11
Puertas de los muertos
Estaba perdido.
Ante él había una puerta de madera negra con un tirador de plata en forma de burlona cara de demonio. La abrió y al otro lado vio una sala hexagonal. Del centro de ésta partían cuatro escaleras que ascendían por el aire en cuatro direcciones diferentes.
«Lo mismo, es todo lo mismo, es todo lo mismo…», le resonó su propia voz dentro de la cabeza. Cerró la puerta.
Detrás de él se oyó un rugido. Entonces, sonaba más cerca que antes.
—¿Antes? ¿Cuándo?
El rugido volvió a resonar, ya mucho más cercano. Abrió la puerta de golpe y encontró una escalera que descendía hacia la oscuridad.
Se oyeron pasos, pesados pasos que golpeaban como los latidos de un corazón bestial: «Bum-bum, bum-bum, bum-bum…»
Corrió escaleras abajo para huir del sonido de los pasos.
La escalera describió un giro brusco, se enderezó y luego volvió a girar en el sentido contrario. Atravesó corriendo una arcada… y se encontró bajando por unos escalones colgados en el vacío que descendían hasta la sala hexagonal. Otras tres escaleras ascendían desde la habitación en tres direcciones diferentes.
En una de las paredes había una puerta de madera negra. Cuando llegaba al pie de la escalera, la puerta se estremeció bajo un potente golpe. Un rugido atronó al otro lado de la madera rajada.
Malus despertó con un grito y se sentó de golpe en medio de un enredo de sábanas, al mismo tiempo que manoteaba a oscuras en busca de la espada. Cuando su mano se cerró sobre la empuñadura del arma, que estaba apoyada junto al lecho, se dio cuenta de que había estado soñando y se dejó caer sobre el colchón con un tembloroso suspiro. La herida de la frente le latía al ritmo del acelerado corazón, y las costras del lado derecho de la cara le causaron escozor en la mejilla, que se tensó en una mueca de cansancio.
La pálida luz lunar, de color azul plateado, entraba oblicuamente por los cristales de la ventana del dormitorio. El cielo nocturno estaba claro de un modo antinatural, sin una sola nube. Malus no recordaba la última vez que había visto algo así; la nubosidad siempre era espesa en la Tierra Fría, en especial durante los últimos meses del invierno. Se preguntó si tendría algo que ver con el incendio de la noche anterior, o con la hechicería empleada para apagarlo. Todo parecía extraño, como alterado.
Con un gemido, Malus volvió a incorporarse y se levantó de la cama, tembloroso. Se movía con dificultad porque tenía agujetas en los músculos de la espalda, los hombros y las caderas, que le causaban dolor a cada paso. En verdad, se sentía mejor que cuando había entrado a tropezones en su torre, después de la entrevista con el drachau. Presa del delirio a causa de la fatiga y la pérdida de sangre, había deambulado por la fortaleza durante más de una hora antes de tropezar, finalmente, contra las negras puertas de roble de la base de su torre. Pensándolo bien, no recordaba cómo había entrado. Una imagen le vino a la mente: había caído hacia el interior cuando una de las puertas se había abierto; también había oído un grito de sorpresa de Silar, pero poco más.
Malus avanzó con paso tambaleante hasta la gran mesa circular que dominaba un rincón del dormitorio. Entre los desordenados montones de objetos había una bandeja con una botella y una copa. Junto a la bandeja descansaba El tomo de Ak’zhaal. El noble cogió la botella y le quitó el corcho con los clientes, para luego escupirlo hacia la esquina más cercana. Bebió un largo trago sin apenas saborearlo y abrió el libro al azar.
«… Piedra erigió sobre piedra, alzadas con brujería y demencia, para construir Eradorius una torre que superara el paso de los años…»
Se oyó un golpe suave en la puerta. Malus frunció el entrecejo, pensando otra vez en la espada que había junto al lecho. Se recordó que, al desaparecer Nagaira, la deuda de sangre con el templo había quedado sin efecto, y se obligó a relajarse.
