SETENTA Y TRES

—¡Ahora esquiva a la izquierda! —gritó Mateo mientras me lanzaba un golpe tras otro.

Pronto descubrí que aprender a ser un caballero era más difícil que aprender a ser un lépero… y mucho más doloroso.

—Tiene suerte, señor Bastardo, de vivir en el imperio de los españoles —dijo Mateo.

Mateo usó la punta de su espada para quitarme un objeto imaginario de la pechera de mi camisa. Yo también tenía una espada, pero aparte de usarla como un garrote para dar golpes, no tenía la menor idea de qué hacer con ella.

—Los españoles son los maestros de la espada —señaló Mateo—; todo el mundo lo sabe. Los canallas ingleses, y que san Miguel les queme las almas y los arroje al infierno, usan espadas cortas para lanzar golpes, con la esperanza de matar a sus adversarios. Los franceses son espadachines de fantasía: todo encaje y perfume; lo que quieren es matar a sus rivales con amor. Los italianos, ja, esos arrogantes bastardos jactanciosos y bravucones casi se convirtieron en maestros de la espada gracias a su velocidad y su astucia, pero les falta conocer el secreto que hace que los españoles sean los más grandes espadachines de la Tierra.

Mateo apoyó la punta de su espada contra mi cuello y me levantó la barbilla algunos centímetros.

—He jurado, bajo pena de ser condenado a muerte por las órdenes de caballería de España, no divulgar jamás este secreto a nadie que no tenga sangre española en el corazón. Tú, mi pequeño bastardo mestizo, eres español de una manera bien extraña. Pero también debes jurar por Dios y todos los ángeles no revelar jamás este secreto a nadie más, porque todos los hombres del mundo quieren ser espadachines españoles.

Me fascinó que Mateo me hubiera honrado con un secreto de semejante magnitud.

Retrocedió algunos pasos y trazó un círculo imaginario en el suelo.

—El Círculo de la Muerte. Se entra en él con el Baile de la Espada.

Miré hacia el suelo, donde había posado su espada. ¿Bailar? ¿El Círculo de la Muerte? ¿Mateo había estado bebiendo de nuevo el vino de don Julio?

—Lo primero que debes entender es que hay dos tipos de espadachines: los veloces y los muertos. —Su espada pasó como una sombra frente a mis ojos—. ¿Qué clase de espadachín eres tú, Bastardo?

—¡El veloz! —respondí, y moví la espada como si talara un árbol. La espada voló de mi mano y de pronto la de Mateo estaba contra mi garganta. Tenía la punta de su espada contra mi barbilla, y su daga apretada contra mis entrañas. Aumentó la presión sobre la barbilla con la espada y yo me puse de puntillas. Sentí que la sangre corría por mi cuello.

—Estás muerto, chico. Le pido a Dios que te dé otra vida para que yo pueda enseñarte cómo pelear con una espada, pero cuando tu entrenamiento termine no habrá más piedad. El siguiente hombre con el que pelees te matará… o terminará muerto.

Mateo apartó la espada de mi garganta.

—Levanta la espada.

Me agaché para levantarla y me limpié la sangre del cuello.

—Ponte delante de mí con los pies juntos. Ahora, da un paso al frente. Extiende la espada lo máximo que puedas y marca un lugar frente a ti y a cada lado.

Lo hice y Mateo trazó un círculo alrededor de mí, más hacia delante que hacia atrás.

—Ése es el Círculo de la Muerte. En realidad no es sólo un círculo: son mil círculos que se mueven contigo, se mueven con tu oponente. Son líquidos, como ondas en el agua, y se mueven constantemente, fluyen hacia y desde ti.

Mateo me miró y se detuvo en el borde del círculo.

—El círculo comienza en el punto en que puedes extender el brazo e infligir una herida o la muerte a tu rival. Desde aquí yo puedo herirte en la cara, el pecho, el estómago. —Se movió un poco hacia la izquierda—. Desde cada lado llego a los costados de tu cuerpo. Si me muevo un poco más, puedo cortarte el tendón de la corva. Recuerda, muchacho, el círculo es fluido, cambia con cada paso.

»Y pertenece a los dos contrincantes. Cuando te enfrentas a otro espadachín, uno de vosotros o ambos cerraréis el espacio entre los dos. Cuando te acercas lo suficiente para lanzar el golpe, el círculo se crea para ambos.

Junto con el combate físico, Mateo me dio muchas lecciones teóricas acerca de los usos de las espadas.

El espadín que casi todos los hombres usaban en la ciudad era más ligero y más elegante que las espadas militares, y mucho menos letal.

—Te servirá para defenderte de un atacante en la calle de una ciudad o en un duelo de honor, y es bueno para clavar o cortar, pero cuando estás en plena lucha necesitas una arma capaz de matar a un rival que tal vez use una protección acolcha-da o quizá una armadura, una arma capaz de cortarle el brazo o la cabeza a tu enemigo. Una espada militar te permitirá repeler a un grupo de atacantes o, incluso, abrirte paso a través de ellos.

