais el paso a vuestro territorio a una misión comercial, o a un equipo científico?
La comandante se rio.
—¡No intentes engañarme, Skywalker! Tú tienes de comerciante lo que yo. Y respecto de vuestros supuestos motivos científicos, te pregunto lo siguiente: si encontráis ese planeta, ¿qué haríais con él?
Cuando Luke titubeó, se alzó una nueva voz a sus espaldas.
—Tenemos la esperanza de que Zonama Sekot nos ayudará en nuestro esfuerzo bélico, salvando así billones de vidas… entre ellas la tuya.
La comandante Irolia dirigió su atención a Jacen Solo, que acababa de entrar en la sala.
—Entonces, está claro que vuestras intenciones no son científicas, sino militares. Entonces, ¿por qué deberíamos permitiros que persiguieseis esos objetivos, cuando vosotros estáis tan dispuestos a obstaculizar los nuestros?
—El Alfa Rojo no habría servido para ganar la guerra —dijo Luke—. Nos habría convertido en monstruos a todos.
—Ésa es la guerra de la que hablo yo —dijo Jacen, pasando al centro del puente de mando circular para reunirse con los demás—. De la guerra contra nosotros mismos.
Irolia pensó en esto durante un largo momento.
—Me sorprende ver a imperiales y a los de la Nueva República trabajando juntos —dijo por fin.
—Ya no nos llamamos la Nueva República —dijo Luke—. Ahora tenemos un nombre nuevo: Federación Galáctica de Alianzas Libres.
—¿Y el Imperio se ha unido libremente a esta alianza? —preguntó Irolia, echando una mirada a Yage.
—Así es —dijo la capitana.
—Supongo que los chiss estamos invitados a unirnos también.
Luke no dio muestras de desconcierto ante el sarcasmo de la comandante.
—La decisión sería vuestra. Pero, sí, se os invitaría de buena gana a uniros a su debido tiempo.
Irolia soltó un bufido de desprecio, pero no respondió al comentario del Maestro Jedi. En vez de ello, dijo:
—Me parece que lo que más me preocupa aquí es la composición de tu tripulación de mayor rango.
El Maestro Skywalker se encogió de hombros.
—Ya te he explicado que el contingente militar es puramente defensivo.
—Puede que sea verdad. Pero la intención se encierra en sus jefes. Mara Jade Skywalker, Luke Skywalker, Jacen Solo… todos ellos guerreros Jedi bien conocidos.
—Danni Quee es una gran científica —observó Jacen.
—Sí; la conozco de nombre. Y también conocemos a Soron Hegerty, claro está. Concuerdan con los planes que declaráis.
Danni pareció sorprendida y halagada a la vez por ser reconocida; Hegerty, por su parte, no manifestó ninguna reacción.
—Pero lleváis entre vosotros a un barabel —siguió diciendo Irolia—. ¿Qué hace ese ser entre vosotros?
Saba se puso tensa.
—Es una Caballero Jedi —dijo Luke.
—¿Otro guerrero, por tanto?
—No en el sentido que quieres dar a entender.
—¿De verdad? La mayoría de las especies reptiles que he conocido han sido agresivas y depredadoras.
Saba azotó el suelo con la cola. No podía evitarlo.
Al oír esto, la capitana Yage avanzó un paso.
—Dime, comandante, ¿qué te parecería si te dijera que la mayoría de los chiss que he conocido yo han sido han sido arrogantes y condescendientes?
Luke pidió paciencia con un gesto.
—Saba es sensible a la vida. Esperamos que detecte a Zonama Sekot por sus emisiones de Fuerza cuando nos aproximemos a él.
—¿Habéis tenido algún éxito en ese sentido hasta ahora?
—Todavía no. Por eso tenemos que seguir buscando.
Irolia, después de pensárselo un poco, asintió con la cabeza.
—Muy bien, Maestro Skywalker. Voy a acceder a esto, sólo porque también nosotros queremos que se ponga fin a esta guerra.
Hizo una señal a sus guardaespaldas, que le entregaron un paquete plano, rectangular, que veía a tener el mismo tamaño de su mano extendida.
—Este disco de memoria contiene códigos de autoridad y rutas suficientes para que lleguéis a Csilla. Serán válidos durante una semana. Dentro de ese plazo, deberéis presentaros en persona para solicitar permiso para viajar dentro de nuestras fronteras. Sin ese permiso, toda entrada sin autorización se considerará un acto de agresión, a consecuencia del cual seréis expulsados o destruidos. ¿Está claro?
Luke aceptó el disco con cara de resignación.
—Muy claro.
—Entonces, mi misión aquí ha concluido —dijo la comandante Irolia, y recorrió brevemente la sala con la vista—. Quizá volvamos a vernos todos en Csilla.
—¿Has venido para eso, nada más? —le preguntó la capitana Yage—. ¿Para decirnos que nos presentemos ante tus superiores?
—No sólo para eso —respondió Irolia—. Me ordenaron que os entregara el disco sólo si os consideraba de fiar.
—¿Y en caso contrario?
Ante esta pregunta, la comandante chiss sonrió, pero no dio ninguna respuesta. Se limitó a despedirse moviendo la cabeza y se marchó del puente de mando, ordenando con gesto imperioso a sus guardias que la siguieran.
—Vaya, esa cría engreída…
Luke volvió a hacer callar a la capitana Yage con un gesto.
—No hace más que cumplir su deber, Arien. No podemos echárselo en cara.
—A pesar de todo, me quedaré más a gusto cuando se haya largado de mi nave.
Yage se retiró para coordinar el desembarco de la lanzadera chiss.
—Entiendo perfectamente cómo te sientes, capitana Yage. —El holograma emitió chispas de interferencias, y después quedó enfocado para mostrar el rostro de Mara Jade Skywalker, que estaba ante los controles del Sombra de Jade—. Yo ni siquiera quiero ver a esa mujer en mis pantallas.
—¿Lo has recibido todo, Mara? —preguntó Luke, poniéndose ante la imagen de su esposa en el holocampo.
—Fuerte y claro.
—Lo que a mí se me sube a los propulsores es el supuesto de que debemos darles explicaciones de alguna clase. El Imperio lleva años colaborando con los chiss, desde los tiempos de Thrawn. Pero no existe ningún tratado. No les debemos nada. La idea misma de tener que darles cuentas de todos nuestros movimientos me pone los pelos de punta.
—Ahora que estamos en su territorio, debemos respetarles, Arien —dijo Luke—. Y ellos hacen las cosas de manera distinta a la nuestra.
—Suponiendo que estemos verdaderamente en su territorio —dijo Mara—. ¿Y si miramos ese disco?
Jacen tomó el disco de manos de su tío y lo metió en un lector. Tal como había prometido Irolia, contenía rutas y códigos de seguridad, pero nada más. Los chiss eran reticentes a la hora de comunicar información. Podían dar gracias de que les hubieran dado aquello.
—¿Alguien quiere opinar? —preguntó Luke—. ¿Seguimos adelante sin más, o debemos obedecer sus exigencias y presentamos?
—Debes decidirlo tú —dijo Yage.
—Sí; pero quisiera oír las opiniones de todos antes de tomar esa decisión.
—Creo que no tendría nada de malo hacer lo que dicen —dijo Mara—. Aunque me molesta.
—Yo los mandaría a las Fauces —intervino Yage—. No tienen por qué decirnos lo que debemos hacer.
Luke asintió en silencio con la cabeza a los comentarios de las dos.
—¿Jacen?
—Nos hará falta acceder a su información —respondió su sobrino—. Nos simplificaría mucho las cosas. Los datos de Soron son exactos, pero no cubren más de un diez por ciento de las Regiones Desconocidas.
La xenobióloga había presenciado el debate de tipo político con cierto aire de aburrimiento, pero dio muestras de animarse ahora que entraba en la conversación.
—Los chiss se han estado expandiendo durante décadas por esta sección de la galaxia. Estaba claro que Irolia conocía la leyenda del planeta errante, por lo que debe de tratarse de un dato bien conocido por su pueblo. Creo que el acceso a sus datos sería precioso.
—Pero ¿te parece que llegaría a marcar la diferencia? —dijo Luke, uniendo las manos ante sí como solía hacer cuando reflexionaba sobre cuestiones trascendentales.
—Es muy posible que sí —dijo Hegerty, indicando el mapa con un gesto de la cabeza—. Este pequeño volumen de datos ya nos ha hecho saber algo interesante. Observad los límites exteriores de su territorio. ¿Veis cómo se han mantenido firmes ante las incursiones de los yuuzhan vong? O bien han desarrollado técnicas de bloqueo de comunicaciones y de combate similares a las de vuestros propios cazas, o el enemigo ha frenado su ofensiva para poder concentrarse en otras zonas. Me figuro que la clave de este misterio tendría interés para vuestros tácticos.
Esta observación fue seguida de un murmullo general de asentimiento. Parecía que los dirigentes de la Alianza Galáctica estaban muy, muy lejos de las Regiones Desconocidas; pero Hegerty tenía mucha razón, e Irolia también. La misión de Luke tenía un carácter militar, al menos en el sentido de que la información de carácter militar que se recabara se aplicaría inmediatamente al esfuerzo bélico. Aunque las comunicaciones a nivel galáctico no llegaban a las Regiones Desconocidas, podían retransmitirse transmisiones subespaciales a través de un holocomunicador aislado en el borde del espacio de la Alianza Galáctica. Todas las comunicaciones de la misión se retransmitían inmediatamente a Cal Ornas.
Luke asintió.
—Puede que tengas razón. Pero, dime, Saba: ¿has detectado algún rastro de Zonama Sekot en los alrededores? Si le estamos pisando los talones, quizá no tengamos que ponernos en contacto con los chiss necesariamente.
Saba se irguió, abriendo involuntariamente las aletas de la nariz.
—No percibo nada. Si Zonama Sekot eztá aquí, eztá bien ezcondido.