—Adelante —dijo.
La puerta rechinó al abrirse —pocos nobles gustaban de los goznes engrasados en las estancias donde dormían—, y uno de sus guardias entró en el dormitorio. Pasó un momento antes de que Malus reconociera la cara con cicatrices de Hauclir. El antiguo capitán de la guardia de la ciudad tenía unos cuantos cortes más en la cara a causa de la reciente batalla, entre los que había una herida espectacular que corría en diagonal desde la frente, atravesaba la nariz y descendía hasta el mentón.
—¿Tienes por costumbre bloquear con la cara la espada del oponente, Hauclir? —dijo Malus a modo de saludo.
—Si la táctica es lo bastante buena para mi señor y dueño, también es lo bastante buena para mí —replicó Hauclir, inmutable—. Perdona la interrupción, mi señor, pero tu hermano Urial está aquí. Insiste en hablar de inmediato contigo, a pesar de lo indecente de la hora.
—¿Qué hora es?
—La hora del lobo, mi señor.
—Madre de la Noche —maldijo Malus, y bebió otro trago para darse fuerzas—. Ese hombre es realmente un monstruo. Tráeme un ropón y hazlo pasar.
Hauclir recorrió la habitación con una rápida mirada, se encaminó a los pies de la cama y recogió un ropón que yacía en ella, y que luego le lanzó a Malus. El noble dejó que la tela enrollada le rebotara en el pecho y cayera al suelo. Miró ostentosamente la prenda y después levantó los ojos con expresión jocosa hacia el nuevo guardia.
—Ése ya me lo he puesto.
—Excelente —replicó el antiguo capitán—. Entonces, seguro que te queda bien.
—Ya veo —respondió Malus—. Cualquier otra noche, haría colgar tu trasero de un gancho para carne, pero ahora mismo estoy demasiado cansado como para tomarme la molestia. Ve a buscar a mi hermano y tráelo aquí.
Hauclir hizo una reverencia.
—De inmediato, mi señor —replicó, y salió silenciosamente. Malus se deslizó el ropón por los hombros, con cuidado de no hacerse daño en los cortes y otras heridas que tenía en lo alto de la espalda y la parte posterior del brazo derecho. Apenas había acabado de cerrar el cinturón, cuando la puerta del dormitorio rechinó al abrirse, y Urial entró a paso lento, seguido por Hauclir. El guardia hizo un torpe intento de anunciar a Urial cuando ya había entrado; luego insinuó una reverencia más torpe aún y desapareció de la vista.
—Tienes los horarios de un murciélago, querido hermano —dijo Malus con un sorbo de vino aún en la boca. Le ofreció la botella a Urial, que la miró con desdén.
—El sueño es para los débiles, hermano —replicó Urial—. El Estado nunca descansa, ni tampoco lo hacen sus verdaderos servidores.
—Hace apenas un momento, yo estaba diciendo algo muy parecido —comentó el noble mientras dejaba cuidadosamente la botella sobre la bandeja—. ¿Qué haces aquí?
Urial miró a su hermano con el ceño fruncido, al mismo tiempo que sacaba un objeto del cinturón. Era una placa de metal oscuro enmarcada en hueso amarillento, de unos treinta centímetros de largo por diez de ancho.
A pesar de toda la fatiga que sentía y de las numerosas heridas menores, el corazón de Malus se saltó un latido al ver el poder de hierro del drachau.
—¿Qué haces con eso?
—De acuerdo con la ley y la costumbre, el drachau presenta el poder en el templo, y luego éste se lo entrega al agente elegido. Lo hacemos así para comprobar que la delegación de poder recae sobre la persona adecuada, y para actuar como garantía de su naturaleza temporal.
Urial sostenía la placa hacia adelante con expresión tensa. Inspiró profundamente y pronunció las palabras indicadas.