Me demostró cómo la empuñadura con taza protegía la mano con una espada ligera.

—La espada con que te enfrentas en un duelo debería tener esta clase de empuñadura, que te protege la mano de un corte hacia abajo. Pero ni el espadín que llevas en la calle ni la espada militar que llevas como protección fuera de la ciudad debe tener una empuñadura elaborada. ¿Por qué?

—Porque, bueno, porque…

—¡Estúpido!

Me atacó con su espadín, y sólo vi una imagen borrosa del arma cuando me golpeó una y otra vez, dejándome moretones en los brazos y las piernas.

—Cuando desenvainas una espada, ya sea por un ataque repentino en combate o un ataque súbito en una calle por parte de un ladrón, es posible que sólo tengas una fracción de segundo para armarte. Si el arma tiene una empuñadura de fantasía no podrás sujetarla con firmeza. Y cuando eso suceda, Bastardo, tendrás una espada clavada en la garganta antes de que tengas tiempo de desenvainar la tuya. La mayor parte de los duelos se pactan de antemano. Así, podrás usar una empuñadura elaborada para protegerte la mano porque no necesitarás desenvainar la espada para defenderte de un ataque repentino.

Me dijo también que no todas las espadas se adecúan a cada hombre. El peso de la espada depende de la fuerza de cada uno.

—Se le debe prestar mucha atención a la longitud que necesitas para la altura y el largo de tus brazos. Si la espada es demasiado larga, no podrás descruzar la hoja de la de tu oponente sin dar un paso atrás y perder el equilibrio. Si es demasiado corta, el Círculo de la Muerte será menor para tu rival debido a su mayor alcance.

Me mostró cómo descubrir qué longitud necesitaba yo. Sostuve la daga en una mano con el brazo extendido y paralelo al suelo, pero con el arma apuntando hacia arriba, y flexioné el codo del otro brazo para que la empuñadura de la espada quedara junto a mi cadera.

—La espada debe llegar hasta la empuñadura de la daga, pero no extenderse más allá —dijo.

En iguales condiciones, un hombre alto prevalecerá sobre uno más bajo porque tiene un arma más larga y también mayor alcance.

—Si tu espada pesa demasiado, afectará a la velocidad de tu ataque, tu parada o tu contraataque. Si es demasiado ligera, el filo de la de tu oponente te la romperá.

Tuve que aumentar mi fuerza y lo hice practicando con una espada mucho más pesada que mi espadín o mi espada militar.

—Tu brazo creerá que sostiene la espada más pesada y así podrás usar las espadas con mayor velocidad y potencia.

La daga es un arma inútil para parar los golpes, pero tiene una finalidad excelente:

—Cuando la hoja de tu arma está cruzada con la de tu oponente, lo apuñalas con la daga antes de que él consiga descruzar su arma.

Ayyo, mis antepasados aztecas estarían orgullosos de ver que estaba aprendiendo el arte de matar de manos de un auténtico maestro.

—Siempre debes ser tú el agresor —me dijo—. Con esto no quiero decir que tengas que ser el que inicia todas las peleas sino que, cuando se producen, debes contraatacar con suficiente agresividad como para que tu oponente adopte una posición defensiva. Y cuando una pelea es inevitable y tu adversario prefiere hablar del asunto, mientras se concentra en insultarte con palabras, tú debes devolverle el cumplido con el mayor insulto de todos: clavándole tu daga en las entrañas.

»El agresor casi siempre gana en una pelea —continuó—. El que ataca primero por lo general es el que vivirá para volver a pelear. Pero ¿qué es la agresión? —Preguntó Mateo—. No es el ataque de un toro ni repartir cuchilladas sin ton ni son. Una agresión exitosa es fruto de una combinación de grandes maniobras defensivas y una brillante ofensiva. Incluso si te abres paso a golpes de espada por entre una tropa del enemigo, debes hacer que cada golpe cuente, porque el que fallas puede costarte la vida.

Mateo consideraba la esgrima como otra forma del baile.

—Un esgrimidor debe adoptar la postura de un bailarín, ponerse bien erguido, pero con las rodillas flexionadas. Sólo así podrá moverse con rapidez. Con los espadines extendidos delante de nosotros, nuestro adversario acorralado, nuestros pies deben moverse como los de un bailarín, sin detenerse ja-más, siempre en movimiento, pero no de forma caprichosa. Los bailarines no mueven los pies de cualquier manera sino en armonía con la música, con su compañero, con su mente y el resto del cuerpo. Tienes que escuchar la música y bailar a su ritmo.

—¿De dónde proviene la música?

