OCHO

A la mañana siguiente fui escupido de la boca de un volcán.

—Nos vamos de la aldea —dijo fray Antonio. Me despertó en la choza que yo compartía con mi madre. Estaba pálido y tenía los ojos enrojecidos por la falta de sueño. Parecía inquieto y ansioso.

—¿Estuvo luchando toda la noche con los demonios? —le pregunté.

—Sí, y perdí. Mete tus cosas en una bolsa; nos vamos ahora mismo. Están cargando un carro con mis pertenencias.

Tardé unos instantes en comprender que no sólo quería decir que nos dirigiríamos a una aldea vecina.

—Nos vamos de la hacienda para siempre. Estate listo dentro de unos minutos.

—¿Y qué pasará con mi madre?

Se detuvo un momento junto a la puerta de la choza y me miró como si mi pregunta lo hubiera desconcertado.

—¿Tu madre? Tú no tienes madre.