—Malus, hijo de Lurhan, el drachau Uthlan Tyr de Hag Graef desea que lleves a cabo una empresa extraordinaria al servicio del Estado, y deposita en ti toda la autoridad y poder similares a su cargo para que puedas cumplir la tarea que se te asigna con honor y diligencia. Te une a su persona con este poder de hierro. Llévalo ante ti y ningún druchii del territorio te cerrará el paso.
De repente, Malus se alegró de haber bebido el vino que lo calentaba por dentro y le calmaba los nervios. Sin preámbulo, cogió el poder de los rígidos dedos de Urial. Las láminas de hierro eran finas y sorprendentemente ligeras; giraban sobre diminutos goznes aceitados para dejar a la vista el pergamino escrito y los elaborados sellos que quedaban protegidos en el hueco del interior.
—Es más pequeño de lo que había imaginado. ¿Es verdad que si fracasas funden las placas de hierro y te las echan en la garganta?
—Ciertamente, espero que lo sea —murmuró Urial—. Si mis investigaciones son correctas, eres sólo el octavo noble de la historia de la ciudad que recibe uno. —Sacudió la cabeza, incrédulo—. Y lo obtuviste haciéndole chantaje al drachau, nada menos. La idea misma es espantosa.
—¿Mencionan tus investigaciones cómo lo consiguieron los otros? Supongo que habrá sido exactamente del mismo modo —replicó Malus, ausente, mientras inspeccionaba el pergamino con una creciente sensación de asombro. Dentro de los términos del documento, tenía, efectivamente, el poder del propio drachau.
—Como sea, esta autoridad no es extensiva al templo ni a sus agentes —comentó Urial con sutileza—. Dejemos claro esto desde el principio. Ahora, tal vez me explicarás cómo hará esto que Yasmir abandone su extravagante existencia para someterse a los sagrados lazos del templo.
Malus cerró las tapas del poder y evitó fruncir el ceño. Había esperado aplazar esta conversación durante algún tiempo.
—Muy bien —dijo con un suspiro—. Durante años, nuestra hermana ha vivido como una princesa de la perdida Nagarythe, y se ha valido de su belleza y artimañas para beber la sangre de todos los nobles emprendedores de los estamentos más altos de la corte. La rodean de riquezas e influencia que son desmedidas para su posición, cada uno con la esperanza de pedir su mano en matrimonio, pero ninguno de ellos tiene el valor para hacerlo. ¿Y por qué?
—Porque ella es el foco del afecto de nuestro hermano mayor —gruñó Urial al mismo tiempo que su mano sana se cerraba en un puño.
—En efecto, y Bruglir es un hombre muy poderoso, muy celoso y extraordinariamente asesino —continuó Malus—. Libra duelos sólo para comprobar el filo de sus espadas. Cualquier hombre que se le declare a Yasmir debe responder ante Bruglir, y hasta el momento nuestro padre no ha demostrado interés alguno en refrenarlo. —Le dirigió a Urial una mirada curiosa—. Siempre me he preguntado por qué nunca ha alzado su mano contra ti. No es que hayas hecho un secreto del deseo que ella te inspira.
La expresión de Urial se endureció.
—¿No resulta obvio? Porque sabe, sin duda alguna, que no soy una amenaza para él.
El antiguo acólito se volvió bruscamente y cogió la botella de la bandeja. En su rostro no se manifestó ninguna emoción mientras llenaba la copa con cuidado, pero la amargura de su voz era evidente.
—En una ocasión, Yasmir me dijo que se había quejado de mí ante él, y que él se le había reído en la cara. Fue la primera y única vez que le respondió de modo semejante, o al menos eso afirma ella. La tuvo muy enfadada durante un tiempo.
—La cuestión, de todas formas, es que la piedra angular de la existencia de Yasmir es Bruglir. Sin él, ella se volverá… vulnerable.
Urial asintió, pensativo, mientras bebía un desconfiado sorbo de vino.
—Así que tú planeas matarlo.
