4: Máscaras de carne

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Máscaras de carne

Malus estuvo rodeado de voces durante días; salmodiaban y susurraban palabras que provocaban vibraciones en el aire que lo rodeaba. Siluetas borrosas oscilaban y hacían gestos ante sus ojos velados. A veces, en plena noche, unas figuras se precipitaban en su campo visual, emitiendo sonidos agudos que casi reconocía, y al marcharse le dejaban una sensación de comezón dolorosa en la piel.

Lo atendían sirvientes de suaves manos perfumadas que le quitaban las vendas capa a capa. Poco a poco fue saliendo del sufrimiento como un dragón de un huevo cuya concha se desgastaba inexorablemente a medida que la piel y los músculos se rehacían y las fuerzas volvían a su cuerpo.

A cada día que pasaba percibía más cosas del mundo a través de las vendas, y según éstas iban disminuyendo, comenzó a captar detalles de los acólitos que ejecutaban los rituales de curación. Aunque no entendía la lengua arcana que hablaban, sus voces se individualizaron y se hicieron familiares. Todos eran nobles druchii, tanto mujeres como hombres, y siempre salmodiaban en grupos de seis. Nagaira presidía todos los rituales; su voz dirigía, y las otras respondían en coro discordante. Cada vez que se llevaba a cabo un ritual, Malus sentía que Tz’arkan reaccionaba deslizándose contra su caja torácica y susurrando de blasfemo placer.

Los rituales seguían una pauta que Malus acabó por discernir: una vez, una hora antes de la salida del sol, y otra, una hora después de la puesta, con dos rituales cortos al salir y ponerse la luna. De este modo, calculó que hacía al menos cinco días que era huésped de su hermana. El hecho de que ella no le hubiese clavado un cuchillo en un ojo ni hubiese convertido su cráneo en taza mortificaba sobremanera al noble.

Había sido Nagaira quien lo había engañado para que emprendiera el mortal viaje a los Desiertos; la que se había embarcado en un elaborado plan para ponerlo en contra de su hermano Urial a causa de una ofensa trivial. Porque él la había abandonado sin previo aviso el verano anterior, para poner en práctica un audaz plan destinado a mejorar su fortuna mediante una improvisada incursión con el fin de capturar esclavos, ella había decidido vengarse. Había desdeñado los avances de su hermano menor, Urial, y lo había atribuido claramente a la devoción que sentía por Malus. El resultado había sido que le tendieran una astuta emboscada en el exterior de Ciar Karond, la cual le había costado todos los esclavos que tan afanosamente había capturado durante el verano y lo había enemistado mortalmente con los inversores. Con los enemigos cerrando el círculo en torno a él al olfatear la sangre, y los asesinos del templo de Khaine juramentados para matarlo, había resultado demasiado fácil seducirlo con el cuento de un templo oculto y un poder antiguo perdidos en los Desiertos.

Casi cuatro decenas de druchii —varios de ellos guardias de la propia Nagaira—, y un número de esclavos más de diez veces superior, habían perecido a causa de un desaire imaginario. La relación de Malus con su media hermana nunca había sido más que una serie de breves aventuras, a menudo violentas, así que le resultaba muy difícil entender por qué se había sentido tan afrentada. Y no era que una noble necesitara jamás una razón de peso para entrar en un despreciable juego de venganza. Las mujeres druchii eran ampliamente consideradas como el más mortífero de los sexos cuando se trataba de prolongadas guerras de rencor. Al disponer de menos opciones para ejercitar su deseo de violencia, tenían tiempo de sobra para meditar elaboradas intrigas sanguinarias.

Al sexto día, la rutina cambió. Lo despertaron los salmodiados gritos del ritual matutino, y luego del ritual vespertino. Para entonces, sólo una fina capa de tela envolvía su cuerpo, la cual estaba acartonada por fluidos corporales secos y ungüentos curativos. Sus ojos reaccionaban bien al cambiante resplandor de las luces brujas, y podía distinguir las figuras que rodeaban el féretro sobre el que yacía. Todos los acólitos vestían ropones de varias capas de lana negra, con abundancia de símbolos pintados; la escritura era angulosa y puntiaguda. Llevaban la cabeza cubierta por voluminosas capuchas que ocultaban los rostros en la oscuridad. El noble no tenía duda alguna de que se debía a algo más que mera afectación; cualquiera de ellos que fuese sorprendido por uno de los agentes del Rey Brujo practicando la brujería no vería condenadas sólo su posición y propiedades, sino también su mismísima alma.