—Eso me pareció. Es como buscar un droide en un desierto. Es más fácil que él te encuentre a ti, que encontrarlo tú a él —Luke volvió a asentir con la cabeza—. Soy de la opinión de que debemos hacer lo que dice Irolia y presentarnos a las autoridades locales. Como ha dicho Soron, no nos vendrá mal. Y ¿quién sabe? Quizá pueda resultarnos útil.
Recorrió a todos con la mirada, esperando que alguien presentara alguna objeción a su plan. Al ver que nadie tomaba la palabra, dijo:
—De acuerdo, entonces. Dejaré en manos de Mara y de Arien la preparación de los detalles de nuestra ruta. Los que acabamos de regresar de Munlali Mafir tenemos que descansar un poco antes de poder ocuparnos de otra cosa.
La capitana Yage sonrió.
—Estoy segura de que la doctora Hegerty te dará la razón en ese sentido —dijo.
La reunión se deshizo entonces, y Mara Jade Skywalker y la capitana Yage se quedaron para debatir los detalles del mapa de los chiss. Luke llamó con un gesto a Saba, Jacen y Hegerty, que se reunieron con él para mantener un cambio de impresiones en voz baja cerca de la salida del puente de mando.
—¿Cómo le ha ido a Tekli con el jostran? —fue lo primero que preguntó a su sobrino.
—La cosa estuvo muy mal durante un rato —respondió el joven Jedi—. Un centímetro más, y habría sido demasiado tarde. Pero lo detuvo.
—Eso está bien —dijo el Maestro Jedi con expresión seria—. No me habría gustado nada perder a uno más.
Aquel recuerdo de los otros dos soldados de asalto que habían muerto en Munlali Mafir fue entristecedor.
—Ézta ha examinado los datos que has reunido, Maeztro —dijo Saba—. Hay una correlación con el rezto de las regiones por las que hay conztancia de que ha pazado Zonama Sekot. Los simbiontes joztran-krizlaw no son avanzados tecnológicamente, por lo que no reprezentan una amenaza inmediata. Pero son agrezivos por naturaleza. Parece que el planeta viviente ha aplicado tácticas evazivas similares en otras partes.
—Los krizlaw son francamente agresivos —asintió Luke—. Al aportarles inteligencia los jostran, se han vuelto todavía peores. Me pregunto, entonces, si puede ser esto de lo que está huyendo el planeta. Al fin y al cabo, sabemos que Zonama Sekot tiene una presencia poderosa en la Fuerza. Puede que no intente más que ocultarse de cualquier cosa que relacione con la violencia.
—Es pozible —dijo Saba.
Se produjo un momento de silencio pensativo. Saba sospechó que aquel silencio se debía más al cansancio que a otra cosa. Su nariz sensible percibía el olor del agotamiento que brotaba de los tres humanos que la rodeaban, sobre todo del Maestro Skywalker y de su sobrino.
—Debéis dezcansar —les dijo—. Si no, no serviréis de nada para nadie.
—Tienes mucha razón, Saba —dijo Luke—. Estaba pensando en Dif Scaur. Evidentemente, ha contado a los chiss su versión de la historia.
Saba asintió con la cabeza. Scaur era jefe de los servicios de Inteligencia de la Nueva República; había trabajado mucho con los científicos chiss en el proyecto del virus Alfa Rojo, que habría exterminado por completo a los yuuzhan vong y toda su tecnología si se hubiera aplicado. Scaur estaba molesto por el hecho de que los Jedi habían impedido que se llevara a la práctica el plan. Quizá fuera capaz de tomar medidas para frustrar los planes del Maestro, a su vez.
—Ya veremos lo que nos espera en Csilla —dijo Jacen, volviendo la mirada hacia el lugar donde estaba Danni Quee, al otro lado del puente de mando—. Más vale prevenir que curar.
—Pero la prevención puede llevar a una conclusión precipitada —observó Luke—. No debemos adelantarnos a nosotros mismos. Lo que menos nos hace falta ahora es una profecía que tienda a provocar su propio cumplimiento.
—Sólo nos hace falta una de las corrientes —dijo Saba, silbando con humor.
Pero, como solía suceder cuando intentaba dar alguna de sus muestras de ingenio, nadie se rio. Se limitaron a mirarla de un modo raro.
* * *
Lo primero que observó Tahiri cuando entró por el umbral del Centinela fue la tensión. Era como un olor abrumador que emanaba de todo lo que la rodeaba: el aire, las paredes, los suelos, los elementos de iluminación… hasta de las personas mismas. Hizo un gesto de dolor; fue, más bien, una reacción física ante algo que percibía por medio de la Fuerza. Pero no sabía qué era lo que lo provocaba. Sólo sabía que aquello estaba allí.
Lo segundo que observó fue la marcialidad del saludo que recibieron la princesa Leia y Han al pasar por las esclusas de aire. Los guardias, de uniforme verde oscuro, se pusieron firmes de un salto, tensos como alambres. Pero Tahiri no consideró que aquella reacción fuera fruto de ninguna disciplina al estilo de Palpatine; Bakura era un mundo pacífico, sin antecedentes de dictadores desde que el último gobernador del Imperio, Nereus, había sido derrocado cuando la crisis ssi-ruuvi. Le pareció más probable que los guardias estuvieran reaccionando a la misma tensión que había detectado ella en el aire. Había algo que tenía a todos con los nervios de punta.
Un hombre de corta estatura, de espalda recta, cabello rojo ralo y bigote se adelantó entre las filas de guardias de seguridad bakuranos.
—Grell Panib —dijo a modo de introducción, haciendo hondas reverencias, primero a Leia y después a Han. Saludó con un escueto gesto de la cabeza al resto del grupo (la propia Tahiri, Jaina, C-3PO, los guardaespaldas noghris de Leia, y una pequeña guardia de honor del Orgullo de Selonia—. Bienvenidos a Bakura.
—Ha pasado mucho tiempo —dijo Han con sequedad.
—Serviste a las órdenes de Pter Thanas, ¿verdad?
A la princesa Leia no se le escapaba nada.
Una sombra de tristeza se asomó al rostro del general Panib.
—Tienes buena memoria, princesa. Apenas nos vimos.
—El viaje fue memorable —dijo Leia, sonriendo como si algo de aquello le hiciera gracia. Después, presentó al resto del grupo.
—Os agradezco a todos que… —empezó a decir Panib; pero entonces lo interrumpió un alboroto que se produjo tras los guardias de seguridad. Se oyó un forcejeo como si alguien intentara abrirse paso.
—¡Te dije que esperases a que te llamara!
No se trataba de alguien, pensó Tahiri, a la que le palpitó de pronto con fuerza el corazón cuando atisbo, entre la masa de personas, a una criatura reptiliana que saltaba hacia ellos. ¡Se trataba de algo!
Sacó al instante su sable láser cuando el recuerdo de sus sueños se disipó para dejar al descubierto sus temores. «Tahiri… Tahiri… Tahiri…», le llamaba la criatura de sus sueños, como un lagarto divino.
Pestañeó una vez, dos, para despejarse la cabeza, mientras crujía ante ella su sable de luz.
—¡Una emboscada! —gritó Jaina. También ella sacó el sable láser. Al mismo tiempo, los soldados de asalto levantaron las pistolas de láser y los guardias noghris se adelantaron para proteger a la princesa.
—¡No! —exclamó Panib, apresurándose a interponerse entre la criatura reptiliana y las armas de los otros—. ¡Sus intenciones no son hostiles!
La criatura surgió de entre la fila de guardias de seguridad; sus garras produjeron un sonoro chirrido contra el suelo cuando se detuvo tras el general.
El alienígena era un reptil dotado de pico, con cola larga y musculosa. Sus escamas eran de un color marrón mate, y los ojos dorados le bailaban de manera alarmante bajo unos arcos superciliares prominentes. Llevaba un arnés de cuero del que pendían numerosos objetos que podían ser herramientas o insignias de su rango.
—Es Lwothin —dijo el general Panib, claramente alterado por la reacción de los visitantes—. Os aseguro que…
Lo interrumpió una serie repentina de sonidos agudos y penetrantes procedentes de la criatura.
Cuando hubo terminado, Han hizo ademán de limpiarse el oído.
—¿Alguien ha entendido algo?
—Yo, amo —respondió C-3PO, sin atender al hecho de que la pregunta de Han había sido puramente retórica—. Dice que es el líder avanzado del Movimiento de Emancipación P’w’eck, y que nos da la bienvenida. Nos llama «aliados de los libres».
Tahiri percibió la incertidumbre de los que la rodeaban mientras la criatura profería más silbidos ruidosos.
—No quiero haceros daño —tradujo 3PO.
—Bueno, me quedo mucho más tranquilo —dijo Han, con un tono que daba a entender exactamente lo contrario.
—Pido disculpas por todo esto —dijo Panib—. Los p’w’eck no están acostumbrados al protocolo avanzado, ni humano ni de ningún otro tipo. Hace poco que se han librado de sus cadenas y que han empezado a hablar por sí mismos, por así decirlo.
Leia ordenó que todos guardaran las armas, mientras salía de entre sus guardaespaldas noghris, que se apartaron para dejarla pasar sin protestar. Llegó hasta Lwothin con una sonrisa leve, nerviosa quizá.
—Trespeó, dile a Lwothin que tenemos mucho gusto en conocerle —dijo al androide de protocolo—. O en conocerla, en su caso.
—Es macho, según nos dice —dijo Panib—. Y tampoco es necesario que tu androide haga de mediador en tu diálogo con él. Entiende perfectamente lo que dices. Como aquí no nos gusta mucho servirnos de androides, si lo prefieres podemos facilitarte traductores auriculares que te harán el mismo servicio.
C-3PO se encrespó ante la sugerencia de que su talento podía ser innecesario, o incluso desagradable.
—Con el debido respeto, señor, a mí me diseñaron precisamente para situaciones como éstas. Domino con fluidez más de seis millones de lenguajes, y…
—Lo que quiere decir, general, es que ya nos las arreglaremos —dijo Leia, interrumpiéndole.