—Es mejor decir que tengo intención de ponerlo en una posición que muy probablemente acabará con su vida —replicó Malus con cuidado—. No me atrevo a matarlo yo mismo. En primer lugar, no quiero arriesgarme a provocar la cólera de Yasmir si me descubren, y en segundo lugar, no estoy seguro de tener éxito si lo intento. —Malus sonrió—. No, tendrá una muerte gloriosa mientras expulsa a los skinriders de los mares del norte, y entonces Yasmir deberá decidir qué le conviene más.
—Un plan interesante —dijo Urial mientras hacía girar el vino dentro de la copa—. Pero ¿dónde encajo yo en él? Mencionaste que necesitabas un hechicero.
Malus asintió con la cabeza.
—Sí, en efecto. —Señaló El tomo de Ak’zhaal—. Si mis investigaciones son correctas, el islote de Morhaut está protegido por poderosos encantamientos. Necesitaré un hechicero de gran habilidad para pasar a través de ellos con el fin de que podamos llegar al islote.
Urial miró el libro con expresión interrogativa, como si reparara en él por primera vez.
—Nunca en la vida habría imaginado algo parecido.
—¿Qué? ¿Que yo necesitara tu ayuda?
—No, que fueras capaz de leer. —Urial avanzó un paso, dejó la copa y volvió delicadamente las páginas con la mano enguantada—. ¿Así que es cierto que tienes intención de luchar contra los skinriders?
Malus se encogió de hombros.
—Sólo hasta donde tenga que hacerlo. Lo que realmente busco se encuentra dentro de la torre del islote, un refugio construido por un brujo llamado Eradorius durante la Primera Guerra.
—¿La Primera Guerra? ¡Eso fue hace miles de años! ¿Qué te hace pensar que ese sitio aún existe?
El noble tardó un momento en responder.
—Llámalo intuición —dijo—. En los Desiertos vi cosas que eran aún más antiguas que la legendaria torre de Eradorius, por lo que sé que es posible, al menos.
Urial alzó la mirada del libro y sus ojos color latón se clavaron en los de Malus.
—¿Tiene esto algo que ver con el cráneo que te llevaste de mi torre?
Malus le sostuvo la mirada con firmeza.
—Fue Nagaira quien sugirió que te robáramos ese cráneo. Sospecho que era algo que estaba relacionado con los planes que ella tenía para el culto.
—Eso no responde a mi pregunta.
—Es la única respuesta que vas a obtener —replicó Malus sin más—. ¿Acaso importa mientras al final Yasmir sea tuya?
Urial miró una última vez las amarillentas páginas del libro, y luego lo cerró lenta y deliberadamente.
—No, supongo que no.
El noble, en secreto, suspiró, aliviado.
—Excelente. Ahora sólo resta que los tres nos preparemos para viajar hasta Ciar Karond dentro de las próximas semanas. Quiero estar allí en el momento en que Bruglir y su flota arriben para cargar provisiones. Con un poco de suerte, podré usar el poder para acelerar las cosas y partir hacia el norte en un mes.
—¿Los tres? —preguntó Urial.
—Necesitamos que Yasmir nos acompañe en el viaje —replicó Malus—. Aunque tenga un poder del drachau, ni tú ni yo somos muy apreciados por nuestro hermano, y nos encontraremos a centenares de leguas de la civilización y rodeados por el ejército de degolladores de Bruglir. Tengo intención de usar a Yasmir para mantenerlo controlado.
—¡Ah, ya veo! ¿Y quién controlará a Yasmir?
El noble rió entre dientes.
—Lo haré yo, por supuesto. —«Y tú serás la espada que haré pender sobre ella», pensó Malus.
Urial asintió con aire pensativo mientras repasaba con los dedos las runas que había en la cubierta del libro.
—Es un plan interesante, hermano, pero me preocupan los retrasos. Hay muchas cosas que pueden torcerse en un mes. Incluso el drachau podría impacientarse y rescindir el poder, si así lo deseara.
Malus abrió las manos ante sí.
—No puedo hacer que los vientos soplen más de prisa, hermano. Pienso que Bruglir ni siquiera ha comenzado aún el viaje de regreso. Los estrechos que rodean Karond Kar continuarán congelados durante al menos un par de semanas más.
