Ayya ouiya! Qué poco sabía yo de la vida a pesar de mi educación en las calles de Veracruz. Aquellos simples campesinos eran mucho más engañosos que cualquier lépero. Pensé que había llegado el momento de seguir mi camino. Detestaba tener que separarme del Sanador; igual que a fray Antonio, yo lo amaba como a un padre. Pero no sabía qué me ocurriría cuando don Julio se enterara de nuestro fracaso.
En eso pensaba cuando la muchacha que estaba comprometida y con quien yo había tenido ahuilnema salió de su choza. Me lanzó una mirada cómplice y desapareció entre unos matorrales. La seguí. Mi interés no era sólo hacer ahuilnema con ella sino, después, llevarla junto a Mateo y obligarla a que le hablara de los sacrificios en los que su tío y su hermano se habían visto involucrados con el naualli.
No había avanzado más de cien pasos cuando oí un ruido. El tío de la muchacha saltó de detrás de un árbol y se plantó frente a mí. En la mano llevaba una daga de obsidiana. Giré sobre mis talones para huir, pero había indios detrás de mí. Me agarraron y lucharon conmigo hasta tumbarme en el suelo. Mientras tres de ellos me sostenían, otro estaba sobre mí con un garrote. Lo levantó por encima de mi cabeza, cogió impulso y lo dirigió hacia mí.