CAPÍTULO 15:
El ídolo americano

Visto desde arriba era un hombre pequeño y encorvado sobre el atril, con la boca un poco demasiado cerca del micrófono y los hombros marcados en las esquinas de su informe jersey beige. Su corte de pelo estilo casco le llegaba casi hasta los ojos, y sus gafas demasiado grandes le cubrían la mayor parte de la cara, ocultando cualquier indicio de expresión o emoción; la voz que reverberaba por los altavoces resultaba un poco demasiado aguda y nasal, y a veces degeneraba en un zumbido monótono, una única nota de laringe tocada una y otra vez hasta que las palabras se fundían unas con otras.

No era un gran orador. Y sin embargo sólo su presencia, el mero hecho de que estuviera ahí en la sala de conferencias de Lowell con sus pálidas manos aleteando sobre el atril, su cuello de pavo subiendo y bajando mientras lanzaba perlas de monótona sabiduría a la sala atestada de público… resultaba tremendamente inspirador. La audiencia —integrada mayoritariamente por frikis del departamento de informática y un par de estudiantes de economía con espíritu emprendedor— estaba pendiente de cada una de sus nasales palabras. Para los acólitos reunidos, aquello era el cielo, y el extraño hombre con el pelo estilo casco que estaba sobre el estrado era dios.

Eduardo estaba sentado al lado de Mark en la última fila de la platea, observando como Bill Gates hipnotizaba a la audiencia. A pesar de sus amaneramientos extraños, casi autistas, Gates consiguió soltar unas cuantas bromas —una acerca de por qué dejó la escuela («tenía la terrible costumbre de no ir a clase») y unas cuantas perlas de sabiduría (que el futuro era la IA, que el próximo Bill Gates estaba allí, posiblemente en aquella misma habitación). Pero Eduardo se dio cuenta de que Mark escuchaba con especial atención cuando Gates respondía a una pregunta del público acerca de su decisión de dejar la universidad y montar su propia empresa. Tras unos cuantos rodeos, Gates respondió que lo bueno de Harvard es que siempre podías volver y terminar tus estudios. La sonrisa de Mark cuando Gates dijo eso puso un poco nervioso a Eduardo, sobre todo teniendo en cuenta lo mucho que había estado trabajando Mark simplemente para responder a las demandas de la naciente página web. Eduardo nunca dejaría la universidad, simplemente no era una posibilidad para él. En primer lugar, a su padre le daría un ataque si lo hacía; para los Saverin, no había nada más importante que la educación, y Harvard no significaba nada si no salías de allí con un título. En segundo lugar, Eduardo comprendía que el espíritu emprendedor requería asumir riesgos, pero sólo hasta cierto punto. No arriesgabas todo tu futuro por algo hasta que tenías claro que iba a hacerte rico.

Eduardo estaba tan ocupado observando cómo Mark miraba a Gates, que casi no oía las risas que venían del asiento de atrás; tal vez no se habría girado si las voces que susurraron después de las risas no hubieran sido indudablemente femeninas.

Mientras Gates seguía con su cantinela, respondiendo a más preguntas del numeroso público, Eduardo lanzó una mirada por encima de su hombro: el asiento de atrás estaba vacío, pero en la fila siguiente había dos chicas que sonreían y señalaban hacia ellos. Las dos chicas eran asiáticas, guapas y estaban un poco demasiado maquilladas para una conferencia como ésta. La más alta de las dos tenía una cabellera larga y sedosa recogida en una coleta alta, llevaba una minifalda y una blusa blanca con un botón de más desabrochado por delante; Eduardo podía ver los encajes de su sostén rojo, que combinaba maravillosamente con su piel suave y morena. La otra chica llevaba una falda igualmente corta, con unas medias negras a juego que exhibían unas pantorrillas muy bien torneadas. Las dos usaban pintalabios rojo brillante y demasiada sombra de ojos, pero las dos eran muy guapas y estaban sonriendo y señalándolo a él.

