Desde los escalones de la Biblioteca Widener, bajo la brillante luz de las once de la mañana, Harvard Yard tenía un aspecto muy parecido al que había tenido los últimos trescientos años. Senderos bordeados de árboles zigzagueando entre extensiones de hierba pulcramente recortada. Viejos edificios de ladrillo y piedra cubiertos de hiedra, complicados trazos verdes que se entrelazaban como venas sobre la vieja piel arquitectónica. Desde el punto de vista de Eduardo, en lo alto de la escalinata se adivinaba la punta de la Iglesia Memorial a lo lejos, pero no se veía más allá; sin duda no se veía el edificio futurista de ciencias o el claustrofóbico dormitorio de primer curso de Canaday, en fin, ninguno de los edificios nuevos que destrozaban la austera atmósfera del campus. Era una vista cargada de historia, de siglos de momentos como aquél, aunque Eduardo tenía la sensación de que a lo largo de todos esos centenares de años ningún estudiante había pasado por la extraña tortura que acababa de pasar el tío que tenía al lado.
Eduardo le echó una mirada a Mark, que estaba sentado a su lado en el escalón con las piernas cruzadas, parcialmente cubierto por la sombra que proyectaba uno de los inmensos pilares que sostenían el edificio de la gran biblioteca de piedra. Mark llevaba traje y corbata y parecía incómodo, como de costumbre, aunque en este caso Eduardo estaba bastante seguro de que la incomodidad de su amigo no tenía que ver únicamente con su ropa.
—Ha sido desagradable supongo —comentó Eduardo, devolviendo su atención a Harvard Yard.
Contempló a una pareja de chicas guapas de primer curso que pasaban a toda prisa por uno de los caminos. Las dos llevaban bufandas carmesí a juego y una tenía el pelo recogido en un moño, dejando al aire una franja de cuello de porcelana.
—Algo así como una colonoscopia —respondió Mark.
Mark también estaba contemplando el avance de las chicas por Harvard Yard. Tal vez estuviera pensando lo mismo que Eduardo: que esas chicas probablemente hubieran oído hablar de Facemash, leído sobre el asunto en el Crimson o visto algo colgado en alguno de los tablones de anuncios online del campus. Tal vez las chicas supieran incluso que una hora antes Mark se había tenido que sentar frente a la junta administrativa —en presencia de no menos de tres decanos, además de un par de expertos en seguridad informática— y presentar disculpas, una y otra vez, por el desaguisado que había provocado sin querer.
Lo divertido del caso —aunque los decanos no le habían visto exactamente la gracia— era que Mark no parecía haber entendido realmente por qué estaba todo el mundo tan cabreado. De acuerdo, había pirateado los ordenadores de la universidad y se había descargado unas cuantas fotografías. Sabía que eso estaba mal, y ciertamente se disculpaba por ello. Pero estaba sinceramente confundido por la indignación que había despertado en varios grupos femeninos del campus, y no sólo en los grupos sino también entre las propias chicas, muchas de las cuales le habían enviado e-mails, cartas y a veces hasta novios para que asegurarse de que le llegaba el mensaje. Y los mensajes le llegaban en el comedor, en las clases, incluso entre los estantes de la biblioteca: cada vez que se cruzaban con Mark.
Durante la sesión con la junta administrativa, Mark había admitido abiertamente su culpa por el pirateo pero también había observado que sus acciones habían puesto al descubierto algunos fallos graves de seguridad en el sistema informático de la universidad. Había un aspecto positivo en todo el asunto, según Mark, que se presentó voluntario además para ayudar a resolver las deficiencias de los sistemas de las residencias.
Mark también había insistido en que había cerrado personalmente la página cuando se dio cuenta de que corría por todo el campus. En ningún momento había tenido intención de lanzar Facemash de ese modo: era una especie de test beta que se le había escapado de las manos. La página era sólo un reto que se había propuesto a sí mismo, sin ninguna finalidad retorcida.
Francamente, la mejor defensa de Mark había sido su inadaptación social, sumada a su confusión por la respuesta que había generado Facemash. Los decanos reunidos habían observado y escuchado su artificial amaneramiento y se habían dado cuenta de que Mark no era en realidad un mal chico, simplemente no pensaba como los demás. No se había dado cuenta de que las chicas se iban a ofender porque los chicos las clasificaran en función de su aspecto: por Dios, Mark, Eduardo y probablemente todos los tíos de la universidad llevaban haciendo ese tipo de clasificaciones desde el nacimiento de la educación estructurada. Eduardo estaba convencido de que algún día un paleontólogo encontraría dibujos en cuevas con clasificaciones de chicas neandertales. Formaba parte de la naturaleza humana.
Un observador externo habría dicho que Mark no parecía haberse dado cuenta de que cierto tipo de cosas que le pasaban por la cabeza —la clase de conversaciones que uno tenía con sus amigos colgados en la privacidad de sus guaridas de colgados— no quedaban bien cuando se decían en público. Si sugieres comparar fotografías de chicas con animales de granja, vas a ver a mucha gente cabreada.