Cuando llegó el momento del ritual de la salida de la luna, Malus observó que cinco acólitos entraban en la habitación y rodeaban el féretro formando un círculo perfecto. El noble sintió que el demonio se removía, expectante, cuando los acólitos levantaron los brazos y comenzaron la salmodia. Era algún tipo de invocación; Malus ya había oído muchas veces la forma general del ritual. La salmodia continuó durante cierto tiempo, más de lo que Malus había esperado. Entonces, al llegar a su punto culminante, apareció a la vista otra figura.

Era una esclava elfa, ataviada sólo con un vestido de algodón fino. Su dorado cabello había sido cuidadosamente lavado y recogido hacia atrás para dejar a la vista un grácil cuello de cisne. Una tiara de acero brillaba mortecinamente en su frente, y en el rostro perfecto había una expresión fija, entre el éxtasis y el horror. Detrás de la esclava apareció Nagaira, que avanzaba en silencio, ataviada con pesados ropones y un peto de piel humana curtida, decorado con piedras preciosas. Los zafiros reflejaban la luz y trazaban dibujos en espiral que atraían los ojos de Malus. A diferencia de sus acólitos, Nagaira llevaba el rostro descubierto, tenía los ojos brillantes y la cabeza alta.

La salmodia de los acólitos cambió a una lenta respiración susurrante, como el sonido del mar o el rumor de la sangre dentro de las arterias y las venas. Avanzando como si estuviera en trance, la esclava subió al féretro, y lenta, ligeramente, se situó sobre él. Pesaba poco más que una vara de sauce, y las acartonadas sábanas crujieron suavemente como hielo quebradizo cuando montó sobre el cuerpo del noble. Los ojos de Malus se entrecerraron con admiración…, y entonces la esclava alzó una daga en forma de hoz que llevaba en una mano. Los ojos de la elfa se salieron de las órbitas mientras observaba con horror cómo su propia mano se movía lenta y deliberadamente y pasaba el afilado borde interior de la hoja por su propio cuello.

Grandes gotas de sangre caliente cayeron sobre la sábana como lluvia, derramándose como constelaciones ante los ojos del noble. Primero lentamente, luego con mayor rapidez, la lluvia roja empapó la tela y ésta se adhirió como si fuera una membrana a la piel de Malus. La tela empapada se encogió contra la piel de su rostro y se tensó sobre la boca y la nariz. Las fosas nasales se le llenaron con el amargo sabor de la sangre, y comenzó a debatirse, obligando a los brazos a moverse y retirar la tela pegajosa. El tejido resistió un segundo, pero luego se desgarró como gasa y se despegó de su cuerpo. Se oyó un último susurro gorgoteante, la esclava cayó del féretro y la daga repiqueteó sobre las losas de piedra. Con un gemido de dolor, Malus se incorporó; regueros de sangre fresca recorrían la cara y el pecho desnudos.

—Álzate, terrorífico wyrm —dijo Nagaira, cuyos ojos destellaban lascivamente. Todos los acólitos cayeron de rodillas a un tiempo y se pusieron a gritar en su lengua arcana—. Desplega las alas y sacia la sed con la sangre de los inocentes.

Él noble se encontró en una pequeña sala de forma hexagonal. Dentro de un racimo de lámparas relumbraba luz bruja justo encima de él, y las paredes de mármol negro de la estancia tenían talladas centenares de runas arcanas recubiertas con polvo de plata que las hacía brillar en un tono verde pálido. El suelo que rodeaba el féretro tenía igualmente tallados intrincados dibujos de líneas y círculos, cuyos destellantes contornos quedaban ocultos por charcos de sangre. Malus se limpió la cara con el dorso de una mano para retirar los fluidos vitales de la elfa.

—Si había magia en tu sacrificio, dulce hermana, lamento que no haya logrado tocarme.

La bruja druchii rió.

—Su muerte no tuvo nada que ver con el ritual, que concluyó al caer la noche. Pero han sido casi dos semanas de afanes sobre tu destrozado cuerpecillo, y yo necesitaba derramar un poco de sangre. —Se inclinó hacia adelante y tocó con un pálido dedo una de las gotas rojas que manchaban el féretro, para luego llevárselo a la lengua—. Era doncella, ¿sabes? Una princesa, supuestamente, de Tor Yvresse. No tienes ni idea de lo mucho que ha costado.

Tz’arkan se retorció debajo de las costillas del noble.