Las lenguas olfativas de Lwothin saboreaban el aire mientras seguía la conversación. El p’w’eck era menor que un ssi-ruu mediano, aunque no mucho, y no dejaba de ser mayor que un humano medio. Bajo su piel coriácea se apreciaban gruesos músculos, y su gruesa cola se agitaba a un lado y otro con ritmo pausado y regular. Era una presencia alarmante, que a Tahiri le desazonó más todavía cuando miró al rostro de la criatura y vio que sus ojos ambarinos, de tres párpados, la miraban fijamente, casi como si estuviera leyendo su desconfianza. Aunque Tahiri había oído la orden de Leia de que todos guardaran las armas, no dejaba de tener el pulgar cerca del botón de encendido de su sable de luz.
—Venís con Caballeros Jedi —cantó Lwothin por medio de C-3PO—. Tenía ganas de conocer a alguno. El sable láser es una arma deliciosa, una combinación elegante de energía vital y diseño material. Nuestras tecnologías divergentes coinciden en aparatos como ése.
La actitud cauta de Leia se volvió claramente más fría.
—¿Seguís empleando la tecnificación?
Panib volvió a adelantarse.
—Me parece que no es el momento ni el lugar para debates tan hondos. Quizá debamos pasar a un entorno más cómodo para todas las especies. ¿De acuerdo?
—No vamos a ninguna parte mientras Leia no reciba una respuesta —dijo Han, volviendo a llevar la mano a su pistola láser—. No estoy dispuesto a que me chupen la energía vital mientras estoy con la guardia baja.
Lwothin se removía, agitada, mientras silbaba a C-3PO con premura.
—Nos asegura que el proceso no es como lo recordábamos —les informó el androide dorado—. Se ha refinado considerablemente. Dice que los p’w’eck vienen en son de paz, no en pie de guerra.
Han volvió la cabeza con desconfianza.
—¿Leia?
—A pesar de todo lo incómoda que me siento con esto, no veo sentido a volvernos atrás ahora —dijo. Se volvió hacia Panib—. Pero entended lo siguiente: la Federación Galáctica de Alianzas Libres no aprobará jamás ningún tipo de alianza con un gobierno que explote la energía vital de sus súbditos, sean éstos o hayan sido los que sean.
—¿Crees que los p’w’eck se están desquitando de sus antiguos amos? —dijo Panib—. Puedo asegurarte que no es así.
—Ya no se tecnifica a nadie en contra de su voluntad —siguió traduciendo C-3PO—. Te lo explicaremos si nos lo permites.
Leia asintió con la cabeza con gesto solemne.
—Me gustaría oír eso. Y, de paso, podríais explicarme lo que ha pasado al primer ministro Cundertol.
Panib hizo una reverencia, y Lwothin se revolvió, inquieto.
—Haced el favor de seguirme —dijo el general Panib.
Han se acercó a Leia y la rodeó suavemente con un brazo, y los dos caminaron juntos siguiendo los pasos del general, que los hacía adentrarse en el Centinela. Jaina y Tahiri los seguían, y C-3PO iba entre ellos y los guardias de la Alianza Galáctica que los seguían. Jaina era la viva imagen de la energía controlada, mirando todo lo que la rodeaba… excepto a Tahiri. Era como si estuviera rehuyendo deliberadamente sus ojos.
Aquello dolía a Tahiri. Desde lo de Galantos, Jaina apenas le había dirigido un monosílabo. Y Jag Fel no se portaba mejor con ella. Tahiri se sentía algunas veces como si la estuvieran contemplando desde lejos. No era necesario que le dijeran nada; ella sentía la desconfianza de los dos, y aquello le dolía más que cualquier palabra imaginable.
Cuando se pusieron en camino juntos, Tahiri sintió que le picaban las cicatrices de la frente. Se resistió al impulso de rascarse. Ya le producían bastante vergüenza de suyo, y no quería llamar más la atención hacia aquellas feas señales. Las que se había hecho ella misma en el brazo estaban prácticamente curadas y quedaban ocultas por la manga de su túnica. Había pensado quitárselas, pero había optado por quedarse con ellas de momento, movida por un instinto que no era capaz de entender del todo y en el que no quería pensar demasiado. Había cosas mucho más importantes en las que reflexionar.
* * *
El Centinela contaba con una sala de reuniones grande en un nivel exterior, con techo transparente que servía de magnífico ventanal a las estrellas. Durante los combates se cerraban escudos deslizantes de acerocemento sobre el ventanal para protegerlo, pero en aquellos momentos tranquilos brindaba una vista maravillosa de Bakura. El mundo verde y azul estaba suspendido como una gruesa luna, sobre una mesa de reuniones con forma de anillo que flotaba sobre un lecho de repulsores. Aunque había asientos suficientes para todos los que habían entrado en la sala, sólo se invitó a sentarse a la mesa a los que participarían en el debate.
Jaina se quedó de pie detrás de sus padres, con la mano en la empuñadura de su sable láser. No le gustaba estar tan lejos de unos posibles refuerzos, en una situación tan desconocida, y tener a mano su arma le ayudaba mucho a aliviarle la aprensión. Todo el mundo sabía que los ssi-ruuk eran expertos en coacción mental; ¿quién sabía si el general Panib no era más que un esclavo al que habían lavado el cerebro, y que entregaría a sus amos a los delegados de la Alianza Galáctica en cuanto tuviera ocasión?
Y la presencia de los p’w’eck tampoco la tranquilizaba mucho. De hecho, cuando se sumaron a Lwothin dos criaturas más, la desconfianza de Jaina había aumentado inmediatamente. Al ver cómo tomaban posiciones tras Lwothin, había supuesto que se trataba de guardaespaldas, aunque tenía que reconocer que su aspecto no parecía distinto en nada del de su superior. Llevaban fijadas a sus arneses armas de aspecto extraño: discos planos con un pico de aspecto serio en un lado. Supuso que se trataba de lanzarrayos de pala. Los rayos de energía que emitían esas armas no se podían detener con un sable láser, pero sí se podían desviar un poco.
La figura de Lwothin no le permitía sentarse en una silla como el resto de los presentes, y se tendió sobre un montón de cojines que estaban dispuestos en el lugar de la mesa que le correspondía. No por esto perdió su aspecto intimidador.
—Blaine Harris, vice primer ministro, está en camino desde Salis D’aar —dijo Panib a modo de preámbulo—. Pero empezaremos sin él.
—No voy a decir que seamos un público entusiasta —dijo Han, que estaba sentado junto a Leia y daba muestras de inquietud—. Pero estamos dispuestos a escucharte.
—Habéis llegado en momentos muy complicados para nosotros. No sé por dónde empezar.
—Podrías empezar por la tecnificación —dijo Leia.
—Sabemos que a vosotros os parece abominable —dijo Lwothin por medio de C-3PO—. Y comprendo vuestro punto de vista. Los de mi especie hemos sido explotados por él durante miles de años. Conocemos sus maldad anterior.
—Puede ser —dijo Han—. Pero yo he visto muchos casos en que los esclavos que han conseguido la libertad volvían contra sus antiguos amos las armas de éstos.
—Reconozco que la tentación fue fuerte —dijo Lwothin, cerrando el pico con un chasquido al final de esta breve frase—. Pero quizá debiera contarte la historia de cómo hemos llegado hasta aquí. Puede que entonces nos entiendas mejor.
Jaina vio que su madre le hacía ademán de que prosiguiera, y se acomodaba después en la larga silla de respaldo recto para escuchar el relato.
—Han pasado casi treinta años desde que el Imperio Ssi-ruuvi hizo la guerra en esta parte de la galaxia —empezó a contar. Jaina conocía la historia. El Imperio Ssi-ruuvi, cortejado en un principio por el Emperador Palpatine, había llevado a cabo una expansión agresiva en territorios del Imperio, empezando por Bakura. Por desgracia para los ssi-ruuk, su avance había sido repelido inmediatamente por el gobierno imperial, con la ayuda inesperada de la Alianza Rebelde. La Nueva República se había opuesto a nuevas incursiones en la galaxia, con lo que el Imperio había tenido que replegarse a sus mundos propios. Desde entonces no se había vuelto a tener noticias de ellos. Jaina entendió que todos daban por supuesto que habían aprendido la lección, o bien que se estaban preparando para lanzar una nueva ofensiva más firme.
«Igual que los yevetha», pensó.
—De hecho, nuestros antiguos amos se pusieron a estudiar algo más que sus tácticas después de la derrota —dijo Lwothin. Explicó que la sociedad ssi-ruuvi se basaba en una estructura estricta de clanes, en la que el clan de cada individuo venía indicado por el color de sus escamas. El dirigente absoluto era el shreeftut, asistido por el Consejo de Ancianos y el Cónclave. El Cónclave asesoraba al shreeftut en cuestiones espirituales, que era otro aspecto de la vida al que los ssi-ruuk daban mucha importancia. Su sistema de creencias enseñaba que el espíritu de un ssi-ruu que moría fuera de un mundo consagrado se perdía para siempre. Por este motivo, los ssi-ruuk preferían luchar contra sus enemigos empleando droides de combate impulsados por las almas tecnificadas de los cautivos, en vez de arriesgar en la batalla sus propias vidas.
—La tecnificación prestó un buen servicio a nuestros amos durante muchos siglos. No habían visto nunca ningún motivo para cambiar. El aborrecimiento que os produjo a vosotros esa tecnología les sorprendió mucho. Habían dado por sentado que todas las culturas emplearían esas mismas técnicas. El hecho de que vosotros no las empleases contribuyó a aumentar la novedad que representaba para vuestra tecnología, la de la fusión y la materia ordinaria.
»Está claro que la Alianza Rebelde superaba a nuestros antiguos amos en cuestiones que iban más allá de la diferencia de tecnologías, pero ellos se centraron en este aspecto. Habían visto a las naves imperiales y a las de la Alianza Rebelde en acción en las proximidades de Bakura. Tenían un conocimiento suficiente de la física de la materia para reconstruir esa tecnología y recrearla en sus laboratorios. Al cabo de diez años estándar ya tenían prototipos de naves híbridas que empleaban vuestra tecnología en los escudos y en los motores pero que estaban dirigidas por mentes tecnificadas. Estos pilotos sufrían un desgaste mucho menor de su fuerza vital, y así existían mucho más tiempo y sufriendo menos.