Bueno, a él y a Mark. La más alta se inclinó sobre el asiento vacío y le dijo al oído.

—Tu amigo, ¿no es Mark Zuckerberg?

Eduardo levantó las cejas.

—¿Conoces a Mark? —al parecer todo era posible en este mundo.

—No, ¿pero no fue él quien hizo Facebook?

Eduardo sintió una chispa de excitación al notar su cálido aliento en su oreja y al aspirar su perfume.

—Sí. Quiero decir, Facebook, es de los dos. Mío y suyo.

La gente había pasado del the y en el campus todos lo llamaban Facebook. Y aunque sólo habían pasado dos semanas desde el lanzamiento, parecía como si todo el mundo estuviera metido en el asunto… bueno, lo cierto era que todo el mundo en Harvard estaba metido en el asunto. Según Mark, se habían registrado cinco mil miembros. Eso significaba que el 85 por ciento de los alumnos de Harvard había colgado su perfil en Facebook.

—¡Uau, eso es realmente guay! —dijo la chica—. Mi nombre es Kelly. Ella es Alice.

Había otras personas mirando desde la fila de las chicas. Pero no parecían molestas porque los susurros interrumpieran su embelesamiento con Bill Gates. Eduardo vio que alguna señalaba, otra susurraba algo a una amiga. Luego más dedos señalando, pero no a él, sino a Mark.

Ahora todo el mundo conocía a Mark. El Crimson se había encargado de eso, publicando artículo tras artículo sobre la página web, tres tan sólo en la última semana. Citaba las declaraciones de Mark sobre la página web, incluso publicaba su fotografía. Nadie había entrevistado a Eduardo, y la verdad era que estaba contento de que fuera así. Mark quería atraer la atención; Eduardo sólo quería las ventajas que se derivaban de ello, no la atención en sí. Era una empresa que habían montado entre los dos y era importante que atrajera la atención, pero Eduardo no quería convertirse en una celebridad por eso.

Y comenzaba a parecer que convertirse en celebridades era una posibilidad real. Thefacebook llevaba poco tiempo en funcionamiento, pero ya estaba cambiando la vida en Harvard. Comenzaba a integrarse en la rutina de todo el mundo: te levantabas, abrías tu cuenta de Facebook para ver quién te había invitado a ser su amigo, y cuál de tus invitados había aceptado o rechazado la invitación. Luego ibas a lo tuyo. Cuando volvías a casa, si habías visto a alguna chica en las clases o si simplemente habías conocido a alguien en el comedor, buscabas a esta persona en Facebook y la invitabas a ser tu amiga. Tal vez añadías un pequeño mensaje acerca de cómo os habíais conocido, o acerca de algo que veías en sus intereses que conectaba con alguno de los tuyos. O tal vez la invitabas a secas, sin mensajes, para ver si conocía tu existencia. Cuando esta persona abriera su cuenta, vería tu invitación, podría mirar tu foto, y tal vez la aceptaría.

Era realmente una herramienta fantástica, que lubricaba toda la escena social y hacía que todo ocurriera mucho más deprisa. Pero no era una página de citas como era Friendster, desde el punto de vista de Eduardo. A pesar de todo su fama como red social, Friendster —y MySpace, que estaba comenzando a ganar adeptos por todo el país— era sólo una página para buscar personas que no conocías y tratar de contactar con ellas. La diferencia era que en Facebook conocías a las personas que invitabas a ser tus amigos. Tal vez no las conocieras demasiado bien, pero las conocías. Eran compañeros de clase, amigos de amigos, en fin, miembros de una «red» en la que podías entrar o en la que te podían invitar a entrar personas que conocías y que eran miembros de ellas.

Ésa era la genialidad del invento. La genialidad de Mark, en realidad, pero Eduardo tenía la impresión de que era parte de eso también. Había puesto el dinero para los servidores, pero también había discutido con Mark algunos de los elementos de la página, las ideas que había detrás de parte de la estructura simplificada.