—¡Vaya si es buena! ¡Ojalá hubiese ido ella al norte, y no tú, pequeño Darkblade. ¡Qué sabroso premio habría sido!

Malus le hizo poco caso al demonio.

—¿Dos semanas? Calculaba que hacía sólo seis días que estaba aquí.

Nagaira negó con la cabeza.

—Estuviste al borde de la muerte durante muchos días, dulce hermano. Confieso que hubo momentos en los que no estuve segura de que ni siquiera mi destreza pudiera traerte de vuelta. Pero eso ya pertenece al pasado.

Una sonrisa lobuna danzó en su rostro cuando rodeó el féretro. Nagaira era la más baja de los seis hijos de Lurhan, apenas llegaba a la altura de los ojos de Malus. Tenía un cuerpo más blando y curvilíneo que el del resto de los delgados vástagos del vaulkhar, pero su rostro era en todo el mismo que el del temible padre, con nariz afilada y una mirada negra que podía cortar como un cuchillo cuando ella quería. Avanzó hasta Malus y cogió los restos de la sábana manchada de sangre con sus fuertes manos. La tela se rasgó con facilidad cuando ella la arrojó con indiferencia a un lado.

—Me he tomado grandes molestias para restablecer tu vitalidad, hermano —dijo—. Estoy deseando ver los resultados de mi experta obra. —La bruja se puso de puntillas y le dio un leve beso en los labios—. Frío como siempre —declaró con una ancha sonrisa—. Y con sabor a campo de batalla.

Nagaira chasqueó los dedos y un esclavo salió de las sombras cercanas a una de las paredes de la sala. El humano sujetaba con ambas manos una copa brillante, llena hasta el borde, y se la ofreció a Malus. La copa tenía un pie de plata en forma de cola de nauglir. El cráneo que contenía el oscuro vino había sido recientemente hervido y aún retenía el lustre de aceite fino. Le habían aserrado limpiamente la parte superior para dejar un borde redondeado por el que beber; era, claramente, una obra de artesanía superior.

—¿Qué es esto? —preguntó Malus.

—Un regalo que te hago para darte la bienvenida a casa. Bebes en el cráneo de un acólito del templo que intentó matarte mientras estabas convaleciente aquí. Fue tan estúpido que pensó que el sigilo y el acero plateado bastarían para moverse por mi casa.

—Reza para que no tuviera compañeros como los que me derribaron en el barrio de los Esclavistas. Si llevan al templo la noticia de tu práctica de la brujería, tendrás que enfrentarte con la cólera del Rey Brujo.

Nagaira se encogió de hombros.

—Si no vino aquí solo, sus compañeros permanecieron fuera de las protecciones de mi torre. Si las hubiesen atravesado, yo o mis compañeros —señaló a las figuras ataviadas con ropones— lo habríamos sabido.

Malus bebió abundante vino. Era espeso y dulce, adecuado para la mesa de un comerciante. El noble hizo una mueca. Nagaira tenía muchos poderes terribles a sus órdenes, pero su gusto continuaba siendo pésimo en lo relativo al vino.

—Parece que has hecho grandes gastos por mí —dijo él, al fin—. Una generosidad semejante es asombrosa… si se considera que nos enviaste a mí y a seis de tus propios hombres a morir en el remoto norte.

La sonrisa de Nagaira se volvió fría, y a sus ojos afloró una expresión calculadora.

—Dejadnos solos —ordenó en un tono de gélida autoridad.

Los acólitos se pusieron de pie y se deslizaron en silencio fuera de la habitación, seguidos por el esclavo.

—¿Así que ahora tienes acólitos, hermana? —comentó Malus con una ceja alzada—. ¿Cuándo abandonaste la pose de erudita y te consideraste una bruja de hecho y derecho? Nuestro padre ha estado haciendo la vista gorda con tus estudios durante demasiado tiempo, y eso te ha vuelto temeraria.

—Esos lisonjeros estudiantes pertenecen a algunas de las más poderosas casas de Hag Graef —fue la simple respuesta de ella—. No te preocupes por Lurhan, ni siquiera por el drachau… Mi influencia en esta ciudad es mucho más grande de lo que tú sabes. Hay muchos más que estos cinco, dulce hermano, y todos se consagran a su devoción en secreto. De hecho, haberlos convocado aquí para que colaboraran en estos rituales constituye un honor mucho más grande del que imaginas.

El noble gruñó desde lo más profundo.

—Un honor que, sin duda, tiene un precio elevado.