—No por eso dejaban de estar tecnificadas —le interrumpió Han.
—Sí. La mente de todos los prototipos de caza droide consistía en un alma robada al cuerpo de un p’w’eck. Se reducía su sufrimiento; pero, como contrapartida, sufrían durante más tiempo. La situación seguía siendo mala, no cabe duda de ello.
»Fue entonces cuando nació el Keeramak.
La voz del p’w’eck adquirió un matiz nuevo. Jaina pensó que podía ser de temor. O quizá de admiración.
—¿Qué es eso del Keeramak? —preguntó Leia.
—Resulta difícil explicarlo en términos comprensibles para vosotros. Sabéis que los ssi-ruuk con escamas azules gobernaban el Imperio Ssi-ruuvi, y que los que tenían escamas doradas eran nuestros sacerdotes. Los de escamas amarillas estudiaban las ciencias de la materia y de la energía. Los que tenían las escamas rojizas eran nuestros guerreros, y los de escamas verdes eran los obreros. Por debajo de éstos, apenas por encima de mi propia especie, se encontraban los mestizos o los que eran frutos de una reproducción desafortunada: los de escamas marrones. Había quienes sospechaban que éstos habían sido los progenitores de los p’w’eck en tiempos pasados. Se les consideraba torpes y brutales y sólo se les consentía una forma de vida ínfima. Muchos sobre todo los que procedían de una unión prohibida, eran destruidos al nacer.
»Fue en este mundo en el que nació el Keeramak. Es importante que lo entendáis, porque el Keeramak no debía haber existido. El Keeramak nació en una camada de ssi-ruuk de escamas marrones, y era la única cría que tenía color. Pero el Keeramak no tiene un solo color: tiene todos los colores. Por eso es único entre los ssi-ruuk.
Lwothin hizo un gesto complicado en el que puso en juego los músculos de la cola y del espinazo, como encogiéndose de hombros pero con todo el cuerpo.
—Estaba claro que el Keeramak era un capricho, un nacimiento anómalo. No tenía sexo concreto, y su tamaño era anormal. Pero eso era irrelevante. Su nacimiento produjo una conmoción entre los ssi-ruuk. Éstos, como sabes, dan gran importancia a las cuestiones espirituales, y ya hacía milenios que se había profetizado un nacimiento como aquél. El Keeramak, el nacido de muchos colores, sería el que liberaría a los oprimidos y los haría amos; el Keeramak haría fuertes a los débiles.
—Lo que quieres decir es que los ssi-ruuk siguieron al Keeramak porque creían que los llevaría a la victoria contra nosotros, ¿verdad? —dijo Han.
—Así es —dijo Lwothin—. Lo criaron como a un rey, brindándole todos los privilegios y todas las facilidades para que aprendiera y se desarrollara. El Keeramak no tardó en demostrar que era excepcional en todos los sentidos: fuerte, inteligente, sabio. Debatía con los shreeftut acerca de los límites del poder; desafiaba al Cónclave en puntos de teología, y rivalizaba con el Consejo de Ancianos en la interpretación de detalles de la ley. Pero, en última instancia, lo más valioso que tenía el Keeramak era su compasión, que fue, además, la perdición de los ssi-ruuk.
—¿Os eligió a vosotros, en vez de a ellos? —preguntó Leia.
—Fue el Keeramak quien nos condujo a la victoria contra nuestros antiguos amos. Él concibió nuestra revuelta y consolidó la victoria. Al cabo de un año, Lwhekk era nuestro, y el Imperio Ssi-ruuvi había pasado a la historia. Y ahora que han transcurrido cinco años, el Keeramak sigue guiando nuestro destino.
—Es impresionante —dijo Leia—. Derrocar a un opresor no es más que el principio de un viaje largo y difícil.
Jaina asintió con la cabeza, sabiendo que su madre hablaba por experiencia propia.
—Después de nuestra liberación, hemos proseguido las investigaciones sobre la tecnificación —dijo Lwothin por medio de C-3PO.
»Hemos encontrado modos de nutrir las mentes almacenadas que fueron recuperadas durante nuestra revolución. La energía vital destilada a partir de concentrados de bancos de algas y de otras formas de vida primitiva puede evitar el deterioro que era común en las antiguas almas capturadas. También contribuye mucho a mitigar la incomodidad que sufren muchas al ser tecnificadas. Ahora que hemos desviado a la tecnología como la vuestra una buena parte del trabajo que agotaba la vida, y que hemos reducido la carga que sufre el alma tecnificada, hemos contrarrestado muchas de las injusticias que se cometieron con los cautivos y los esclavos en tiempos pasados.
»Los cazas droides que habéis visto hoy están pilotados por los que fueron tecnificados en los últimos tiempos del Imperio —prosiguió Lwothin, pestañeando de manera complicada con sus párpados triples—. Aunque seguimos ofreciendo la tecnificación como variedad del servicio militar, son pocos los que sacrifican voluntariamente su vida física. Naturalmente, no hay manera de volver atrás. Es una decisión que no se toma a la ligera.
—Estoy segura de ello —dijo Leia, volviéndose hacia el general Panib.
El tono de la voz de su madre, junto con el porte de sus hombros y su postura en la silla, delante de ella, indicaba a Jaina que aquella no estaba convencida del todo por la larga explicación de Lwothin; aunque ésta sí que concordaba con las extrañas percepciones de la Fuerza que habían recibido de los cazas droides.
—General Panib, ¿has visto alguna cosa que se oponga a la afirmación de Lwothin de que no se ha tecnificado a nadie en contra de su voluntad?
—Nadie hemos sido tecnificados, si es a eso a lo que quieres llegar —dijo el general—. De hecho, no se ha tomado ninguna medida agresiva contra nosotros. Aunque…
—¿Qué? —dijo Han animándole a seguir, inclinándose un poco hacia delante.
—Bueno, hay otra cosa de la que tendremos que hablar: de por qué llegáis en tan mal momento. Los p’w’eck se presentaron aquí hace dos semanas y nos ofrecieron firmar un tratado. El primer ministro Cundertol y el Senado pasaron varios días deliberando, hasta que llegaron a la decisión de aceptar la oferta. Cuando el primer ministro hizo pública la decisión, se produjeron algunos disturbios. Resulta difícil explicar al pueblo en general que no los hemos vendido.
—Lo comprendo perfectamente —murmuró Han.
—Creíamos que el pueblo lo iba aceptando —prosiguió Panib—. Las ventajas defensivas de una alianza con los p’w’eck resultan evidentes, teniendo en cuenta la aproximación gradual de los yuuzhan vong. Y tenemos mucho que agradecer a los p’w’eck, ya que es cierto que nos liberaron de la amenaza de los ssi-ruuvi. Pero hay complicaciones… y condiciones —añadió Panib, revolviéndose con inquietud.
—¿Como cuáles? —preguntó Leia.
—Lwothin ya ha hablado de la religión. Los p’w’eck comparten algunas tradiciones con los ssi-ruuk. Tenemos que resolver algunos detalles para que se sientan a gusto. Cundertol quería que ese Keeramak suyo viniera a Bakura para que firmara el tratado en persona, pero el (o la) Keeramak no quería venir a menos que Bakura fuera consagrada. Veréis, es que cree, como los demás ssi-ruuk, que si muere lejos de uno de los mundos sagrados, su alma se perderá para siempre. Y lo cierto es que un atentado no sería impensable, teniendo en cuenta sobre todo el ánimo exaltado de una parte del público en estos momentos —miró a Lwothin como pidiéndole disculpas—. Ahora somos vecinos; debemos aprender a comerciar y a guerrear juntos. Si Bakura y los p’w’eck hemos de trabajar juntos, debemos tener en consideración todas nuestras creencias religiosas. Quisiéramos que sintieran que nos pueden visitar con seguridad. Con este fin, Cundertol consiguió llegar a una solución de compromiso: el Keeramak vendría a Bakura para realizar en persona la consagración. La ceremonia estaba programada para dentro de dos días. Así estaban las cosas, cuando…
—Cuando desapareció el primer ministro Cundertol —le interrumpió una voz desde la entrada de la sala.
Jaina empuñó instintivamente el sable láser mientras se volvía hacia allí. Vio que se dirigía hacia la mesa un hombre alto, de cierta edad. Tenía el rostro largo y anguloso, y se le apreciaban claramente los huesos. Lo seguían de cerca dos guardias bakuranos que sostenían con firmeza sus rifles sobre el pecho.
—El vice primer ministro Harris —dijo Panib, poniéndose de pie. Parecía aliviado—. Gracias por reunirte con nosotros.
Harris indicó a Panib que volviera a tomar asiento y dedicó después a todos los demás reunidos un movimiento de la cabeza a modo de saludo.
—Princesa Leia, capitán Solo, me alegro de volver a veros. Y a ti también, Lwothin, claro está.
Un asistente trajo una silla, y Harris se sentó entre los p’w’eck y Leia.
—Pido disculpas por el retraso —dijo a Panib—, pero en el espaciopuerto principal hubo una amenaza de bomba y he tenido que tomar una lanzadera desde Gracia Menor. Como veréis, estamos pasando por unos momentos de disturbios sociales —explicó a los demás—. Creo que no están provocados por la mayoría, sino más bien por una minoría de violentos, carentes de principios, que creen saber lo que es mejor para Bakura. Esta minoría ha llegado a la conclusión de que los p’w’eck son lo mismo que los ssi-ruuk, y que la visita que nos va a hacer el Keeramak no es más que un ardid complicado cuya consecuencia será que todos quedemos tecnificados. Según ellos, el que ha sido enemigo, lo será siempre. No dejan el menor lugar a la negociación —concluyó, apretando los puños sobre la mesa con gesto de impotencia. Volvió la mirada hacia Leia y Han—. Tengo entendido que ya habéis sufrido intromisiones por su parte.
