CAPÍTULO 23:
Henley-on-Thames

Dos segundos.

La diferencia entre ser un campeón y ser olvidado, entre grabar tu nombre en una placa, un trofeo y una pared, o irte a casa con una cinta y algunos recuerdos.

Dos segundos.

Tyler sintió su cuerpo desfallecer cuando se inclinó hacia adelante, exhausto, aflojando la presa de sus callosas manos sobre los ahora impotentes remos. La piragua de ocho todavía se deslizaba sobre el agua, avanzando a velocidad casi de competición, pero la competición había terminado. Aunque no lo hubiera visto con sus ojos —la embarcación holandesa que les adelantaba por apenas dos segundos— habría sabido el resultado por los vítores que venían de las dos orillas del río. Los gritos que se oían eran voces holandesas que jaleaban a sus amigos y compañeros de equipo, no las del pequeño contingente de americanos que habían cruzado medio mundo para ver remar a Tyler y a su hermano.

En el fondo, sabía que sólo participar en la regata Real Henley era un honor, una experiencia que le acompañaría el resto de su vida. La regata se celebraba cada año desde 1839 en el curso natural de agua más largo de Inglaterra: un tramo de dos kilómetros y ciento doce metros del Támesis situado en la localidad pintoresca y medieval de Henley, fundada en 1526.

La población misma parecía sacada de un cuento de hadas. Algunos de los edificios originales aún se sostenían, y Tyler y su hermano habían dedicado buena parte de los cinco días que duraba el evento a pasear por las estrechas calles en compañía de las familias anfitrionas, conociendo los pubs, las iglesias, las tiendas… bueno, sobre todo los pubs.

Pero a pesar del baño de cultura que se habían dado durante la semana, habían venido a Henley por una razón. Para participar en la Grand Challenge Cup contra la mejor tripulación del mundo. Y a pesar de sus esfuerzos, habían quedado por detrás de ellos.

Dos asquerosos segundos por detrás.

* * *

Para cuando salieron de la embarcación y subieron al muelle para la ceremonia de entrega de premios, buena parte del público más selecto había salido de Steward’s Enclosure —una zona reservada para ver la regata, y a la que sólo podías entrar si eras miembro o invitado de alguno de los miembros— y estaban dando vueltas en espera de que el príncipe Alberto hiciera los honores. El príncipe parecía mucho más bajo en persona, pero Tyler quedó bastante impresionado cuando el miembro de la realeza le dio la mano y pareció conocer su nombre de memoria. El mero hecho de que Alberto estuviera allí era un golpe de suerte: habitualmente era una figura real de menos nivel la que se encargaba de entregar los premios, pero Alberto había hecho el viaje desde Mónaco en recuerdo de su abuelo, que había sido uno de los mejores piragüistas de su época, aun cuando Jack Kelly no pudo competir nunca en la Henley, irónicamente, debido a sus orígenes como obrero de la construcción, algo que Alberto trataba de compensar ahora aceptando ser el patrón del evento.

Pero un apretón de manos era todo lo que Tyler y Cameron recibieron del elegante príncipe: el trofeo real fue a manos del equipo holandés, que lo aceptó con prestancia. Era amargo ver a la otra tripulación levantar el trofeo, pero Tyler era un buen deportista y aplaudió junto con el resto de la multitud.

Después de la entrega, Tyler y Cameron entraron en Steward’s Enclosure —la familia anfitriona era miembro y les había dado los distintivos necesarios— y dedicaron los siguientes minutos a admirar los atuendos a veces estrambóticos de los aficionados británicos al remo: chaquetas y corbatas de colores brillantes, vestidos largos y flotantes, sombreros de verano… todo lo que uno habría esperado ver. Era la primera semana de julio y el sol caía con fuerza, pero nadie parecía notar el calor. Tal vez fuera porque había cuatro bares en la Enclosure, además de una zona cubierta para comer y una tienda para el té.

—No podéis ganar siempre. Buen trabajo, chicos. Por muy poco.

Tyler forzó una sonrisa mientras localizaba al padre de la familia anfitriona cerca de la parte trasera del Enclosure, que se estaba separando de un grupo de amigos y venía hacia ellos. Era un hombre rechoncho de cincuenta y pico años, con unas mejillas sonrosadas junto a una nariz aplastada y unos ojos azules hundidos. De carácter afable y cordial, se ganaba la vida como abogado en Londres —apenas a cincuenta kilómetros de distancia— pero había sido piragüista con Oxford veinticinco años atrás. No se había perdido una sola copa Henley desde entonces, y llevaba casi una década alojando a tripulantes del otro lado del charco.

—Gracias —respondió Tyler, tratando de sonar animado—. Ha sido un golpe duro. Pero se lo merecen. Han luchado más.

Tyler creía ser totalmente sincero al decir eso. Las carreras de remo no tenían resultados tan ajustados normalmente, y que el equipo holandés les sacara o no dos segundos, por más que sonara a cliché, dependía de quién lo había deseado con más intensidad.

—Bueno, mi hija ha sacado unas fotos maravillosas —dijo el abogado—. Pero me temo que ya se ha ido a casa.

