CAPÍTULO 14:
9 de febrero de 2004

Tyler estaba totalmente concentrado. Ojos cerrados, músculos de la espalda en tensión, pecho henchido, cuádriceps, tríceps y antebrazos ardiendo, dedos blancos contra los remos. Las hojas cortaban el agua sin apenas salpicar, con movimientos calcados a los de Cameron un poco más atrás: sincronía total, una y otra y otra vez. Tyler casi podía ver al público animando a la orilla del Charles, casi podía ver el puente que se acercaba y se acercaba y se acercaba…

—¡Tyler, tienes que ver esto!

Y entonces todo se vino abajo. Los remos se le escaparon de las manos y el agua le salpicó toda la camiseta y los pantalones cortos. Sus ojos se abrieron de golpe… y no vio la orilla del Charles. Vio el interior de la Casa Newell, la sede del equipo de remo de Harvard desde 1900. Vio una sala de aspecto cavernoso, con las paredes llenas de recuerdos de viejos equipos de remo: remos, cascos y camisetas, fotografías en blanco y negro enmarcadas y estantes llenos de trofeos. Y vio a un indio furioso justo delante de él que le tendía un ejemplar del Harvard Crimson.

Tyler parpadeó, luego soltó los remos y se secó el agua de las mejillas. Echó una mirada a su hermano, que también había dejado de remar. Los dos estaban sentados en uno de los dos «tanques» de última generación de Newell: se trataba de unas piscinas de remo a cubierto que consistían en un «casco» para ocho tripulantes encajado en cemento y rodeado a ambos lados por grandes depósitos de agua que permitían remar. Tyler sabía que probablemente tenían un aspecto ridículo, allí sentados en el tanque y empapados de agua: pero Divya no estaba sonriendo, eso estaba claro. Tyler miró el Crimson en las manos de su amigo, y puso los ojos en blanco.

—¿Qué te pasa esta vez con el periódico?

Divya se lo tendió con manos temblorosas por el cabreo. Tyler sacudió la cabeza.

—Léelo tú. Estoy empapado. No quiero ensuciarme de tinta.

Divya resopló, exasperado, luego abrió el periódico y comenzó a leer.

—«Cuando Mark E. Zuckerberg ’06 se cansó de esperar la creación de un facebook oficial universal de Harvard, decidió tomar cartas en el asunto…».

—Espera un momento —interrumpió Cameron— ¿qué diablos es eso?

—El periódico de hoy —respondió Divya—. Escuchad: «Tras una semana de programación, el pasado miércoles por la tarde Zuckerberg lanzó thefacebook.com. La página combina elementos del facebook estándar de la Residencia con amplios perfiles que permiten a los estudiantes buscarse entre ellos en los cursos, organizaciones sociales y residencias».

Tyler tosió. ¿El miércoles pasado por la tarde? Eso fue hace cuatro días. No había oído hablar de esa página, pero lo cierto era que él y su hermano habían estado entrenando como bestias. Apenas había comprobado su e-mail en ese tiempo.

—Esto es increíble —dijo—. ¿Ha lanzado una página web?

—Oh sí —dijo Divya—. Y también lo citan en el artículo: «Todo el mundo habla mucho de crear un facebook universal en Harvard», ha dicho Zuckerberg. «Me parece estúpido que la Universidad tarde un par de años en hacerlo. Yo puedo hacerlo mejor que ellos, y puedo hacerlo en una semana».

¿Puede hacerlo en una semana? Por lo que Tyler sabía, llevaba dos meses dándole largas a él y a Harvard Connection con la excusa de que no tenía tiempo para programar la página, que tenía mucho trabajo con sus clases y con sus vacaciones. Joder, pensó Tyler: ¡les había estado mintiendo a la cara! Cameron le había enviado un e-mail hacía apenas dos semanas, pidiéndole consejo sobre algunas cuestiones de diseño para Harvard Connection, y ni siquiera había respondido. Ellos habían supuesto que todavía estaba muy agobiado de trabajo.