—Alguien interrumpió una transmisión segura para decirnos que nos marchásemos —dijo Leia—. Fuera quien fuera, tenía acceso a unos canales de comunicación que deberían ser restringidos.
—Están en todas partes —dijo Harris con amargura—. Al avecinarse la consagración, su desesperación va en aumento. En el transcurso de la última quincena se han producido al menos cinco interferencias de las comunicaciones subespaciales. El secuestro de Molierre Cundertol ha sido un acto de arrojo suicida. Cosa rara, aunque tengo que condenar sus métodos, no puedo menos de admirar su ánimo. No obstante, jamás negociaremos con terroristas —concluyó, negó con la cabeza.
—¿Qué hay de Cundertol? —preguntó Han—. ¿Tenéis alguna idea de dónde lo tienen?
—No tardaremos en descubrirlo. Sobre todo, ahora que hemos atrapado a la líder de los terroristas.
Aquella noticia sorprendió claramente al general Panib.
—¿Desde cuándo?
—Fue detenida poco antes de que yo saliera para aquí. La tenemos en una celda de seguridad, a la espera de interrogarla.
—¿Es… quien nosotros sospechábamos? —dijo Panib, titubeando.
—Sí —respondió Harris con una sonrisa ufana—. Malinza Thanas.
La sorpresa de los presentes en la sala fue palpable. Jaina conocía aquel nombre. Malinza Thanas era hija de personas a las que habían conocido sus padres y su tío Luke en su primera visita a Bakura. A la muerte de los padres de Malinza, Luke y Mara se habían hecho cargo de Malinza como padres patrocinadores y la habían visitado un par de veces. Pero Jaina no había oído decir nunca que la muchacha fuera una terrorista.
—¿Malinza? —preguntó Leia—. ¿Estás seguro?
—No cabe duda de ello —afirmó Harris—. Ella misma lo reconoce.
—¿Reconoce haber secuestrado al primer ministro? —preguntó Panib.
—Todavía no; pero es sólo cuestión de tiempo.
—Cuando dices «interrogarla»…
—No me refiero a las torturas, princesa —dijo Harris—. Somos un pueblo civilizado, y unos leves disturbios no bastan para convertirnos en unos salvajes.
—Esto no cuadra —dijo Han, negando con la cabeza—. El que nos habló cuando llegamos, nos dijo que nos marchásemos porque creía que íbamos a atacar vuestras naves. Daba por supuesto que los p’w’eck eran aliados vuestros. Pero eso se contradice con lo que acabas de decirnos de los terroristas. Si fueran anti p’w’eck, no querrían tener ningún trato con ellos.
—¿Qué queréis que os diga? Están confusos y sin rumbo; ni siquiera ellos mismos tienen claros sus objetivos —dijo Harris, encogiéndose de hombros—. Hemos padecido a estos grupos aislacionistas desde la caída del Imperio. Existen también quienes lamentan la intromisión de la Nueva República en nuestros asuntos. Puede que algunos de éstos se hayan aliado con el movimiento anti-p’w’eck para hinchar sus filas. Éstos no estarán contentos hasta que Bakura esté sola contra el resto de la galaxia… y, entonces, será inevitable que caiga.
—Entonces, ¿qué debemos hacer ahora? —preguntó Panib.
—Lo primero, general, será poner orden en nuestra propia casa. Propongo que, mientras buscamos al primer ministro, pongamos fin a la ley marcial y emprendamos los preparativos de la consagración. El tratado depende de ella; el primer ministro no querría que se retrasara bajo ningún concepto. Con tu permiso, voy a reunir al Senado para poner las cosas en marcha.
—Claro —dijo el general, con evidente alivio—. No queda mucho tiempo, y hay mucho que hacer.
Lwothin tomó la palabra.
—Entendemos que estos momentos son difíciles para vosotros —tradujo C-3PO—, y agradecemos vuestros esfuerzos constantes para unir a nuestros dos gobiernos —el p’w’eck chascó el pico con énfasis—. Confirmaré al Keeramak que todo está en orden y que la ceremonia se llevará a cabo según lo planeado.
—Gracias, amigo mío —dijo Blaine Harris, inclinando la cabeza hacia el embajador p’w’eck—. Y también vosotros estáis invitados a asistir, con mucho gusto —añadió, dirigiéndose a Han y a Leia—. Estoy seguro de que será una mirada apasionante a una cultura que conocemos en teoría desde hace muchos años, pero que no hemos tenido ocasión de ver nunca con nuestros propios ojos.
—Será un honor —dijo Leia—. La Federación Galáctica de Alianzas Libres tendrá mucho interés en observar la ceremonia.
El general Panib se puso de pie, y los demás que estaban alrededor de la mesa hicieron lo mismo.
—Espero que no os ofendáis si pongo fin a esta reunión, pero tengo que debatir cuestiones importantes con el vice primer ministro.
—Naturalmente —dijo Leia, aceptando la explicación con su aplomo habitual de diplomática—. Y te agradecemos que nos hayas dedicado tu tiempo para explicarnos la situación de aquí. Existen algunos aspectos que querría comentar con más detalle más adelante, si es posible.
—Estaré a tu disposición con mucho gusto —dijo el general, que hablaba y se movía con una confianza nueva después de haber oído la noticia que había comunicado el vice primer ministro—. Y me encargaré de que el espaciopuerto de Salis D’aar esté dispuesto para vuestra llegada. Ahora que Thanas está detenida, es de esperar que la situación se enfríe un poco.
Leia expresó su agradecimiento con una inclinación de cabeza.
El vice primer ministro también hizo una inclinación de cabeza cuando Leia y el grupo de Han se dirigieron a la salida. Lwothin y sus dos guardaespaldas los seguían de cerca, y aunque Lwothin no intentaba acercarse demasiado, Jaina procuró cuidadosamente situarse entre sus padres y el poderoso saurio.
Cuando hubieron salido, el p’w’eck se puso a silbar en su lenguaje sonoro y melódico.
—Lwothin dice que éstos son momentos cruciales para todas nuestras especies —tradujo C-3PO. Hubo más silbidos y gestos—. Dice también que se alegra de que vayáis a asistir a la ceremonia. Al Keeramak le agradará la noticia.
Sin esperar respuesta, el p’w’eck se adentró por un pasillo, seguido de sus guardaespaldas.
—Es un sujeto muy alegre, ¿verdad? —dijo Han.
—Aquí hay algo que no cuadra —dijo Jaina. Se alegraba de que hubiera terminado la reunión y de poder intervenir de nuevo en los debates—. ¿Cómo es posible que la resistencia bakurana esté en todas partes, pero no sea más que una minoría?
—Un máximo de perturbación con un mínimo de esfuerzo —dijo Leia—. Puede que esto sea obra de la Brigada de la Paz.
—De lo que queda de ellos —dijo Han entre dientes—. Es como quitar una abolladura de una parrilla deflectora, incluso después de lo de Ylesia.
—Al menos, esta vez no llegamos demasiado tarde —dijo Jaina, que todavía tenía muy presente la destrucción de N’zoth.
—Todo ello, suponiendo que nos hayan contado toda la historia, claro está —dijo Leia.
* * *
—La historia, Yu’shaa. Cuéntanos la historia —susurraron los acólitos que llenaban la sala de audiencias en penumbra—. Háblanos de los Jeedai.
El profeta los contempló desde su trono, con la expresión oculta tras una máscara de proporciones verdaderamente horribles. Era un laberinto de cicatrices y de tatuajes en el que apenas se reconocía un rostro.
—¿Quién lo pregunta? —dijo él, repitiendo las palabras rituales del acto religioso.
—Lo preguntamos nosotros, Yu’shaa —respondieron los peregrinos bajando la cabeza—. Somos los Avergonzados, y acudimos a ti en busca de sabiduría.
El profeta asintió con la cabeza, satisfecho por aquella respuesta establecida. Los celadores que estaban apostados en el exterior de la sala habían indicado cuidadosamente a los fieles cuándo debían hablar y lo que debían decir. El ser que estaba dentro de la máscara sonrió para sus adentros, sabiendo que aquellas convenciones no eran más que una farsa que servía para fomentar la obediencia hacia él y, en última instancia, la rebelión contra sus enemigos.
Nom Anor se levantó del trono y se quitó la máscara. Aquel objeto horrible quería representar a Shimrra y a los dioses, mientras que su retirada simbolizaba el despojarse de las costumbres antiguas. Había diseñado todos los detalles de la ceremonia con la ayuda de sus acólitos principales, Shoon-mi y Kunra; pero, por muchas veces que la repitiera, no dejaba de parecerle tosca. Sólo las reacciones de los conversos le convencían de que estaba dando resultado.
Los acólitos levantaron la vista con curiosidad hacia el rostro «verdadero» de Nom Anor, sin saber que aquello no era más que otra máscara, un enmascarador ooglith pensado para hacerle parecer un miembro de la casta de los Avergonzados.
—Los dioses me han otorgado una visión —anunció—. Es una visión de una galaxia de mundos hermosos, de mundos en los que todos los yuuzhan vong podrán vivir en paz y con gloria, libres de vergüenza, y con todo lo que desean sus corazones y sus almas.
En las últimas semanas, Nom Anor había ido aprendiendo a dirigirse con mayor animación y expresividad a los grupos que acudían a oírle hablar. Al principio, se limitaba a quedarse allí sentado y hablar, pero no tardó en descubrir que los Avergonzados se acababan distrayendo al escuchar aquella voz monótona. Por eso había adoptado algunas técnicas que había aprendido de Vuurok I’pan, un cuentacuentos del grupo de Avergonzados que había sido el primero en acogerle en su primer exilio en el submundo de Yuuzhan’tar. Nom Anor recordaba bien cómo había contado I’pan la historia de Vua Rapuung y cómo le escuchaban con atención todos los reunidos, colgados de sus palabras a pesar de haber oído aquel relato tantas veces.
