Esa noche serví pulque para los esclavos. Se les daba el peor pulque que existía, apenas fermentado y aguado, pero, gracias a la generosidad de Mateo Rosas, propietario extraordinario de la pulquería, esa noche bebieron pulque puro al que se le había agregado cuapatle y azúcar moreno para mejorarle el gusto.
Mateo lo probó antes de abrir las puertas, y luego lo escupió.
—Este brebaje podría hacerle caer el pelo a una mula.
Pronto descubrí que los cincuenta africanos que había en el salón, cuarenta hombres y diez mujeres, soportaban mejor el alcohol que los indios. Hizo falta vaciar barril tras barril antes de que pudiera detectar su efecto en los ojos y en la voz de los presentes. Muy pronto, sin embargo, reían, bailaban y cantaban.
—Pronto se nos terminará el pulque —me susurró Mateo—. Haz que los agitadores comiencen su tarea.
Los dos africanos que habíamos reclutado para obtener información se encontraban en el local. A una señal mía, uno de ellos se subió a una mesa y gritó pidiendo silencio.
—La pobre Isabela fue asesinada a golpes por su ama, porque el marido de la mujer la violó, y nadie hace nada al respecto. ¿Qué vamos a hacer nosotros?
Se oyeron murmullos de furia procedentes de todos los rincones del salón.
¿Isabela? Lástima que fuera la Isabela equivocada.
Muy pronto se armó un gran alboroto en el local, a medida que una persona tras otra gritaba soluciones, la mayoría de las cuales implicaban matar a todos los españoles del país. Nadie parecía tener en cuenta que el generoso cantinero era español.
Hubo otra ronda de pulque y alguien gritó que necesitaban un rey para que los dirigiera. Un candidato después de otro fue abucheado hasta que uno se puso en pie y dijo que su nombre era Yanga. No era el Yanga que yo había conocido, y uno de los agitadores me susurró al oído:
—Su nombre es Allonzo y su dueño es un orfebre.
Pero el nombre tuvo un efecto mágico y Yanga en seguida fue elegido «Rey de Nueva África». Su mujer, Belonia, fue elegida reina.
Después de eso, todos se emborracharon aún más.
No hubo planes para obtener armas, reclutar soldados, establecer horarios ni matar a nadie.
Abrimos el último barril de pulque y nos fuimos, dejando que los esclavos se divirtieran por su cuenta. Repetimos esta rutina tres noches más, pero no detectamos ninguna señal de insurrección. Lo que sí confirmamos fue que los esclavos eran víctimas de la desesperación.
—Chismorreos de taberna —dijo Mateo, disgustado—. Es tan sólo eso, tal como pensó don Julio. Están enojados por la muerte de la muchacha y por las injusticias que deben soportar, pero eso no es suficiente para que exploten. Estos esclavos están bien alimentados, trabajan poco y duermen en camas más cómodas que las que Isabela nos proporcionó a nosotros. No son como sus hermanos y hermanas de las plantaciones, que mueren de hambre y por el exceso de trabajo. ¡Bah! El marido de una amiga mía no regresaba de Guadalajara hasta bien entrada la noche. ¡Y no sabes cómo es esa mujer! Y pensar que me perdí una noche de felicidad con ella para servirles pulque a los esclavos.
Don Julio volvió al día siguiente de inspeccionar el túnel y Mateo y yo le presentamos nuestro informe.
—Rumores, eso es lo que creí que serían. Se lo comunicaré inmediatamente al virrey. Estoy seguro de que se sentirá muy aliviado.
Don Julio no tenía ninguna misión para nosotros. Yo le había dicho a Mateo que era el momento propicio para que nos hiciéramos con algo de dinero para poder vivir como caballeros en lugar de como mozos de establo, y me había respondido que lo pensaría. Pronto supe que había hecho algo más que pensarlo.
—La Recontonería representativa está dispuesta a financiar la importación y la venta de libros deshonestos, cuanto más indecentes, mejor. Tengo contactos en Sevilla de la época en que era uno de los grandes autores de comedias en esa ciudad. A ellos no les costaría demasiado hacer los arreglos necesarios para la compra y el embarque de España y para que yo disponga lo que haga falta con la aduana de Veracruz. La Recontonería opera allí también, y me facilitará los nombres de las personas a las que habría que pasarles algo.
—¿Qué beneficio obtiene la Recontonería de todo esto?
—Nuestras cabezas si los estafamos. No olvides que reciben un peso por cada cinco que ganamos nosotros.
—¿Hay competencia en este negocio?
—La había, pero ya no tenemos por qué preocuparnos.
—¿Y por qué abandonó el negocio esa persona?
—La Inquisición lo quemó en Puebla hace una semana.
Esa noche, cuando me acosté, la vida me pareció promisoria. Don Julio estaba satisfecho con nuestro trabajo con respecto a los rumores de insurrección por parte de los esclavos. Mateo tenía un plan para hacemos ricos, al menos lo suficiente para comprarnos los caballos y la ropa que necesitábamos para lucirnos en la Alameda. Yo me proponía ser el hombre más rico de Nueva España haciendo contrabando con libros prohibidos por la Inquisición. Y, casarme con la mejor mujer de la colonia.
¡Ay de mí! Nosotros, los mortales, hacemos muchos planes para nuestras insignificantes vidas, pero son las parcas las que tejen las mortajas del destino, no nosotros.