Lo que ni él ni Mark sabían cuando lanzaron la cosa era hasta qué punto era adictiva. No visitabas la página una vez. La visitabas cada día. Volvías una y otra vez, incorporando cosas a tu página, a tu perfil, cambiando tus fotografías, tus intereses, y lo más importante de todo, actualizando a tus amigos. Realmente había trasladado una parte importante de la vida universitaria a Internet. Y verdaderamente había cambiado la vida social en Harvard.

Pero nada de eso la convertía en un negocio, sólo en una novedad de gran éxito. Eduardo tenía algunas ideas sobre ese tema, y después de la conferencia iban a volver a la habitación de Mark para discutirlas. Lo más importante que quería hacerle entender era que ya era hora de comenzar a intentar pescar dólares con la publicidad. Ésa era la forma de convertir Facebook en dinero, a través de los anuncios. Eduardo sabía que sería difícil convencerle: Mark quería que siguiera siendo una página recreativa y no sacar ningún dinero de ella todavía. Pero qué se podía esperar, ese tío había rechazado un millón de dólares en el instituto. ¿Quién sabe si pensaba sacar dinero algún día de Facebook?

Eduardo tenía una visión distinta de las cosas. Facebook les estaba costando dinero. No demasiado, sólo el coste de los servidores, pero a medida que aumentaran el número de personas registradas los costes subirían también. Los mil dólares que Eduardo había puesto en la página web no iban a durar eternamente.

Hasta que la empresa desarrollara algún tipo de modelo de negocio, hasta que encontraran el modo de sacar dinero de ella, no era más que una novedad. Su valor no dejaba de subir, pero para convertir ese valor en dinero necesitaban anunciantes. Necesitaban un modelo de negocio. Tenían que sentarse y hablarlo. Más que nada, Mark tenía que dejar a Eduardo hacer lo que hacía mejor: pensar a lo grande.

—Encantado de conoceros —susurró finalmente Eduardo a las chicas, que volvieron a reírse. La más alta —Kelly— se acercó un poco más, hasta que sus labios casi tocaban su piel.

—Búscame en Facebook cuando vuelvas a casa. Tal vez podamos ir a tomar una copa más tarde.

Eduardo notó que se sonrojaba. Se giró otra vez hacia Mark, que le estaba mirando. Mark obviamente había visto a las chicas, pero ni siquiera había intentado hablar con ellas. Levantó las cejas un momento, y luego se giró otra vez hacia Gates, su ídolo, y se olvidó de ellas.

* * *

Hubo que esperar hasta dos horas más tarde, cuando Eduardo y Mark se habían recogido al fin en el sobrecalentado ambiente de la habitación de Mark en Kirkland —Eduardo estaba hojeando distraídamente un montón de libros de informática apilados sobre el pequeño televisor en color de la esquina, mientras Mark se tiraba en el cochambroso sofá que ocupaba el centro de la pobremente amueblada zona común, con los pies desnudos sobre la mesa de centro— para que Mark sacara el tema de las chicas.

—Aquellas tías asiáticas estaban bastante bien.

Eduardo asintió mientras le daba la vuelta a un libro y trataba de encontrarle el sentido a la cubierta, llena de ecuaciones que sabía que nunca entendería.

—Sí, y quieren que nos veamos esta noche.

—Eso podría ser interesante.

—Pues sí. Oye Mark, ¿qué cojones es esto?

Un pedazo de papel había caído del libro de informática y había ido a aterrizar, boca arriba, sobre los zapatos italianos y pulcramente anudados de Eduardo. Incluso desde su posición erguida Eduardo podía reconocer el aspecto legal del encabezamiento y del texto; era una carta, enviada por algún bufete de abogados de Connecticut, y parecía un asunto serio. Iba dirigido a Mark Zuckerberg, pero sólo por la primera frase Eduardo se daba cuenta de que le implicaba a él también. Las palabras TheFacebook eran fácilmente reconocibles, así como las palabras daños y perjuicios y apropiación indebida:

De: Cameron Winklevoss

Enviado: martes, 10 de febrero de 2004 9:00 PM

A: Mark Elliot Zuckerberg

Asunto: Notificación importante

Mark,

Ha llegado a nuestro conocimiento (de Tyler, Divya y mío) que has lanzado una página web llamada TheFacebook.com. Previamente a este lanzamiento, habíamos llegado a un acuerdo contigo para que nos ayudaras a desarrollar nuestra propia página web (HarvardConnection) en un plazo razonable de tiempo (haciéndote observar específicamente que la ventana de oportunidad para lanzar nuestra página se estaba cerrando rápidamente).

A lo largo de los tres últimos meses, contraviniendo los términos de nuestro acuerdo, te dedicaste a frenar el desarrollo de nuestra página web mientras desarrollabas tu propia página en competición desleal con la nuestra, todo ello sin nuestro conocimiento o acuerdo y causándonos un perjuicio material como resultado de tus tergiversaciones, fraudes y/u otros comportamientos denunciables ante un tribunal y por los que podríamos exigir daños y perjuicios. También te has apropiado ilegítimamente de nuestro trabajo, incluyendo nuestras ideas, pensamientos, conceptos e investigación.

En estos momentos hemos hablado con nuestro abogado y estamos preparados para emprender acciones legales, de acuerdo con las consideraciones anteriores.

También estamos preparados para interponer una petición ante la Junta Administrativa de la Universidad de Harvard por violación de los criterios éticos de conducta contenidos en el Manual del Estudiante. Debes saber que nuestra petición estará basada en la violación de la expectativa de honestidad y sinceridad en tus tratos con los demás alumnos, del respeto debido por la propiedad y los derechos de los demás alumnos, y asimismo por tu falta de respeto a la dignidad de los demás. La apropiación ilegítima es un agravio enjuiciable no sólo legalmente sino también en función de estas reglas éticas.

Para frenar temporalmente la adopción de estas medidas, hasta que hayamos podido evaluar plenamente tu página web y determinado las acciones a emprender, exigimos:

1. El cese y el desistimiento de cualquier ulterior expansión y actualización de TheFacebook.com;

2. Una declaración escrita dirigida a nosotros en la que afirmas haberlo hecho; y

3. Una declaración escrita de que no revelarás a ningún tercero los productos de nuestro trabajo, nuestro acuerdo, o la presente demanda.

4. Estas exigencias deberán cumplirse antes de las 5 de la tarde del miércoles 11 de febrero de 2004.

A pesar del cumplimiento por tu parte de las anteriores exigencias, nos reservamos el derecho a considerar otras acciones para proteger nuestros derechos y resarcirnos de los daños y perjuicios que nos has causado. Tu cooperación sólo evitará ulteriores perjuicios y violaciones de nuestros derechos.

Cualquier rechazo a cumplir con estas exigencias nos llevará a considerar acciones inmediatas tanto a nivel legal como ético. Si tienes alguna pregunta te invito a responder a este e-mail o a convocar una reunión.

Cameron Winklevoss

Copia escrita enviada vía University Mail

—Creo que lo llaman una carta de cese y desistimiento —murmuró Mark, mientras se reclinaba en el sofá, con las manos detrás de la cabeza—. ¿Cómo se llamaban esas chicas? A mí me gustaba la bajita.

—¿Cuándo la recibiste? —dijo Eduardo, ignorando la pregunta de Mark. Notaba que la sangre se le agolpaba en la cabeza. Se agachó, recogió la carta y la leyó rápidamente. Parecía bastante agresiva. Estaba llena de acusaciones, y al final, bien claramente, figuraba el nombre de quien las hacía. Tyler y Cameron Winklevoss, en defensa de su página web Harvard Connection. Acusaban a Mark de robarles su idea, además de su programa, y exigían que él y Eduardo cerraran thefacebook o asumieran las consecuencias legales.

—Hace una semana. Justo después de lanzar la página. También mandaron un e-mail, una carta diciendo que iban a apelar a la escuela. Que había violado el código ético de Harvard.