—Pero, cuando contemplé esta visión, una sombra oscura se interpuso entre mis ojos hambrientos y la visión de los mundos que debían ser nuestros —siguió narrando Nom Anor con dramatismo—. A la sombra negra inmensa le brillaban arcos iris en los ojos; sus manos poderosas estaban oscuras por las manchas de sangre.
La congregación lo escuchaba hechizado, como había escuchado a I’pan su público. Nom Anor levantó una mano para pedir silencio; gesto innecesario, pues ya reinaba un silencio profundo, pero que le servía para reforzar su imperio sobre los reunidos.
—¡Los dioses se opusieron a la gran sombra, al de Ojos Irisados, y trajeron a sus guerreros sagrados para que lo abatieran!
Contempló a la multitud.
—Vosotros sabéis cómo se llaman esos guerreros.
El susurro le rodeó.
—¡Jeedai!
El asintió con gesto de aprobación y se inclinó hacia delante como para comunicar un gran secreto. Y sí que era un gran secreto, pues el hecho de pronunciarlo podría acarrear fácilmente la muerte a todos los reunidos en la sala.
—Sí; los dioses enviaron a los Jeedai para que expulsaran al Enemigo de Ojos Irisados. Combatieron durante semanas, durante meses. La Sombra mató a muchos de los guerreros sagrados y tuvo a raya a los demás. Cayó la noche sobre la galaxia y parecía que la guerra estaba perdida irremediablemente. ¡Nos habían quitado nuestro hogar! ¡Los dioses habían desamparado a los yuuzhan vong, porque nosotros nos habíamos rebajado sobre el altar de la Sombra!
—No —sollozó uno de los reunidos, negando con la cabeza. Desde su lugar, al frente de la congregación, Nom Anor percibía el olor rancio del brazo podrido del Avergonzado.
Sonrió para sus adentros. Imponer su voluntad a las congregaciones desordenadas de herejes que infestaban la capital resultaba demasiado fácil. Sus miembros eran débiles y estaban desesperados, mientras que él era fuerte y estaba lleno de recursos.
—Desde luego que no —dijo—. Cuando me invadió la desesperación tras la derrota de los Jeedai, cuando parecía que nada iba a detener al de Ojos Irisados, los dioses me dieron esperanzas. Porque, cuando todo estaba oscuro, vi que las hierbas del campo se volvían contra la Sombra. Vi que se alzaban y se aferraban a los pies del de Ojos Irisados. El Enemigo tropezó y cayó… ¡y las hierbas se alzaron para atar sus miembros poderosos! ¡Las hierbas sujetaron en tierra a este Enemigo de los dioses, rodeándole el cuello y arrancándole la vida misma, liberando al país de la influencia de su corazón negro!
»¡Cada hoja de hierba era débil por sí misma; pero, juntas, eran poderosas!
Esta exclamación fue recibida por la congregación con suspiros de alivio y de alegría.
—Seamos como la hierba, y rodeemos los pies de nuestro adversario para hacerlo caer. Pues, aunque cada uno seamos débiles, juntos podemos ser fuertes, como la hierba.
La congregación expresó su aprobación con susurros, y Nom Anor la saboreó, complacido. En todos sus años de Ejecutor no había gozado nunca de un público como aquél. Jamás había podido hablar abiertamente y con sinceridad, por miedo a ofender al Maestro Bélico, o a los sacerdotes o, a través de éstos, a los dioses. Ahora gozaba de la atención de centenares de oyentes, dispuestos a escuchar todo lo que él dijera.
No obstante, tenía la inteligencia suficiente para comprender que aquella atención sólo se mantendría mientras aprobaran su mensaje. Devoraban sus tonterías sobre los Jedi junto con el mensaje que les prometía alcanzar poder; y, si bien él no creía gran cosa en lo primero, era muy partidario del segundo. Los Avergonzados eran su billete de vuelta a la superficie. Estaba dispuesto a otorgarles los medios para poder conseguir él su fin.
No le pasaba desapercibido el atractivo de aquellos medios. Siendo Ejecutor, no había apreciado en todo su valor la necesidad y la fuerza de las castas inferiores. Los Avergonzados eran débiles individualmente, en efecto, tal como decía él en sus sermones, pero aquello quedaba bien compensado por su número abrumador. La mayoría habían pertenecido a la casta de los trabajadores antes de sufrir el avergonzamiento; pero algunos habían sido de rango más alto. Además, no sólo los Avergonzados respondían a su llamada. Cada vez acudían a su secta de culto a los Jedi más conversos procedentes de los no-Avergonzados; de los obreros, de los cuidadores, de los guerreros, de los sacerdotes y de los Administradores. Los cuidadores conocían las herramientas de su oficio; los sacerdotes y los Administradores sabían organizar, y los guerreros sabían luchar. Si alguien irrumpía en alguna de aquellas reuniones con ánimo de hacer detenciones, se iba a llevar una sorpresa desagradable.
Aunque a veces le resultaba difícil recordarlo, los que estaban entre su público no eran especialmente crédulos. No eran incultos; no eran tontos. Sólo les hacía falta autoridad, y él se la otorgaría.
Cuando hubieron cesado los murmullos, volvió al trono e indicó con señas al público que se reuniera a su alrededor. En realidad, la cámara no era más que un gran sótano, a centenares de metros por debajo de las torres de Yuuzhan’tar, y su «trono» no era más que un sillón cubierto de musgo de varios matices para darle mejor aspecto. Aquello no importaba. La congregación veía lo que quería ver, del mismo modo que oía lo que quería oír.
Nom Anor se inclinó hacia delante para hablarles de manera menos ceremoniosa. Había llegado el momento de transmitirles el Mensaje.
—¿Cuántos de los aquí reunidos habéis conocido a los Jeedai cara a cara? —preguntó—. ¿Cuántos habéis oído el mensaje de sus propios labios, en su propia lengua?
Esperó a que alguien diera una respuesta afirmativa; pero, como siempre, nadie respondió. En todos los sermones que había pronunciado, no se había presentado ningún Avergonzado que hubiera hablado, o visto siquiera, a un solo representante de aquellos a los que veneraban y en los que buscaban la liberación.
—Yo sí he conocido a los Jeedai —dijo—. He contemplado a los Gemelos y he visto su poder; he visto con asombro a la Jeedai-que-fue-conformada; he presenciado la muerte del que fue, quizás, el mayor de todos, el llamado Anakin Solo, que entregó su vida para que pudieran vivir los que él amaba; y he hablado con sus ancianos y he oído su mensaje con mis propios oídos. El hecho de que yo haya podido hacer todas estas cosas y ahora me encuentre ante vosotros, da fe de la verdad de lo que os he contado. Si no es verdad lo que digo, ¡que me fulminen los dioses aquí y ahora mismo, para eliminar esta blasfemia del corazón de la galaxia!
Nom Anor percibía que la congregación contenía la respiración colectiva, y disimuló otra sonrisa mientras prolongaba la pausa un poco más de lo estrictamente necesario. Quería que los acólitos se dieran cuenta de que todavía temían a los antiguos dioses, de que era difícil quitarse de encima las viejas costumbres.
Nunca se cansaba de contemplar el impacto que ejercían estas palabras sobre los Avergonzados. Tampoco dejaba de divertirle el modo en que era capaz de manipular sus emociones. En realidad, lo que decía Nom Anor no era mentira. Sí que había conocido a muchos Jedi en el ejercicio de sus funciones; aunque no como aliado de ellos. Lo habitual era que los Jedi fueran las víctimas de alguno de sus planes para traicionarlos y destruirlos, o que él estuviera haciendo lo que podía por sobrevivir cuando los planes salían mal.
Cuando el silencio fue tan tenso como un ligamento estirado, empezó a contarles la historia de Vua Rapuung, el Avergonzado que había encontrado la redención por los actos del Caballero Jedi llamado Anakin Solo. Todos habían oído ya aquella historia, naturalmente. Ninguno habría llegado hasta donde estaban si no hubiera sido capaz de repetir, al menos, un esbozo del relato, demostrando con ello que alguien más había tenido confianza en él. Pero aquella era la versión «oficial» que enseñaba el profeta. Contenía todos los detalles correctos, por su orden, y concordaba con los hechos conocidos. Transmitía el mensaje justo en el momento justo.
O, al menos, aquello pretendía Nom Anor. Como él* carecía de fe verdadera, sólo podía juzgarlo en función de las reacciones de los que acudían a oírle hablar. Le escuchaban arrebatados y se marchaban vivificados, fortalecidos para difundir el Mensaje. Todos ellos sabían que si se descubría que habían tenido algún tipo de relación con el profeta, sufrirían tormentos y la muerte; los custodios de los dioses antiguos eran celosos y no toleraban ninguna oposición a sus creencias.
Era difícil determinar cuánto se había extendido el conocimiento de la existencia de aquella secta. ¿Perdía Shimrra la concentración durante sus flagelaciones nocturnas, pensando en la extensión de aquel tumor? Nom Anor no podía menos de desear que así fuera.
—… y éste podría haber sido el fin de la herejía Jeedai, si no la hubieran presenciado los Avergonzados que observaban la batalla desde fuera, junto al damutek de los cuidadores. Estos difundieron el Mensaje; y, desde entonces, el Mensaje se sigue extendiendo de boca en boca entre nosotros y los que son como nosotros. Hay un camino, un camino que conduce a ser aceptados, y hay una nueva palabra de esperanza: Jeedai.
Al concluir el relato, Nom Anor hizo una pausa para tomar un trago de un bulbo de bebida que Shoon-mi le había dejado a su alcance antes de que entraran en la sala los acólitos. El final del relato era exactamente igual al que había oído él contar a I’pan. Lo contaba así para recordarse a sí mismo tanto el origen de la historia, como la suerte que había corrido I’pan. La muerte de I’pan a manos de una partida de guerreros que se habían presentado en busca de provisiones robadas (robos realizados por I’pan con Nom Anor para sacar adelante a su pequeña banda de proscritos) había galvanizado a Nom Anor, conduciéndolo a la acción. Si no hubiera tenido aquella motivación, quizá hubiera seguido viviendo en el anonimato, esperando a que se le acabara la suerte en vez de salir a buscarse la vida.
