Bohdan y el doctor Taylor seguían charlando en el sofá. Bo gesticulaba mucho y parecía muy animado. Vera y Joe Aubrey se habían esfumado. A Honey le costaba imaginarlos juntos en alguna habitación. Walter estaba solo con su schnapps; levantó el vaso para beber, pero al verla se puso en pie. Estaba casi segura de que lo había ensayado; la estaba esperando.
Mientras Honey se acercaba a Walter, Bohdan y el doctor Taylor pasaron en dirección a la puerta principal, sin dejar de parlotear. El joven abrió la puerta, puso una mano en el hombro del médico, le dio las buenas noches y cerró. Entonces miró a Honey. ¿Sonreía? Al momento revoloteó hasta la escalera y subió al piso de arriba. La dejó a solas con Walter. Ella se volvió entonces, y casi se da de bruces con él.
—Quiero contarte lo que voy a hacer —dijo Walter— y lo que me gustaría que tú hicieras por mí.
Honey pensó en su perro, Bits, que murió atropellado cuando era pequeña, y con voz compungida dijo:
—Vera me lo ha contado, Walter.
—Recuerdo el momento que vivía Alemania cuando nos casamos. Se preparaba para la conquista de Europa. Ese momento me habría ofrecido la gran aventura de mi vida, si hubiera sabido aprovechar la oportunidad.
Honey hizo un gran esfuerzo por parecer interesada y se preguntó cuánto tendría que aguantar. Era como cuando alguien empieza a contar una historia aburridísima, convencido de que es estupenda, y el otro intenta no perder la sonrisa.
—Ahora la guerra toca a su fin —dijo Walter—, y yo no he hecho nada ni por Alemania ni por el Führer. Tengo que dar la vida. Será mi regalo de cumpleaños para el Führer.
—Pero, Walter… ¿Y entonces?
—Honig —hizo una pausa para crear tensión—. Mientras me preparo para sacrificar mi vida, hay algo que puedes darme. En honor al tiempo que pasamos juntos.
—¿De verdad? —dijo Honey. Pero lo veía venir y quiso decirle: «No, por favor».
—Un hijo —dijo Walter— que lleve el nombre de Walter Helmut Schoen cuando yo ya no esté.
Honey se quedó pasmada.
—¿Helmut es tu segundo nombre? No hay tiempo, Walter.
—Lo concebiremos mañana.
—No estoy ovulando. Lo sé porque en esa fase me noto distinta.
—Podemos intentarlo, Honig. Y rezar.
Walter quería follar al día siguiente, en algún momento. Se imaginó en la cama con él durante el día. Sería la primera vez que lo hicieran con el sol en las persianas. Él le vería entonces el pubis, tan negro como las raíces del pelo. Entonces se fijaría en las raíces y le gritaría: «Me has engañado, puerca gitana». ¿No era extraño pensar en algo así en aquellas circunstancias?
—Mañana por la mañana —dijo Walter.
—Tengo la regla.
—No importa.
—No se puede concebir durante el período.
—Lo intentaremos. Puede que Dios nos ayude. Recuerda que nos conocimos en la puerta de la catedral.
Estaba distinto. Su voz sonaba distinta, más alemana. Parecía decidido a acostarse con ella al día siguiente. Pero no podía ser. Honey estaría con Jurgen… ¿Tendría que pasar el día entero con su ex marido? Y Carl había quedado en pasar por su casa. Si ella de verdad quisiera ver a Walter al día siguiente, si tuviera alguna razón, seguro que sabría encontrar el momento. Le bastaría cualquier razón. Pero nunca la de acostarse con el señor Solemne, con el señor Speedy Von Schoen.
—Walter, no hagas promesas cuando hayas bebido —dijo.
—Lo he estado pensando desde que oí hablar de Warm Springs. Es donde van los enfermos de polio y tu presidente a tomar las aguas.
—También es tu presidente, Walter. ¿Recuerdas que te lo dije en la puerta de la catedral?
La miró. Las gafas brillaron a la luz de la lámpara. Y dijo:
—Te sigo queriendo, Honig.
Walter levantó los ojos y Honey volvió la cabeza al notar que Bohdan se acercaba desde la escalera.
Bohdan le dijo a Walter:
—Amigo mío, el señor Aubrey no volverá contigo. Está hablando con Vera de un posible negocio. No sé de qué se trata. Cuando hayan terminado, yo lo llevaré a tu granja. Le gusta mucho meterse conmigo… ya lo conoces… Pero a mí no me importa. Es todo en broma. —Parecía a punto de retirarse, pero se detuvo un momento y añadió—: Mi querido amigo, lo que piensas hacer por el Führer es un acto de gran nobleza. Le dará la fuerza necesaria para seguir adelante.