Dios mío. Eduardo se quedó mirando a Mark, pero como de costumbre, no pudo interpretar su expresión impasible. ¿Los Winklevoss acusaban a Mark de robarles su idea? ¿Su página de citas? ¿Querían cerrar thefacebook?

¿Pero realmente podían hacerlo? Era cierto que Mark se había reunido con ellos, que habían intercambiado e-mails, que les había dado largas. Pero no había firmado ningún contrato, no había escrito una sola línea de programa. Y a ojos de Eduardo thefacebook era muy distinto de su página. Es cierto, también era una página social, pero había decenas de páginas sociales, si no cientos. Por dios, todos los estudiantes de informática del campus estaban desarrollando una página web social. Aaron Greenspan incluso había llamado «the facebook» o algo parecido a una parte de su portal social. ¿Quería decir eso que todos podían demandarse entre sí? ¿Sólo por tener ideas parecidas?

—Hablé con un alumno de tercero de derecho —dijo Mark—. Envié una carta de respuesta. Y otra a la universidad. Está debajo de ese otro libro.

Eduardo cogió otro libro de informática del montón que había sobre el televisor y encontró una segunda carta, esta última escrita por Mark y dirigida a la universidad. Eduardo pasó rápidamente los ojos por encima y quedó sorprendido —y satisfecho— de descubrir algo de emoción en la respuesta de Mark a las acusaciones de los Winklevoss. Mark decía a la universidad, en términos nada ambiguos, que thefacebook no guardaba la menor relación con el trabajo que había realizado para los Winklevoss.

En un principio el proyecto me intrigó y ellos me pidieron que terminara la parte conectiva de la página web… Después de esta reunión, y no antes, comencé a trabajar en TheFacebook, sin usar ningún elemento de su programa ni ninguna funcionalidad propia de Harvard Connection. Era un proyecto separado, y no se basaba en ninguna de las ideas que se trataron en nuestros encuentros.

Es más, Mark consideraba que le habían engañado en la reunión inicial, y que los gemelos habían dado una imagen falsa de lo que esperaban de él.

Desde el inicio de este proyecto, lo percibí como una empresa no lucrativa, cuyo propósito de partida era desarrollar un producto de utilidad para la comunidad de Harvard. Con el tiempo me di cuenta de que mi idea de la página web no correspondía a la imagen que me habían dado inicialmente de ella.

Más aún, Mark no les había engañado en ningún momento:

Cuando nos reunimos en enero, expresé mis dudas acerca de la página (su nivel de desarrollo gráfico, la cantidad de programación que faltaba y que yo no había previsto, las carencias de recursos de hardware, la falta de promoción necesaria para lanzar con éxito la página, etc.). Os dije que tenía otros proyectos en los que estaba trabajando, y que eran más prioritarios para mí que terminar [vuestra página],

Mark concluía diciendo que le indignaba verse «amenazado» por los gemelos simplemente por haber mantenido algunas reuniones en el comedor de Kirkland y unos cuantos intercambios por e-mail con Cameron, Tyler y Divya. Consideraba sus reivindicaciones una «molestia» que trataría de «ignorar» por considerarla el clásico intento de aprovecharse y sacar dinero cuando alguien tenía éxito con algo.

Esto último sonaba un poco excesivo para Eduardo, teniendo en cuenta que thefacebook no estaba dando ningún dinero y que los Winklevoss no hablaban en ningún momento de dinero. Pero era bueno ver que Mark había sabido defenderse.

Eduardo se calmó un poco, volvió a poner la carta de Mark en el montón de libros de informática junto con la orden de cese y desistimiento. Si Mark no estaba asustado, tampoco iba a estarlo él; después de todo, no se había reunido con los gemelos, no era programador informático y sólo podía basarse en lo que Mark le había dicho sobre las diferencias entre las dos páginas. Según la versión de Mark, era como si un fabricante de muebles pretendiera demandar a alguien por diseñar un nuevo tipo de silla. Había miles de tipos distintos de silla, y fabricar una de ellas no te daba derecho de propiedad sobre todas las demás.