Ciertamente, Mark había cabreado a mucha gente. Pero en su benevolencia los decanos habían decidido no suspenderle o expulsarle por el asunto de Facemash. Le darían a Mark una especie de libertad vigilada: simplemente le habían dicho que no creara problemas durante los próximos dos años, o ya vería. No habían especificado qué sería lo que «vería», pero en todo caso era una buena zurra.
Mark había sobrevivido al incidente sin demasiado perjuicio para su estatus académico. Su reputación en el campus, sin embargo, no se había recuperado tan fácilmente. Si antes tenía problemas con las chicas, ahora lo iba a tener realmente crudo.
Además, la gente conocía ya el nombre de Mark Zuckerberg. El artículo del Crimson se había asegurado de eso. El periódico había desarrollado incluso el artículo inicial acerca de la debacle Facemash con un editorial acerca de la popularidad de la página y del interés que cabía deducir de ello por alguna clase de comunidad virtual para compartir imágenes, aunque tal vez debería dársele una orientación más positiva. Mark ciertamente había movido algo, y eso era bueno, ¿no?
Cuando las dos chicas de primero desaparecieron de su vista, Mark se metió la mano en el bolsillo de atrás y sacó un pedazo de papel doblado y se giró hacia Eduardo.
—Quiero mostrarte algo. ¿Qué piensas de esto?
Le pasó el papel y Eduardo lo desdobló; era un e-mail impreso del ordenador de Mark:
Hola Mark, un amigo me dio tu e-mail. En fin, mi equipo y yo necesitamos a un diseñador de páginas web que sepa php, sql y, con un poco de suerte, java. Tenemos muy avanzado el diseño de una página en la que nos gustaría que participaras y que estamos seguros que dará que hablar en el campus. Llámame por favor a mi móvil o escríbeme un e-mail para decirme cuándo tendrías un momento para charlar por teléfono y verte con nuestro diseñador actual. Podría ser una experiencia muy positiva, especialmente si tienes una personalidad emprendedora. Te daremos los detalles cuando nos des tu respuesta. Saludos.
El e-mail estaba firmado por alguien llamado Divya Narendra, e iba con copia para un tal Tyler Winklevoss. Eduardo leyó dos veces el e-mail, tratando de digerir la propuesta. Parecía que los tipos estaban trabajando en alguna clase de página secreta; probablemente habían leído algo sobre Mark en el Crimson, habían visto Facemash y pensaban que podía ayudarles en lo que fuera que estuvieran construyendo. Estaba claro que no conocían a Mark, sólo respondían a su reputación, a su reciente notoriedad.
—¿Conoces a esos tipos? —le preguntó Mark.
—No conozco a Divya, pero sí a los gemelos Winklevoss. Son alumnos de último curso, creo que viven en el Quad. Hacen remo.
Mark asintió. Por supuesto, él también conocía a los gemelos Winklevoss. No personalmente, claro, pero no podías dejar de verlos en algún momento. Dos gemelos idénticos de metro noventa y cinco, era difícil perdérselos. Pero ni Eduardo ni Mark habían intercambiado nunca una palabra con ellos; no se movían precisamente en los mismos círculos. Tyler y Cameron eran del Porc. Eran atletas, e iban con atletas.
—¿Vas a hablar con ellos?
—¿Por qué no?
Eduardo se encogió de hombros. Volvió a mirar el e-mail. A decir verdad, no tenía un gran presentimiento sobre aquello. No conocía a los Winklevoss ni a Divya, pero sí conocía a Mark y no se imaginaba que pudiera llevarse bien con tipos como ésos. Hacía falta cierta «comprensión» para llevarse bien con Mark. Y los tíos como los Winklevoss… bueno, nunca eran demasiado comprensivos con colgados como Eduardo y Mark.
Sin duda, Eduardo estaba haciendo grandes progresos ahora que iba con los del Phoenix y avanzaba en el proceso de iniciación. En una semana o así estaba seguro de que el proceso terminaría y que pasaría a ser un miembro de pleno derecho de un Club Final. Pero había una gran diferencia entre ser un miembro del Phoenix y ser un miembro del Porcellian. En el Phoenix se trataba de aprender a hablar con chicas, beber mucho y con suerte llevárselas a la cama. En el Porcellian se trataba de aprender a gobernar el mundo.
—Yo diría que los jodan —respondió Eduardo—. No los necesitas.
Mark volvió a coger el e-mail y se lo puso en el bolsillo. Luego se tiró de los cordones de los zapatos para aflojarlos.
—No sé —dijo, y Eduardo se dio cuenta perfectamente de que ya había tomado una decisión. Tal vez en el fondo la idea de ir con tíos como los Winklevoss le resultara atractiva, o tal vez fuera otra salida de las suyas, como Facemash: algo que le parecía que podía resultar divertido.
O bien, como decía siempre Mark:
—Podría ser interesante.