Urial le dedicó a Malus una sonrisa gélida.
—Perdona mi ignorancia. A diferencia del resto de vosotros, nunca se me permitió realizar una incursión propia. Nuestro padre no quiso arriesgarse al bochorno de no poder contratar una tripulación para que se hiciera a la mar bajo el mando de un tullido. Sin embargo —añadió al mismo tiempo que la sonrisa adquiría una expresión conspiradora—, ¿qué te parecería si te dijera que podemos ir a ver a Bruglir ahora mismo, encontrarnos con él mientras sus naves aún están en el mar, y comenzar de inmediato la expedición?
Malus entrecerró los ojos.
—¿Así que la magia es una herejía sólo cuando la practica alguien externo al templo?
—No intentes confundir los bajos rituales de los adoradores con las bendiciones del Señor del Asesinato —gruñó Urial.
Lo primero que el instinto le dijo a Malus fue que rechazara la oferta. No le gustaba la idea de que lo situaran en medio de la flota de Bruglir sin aviso ni preparación, sin tiempo para sondear a los miembros de la tripulación del hermano y poner también a prueba su lealtad con algunas monedas de oro. Por otro lado, el tiempo era el lujo que más precisaba, pero que menos podía malgastar. «Necesito hasta el último día que pueda ganar», pensó con tristeza. Entonces, su corazón se saltó un latido cuando, de repente, se dio cuenta de una cosa. «¿Acaso lo sabe? Tuvo el cráneo de Ehrenlish en su poder durante muchos meses. ¿Sabe de la existencia de Tz’arkan y las cinco reliquias? ¿Sospecha qué busco?»
—¿Importa eso? —preguntó Tz’arkan—. ¿Acaso cambia el hecho de que tienes que llegar hasta la isla para recuperar el ídolo, y que necesitas de su brujería para conseguirlo?
—No —murmuró Malus casi para sí—. No, por supuesto que no.
Urial asintió con brusquedad.
—En ese caso, dale la noticia a Yasmir y prepárate para el viaje. Tú y ella podéis llevar a un miembro de vuestra guardia, si queréis; un número mayor entrañaría un peligro demasiado grande para arriesgarse.
—¿Qué? —Malus despertó de la ensoñación con un sobresalto—. Quiero decir… sí, por supuesto. ¿Cuándo estarás a punto?
—Podemos partir al anochecer de hoy —replicó Urial, casi entusiasmado ante la perspectiva—. La luna y las mareas serán propicias. Acudid a mi torre al anochecer, justo antes de que comience a subir la niebla, y nos pondremos en marcha.
Antes de que Malus pudiera pensar una respuesta, Urial giró sobre los talones y salió cojeando de la habitación, mientras el noble se preguntaba en qué se había metido exactamente.
Cogió el poder y estudió las cubiertas de hierro, mientras sacudía la cabeza con tristeza. Efectivamente, se trataba de un poder absoluto.
La figura era de menos de treinta centímetros de alto, tallada en una única pieza de obsidiana, y representaba a una sacerdotisa del templo que bebía los sesos del cráneo de un enemigo derrotado. Tenía más de cien años; había sido tallada por el infame artista Luclayr antes de su espectacular suicidio. De un valor que fácilmente superaba el rescate de un noble, la figurilla zumbó agudamente al surcar el aire a toda velocidad, y estalló en esquirlas afiladas como navajas a pocos centímetros de la cabeza de Malus. El noble se agachó de forma instintiva, e hizo una mueca cuando le cayó encima la lluvia de afiladas esquirlas.
—¿Un viaje por mar? ¿Con él?
Los ojos violeta de Yasmir relumbraban de odio. Atravesó con paso majestuoso las sombras del otro extremo de su dormitorio, arrastrando la túnica de seda medio abierta como la mortaja de un espectro. Su piel era luminosa allá donde la tocaba la luz diurna; era una belleza druchii clásica, más atracciva cuando se enfadaba. Incluso Malus tuvo que admitir que era pasmosamente bella, pero mientras se arrancaba esquirlas negras de la mejilla, también reflexionó que cuanto más adorable se ponía ella, más atención tenía que dedicar él a la tarea de conservar la vida.