Tal vez fuera una forma algo simplificada de contemplar la cuestión, pero joder, eran estudiantes universitarios, no abogados. Lo último que querían era meterse en alguna asquerosa batalla legal. A propósito de una página web que, eso sí, tal vez consiguiera que ellos dos echaran un polvo.

—Sus nombres eran Kelly y Alice —comenzó Eduardo, pero antes de que pudiera terminar se abrió la puerta de la habitación y casi le dio en toda la espalda. Eduardo se giró y vio entrar a los dos compañeros de habitación de Mark, los dos estudiantes universitarios más distintos entre sí que se pudiera imaginar.

Dustin Moskovitz, el primero en entrar, tenía cara de bebé y el pelo oscuro, cejas espesas y una mirada resuelta en sus ojos también oscuros. Era tranquilo, algo retraído, estudiaba economía y era un as de la informática, además de una persona tremendamente afable y encantadora. Chris Hughes era con diferencia el más exuberante de los dos; pelo rubio desgreñado, extrovertido, hablador, con restos de acento sureño por haberse criado en Hickory, Carolina del Norte. En el instituto había sido presidente de la Sociedad de los Jóvenes Demócratas y se le podía considerar un activista en varias cuestiones liberales. Estaba también bastante interesado por la moda, y le sacaba una buena ventaja a Eduardo en la competición por ser el miembro más presentable del grupo; eso sí, donde Eduardo escogía americanas y corbatas conservadoras, Chris prefería pantalones y camisas de diseño. Mark a veces le llamaba «Prada» por su aspecto.

Los cuatro juntos —Mark, Eduardo, Dustin y Chris— no eran exactamente lo que uno llamaría la élite social de Harvard. De hecho, probablemente habrían sido unos marginados en cualquier universidad donde estuvieran, no sólo en el hogar de los Rockefeller y los Roosevelt. Eran todos unos colgados, cada uno a su manera. Pero se habían encontrado unos a otros… y también habían encontrado algo más.

Mark inició la conversación, pues era algo que ya había decidido (y Eduardo comenzaba a darse cuenta de que así funcionaban las cosas en el mundo de Mark). Thefacebook estaba creciendo a toda prisa y Mark tenía problemas para seguir el ritmo. Corría serio peligro de suspender alguna de sus asignaturas, y si quería que thefacebook siguiera creciendo necesitaba ayuda.

Dustin podía encargarse de los asuntos informáticos de los que Mark no pudiera encargarse personalmente. Y Chris sabía hablar —en todo caso mejor que ninguno de los demás, eso seguro—, de modo que podía hacerse cargo de la publicidad y de las relaciones públicas. El Crimson se había portado muy bien hasta entonces; al parecer, Mark había hecho algunos trabajos informáticos para ellos en primero, lo cual explicaba aquellos artículos tan entusiastas. Pero en adelante necesitarían mantener la presencia en la prensa, pues Facebook dependía en buena medida de mantener a la gente lo bastante excitada e interesada para seguir registrándose.

Eduardo se seguiría encargando de la vertiente comercial del asunto, si llegaba a tener algún día una vertiente comercial. Los cuatro serían los encargados de llevar Facebook al siguiente nivel. Y todos tendrían títulos. Eduardo sería el CFO. Dustin, vicepresidente y jefe de programación. Chris, director de publicidad. Y Mark fundador, dueño y comandante, y enemigo del Estado. Palabras de Mark, sentido del humor de Mark.

Eduardo lo escuchó todo y consideró el significado de aquellas palabras. Sabía que las cosas habían sido mucho más simples mientras sólo estaban él y Mark; pero también sabía que llevar una empresa implicaba contratar empleados, y no tenían exactamente ingresos que les permitieran pagar la ayuda de los demás. De modo que la única opción era incorporar a más socios. Los compañeros de habitación de Mark eran tipos inteligentes y fiables. Eran unos colgados, igual que él. Y a fin de cuentas todo esto era una operación de dormitorio.