Y volvió a la escalera, sacudiendo la cabeza para soltar su melena. Honey dijo entonces:
—Necesito pedirte un favor enorme, Walter. ¿Me quieres?
—Ya te lo he dicho —respondió él, torciendo el gesto.
—Tengo que esconder a Jurgen. ¿Puede venir con nosotros?
—¿Y adónde piensas llevarlo?
—A mi casa. Lo meteré en el cuarto que está lleno de trastos y de arañas. Hay un catre donde puede dormir. Así no te detendrán por ayudarlo en su fuga y podrás centrarte en el asesinato.
—Pero ¿estarás con Jurgen mañana? ¿Cómo voy a verte entonces?
—Eso no importa —dijo Honey. A lo mejor se está pasando de la raya, como de costumbre, pero tenía curiosidad por comprobar si Walter seguía siendo igual de aburrido en la cama. Se le ocurrió una idea, y no vio razón para no decir—: Llámame mañana, y ya veremos cómo nos arreglamos.
Vera estaba descansando en su dormitorio, junto a la ventana. Se había puesto una negligé de gasa amarilla, transparente, y Bohdan podía admirarla a sus anchas. La habitación estaba en penumbra y presentaba un aspecto que a Bo le pareció muy dramático, casi teatral. Una lámpara de mesa iluminaba tenuemente a Joe Aubrey, tumbado en la cama, desnudo, el cuerpo redondeado y blanco hasta los calcetines y las ligas. Bo se acercó a la cama y se detuvo un momento a observarlo. Tenía la boca abierta, roncaba y soltaba un reguero de saliva. Cruzó la habitación hasta donde se encontraba la diosa sentada en su confidente, fumando un cigarrillo, con un cenicero de loza blanca apoyado en el pubis.
—Ha funcionado, ¿eh? —dijo Bo.
—Con lo que ha bebido no le había hecho falta el somnífero.
—No le vendrá mal. Sólo lo dejará sin fuerzas. Cuéntame cómo ha sido.
—Me ha dado un cheque.
—Digo en la cama. ¿Qué ha hecho? ¿Le gusta internarse en la espesura?
—Eso les gusta a todos, si les dejas.
—Entonces ha sido fácil.
—Me ha hecho sentir que debería confesarme, por primera vez en muchos años.
—«Perdóneme, padre. He follado con un Gran Dragón.» «¿Eso has hecho, hija? Cuéntamelo.»
—Estoy demasiado cansada para enfadarme contigo. No es por eso. Es porque ha sido una artimaña, un juego sucio y taimado. Llevarlo a la cama porque necesitamos dinero.
—¿Tienes el cheque?
—Guardado a buen recaudo.
—¿Cuánto te ha dado?
—No he querido pedirle una cantidad concreta. Le dije: «Pon lo que sientas que puedes dar».
—Vera, no me digas eso, por favor.
—A nombre del Fondo para las víctimas de los bombardeos en Berlín.
—Dime cuánto te ha dado.
—Le dije: «Espera un momento. No estoy segura de que ése sea el nombre exacto de la organización». No pienso contarte lo que le estaba haciendo mientras él tenía la pluma y el talonario en la mano.
—Os desnudasteis los dos del todo.
—Joe se dejó los calcetines. Le dije: «Firma el cheque. Ya pondré yo el nombre después».
—¿Y escribió la cantidad?
—Estaba demasiado ansioso, con el tintero entre mis pechos, pero lo firmó.
—¿Y se quedó grogui?
—No del todo. Sólo adormilado.
—¿Sin llegar a escribir la cantidad?
—La escribiré a máquina. La cantidad, la fecha y el nombre del beneficiario.
—¿Cuánto piensas poner?
—Ya hablaremos de eso mañana. Tienes que llevarte al señor Aubrey.
—Es hora de decirle a Joe hasta mañanita. ¿Sabes que la granja de Walter está muy lejos?
—No te salgas de lo planeado. Asegúrate de que el coche que está vigilando la casa no te sigue. Conocen el Chrysler de memoria. Me han seguido montones de veces. No creo que salgan detrás de ti, pero ten cuidado. Podrían avisar por radio a otra unidad.
—¿En plena noche?
—Bo, cariño…
—Lo sé… no me saldré de lo planeado.
—¿Has encontrado la pala?
—Tengo un pico. Eso servirá. Está en el maletero.
—He limpiado la Walther —dijo Vera.
—¿Cuál de ellas?
—Tu favorita. La PPK 380.
—Eres maravillosa —dijo Bo—. Podré librarme de la Tokarev, esa mierda rusa que pesa tanto. Es imposible esconderla.
—Hay que ver que malhumor tenemos esta noche.
—Quiero largarme enseguida.
—¿Te has puesto la faja?
—No la soporto. Me ahoga.
—Cada cual tiene su cruz —dijo Vera.