—Ahora, responderé a vuestras preguntas —dijo al cabo de un momento.
Siempre había preguntas.
—¿Creó Yun-Yuuzhan a los Jeedai? —fue la primera, gritada por una hembra que estaba cerca de la primera fila.
—Yun-Yuuzhan creó todas las cosas —respondió él—, incluso a los Jeedai. Estos forman parte de su plan, ni más ni menos que nosotros. Es probable que esto os confunda a muchos, pero debéis recordar que nunca debemos creer que conocemos todos los planes de Yun-Yuuzhan. Ante él, somos como gusanos ghazakl. ¿Sería capaz un gusano como ésos de entender hasta la tarea más sencilla que realizáis vosotros?
—Entonces, ¿son aspectos de Yun-Shuno? —preguntó en voz alta un varón desde el fondo.
—Como sucede con todos los seres, unos dioses se interesan más por algunos, y otros por otros. Los Jeedai gemelos, Jaina y Jacen Solo, suelen asociarse a los dioses gemelos Yun-Txiin y Yun-Q’aah. Jaina se asocia también a Yun-Harla, la Mentirosa. Y los Jeedai son guerreros disciplinados; por eso, cuentan con el favor de Yun-Yammka, el Aniquilador. Veneran la vida, como Yun-Ne’Shel, la Moldeadora. Enseñan el sacrificio propio para el bien de todos, como Yun-Yuuzhan. Y, sí, han sido intercesores de los Avergonzados, a la manera de Yun-Shuno.
»Pero, en esencia, son seres como nosotros. Ellos mismos no son dioses, como no lo es Shimrra. Son mortales; se les puede matar. Lo sé, porque los he visto morir con mis propios ojos. Hasta corren relatos acerca de Jeedai que siembran la destrucción en vez del el bien; por eso sabemos que deben de tener defectos, como nosotros. Lo que debemos seguir son sus enseñanzas, para que podamos ser fuertes como ellos, para que podamos ser aceptados como iguales una vez más.
—Yu’shaa, ¿qué es la Fuerza?
Nom Anor fingió reflexionar sobre esta pregunta antes de responderla. En realidad, había pensado mucho sobre el tema. Aunque había visto con sus propios ojos los efectos de la Fuerza, no la había llegado a entenderla. Sin embargo, a diferencia de sus antiguos jefes, se negaba a atribuir aquella falta de comprensión suya a alguna falta por parte de los Jedi. Aquello era absurdo. Sencillamente, no podía rehuir el hecho de que los Caballeros Jedi tenían acceso a algo a lo que, claramente, no podían acceder los yuuzhan vong.
Cuanto más lo pensaba, era peor. Si, como aseguraban los Jedi, los yuuzhan vong carecían, en efecto, de la fuerza vital mística o del campo de energía que llenaba (o que alimentaba) aquella galaxia que habían invadido, ¿significaba aquello, entonces, que los yuuzhan vong, y todas sus obras (y sus dioses) estaban tan vacíos y tan sin vida como las máquinas que ellos despreciaban?
Nom Anor veía dos soluciones posibles a aquel problema. La primera era abrazar las enseñanzas de los Jedi para aprender algo más acerca de lo que estaba mal, salvándose así, quizá, de una «no-vida» sin sentido. La segunda era descubrir, de alguna manera, indicios de que aquella Fuerza ubicua no estaba completamente vedada a los yuuzhan vong; de que en algún lugar dentro de ellos existía la misma chispa de vida que ardía en los Jedi.
En su respuesta a la pregunta procuraba presentar ambas soluciones dejando las dos sin resolver.
—La Fuerza es un aspecto de la creación, como lo son la materia y la energía. Puede que sea, incluso, un aspecto de la creación, del sacrificio primigenio que hizo salir todas las cosas de Yun-Yuuzhan. Nos han enseñado que Yun-Yuuzhan es la fuente de toda vida, que es el Sumo Señor que, a costa de un gran dolor, creó a los dioses inferiores y, en consecuencia, a los yuuzhan vong. Nosotros suponemos que lo que sacrificó fue su cuerpo, del mismo modo que sus seguidores puede sacrificar en su honor un brazo, o la vida de mil cautivos. Pero ¿por qué había de ser así? ¿Por qué limitar la entrega de Yun-Yuuzhan a lo que podemos ver y tocar? Así como el viento es invisible a nuestros ojos, existen en el universo muchas más cosas que podemos percibir con nuestros cuerpos físicos, y todas esas cosas proceden en última instancia de Yun-Yuuzhan. También la Fuerza forma parte de ello.
—Pero ¿qué es, exactamente?
Nom Anor negó con la cabeza.
—No puedo responder a esta pregunta, amigos míos, sencillamente porque no tengo la respuesta. En esta cuestión soy tan ignorante como vosotros. La Fuerza es un misterio que quizá nos esté cerrado para siempre. Lo único que podemos hacer es buscar a tientas eso que sabemos que falta, con la esperanza de que algún día lo encontremos por casualidad.
Nom Anor volvió a inclinarse hacia delante y redujo su voz a un susurro, para que los presentes tuvieran que escuchar sus palabras con atención.
—En mi búsqueda a tientas, he descubierto hasta ahora dos cosas que quiero que tengáis presentes. La primera es que nuestro camino no choca necesariamente con el camino de los Jeedai. No quiero decir, como han propuesto algunos, que sustituyamos a nuestros dioses por los Jeedai y la Fuerza, sino que ellos y nosotros somos profetas de un camino nuevo.
Hizo otra pausa, aunque no lo bastante larga como para dar tiempo a que alguien formulara otra pregunta.
—La segunda cosa no es más que una especulación, en realidad, pero yo os la propongo para que penséis sobre ella. He dicho antes que el sacrificio de Yun-Yuuzhan pudo ser de algo más que de su cuerpo; que pudo sacrificar cosas para que surgiera el universo, cosas que vosotros y yo no somos capaces de ver ni de percibir. Vemos aspectos suyos reflejados en todo lo que nos rodea. ¿No es posible, entonces, que la Fuerza, con todo su misterio y maravilla, sea lo que queda del alma de Yun-Yuuzhan?
Nom Anor se recostó en el trono, dejando que sus oyentes pensaran un momento en lo que acababa de decir. Él no sabía a ciencia cierta si aquello significaba algo o no, pero parecía que el público lo consideraba profundo.
Se permitió relajarse mientras los congregados reflexionaban sobre aquello. Aquéllas eran las preguntas más difíciles, y se alegraba de habérselas quitado de encima ya; pero también eran las que tenía mejor preparadas. Si los acólitos seguían las pautas habituales, las preguntas siguientes serían relativamente triviales.
—¿Quién eres tú, Yu’shaa? —preguntó un guerrero desfigurado, desde un lado de la sala.
Nom Anor desvió la pregunta a base de retórica, de manera muy parecida a como podía haber apartado a los insectos aturdidores con su anfibastón en otros tiempos.
—Soy uno de vosotros: un servidor anónimo, que sólo destaco por mi disposición a protestar contra los que quieren despreciarnos.
—¿De dónde has salido?
—Nací y me crié como vosotros, como todos vosotros, en una de las muchas mundonaves que cruzaban los abismos entre las galaxias, buscando la tierra prometida con la que soñaron nuestros antepasados.
Aquello era verdad, por supuesto, sólo que no era toda la verdad. Nom Anor había sido explorador avanzado y había llegado muchos años antes que el cuerpo principal de la emigración. Su misión había consistido en recoger información sobre las especies y los gobiernos de los mundos que tenían por delante. Había abierto el camino a otros agentes, explorando puntos de presión y sembrando la semilla de la discordia. Estas semillas habían dado como fruto rebeliones y contrarrebeliones que habían desestabilizado la Nueva República y habían agrandado las fisuras que habían conducido por fin a su hundimiento. Durante la guerra, había contribuido a establecer la Brigada de la Paz, que tanto daño había hecho a la causa Jedi, y había puesto en marcha otros muchos planes. Pero no tenía la menor intención de contar aquello a sus oyentes.
—¿Es mala la guerra? —preguntó uno desde la primera fila, con los ojos muy abiertos, sediento de respuestas.
Esta pregunta era de las difíciles. Que fueran pro Jedi no quería necesariamente que la galaxia no pudiera ser el nuevo hogar de los yuuzhan vong. No quería decir que estuviera mal combatir a la Alianza Galáctica, ya que ésta no estaba dirigida por los Jedi ni propugnaba expresamente los valores Jedi. Resultaba perfectamente razonable ser buenos pro Jedi y oponerse firmemente, al mismo tiempo, a cualquier idea de poner fin a la guerra.
Lo malo era que, según sospechaba Nom Anor, los yuuzhan vong estaban perdiendo la guerra. No confiaba en que Shimrra fuera capaz de resolver la situación. Se hacía cargo de la quiebra del régimen del Sumo Señor; conocía las mentiras, las traiciones, la búsqueda desesperada de un antídoto en forma del octavo córtex. Si no cambiaba bruscamente el rumbo o la suerte, la Alianza Galáctica vencería.
Los adoradores de Yun-Yammka, señor de las matanzas, no sabían lo que era una derrota. Sólo concebían vencer o morir. Si no se conseguía derrotar a la Alianza Galáctica, se llegaría inevitablemente a una guerra a muerte y a la destrucción de todo lo que significaba algo para Nom Anor. Su única esperanza, por tanto, era cambiar el rumbo de la guerra desde abajo, revolver las aguas para facilitar las cosas al enemigo. ¿Estarían más dispuestos a atacar los Jedi cuando tuvieran partidarios entre las filas de los yuuzhan vong? Él sospechaba que no. Eran guerreros, pero también tenían la debilidad de la compasión.