—El acuerdo que teníamos no era éste —siseó Yasmir. Otro objeto, una copa de vino, chocó contra la pared con un tañido hueco, cerca del noble—. Me pediste ayuda para convencer a Bruglir de que apoyara tu expedición. Nada más. ¡A cambio, prometiste matar a Urial, no ponernos a merced de su magia sanguinaria!
—Los planes cambian, querida hermana —replicó Malus mientras se disponía a esquivar otro proyectil—. El drachau se interesó mucho por mi plan, y me otorgó apoyo ilimitado, como ya has visto —dijo, y señaló el poder que yacía, abierto, sobre una mesa pequeña situada cerca del centro de la estancia—. Con el poder en mano, pude ordenarle a Urial que nos transportara directamente hasta el barco de Bruglir, en lugar de esperar varias semanas hasta que la flota arribara a puerto. Esto es de vital importancia, Yasmir, y por tanto, debo insistir, lamentablemente, en que me acompañes.
—¡Insistir!
La palabra fue un chillido siseado. Una salva de zapatos voló al otro lado de la habitación, seguida de otra escultura pequeña que surcó el aire demasiado aprisa como para identificarla antes de que se hiciera pedazos contra el peto de Malus. El resto de la furiosa réplica de ella se descargó en un inarticulado grito de frustración; había leído el documento con sumo cuidado, y sabía que no tenía ningún poder real para resistirse a la petición.
Malus observó con considerable interés la pataleta de Yasmir, mientras se preguntaba cuándo había sido la última ocasión en que le habían ordenado algo. Había ido a verla en un momento anterior del día, pero los esclavos le habían dicho que se encontraba indispuesta. Con el paso de las horas, la mañana se transformó en mediodía y luego en bien entrada la tarde, y tras ser rechazado por tercera vez, Malus había enseñado el poder y había apartado a empujones de su camino a los atemorizados esclavos. Los guardias se habían lanzado hacia él como abejas de cadáver, pero, por una vez, les había resultado útil la educación de nobles, ya que una sola mirada a la placa de hierro había bastado para detenerlos en seco. Así que Malus había irrumpido en el dormitorio de Yasmir justo por detrás de una nube de esclavos tartamudeantes, y había hecho huir en desbandada a los ricos y poderosos compañeros de alcoba de Yasmir en busca de sus ropones.
Al principio, ella había reaccionado ante la intromisión con la misma calma lánguida que había exhibido en la plaza, pero sólo hasta que vio el poder. Entonces, la compostura cedió paso al enojo. «Se ha acostumbrado demasiado a ocupar una posición de control —pensó Malus—. Si se la arrebatas, se vuelve temerosa. Y peligrosa», se recordó a sí mismo.
—Nuestro trato continúa en pie, querida hermana. Sólo han cambiado las circunstancias —dijo, intentando hablar con tono conciliador—. Aún necesito tu ayuda para lograr la cooperación de Bruglir, y preciso a Urial para atravesar las defensas mágicas que rodean la isla. Una vez que lo hayamos logrado, podremos deshacernos de él a nuestro antojo. En el entretanto, podrás disfrutar de la compañía de tu amado Bruglir durante varias semanas más de lo que podrías hacerlo normalmente. ¿No has deseado siempre navegar con él en sus largas incursiones marinas, participar en las sangrientas batallas y escoger las más selectas chucherías del tesoro, como correspondería a una reina corsaria?
Yasmir se detuvo.
—Hay algo de verdad en lo que dices, supongo. Además, contaré con Bruglir y su tripulación para que mantengan a ese gusano de templo apartado de mí. —Malus oyó que inspiraba profundamente y luego avanzaba otra vez hasta la luz, mientras se componía el ropón en torno al grácil cuerpo—. Muy bien —dijo, intentando recuperar una pequeña dosis de la compostura anterior—. ¿Sólo un acompañante, has dicho? ¿Y debemos partir en…?