—Tal vez pueda enviárnoslas por e-mail —sugirió Cameron. Alguien a quien no conocían les puso en la mano una jarra de cristal ahumado llena de cerveza caliente. Era una tradición a la que costaba acostumbrarse, pero Tyler y Cameron se estaban esforzando en ello desde que llegaron a Henley.

—Bueno, supongo que estaréis en thefacebook.

Tyler se quedó paralizado con la jarra en los labios. No estaba seguro de haber oído bien. Sin duda, había oído a mucha gente hablar de esa maldita página en el último par de meses, pero nunca a nadie con acento inglés. Nunca habría esperado oírla mencionar en una población medieval británica a orillas del Támesis.

—¿Perdón? —tartamudeó, esperando realmente haber entendido mal.

—Ya sabéis, la página web. Mi hija dice que todos los estudiantes universitarios americanos la usan. Acaba de volver después de pasar un año fuera, ya sabéis, en Amherst. Y está todo el tiempo enganchada a esa página. Estoy seguro de que la podréis encontrar allí siempre que queráis, y que os mandará las fotografías.

Tyler le echó una mirada a su hermano. Podía ver sus propios sentimientos reflejados en los ojos de Cameron. Incluso aquí, al otro lado del océano, a miles de kilómetros de Harvard, estaban hablando de thefacebook. Y eso a pesar de que seguía siendo accesible sólo para universitarios americanos. ¿Cuántas universidades eran ya: treinta, cuarenta, cincuenta? La cosa estaba creciendo como ninguno de ellos había podido prever.

Y mientras tanto, ConnectU se había quedado más o menos encallada en la salida. Por más que tenía un montón de funciones, por más que la habían lanzado en varias universidades a la vez, estaba claro que no podía competir con la naturaleza viral de thefacebook. Ya fuera la ventaja del primer movimiento, o simplemente que a la gente le gustaba más thefacebook, ConnectU apenas era un puntito en el radar de las redes sociales.

Thefacebook se había convertido en un monstruo. Godzilla, capaz de destruirlo todo a su paso.

Tyler forzó una sonrisa y siguió charlando con el abogado, sin tocar más el tema de thefacebook. Pero todo el tiempo estuvo dando vueltas a los pensamientos que había estado tratando de contener durante las últimas cuatro semanas.

Él, Cameron y Divya habían intentado sobreponerse a la rabia y a la frustración, habían tratado de sacar lo mejor de una situación adversa. Y no les había servido de nada. Habían lanzado su propia página, habían perseguido al público de thefacebook de distintos modos, y simplemente no podían competir. Los universitarios querían entrar en la red social en la que ya estaban sus amigos, no en algo nuevo de lo que nunca habían oído hablar. Thefacebook estaba dejando a todos sus competidores en la cuneta.

La verdad era que habían sido derrotados. Harvard se había lavado las manos del asunto. Mark había ignorado sus e-mails y su carta de cese y desistimiento. Sólo les quedaba una opción. Larry Summers prácticamente se la había deletreado, pero ellos seguían resistiéndose.

Tyler y Cameron sabían algo de juicios por el negocio de su padre; Wall Street estaba plagado de abogados, y habían oído muchas historias de guerras en el mundo de los tribunales de empresa. Sabían que un juicio era un asunto feo, fuera cual fuera el resultado final. Era sólo el último recurso, ¿pero no era ésa ya la situación en la que se encontraban? ¿El último recurso? Derrotados por dos segundos por un tío con un ordenador, un tío que no mostraba ningún remordimiento, que no les dejaba ninguna alternativa.

Tyler también sabía que la parte fea del asunto no sería sólo el proceso legal; también podía imaginarse cómo irían la cosas en la prensa. Siempre había sido muy consciente de su propia imagen, y podía suponer lo que diría la gente al verles a él y a su hermano al lado de Mark Zuckerberg. Por dios, si incluso el Crimson les había atacado en varias editoriales; un autor les había llamado incluso «Neandertales». El autor de esta pieza resultó ser una chica que había salido con uno de los compañeros de Tyler en el Porc y que había dedicado toda su relación con el pobre chico a despotricar sobre la «perversa» naturaleza de los Clubs Finales. Pero lo que decía era una indicación de lo que podían esperarse si demandaban a Mark Zuckerberg.

Si esto fuera una película de los ochenta, Tyler y Cameron serían sin duda los malos: irían disfrazados de esqueletos y perseguirían a Karate Kid en un baile escolar. Ambos eran deportistas y de buena familia. Mark era un colgado de aspecto tímido que se había labrado su camino hacia el estrellato con su ordenador. Era una lucha de clases que los periodistas no podían dejar de ver: dos chicos ricos y privilegiados convencidos de que el sistema existía sólo para proteger sus derechos, contra un hacker que se había atrevido a romper las reglas. Código de honor vs. código del hacker.

Tyler era consciente de la imagen que darían él y su hermano.

Pero si eso era lo que hacía falta para que hubiera una opción de que se hiciera justicia, estaban dispuestos a ponerse el disfraz de esqueleto y probarlo.

Mark Zuckerberg no les había dejado otra opción.