—La música suena en tu cabeza, el tempo es creado por tus movimientos y los de tu adversario, y tú bailas siguiendo ese compás. Ataque, parada, baile, ponerse bien erguido, el brazo extendido, impidiendo que él trace un círculo alrededor de ti, baile, baile.

Mateo empezó a brincar como una jovencita en su primer baile y yo cometí la equivocación de reírme de él por lo bajo… Su espada zumbó junto a mi mejilla y me cortó un mechón de pelo.

—Vuelve a reírte de mí y te llamarán Una Oreja en lugar de Bastardo. En garde!

Cuando me hice un lío con los pies, Mateo me maldijo.

—Es culpa mía, por pedirle a un humilde lépero que se esfuerce un poco más que para pedir limosna. Si no sabes bailar porque tus pies y tu cerebro no están en el mismo cuerpo, entonces imagina que estás nadando. Es preciso que uses la totalidad de tu cuerpo simultáneamente cuando nadas. Nada hacia mí, Bastardo, paso, paso, ataque, parada y paso. ¡Pasos cortos, zoquete! Si tropiezas con los pies de tu compañero de baile, él te clavará la espada en la garganta.

Cada día que pasaba aprendía más acerca del dolor. Y advertí más y más cicatrices en la cara, los brazos y el pecho de Mateo cuando él se quitó la camisa para enjugarla y secarse el sudor del cuerpo. Tenía un nombre para cada cicatriz: Inés, María, Carmelita, Josie y otras mujeres por cuyo honor él había participado en duelos. Hasta tenía cicatrices en la espalda, una particularmente desagradable de cuando un padre, furioso, le arrojó una daga que se le clavó en la espalda mientras bajaba del balcón de una muchacha.

Yo también empecé a acumular mis propias cicatrices por los golpes furiosos de la espada de Mateo.

—Debes seguir las reacciones instintivas de tu cuerpo, no de tus ojos. Una espada que se mueve delante de ti con la rapidez de un destello le miente a los ojos porque se mueve a más velocidad de la que el ojo es capaz de seguir. Tu espada debe estar en posición para detener el golpe y contraatacar, y entonces confiar en tus ojos para seguir la acción. Pero tus ojos te mentirán y te matarán.

»He estudiado con don Luis Pacheco de Narváez, el más grande esgrimidor del mundo, que fue discípulo del mismísimo Carranza. Carranza enseñaba que el baile fluido y ágil, que él llamaba La Destreza, era la manera en que debía moverse un esgrimidor.

Después de meses de práctica, Mateo me evaluó como espadachín.

—Estás muerto, muerto, muerto. Tal vez estés en condiciones de abrirte camino con una espada sostenida con las dos manos o, quizá, derrotar a un indio que ha sido atado y arrojado al suelo, pero eres demasiado lento y demasiado torpe, para sobrevivir frente a un buen espadachín.

En sus ojos apareció el brillo astuto que yo había visto anteriormente cuando estaba a punto de robarle la billetera a un hombre o de robarle a su mujer.

—Nunca serás capaz de sobrevivir con las habilidades de un caballero, por lo que debes aprender a ser un canalla tramposo.

—¡Pero yo quiero ser caballero!

—¿Un caballero muerto?

El lépero que había en mí decidió la cuestión.

—Enséñame cómo ser un canalla.

—Tienes la misma fuerza y habilidad —o falta de habilidad— en la mano izquierda que en la derecha. Los esgrimidores llaman a la mano izquierda «la zarpa del diablo» por una buena razón: la Iglesia desaprueba el uso de la mano izquierda y a la mayoría de los hombres se les enseña a emplear la mano derecha sólo para los combates con espada, aunque su mano izquierda sea superior. Tú no eres un caballero, puedes luchar con la mano izquierda. Pero debes comprender que el solo hecho de usar la mano izquierda contra un esgrimidor hábil no te dará una gran ventaja… a menos que lo combines con el elemento sorpresa.

»Te enseñaré un movimiento que podrás usar en momentos de desesperación, cuando te das cuenta que el espadachín al que te enfrentas te va a cortar en pedacitos hasta que te desangres y mueras, incluso mientras estás de pie. Empiezas la pelea con la espada en la mano derecha y la daga en la izquierda. Cuando estás fuera del círculo, de pronto dejas caer la daga y cambias la espada a la mano izquierda y entras en el círculo. Esto implica dejar caer la guardia por un instante, y él te clavará la espada en el corazón si no te defiendes de ese ataque.

—¿Y cómo lo hago para frenar esa embestida?

—Con tu coraza.

—¿Qué coraza?

Mateo se levantó una de las mangas. Llevaba un trozo fino de bronce atado al brazo.

—Usarás tu brazo «blindado» para detener el golpe de su espada.

Usar alguna clase de coraza era algo sumamente deshonroso en un duelo. Y cambiar el arma a la mano izquierda tampoco era propio de un caballero. Pero yo prefería mil veces ser un canalla vivo que un caballero muerto.