CAPÍTULO 8:
El Quad

Vistos desde el exterior, los cuatro pisos del Edificio Hilles se parecían más a una estación espacial caída que a una biblioteca universitaria; puntiagudos pilares de cemento y piedra, brillantes fachadas de metal y cristal. Igual que el resto del Quad, la Biblioteca del Quad era uno de los edificios más nuevos del campus; estando tan lejos de Harvard Yard y de sus edificios antiguos y cubiertos de hiedra, los arquitectos probablemente pensaron que podían hacer lo que quisieran, incluso una monstruosidad futurista como aquélla, que parecía más indicada para el campus del MIT, un poco más abajo, en la misma calle.

En aquellos momentos, Tyler estaba encerrado en un rincón trasero del tercer piso de la estación espacial, con su cuerpo de metro noventa y cinco encajado en una combinación silla-escritorio que parecía antes un instrumento de tortura que un mueble Art Déco. Había escogido aquella monstruosidad específicamente por su incomodidad: apenas eran las siete de la mañana de un lunes, y después del tute que se había pegado con su hermano harían falta medidas drásticas para mantenerse consciente.

Sobre el escritorio había un enorme manual de economía abierto, y al lado una de las bandejas de plástico rojo del comedor de la cercana residencia Pforzheimer. Sobre la bandeja, un bocadillo de mortadela a medio comer, parcialmente envuelto en una servilleta. No hacía ni media hora que Tyler y Cameron habían terminado de desayunar, y Tyler todavía tenía hambre: aquel manual era la razón de que estuviera en la biblioteca —faltaba menos de una hora para que comenzara su clase de Econ 115—, pero en realidad lo único que le mantenía despierto era el bocadillo de mortadela. La mitad que faltaba estaba aún en su boca, y estaba tan ocupado masticando que ni siquiera oyó los pasos de Divya que se acercaban por su espalda.

Sin el menor aviso, Divya pasó una mano por encima de su hombro y arrojó una copia del Crimson sobre la bandeja de plástico, con el resultado de que la mitad que quedaba del bocadillo de mortadela salió despedida y voló dando vueltas hasta acabar finalmente en el suelo.

—¿Qué no voy a encontrar un programador para nosotros en el Crimson? —anunció Divya casi a gritos, a modo de saludo. Tyler le echó una mirada furibunda, con un pedazo de mortadela a medio masticar colgándole de la boca.

—¿Qué coño te pasa a ti?

—Perdona por lo del bocadillo. Pero mira el titular.

Tyler cogió el periódico y lo sacudió para quitar el kétchup de la página trasera. Le lanzó otra mirada a Divya y luego dirigió los ojos hacia el lugar donde señalaba su amigo indio. Tyler enarcó las cejas mientras leía el titular al artículo y repasaba en diagonal los primeros párrafos.

—Ok. Está bastante bien —reconoció.

Divya asintió con una sonrisa. Tyler se echó atrás en su silla y alargó el cuello tanto como pudo para atisbar por detrás del estante que tenía al lado. Apenas podía ver las largas piernas de Cameron saliendo de debajo de una idéntica combinación silla-escritorio, apenas a tres metros.

—¡Cameron, despierta y mueve el culo hacia aquí!

Unos cuantos estudiantes levantaron la mirada, vieron que era Tyler y volvieron a lo suyo. Cameron tardó unos momentos en desencajarse de la combinación, pero finalmente logró arrastrarse hasta donde estaban ellos y tomó posición junto a Divya. Cameron llevaba el pelo levantado en la coronilla y tenía los ojos enrojecidos y soñolientos. El viento había soplado fuerte aquella mañana en el río, y el entrenamiento había sido especialmente duro. Pero Tyler ya no se sentía tan cansado como su hermano parecía estar, no después de ver lo que Divya le había mostrado.

Tyler le pasó el periódico a Cameron. Éste le echó una mirada al artículo, asintiendo con la cabeza.

—Sí, oí que unos tipos del Porc hablaban de esto la noche pasada. Sam Kensington estaba bastante cabreado, porque su novia Jenny Taylor quedó clasificada en tercer lugar según la página, mientras que su compañera de habitación Kelly fue la número dos…

—Y su otra compañera Ginny la número uno —interrumpió Divya—. Ninguna sorpresa.