Tyler pensó: ¿había tenido tiempo de hacer su propia página web, pero no les había podido dar diez horas de programación?

—Y la cosa empeora. «Ayer por la tarde, Zuckerberg dijo que más de 650 alumnos se habían registrado en thefacebook.com. Dijo que preveía que esta mañana ya serían 900».

Mierda. Eso no podía ser cierto. ¿Novecientos alumnos en cuatro días? ¿Cómo era posible? Zuckerberg no conocía a novecientas personas. Por lo que Tyler sabía, no conocía ni a cuatro. El tío no tenía amigos. No tenía vida social. ¿Cómo había conseguido lanzar una página web social y obtener esa respuesta en cuatro días?

—Fui a ver la página después de leer esto. Es verdad, la cosa está corriendo como la pólvora. Necesitas un e-mail de Harvard, y luego debes cargar tu fotografía, información personal y académica. Puedes buscar a personas en función de sus intereses, y cuando encuentras a tus amigos montas una red con ellos.

Tyler notó que sus manos se tensaban. No era lo mismo que Harvard Connection, pero desde su punto de vista no era tampoco muy distinto. Harvard Connection era una página para buscar personas en función de intereses. E iba a centrarse en el dominio de Harvard. ¿Les había robado la idea Zuckerberg? ¿Podía ser realmente una coincidencia, o sea, que tuviera realmente intención de trabajar en Harvard Connection y simplemente se hubiera quedado atrapado en la suya?

No, no encajaba. Para Tyler, todo el asunto tenía el aspecto… de un robo.

—Por lo que sé, consiguió financiación de uno de sus colegas, un chico brasileño llamado Eduardo Saverin. Está en el Phoenix, ganó algún dinero en futuros este verano. Ahora es propietario parcial de la página.

—¿Porque la financió?

—Supongo.

—¿Y por qué no nos pidió el dinero a nosotros?

Mark tenía que saber que los Winklevoss tenían dinero; tenía que saber que estaban en el Porc, y todo el mundo sabía lo que eso significaba. Si necesitaba dinero para poner en marcha una página, se lo podía haber pedido fácilmente a Tyler o a Cameron. A menos que necesitara el dinero para algo que les había robado a ellos. A menos que no pudiera decirles nada de la página en la que estaba trabajando, porque era demasiado parecida a la que le habían contratado para hacer. Bueno, no le habían contratado exactamente: nunca habían hablado de pagarle nada, sólo de que sacaría beneficios si ellos los sacaban.

No había contrato, ningún papel, nada más que un apretón de manos aquí y allá. Mierda. Tyler bajó la cabeza y se quedó mirando hacia el agua verdeazulada del tanque. ¿Por qué no habían escrito nada, cualquier tontería de una página —tú haces esto, nosotros aquello—, algo sencillo? Simplemente se habían fiado del tío. Ahora Tyler estaba convencido de que los había jodido.

Los había frenado, los había engatusado, y luego había lanzado una página web suya de características parecidas.

—Y todavía falta lo mejor —dijo Divya, volviendo a leer en voz alta el Crimson—. «Zuckerberg dijo que esperaba que las opciones de privacidad contribuirían a restaurar su reputación después de la indignación que había levantado facemash.com, una página que creó en el semestre de otoño».

Tyler pegó un golpe sobre uno de los remos y envió una ola de agua fuera del tanque. Casi las palabras exactas que había empleado él: que Harvard Connection ayudaría a restaurar su reputación. ¡Y Mark las estaba usando, allí mismo, en el Crimson! Era como si se estuviera riendo de ellos.

Tal como lo veía Tyler, Mark les había estado tomando el pelo durante dos meses —las vacaciones y la semana previa a los exámenes—, y durante todo ese tiempo estuvo trabajando en su propia página web. Luego había pasado de ellos y apenas dos semanas atrás había lanzado su propia página web, thefacebook.com, robándoles el golpe de efecto y, en opinión de Tyler, la esencia de su idea.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Cameron.