Eduardo estuvo de acuerdo con la nueva dirección que se había constituido, y también con la reestructuración del acuerdo de propiedad. Dustin se quedaría alrededor de un 5 por ciento de la empresa, Chirs se llevaría un porcentaje que concretarían más adelante en función del trabajo que tuviera que hacer. Mark recortaría su propiedad al 65 por ciento, y Eduardo sería propietario del 30 por ciento. Parecía más que justo y, de cualquier manera, no entraba ningún dinero en la empresa, de modo que ¿por qué pelearse por el 30 por ciento de nada?

—Primer asunto del orden del día —dijo Mark, cuando eso estuvo resuelto—. Pienso que es hora de que abramos thefacebook a otras universidades. La expansión parece lo más natural.

Habían conquistado Harvard, y era hora de ver hasta dónde podía llegar su modelo. Acordaron comenzar por un grupo de universidades de élite: Yale, Columbia y Stanford, para empezar. La página seguiría siendo exclusiva: debías tener una dirección de e-mail de una de estas universidades para poder entrar. Con el tiempo, la comunidad crecería y tenían previsto permitir la polinización interuniversitaria. Facebook tenía que seguir creciendo.

—Pero también tenemos que comenzar a hablar con anunciantes —intervino Eduardo, negándose a dejar correr el asunto—. Tenemos que comenzar a convertir esto en dinero.

Mark asintió, pero Eduardo tenía bastante claro que no estaba del todo de acuerdo. Mark era consciente de que tenían que ganar dinero suficiente para cubrir los costes de los servidores, pero no parecía preocuparse por el dinero más allá de lo que costara mantener en funcionamiento la página. Eduardo lo veía de otro modo.

Eduardo comenzaba a creer, en el fondo de su corazón, que se iban a hacer ricos con esta página web. Cuando miraba a su alrededor y veía a aquel grupo de supercolgados, tenía la impresión de que nada podía interponerse en su camino.

* * *

Cuatro horas después, el corazón de Eduardo golpeaba violentamente contra sus costillas mientras él empujaba contra el cubículo del lavabo, sus zapatos de cuero italianos resbalando sobre el suelo de linóleo. La chica asiática alta y delgada estaba montada sobre él, sus piernas largas y desnudas envolviendo su cintura, la falda subida, su flexible cuerpo arqueado mientras presionaba con la espalda contra la pared del cubículo. Las manos de Eduardo tanteaban por debajo de su camisa blanca abierta, acariciaban el suave tejido de su sostén rojo, mientras sus dedos se entretenían sobre sus pechos redondos y apuntados, y rozaban la sedosa textura de su perfecta piel de caramelo. Ella soltó un grito entrecortado, acercando sus labios a su cuello, sacando la lengua, saboreándolo. Todo el cuerpo de Eduardo comenzó a temblar y empujó con más fuerza contra el cubículo, sintiendo cómo ella se retorcía contra él. Los labios de Eduardo encontraron la oreja de la chica y ella soltó otro grito…

Y entonces otro sonido reverberó por el baño. Algo golpeaba contra la pared del baño desde el otro lado del frío aluminio. Luego una palabrota, seguida de risas. Un segundo después, la risa se detuvo y fue sustituida por suaves gemidos y el sonido de labios contra labios.

Eduardo sonrió; ahora él y Mark compartían algo más que una página web, también compartían una experiencia. El lavabo de hombres de una residencia no era exactamente lo mismo que la Biblioteca Widener, pero algo era algo.

Al devolver su atención a la chica enredada en su cintura, animado por la música de su amigo que se volvía loco en el cubículo de al lado, una idea le asaltó y no pudo evitar una sonrisa.

Tenían groupies.

Y más allá de eso, se dio cuenta de que se había equivocado terriblemente acerca de una cosa.

Un programa informático podía conseguirte un polvo.