Tz’arkan rió entre dientes, y una resonancia aceitosa repercutió dentro del pecho del noble.

—Estás aprendiendo, Malus. Es buena cosa.

—Pienso en ello como una inversión, hermana. Tú y yo tenemos asuntos pendientes.

—¿Ah, sí? ¿Y qué asuntos podrían ser?

Nagaira rió, aunque la risa contenía poca alegría.

—No seas estúpido. Acordamos que compartiríamos lo que trajeras de los Desiertos. Ahora has regresado y sé que no lo has hecho con las manos vacías, porque mis agentes han encontrado a tu gélido bien atendido debajo de La Casa de Latón. La gran bestia hace guardia sobre una fortuna de monedas y gemas, pero esas cosas me importan muy poco. ¿Qué más encontraste en el templo oculto?

Malus la miró a los ojos, cuyas profundidades intentó sondear. ¿Hablaba en serio? ¿Acaso en sus planes había habido algo más que simple venganza? «De ser así, me puso sobre la pista del templo porque ya tenía una idea de lo que había en él», pensó Malus. Pero ¿cuánto sabía y cuánto, simplemente, sospechaba? No obstante, no había secretos que aguardaran a ser leídos en los negros ojos de la bruja; era como intentar sondear las profundidades de la mismísima Oscuridad Exterior.

—Encontré un demonio —dijo simplemente. Los ojos de Nagaira se abrieron más.

—¡Tz’arkan! —jadeó.

Malus sintió que el demonio ascendía en su interior y presionaba contra su pecho al oír que lo nombraban. Los dedos del noble se curvaron en forma de garras. Le estaba costando respirar.

—Así que… lo sabías… desde el principio —dijo entrecortadamente. Se preguntó si su hermana comprendía lo cerca que estaba de morir en ese mismo momento.

—Lo… sospechaba —replicó ella al mismo tiempo que se humedecía los labios. De repente, el aplomo la había abandonado—. Después de mirar con detenimiento el cráneo que había en la torre de Urial, pude centrar las investigaciones mientras tú estabas ausente. ¡Hay numerosas referencias al demonio en mi biblioteca, pero apenas me atrevía a esperar que hubiésemos descubierto su mismísima prisión! —De repente, se quedó inmóvil y estudió con atención la cara de Malus—. ¿Viste al gran príncipe? ¿Te habló?

Malus vaciló. En su interior, el demonio guardaba silencio.

—Vi la prisión en la que reside. Es un gran cristal, más alto que dos hombres y más ancho que el tronco de un roble viejo. Mi espada no hizo mella en él, por muy fuerte que lo golpeé.

—No, por supuesto que no —replicó Nagaira mientras una expresión remota afloraba a su rostro. De pronto, era una vez más la erudita de lo arcano—. El tomo de AVkhasur dice que el gran príncipe fue encerrado en un diamante negro en bruto nacido de la energía pura del propio Caos. Hay brujos que derramarían la sangre de naciones enteras sólo para poseer un fragmento de esa piedra, mucho más el grandioso poder que tiene encerrado dentro. Ninguna otra cosa podría contener al Bebedor de Mundos.

Tz’arkan se hinchó y, de pronto, Malus sintió que el corazón comenzaba a latirle de modo espasmódico. Se apoyó contra el féretro para no caer, con los dientes apretados.

—Lista, druchii lista. Hace mucho tiempo que no oigo ese nombre. ¡Ah, qué buena es! ¡Cómo me encantaría poseerla!

—Adelante…, sin… cumplidos —jadeó Malus. Nagaira malinterpretó la frase.

—La piedra es invaluable, muy cierto, pero no es nada comparada con el poder que tiene dentro. ¿Te bendijo el gran príncipe con su favor? ¿Qué te dijo?

—Que desea quedar en libertad —replicó Malus—. ¿Qué otra cosa podía haberme dicho?

La bruja se inclinó más hacia él.

—¿Te dijo cómo?

De repente, el demonio se retiró y se encogió dentro del pecho del noble para enroscarse apretadamente en torno al corazón.

—Responde con cuidado, Malus —le advirtió el demonio—. Responde con mucho cuidado, de verdad.

—Hay un cierto número de objetos que el demonio quiere que encuentre —replicó, cauteloso—. Unidos, abrirán su prisión y lo devolverán al mar de las almas.

Nagaira bufó.

—¿Devolverlo? Di, más bien, dejarlo suelto sobre la faz de la creación —dijo—. Nada le gustaría más al Bebedor de Mundos. Dime, ¿qué objetos son ésos?