—La guerra es una aberración —dijo, presentando su respuesta habitual ante preguntas de este tipo—. Es una mentira. No deberíamos haber combatido nunca a los Jeedai, ya que ellos son los únicos que alzarán la voz por los que no tenemos voz, por los que son como nosotros. Tampoco deberíamos combatir a los que llaman aliados suyos a los Jeedai, pues los Jeedai, por sí solos, no se bastan para destruir al Sumo Señor. Deberíamos combatir a aquellos que enfrentan a igual contra igual, a los que recurren al miedo y a la traición para tener a raya a los desvalidos, ¡a los que estarían dispuestos a derrocar al propio Yun-Yuuzhan para saciar su codicia! Nunca es malo luchar por lo que es nuestro, pero debéis aseguraros de luchar con motivos justos. Tened claro quién es vuestro enemigo. Es la Vergüenza. Pero, juntos, como la hierba, podemos poner fin a esta Vergüenza para siempre.
El público reaccionó con entusiasmo a sus palabras, y esta vez Nom Anor sí sonrió. Ya eran suyos; harían cualquier cosa por él. Les había enseñado la soga, y ellos se la habían puesto al cuello voluntariamente y de buena gana.
—¿Qué hacemos ahora, profeta?
Nom Anor buscó con la vista al que le había hecho la pregunta, y reconoció en él al que tenía aquel brazo tan podrido. Los globos oculares del acólito tenía un color azul oscuro e intenso, y casi se les veía palpitar a simple vista. Nom Anor había visto muchas veces una mirada como aquella, antes y después de haber creado la secta. Para algunos, la fe era mucho más que una orientación en la vida: se convertía en la vida misma. Pensó que aquello era comprensible, ya que tenían muy poco más por lo que vivir.
—Sois de los primeros que recibís el Mensaje —dijo, dirigiéndose a todos los reunidos en la sala—. Ahora, vuestro deber es transmitirlo a otros para que también ellos lleguen a entenderlo. Algunos de estos otros pueden optar por venir aquí en persona para recibir más enseñanzas, para convertirse ellos mismos en mensajeros, a su vez. El Mensaje se extenderá como una inundación que lavará nuestra Vergüenza.
Un murmullo de aprobación recorrió la asamblea, acompañado de gestos de afirmación de muchas cabezas.
—Habrá, claro está, quienes oirán el Mensaje pero no harán nada con él —prosiguió Nom Anor—. Lo guardarían en sus corazones, ocultándoselo a otros como si fuera alguna espora rara que hubieran encontrado. Hacia esos individuos sólo puedo sentir compasión. El Mensaje sólo puede tener valor si se hace oír… pues éste es su fin, sólo éste. Oír el Mensaje y quedarte callado después, es semejante a aprobar el modo en que te han tratado; es como dar la razón al enemigo…
Lo dejó así, y soltó después un suspiro. Había llegado el momento de poner fin a la audiencia. Ya había dicho todo lo que tenía que decir.
—Amigos míos, temo por todos vosotros. Aunque tenemos la razón de nuestra parte, todavía somos como unas criaturas recién nacidas que debemos afrontar la hostilidad a cada paso. Si llega a los rangos superiores la noticia de nuestra existencia y de nuestras identidades, nos perseguirán y nos matarán a todos los que hemos participado en esto. Por eso os pido que toméis todas las precauciones posibles cuando difundáis el mensaje y reclutéis a los demás para nuestra causa. Un susurro se hace oír, pero un grito es acallado con toda seguridad. Venceremos a base de paciencia y de perseverancia. ¡Ahora os pido que vayáis en paz, con la fuerza y el conocimiento de que el espíritu de la libertad está con nosotros!
Nom Anor se puso de pie y abrió los brazos, como para abrazarlos a todos. Ante esta señal, se abrieron las puertas del fondo del sótano para que pudieran salir los acólitos recién reclutados. Los despidió con una sonrisa bondadosa, irradiando confianza y buena voluntad. Había cambiado mucho su modo de tratar a los inferiores. En otra época los habría despedido a todos con maldiciones y amenazas, basando su lealtad en el miedo. Pero aquello no daría resultado con los Avergonzados. Si los amenazaba con castigos, no haría más que demostrar que no era distinto del resto de sus amos. Si aquel disfraz le había enseñado alguna cosa, era que cuando el miedo era una forma de vida y no quedaba nada que perder, el único incentivo que quedaba era el premio.
Cuando se hubieron marchado, volvió a dejarse caer en el trono. «Id en paz, con el conocimiento de que sois los instrumentos de mi autoridad, y los medios por los que alcanzaré la gloria que merezco…».
—¿Buen público, Yu’shaa?
Levantó la vista. Había entrado en la sala el guerrero Avergonzado Kunra, que le hacía de guardaespaldas y a veces de voz de la conciencia, seguido de cerca por el seguidor más fiel de Nom Anor, Shoon-mi Esh. Shoon-mi llevaba túnica de sacerdote, aunque sin los símbolos de ninguna de las deidades de los yuuzhan vong. Kunra no llevaba armadura, lo que delataba la cobardía que le había hecho caer en desgracia. Nom Anor, que conocía sus verdaderos caracteres, pensaba que eran un séquito lamentable para cualquier aspirante a revolucionario; pero tenía que reconocer que los conversos les respondían bien.
—Nada especial —dijo con su voz ruda habitual. Con aquellos dos no le hacía falta soltar perorar—. Lo que ganamos en cantidad lo perdemos en calidad. Un par de ellos daban la impresión de estar a punto de morirse allí mismo.
—Mis disculpas, Maestro —dijo Shoon-mi, haciendo gestos serviles con sus manos retorcidas—. Me pareció que no tenía derecho a cerrar el paso a ningún necesitado.
—Pronto tendrás que hacerlo, Shoon-mi.
Por debajo de su cansancio y de su irritación, Nom Anor sentía una firme satisfacción ante el modo en que crecía el movimiento. Cada día acudían a su puerta nuevos penitentes que buscaban la verdad del Mensaje que se difundía en Yuuzhan’tar.
—Quizá sea ya hora de empezar a formar a los Selectos. ¿Tienes la lista?
Shoon-mi asintió vigorosamente con la cabeza, con ansia de agradar.
—He identificado a diecisiete que cumplen las condiciones.
—Leales, sin ser ciegos —dijo Nom Anor, repasando los requisitos que debían cumplir los escogidos—. Listos, pero sin ser demasiado inteligentes, ¿verdad?
—Sí, Maestro.
—Entonces, llámalos a mi presencia —dijo Nom Anor. Echó una mirada a su entorno—. Cuanto antes mejor, pues estoy cansado de la peste que hay aquí abajo.
Shoon-mi inclinó la cabeza.
—Estarán contigo mañana, Maestro —dijo, y se dispuso a retirarse.
Antes de que hubiera llegado a dar cinco pasos, Nom Anor le llamó.
—Shoon-mi… —le dijo en voz alta. El Avergonzado se detuvo y se volvió hacia él—. No podría haber hecho esto sin ti. Quiero que lo sepas.
El acólito de mayor rango de Nom Anor sonrió con orgullo, y corrió a cumplir su deber. El profeta autoproclamado contuvo un impulso de irritación. Aunque en parte hubiera querido matar a aquel tonto de Shoon-mi cuando había tenido ocasión, tenía que reconocer que resultaba útil. Era trabajador y rico en recursos, y Nom Anor consideraba que debía matarlo por consideración hacia Niiriit, hermana de Shoon-mi, que había sido uno de los primeros creyentes verdaderos en el Mensaje. Estaba seguro de que, si intentaba hacerlo, Kunra se lo recordaría.
Pero aquello no era lo más irritante. A Nom Anor se le atragantaba como una espina en la garganta la disposición de Shoon-mi a trabajar sin más pago que sus alabanzas.
El guerrero lo observaba en silencio, de pie junto a la puerta. Nom Anor ya conocía a Kunra lo suficiente como para darse cuenta de que tenía algo en la cabeza.
—¿Qué pasa?
—Será mejor que lo veas tú mismo.
Kunra se volvió y salió por la puerta principal de la sala a la antecámara. De allí condujo a Nom Anor por un corto pasillo hasta la celda pequeña en la que dormía Kunra. Allí estaba tendida, inmovilizada con gelatina de blorash, una hembra vestida con harapos. Tenía una gran contusión en una mejilla, pero tenía los ojos abiertos y llenos de desafío.
—Llevaba esto —dijo Kunra, presentando a Nom Anor los restos de una criatura pequeña, semejante a una larva. Su concha coriácea había sido aplastada, y apenas habría resultado reconocible si no fuera porque Nom Anor ya había visto muchas veces otras cosas como aquellas. Era un villip.
Evidentemente, la hembra había intentado meterlo en la reunión para que la persona que estaba al otro lado pudiera ver al profeta en acción. Aquello no era necesariamente siniestro de por sí; algunos acólitos ya habían intentado difundir el Mensaje por medio de villip, o eso decían ellos. Pero Nom Anor sabía que no podía permitirse correr aquel riesgo.
—¿Lo sabe Shoon-mi? —dijo, sin dejar de clavar la vista en la hembra.
—No. Procuro revisar a todos los acólitos antes de que lleguen ante él. Ésta llegó sola, y la quité de en medio antes de que él pudiera sospechar nada.
Nom Anor asintió con la cabeza con aprobación. Aquello simplificaba mucho las cosas.
—Quiero el nombre de la persona que tiene el villip maestro de ésta —dijo fríamente—. De paso, entérate de cuánto sabe de nosotros… sácale la información como haga falta. Después, mátala.
Kunra no discutió.
—Entiendo.
La hembra empezó a forcejear; la mordaza que llevaba en la boca acallaba sus protestas. Nom Anor no le hizo caso.
—Explicaré a Shoon-mi que tenemos que cambiar de sitio una vez más.
—No le gustará.
Nom Anor se volvió hacia Kunra.
—Estoy seguro que prefiere eso a morir.
Se volvió sin echar otra mirada a la prisionera, y se alejó.