Malus estudió la luz exterior.
—En apenas unas pocas horas, hermana; justo antes de que llegue la niebla. Intenté decírtelo más temprano, pero…
—Sí, sí, ya lo sé. —Se irguió en toda su regia estatura—. Estaré lista a la hora señalada. Que no se diga que no cumplo los acuerdos al pie de la letra, Malus. Asegúrate de hacer lo mismo. —Yasmir recogió la placa de hierro de encima de la mesa y se la tendió—. Este poder no contará para mucho a cien leguas del Hag. En los mares, la única ley será nuestro querido hermano, el capitán del mar. —Los labios carnosos temblaron en una sonrisa cruel—. Decepcióname, y podría ser tu cabeza la que rodara por la cubierta, en lugar de la de Urial.
Malus cogió la placa que le tendía.
—No esperaba nada menos que eso —replicó.
—¿Por qué yo? ¿Por qué no Silar Sangre de Espinas o Arleth Vann?
Hauclir alzó los ojos hacia la ominosa mole de la torre de Urial, desde el desnudo patio que había ante las puertas rodeadas por bandas de hierro. El antiguo capitán de la guardia de la ciudad tenía una ligera tonalidad verdosa a la luz del anochecer; como casi todos los demás de Hag Graef, había oído leyendas sobre la temible torre del Rechazado. Malus lo miró con expresión algo divertida, y se preguntó qué diría el hombre si él le dijera que todas esas historias eran ciertas.
—Porque Silar dirige mi casa y aún está en el proceso de reconstruirla, y Arleth Vann no tiene buenas relaciones con los miembros del templo —replicó el noble—. Tú, por otra parte…
—Soy prescindible —concluyó Hauclir con expresión ceñuda.
El guardia llevaba la armadura completa sobre el kheitan y el ropón, y junto a su cadera pendía una sola espada. En un zurrón grande que le colgaba de un hombro, llevaba ropa y provisiones, tanto para sí mismo como para su señor.
Malus le dio una palmada en la espalda.
—Vamos, Hauclir, que no es así. Todos mis guardias son prescindibles. Lo único que sucede es que, en este momento, eres más prescindible que los otros.
—Y pensar que esto me lo busqué yo mismo… —refunfuñó Hauclir mientras acomodaba mejor el zurrón.
—En efecto, así es —asintió Malus—. Delicioso, ¿no es cierto?
Justo en ese instante, Malus vio que un grupo de druchii entraban en el patio desde el lado contrario. Yasmir caminaba en medio de un puñado de acongojados guardias, de los cuales varios llevaban globos de luz bruja en el extremo de largas pértigas para iluminar el camino. Una esclava avanzaba varios pasos por detrás del grupo, casi doblada en dos por el peso del enorme bulto que cargaba sobre los hombros.
Malus hizo una reverencia cuando se acercaron.
—Bien hallada, hermana. ¿Estás ansiosa por reunirte con nuestro noble hermano?
Malus saboreó las expresiones heridas del cortejo de Yasmir cuando ella asintió con la cabeza.
—En efecto, así es. Es la única parte de este maldito viaje con la que espero disfrutar algo.
Yasmir iba toda vestida de negro, con finos ropones de lana y una larga cota de buena malla negra que le cubría los brazos y bajaba hasta justo por encima de las rodillas. Un ancho cinturón de piel de nauglir le rodeaba la estrecha cintura, y de él pendían dos largas dagas, una a cada lado de la cadera. Aunque la niebla aún no había comenzado, llevaba un caedlin. A diferencia de muchos nobles que se cubrían el rostro con máscaras nocturnas con forma de monstruos o demonios, la de Yasmir era un inquietante espejo de su propio semblante, casi como una máscara mortuoria. Malus imaginó la conmoción que debían sufrir los desconocidos al ver aquella etérea máscara, que luego se retiraba para dejar a la vista la asombrosa realidad de debajo.