Tyler no pudo evitar una sonrisa. Jenny, Kelly y Ginny eran desde cualquier punto de vista razonable las tres tías más buenas de segundo curso. También habían sido casualmente compañeras de habitación en primero. Sólo que nadie en el campus creía que fuera realmente una casualidad, sobre todo después de que alguien dedujera que los últimos cinco dígitos del teléfono de su habitación en primero resultaban ser «3-POLVO». La oficina de alojamiento de Harvard era famosa por detalles extraños como aquél. Poner a chicos con nombres parecidos en la misma habitación. En su primer año en Harvard, Tyler había visto un Burger con un Fries y al menos dos Blacks y Whites. Y luego estaban Jenny, Kelly y Ginny, las tres rubias más espectaculares del campus, en una habitación con el número de teléfono 3-POLVO.

Probablemente había que despedir a alguien.

Pero la oficina de alojamiento no era el tema del artículo del Crimson. Las tres rubias habían sido clasificadas por una página Web —según Crimson, su nombre era Facemash, una especie de versión de «hot-or-not» donde los estudiantes podían clasificar a las chicas en base a sus fotografías— que había causado un gran revuelo en el campus.

—La cerraron enseguida —continuó Divya, señalando hacia el Crimson—. Dice que la cerró el mismo tío que la había hecho. Cuando creó la página no se había dado cuenta de que la gente se iba a cabrear. Y eso que en su blog había hablado de comparar a las chicas con animales de granja.

Tyler se echó atrás en su silla.

—¿Quién se cabreó?

—Bueno, las tías. Muchas. Los grupos feministas del campus enviaron un montón de cartas. Y luego está la universidad: había tanta gente visitando la página al mismo tiempo que saturó el ancho de banda de la universidad. Los profesores no conseguían conectarse a sus cuentas de e-mail. Fue una locura.

Tyler soltó un silbido.

—Uau.

—Sí, uau. Recibió algo así como veinte mil clics en veinte minutos. Ahora el tío que lo creó tiene bastantes problemas. Parece que robó todas las fotografías de las bases de datos de las residencias. Se coló dentro y simplemente las descargó. Parece que él y algunos de sus amigos van a tener que pasar por la junta administrativa.

Tyler sabía muy bien lo que era pasar por la junta administrativa, el organismo disciplinario de la administración, habitualmente integrado por decanos y por asesores estudiantiles pero que a veces contaba con abogados universitarios e incluso con los administradores superiores. Tyler tenía un amigo en el Porc que había sido acusado de copiar en un examen de historia. El tío había tenido que presentarse ante dos decanos y un tutor sénior. La junta administrativa tenía mucho poder: podía suspenderte, incluso recomendar tu expulsión. Pero Tyler dudaba de que en un caso como éste el castigo fuera tan severo.

El tío que hizo Facemash seguramente saldría en libertad provisional. Pero con la reputación bastante jodida. Ciertamente las chicas del campus no tendrían una opinión demasiado elevada de él, aunque, al parecer, el chico no era exactamente un Casanova. ¿Comparar tías con animales de granja? Ésa no es la clase de idea que se te ocurre cuando te acuestas con tías regularmente.

—Aquí dice que no es su primer programa —comentó Cameron, hojeando el artículo—. También hizo eso del Course Match. Te acuerdas Tyler, ese horario online para escoger tus clases. Y en el instituto se supone que era una especie de megahacker.

Tyler comenzaba a entusiasmarse. Todo lo que oía le gustaba. El tío la había cagado con su página web, pero no había duda de que era un brillante programador y a todas luces una persona con ideas propias. Tal vez fuera exactamente lo que estaban buscando.

—Tendríamos que hablar con este tío.

Divya asintió.

—Ya he llamado a Víctor. Dice que coincide con él en algunas clases de informática. Me advirtió de que era un poco rarito.

—¿Cómo de rarito? —preguntó Cameron.

—Ya sabes, un poco autista.

Tyler le echó una mirada a Cameron. Ambos sabían exactamente a qué se refería Divya. Autista no era la palabra correcta; inadaptado social era probablemente más exacto. Había decenas de chicos así en Harvard. Para ingresar en Harvard, tenías que ser o bien una persona increíblemente completa (un alumno de sobresalientes que además fuera bueno en algún deporte universitario), o bien tenías que ser muy, muy bueno en algo: tal vez mejor que nadie en el mundo. Como un virtuoso del violín, o un poeta laureado.

A Tyler le gustaba pensar que él y su hermano eran personas completas, pero tampoco se engañaba: sabía que los dos eran muy, muy buenos en remo.

Este chico resultaba ser muy, muy bueno en informática, pues no tenía pinta de que ser bueno en ningún deporte universitario.

—¿Cómo se llama el tío? —preguntó Tyler, con la mente funcionando a toda máquina.

—Mark Zuckerberg —respondió Divya.

—Mándale un e-mail —decidió Tyler, repicando con los dedos sobre el Crimson—. Veamos si este tal Zuckerberg quiere entrar en la historia.