—Te echó el humo en la cara, ¿eh? No le importa que seas un agente federal —dijo Virgil.
Carl respondió que no le estaba echando el humo a él.
—Dices que te estaba mirando.
—Creo que me miraba como si dijese: «¿Tú lo habrías hecho mejor?». Lo tenía perfectamente preparado.
—Te libró de una muerte segura.
—Yo no lo veo exactamente así. Jurgen, sí. Dice que nos salvó la vida. Y Honey corrió a darle un abrazo.
—¿Desnuda?
—Sí.
—¿Y lo hizo bien?
—Miss América en pelotas y con tacones de aguja.
—¡Madre mía! —exclamó Virgil.
Narcissa se acercó con café para acompañar el brandy cubano que estaban tomando después de la cena, y le dijo a Carl:
—Creo que a Virgil le dará un infarto antes de que termines de contarlo. —Se sentó con ellos a la mesa redonda, en un rincón de la cocina. Llovía. Era el día del cumpleaños de Hitler: 20 de abril de 1945.
—¿Y qué hizo Jurgen? ¿Se vistió? —preguntó Virgil.
—Sí, pero se fue antes de que yo llamase a Kevin.
—¿Le dejaste que se marchara? —dijo su padre, sacudiendo la cabeza.
—Se largó; me dio esquinazo. Era un fugitivo al que yo tenía que encerrar. En realidad, es un soldado alemán sin trabajo, y un amigo. No me extrañaría que esté en Cleveland.
—¿En Cleveland? Creía que pensaba dedicarse a montar toros.
—Y lo hará algún día. Creo que quería ver a su amigo de las SS, a Otto. Jurgen comentó que estaba viviendo con una judía muy guapa que se llama Aviva. Seguro que quería verlo con sus propios ojos.
—Supongo que te hiciste cargo de la situación —dijo Virgil—. ¿Ordenaste a todo el mundo que se sentara?
—Nadie tenía intención de salir de allí, aparte de Jurgen. Estuvimos charlando un rato. Llamé a Kevin, y él avisó a los de homicidios. Juramos declarar que Vera Mezwa actuó en defensa propia, que de lo contrario estaríamos muertos. Vera nos aseguró que no tenía ni idea de que Bo quisiera desnudarnos y matarnos.
—¿Y tú la creíste?
—Los de homicidios la creyeron. La estuvieron interrogando tres días y al final la soltaron. Ya te he dicho que lo tenía muy bien planeado. Creo que estaba harta de tener que preocuparse de que Bo se enfadase con ella. Y decidió actuar. Se lo cargó y de paso se convirtió en nuestra heroína. No tiene nada que ver con que sea una espía. No sé si los del Departamento de Justicia la detendrán en algún momento o la dejarán en libertad. Creo que tiene intención de largarse de la ciudad y cambiar de identidad. Llevaba todas sus cosas en el coche.
—¿Crees que la encontrarán?
—La encontrarán, si se lo proponen.
—¿Y qué pasa con Jurgen y Honey? Dices que hicieron buenas migas. ¿Terminarán juntos?
—Es posible. Aunque creo que a Jurgen se le acabará la suerte en algún momento. Lo detendrán y lo deportarán, cuando haya terminado la guerra. Tendrá que buscar la manera de volver. Honey lo estará esperando, mirando el reloj a todas horas. Así me lo imagino. Aunque con Honey nunca se sabe. Lo mismo decide irse con él a Alemania. Es muy capaz —dijo Carl, aunque no se la imaginaba haciendo eso.
—Esa chica te volvía loco, ¿verdad?
—¿Por qué dices eso?
—Es un entrometido —replicó Narcissa—. ¿Tiene razón?
—¿Volvió a ponerse las bragas? —preguntó Virgil.
Carl evocó a Honey poniéndose la falda por los pies y subiéndola por encima de las caderas; después se puso las bragas. Y le vino a la cabeza una imagen en color de Crystal Davidson haciendo lo mismo. La cabeza de Honey asomó a continuación por el cuello del jersey, mirando a Carl, subiendo y bajando las cejas. El sujetador seguía encima de la mesa.
—Sí, Honey se vistió, Jurgen se vistió y Walter fue a vestirse en el cuarto de baño.
—¿Qué será de Walter? —dijo Virgil.
—No lo sé. Creo que seguirá siendo Walter, el carnicero, y pareciéndose a Himmler, el hombre más odiado del mundo. Su único amigo era el sinvergüenza de Joe Aubrey, y todavía no han encontrado el cadáver. No le pregunté a Bo qué había hecho con él. Seguro que nos lo habría contado. Estaba disfrutando de lo lindo, fardando de toda la gente a la que había matado de un disparo o con un cuchillo.
—Dices que Vera estaba harta —dijo su padre—. ¿Le dijiste algo?
—Honey la estaba abrazando. Me acerqué y le dije que me gustaba su estilo. Me dio las gracias y me estampó un beso en la boca.
—¿Te besó? ¿Y tú estabas en bolas?
—Ya me había puesto los pantalones.
—Pronto podrás contárselo todo a Louly. ¿Cuándo viene?
—El sábado.
—Eso es mañana.
—Tiene un permiso de setenta y dos horas. Vendrá a Tulsa en avión. Tiene que ir en avión a todas partes, siempre que haya un aeródromo militar.
—A ver si lo he entendido. ¿Le contarás a Louly que Vera te besó?
—Louly no tiene ningún motivo para preocuparse por Vera.
—¿Y le contarás que Honey se estuvo paseando por la casa desnuda y con tacones?