—En ese caso, envía a tus sabuesos de regreso, querida Yasmir. Las lunas se han alzado, y Urial espera.
Para mérito suyo, Yasmir no puso en escena ninguna despedida melodramática; se limitó a llamar a la esclava con un gesto, y se alejó de los nobles sin pronunciar una sola palabra. Mientras conducía a Yasmir hacia las altas puertas de la torre, Malus percibió el odio de los guardias a través de las miradas que le clavaban en la nuca. Cuando alzó un puño para golpear la envejecida madera, el portal se abrió en silencio y por él salió un resplandor rojo que bañó el empedrado exterior.
Uno de los guardias de Urial, con el rostro cubierto por la máscara de calavera, le hizo un gesto al noble para que él y sus acompañantes entraran. Malus atravesó la puerta con cierta agitación. No pudo evitar experimentar un escalofrío al ver las filas de máscaras de plata alineadas contra los muros de la sala circular, demasiado conocedor de los seres malevolentes que observaban desde detrás de esas máscaras sin ojos.
Urial aguardaba en el centro de la estancia, de pie ante un gran caldero de latón lleno de sangre hasta el borde. Detrás del caldero se alzaba lo que parecía ser el marco de un espejo muy alto, de latón labrado. Le faltaba el cristal del interior, y Malus vio que habían colocado una pequeña escalera ante el óvalo de latón vacío. Media docena de guardias de Urial se encontraban situados a una distancia discreta de su señor, junto con un grupo de acólitos ataviados con ropón que tenían la cabeza inclinada, sumidos en estado de concentración. Malus oyó que salmodiaban en un idioma que le erizaba el pelo.
—Llegáis en el momento oportuno —declaró Urial—. La luna está correctamente alineada. De todos modos, una vez que se abra la puerta tendréis que moveros con rapidez; dispondremos de poco tiempo. —Dicho esto, se volvió hacia el caldero y desplegó los brazos.
Una salmodia sonora manó por los labios de Urial, y los acólitos cercanos la repitieron como un eco. Yasmir miró a Malus; el noble se encogió de hombros y avanzó hacia el caldero.
Dentro del recipiente de latón, la sangre comenzaba a agitarse como movida desde el interior por manos invisibles. De la superficie ascendía vapor que formaba una niebla rojiza ante el marco de espejo. La salmodia aumentó de volumen, y Malus vio que gruesos jirones de vapor comenzaban a enroscarse como el embudo de un remolino y a extenderse inexorablemente hacia el marco de latón vacío.
La niebla llegó al espacio del interior del óvalo metálico y se aplanó como si chocara contra un plano invisible que estuviera suspendido allí. Sobre este plano se extendió sangre en ondas concéntricas, que rielaban de energía sobrenatural, hasta que llegaron al borde del marco y rebotaron para volver hacia el centro. Malus empezó a oír un débil sonido aullante que procedía del rojo espejo; ¿serían las almas de los condenados? «No», comprendió. Era el viento de alta mar, frío y libre.
De repente, el embudo desapareció. El caldero estaba vacío y una película rojo brillante, como una burbuja que se formara en un charco de sangre, destellaba y se estremecía dentro del marco.
—De prisa, ahora —dijo Urial con voz tensa—. ¡Atravesadlo! No durará más que un instante.
Una vez más, Yasmir miró a Malus; se había quitado la máscara, y él vio el miedo que había en lo más profundo de los ojos de la hermana. Le dedicó una sonrisa burlona y avanzó con paso ligero hasta el marco, al mismo tiempo que rechinaba los dientes para reprimir la palpable inquietud que lo invadía. Al estar tan cerca del portal, Malus oyó otros sonidos por encima del viento: crujidos de madera y cuerdas, y el rechinar del casco de un barco que surcaba las olas. Dudó tan sólo durante un momento, y luego, con una profunda inspiración, entró en el remolino de sangre.