Tyler no lo tenía claro. Pero sabía que no quedaría así. No podía dejar que esa sanguijuela se saliera con la suya.

—Antes que nada haremos una llamada telefónica.

* * *

La mente de Tyler trabajaba a toda prisa mientras asía el teléfono contra su oreja. Estaba de pie en su habitación de Pforzheimer, aún empapado tras una ducha rápida, con una toalla sobre las espaldas y unos pantalones deportivos mal puestos. Cameron y Divya estaban a un metro de él, navegando por la página de Zuckerberg en el ordenador de Tyler. Cada vez que Tyler miraba en su dirección y veía la pantalla enmarcada en azul, sus mejillas se inflamaban y una chispa de fuego se encendía en el fondo de su ojos. Eso no estaba bien. No era justo.

Su padre respondió finalmente al tercer timbre. Era la persona que Tyler más respetaba en el mundo. Su padre, un millonario que se había hecho a sí mismo, era dueño de una de las consultorías de mayor éxito de Wall Street. Si alguien podía saber cómo resolver esta difícil situación, era él.

Tyler habló a toda prisa, explicándole exactamente lo que había ocurrido. Su padre estaba al corriente de lo de Harvard Connection; después de todo, llevaban desde diciembre de 2002 trabajando en la página. Tyler le pintó el cuadro de su relación con Zuckerberg, y luego le dijo lo que habían leído en el Crimson, además de lo que él, Cameron y Divya habían podido ver por ellos mismos entrando en thefacebook.com.

—Algunas cosas se parecen mucho, papá.

La clave para Tyler, lo que marcaba la diferencia entre lo que había hecho Mark y otras redes sociales online como Friendster, era su carácter exclusivo. Para entrar en la página de Mark necesitabas un e-mail de Harvard, y eso también había sido idea de ellos: lanzar una página social limitada a Harvard. La idea misma de exigir que todos los que se registraran tuvieran una dirección .edu era totalmente innovadora y potencialmente muy importante para el éxito social de la página. Era una especie de filtro que mantenía la exclusividad y la seguridad del invento. Puede que muchos de los aspectos que Mark había introducido en thefacebook fueran distintos: pero a Tyler el concepto general le parecía muy similar.

Mark se había reunido con ellos tres veces. Habían intercambiado cincuenta y dos e-mails, todos ellos aún en los ordenadores de Cameron, Tyler y Divya. Mark había examinado su programa, y podían demostrarlo. Había visto lo que Victor había hecho, y había hablado largo y tendido con ellos sobre lo que pensaban hacer.

—No es una cuestión de dinero —dijo Tyler como conclusión—. ¿Quién sabe si alguna de nuestras páginas va a hacer algún dinero? Pero esto no está bien. No es justo.

No era así como se suponía que debían ir las cosas. Tyler y Cameron habían crecido creyendo que el orden importaba. Las reglas importaban. Si trabajabas duro, conseguías lo que te merecías. Tal vez en el mundo de hackers de Mark —según su lógica de friki de la informática— las cosas fueran distintas. Hacías lo que te daba la gana, montabas páginas gamberras como Facemash, pirateabas los ordenadores de Harvard, te hacías el gallito ante la autoridad y te reías de la gente en las páginas del Crimson. Pero eso simplemente no era aceptable.

Harvard no era así. En Harvard imperaba el orden. ¿O no?

—Voy a poneros en contacto con el abogado de la empresa —dijo el padre de Tyler.

Tyler asintió, trató de contener su respiración, de calmar su ritmo cardíaco. Un abogado, eso era exactamente lo que necesitaban. Tenían que examinar sus opciones con un profesional, ver qué se podía hacer.

Tal vez no fuera demasiado tarde. Tal vez todavía se podía hacer justicia.