El noble sonrió.

—¡Ah, dulce hermana!, ¿es que no te he dado ya lo bastante?

—Yo te arrebaté de las garras de la muerte, hermano —le advirtió Nagaira—. Según lo veo yo, el balance de la deuda aún está a mi favor.

Malus alzó las manos.

—Una tregua, entonces. Te daré el nombre de una de las reliquias. ¿Conoces un objeto llamado ídolo de Kolkuth?

Nagaira frunció el ceño, y sus negras cejas se arrugaron con expresión pensativa.

—He visto ese nombre… en alguna parte.

—Nada de juegos, hermana —siseó Malus.

—¿Tienes alguna idea de cuántos libros tengo en mi sanctasanctórum? —contestó Nagaira—. ¿Cuántos pergaminos y tablillas? Leí ese nombre en alguna parte, pero ahora mismo no sé dónde. —Le dedicó una ancha sonrisa—. Pero dame tiempo. Lo encontraré.

—Tiempo no es algo de lo que disponga en abundancia —replicó el noble—. El demonio me advirtió que dispongo de un solo año para conseguir los objetos, o la empresa fracasará.

La bruja ladeó la cabeza con aire interrogativo.

—¿Y por qué iba a decirte eso? ¿Qué tiene que ver un año con nada de todo esto?

—¿Acaso soy un brujo, hermana? ¿Cómo quieres que lo sepa? El demonio dijo que disponía de un año, no más. Y ya he dedicado casi tres meses a regresar a Hag Graef. Así pues, como ves, el tiempo es de vital importancia.

Nagaira suspiró.

—Bueno, si el tiempo de que disponemos es tan breve, tendría mucho más sentido investigar todos los objetos a la vez.

—¿Estoy equivocado, o tú no deseas compartir ese poder? Si yo no puedo obtenerlo, tampoco lo harás tú, y tendrás el nombre de una sola reliquia por vez. No intentes regatear conmigo como una pescadera.

La voz de la bruja se volvió fría.

—Podría simplemente estrujarte para sacártelo de dentro como si fueras un trapo empapado en sangre.

El noble sonrió.

—¿Después de todos los afanes que has pasado para restablecerme, dulce hermana? ¡Qué desperdicio!

Ella lo miró con ferocidad durante un momento, y luego echó la cabeza atrás y rió.

—¡Ah, cuánto te he echado de menos, querido hermano! —dijo—. Nadie me veja más dulcemente que tú. De hecho, te complacerá saber que he preparado una gran celebración en tu honor.

—¿Una celebración? —preguntó Malus, como si no estuviera familiarizado con la palabra.

—¡Sí, ya lo creo! Un gran festín de vino y carne, de polvos, especias y dulce sangre. Entonces, verás hasta dónde llegan mis contactos; muchos de mis aliados están ansiosos por conocerte, y podrías obtener gran rédito de relaciones semejantes. Me figuro que saborearás un poquitín del poder que sé que has ansiado durante toda tu vida.

—¿Y cuántos devotos del templo lograrán entrar en la celebración e intentarán clavarme cuchillos en la garganta?

—Deja que vayan —replicó la bruja con una sonrisa presumida, mientras daba golpecitos en el borde de la copa de Malus con una larga uña—. Me vendrían bien unas cuantas copas más para los invitados. —Sus ojos se abrieron más—. Y hablando de festejos, tengo otro regalo para ti.

Metió una mano dentro de la manga contraria del ropón, y sacó un paquete cuidadosamente envuelto, un poco más grande que su mano.

—Debería escandalizarme por la manera en que te prodigo cosas costosas —dijo mientras depositaba el paquete sobre el féretro y lo desenvolvía cuidadosamente—. Todos los invitados a la fiesta llevarán una de éstas —añadió mientras alzaba el objeto hacia la luz bruja—. Creo que te quedará bien.

Malus tendió una mano y cogió el objeto que ella le ofrecía. Un diestro artesano había usado cuchillos muy afilados para retirar la parte superior de la cara de un druchii y separarla de los músculos. La piel había sido luego montada sobre un molde y curtida con cuidado para que recuperara la forma original, y después había sido decorada con lo que parecían intrincados tatuajes. Era una máscara exquisita; los tatuajes formaban la imagen de los ojos y el hocico de un dragón.

—Máscaras sobre máscaras —dijo el noble mientras se colocaba la piel curtida sobre el rostro. Se le ajustaba perfectamente.