OCHENTA Y OCHO

«Converso. Sospechoso de marrano. Acusado por Miguel de Soto».

Mateo terminó de leer lo que la lista negra de la Inquisición decía de don Julio. Por supuesto, yo me había guardado una copia de la lista de las personas sospechosas después de imprimirla.

—¿Quién es De Soto y por qué presentó la acusación de que don Julio es, en secreto, un judío? —se preguntó Mateo.

—Hablé con un auditor en la contaduría del virrey, cuyos gustos con respecto a la lectura harían que el mismísimo Lucifer se pusiera colorado. Me dijo que De Soto compra y vende obreros. Negocia con criados esclavos, indios sin tierra, mestizos sin suerte, cualquier persona o grupo que esté indefenso y pueda incluirse en un proyecto. Firmó un contrato con el proyecto de construcción del túnel para proporcionar indios… miles de indios. Incluso teniendo en cuenta que tuvo que sobornar a la mitad de los funcionarios de la ciudad para conseguir ese contrato, de todos modos ganó una enorme cantidad de dinero. ¿Por qué habría de presentar una acusación contra don Julio? No lo sé, pero puedo adivinarlo.

—¿Don Julio lo acusó de proporcionar materiales y mano de obra de mala calidad para la construcción del túnel, y provocó así su fracaso? —preguntó Mateo.

—No, él sólo proveyó trabajadores para otros. En mi opinión, le está haciendo un favor a Ramón de Alva.

—¿Qué tiene que ver De Alva con De Soto?

—Miguel es su cuñado… Y también lo es Martín de Soto, quien transportó madera y otros materiales para construir los muros.

—¿Qué servicio brindó De Alva en el proyecto del túnel?

—Ninguno…, al menos aparentemente. Parece ser el único involucrado en llevar los negocios de don Diego Vélez, marqués de la Marche. —El tío de Elena, pero mi conexión con Elena era un secreto mejor guardado que la lista de los acusados de la Inquisición—. De Alva parece haber amasado una gran fortuna junto con el marqués. El auditor dice que allí donde está De Soto, también se encuentra De Alva.

—Tu némesis.

—Mi atormentador. Y, ahora, el de don Julio. El cree que el hecho de no haber seguido sus instrucciones, de haber empleado una mano de obra deficiente y materiales de mala calidad fueron la causa de que el túnel se derrumbara. Pero no le resultará fácil probarlo.

—Él responsabiliza a los encargados de la construcción de lo sucedido. Miguel de Soto probablemente cobró el jornal de diez obreros por cada uno que envió. Y su cuñado sin duda entregó la mitad de los ladrillos y maderas por los que se pagó. Siempre que se necesite un chivo expiatorio, un converso caerá más de prisa que ninguna otra persona. De Soto y los demás intentan manchar el nombre de Don Julio con sus acusaciones de judaísmo. No hay mejor manera de destruirle la vida a un hombre que encargarle a los familiares que lo saquen de la cama en mitad de la noche.

—Debemos hacer algo para ayudar a Don Julio —dije.

—Por desgracia, éste no es un asunto que yo pueda arreglar con una espada. La acusación ya está hecha, y matar a De Soto no la borrará; al contrario, puede despertar aún más sospechas contra don Julio. Es importante que él sepa que está acusado.

—¿Y cómo se lo diremos? ¿Quieres que le cuente que ahora imprimimos documentos para el Santo Oficio?

Mi broma no le pareció nada divertida a Mateo.

—Te sugiero que te inspires en esos cuentos que relatabas en la calle para ganarte el pan durante la mayor parte de tu vida. Mentirle a un amigo no debería resultarle muy difícil a un lépero.

—Le diré que estaba caminando frente al Santo Oficio cuando me encontré la lista tirada en la calle, que sin duda se le había caído a alguien.

—Excelente. Eso no es más estúpido que cualquiera de las demás mentiras que has utilizado. —Mateo bostezó y se desperezó—. Creo que ha llegado el momento de tener esa conversación con tu amigo De Alva que antes te mencioné.

—¿Cómo planeas conseguir que él nos hable?

—Secuestrándolo. Y torturándolo.

Don Julio levantó la vista de la lista de acusación.

—¿Encontraste este documento en la calle? ¿Me lo juras sobre la tumba de tu santa madre?

—Por supuesto, don Julio.

Arrojó la lista a la chimenea y cuidadosamente revolvió las cenizas a medida que se iba quemando.

—No os preocupéis por esto. Ya he sido acusado dos veces anteriormente y no ha pasado nada. El Santo Oficio llevará a cabo una investigación que puede tardar años.

—¿No hay nada que podamos hacer nosotros?

—Rezar. No por mí, sino por el túnel. Si vuelve a derrumbarse, habrá una competición para ver quién será el primero en matarme: si el virrey, que me hará ahorcar, o el Santo Oficio, que querrá quemarme en la hoguera.

Muy ocupados con la impresión de los libros prohibidos por el Santo Oficio y de las listas preparadas por esa institución, le dejé a Mateo la responsabilidad de trazar un plan para secuestrar a Ramón de Alva. De Alva no era sólo un famoso espadachín, sino que rara vez salía de su casa a menos que fuera rodeado de criados o secuaces, razón por la cual el plan debía poseer la intrepidez del Cid y el genio de Maquiavelo.

Mientras trabajaba hasta tarde en el taller, oí algo que caía junto a la puerta de atrás. La puerta tenía una rendija de madera que el anterior dueño, que en paz descanse, utilizaba para recibir encargos de los comerciantes cuando el taller estaba cerrado.

Aunque yo no tenía intención de recibir más encargos de trabajo, fui a comprobar qué era y encontré un paquete en el suelo. Lo abrí y descubrí que contenía una colección de poemas escritos a mano y una nota.

Señor editor

De vez en cuando, su predecesor publicaba y vendía mis trabajos y el dinero resultante se destinaba a alimentar a los pobres en los días de fiesta. Son suyos si usted desea continuar esa relación.

UN POETA SOLITARIO

La nota estaba escrita con una caligrafía elegante, al igual que los poemas.

Los poemas conmovieron mi corazón… y mis partes viriles. Leí cada uno de ellos infinidad de veces. Yo no los llamaría deshonestos o perversos; en algunos de los libros que publicábamos había hombres y mujeres que copulaban con animales. Pero si bien los poemas que recibí por la puerta de atrás no eran de naturaleza escandalosa, no podían ser publicados de la forma habitual, porque su tono era muy provocativo. Para mí, tenían gracia y belleza y definían con exactitud el poder y la pasión entre un hombre y una mujer. Además hablaban de los deseos honestos de una mujer, no de la emoción de la Alameda, donde las mujeres juegan al amor mientras cuentan los pesos del árbol genealógico de la familia, sino la pasión de las personas reales que no saben nada del otro, salvo su roce.

Varias personas habían preguntado acerca de los poemas de ese «poeta solitario», pues así se lo conocía. Como yo nunca había oído hablar de él, hice promesas que en ningún momento pensaba cumplir acerca de tratar de conseguir esos poemas. Ahora tendría un buen mercado para algunos de ellos, pero a diferencia de los libros escandalosos, estos poemas serían apreciados por apenas un pequeño grupo al que le interesaba más la pasión que la perversión. No sabía si podría obtener con ellos el dinero suficiente para alimentar a un lépero hambriento en épocas de fiesta, pero publicar esos poemas me haría sentir que era el editor de buenos libros.

El secreto tendría que morir conmigo. Si se lo contaba a Mateo, él insistiría en que publicáramos también sus estúpidos poemas de amor. O se los robaría.

En seguida empecé a componer la tipografía. No era una tarea que podía dejarle a Juan el lépero: él no sería capaz de trasladar la escritura manuscrita a los tipos de imprenta. Además, no quería que sus sucias manos tocaran esas hermosas palabras.

—Tengo un plan —dijo Mateo. Me lo dijo en voz baja por encima de una copa de vino, en una taberna—. De Alva posee una casa que está vacía y que reserva para sus aventuras amorosas. En ella sólo vive una casera que está medio ciega y casi sorda. Cuando De Alva llega, sus secuaces permanecen en el carruaje. Si nosotros estuviéramos esperándolo en lugar de una mujer, podríamos mantener con él una conversación privada.

—¿Cómo has averiguado dónde se encuentra con mujeres?

—Seguí a Isabela.

Lamenté habérselo preguntado, y sentí pena por don Julio.

Lo que Mateo tenía era más una idea que un plan. El mayor problema era cómo entrar en la casa sin ser descubiertos. El hecho de que la casera fuera medio ciega y estuviera prácticamente sorda no significaba que estuviera muerta… o que fuera estúpida. También necesitábamos saber cuándo planeaba De Alva tener una aventura.

—Isabela se adapta a la agenda de De Alva. Aparte de peinarse y de cumplir con sus actividades sociales, ella no tiene compromisos fijos. El criado personal de De Alva le lleva un mensaje a la casa de don Julio con orden de entregárselo solamente a la sirvienta de Isabela. Su criada recibe todos los mensajes relativos a las citas.

Era natural. Ninguna dama que se preciara saldría de su casa para comprar o para encontrarse con su amante sin ir acompañada de una criada. La criada en cuestión era una mujer africana corpulenta que tenía una espalda bien fuerte que le permitía soportar los azotes de Isabela cuando se enojaba con ella.

Lo estuve pensando durante dos copas de vino. La vida en las calles, en las que me veía obligado a mentir, engañar, robar y disimular, me había preparado para desempeñar estos últimos papeles en la vida. Mientras que Mateo era autor de comedias para ser representadas, yo, Cristo el Bastardo, era un autor de vida.

—Éste es el plan —dije.